martes, 31 de diciembre de 2013

El cuento original de "La vida secreta de Walter Mitty".

El pequeño relato en que se basaron las dos adaptaciones cinematográficas: la de Danny Kaye (1947), y la de Ben Stiller (2013).


Esta reseña la creo un poco por casualidad. Hace poco se anunció una nueva versión de "La vida secreta de Walter Mitty", basada en un cuento corto popular norteamericano -de 1939, pero que todavía mucha gente conoce, y que han leído en algún momento-. Hace años, muchos, pude ver la primera versión cinematográfica, la de Danny Kaye, de 1947 -ha llovido mucho, desde aquella época; también, aunque no tanto, desde que era relativamente fácil ver por televisión películas clásicas, y que ahora, muchas veces de forma bastante gratuita, son consideradas, simplemente, como antiguallas-. Siendo como era niño, una película musical -en inglés, idioma que no conocía en absoluto, aunque ahora, aunque lo escriba y lea relativamente bien, sigo sin apenas saber hablar o poder comprender oralmente- podía resultarme, quizá, un poco pesada, pero Kaye, que quizá no era un actor extraordinario, pero sí estaba hecho para la comedia, era buen bailarín y cantante -en realidad, un auténtico showman, fue uno de los primero "conductores" de un programa de televisión propio, "La hora de Danny Kaye", que tantos imitadores o reinventonres tendría con el paso de los años-, y era capaz de llevar por sí mismo el protagonismo de historias que, de otra forma, y en manos de otros actores, podrían resultar, incluso para la época, demasiado poco creíbles, o, por decirlo de otra forma, no tendrían por donde aguantarse. Algo parecido podría decirse de Ben Stiller -conocido en Europa, pero de enorme fama en su país-, aunque no puedo decir mucho de la nueva versión, que todavía no he visto -aunque quizá aproveche estas navidades para hacerlo; la cosa está mal, pero no creo que me arruine por ir al cine un par de veces, y más, cuando no acostumbro a hacerlo en días festivos, que es más caro-. No me extenderé, sin embargo, en las películas, sino en el relato que sirvió de base para ellas.

El cartel de la primera versión, de 1947, de Danny Kaye.

El cuento original, del mismo título, fue obra del escritor, periodista y caricaturista James Thurber, al que podría considerarse como un "artista popular"; en el sentido de que no escribió o realizó ninguna obra de arte tal como la considerarían los críticos y expertos -sea lo que sea, lo que se pueda entender como "expertos"-, pero sus pequeños relatos, publicados casi todos en la revista "The New Yorker" -este, en 1939-. Más adelante, estos relatos se recogerían en diversas antologías -las más recientes, serían conocidas simplemente como "James Thurber: escritos y dibujos", que serían las ediciones que le harían conocido a posteriores generaciones, transformándolo en parte de la cultura popular anglosajona-, y no se ha dejado de vender, aunque sean en tiradas más modestas, hasta hoy en día. 
El cuento original apenas serían, en un libro de formato más o menos mediano, dos o tres páginas, o poco más, si se añadía alguna de sus ilustraciones. El personaje, además, no es exactamente el que vemos en las dos películas: es un hombre casado -no un solterón en busca de un amor supuestamente imposible-, que acompaña a su esposa a sus compras semanales en la ciudad, y deja volar su imaginación para olvidarse un poco de ella, de sus obligaciones, y de su aburrida vida. Nuestro hombre lo mismo se ve pilotando un hidroavión en medio de una tormenta, como yendo a una misión casi suicida de bombardeo a un polvorín enemigo, pero en la vida real, no deja de ser un anodino e inofensivo Don Nadie. El nombre del protagonista, incluso, llegó a formar parte del habla popular. Un "Walter Mitty", para muchos norteamericanos -aunque algunos no conozcan el cuento más que de oídas, o ni eso- es, no un personaje fantasioso por sí, sino alguien que parece vivir en las nubes, en la luna, y que, aparentemente, no sabe ni donde está, ni lo que tiene que hacer, porque tiene una enorme facilidad para abstraerse de la realidad, que poco o nada le interesa. Gente, tal vez, poco dada a la acción, porque ésta la encuentra, la crea, en su propia cabeza, sin necesidad de buscarla en la realidad. Gente, por tanto, cómodamente soñadora, un tanto abúlica, pero inofensiva.

Un cartel publicitario de la nueva versión, de este año, poco antes de su estreno.

Así pues, como tenía interés por leer el cuento, y al no haberlo encontrado en castellano -aunque imagino que existe, aunque no lo encontré, tal vez más por falta de interés que tiempo-, decidí traducir el original en inglés. El problema, como en "El sueño de Sultana", que fue lo primero que "publiqué" en el blog, es que mi inglés es modesto -tan modesto, que en no pocas ocasiones, ni se deja ver-, así que me hice ayudar por el traductor del Chrome, por un diccionario y un libro de gramática, y una pequeña ayuda -humana- externa. Y por mi propio inglés, claro, que tampoco es tan malo. Una parte del trabajo de "corrección" -largo y arduo, aunque no lo parezca- es el lío que se hace cualquier máquina con las formas verbales, artículos determinados, género y número de las palabras, o por los diversos pronombres. Pero ahí está. No es la mejor traducción -penoso sería, encontrarme ahora en la red con una mejor, aunque traducirla, aunque sea artificialmente, sea más divertido-, pero al menos se entiende.
Bueno, pues aquí está la historia. Modesta, pero con dos películas a sus espaldas:

La vida secreta de Walter Mitty.

"Estamos pasando". La voz del comandante era como romper el fino hielo. Llevaba su uniforme de gala, con la gorra blanca fuertemente enroscada, ladeada desenfadadamente sobre un ojo frío y gris. "No podemos hacer eso, señor. Está corriendo un gran riesgo por un huracán, si desea saber mi opinión." "No se la estoy pidiendo, teniente Berg", dijo el Comandante. "¡Encienda los indicadores luminosos! ¡Acelere hasta 8500! ¡Estamos pasando!" El golpeteo de los cilindros aumentó: ta-pocketa-pocketa-pocketa-pocketa-pocketa. El comandante se estrelló contra el cristal de la cabina del piloto, donde se estaba formando hielo. Se acercó y revisó una hilera de complicadas esferas y diales. “¡Encender auxiliar número 8!”, gritó. "¡Encended auxiliar número 8!", repitió el teniente Berg. "¡Potencia completa en la torreta número 3!", gritó el comandante. "¡Potencia completa en la torreta número 3!" La tripulación, observando desde sus puestos el enorme destrozo del “motor de ocho” del hidroavión de la marina, se miraron unos a otros sonriendo. “El “Hombre Viejo”  está con nosotros”, se dijeron unos a otros. “¡El “Viejo” no tiene miedo del infierno!”. . .
"¡No tan rápido! ¡Estás conduciendo demasiado deprisa!", dijo la señora Mitty. "¿Por qué estás conduciendo tan rápido?"
"¿Hmm?", dijo Walter Mitty. Miró a su esposa, en el asiento de al lado, asombrosamente escandalizada. Le pareció de lo más extraña, como una mujer desconocida que hubiera gritado en una multitud. "Ibas a cincuenta y cinco", dijo. "Tú sabes que no me gusta ir a más de cuarenta. Estabas yendo a cincuenta y cinco." Walter Mitty siguió conduciendo hacia Waterbury en silencio, el rugido del SN202 a través de la peor tormenta en veinte años de la  aviación de la marina de guerra desvaneciéndose en la distancia, las líneas aéreas  producto de su mente. "Estás tenso de nuevo", dijo la señora Mitty. "Uno de estos días, me gustaría que permitieras al dr. Renshaw que te hiciera una revisión médica.
Walter Mitty detuvo el coche delante del edificio donde su esposa tenía pensado arreglarse el cabello. "Acuérdate de conseguir esas botas de agua mientras me peinan el cabello", dijo. "No necesito zapatos de goma", comentó Mitty. Ella guardó su espejo en el bolso. “Ya hemos hablado sobre eso", dijo ella, saliendo del coche. "Hace tiempo que ya no eres un hombre joven." Volvió a poner en marcha el motor. "¿Por qué no te pones los guantes? ¿Has perdido tus guantes?" Walter Mitty buscó en un bolsillo y sacó los guantes. Se los puso, pero después de que ella se hubiera vuelto y entrara en el edificio, y en cuanto se paró delante de un semáforo en rojo, se los quitó de nuevo. "¡Muévase, hermano!" Espetó un policía cuando la luz cambió, y Mitty, apresuradamente, se volvió a poner los guantes los guantes mientras sentía cómo se tambaleaba hacia delante. Condujo por las calles sin rumbo durante un tiempo, para después pasar por delante del hospital en su camino al área de estacionamiento.
. . . "Es el banquero millonario, Wellington McMillan”, exclamó la bonita enfermera. "¿Sí?", dijo Walter Mitty , mientras se quitaba lentamente los guantes." ¿Quién es el responsable de su operación?" "El doctor Renshaw, y el doctor Benbow, pero se harán cargo otros dos especialistas: el doctor Remington de Nueva York, y el doctor Pritchard-Mitford de Londres. Ellos se han hecho cargo." Se abrió una puerta en un largo y fresco pasillo, y de ella salió el doctor Renshaw. Se le veía angustiado y demacrado. "Hola, Mitty", dijo. "Lo estamos pasando endemoniadamente mal con McMillan, el banquero millonario y amigo personal de Roosevelt. Obstreosis del tracto ductal. Terciario. Me gustaría que le echaras un vistazo a." "Con mucho gusto", dijo Mitty .
En el quirófano se hicieron las presentaciones entre susurros: "Doctor Remington, el doctor Mitty. Doctor Pritchard-Mitford, el doctor Mitty." "He leído su libro sobre estreptotricosis -dijo Pritchard-Mitford, estrechándole la mano-. Una obra brillante, señor.” “Gracias”, dijo Walter Mitty. "No sabía que estuviese en los Estados Unidos, Mitty", refunfuñó Remington. "Mil gracias, por enseñar a Mitford como tratar un terciario." "Es usted muy amable", dijo Mitty. Una enorme y complicada máquina, conectada a la mesa de operaciones, con muchos tubos y cables, comenzó en ese momento a sonar –pocketa-pocketa-pocketa-. "¡El nuevo aparato anestesista está poniéndose en marcha!" -gritó un ayudante- ¡Y no hay nadie en la Costa Este que sepa realmente como funciona!" "¡Tranquilo, hombre!", dijo Mitty, en voz baja y manteniendo la calma. Se acercó a  la máquina, que ahora estaba sonando pocketa-pocketa- queep-pocketa-queep. Comenzó a manipular delicadamente una hilera de brillantes botones. "¡Denme una pluma!", espetó. Alguien le entregó una pluma estilográfica. Sacó un pistón defectuoso de la máquina e insertó la estilográfica en su lugar. "Eso va a mantener en buen funcionamiento durante diez minutos" –dijo-. Adelante con la operación." Una enfermera se acercó y le susurró a Renshaw, y Mitty vio al hombre palidecer. "Me temo que es una coreopsis", dijo Renshaw nerviosamente-. ¿Quiere tomar el control, Mitty?" Mitty miró la atemorizada figura de Benbow, y los graves y confusos rostros de los dos grandes especialistas. "Si así lo quiere", dijo. Se colocó por encima de su ropa un vestido blanco, se ajustó una máscara y se  puso los delgados guantes; las enfermeras le entregaron su brillante. . .
"¡Retrocede, Mac! ¡Cuidado con el Buick detrás tuyo!" Walter Mitty pisó el freno. "Carril equivocado, Mac", dijo el encargado del aparcamiento, mirando a Mitty de cerca. "Gee-Yeh", murmuró Mitty. Comenzó a retirarse con cautela del carril marcado "Sólo Salir." "Puede dejarlo ahí", dijo el empleado. "Me encargaré de aparcarlo". Mitty se bajó del coche. "Hey, deje mejor la llave puesta". "Oh", dijo Mitty, mientras entregaba al hombre la llave de contacto. El encargado se dejó caer en el interior del coche, dio marcha atras con insolente habilidad, y lo aparcó en su plaza correspondiente.
Son tan groseramente arrogantes -pensó Walter Mitty, caminando por Main Street-. Creen que lo saben todo. Una vez intentó quitar sus cadenas para la nieve, en las afueras de New Milford, y acabó provocando una avería alrededor de los ejes. Un hombre tuvo que ir a recogerlo con un camión-grúa. Un joven empleado del taller, con una sonrisa burlona. Desde entonces, la señora Mitty siempre le hacía conducir a un garaje para que le sacaran allá las cadenas. La próxima vez, pensó, llevaré mi brazo derecho en cabestrillo; entonces si que no sonreirán delante mío. Tendré mi brazo derecho en cabestrillo y se darán cuenta de que me resultaría imposible retirar las cadenas por mí mismo. Dio una patada en el fango de la acera. "Botas de agua", se dijo, y comenzó a buscar una zapatería.
Cuando salió a la calle de nuevo, con las botas de agua en una caja bajo el brazo, Walter Mitty comenzó a preguntarse qué otra cosa que otra cosa que le había dicho su mujer que debía conseguir. Se lo había dicho en dos ocasiones, antes de salir de su casa de Waterbury. La verdad es que odiaba aquellos viajes semanales a la ciudad, en los que siempre debía salir algo mal. ¿Pañuelos de papel, pensó, Squibb’s –polvos de talco-, hojas de afeitar? No. ¿Pasta y cepillo de dientes, bicarbonato, carborundum? ¿Iniciativa y referéndum? Acabó dándose por vencido. Pero ella lo recordaría. "¿Dónde está el-cómo-se-diga?" Lo que pidiese. "No me digas que has olvidado el-cómo-se-diga." Un vendedor de periódicos pasó gritando algo sobre el juicio de Waterbury.
. . . "Tal vez esto le refresque la memoria." El Fiscal de Distrito sacó repentinamente una pesada automática que puso a la vista de la tranquila figura sentada en el estrado de los testigos. "¿Alguna vez ha visto esto antes?" Walter Mitty tomó el arma y la examinó con pericia. "Este es mi Webley-Vickers 50.80", dijo con calma. Un rumor creciente corrió alrededor de la sala de audiencias. El juez llamó al orden. "Tú eres un as con cualquier tipo de arma de fuego, ¿verdad?", dijo el fiscal del distrito, insinuante.  "¡Protesto!", gritó el abogado de Mitty. "Hemos demostrado que el acusado no podría haber hecho el disparo. Hemos demostrado también que llevaba el brazo derecho en cabestrillo en la noche del catorce de julio." Walter Mitty levantó la mano brevemente, y los abogados que discutían se calmaron. "Podría haber matado a Gregory Fitzhurst con cualquier marca conocida de armas -dijo sin alterarse- a trescientos pies y con la mano izquierda." En la sala del tribunal se desató un pandemónium. El grito de una mujer se hizo oír por encima del caos, y de repente, una hermosa joven de cabello oscuro apareció en brazos de Walter Mitty. El fiscal de distrito la golpeó salvajemente. Sin levantarse de su silla, Mitty golpeó al hombre en la punta de la barbilla. "¡Miserable canalla!". . .
"Galletas para cachorros", dijo Walter Mitty. Dejó de caminar y los edificios de Waterbury, saliendo de la sala de audiencias de niebla y lo rodeó de nuevo. Una mujer que pasaba se echó a reír." Dijo “galletas para cachorros”, comentó al hombre que la acompañaba." Ese hombre se dijo a sí mismo “galletas para cachorros." Walter Mitty  se apresuró. Entró en una tienda de animales, no la primera que encontró, sino una más pequeña situada más arriba de la calle. "Quiero unas  galletas para perros pequeños, jóvenes". El dependiente preguntó: "¿Alguna marca en especial, señor?" El mayor disparo de pistola  del mundo resonó durante un momento. "Dice 'Los cachorros ladran por él' en la caja ", dijo Walter Mitty .
Su esposa estaría de vuelta de la peluquería en quince minutos - Mitty pensó, tras mirar su reloj-, a menos que se retrasaran por el secado. A veces tenían problemas para secarle el cabello. No le gustaba llegar al hotel la primera;  quería que él estuviera allí esperando por ella, como de costumbre. Encontró una gran silla de cuero en el vestíbulo, frente a una ventana, y se puso las botas de agua y la caja de galletas para cachorros en el suelo, junto a él. Cogió un viejo ejemplar de “Liberty” y se dejó caer en la silla. "¿Puede Alemania conquistar al mundo desde el aire?" Walter Mitty miraba las fotos de bombarderos, y de calles en ruinas.
. . . "Los proyectiles de artillería alcanzaron al joven Raleigh, señor", dijo el sargento. El capitán Mitty lo miró a través de su pelo enmarañado. "Llévalo a la cama -dijo con cansancio-, con los otros. Voy a volar solo." "Pero eso es imposible, señor -dijo el sargento con ansiedad-. Se necesitan dos hombres para manejar ese bombardero y los Archies han desatado el infierno en el aire. El circo de Von Richtman está entre nosotros y el pueblo de Saulier." "Alguien tiene que conseguir alcanzar ese depósito de municiones -dijo Mitty-. Voy a ir. ¿Un poco de coñac?" Se sirvió una copa para el sargento y otra para él. La guerra tronó y gimió alrededor del refugio golpeando en la puerta. Destrozaron  la madera y las astillas volaron a través de la habitación. "Un poco demasiado cerca", dijo el capitán Mitty descuidadamente. "Las andanadas de fuego antiaéreo para bloquearnos están cada vez más cerca", dijo el sargento. "Sólo se vive una vez, sargento", dijo Mitty, con una sonrisa tenue y fugaz. "¿O no?" Se sirvió otro coñac, y lo sacudió haciendo que cayera fuera. "Nunca he visto un hombre capaz de sostener su brandy como usted lo hace, señor", dijo el sargento. "Disculpe señor." El capitán Mitty se puso de pie, con su enorme Webley-Vickers automático al cinto. "Son cuarenta kilómetros a través del infierno, señor", dijo el sargento. Mitty terminó una última copa de brandy. "Después de todo -dijo en voz baja- ¿Qué no lo es?" El temblor producido por los cañones aumentó, pero no se oía el rata-tat-tatteo de ametralladoras, y de alguna parte llegó el amenazante  pocketa-pocketa-pocketa de los lanzadores New Flame. Walter Mitty se acercó a la puerta de la caseta tarareando "Auprès de Ma Blonde." Se dio vuelta y se despidió del sargento. "¡Hasta luego!", dijo. . . .
Algo golpeó su hombro. "He estado buscándote por todas partes en el hotel", dijo la señora Mitty. "¿Qué haces tumbado en esa vieja silla? ¿Cómo esperas que te encuentre?"  "Las cosas se acaban, "dijo Walter Mitty vagamente. "¿Qué? -dijo la señora Mitty- ¿Conseguiste el-cómo-se-diga? ¿Las galletas para cachorros? ¿Qué hay en esa caja?"  "Botas de agua" -dijo Mitty- "¿Y cómo es que no te las has puesto en la tienda?" "Yo estaba pensando -dijo Walter Mitty-, ¿se te ha ocurrido pensar que a veces estoy pensando?" Ella lo miró. "Cuando llegue a casa, tendré que tomarle la temperatura", se dijo.
Salieron por la puerta giratoria, que hizo un silbido débilmente burlón cuando les empujó. Fue dos manzanas de la plaza de estacionamiento. En la farmacia de la esquina le dijo: “Espérame aquí. Me olvidé de algo. No será más de un minuto.” Ella era más que un minuto. Walter Mitty encendió un cigarrillo. Comenzó a llover, lluvia con aguanieve. Se puso de pie contra la pared de la farmacia, fumando. . .  Colocó sus hombros hacia atrás y juntó los talones. "Al diablo con el pañuelo", dijo Walter Mitty con desprecio. Echó una última calada al cigarrillo y lo tiró a la basura. Luego, con esa sonrisa débil y fugaz jugando en sus labios, frente al pelotón de fusilamiento; erguido e inmóvil, orgulloso y desdeñoso, Walter Mitty el invicto, inescrutable hasta el final.


martes, 3 de diciembre de 2013

¡Los humanos están entre nosotros!


La verdad es que, últimamente, no es que me esté trabajando mucho, lo de subir cosas al blog. De repente, hago un par de entradas, y ahora mismo, por falta de tiempo, aparentemente lo tengo otra vez dejado. Sin embargo, como sí que me llegan las horas para perderme por el ciberespacio, en ocasiones encuentro cosas interesantes de ese tipo que, si intentas encontrarte con ellas por segunda vez, con toda seguridad, ya no vuelves a saber de ellas.
En este caso, me encontré con tres falsos carteles, creados por la agencia italiana Saatchi & Saatchi -no se sabe bien si de una serie de películas, o de supuestos programas de "misterio paracientífico"-, que muy bien podrían ser portadas de -por desgracia imaginarios- libros o revistas, encargados por el canal norteamericano de ciencia-ficción "Sci-Fi Channel" -la verdad es que, con ese nombre, ¿de qué iba a tratar?-, que tienen unos curiosos destinatarios: en lugar de avisar, o más bien de espantar, a los seres humanos sobre los (supuestamente) terribles seres que nos rodean y se ocultan en la oscuridad o en lugares poco accesibles, son estos mismos -extraterrestres, zombies, monstruos del lago- los que son avisados de esa tremenda plaga, extendida a lo largo y ancho de nuestro mundo, y que no se detiene ante nada ni ante nadie a la hora de adueñarse de lo que todavía no está en sus manos, y conocidos como humanos.

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En este caso, es la "bestia" del lago, la que no puede estar tranquila en su apestoso pero hogareño pantano, sin que alguna temible rubia le venga a fastidiar.

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¿Y quién ha dicho, que los muertos vivientes no quieran, simplemente, estar tranquilos en sus cementerios? ¿No tienen los humanos otro sitio por donde pasear o fastidiar un rato?

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Y por último, los extraterrestres. Tanto quejarse de que si nos visitan -aunque, desde hace años, poco se habla ya de platillos volantes y tipos verdes con la cabeza gorda y ojos enormes- y no paramos de hacer planes para llegar a Marte, a cualquier mundo del Sistema Solar, y más allá, como si allá no viviera nadie.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Una entrada -como novedad- sobre escultura: Jaume Plensa, el hombre que esculpe con letras y cifras.

El descubrimiento -a pesar de que en mi ciudad existe una obra suya- de un escultor de lo más original.

La escultura, como la pintura, no son lo que se dice mi fuerte, pero cuando tienes cierto interés por el arte y la cultura en general, acabas teniendo cierto conocimiento de autores, obras y estilos, y aunque mucho de todo ello te entre y te salga de la cabeza con la misma facilidad, y necesites "encontrarte con artes y artistas" en más de una ocasión, para que sus nombres y características te acaben quedando en la mente, en no pocas ocasiones, aún a riesgo de que también acabes en parte olvidándote, te llaman la atención ciertos personajes y obras suyas, y tienes la necesidad -o el deseo disfrazado de tal- de conservarlos en el recuerdo. Y si tenes la posibilidad de escribir sobre ellos, mejor. Para eso están, también los blogs. Son algo así como una enorme hoja en blanco donde puedes anotar, copiar, adherir fotos y dibujos, escribir opiniones, sobre cualquier cosa que, en determinado momento, te llama la atención, pero que crees que, antes o después, olvidarás, a no ser que tomes nota en algún sitio. Y eso es lo he hago en ocasiones como esta.

El autor y su curiosa, llamativa, intensa obra.

Jaume Plensa nació en 1955 en Barcelona, y estudió escultura en "La Llotja" -"La lonja", en castellano; que sería como un mercado a cubierto de tiempo atrás-, y en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi, aunque aprendió las técnicas de la escultura en un taller de reparaciones mecánicas -de ahí su interés de crear esculturas con "piezas metálicas", como si fuera un complejo mecanismo, a la vez que un puzzle-. 
En principio, su mayor interés vendría por el volumen y el espacio, por la visión en 3D de la escultura, pero a partir de principios de los 80 (1983-4, por lo visto), desarrolló una forma de moldear el hierro por medio de la técnica de la fundición, y se interesa por la figura humana, tanto en su forma de cabeza completa -no sólo de cara, que sería más 2D-, como cuerpos enteros. Principalmente, humanos.
Plensa tiene numerosos premios y reconocimientos, el último, el Velázquez de Artes Plásticas de este mismo año -una especie de Cervantes, pero en arte-; además de ser Doctor Honoris Causa de la School of the Art Institute de Chicago (2002) -donde hay expuestas de forma permanente varias de sus obras-, los Premios Nacionales de Artes Plásticas (2012) y Arte Gráfico (2013), o el de haber sido nombrado Caballero de las Artes y las Letras  del Ministerio de Cultura francés en 1993.
Por cierto que, a pesar de ser escultor, y no dedicarse a la pintura o el diseño gráfico, fue el encargado de diseñar el cartel de las fiestas de la Mercè de Barcelona del 2012.

El cartel diseñado por Jaume Plensa para la Mercè 2012.
El cartel, basado en sus esculturas con letras y números.

Sería muy largo nombrar todas sus esculturas, o actuaciones en espacios públicos, pues esa es una de sus "especialidades"; digámoslo así: considerar dicho espacio como algo colectivo, donde la gente se sienta a gusto, y pueda moverse alrededor o debajo de esculturas, de obras, que signifiquen algo para ellos.
Dividiendo su obra por grupos o tipos, y dejando un tanto aparte el año en que fueron acabadas, o se comenzaron a exponer, se podría hablar de diversos estilos, como son:

-Las grandes cabezas, realizadas en hierro, mármol -y plomo y hierro- o en resina de poliéster, y realizadas, básicamente, para grandes espacios, como parques y jardines, o lugares de especial interés o atractivo paisajístico, o representativos de una ciudad o región, como parques de Londres, la playa de Botafogo en Río de Janeiro, o la parte exterior que rodea el Museo Albright-Knox de Buffalo, en EEUU. En ocasiones son huecas, pero con apariencia maciza -mármol, acero; éstas, realistas, pero más "aplanadas" que las de apariencia metálica-, otras, transparentes -resina-, pero también las hay creadas, como si fuera una fantasmal creación informática, con multitud de pequeños alambres metálicos, que se curvan hasta formar una cabeza tridimensional de gran realismo, a pesar de su fantástica naturaleza.

Una de las grandes cabezas creadas con multitud de alambres metálicos, que sabemos hueco y aparentemente endeble, pero con gran personalidad.

Una de las cabezas del autor, de 12 metros de altura, que estuvo 2 meses expuesta en la playa de Botafogo, en Río de Janeiro, donde era posible bañarse a su lado.

-Las figuras completas, antropomorfas -o sea, de seres humanos, pero no de caras o cabezas, sino de cuerpo entero-, realizadas muchas veces en resina traslúcida, en en ocasiones en metal. En ocasiones, se pueden ver una o varias de estas figuras subidas a grandes columnas con una base en su parte superior, como si fueran antiguos estilitas -antiguos cristianos que vivían así para alejarse lo máximo posible del mundo, del que querían olvidarse y acercarse, así, a Dios-. Lo más curioso y llamativo, es que muchas de esas luces son luminosas: cuando se hace de noche, cambian de color cada pocos segundos y de forma natural, nada abrupta, como el "bosque de columnas" de Gotemburgo, en Suecia, o la estatua que se encuentra a la entrada de la Biblioteca Municipal de mi ciudad, Reus, una de las más interesantes, y que, hasta hace nada, no conocía el nombre de su autor. En ocasiones, dichas esculturas tienen palabras, o más bien listados de letras, en otras, un aspecto más bien rugoso. Son, eso sí, de "una sola pieza", aunque en realidad puedan ser varias soldadas. Otra cosa, son sus esculturas de letras.

"Los tres estilitas", delante de un hotel de lujo de un millonario noruego, en Gotenburgo, Suecia. En cuanto oscurece el día -y en Escandinavia, durante casi todo el año, es bien pronto-, empiezan a brillar y cambiar de color.

Una escultura semejante delante del antiguo matadero y actual biblioteca de Reus -mi ciudad; ya sé que no es lo más espectacular del autor, pero me hacía como gracia sacarlo. En fin..., la tierra tira-.

Otro conjunto arquitectónico en Burdeos: hombre y naturaleza juntos; y alrededor de cada uno de ellos, letras: comunicación, lenguaje, cultura... todo en uno.

-Eso mismo, las esculturas con letras -en ocasiones, de alfabetos como el griego o el árabe- y números. También hay cabezas de gran tamaño con la misma técnica, así como esculturas de cuerpo entero, pero sin rostro. Son, muy probablemente, lo más llamativo de su obra, lo que lo hace un autor único. Hay que pensar el trabajo que representa -aún en el caso de que el no realizara pieza a pieza; esto no puedo asegurarlo, aunque es muy posible que tenga ayuda, debido a lo abundante de su obra, siendo él todavía joven- unir letra a letra, dándole, además, la curvatura necesaria para que, la unión de cientos o miles de ellas, den paso a una figura reconocible.

Un par de "figuras de letras" brillantes en una exposición en Burdeos. Hay esculturas que son fijas allá donde se exponen, y en otras ocasiones, están en museos, pero se exponen también al aire libre
.
También en Burdeos, al lado de la catedral. Aquí, en lugar de letras o números, son líneas de pentagrama y notas musicales, lo que forman al hombre, o más bien, a la humanidad de éste (Aquí, se agradecen el texto y las fotos del blog "Encuentros en el arte"; para quién quiera verlo en profundidad, dejo enlace).

-Hay más, sí: libros -de madera, con funda-sobrecubierta metálica, con tapa de metal y un reloj en medio..., aparte de los dedicados a él; pero hago referencia a los que son, en parte obra suya, pero en sentido físico, no literario-, dibujos y cuadros, arquitectura en jardinería, etc. Son consideradas partes menores de su obra, pero no dejan de ser, también, una forma diferente de conocer sus ideas, y la forma que tiene de plasmarlas, sin importar ni dónde, ni cómo.

Una de sus obras bibliófilas: un enorme libro dedicado a la pintura románica y gótica catalanas, "El libro de las maravillas" de Ramon Llull, donde la escultura de Plensa toma forma de estuche.

La plica de Plensa
Estatua en forma de cono invertido de acero y cristal de 10 metros de altura (2012) en la terraza del nuevo edificio de la BBC británica, en honor a los periodistas muertos en acto de servicio.

Jaume Plensa, frente a su escultura 'Lluvia silenciosa'. (EFE)
El autor -sin barba, pero es él- con su obra "Lluvia silenciosa", una escultura en forma de amplia cortina, que simboliza una lluvia de letras, y quizá también de sentimientos e información; en una exposición en Chicago.

Otra obra en Chicago -el Millenium Park-, mezcla de arquitectura y escultura: dos enormes torres -aquí sólo se ve una- donde se ven en sendas pantallas LED el rostro cambiante de multitud de personas anónimas. Desde su inauguración en 2004, es uno de los monumentos más visitados por turistas, pero también por residentes, de "La ciudad del viento" -como popularmente se le conoce-.

Y por último, un enlace de un documental de casi una hora sobre el autor, que no pude ver al completo, así que no me extrañaría que quién quiera verlo entero, descubra más de un error mío. En ese caso, una vez que me dé cuenta de ello, me encargaré de "expurgar" errores. Otra alternativa, es visitar, directamente, la web del autor, que está en inglés, pero que cualquier navegador traduce sin muchos problemas. Aparte, no hay demasiado texto, así que el idioma es lo de menos.

martes, 26 de noviembre de 2013

Los macchiaioli, la alternativa italiana al impresionismo francés.


Un pequeño descubrimiento hojeando la prensa.

Normalmente -bueno, más bien nunca- acostumbro a hablar de pintura. No es que sea un tema que no me interese o agrade, pero aparte de no ser experto en ello, tampoco es de los que más me apasione. Sin embargo, de vez en cuando, no sólo leo -o repaso- sobre dicho arte, sino que me agrada descubrir cosas nuevas; estilos, autores, corrientes o influencias de las que sabía poco o, simplemente, desconocía por completo.
Leyendo el periódico -para ser más exacto, "El periódico de Cataluña"- de hace ya días -tengo el blog muy dejado, así que el pedazo de hoja que guardo tiene ya un tiempo-, descubrí a los macchiaioli -la verdad es que, al principio, me costó bastante aprenderme el nombre; y eso que, en general, los nombres o expresiones en italiano, por la razón que sea, se me quedan en la memoria con bastante facilidad-, una corriente o escuela pictórica de la segunda mitad del siglo XIX, que, aunque no fueran ni imitadores ni rivales de los impresionistas franceses o belgas, contemporáneos suyos, sí se les puede considerar, hasta cierto punto, como una especie de alternativa o versión italiana de éstos. Por lo que dice el artículo, al haber sido un poco anteriores a sus correligionarios galos, y no conseguir demasiada fama fuera de sus fronteras, hizo que, hoy en día, hayan quedado casi totalmente olvidados, aunque en Madrid se realiza una exposición de parte de su obra hasta el 5 de enero del año que viene.

Quienes eran esta gente, y qué les gustaba pintar.

El nombre de "macchiaioli" vendría a significar "manchadores", "los que pintan a base de manchas", y se utilizó -por primera vez, en 1862-, al menos en un principio, de forma un tanto despectiva, por al menos un crítico -quizá más- de arte de provincias que consideraba que aquellos jóvenes pintores que deseaban renovar la pintura italiana no es que fueran unos revolucionarios geniales pero incomprendidos, sino, simplemente, unos mediocres y unos chapuceros. Como ocurre en no pocas ocasiones, lo que en principio fue un apodo despectivo, acabó transformándose en un nombre colectivo adoptado no sin cierto orgullo.
Diez años antes de que los impresionistas empezaran a ser conocidos como tales, en Florencia, y en general en la Toscana -en Italia, el arte tenía una base regional, o alrededor de una ciudad en particular; en Francia y Bélgica, sin embargo, el arte tenía como escaparate, base y refugio sólo a Parías, y allá llegaban, también, artistas de todo el mundo, desde checos hasta mexicanos, pasando por españoles o alemanes-, un grupo de artistas decidieron dar la vuelta a la pintura patria, que consideraban que iba demasiado a remolque de la de otros países, sin reflejar como debía ni los paisajes ni la gente de Italia en aquella época, en proceso todavía de unificación, lo que también significaba, en cierto modo, un apoyo a la formación de un espíritu nacional-, y romper tanto con el romanticismo -sobretodo francés: Delacroix, Géricault- como con el academicismo. Con el "Caffè Michelangiolo" como punto de encuentro -¡que importancia tuvieron los cafés de toda Europa en la historia del arte y la cultura, y mucho más que ello!-, y con el crítico Diego Martelli como mecenas y apoyo moral -y no sólo moral; siendo crítico de arte, podía hacer oír su voz donde resultaba bien difícil, por no decir imposible, a sus jóvenes protegidos-, empezó esta corriente modernizadora y alternativa. Todavía estamos hablando de mediados de la década de los 50 del siglo XIX. Faltaba al menos otra para que éstos se dieran realmente a conocer.

Los macchiaioli, reunidos en el "Caffè Michelangiolo".

El café, por cierto, fue tan famoso, y tuvo tanta importancia, tanto desde un punto de vista artístico como cultural y social, que aunque desapareció como tal -ya no se le encuentra, en la calle Cavour de Florencia-, sí que tiene su propia  página web.
Entre los principales autores, se podrían enumerar a Giovanni Fattori, Telemaco Signorini, Giuseppe Abbati, Silvestro Lega o Giovanni Boldini. Al contrario que con los impresionistas -y los post-impresionistas-, y más o menos como los pre-rafaelitas británicos, son más conocidos como grupo que como individuos, cada uno con su propia personalidad, técnica y gustos e influencias propios, lo cual, evidentemente, no es ni junto ni exacto, pues aunque tenían vidas e ideas en común, cada uno era un artista por sí mismo.
Todos y cada uno de ellos, a su forma, tenían cosas en común: su -en un primer momento- juventud; el deseo de reflejar a las gentes y paisajes de su región de una forma original, mucho más colorida -nada de "tenebrismos", a lo Caravaggio y el gótico-, dando más importancia al color en sí, que a la forma exacta y a la silueta bien recortada; el compartir ideas sobre la necesidad de cambios sociales y políticos, y fomentar no sólo la unión política, física, sino también cultural y humana entre las distintas partes del nuevo estado italiano, que había estado dividido en multitud de entidades políticas desde  tiempos de Justiniano -nada menos-.

Telemaco Signorini.La sirga, en Le Cascine de Florencia, 1864.Óleo sobre lienzo.54x173cm.Colección particular.Cortesía de Jean Luc Baroni Ltd. Asperas imágenes de una adhesión momentánea al tormento de los vencidos, a la vida de sacrificios y privaciones.
"La sirga", de Telemaco Signorini. Retrato de la Italia rural de la época: el "señor" y los todavía siervos.

Lo que tenían en común, o no, con los impresionistas. Las distintas etapas.

Unos y otros tenían la costumbre, poco habitual hasta aquel momento, de pintar al aire libre: en la calle, en los caminos, en los campos; así como su interés por la vida rural -eran pintores de este origen, o de pequeñas ciudades, mientras que los impresionistas, aunque nacieran en distintos puntos de Francia, vivían y trabajaban en París, y eran muy urbanos-, por los campesinos y pastores, los animales, la forma de vida de la población del campo, que en la Italia de aquellos tiempos, incluso en el norte, representaban la gran mayoría de sus habitantes -algunas ciudades, como Génova o Venecia, o la misma Florencia, arrastraban una larga decadencia, y su población no había aumentado apenas, incluso como el caso de Siena o Pisa, habían disminuido con respecto al Renacimiento-. Jugaron con los colores, cuantos más mejor, y con las sombras, que pasaron a ser secundarias, pero bien utilizadas para destacar los contrastes. Una de las diferencias, sin embargo, sería que los macchiaioli intentaban reflejar la realidad de la forma más realista posible -sobretodo en los retratos, en las figuras de mayor tamaño, que ocuparan gran parte del cuadro, como "El canto de una copla", de Lega-, mientras que los impresionistas buscaban el instante mismo, sin dar una importancia tan capital a la realidad en sí misma. Si a determinada hora, con determinada luz, un impresionista veía una catedral como si ésta estuviera brillando -como si fuera de cristal- o ardiendo, la pintaba tal como le parecía, aunque no fuera, ciertamente, algo demasiado realista.

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"El campo de batalla italiano en la batalla de Magenta", de Fattori (1859), durante la guerra contra los austriacos por Lombardía.

Habría, al menos, tres etapas en que los distintos temas irían cambiando, aunque no de forma radical. En la primera, y un poco como los románticos franceses a los que querían "superar" -no en técnica, sino más bien, en cuestiones de visión artística o "ideológica"; los impresionistas, en general, eran bastante apolíticos, o tirando a conservadores, si no en la teoría, en la práctica de su vida y trabajo-, optaron por temas históricos, aunque sin interesarse en la mitología o las leyendas, como los prerrafaelitas británicos. En la segunda, salen completamente al exterior, y retratan los paisajes y habitantes de la Toscana, una de las regiones de Italia, por lo demás, más retratables y atractivas -al menos, en una especie de idea colectiva de europeos y norteamericanos que, quizá por influencias literarias y cinematográficas, vemos a la Toscana, igual que a la Provenza, o tal vez a Andalucía, como una especie de paraísos rurales y antropológicos por donde no ha pasado el tiempo, la gente no cambia, no existen los problemas diarios (como si allá la gente no tuviera que trabajar, o enfrentarse a cuestiones económicas o personales, como todo el mundo), y, en definitiva, nos encontráramos en una especie de "Edén europeo mediterráneo", donde no existen ni problemas ni cargas- de Italia. Añadir a la "pintura de paisajes y paisanajes", la de guerra, debido al compromiso político, a la lucha de la Italia en unificación contra el Imperio Austro-húngaro -primero, por Milán y la Lombardía; más adelante, aprovechando que el Imperio estaba enfrentado a la Prusia que unificaba Alemania, y con la que había cierta connivencia política y comprensión por los deseos de unión nacional, por Venecia y el Véneto-; o contra el Reino de Nápoles, gobernado por una rama de los Borbones, o, finalmente, contra unos desfallecientes Estados Pontificios, reducidos a Roma y el Lacio, que pudieron ocupar los italianos cuando sus antiguos aliados franceses sacaron de allá sus últimas tropas, para usarlas en la lucha contra la ya unificada Alemania imperial.

"El canto de una copla", de Silvestro Lega (1867).

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"La pérgola", también de Lega (1866), retratando, también, la pequeña burguesía rural de la Toscana.

Por último, ya veteranos de la pintura, con más edad y menos ardor juvenil, se dedicaron a pintar a la nueva, o no tan nueva, burguesía toscana. Una burguesía, la florentina, por lo demás, ni tan rica ni tan influyente como la lombarda, así que tuvieron que pintar bastantes obras para ganarse bien la vida. Como sus antecesores -Medici y compañía-, aquellos florentinos con dinero -no tanto como se podría creer- y cultura y estudios -tampoco tanto, en muchos casos- quisieron tener obras de arte en sus casas, mientras que ejercían -o jugaban a ejercer- de nuevos mecenas. Cierto que aquellos pintores no eran un Leonardo, o un Rafael, pero ellos tampoco se podían permitir demasiados dispendios. Aún así, con su dinero, fomentaron que los macchiaioli  pudieran dejar para la posteridad un número mayor de obras, representándolos a ellos, o no.

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"La diligencia a Sesto", de Fattori (1873), con un color -en los fondos- más desdibujado.

Entre 1880 y 1930 -ya bajo el fascismo de Mussolini- existió lo que se llamó la corriente de los neo-macchiaioli, también de origen toscano y que, aún pintando gentes y lugares distintos -o que, al menos, habían cambiado con el paso de las décadas- no dejaban de tener un estilo y un punto de vista parecido a los que consideraban sus maestros. En general, la pintura realistas posterior, incluida la de ideología obrerista o revolucionaria -o de denuncia social, que quizá sería una denominación más apropiada- les debería mucho, y, en ocasiones, a algunos macchiaioli, como Lega, son considerados como auténticos "pre-realistas".

Vittorio Matteo Corcos, Sueños.  1896 Galería Nacional de Arte Moderno de Roma
"Sueños", de Vittorio Matteo Corcos, (1896), considerado uno de los más improtantes de los "neo-macchiaioli", pero, al tiempo, representante del realismo en la pintura italiana, en una época posterior a sus maestros.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Renée Dunan, la -casi- olvidada y rupturista dama de la literatura popular francesa de principios del siglo XX.

Otro nuevo personaje de la literatura europea fantástica, sepultado por el tiempo.


¿Y quién era, esta señora?

Aunque, normalmente, acostumbro a leer a autores -o sobre autores, que no es exactamente lo mismo- del mundo anglosajón -entiéndase: Estados Unidos, Gran Bretaña, pero también algún irlandés, canadiense o australiano-, y en menor medida, españoles, siempre me he interesado por cualquier escritor que me llame la atención, sin importarme ni su nacionalidad, ni la época en que vivió y creó su obra -que no es lo mismo que "publicó", pues hay no pocas obras que han visto la luz bastante, incluso mucho después de que su creador muriera; para un ejemplo paradigmático, Kafka-. Por decirlo de alguna forma, nunca he tenido prejuicios en el tema de "nacionalidad", "temática", u "época". Otra costumbre mía es pensar -acertada o equivocadamente, da igual- que un autor no sólo es su obra, sino también su vida, y el país y la época en que le tocó vivir. Y hay ocasiones en que la vida de algunos escritores resulta tan interesante y novelesca, si no más, que sus propias novelas o relatos. Pero a lo que iba, últimamente, he visto como me siento interesado por obras y autores del siglo XIX, y donde los francófonos -los franceses, pero también incluiría a los belgas-, ocupan un espacio importante, como también, en menor medida pero con importancia, los británicos, incluyendo como tales, a los irlandeses -por mucho que esto pueda molestar a los naturales de la isla esmeralda; por mucho que no se quiera recordar, hasta no hace tanto, toda Irlanda fue británica, y el inglés sigue siendo la lengua materna de casi toda la población-.
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En este caso, me ha venido a la mente una escritora de la que leí hace tiempo un relato, "El metal", y de quién busqué información por internet, lo que me permitió no sólo conocer el nombre de otras de sus obras, principalmente las más extensas -o sea, sus novelas, que también las tuvo-, sino también acercarme más al personaje, y a sus ideales políticos, y artísticos y literarios, y en cómo los defendió, y, cuando consideró necesario -o cuando pudo-, los puso por escrito.
Renée Dunan nació y murió en Aviñón, la antigua capital de los papas expulsados de Roma en la Baja Edad Media, y que, aún hoy en día, disfruta de un ambiente, y nos da una impresión, de grandiosidad, y también de cierta pretenciosidad, que no parece cuadrar a una ciudad, dentro de lo que cabe, relativamente pequeña. Desde muy joven pensó que el hecho de ser mujer no sólo no tenía que ser una rémora para dedicarse a la literatura, sino tampoco, y eso quizá la hacía diferente a otras muchas mujeres escritoras de su época, a escribir lo que ella quisiera. Fue novelista -incluyendo relatos, no sólo novelas-, poeta -o poetisa, como dicen algunos, parece que erróneamente, ¡pero a mí me suena tan bien, dicha errata!-, y crítica literaria, que en ocasiones podría considerarse, más bien, como escritora de panegíricos y artículos literarios, como su presentación y defensa del dadaismo.
Porque esta es otra faceta de su personalidad: además de señora de la pluma, fue firme defensora de los ideales feministas -o, teniendo en cuenta la época, proto-feministas-, dadaistas -un antecedente, básicamente literario, del surrealismo, que sería un estilo principalmente pictórico, gráfico-, anarquistas -en el sentido de la época: socialismo libertario-, pacifistas -que no antipatrióticos; más bien, aunque se sintiera francesa, no por ello se consideraba "anti-nada", y como buena artista abierta de mente y de miras, sentía interés por cualquier manifestación artística o cultural de cualquier otra nación- y nudistas -lo que hace pensar que el  también llamado "naturismo" es más antiguo de lo que parece-.
El dadaismo, aún siendo una ruptura completa con la literatura de la época -y de cualquier época, realmente-, tenía como debilidad, precisamente, su completa falta de reglas. Podía resultar alternativo, divertido, tenía, sin duda su gracia, pero también era difícil de leer. Más, incluso, que de escribir. Al ser casi un juego -aunque pudiera tener, para el creador o creadores, pues a veces eran más de uno-, sus propios secretos, dobles sentidos y sorpresas para los iniciados, para la mayoría de los lectores, una vez que se leían un par de cuentos o poemas, podía resultar un tanto tedioso. Fue más una queja que una revolución, y aunque influyó en escritores posteriores, no pudo dejar una gran huella en la historia de la cultura, aunque nadie puede negarle un puesto en dicha historia. Dunan fue una de las fundadoras del movimiento dada, junto a André Breton -su máximo representante en lengua francesa, o al menos así se le ha considerado siempre-, y Philippe Soupault, el cual describió al dadaismo como "una necesaria tabla rasa". Él sería de los que, una vez apagada la deslumbrante pero breve luz dada, se pasaría al naciente surrealismo, con más peso en la novela y el relato largo. Dunan, realmente, aunque apoyó semejante ruptura con lo establecido, y siendo también ella -y más, como mujer- moderna tanto en la temática como en la escritura de sus obras, tampoco se tomó, por lo que se pudo ver, demasiado en serio el dada, una vez que comprobó que se había transformado en un callejón sin salida. Aún así, algunas de esas obras se han ido reeditando, al menos en Francia y Bélgica, aunque al mundo hispanohablante ha llegado muy poca cosa. Parte de lo que de ella conozco, lo conseguí leer después de traducciones, fueran éstas -además de textos cortos-, tanto "informáticas", como propias, un tanto penosas.

Renée Dunan chez "dada".
Aunque no fue una de sus principales figuras en el mundo francófono, Dunan sintió gran atracción por el dadaismo, y su sucesor el surrealismo. Ejemplos, como el modernismo, de provocación y fantasía.


Las obras principales: "Baal", "Los amantes del Diablo", "El sexo y la daga: la ardiente vida de Julio César".

Renée Dunan, bien fuera con su propio nombre, o con alguno de sus numerosos pseudónimos -John Spaddy, M. Steinthal, Louis Pelea...- tuvo tiempo de escribir, a pesar de su corta vida (1892-1936; o 1938, porque hasta en la fecha de su muerte, hay dudas) una enorme cantidad de obras, incluyendo todo tipo de artículos, libelos y ensayos, y con toda seguridad, de vivir en nuestra época, tendría su sitio entre las webs o blogs, tanto literarios como subversivos. O ambas cosas a la vez. Dunan pensaba que la sexualidad tenía una gran importancia tanto en la sociedad de su época, como, en realidad, en todas las sociedades humanas, y en todas las épocas, pasadas o futuras. No es que fura ni lo único, ni lo más importante, pero consideraba ridículo e hipócrita pintar a los hombres de distintas eras -y más, cuando eran personajes a admirar, hubiera o no razón para ello- como si fuera poco menos que asexuados. Tampoco le gustaba el hecho de que las mujeres, ni en los estudios históricos, ni en el arte o la cultura -pasada o presente-, prácticamente fueran excluidas de antemano, como si nunca hubieran tenido parte activa alguna en la historia y la sociedad humanas. Y lo que era peor, como si las mujeres de su época -o sea, del presente-, no tuvieran derecho a cambiar tan penosa e injusta situación. Por eso, el sexo está presente en no poco de lo que escribió. En ocasiones, porque se trataba de novelas o relatos eróticos, así que toda la historia gira alrededor suyo. En otras porque, simplemente, consideraba la sexualidad, que no tenía por qué estar separada ni del amor, ni de que los personajes que la practicaran no fueran, aún a su modo, tan virtuosos como otros mucho menos creíbles creados por la mayoría de los autores de aquellos años, como una parte más de la vida, y de la personalidad del individuo.
A cierta edad, sin embargo, aparte de erotismo -que nunca abandonó, ni mucho menos-, y sin dejar de lado toda su producción -y militancia- política, artística y social, se decantaría por otros temas: la historia, el terror, y la fantasía, tratando, incluso -y aunque sólo fuera de pasada- el tema prehistórico, que en aquella época, y más en el mundo francófono, puso de moda Rosny Aine.
"Baal, o la maga apasionada; libro de sortilegios" (1924), trata sobre la hechicera -no se le considera una auténtica bruja; al menos, como la visión un tanto infantil de bruja que hoy en día se representa en televisión, cine o cómic-, la bella Palmira, que enseña a su ayudante y aprendiz Renée -curiosamente, esta iniciada en la brujería que desea aprender más de su maestra se llama igual que la autora-. Y eso incluye la capacidad de tener contacto, o de llamar a nuestro mundo, a todo tipo de criaturas de otros mundos -más bien, se diría que de dimensiones alternativas, y no del infierno "religioso"-, incluyendo al innombrable y terrible Baal, el gran demonio, que en su mundo nativo se mueve en unas -aparentemente- imposibles cuatro dimensiones, pero que en nuestro mundo de tres, se representa a sí mismo como una especie de pulpo humanoide. La bruja explicará los problemas o apuros que en ocasiones tuvo por invocar a semejante engendro, usando la autora cierta jerga entre oscura y pseudo-científica -a veces un poco indescifrable, por no decir incomprensible, pero que tiene su gracia-, pero que también, por cierta mezcla de atrevimiento, sensualidad y hasta inocencia, a veces puede ser aburrida, pero también encantadora.

Una edición, bastante reciente -y en versión original, desconozco si existe en español-, de "Baal",  "Los amantes del Diablo".

"Los amantes del Diablo" (1929), es una historia algo más corta, y muy moderna para la época. Ambientada en la Francia del siglo XVI, con sus guerras de religión o contra España y Alemania -el Sacro Imperio, donde también gobernaba Carlos de Habsburgo; realmente, la autora no se molesta demasiado en explicar dichas guerras de la Francia del Renacimiento, incluso deja caer comentarios sobre los cátaros, aunque éstos fueron aplastados por los cruzados del norte de Francia casi tres siglos antes- es un relato de aventuras, satanismo y brujería protagonizado por un cazador y su aguerrida esposa. Como en el caso de "Baal...", la autora considera que una de las bases de la brujería es la sexualidad, y, a la vez,  la  represión      -sobretodo en las mujeres- de su práctica y visión como algo natural. Aparte de una atracción del individuo hacia lo prohibido u oscuro; y aquí el sexo vuelve a aparecer: cuanto más prohibido y reprimido está algo, más fascina al subconsciente.
"El sexo y la daga: la ardiente vida de Julio César" (1928). Aquí, Dunan considerar a César, más que héroe histórico -que supo jugar bien las cartas que le tocaron en la vida-, un hombre de carne y hueso. A veces reconoce en él a un individuo extraordinario y noble; en otras, desorientado y derrotado -aunque siempre sabe recuperarse de sus malos momentos-. Como ella misma dice en la introducción a la novela: "Esta vida de César está llena de escenas brutales, escandalosas, lascivas y melancólicas." Ni que decir tiene, que esas escenas, sobretodo las escandalosas y lascivas, están muy presentes, lo que de alguna forma, humaniza más a César, Pompeyo, el rey Nicomedes de Bitinia -un reino helénico, pero de población autóctona, en el noroeste de Anatolia-, y compañía, pero que en ocasiones, desvirtúa un poco la figura del César político, militar y reformador, que también lo fue, y en grado sumo.
Una cosa hay que aclarar: se podría buscar aquí una especie de versión francesa de las historias de Lovecraft -sobretodo, con ese Baal con aspecto de pulpo-humanoide, pero con un deseo sexual inencontrable en la obra del legendario escritor de Providence-, pero Dunan prefiere cargar las tintas, más que en el satanismo -que conocía de forma más bien sucinta y superficial-, en las cuestiones más escabrosas y lascivas, que en aquella época, eran mucho más escandalosas y llamativas que hoy en día. En ocasiones, los diálogos -la novela está dividida en cuatro capítulos más o menos autónomos- entre la amoral y carismática bruja parisina Palmira, y su aprendiz y prendida seguidora Renée pueden resultar un poco aburridos. Aún así, la obra no deja de tener, cuanto menos, un interés mayor que el de simple "arqueología literaria". La segunda novela, donde Babet, esposa de Jean, intenta salvar a su marido de la horca mediante un pacto con el diablo, tampoco es que espante demasiado: más que invocaciones, se podría considerar que, a cambio de salvar a su amado, la aguerrida y atrevida esposa de él decide tener una repentina relación -evidentemente sexual- con un extraño y oscuro caballero que ya imaginamos cual es su auténtica naturaleza; ¿o no?


Otras obras. ¡Qué divertido resulta escribir sobre sexo, en tiempos en que casi nadie se atrevía! La Reneé propagandista política y literaria.

Poco añadí sobre los datos biográficos de la autora, porque, realmente, no es que se recuerden mucho. Curiosamente, al poco de morir, hasta se dudó de su misma existencia, pensando que, realmente, podría ser un hombre -o más de uno-, pero que resultaba más revolucionario y provocador el decir que los relatos eróticos por ella escritos -muchos de ellos con seudónimo, de allá el que resultara más fácil esparcir el bulo de su no-existencia como creadora de ellos-. Se sabe -o se supone- que participó en revistas y periódicos diversos, como el literario "Rojo y negro" -imagino que el nombre vendría por la obra de Stendhal-, defendiendo sus ideas anarquistas, feministas y dadaistas, pero parece que algunos de sus contemporáneos consideraron extraño que alguien -y más, una mujer- opinara sobre tantos temas, y dejara tanta constancia escrita de sus ideas sobre ellos.
¿Cuáles serían sus obras de género erótico más conocidas o leídas en su momento? Digamos que, en aquella época, no es que hubiera un listado de "grandes éxitos", sino autores o revistas -o editoriales- capaces de sacar a la luz gran número de novelas o relatos. Los títulos dan a entender, o a insinuar, de qué pueden ir las distintas historias -no es que fueran el colmo de la profundidad, pero vamos a ver, es que tampoco, ni ella ni autores contemporáneos, quisieran usar el sexo para escribir la novela del siglo; ni falta que hacía-: "El último orgasmo" (1925), "Noches voluptuosas" (1926), "Los caprichos del sexo, o la audacia erótica de la señorita Louise B..." (1928), y así podríamos seguir, en ocasiones escritas con su propio nombre, y en otras, con sobrenombres como John Spaddy -hay quién cree que, o bien ella no era el tal Spaddy, o compartió seudónimo con algún otro autor, hasta ahora anónimo; o conocido, pero que no quiso que se supiera a qué más se dedicaba-, o Louis Dormienne.

"Desvergonzadas", una de las obras de Dunan, con el seudónimo de Spaddy.

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Otra de las novelas cortas -novelettes- de Dunan, sobre el tema de la sexualidad con ojos de mujer, que tantos hombres -y seguramente mujeres, aunque conste menos-, leyeron con interés.

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Y otra más, por si no había suficiente -que no, no lo había-. Hablando de "damas de Lesbos", está claro la temática lesbiana, ¿no?

También se podría nombrar "El metal" (probablemente 1920, aunque no he logrado encontrar la fecha exacta de cuando lo escribió), un relato corto "prehistórico", como los de Rosny Aine, o como "Antes de Adán", de Jack London, por poner dos ejemplos, donde la prehistoria es retratada de una forma un tanto fantástica, pero también evocadora -y más, teniendo en cuenta que, si la fecha de su escritura es real, la paleontología, aunque no era ya una ciencia nueva, en cuestión del estudio del hombre prehistórico, todavía estaba en sus principios-, con atlantes y amazonas incluidas. En español lo publicó la revista literaria "Delirio", pero se puede encontrar en la red -ilustrado, además-, aunque en francés, en este enlace.
Sobre sus artículos, que publicó allá donde le dejaron, se puede destacar uno sobre el dadaismo, en la revista literaria "La vie nouvelle", que se puede leer aquíEstá en francés, pero con la ayuda de algunos buscadores, se puede traducir al español bastante bien. O eso, o practicar esa lengua, que es lo que yo hice, aunque no sólo por cuestiones simplemente literarias, sino porque, en un futuro próximo, tal vez necesite un nivel aceptable de la lengua gala para trabajar, allende los Pirineos.
En cuestiones históricas, su novela sobre Julio César, centrándose en su vida íntima tanto o más que en sus facetas política y militar, o bien, "Los amantes del Diablo", donde resalta el poco interés en crear un marco histórico trabajado de la Francia del siglo XVI, o -en general- su novela "La extraordinaria aventura de la papisa Juana", de 1929, son ejemplos claros de cuando la leyenda se superpone a la historia verdadera. Pero en este último caso, resulta lógico: Juana, la mujer papa, al contrario de César, no fue un personaje real, y la época en la que vivió -se podría considerar la Alta Edad Media, al ser anterior al siglo X, es poco conocida por los historiadores, incluso actualmente.


Y algo más, para aumentar el misterio del personaje:

El escritor Jean-Pierre Weber insiste que, después de 1936 (o 1938), Renée Dunan "sobrevive" como Georges Dunan hasta 1944, como "autor de 30 libros y ¡1200! artículos en periódicos y revistas". El misterio, que Weber -y tras él, la investigadora literaria Claudine Brécourt-Villars- no han sido capaces de aclarar del todo -otra cosa es lo que ellos piensen y crean como cierto-, es si Renée y Georges fueron una o dos personas, o sea, si Georges tomó el sobrenombre de Renée -y algunos otros que, en principio, corresponderían a ella-, o si ambos usaron el mismo nombre -para ella- o sobrenombre -él-. O bien, teniendo en cuenta que Renée parece un auténtico "fantasma literario", si no fue George quién eligió el apodo de ella, sino si fue Renée la que, muriendo años más tarde de lo que todos pensaron -y piensan todavía-, siguió con su carrera literaria haciéndose pasar por un hombre -además, uno real, de carne y hueso, no ficticio-. Incluso, se cree que obras como "El giro oscuro" ("Le tournant obscur.", sin traducción al español, que yo sepa), "Pasión y maleficio", o "La misión de Herve Hanchy", escritos bajo el seudónimo de Annie de Mytho", también podría corresponder a uno de los Dunan. O al único, o única. Quizá, algún amante de la literatura olvidada llegue a saber la verdad. Mientras tanto, para el que sepa francés, no dudo que le resultará, cuanto menos curioso, el conseguir -más en mercadillos o webs que de algún otra forma más cómoda- alguna de las casi olvidadas obras de una tan curiosa autora, sepultada por el paso del tiempo.

Una primeriza edición de "Mimí Joconde, o la bella sin camisa", de época indeterminada, pero, seguramente, de los felices años 20.

Y para quién quiera leer -en francés también, pero es que en español no hay apenas nada-, algo más sobre ella, un tercer enlace.

viernes, 18 de octubre de 2013

El continente y el contenido.

O como, en esta época en que vivimos, resulta más importante y llamativo un museo como edificio en sí mismo, que por lo que contiene.

Como hace ya tiempo que no escribo nada aquí, tenía ganas de escribir algo, aunque fuera una entradilla corta, con algún comentario de algo que me hubiera llamado la atención o, simplemente, alguna ocurrencia que me haya venido a la mente.

Sin saber explicar el por qué, hace días que pensé en algo que me llamó algo la atención, y que vino a raíz de una segunda visita que hice a Bilbao, y en general al Norte -la primera fue hace años, a Euskadi; hace tres años, recorrí Asturias y Cantabria; en esta ocasión, otra vez a Cantabria, y a Bilbao y San Sebastián de nuevo-.  Es simple, y tiene que ver, directamente, con el museo Guggenheim: nadie niega que, como edificio y símbolo de Bilbao, es una maravilla. Yo mismo lo he visto de cerca en dos ocasiones, y en la segunda, he comprobado que se le han ido añadiendo esculturas nuevas, lo que hace de él un lugar más atractivo y fascinante, si cabe. Y tampoco se negará la originalidad del edificio en sí mismo, en forma de barco, creado con cientos de piezas de titanio, con aleación de cinc, -alguno se preguntará como, si el titanio es un metal tan caro y raro de encontrar, por qué no se ha robado pieza alguna: es simple, hace años, al poco de acabarse, se robaron un par, que cualquiera sabe donde andan, pero se trata de un elemento que tiene pocos usos, y siempre industriales o científicos; dicho de otra manera, si robaras una pieza, no sabrías qué hacer con ella, o a quién poder venderla o intercambiarla. Resultaría algo inútil, a la par de fácil de rastrear, así que mejor concentrarse en el cobre, y metales más fáciles de vender en el mercado negro-, que se asemejan a escamas, y que resulta ideal para soportar el húmedo clima del norte. Una edificación llena de curvas y formas aparentemente anárquicas, pero que, visto en perspectiva, no deja de ser armoniosas. 
Al edificio en sí mismo, añadir la que ya es la mascota de Bilbao, el perro Puppy, el can florido, porque son flores vivas las que lo recubren, y que hay que ir cambiando cada pocos meses, según la estación, y que hace que, en ocasiones, el perro en cuestión parezca estar haciendo sus necesidades, debido al que "pierde agua", en su parte inferior, lo que no impide que resulte casi obligatorio el acercársele, el tocarlo -¿están vivas, estas flores? Pues sí, sí que lo están-. Y junto al "mega-perro" -claro, es de Bilbao-, y el museo, también conocido como "La caseta del perro" -otra "bilbainada"-, contar las esculturas que se han ido añadiendo poco a poco: la araña, "Mamá", - con sus huevos -de mármol, y que todo el mundo intenta encontrar-, obra de Louise Bourgeois; "Tulipanes", una escultura en forma de siete tulipanes de vibrantes colores, y que pocos se resisten a no fotografiar; y ese par de ejemplos de "esculturas no corpóreas", por decirlo de alguna forma: "Fuente de fuego", de Yves Klein, consistente en cinco artilugios que mandan al espacio otras tantas columnas ígneas a determinadas horas del día; y la obra del japonés Fujiko Nakaya, consistente en un banco de niebla artificial, que provoca que el edificio aparente un barco que intenta navegar por un mar cubierto por dicho elemento atmosférico.

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El Guggenheim, como un barco recién llegado a la ría bilbaína.

El primer Guggenheim, en Nueva York.

Bueno, ¿y a qué viene esto? Como ya se ha visto, no me he extendido contando la historia del museo. Hay en la red muchas páginas que lo contarían mucho mejor que yo. El tema es otro. Simplemente es: ¿alguien sabe, realmente, qué es lo que se expone en el Guggenheim? Sí, vale, se conoce la costumbre de haber gran número de exposiciones temporales, principalmente de arte vanguardista, moderno -o sea, básicamente, abstracto-. Pero pocos son los que, en un viaje organizado por agencia, lo han visitado por dentro, aún teniendo tiempo para ello. Pero no son muchos más los que, visitando Euskadi y otras zonas del norte de España, se les ha ocurrido pasarse una mañana visitándolo por dentro. Yo lo hice la primera vez, y sólo me llamó la atención -quizá, por su novedad- una exposición dedicada a autores africanos. Pero apenas recuerdo nada más. Se han intentado hacer, también, exposiciones de arte "clásico", inteligible para el gran público, poco proclive a que le expliquen, culturicen, y en no pocas ocasiones, que les tomen el pelo, con lo más granado de la vanguardia artístico-cultural. Ha habido exposiciones -para algunos, demasiado pocas, y no muy duraderas en ocasiones- de grabados de Durero, de dibujos de Miguel Ángel, o de obras llegadas del museo Ermitage de San Petersburgo, pero no mucho más. Básicamente, porque el museo atrae a la ciudad mucha gente, y los bilbaínos lo notan y agradecen, pero la institución propiamente dicha -con una autonomía bastante grande, tanto del ayuntamiento, como de cualquier otra administración, lo que significa más independencia y personalidad propia, pero también, a veces, cierta falta de coordinación- necesita de visitantes, de los que pagan entrada y compran recuerdos, para mantenerse. Porque el edificio, sí, es una maravilla, pero las placas, como las cristaleras y todo lo demás, hay que, no sólo limpiarlos, sino también mantenerlos.

Un perro de Bilbao, crecidito. Y al lado, un ejemplo arquitectónico del color "azul Bilbao", muy de la ciudad, pero que no pega ni con cola con el resto del edificio.

En resumidas cuentas, en una época entre la modernidad y la post-modernidad -o como se quiera llamar a estos oscuros días en que estamos viviendo todos; o malviviendo, y cada vez más-, parece más importante en algo como un museo, que siempre ha sido una institución que destaca por sus exposiciones y fondos en propiedad, que el edificio sea llamativo y rompedor, un símbolo de la ciudad y el país, que lo que contiene y expone. Vendría a ser lo mismo que una universidad destaque más por sus instalaciones que por la calidad de sus profesores, y la preparación con la que salen de ella sus alumnos. O que lo más importante de un libro sean las tapas, y no el texto. Aunque esto, en ocasiones, es muy real. ¿O quién no ha oído hablar de algún nuevo rico, o no tan rico, que quiere presumir de cultura comprando los libros por metros, y pidiendo por favor, que los lomos y las tapas sean lo más llamativos posibles?

Un ejemplo radical de "libros por metros". No adornes tus paredes con ellos: mejor utilízalos para levantarlas.

martes, 1 de octubre de 2013

El monte Athos, el país de los monjes.

Una república monástica en un confín de Grecia.


Desde hace unos días, he podido leer alguna noticia que hacía referencia a un lugar que se podría considerar único en el continente europeo, pues, aún formando parte de la República griega, no deja de ser un auténtico estado dentro del estado heleno: una república monástica con una soberanía casi plena, y con un gobierno y una sociedad formados enteramente por monjes varones. Una rareza histórica y social, y un anacronismo, sin duda, pero también un mundo que parecía perdido, aparentemente olvidado, pero muy interconectado con la Grecia moderna.
Sin embargo, para comprenderlo un poco, mejor empezar por una breve descripción física del lugar, de quienes viven allá, de cómo lo hacen, y cómo son los numerosos monasterios en los que moran, para seguir con un resumen de su historia, y una breve explicación de su situación actual, en que la división teológica, y los escándalos de corrupción -algo tan común, por lo demás, también en el resto de Grecia-, que en la actualidad lo sacuden.

Un mapa de la república monástica de Athos, con el monte del mismo nombre en el sur-este de ésta.

El monte Athos visto desde el mar Egeo.

El territorio, en su totalidad, sería de unos 335 kilómetros cuadrados -parece poco, pero hay estados independientes más pequeños; de no ser un estado religioso, bien podría ser una pequeña nación que viviera del turismo y, con toda seguridad, de disfrutar de su condición de paraíso financiero-, y sería, para entendernos, dentro de la pequeña península de la Calcídica, al nordeste de Grecia, y con la forma de una mano de tres dedos, la tercera de las tres pequeñas sub-penínsulas -los dedos en cuestión-. O dicho de otra forma -con una precisión más geográfica-, más a oriente. O a la derecha, que viene a ser lo mismo. En este "país", que forma parte de Grecia, pero con una soberanía casi plena -aunque, por su misma naturaleza, no puede funcionar a nivel internacional como un auténtico estado-, formaría parte, en teoría, de la Unión Europea, incluido el uso del euro como moneda propia, pero está exento de diversas leyes, entre ellas, el de libre circulación de personas. Y eso es porque aquí, en este país de hombres, la entrada de mujeres está, simplemente, prohibida. La prohibición es tan radical, tan absoluta -que sería escandalosa, si  no fuera, también, una rareza histórica que no deja indiferente a nadie, pero que no deja de ser hasta cierto punto inofensiva-, que ni tan siquiera pueden haber allá  animales de sexo femenino. Razón por la cual, los monjes que deseen comer huevos o beber leche, deben importar dichos alimentos, pues no hay -al menos, en teoría-, ni gallinas, ni vacas, cabras u ovejas que puedan proveerlos de ellos. Y teniendo en cuenta que no es que cuenten con mucho espacio para el cultivo, ni que exploten el turismo de forma seria, no deja de ser una forma más de complicarse la vida. Pero se considera que toda la región es un gran momasterio masculino, dividido, a su vez, en veinte, todos ortodoxos -la mayoría griegos, pero también rumanos; las iglesias rusa, serbia, búlgara y georgiana también cuentan, cada una, con uno propio-, con su propia autonomía y personalidad, sus líderes y sus puntos de vista -que en no pocas ocasiones han provocado peleas y discusiones, nunca mejor dicho, bizantinas, e incluso violencia, como en el último año, entre conservadores y ultraconservadores o cismáticos-. En total, viven aquí más de 2.200 monjes -todos hombres, y la mayoría griegos, pero las otros iglesias pueden contar con monjes llegados de los países que representan, u otros que cuenten con comunidades de dichas nacionalidades-. Aunque el griego sea, además de oficial, la lingua franca de todas las comunidades, el resto de idiomas de los distintos monasterios "extranjeros" también lo son porque la República Monástica -que en realidad es una monarquía electiva, pues su jefe de gobierno, y en la práctica de estado, sería el llamado Patriarca Ecuménico de Constantinopla, heredero de la perdida grandeza del extinto Imperio Bizantino- tiene sus propias leyes -fueros de la Montaña Sagrada de Athos-, y se le deja hacer en casi cualquier cosa que no se entrometa en el -mal- funcionamiento del Estado Griego propiamente dicho.

Uno de los monasterios al borde de un acantilado, y que suben todo lo que necesitan con poleas y cuerdas, desde barcas que lo traen desde el exterior.

Los orígenes de tan extraña sociedad monástica.

Evidentemente, un estado de facto de este tipo, tuvo que aparecer, que crearse, en tiempos del Imperio Bizantino, o Imperio Romano de Oriente, que cuando su hermano occidental cayó, sucumbiendo a los ataques continuos de los bárbaros -o de los germanos, pues no todos eran tan bárbaros como se les ha pintado-, se quedó en Imperio Romano, sin más. El nombre de "Imperio Bizantino", en realidad, se empezó a usar cuando dicho estado ya había dejado de existir, y no fueron los griegos, ni tampoco los habitantes del sur de Europa -los que tuvieron más contacto con él- los que empezaron a usarlo, sin alemanes, flamencos y futuros holandeses, que lo consideraban algo tan alejado en lo geográfico, como en lo temporal y lo ideológico.
Fue el emperador -basileus- Basilio II, el que decidió en 963 permitir la construcción, en aquella zona casi inhabitable y olvidada, del monasterio de la Gran Laura, que, desde ese momento, tendría la primacía sobre todos los otros que allá se instalaran. Basilio estaba demasiado ocupado siempre con sus luchas contra los búlgaros, que con su khan, su rey-guerrero Samuel, había logrado crear un gran estado no sólo sobre la actual Bulgaria, sino también por una parte importante del norte de Grecia y Albania. El basileus tardó años en aplastar al pequeño pero aguerrido ejército de Samuel, exterminando a combatientes y civiles, y llegando a llevar -muy orgullosamente, por cierto- el sobrenombre de bulgaroctonos, "matabúlgaros". En la práctica, a medida que crecían los monasterios, la población de monjes, y el área que estos dominaban, todo aquello pasó a ser una pequeña provincia más, que siempre disfrutó de la protección del Imperio Bizantino. Sin embargo, la decadencia de dicho estado hizo que se acogieran a la protección del papado -algo que les resultaba odioso, después de que católicos occidentales y ortodoxos orientales se separaran en iglesias distintas, pero que no les quedó más remedio, ante la amenaza de los guerreros occidentales de la IV Cruzada, que, apoyados por Venecia, estaban mucho más interesados en destruir el estado bizantino, y saquear sus territorios, que en combatir a los musulmanes-, y, más adelante, sufrir el saqueo de los almogávares catalanes y aragoneses, en el siglo XIV, cuando el Imperio era poco más que retazos inconexos, más allá de la capital y alrededores.
Finalmente, los turcos sometieron Constantinopla, los monjes se rindieron -en vista de que no podían esperar ayuda de nadie-, y tuvieron que soportar fuertes tributos -como todos los cristianos, en mayor o menor medida-, lo que hizo que el interés por vivir allá disminuyera, y toda la antigua provincia monacal cayera en decadencia. Sólo a partir de 1912, durante la I Guerra Balcánica, en que el Imperio Otomano casi desapareció de los Balcanes -no conservó más que la Tracia turca, la actual Turquía europea-, el pequeño y atrasado reino de Grecia consiguió anexionarse el norte del país, que incluía Athos. Y en ese momento, su rey y sus consejeros se debieron preguntar qué hacer, y cómo administrar, tan curioso lugar. Un territorio con ideas arcaicas -algunos viajeros, tanto franceses y británicos como rusos, lo habían visitado durante el dominio turco, y sus opiniones van desde la admiración, el encuentro con la paz espiritual, o cierto desdén por lo que consideraban un poder demasiado grande de una iglesia tan pobre, en aquella época, como la griega, y la incapacidad de aquellos monjes de vivir sin fastidiar a nadie a la hora de reclamar ayudas-, pero que también, quizá por eso mismo, por tratarse de un pedazo de Edad Media que había perdurado hasta  pleno siglo XX, una especie de símbolo, tanto religioso como cultural y nacional, de la renaciente Grecia.

Cuando uno de los monjes muere, sus huesos son lavados con vino, y depositados en un osario común. No hay cementerios propiamente dichos.

En general, los monjes viven de forma modesta, y muy centrados en el rezo y la meditación, rodeados de cirios, lámparas de aceite, e iconos de la Virgen (la Santa Madonna), Cristo y los santos ortodoxos, que no son siempre los mismos que los católicos -por ejemplo, la emperatriz consorte Teodora, esposa de Justiniano, es santa para ellos, a pesar de haber sido en su juventud artista de circo, actriz de segunda y prostituta, o al menos dama de compañía. Pero el hecho de que acabara siendo, se supone, una buena cristiana, y el impulso que intentó darle al imperio como una auténtica soberana no reconocida, debieron contar mucho para subir a los altares ortodoxos-.

Los problemas de una república monástica en los tiempos que corren.

Está bastante claro que, en primer lugar, los 20 conventos y sus monjes no dejan de ser, en cierto modo, pequeños pueblos que, al menos en principio, deberían ser parcialmente autosuficientes en cuestión de agricultura y ganadería. Pero muchos de ellos no están muy dispuestos a tomarse en serio la explotación agro-pecuaria de su tierra. Además, al no haber animales hembras, no se pueden conseguir leche -aunque sí que aprovechan la que compran para hacer queso o yogur- o huevos frescos. Respecto al turismo, en principio existe, pero sólo se puede acudir en calidad de peregrino -o, al menos, eso es lo que los turistas deben contestar cuando se les pregunta qué han ido a hacer allá; se hace necesario, incluso, conseguir una autorización legal, llamada diamonitirion-, y no hay otra forma para entrar allá que no sea por ferry, que atraca en el único puerto de la "república", el de Dafni, donde se encuentra el también único bar, y se controla cada mochila de los que salen de su territorio, no sea que se lleve algún recuerdo que no debiera. Además, está prohibida la entrada a mujeres, niños y adolescentes -en estos dos casos, de ambos sexos-, y raramente se permite que más de un 10% de los "extraños" -o "exteriores", que también es como se les podría llamar- sean extranjeros -o sea, de fuera de Grecia, o no perteneciente a uno comunidad griega del exterior, como los chipriotas, o los griegos de Líbano, o de Norteamérica o Australia-. Todo esto hace que, en un lugar, donde en ocasiones -cuevas o pequeñas ermitas más o menos dependientes pero separadas de los monasterios mayores, pero también en algunos de los más pequeños- para enviar alimentos o medicinas, o cualquier otra cosa, se tengan que usar cestas atadas con cuerdas y tiradas por poleas, y que previamente se han traído en barca o lancha, el turismo, y en general todo lo que sea movimiento de personas o mercancías con el exterior, se haga difícil y problemático.

Una de las ermitas, probablemente habitada por un ermitaño, dependiente, pero separada de cualquiera de los monasterios comunales.

Si no hay comunicación por tierra -no hay carreteras, ni caminos que merezcan dicho nombre; se podría entrar, pero más como un aventurero o caminante de zonas montañosas, que como un viajero al uso-, cuando hay incendios forestales, y en Grecia son penosamente habituales -además, Athos es zona muy boscosa-, se podría decir que, si no se combate el fuego desde el aire, tienen que ser los mismos monjes los que impidan el avance de los fuegos. O eso, o esperar que se extingan por sí mismos, porque no parece que los habitantes del monte estén muy por la labor de construir -o permitir que lo hagan otros- cortafuegos, puntos de vigilancia, o, al menos, poseer material moderno anti-incendio.
En lo que sí parecen poder ganarse la vida, es en la restauración de libros y obras de arte antiguas. Algunos monjes son gente instruida y con estudios, e incluso carrera, y eso hace que administraciones, iglesias y particulares les manden sus preciados, pero un tanto maltratados por el tiempo, tesoros religiosos.
Pero Grecia, además de problemas económicos y sociales gravísimos, lleva sufriendo desde hace ya demasiado tiempo e flagelo de la corrupción, y la iglesia ortodoxa, que formalmente está separada del estado, pero que tiene una influencia todavía muy fuerte -y que, hasta hace poco, y por presión popular, no demostraba demasiada atención por la legión de los menos desfavorecidos, cuyo número no para de crecer, en los oscuros tiempos que corren para la nación helena-, no ha escapado a semejante lacra. El abad del monasterio de Vatopedi, acabó en una cárcel ateniense por haber intercambiado bienes rústicos de su comunidad monástica, sin apenas valor real, por propiedades del estado griego -por un valor de casi 100 millones de euros, y que fue una de las causas del gobierno conservador del momento- , que en principio, pertenecía a toda la ciudadanía, pero que no supieron de todo ello hasta que lo denunció la prensa. El hecho de que el causante de semejante desaguisado, el abad Efraim, cuente con seguidores incondicionales hasta por internet -que le vitorearon en una visita a una feria de turismo de Moscú, donde la iglesia ortodoxa griega fue como una invitada más- no impidió que acabara en la penitenciaría de Korydallos.

Los incendios en el monte hicieron que fuese imposible evitar que, aunque poco, no intervinieran bomberos del exterior, pero no era lo más común.

Los más jóvenes, además, aparte de sus necesidades, digámoslo así, más íntimas -que les "forzó" a hacer visitas a mujeres que les consolaran de ciertas "debilidades", lo que también hizo, para sorpresa de todos, que el SIDA llegara a un lugar donde, supuestamente, no podía llegar de ninguna de las maneras-, en ocasiones, quizá por un exceso de testosterona, acabaran rebelándose contra la iglesia oficial, concentrándose en el semi-ruinoso monasterio de Esfigmenu, para protestar por la apertura del líder de la iglesia, y su disposición al acercamiento al Vaticano y los católicos. Allá, unos 50 -en principio, llegaron a 100- monjes de lo más recalcitrante, que excomulgaron a los que, previamente, les habían excomulgado a ellos, resisten como pueden -cócteles Molotov incluidos-  no sólo a un pequeño ejército de monjes que han intentado sacarlos de allá por la fuerza, la misma que ellos están dispuestos a usar para resistir -con palos, piedras, y lo que haga falta-, sino también a la policía grieta. A los líderes religiosos no les hizo demasiada gracia ver allá a los uniformados, pero, realmente, poco más podían hacer, aparte de llamar a los profesionales. Y la policía griega, de enfrentamientos con manifestantes, saben bastante. Que se sepa, aunque los rebeldes se han ido debilitando, todavía están allá a palos. Como quién dice, lo de "paz en la Tierra" no van con tan santos varones.

Un "Monasterio de Meteora", como llaman en Grecia a los monasterios construidos en altas simas, tanto en Athos, como en otras zonas del norte, o en islas del Egeo, y casi inaccesibles, incluso por aire.

El cómo, en los tiempos que corren, podrá seguir existiendo algo tan curioso como una república monástica, no está demasiado claro, a no ser que sus miembros decidan abrirse al mundo y a la modernidad. También existe el peligro, para ellos, de que dicha modernidad, a veces demasiado reñida con la homogeneidad, no acabe engulléndolos, pues no dejan de ser un anacronismo viviente. Pero, en ocasiones, si dichos anacronismos son inofensivos -y no salen demasiado caros- no dejan de tener su atractivo e interés. Demasiado fuertes son las fuerzas -llámense cultura dominante, tecnología, capitalismo o, viniendo de otras partes del mundo, el islam o la cultura china- que tienden a homogeneizar a la humanidad y las naciones, así que, las pequeñas pero llamativas diferencias que todavía existen entre masas enormes de gentes tan parecidas unas a otras, por suerte o por desgracia -más lo segundo que lo primero- tienden a desaparecer irremisiblemente. O no.