miércoles, 16 de abril de 2025

Un broche final: se acabó lo que se daba, y se cierra el blog. 

O al menos, eso parece, que nunca se sabe...

Bueno, pues todo lo que empieza, acaba. Ya dije que no he tenido mucho tiempo, pero tampoco demasiadas ganas en continuar con el blog. Además, hoy en día, con Inteligencia Artificial y todo tipo de webs, además de Wikipedia, blogs como el mío ya quedaron anticuados. Pero aún así, me sabía mal finalizarlo sin más. Al menos, merecía un final.

Realmente, aunque ya resulte casi imposible encontrarse con alguna de las entradas del blog, se busque lo que se busque, yo decidí, por si hasta el autor no podía entrar en él, pasar casi todo el material a word, llegando a crear no uno o dos, sino diez archivos, de al menos doscientas páginas -el equivalente a otros tantos folios u hojas tamaño din A4-. Sólo eliminé, por ser word, los vídeos, los enlaces, alguna entrada que era puro relleno, algunos comentarios que hacían referencia a mi vida o a otras entradas, y mis propios relatos, pues los tengo -junto a otros, cortos y largos, finalizados o a medias- en otras carpetas de archivos.

El resto... un montón de información que quizá algún día repase -faltas ortográficas, frases mal redactadas...-, aunque ya en parte lo hice: busqué todas las fotos que se habían borrado solas, recuperándolas -le eché tiempo-, añadí otras nuevas con sus correspondientes pies de página, y algún párrafo nuevo. De hecho, estas tres últimas entradas también serán grabadas. Y lo que quede.

Así que ya no lo alargo más. Gracias a los que visitaron en algún momento el blog, siento haber aburrido a la gente, y reconozco que me lo he pasado en grande.

Aquí acaba, pues "La caída de Constantinopla".




Despedida de los prerrafaelitas: ¿Han sido históricamente minusvalorados en la historia de la pintura europea? 

Una última entrada sobre un tema al que dediqué tanto tiempo, y tanto me llenó.

Prerrafaelitas de ayer... ¿y de ayer?

Durante quizá dos o tres años, dediqué mucho tiempo a los prerrafaelitas, artistas que conocía un poco de oídas, y no pocas de sus obras por haberlas visto en un sinnúmero de páginas webs, pero también como motivo principal en camisetas, portadas de libros, revistas y hasta cojines. Así que me decidí a sumergirme en la vida y obra de aquella gente de la que por sonar, no me sonaban ni sus nombres. Y para cuatrocientas páginas de word me han dado, una vez que he pasado la casi totalidad del blog a ese programa, consiguiendo un total de diez archivos, y más de dos mil hojas.

Pero hoy en día, ¿qué es lo que queda de ellos? No me extenderé mucho sobre ello, pues esto no deja de ser una un poco triste despedida, pero como ya comenté en la entrada anterior, no es que tenga ya ni ganas ni tiempo para dedicárselo al blog. Además, o un blog se transforma en otra cosa, en una web profesional -como "El blog del cine español", o "El antepenúltimo mohicano"-, o acaban muriendo de inanición. Hoy en día, la letra escrita, incluida la de internet, ha acabado dando paso a la imagen. Y si no, sólo ver el éxito de Tic Toc, Instagram, etc.

La famosa "Ofelia" (1852) de Millais.

Como ya sabemos todos -los que lean esto, que no creo que sean muchos, seamos sinceros-, los prerrafaelitas fueron un movimiento artístico británico del ya lejano siglo XIX, cuya valoración ha ido variando a lo largo del tiempo. De hecho, ya en su época recibió críticas y fue motivo de controversias, pero también recibieron elogios y reconocimiento.

Su época de esplendor fue la segunda mitad del siglo XIX, aunque algunos todavía llegaron a conocer el siglo XX, aunque ya en esos tiempos fueron considerados poco menos que un anacronismo en el arte. Uno de esos anacronismos que todas las vanguardias deseaban barrer y hacer olvidar. Curioso, teniendo en cuenta que, según se mire, el prerrafaelismo fue en su momento una vanguardia y un movimiento artístico revolucionario. O al menos, lo intentó ser.

La Fiammetta -uno de los innumerables personajes de "El Decamerón" de Bocaccio- de Dante Gabriel Rossetti

La popularidad fue disolviéndose, a medida que primero los impresionistas, más tarde los simbolistas -que en su momento deseé que fueran la continuación de los prerrafaelitas a la hora de estudiarlos, uno por uno- y los post-impresionistas, y más tarde los expresionistas, cubistas, surrealistas, futuristas y todo tipo de -ismos, acabaron por eclipsar su popularidad de una forma tal, que pasadas un par de generaciones, ya casi nadie recordaba sus nombres.

Sin embargo, en ese mismo siglo XIX, pasado ya el tiempo, hubo un resurgimiento del interés e los prerrafaelitas, gracias en parte a la labor de críticos e historiadores del arte como Roger Fry y Kenneth Clark, lo que provocó que, poco a poco, la "historia oficial" de la pintura comenzó a reconocer la contribución de los prerrafaelitas a la historia del arte, y en particular del británico, y de su influencia en otros estilos, como el modernismo, pero también, pasado el tiempo, en el cine, la ilustración moderna, e incluso el cómic, además del diseño y la moda.

"Hilas y las ninfas", deWaterhouse. Él no fue parte de la Hermandad Prerrafaelita, pero sí fue un digno continuador y enriquecedor del acerbo prerrafaelita.

Así pues, hay que reconocer -al menos, así lo hago yo- al prerrafaelismo como uno de los movimientos artísticos más importantes e influyentes del siglo XIX, así como la pintura británica por excelencia, y sus obras se pueden ver tanto en museos, como en exposiciones y colecciones privadas -que por desgracia, no siempre están a la vista del público-.

Y por último, reconocer el impulso que internet y las redes sociales le han dado al movimiento prerrafaelita, y los autores y obras que lo forman -lo digo en presente, pues si bien todos sus miembros murieron hace ya mucho, su obra sigue viva-. Y si mi blog ayudó a ello, aunque fuera poco -sí, vale, muy poco realmente-, pues ya está bien.

¡Larga vida a los prerrafaelitas!

Finalizando el blog: Un par de párrafos sobre el recordar los tiempos jóvenes.

Todo lo que empieza, tiene que acabar.

Bueno, ya hará años, quizá cinco o seis, que no escribo ninguna entrada. La verdad es que, entre la falta de tiempo, de ganas, y, sencillamente, que no es que tenga mucho de qué hablar -o quizá, sí, bastantes cosas, pero ya no me apetece como antes el buscar información aquí y allá, y ponerla por escrito-, decidí poner fin al blog, en el que estuve escribiendo, invirtiendo horas y trabajo -básicamente, para nada, aparte de pasar el rato, y poner por escrito cosas que me interesaban por la razón que fuese-, y, la verdad, posándolo muy bien.

En primer lugar, pondré aquí un par de bobadas, pues eso son, que me dio por escribir un par de días en ratos muertos. Realmente, no sólo he escrito a lo largo de los años -mucho antes de que comenzara el blog- relatos cortos, sino también otros más largos, incluso novelas, pero al final... muchas cosas comenzadas, y pocas acabadas. Y esto igual. Debían haber seguido más pequeñas entradas, que quizá hubieran acabado en un libro, pero nada. 

Así pues, decidí publicarlas aquí como despedida, y ya está. Y ahí van:

I.- LA MÚSICA, LA NOSTALGIA Y EL TIEMPO. EL CÓMO Y EL DÓNDE ESCUCHARLA.

Podría decir que desde hace bastante tiempo escucho poca música, pero creo que más bien debería decir mucho, mucho tiempo. Cuanto, no lo sé, porque tampoco es que haya pretendido nunca saber desde cuando hago o dejo de hacer tal o cual cosa, y más, cuando considero que no son especialmente importantes.

Viene esto a cuento porque no es que quiera decir que la música ya no me interese. Realmente, creo que me interesará, que necesitaré escucharla, y aún más, conocerla –ir más allá de la simple escucha, y conocer todo lo a fondo que pueda estilos, épocas, artistas, y lo que sea que tenga que ver, tecnología incluida-, mientras viva. Sólo que, igual que esa vida, tanto la parte vivida, como la aún por vivir, ha ido cambiando, también ha cambiado la forma de ver o sentir cualquier cosa.

En otra época, pues otra época sería, la música podía escucharse, mucho y a casi cualquier hora, en la televisión. En una época sin plataformas –sí, existió; como también una época sin móviles, aunque esa sea otra historia-, sin canales de pago, y, esto sería lo más sorprendente, con sólo dos canales: la 1, y la 2 –o VHF, a saber por qué; nunca supe qué significaban esas extrañas siglas-. Curiosamente, cuantas más cadenas hubo, menos música. Y quizá, bien pensado, eso tenga cierto sentido –comercial, pero sentido al fin y al cabo-: las privadas decidieron que los programas musicales no salían a cuenta, y decidieron extirparlos de su programación. La pública debió pensar lo mismo, y aunque las audiencias tuvieran una importancia secundaria, no dejaban de tenerla, así que, eliminando los programas musicales, debieron pensar que barrían con un tipo de programa tan anticuado como costoso. Y en realidad, ni eran tanto lo uno como lo otro, pero a ciertas alturas, ¿qué más daba ya?

Después de casi desaparecer en televisión –exceptuando algunas alocadas aventuras de madrugada-, lo siguiente fue la radio. No es que no exista la radio musical, desde luego, pero pasa otra cosa: si los jóvenes ven cada vez menos la televisión, ya no digamos escuchar la radio. Se podría decir que a la radio nos enganchamos los mayores de 40 cuando éramos adolescentes, o al menos, veinteañeros, y muchos no la hemos olvidado. Pero sí pasamos de los 40 principales o Radio 3 a lo que se llama radio generalista, donde se hacen programas de todo tipo. Sí que existen desde hace tiempo emisoras nuevas de música llamada “vieja”, pero no dejan de ser recordatorios de lo que escuchábamos, y que seguimos queriendo escuchar. No son emisoras que pongan a cada momento mucha gente –ni poca; no son pocos los CDs recopilatorios que han salido al mercado llevando el nombre de dichas emisoras, tipo Rock FM. Yo tengo un CD de ese tipo, y lo disfruto mucho-, pero sobretodo, habría que tener en cuenta a qué franja de edad va dedicada, aunque, evidentemente, la puede escuchar quien le dé la real gana: entre los cuarenta y los cincuenta y poco. Los que escuchamos la misma música, conociendo y reconociendo los nombres de los grupos o artistas, y los títulos de las canciones, e incluso los LPs originales de los que formaban parte, claramente somos muchos, pero envejecemos, y en un futuro –espero que lejano-, si no hay entradas de gente nueva, nuestro número irá reduciéndose hasta quedar reducidos a la insignificancia. Es ley de vida. O del fin de la vida, más bien dicho.

He hablado de televisión y radio, medios cada vez más abandonados por la juventud. Y por juventud, incluiría desde pre-adolescentes de apenas 13 o 14 años, hasta gente que ronda los 40, o casi. Si los primeros viven, literalmente, en las redes sociales –cada vez más, cambiantes, y cuya importancia crece o disminuye, hasta ser algunas casi tan desconocidas como indescifrables para gente de cierta edad, y no hablo de abuelos precisamente-, y echan no un ojo, sino los dos, en Netflix, Disney+ y compañía, los que tienen entre 30 y 40 invierten su tiempo, principalmente, en dichas plataformas digitales. Y además de todo ello, los videojuegos, que lo mismo atraen a niños como a jóvenes y no tan jóvenes. Para muchos, la televisión en abierto son un programa un día, una serie por la tarde, y poco más. Y aún éstos, mejor verlo tras su retransmisión, en las redes sociales o en las webs de los canales, colgados para que puedan ser vistos el día y la hora que mejor vaya. Algo, por lo demás, muy práctico. Yo también he visto no pocas películas o series en la web de RTVE, o contenidos de todo tipo en youtube.

Y sí, youtube, también VEVO, aunque aquí, sólo vemos música reciente, y contenido exclusivo. Sería campo de uso y disfrute de gente más joven que el que suscribe -aunque he tenido, al menos, interés suficiente por explorar un canal de videos realmente interesante y bien montado, eso es cierto-, son el presente, y también el futuro. Quizá sólo un futuro a corto plazo, pero lo es y será. Reconozco que donde más escucho música no es en mi cadena musical, sino en mi ordenador y, en menor medida, mi móvil. Youtube es atractivo, y muy adictivo. Además, te permite señalar cualquier canción –o lo que sea- que te gusta, y lo tendrás a mano en cualquier momento. También habría que decirlo claro: incluso los más mayores, ya no digamos los de edad mediana, nos hemos adaptado lo mejor que hemos podido a los nuevos tiempos. Sobre todo, cuando esos tiempos nuevos también traen cosas buenas, o al menos, interesantes y atractivas.

Ya se ha hablado un poco, y de una forma un poco desordenada –sólo un poco; el orden es parte de mi carácter, así que espero que resulte, al menos inteligible-, por la televisión y la radio, por las plataformas e internet. Todo eso hace que eches de menos muchas cosas, y no te adaptes demasiado a otras, pero también, que una vez que te molestas en conocer lo que es el presente, y en usarlo a menudo, te das cuenta que a veces, cualquier tiempo pasado no tuvo que ser, por fuerza, mejor. Ahora me viene a la mente otra cosa: lo que se llamaría la “música física”.

¿Y qué es la música física? Pues, sencillamente, los soportes físicos para escucharla: los discos –o como decían los más entendidos, los vinilos-, los casetes o cintas, y los CDs. Caso aparte serían los DVDs, con sus colecciones de video-clips –o vídeos, simplemente-, como el que tengo de Depeche Mode, y que en los últimos tiempos regalaban –bueno, se lo cobraban, pero no dejaba de ser un valor añadido para fans e incondicionales-, junto a los CDs, con sus conciertos –nada que ver con los que alguna vez se escucha en La 2, con un sonido discutible, y un escenario de lo más pobre-, y hasta con entrevistas y mil pijadas que, cuando eres joven y seguidor activo de algún grupo o artista, lo agradeces, aunque se traten –lo acabas viendo con el tiempo- chorradas. Esto último, los DVDs, parece que todavía existen y se venden, o al menos, tuvieron su éxito hasta hace, como quien dice, dos días. Los grupos coreanos –el K-pop- son muy aficionados a ellos, y se lo curran de verdad. Hasta hacen libros-CDs que, aunque para alguien de mi quinta y de sexo masculino no tengan interés en el sentido musical, sí lo tiene en caso de querer verlo como ejemplo de cómo vender un producto. Y muy bien, por cierto. Quizá por eso están en todas partes, y se están comiendo el mercado musical.

Todavía hay tiendas de música física. De hecho, en el último año me he animado a comprar no uno, sino varios CDs. Y eso, contando los que me ha regalado mi hermano, quizá serían diez o doce, no sabría decir bien. Pero dejando aparte esos fascinantes espacios de objetos anacrónicos, para amantes de la tecnología analógica, y lo que se pueda encontrar en mercadillos matinales, tiendas de segunda mano –productos en general, y por lo que he visto, en particular de libros- y alguna cosilla en wallapop y webs y apps de compra-venta, esa música física, como también el cine o series de la misma naturaleza –DVDs- prácticamente han desaparecido de las grandes superficies comerciales, que es donde cada vez más gente compra cada vez más de todo. Pero no solo ahí. Incluso, en las tiendas o superficies de gran tamaño dedicadas total o mayoritariamente a la tecnología, a la electrónica, han ido o desapareciendo, o, al menos, reduciendo su espacio. De secciones completas, aunque no ocuparan un gran espacio –al fin y al cabo, se trata de objetos pequeños- han quedado reducidos a pequeños rincones, aquí o allá. “¿Dónde metemos los CDs?” “Por algún huequecito vacío que encuentres por ahí. Total, si son cuatro, que apenas hay ya novedades de música en CDs, todo se baja por spotify”. Y así es, amigos, y un ejemplo de ello fue lo que me ha sucedido estos días: al tener nuevos CDs, mi torre no era suficiente para acoger las novedades, así que decidí comprar, si no otra torre, aunque fuera más pequeña, sí algún tipo de cajón con ranuras para guardar, no sé, diez o doce CDs. Pues no hubo forma de conseguir uno. Los busqué en papelerías, chinos, tiendas de todo-un-poco y mercadillos. Pero nada. Imposible. Sólo quedaría internet. A lo sumo, en la tienda de música –por lógica, me dije, allá tendrán alguno-, pero no me pudieron vender lo que yo quería. Sólo unos cajones largos y farragosos, con su tapa, caros y que ocupaban mucho sitio. Serán muy monos, o pijos, o lo que sea, pero no tenía ganas de gastarme al menos doce euros por un trasto que me ocupaba demasiado espacio donde no debería ocuparlo. Prefiero guardar los CDs en vertical, pero parece que sólo se puede hacer en horizontal, y de mala manera. Pues nada, busco una cosa antigua, para guardar cosas también antiguas, porque yo también debo ser antiguo. ¿A quién le importa, vamos a ver?

Lo mismo que las torres y cajones de CDs se han vuelto inencontrables, también hay algo que ha cambiado, y que resulta un anacronismo inexistente en la vida y ocio de la mayoría de la gente joven: la cadena musical. Si el transistor es una antigualla de películas de, como mínimo, los 80, y el radiocasete ha desaparecido con la cinta –o vegeta, casi sin uso, en algunas casas-, la cadena fue perdiendo tamaño y peso cuando desapareció el tocadiscos de la parte superior, la doble pletina se quedó en una –nada, ya, de hacer grabaciones caseras de una cinta original a una virgen-, y se pierden mil mandos y botones que, la verdad, poco o nada usábamos, porque nunca quedó demasiado claro para qué demonios servían. Yo tuve que sustituir la mía, mucho más pequeña, pues en lugar de tocadiscos tenía reproductor de CDs, y con dos pequeños altavoces –porque esa era otra; las antiguas, las grandes con tocadiscos, tenían dos armatostes de madera o plástico y tela que había que colgar en la pared con alcayatas, o meter donde pudieras-, independientes, pero a uno y otro lado del cuerpo o bloque de la cadena. En su lugar, compré por correo –Amazon, pero con el dinero de una cuenta regalo por ganar un concurso; no me gusta ni me fio del comercio online- una monería donde se pueden escuchar CDs y cintas –tenga bastantes, así que por eso busco cadenas o aparatos que las reproduzcan; algún día imagino que se acabarán, y tendré que sustituir las cintas que pueda por su equivalente en CD, o lo que haya. Realmente, hace ya tiempo que lo voy haciendo-, de plástico malo, un asa para moverlo de sitio –pesa muy poco, y es muy pequeña; en eso, hemos ganado algo-, y unos altavoces redondos pequeñitos, que forman parte de un todo,  pues la cadena, que realmente no creo que sea tal, no está dividida en partes independientes. Es práctico, pero aparte de que no me convence el sonido, y de que la radio no se oye –tampoco me importa, yo la radio la escucho en la cama, y tengo un aparato que también es reloj y alarma, en la mesita-, es que no tiene prestancia. Es como la ropa: toda viste y te tapa, pero hay clases. Cuando era joven, o niño –creo, que antes incluso de mi nacimiento-, para cualquier persona que comenzaba a tener ingresos económicos, pero que no tenía todavía edad para meterse en una vivienda, o en pensar en comprar por sí mismo muebles o electrodomésticos varios, el comprar una cadena de música, y más todavía si era de cierta calidad y atractivo externo, era como la primera gran compra que podías hacer. En aquellos tiempos,  no había móviles, o comenzaba a haberlos, pero aparte de llamar o enviar SMS -¿alguien los envía todavía?-, no se podía hacer nada más con ellos. Luego también vendrían –o al mismo tiempo, depende-, el carnet de conducir y el coche, normalmente de segunda mano –o heredado; y claro está, también usado-.

Después de “disfrutar” de un par de cadenas que tuvimos en el comedor, enormes y con tocadiscos, que se cascaron pronto, con veintialgo me compré la mía propia –dejando aparte algún sucedáneo de pésima calidad, marca blanca de alguna gran superficie-, para mi cuarto, que al tener sólo reproductor de CD y cinta, ocupaba mucho menos, y era como una de mis propiedades más preciadas. Cuando se estropeó, y no pude encontrar donde arreglarla –los servicios técnicos también han ido desapareciendo-, la verdad es que me dolió mucho. En cuanto vuelva a tener ingresos, quizá piense en sustituir el cacharrito que tengo por una nueva cadena, de esas que visten las habitaciones individuales, por pequeñas y sobrecargadas de trastos que sean. Será quizá producto de la nostalgia, pero yo lo veo de otra manera: una cadena musical, como un paraguas, te puede durar muchos años, y no acostumbras a tener más de uno al mismo tiempo. Así que, si te van a acompañar durante mucho tiempo, elige bien, y escoge calidad. Y si es algo bonito, mejor.

Ahora sólo me faltaría hablar de la música propiamente dicha, después de extenderme, quizá en demasía, de cómo y dónde escucharla. Pero eso, será en otra ocasión.

 

Y aquí el otro:


II.- LA MÚSICA. LO QUE SE ESCUCHA Y LO QUE SE ESCUCHABA.

En la anterior entrada, o artículo, o lo que fuera –no sabría cómo llamar a algo que, en realidad, no está pensado para que lo lea nadie en particular- hablé, haciendo un espero que no excesivamente pedante ejercicio de nostalgia, de cómo y dónde se escuchaba la música en tiempos en que era joven, y antes de ello, niño o adolescente, y hasta bien entrada la treintena. Ahora, quizá sería interesante –al menos, para el que suscribe esta historieta- comentar algo sobre lo que se escuchaba.

Siempre, siempre, se ha pensado que la mejor música es la música del presente. La que se puede escuchar de artistas no ya vivos y más o menos sanos –al menos, físicamente-, sino que se puedan ver y escuchar en persona, en conciertos y actuaciones, o en épocas más recientes, por radio, televisión o en ordenadores o móviles. Lo que diríamos, “lo que está de moda”. Sin embargo, una cosa es lo que más suena, a lo que más visibilidad se le da, y otra es la música en su conjunto que pueda escucharse porque sus intérpretes todavía están entre nosotros, aunque su momento de mayor gloria ya haya pasado. De hecho, es estos tiempos, en que tanto artistas –si no se quedan por el camino- y la población en general vivimos cada vez más y mejor, no es extraño que el que se hiciera masivamente famoso de joven, pueda todavía publicar discos -entendiendo como tales los LPs y sin tener en cuenta el cómo y dónde se escuchen- y hacer conciertos cuando sólo es escuchado y recordado por el público de su generación.

Otra cosa a tener en cuenta es que, sea en CD, o gracias a las redes sociales o canales de vídeo que tanto tiempo llenan en la vida de los más jóvenes –y de los que no lo son tanto, seamos sinceros-, o del omnipresente Spotify, se puedan recuperar y escuchar una y otra vez las canciones y melodías de otras décadas. Incluso, de épocas anteriores no ya a nuestra juventud, sino a nuestro propio nacimiento. A mí, por poner el ejemplo más cercano –yo soy yo y mi circunstancia, que diría Ortega y Gasset- me encanta escuchar rock y pop británico de los 60, que más bien correspondería a la juventud de mis padres, que por vivir en un país atrasado, pobre y aislado de las corrientes culturales de Occidente, apenas nadie se enteraba de quienes eran los Beatles o los Rollings. Y ya no digamos, los Who, los Kinks o los Animals.

Youtube, una vez que te haces a él y te mueves sin problemas –algo muy sencillo, pues no sólo encuentras gran parte de lo que buscas, aunque tengas una información parcial de ello, sino que además te propone escuchas en las que no habías ni pensado-, es un puente tanto al pasado, como al presente. Aunque a grupos españoles actuales, como Fuel Fandango, o Califato ¾, en realidad los conocí a partir de páginas de Facebook de revistas musicales –en ocasiones, con pasado de papel, y en otras, ya nacidas en el ciberespacio-, o en el caso de León Benavente, por un breve visionado en La 2 de TVE, fue youtube la herramienta y canal que me permitió introducirme en su historia musical. De hecho, si me he ido enterando de que algún grupo de los llamados “de mi época” aún siguen vivos y lanzando LPs y éxitos más o menos reconocidos, como es el caso de Garbage, ha sido gracias a él.

No voy a hacer un listado de los grupos y artistas que me gustan o escucho actualmente, de lo que escuché en mi juventud –realmente, debería comenzar con mi infancia, pues al estar tan presente la música en la televisión y la radio, la escuché desde un primer momento-, o de lo que he descubierto o re-descubierto hace, como quién dice, cuatro días. Sería algo muy particular y subjetivo, además de aburrido.

Sí que me he dado cuenta de una cosa, o más bien de dos:

La primera, es que no solamente se nos quedan grabados los grupos o artistas de una determinada época de nuestra vida, que más bien iría desde el abandono de la infancia hasta los treinta o algo más, sino también que, incluso, nos queda en la memoria que esos artistas tienen en su haber unos éxitos, conciertos y discos –entiéndase por “discos” no vinilos en sentido estricto, sino LPs o parecidos; trabajos musicales, vamos- muy determinados, y que lo que hicieran o dejaran de hacer después de lo que llamaríamos su época dorada, como que nos importa un carajo; y normalmente, para qué negarlo, con toda la razón. Hay gente que envejece muy mal.

Lo segundo, es que no es algo que me haya parecido a mí en particular, por ser un tipo raro o particular, sino que es más habitual de lo que pensaba. Se podría decir que la energía, la necesidad que sentimos por la música, tiene mucha más fuerza y poder en nuestros mejores años. De hecho, a cierta edad, casi te da lo mismo qué escuches y que no, a no ser que nos suene demasiado chirriante o desagradable. Recuerdo un cómic –también de mi juventud, aunque conservo la obra en tomos recopilatorios publicados muy posteriormente para, precisamente, la gente de mi generación, que deseaba recuperarlo con orden y al completo-, el legendario “Odio” de Peter Bagge –ahora convertido en una “vaca sagrada” del cómic alternativo americano que pocos menores de 40 conocen, como no sea de oídas- en el que el protagonista, Buddy Bradley, se encuentra cenando en casa de un amigo, y pregunta qué música está escuchando, porque no suena mal, y le responde el colega que es country. ¡Country! ¡¿Cómo podía ser, que a un rockero de toda la vida, le sonara agradable un tipo con sombrero de vaquero, rascando una guitarra,  cantando a la vida rural entre vacas y caballos?! Pues porque, a cierta edad, ya estás un poco a vuelta de todo. Es por eso que ya no te importa reconocer que sí, que escuchabas algún grupo pop que en público había, por fuerza, que calificar de ñoño o “de chicas”, como Hombres G, o que poco a poco has ido explorando géneros musicales que nunca has tocado, desde la música clásica hasta el flamenco, pasando por el jazz. Y ya no digamos que la música disco o dance –no la mákina o bakalao. Ya tuvimos suficiente en su época. No había forma de escuchar otra cosa en las discotecas-, que siempre nos gustó, aunque no siempre tuviéramos donde bailarla.

Y a todo esto, añadir algo más: no te cierres puertas, ni las de la mente, ni las de los oídos. Aunque me siento más a gusto en la música de entre finales de los ochenta y principios de los dos mil, me agrada ir descubriendo, sin prisa pero sin pausa, nuevas músicas, nuevos grupos y artistas solitarios. Algunos, para disfrutarlos, y otros, para saber con toda seguridad que no me interesan, o por qué no, para ponerlos a tirar de un carro –sí, el criticar por criticar tampoco está mal; de hecho, te lo puedes pasar de coña, oye-. De alguno, hasta he hecho algo tan aparentemente pasado de moda como comprarme un CD de grandes éxitos.

Porque sí, hoy en día, está de moda comprar vinilos –también podría añadir: no es cierto; lo que está de moda es coleccionarlos como rarezas, como inversión o para presumir de moderno, pero te salen por un ojo de la cara, y tampoco es que encuentres tanta variedad-, y se acabó la imposibilidad de comprarte un tocadiscos independiente –separado de una enorme cadena musical-, porque ahora te puedes hacer con uno nuevo por un precio razonable, y el encontrar agujas para el brazo es algo relativamente fácil. Incluso, parece que hay un leve pero creciente movimiento para recuperar la cinta de música: el cassete, o caset, así como suena; ¡cuántos tenemos todavía cintas vírgenes con grabaciones de discutible calidad, que poco a poco hemos ido sustituyendo por CDs! Vamos, si fuerzas de otro mundo son capaces de resucitar la cinta… ¿qué nos espera ya? ¿El disco de baquelita de los primeros gramófonos? Al tiempo, que algunos he visto ya a la venta en tiendas de segunda mano.

Y una cosa más: ¿cómo es posible que la artista que más vinilos venda en todo el mundo sea nada menos que Taylor Swift,  ídolo –sí, en género masculino, porque no hace referencia a personas, sino a lo que simbolizan- de adolescentes? Pues sencillamente, y ellas –y algún “él” también- lo explican sin problemas, porque ese vinilo lleva el nombre y la foto de Taylor. La enorme mayoría de esas jóvenes ni tienen, ni han tenido, ni desean tener en un futuro un tocadiscos. No pretenden escuchar ningún disco. Para eso, ya tienen spotify, y las más mayores, CDs. Lo único que desean, es tener, coleccionar, atesorar, todo lo que haya sido patrocinado por su ídolo, y en lugar de ponerlo a sonar, lo que hacen es colgárselo de la pared. Como un cuadro. O como un póster, como hicieron años atrás sus madres, o quizá sus abuelas.

Y por último: dad una segunda oportunidad a los nuevos discos, éxitos –o singles que se han quedado por el camino-, conciertos y nuevas propuestas de grupos viejos, pero si veis que muchos de ellos perdieron el oremus, el interés y la originalidad tiempo ha, pues no perdáis el tiempo, pero pensar que sí, que a veces todo tiempo pasado sí fue mejor. Así que, si tenéis dinero y una tienda de música cerca, haceros con lo mejor de cada casa. En otros tiempos, los poetas malditos crearon sus paraísos artificiales. Hoy en día, todos podemos. Y sin necesidad de ponernos de opio o de absenta hasta el culo.




miércoles, 9 de octubre de 2019

Kfar Kama: un relato sobre una curiosa aldea.

Después de pasar por un concurso literario, colguémoslo aquí.


Hace  unos meses, a principios de este verano, decidí participar en un concurso literario, el de la Asociación Emilio Carrere, con un relato corto, pero al no tener ni idea de sobre qué tema podría tratar, decidí preguntar a una amiga, a ver si podía darme una idea. Y sí, me la dio, y muy original. Ella sabe de mi interés -que demostré dedicándole no una, sino dos entradas- por el pueblo circasiano. Interés compartido, por lo demás, y me habló de la aldea de Kfar Kama, en el norte de Israel, habitada por una mayoría de circasianos, que llevan décadas conviviendo lo mismo con judíos como con árabes musulmanes, cristianos y drusos. 
No tardé mucho en escribir el relato, si bien es demasiado corto para mi gusto, pero así lo exigían las bases del concurso, y una vez que lo escribí, no lo cambié -algo no muy habitual, pues cuando escribo relatos que me parece que quedarían mejor con una mayor extensión, no tengo problema en dársela-. Y a falta de otro sitio donde enseñarlo, pues lo cuelgo aquí mismo, esperando que alguien más lo lea:


KFAR KAMA.

Bibras caminaba en silencio por las calles de su pueblo, Kfar Kama, al norte de Israel. No era, aquella pequeña población, un lugar común. Habitada por judíos, drusos, palestinos musulmanes y cristianos, era mayoritariamente circasiana, como el mismo Bibras, que se dirigía a la parada de autobús para volver al cuartel donde realizaba su servicio militar, como todos los hombres de su pueblo.
La soledad, en un pueblo en silencio absoluto, con calles vacías, lo mismo atrae el aburrimiento o la fantasía, que hace presa fácil de comunidades que cuentan con un generoso acerbo de mitología.
Los pueblos guerreros acaban vistiendo uniforme, y los circasianos fueron grandes luchadores. Hombres a caballo, altos gorros y largos abrigos de piel, afiladas espadas de acero, señores de las cumbres, fantasmas de los bosques, aplastados por los ejércitos del zar, se dispersaron, vencidos pero orgullosos del deber cumplido, por las tierras de Oriente, atravesando desiertos, poblando ciudades, levantando aldeas…
Las hazañas de los narts, los héroes, transcurrían antes sus ojos: Sosriqwe, que decapitó a un gigante;  la divina Setenay, reina y madre de héroes; la hechicera Ediyixu y su esposo, Psebide, ladrón de caballos… ¡qué lejanos quedan, roto el silencio por un vulgar autobús!

La mezquita anexa al centro de herencia cultural circasiana de Kfar Kama.


Parte de los miembros de una asociación cultural de la aldea.

Y sí, Kfar Kama es un lugar real.

jueves, 11 de julio de 2019

John Reinhard Weguelin, retratista de la mitología griega.

Autor británico de la Época Victoriana, famoso por su deslumbrante Lesbia.


El hombre que pintó a Lesbia, como sólo Catulo podría imaginarla.

John Reinhard Weguelin fue pintor británico de la Época Victoriana, contemporáneo de los prerrafaelitas, aunque ni él se consideró nunca parte del movimiento, ni tampoco ningún crítico o historiador de arte lo ha emparentado con éstos, al contrario que a pintores más cercanos a Weguelin que a Millais o Rossetti, como Edward Poynter o Alma-Tadema, que más bien serían un intermedio entre neoclásicos de estilo más o menos academicista y los miembros y seguidores de la Hermandad, si bien fueron capaces de ir más allá que sus equivalentes franceses, por poner un ejemplo geográfico cercano. Lamentablemente, Weguelin acabó, como los demás -prerrafaelitas, academicistas, neoclásicos, o cualquiera que resultara mezcla de todo ello- por ser olvidado tras la I Guerra Mundial. Tras los horrores de la Gran Guerra, se produjo el doloroso nacimiento de un mundo nuevo, y las delicadezas y sensibilidad de la pintura sobre temas de la antigua Grecia o la poderosa Roma, de la mitología antigua, o de ninfas, sirenas y otros seres mitológicos ya no tenían espacio para ellas. Sólo en los últimos años -y precisamente, gracias a internet, a la nueva tecnología, además de la aparición de libros no especialmente caros- todos estos antiguos maestros -no tan antiguos, realmente- han comenzado a ser conocidos por los hombres  y mujeres de nuestro tiempo, deseosos de disfrutar de la pintura figurativa, de maestros sepultados por el olvido de forma tan injusta como, en muchos casos, completa.
Weguelin nació en 1849 en Sussex, en el sur de Inglaterra -allá donde nació el país, realmente-, y falleció en 1927, en una época en que ya nadie se acordaba de él, en Hastings, en la costa del sudeste del país, célebre por la famosa batalla que ganó Guillermo I el Conquistador, que gracias a ella consiguió el trono inglés. Weguelin tuvo como ejemplos a seguir a los ya nombrados Poynter y Alma-Tadema. Le agradaban sus temáticas -bellas damas griegas y romanas, mitología griega, seres mitológicos como ninfas y sirenas...-, su luz, el color, flores y plantas... parecido al también considerado prerrafaelita John William Waterhouse -si él se veía como uno de ellos, la verdad es que nunca lo he tenido claro; es muy posible que no-, pero con más luz -y quizá mejor retratada- y menos ropa.

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"Lesbia" (1878) fue, y es, la obra más conocida de Weguelin. Es una pintura luminosa, bella, con una Lesbia que, sin duda, de haberla imaginado así Catulo,  no resulta extraño que perdiera la cabeza por ella.

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"Obsequios de un gato egipcio" (1886), fue un raro caso en que Weguelin pintó un cuadro de temática egipcia -y eso que, para los británicos de la época, el Egipto de los faraones resultaba, si cabe, más atractivo todavía que la Grecia y Roma antiguas, por ser un mundo que estaba comenzando a descubrirse más allá de leyendas y relatos bíblicos-.

"El columpio" (1893) fue su retorno a la acuarela. Ya no volvió a la pintura al óleo, y llegó a ser uno de los grandes a la hora de pintar con ese material.

Weguelin demostró su pericia con tres técnicas distintas: la pintura al óleo, la acuarela, y la ilustración interior para libros. La acuarela fue el tipo de pintura preferida tanto en sus primeros tiempos, como en los últimos años de pintor activo, mientras la pintura al óleo fue con la que pintó gran parte de sus obras más conocidas, empezando por su "Lesbia" (1878), la musa -real, no imaginaria o fantástica- del poeta romano Catulo, que tantos y tan románticos, y también tórridos versos le dedicó, aunque, una vez que la Lesbia real pareció darle calabazas, no dudó en criticar y mostrar desprecio y resentimiento hacia la misma dama. Muchos historiadores actuales creen a fuentes de la época, o muy poco posteriores a la vida del poeta, al pensar que la tal Lesbia era Clodia, hermana de Clodio, miembro de los Claudios patricios que decidió hacerse plebeyo -legalmente- por decisión propia, para poder representarlos como tribuno de la plebe, pero que más bien fue un agitador político-social, en ocasiones un auténtico peligro púbico, y en otras, un vividor despilfarrador. De Clodia, antes Claudia, y su hermana Clodilla -ambas también se cambiaron el nombre- se habló mucho en sus tiempos, casi siempre mal, más por romper con todas las convenciones sociales que la época imponían a las mujeres nobles, que por ser tan destructivas, socialmente hablando, como su hermano -que acabó asesinado, no está muy claro por quién-. Pero Weguelin retrata aquí a una Lesbia que no parece el retrato de una dama romana real, sino como un ser mortal, pero de aspecto casi divino, mítico, donde la luz parece acariciarla tanto como su ropa casi transparente, que más que vestirla, se diría que enmarca su hermoso físico.

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"El baño" (1890) fue uno de sus últimos trabajos de importancia al óleo, y también de los que, en aquellos -muy- conservadores tiempos, más dio que hablar. Que transcurriera en la Grecia o Roma antiguas, o en otros tiempo o lugar, era lo de menos. Era la belleza femenina, desnuda y pura, lo que retrató Weguelin.

"La sirena de Zennor" (1900) es un ejemplo de su virtuosismo a la hora de pintar acuarelas. El personaje masculino, el joven que se encuentra con una sirena como si tal cosa -resulta evidente la sorpresa del muchacho- va vestido con ropa del Renacimiento, quizá por deseo del artista de cambiar un poco de época, aunque el personaje de la sirena es griego -al menos, hasta que Andersen lo resucitara y la trasladara a Escandinavia-.

"Presionando las uvas" (1880) es un óleo que fue re-descubierto en una casa de Portland -en el estado de Maine, Nueva Inglaterra, no en Oregón-, y que se ha atribuido a Weguelin.

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin
Ejemplos de su trabajo de ilustrador para los "Cantos populares de la Antigua Roma" -más exactamente, "El fantasma de la esposa de Periandro"- de Thomas Macaulay.

Además de cuadros, y para ganarse la vida cuando los encargos de pintura escaseaban, trabajó como ilustrador. Su encargo más conocido -en su época, al menos- fue para los "Cantos populares de la Antigua Roma" de Thomas Macaulay, una versión ilustrada de los poemas -como no- de Catulo, y una traducción del griego de poemas de Anacreonte -nacido más o menos cuando falleció Safo de Lesbos, y que se hizo un nombre en la época clásica-, realizada por Thomas Stanley.
Weguelin no estudió, como tantos otros, en la Royal Academy, pero sí expuso allá. En sus años de madurez, al volver a la acuarela -que no estuvo nunca muy representado en la Royal-, ingresó en la Royal Watercolour Society, formada por artistas que preferían dicho tipo de pintura.

Respecto a las fuentes, básicamente he tirado de Wikipedia, no sólo en castellano, sino también en inglés, de donde también son las imágenes. Las ilustraciones de los "Cantos populares..." viene de la web "Meisterbrucke".

Más arte en la calle en Reus.

Una calle transformada en un museo.


Hará una eternidad que hablé sobre arte callejero -o en la calle, por si lo de "callejero" pueda considerarse erróneamente despectivo-, realizando pinturas en armarios de instalaciones eléctricas en distintas calles de mi ciudad, de Reus. No es que viva, precisamente, en una ciudad muy turística,  aunque sí es cierto que atrae, si no turistas propiamente dichos, sí visitantes de poblaciones cercanas, aunque más por el comercio o tomarse algo que por otra cosa. Aún así, creo que no está de más hablar de otros atractivos, aunque se trate de lo que se llama "arte efímero", o por su corta duración, o por tratarse de exposiciones temporales.
Esto es lo que sucede en este caso. se trataría de la Calle Pere Òdena, que si destaca por algo, es porque, al no haber entrada a viviendas particulares, ni haber locales de ningún tipo abiertos al público -en realidad, ni cerrados; lo que hay son entradas secundarias a locales, diría que cerrados, con entrada por otras calles-, así que no hay mejor sitio para transformarla en un espacio de exposición temporal de arte, en el Street Gallery '2019, que es como se llama la iniciativa.
No quiero enrollarme más con ello -básicamente, porque poca información encontré sobre ello, más allá de un artículo del diario "Més digital" -imagino que también habrá algo en el "Diari de Tarragona, pero no he tenido mucho tiempo de buscar, la verdad-, así que paso a colgar aquí las fotos de cada una de las obras, que hice lo mejor que pude, con un móvil no mucho mejor que mis cualidades como fotógrafo. Pues aquí va.

"Identitats" ("Identidades"), de Meri Via.

 "Fetillera" ("Hechicera"), de Aisa.

 "Continguts" ("Contenidos"), de Alba Domingo.

 Obra sin título, de Sara Porras.

 "Grapes and the sunlight" ("Uvas y luz solar"), de Naomi Kubo.

 "Mujer salvaje", de Thais Granero.

 "Wai wai", de Dawnoi Martí.

 Obra sin título, de Clara Corax.

"L'amor propi" ("El amor propio"), de Laie Toldrà.

 En la misma calle se puede leer el nombre de cada artista y de cada obra.

 Para llegar a la exposición, se pueden encontrar señales en el suelo...

... o en una pared enyesada.

Y además, también en Reus:


 Dos fotos de la estatua de Jaume Plensa "Cos de llum" -"Cuerpo de luz"- que se encuentra a la entrada de la biblioteca Pere Anguera de Reus.

 Esta obra es distinta a las anteriores. Está pintada directamente en la pared -por tanto, no es temporal-, y no he visto firma y nombre de la obra-. Se encuentra cerca de las otras, eso sí. 

Uno de los "armarios-cuadros", con el campanario de Reus. Fue otra campaña de arte en la calle, que todavía se puede encontrar por medio Reus.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Un relato que me ha sobrado, y he decidido colgar aquí: "Los que viven en la oscuridad".

Aunque haya resultado largo para cualquier concurso, aquí encuentra su sitio -de eso me encargo yo-.


Unas cuantas líneas escritas en un momento libre.

Tenía ganas de escribir algo, y si ese algo pudiera ser enviado a un concurso literario -no porque piense que tenga posibilidad de ganar, sino por el gusto de escribir-, pues mejor todavía. Pero en los dos únicos concursos literarios de este año que encontré -aunque también es cierto que no busqué con muchas ganas, en seguida me cansé de hacerlo-, exigían un máximo de 200 palabras, y a mí me salían casi 300, y como no sabía por donde recortar... pues no recorté, pero como no me desagradó, pues lo cuelgo aquí. 
Al fin y al cabo, para eso se tiene también un blog, ¿no? Colgar mis cosillas.

Y aquí va. Un relato de fantasía, o algo así:


LOS QUE VIVEN EN LA OSCURIDAD.

La joven criatura se movía entre aquella inmensidad oscura, donde la costumbre, más que los sentidos, le indicaban donde se encontraban los siniestros y casi siempre vacíos edificios, los resbaladizos caminos, que no calles, como embarrados y pegajosos, o lo que aparentaban ser árboles, o algún tipo de ser vegetal. O de otra naturaleza…
No era raro encontrarse con otros hermanos y hermanas, que se movían con la misma mezcla de celeridad, ansia y cansancio existencial. En ocasiones se saludaban de forma rápida, más por solidaridad por compartir tan vacía, aburrida y, sin duda, demasiado larga existencia, que por simple educación. No había mucho tiempo ni espacio para la urbanidad y las buenas maneras, en la tierra sin nombre, sin luz, sin color, sin nada…
La joven criatura… ni nombre quizá tenía. Ni nombre, ni nacimiento, ni sentido de que algún día le llegaría el fin. Lo único que podía  hacer, a lo único que parecía aspirar en su insípida existencia, era a seguir las luces, las siluetas luminosas, que le daban, a ella y a los demás, alimento, calor, y una mínima posibilidad de ver, de darse cuenta de lo que les rodeaba. ¡Qué mísera y triste vida! ¡Si por lo menos hubiera algún tipo de luz equivalente a lo que llamamos Sol, que les permitiera moverse por ese mundo de una forma algo menos miserable…!
¡Qué calor hacía en aquella pequeña ciudad de la meseta castellana! Difícil resultaba ver muchos turistas extranjeros, allá. La joven alemana se secó el sudor con el dorso de la mano, bebió otro trago de su botella de agua, ya casi vacía- ¡lo caro que resultaba proveerse de ella en las tiendas o puestos, tan rápido se le acababa!-, y siguió deambulando por aquellas viejas calles, tan cargadas de historia como de silencio y soledad. Y detrás de ella, su sombra, que aparecía y desaparecía. Y cuando así era ¿dónde marchaba? ¡En qué cosas se piensa cuando uno pasea en solitario por una población desconocida! ¿Habría en algún lugar, en una desconocida dimensión, un país de las sombras? ¿Y qué tipo de existencia, si así podría llamarse a su eterno deambular, llevarían aquellas oscuras criaturas?

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Y ya está. Cortito, ¿no? La próxima vez, espero, más y más largo.