viernes, 30 de octubre de 2015

Una visión poética de un mundo post-apocalíptico; un cortometraje de animación: "Strange alloy".

Cómo disfrutar de animación cf en apenas un minuto.


Esta será una entrada corta. Consiste en un vídeo, realizado a mano, y de apenas un minuto y medio de duración, del artista de la animación francés Loïc Bramoullé. Consiste en un relato post-apocalíptico, que no transcurre, como viene siendo habitual, en las ruinas de una gran ciudad europea o -sobretodo- norteamericana, sino en los antiguos templos budistas de Myanmar, la antigua Birmania, que han sido en parte colonizados por la naturaleza, pero que todavía se conservan en buen estado. En suficiente buen estado como para que un viajero de las estrellas decida hacer un viaje de turismo espacial, que acaba siendo para él una grata experiencia espiritual.
Originalmente está en inglés, y en inglés están también los subtítulos, pero el texto es poco y, en general, claro, y al fin y al cabo, casi todo el mundo tiene un mínimo conocimiento de la lengua anglosajona.
El corto compite en el Festival de Cortometrajes Sploid, y de la misma forma que se puede votar a favor de este, o de cualquier otro corto, también se puede participar en él de forma sencilla.
O simplemente, intentar conocer otras obras de distintos autores.

Bien, pues aquí está el vídeo en cuestión. En su momento se podía ver aquí mismo, en la entrada, pero como ahora resulta imposible, he puesto un enlace.





Algunas imágenes del cortometraje.


Y aquí, un estudio morfológico del personaje.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El retorno -inesperado- de Billy el Niño: una fotografía de dos dólares que ha acabado valiendo una fortuna.

Después de más de un siglo, ha acabado apareciendo una supuesta segunda fotografía del legendario forajido.


Después de un par de entradas dedicadas a la fotografía, o más bien, al hallazgo de fotos antiguas de desconocido o, cuanto menos, misterioso origen, esta vez he preferido escribir, aunque sea un poco, sobre el posible -parece que probable- descubrimiento de una segunda imagen del famoso Billy el Niño, del que sólo se tenía una imagen, tantas veces reproducidas en libros, revistas o webs dedicadas al lejano Oeste. 
Respecto a cómo se encontró, en general fue la suerte, más que otra cosa, la que la hizo salir de las catacumbas del olvido. Como casi siempre, por lo demás. Una pareja compró en una tienda de antigüedades -una mina para este tipo de hallazgos, por lo visto, en la ciudad de Fresno, en California, y la compró, dicen, por dos dólares, apenas 1.75 euros.
Por lo que se ve, Billy está jugando con al menos uno de sus compinches al crocket -no al cricket; el crocket es a lo que juega Alicia, la del Pais de las Maravillas, para entendernos-, delante de una casa. La fotografía, realmente, es de la casa al completo, y del terreno que tiene delante, por lo que tanto el bandido como su amigo, y el resto de gente que está jugando, salen en ella como algo secundario o complementario.
Abajo se ve el ferrotipo -una clase de fotografía primitiva- de la única imagen del Niño, y a la derecha, una restauración de la misma -realizada por Alexandra Hamer en 2012, se lee en ella-, que ayuda a hacernos una imagen más fiel de cómo era él realmente.

 


Fue tomada en 1880, mirando a cámara, apoyado en su Winchester, en lo que se podría llamar una fotografía "artística", o realizada por un profesional. Fue vendida en 2010, por 2'3 millones de dolares, unos dos millones de euros.
Esta segunda, podría venderse por todavía más, una vez que una empresa californiana ha afirmado, con casi total seguridad, de que es verdadera, o sea, que no sólo es de la época en que Billy vivió y murió, sino que él es uno de sus retratados. Y por lo visto, no se venderá por subasta, sino que ya hay alguien lo suficientemente interesado por ella como para llegar a pagar hasta 5 millones de dólares, unos cuatro millones y medio de euros, más o menos. Sin duda, el famoso forajido no llegó a pensar nunca que su fama llegara tan lejos en el tiempo, ni que sus imágenes valieran tanto.
Abajo se puede ver la fotografía completa, con sus protagonistas al completo.



La fotografía parece ser anterior a la única que de él se conservaba. Muy probablemente, de 1878, un par de años anterior, cuando participaba en la llamada Guerra del Condado de Lincoln, entre John Tunstall, el ganadero para el que él trabajaba, y el llamado "Ring of Santa Fe", que vendría a ser la oligarquía económica, política y militar que controlaba en, aquel tiempo, territorio -no estado- de Nuevo México.

Billy the Kid o Billy El Niño

Y en la parte superior, un detalle de la foto, con Billy -se supone- a la izquierda .

Y respecto a dónde he encontrado la información, básicamente, en un artículo de la versión web de "El País", si bien sería interesante hablar un poco más de Billy el Niño dejando aparte las fortunas que se pagan por sus escasísimas fotografías. Un par, realmente.

martes, 27 de octubre de 2015

La vuelta al mundo de Nellie Bly, y otras historias que contar: Recorrer el mundo en 72 días (III).

El viaje que la haría mundial y eternamente famosa.


Cómo ser alguien fuera de lo común, cuando lo has sido ya tantas veces.

Después de sus diez días ingresadas en un manicomio que más bien era un auténtico infierno en la Tierra, parecía que Nellie Bly era capaz de casi cualquier cosa. Había investigado, escrito, publicado, sobre la explotación en fábricas, en el comercio y el servicio doméstico, sobre la discriminación y marginación de las mujeres de su país -de cualquier país, realmente- de todas las formas imaginables, y parte también de las inimaginables, y no se había cortado a la hora de denunciar corrupción política, o despilfarro de dinero público. Pero hacía falta algo más, Ella lo sentía, y su jefe, Joseph Pulitzer, también.
En otro momento, cuando Nellie no llevaba mucho tiempo en el New York World, pensó en que el periódico le pagara un viaje a Europa, y desde allá, partir junto a los más pobres inmigrantes europeos hacia América, para que la clase media norteamericana -de nacimiento, no sólo de ciudadanía- supiera por lo que pasaban la inmensa oleada de irlandeses, alemanes, italianos, judíos, polacos y demás europeos que estaban llegando al país de año en año. Como era de suponer, se le dijo que no, por ser muy caro y peligroso. Pero ahora, Nellie Bly era el periodista -no "la", sino "el", incluyendo hombres, casi todos, y mujeres, muy pocas todavía- de Estados Unidos. Era difícil, negarle según qué.
Nadie tiene demasiado claro, como nació la idea de dar la vuelta al mundo, intentando batir el récord de ochenta días del personaje de Jules Verne, en la novela de ese mismo título. Hay que tener en cuenta que Verne todavía estaba vivo, era una leyenda en Francia, y muy conocido -más de lo que podría suponerse hoy en día; prácticamente, como un Ken Follett, o quizá más- en todo el mundo. Aquello sí que era un desafío extraordinario, pues al fin y al cabo, la novela de Verne era ficción, y tampoco nadie había demostrado de forma fehaciente, real, que aquel recorrido, en tan poco tiempo, fuera posible.
Nellie cuenta que se le pasó la idea por la cabeza mientras, una noche, tenía una hoja de papel en blanco delante suyo, y notó que su mente estaba tan en blanco como ésta. Otros piensan que fue Pulitzer, el dueño del periódico, o el director, quienes tuvieron la idea, o que, incluso, tampoco fue suyo, sino que fueron una tercera persona -o más de una- quienes se lo insinuaron. Realmente, tampoco debería tener demasiada importancia. La cuestión es que la joven aceptó el reto sin pensárselo. Para tozuda, ella.
Lo que parece cierto es que, en el caso de que Pulitzer sí pensara en patrocinar una vuelta al mundo, no pensó en ella en la que la realizara. Debió haber en la oficina del editor una discusión terrible, en la que él insistía que una mujer no podría realizar tal hazaña, porque resultaba evidente que tendría que ir acompañada -realmente, tal vez no habría podido explicar de forma totalmente lógica y estructurada el por qué: simplemente, las mujeres no viajaban solas, y todavía menos al extranjeros, y se acabó-, y ella le amenazó que, si mandaba a otro periodista en su lugar, ella partiría un par de días antes, y trabajando para otro periódico. Pulitzer debió contraatacar, argumentando que las mujeres realizaban viajes con tanto equipaje, que tardaría mucho en prepararlo, aparte de que no resultaba práctico ir contra reloj sobrecargada de maletas. En realidad, no era del todo falso lo que decía, pero él se imaginaba a viajeras británicas victorianas, que marchaban a la India o a Arabia, bien con sus maridos, bien solas, pero con una enorme carga de equipaje de todo tipo. Pero ella era mujer de otra pasta, y también de otra época -aunque realmente fuera casi contemporánea de algunas de estas viajeras en las que su jefe debió pensar-, y no necesitaba llevar medio fondo de armario para su hazaña. Apenas un abrigo largo a cuadros -el que tantas veces se puede ver en sus no muy numerosas fotos, y que parece unido a su figura e imagen, como si lo hubiera llevado toda su vida-, un bolso con ropa interior, un mínimo de productos de tocador, una barra de labios y, parece, crema para el Sol. Y en otra bolsa, colgada del cuello, dinero británico -unas 200 libras esterlinas- y estadounidense, y moneda en oro. Prácticamente, higiene y dinero, y poco más. Con eso empezó su aventura, un año después de haberlo propuesto a su editor -ella tuvo la idea, o se la insinuaron, o lo que fuese, en 1888, pero no fue hasta el 14 de noviembre de 1889 que partió a la buena de Dios-.


Un par de viñetas -la primera antigua, la segunda parece que bastante posterior- sobre la reunión-entrevista entre Bly y Verne. Por mucho que ambos parezcan muy amigos, la realidad debió ser algo distinta, porque parece que acabaron saltando chispas, entre la periodista y el escritor.

Desde el puerto de Hoboken, en el estado de New Jersey, llegaría a Londres, donde ya era conocida, de allá, en barco, llegaría a Calais, en Francia -el paso de Calais es el paso natural de Gran Bretaña al continente, o viceversa; al menos cuando se hacía sólo en barco, y no por un túnel subterráneo, para vehículos de motor y ferrocarril, aunque aquí también, optaron por el mismo recorrido, poco más o menos-, pero en lugar de seguir a toda velocidad, decidió marchar en tren a París, y no dudó en presentarse, nada menos, que delante de la puerta de la casa del mismísimo Verne. Al abrir y encontrarse a aquella joven -de la que, evidentemente, algo tenía que saber, debido a lo mucho que se había hablado de ella, y su deseo de dejar atrás al ficticio Phileas Fogg-, se llevó, sin duda, una sorpresa. La trató con educación, pero también con cierta benevolencia, casi paternalmente. "Si consigues dar la vuelta al mundo en 79 días, te aplaudiré con ganas", le dijo. Pero dudaba de que una chica tan joven, sola, con un apoyo de su diario más bien relativo, pudiera realizar semejante periplo. La entrevista -eso fue, y la incluyó en sus artículos, en su futuro libro- casi acaba como el Rosario de la Aurora. Sencillamente, Verne, como casi cualquier otro hombre de su época -no es que fuera más machista que los demás; era hijo de su tiempo- no entendía que Nellie viajara con un bolso de mano, lo que sería una maleta ligera, y otra colgando del cuello. Debía fracasar, cansarse, asustarse... ¿no era eso, lo que hacían las mujeres? Necesitar de la ayuda de un hombre, su protección, su consejo... hasta insinuó si, como su británico personaje imaginario, en la India se entretendría salvando a una viuda a punto de ser quemada viva. "Tal vez salve a un viudo", le respondió. Cuando se marchó, muy probablemente, Verne respiró más tranquilo. Y se olvidó de ella, pensando en el tiempo que aquella muchacha tan segura de sí misma iba a perder. 

Una de las pocas fotografías de cuerpo entero de Bly, con su famoso abrigo largo a cuadros, y su maletín de viaje.
Desde París, viajó, también en tren -en aquellos trenes de vapor, en aquella época- a Italia, partiendo de Brindisi, en Apulia -el tacón de la bota italiana- hacia Port Said, en el Egipto británico -el hecho de que una parte importante del mundo perteneciera, formara parte, de un mismo imperio, el británico, también facilitaba las cosas, y más todavía, a los anglófonos-, de allí a Ismailia, Suez -el canal, era visto todavía como una reciente, sus obras habían finalizado apenas veinte años antes, y era visto con orgullo como el gran ejemplo de que la tecnología de Occidente podía con todo, y conseguirlo todo, también-, Adén -en la costa del actual Yemen; aquella parte de dicho mísero país, en el extremo sur de la península de Arabia, era también británico, con el nombre de Hadramaut-, Colombo -Sry Lanka, o Ceylan-, Penang -una pequeña isla al oeste de Malaca, en lo que ahora es Malaysia, nación que, por entero, era también británica en aquellos años-, Singapur -lo mismo, británico, gran centro comercial y militar-, Hong-Kong -más o menos, otro Singapur, pero con menor peso militar, y mayor comercial- y Yokohama, en Japón. En aquella época, el Imperio del Sol Naciente, bajo el emperador Mutsuhito, había tomado la senda del desarrollo económico y tecnológico, y era considerado por los anglosajones de todos los continentes como el más civilizado de los países de Oriente, y, para no pocos de ellos, como un amigo y aliado de fiar. Alguien en quien podían confiar más que, por ejemplo, en la decadente China. Medio siglo después, se llevarían una amarga decepción. De allá, llegó a San Francisco, donde Pulitzer alquiló un tren privado, para que pudiera llegar a Nueva York sin problemas. Cuando llegó a la ciudad que estaba a punto de ser la capital del mundo, se comprobó que su viaje había durado, exactamente, 72 días, seis horas, once minutos, y catorce segundos, y casi 25.000 millas recorridas alrededor del globo. En números redondos, había batido el récord de Fogg, un personaje imaginario, que siempre contaba con la inestimable ayuda de su padre literario, en ocho días. Un británico, imaginado por un francés, vencido por una norteamericana. Y algunos destacaron que "por una mujer"; como queriendo decir: "si una mujer es capaz de eso, ¡imaginad un hombre!". Claramente, no habían entendido nada.

Otra de sus fotografías más famosas: aparentemente, despidiéndose de sus lectores, presta a viajar alrededor del mundo.

Uno de las portadas del New York World, donde, como si fuera un juego de la oca, se podía seguir el viaje de Bly, día a día, con una imagen representativa de los lugares que visitaba.

"El diario de Nellie Bly", aunque no fue escrito realmente por ella -abajo se ve quién lo escribió realmente-, fue parte de la literatura que sobre la joven se iría escribiendo hasta, prácticamente, hoy día.


El trabajo de su vida, que le sobrevivió hasta la actualidad.


Como era de esperar, Bly se transformó en una celebridad, y todo el mundo quería conocerla. Era admirada y querida, y los artículos que enviaba desde sus distintos destinos batían récords de venta. Utilizó toda la tecnología de finales del siglo XIX, el siglo donde ésta dio pasos de gigante, como probablemente nunca lo hizo, ni lo ha hecho todavía. Viajó en tren y en barco, mandaba telegramas para hacer saber que había llegado sana y salva a tal o cual ciudad, aunque los artículos propiamente dichos -o sea, los textos más largos- los enviaba por correo, si bien es de suponer que en no pocas ocasiones usaría la valija diplomática, con la que contaban embajadas o consulados norteamericanos repartidos por el mundo, o cualquier otro medio que hiciera que sus paquetes fueran más rápido que por correo normal. Era ya una persona conocida en casi todo el mundo, y donde no sabían de ella, bien supo de hacerse conocer. Siempre encontraba, entonces, alguien que la ayudara, aunque sólo sea con alguna información. Y de no ser así, la buscaba, y al ser tan insistente, casi siempre la encontraba. 
El estilo de periodista de Nellie, como es de suponer, no era profundo y pomposo, tampoco era, ni podía ser, especialmente literario -no estudió la carrera, como en realidad, muchos otros periodistas de la época, y aunque tenía cultura, tampoco había tenido tiempo de instruirse de forma extrema-. Tenía la obligación, y además aquello correspondía a su carácter, de escribir de forma clara y concisa, pero también con enorme fuerza y poder de convicción. Sabía atraer, interesar, fascinar y, sobretodo, enfurecer, concienciar, esclarecer. Era la escritura que correspondía a alguien como ella.

              

    
A la izquierda, se puede ver el dibujo que ilustra la tapa de un juego de mesa basado en el viaje de Bly. La muñeca tal vez fue algo posterior, pero bien podría ser actual. Bly sigue siendo un personaje atractivo tanto para las niñas, como para las mujeres -y hombres- adultas actuales.

El juego por dentro. Fue tan popular, se vendieron tantas unidades, que aún hoy en día se puede encontrar de venta en la web, o en tiendas de antigüedades de Estados Unidos.

Gracias a ella, es posible conocer cómo eran Inglaterra, Italia, Egipto, Malasia o Japón en aquella época. Se reunía y hablaba -en realidad, entrevistaba, muchas veces sin que el interpelado se diera ni cuenta- tanto a gente importante y adinerada, como a los más pobres de los pobres. Hablaba de la situación de la mujer a lo ancho y largo del mundo, y descubrió que el machismo y discriminación de su país, aunque grande, muy grande, eran casi siempre inferiores a lo que encontró en todas partes. Se interesaba por la economía, las condiciones sociales de la mayoría de la población, la situación política, y en China -llegó a Hong-Kong, colonia británica, pero quiso conocer la "China auténtica"- visitó un establecimiento de leprosos, para que así se supiera en su tierra que una enfermedad tan terrible, que sonaba ya a Edad Media, todavía mataba a tantos en tantas partes. Sin duda, si Nellie Bly fuera un personaje actual, si hubiera realizado su viaje en estos tiempos, habría conseguido ser una celebridad en la red, y su blog sería visitado por multitudes, lo mismo que sus vídeos. Eran otros tiempos... ¡qué tiempos!
De sus artículos, y sus recuerdos y experiencias de las que no pudo, o quiso, hablar de forma más extensa, nacerá su última obra, y la más conocida "La vuelta al mundo en 72 días", que todavía sigue siendo un clásico de la literatura de viajes, además de un testigo de ese mundo de hace más de un siglo.
Pero si Bly ha resistido el paso del tiempo, al menos, en su país -en España sigue siendo una gran desconocida, y sus obras hace muy poco, que han sido traducidas al castellano, y apenas hay libros biográficos sobre ella-, no se puede decir de otra mujer fuera de lo común, periodista como ella, que también logró la misma hazaña, y con apenas unas pocas horas de diferencia -y por tanto, también ella, se adelantó al flemático Phileas Fogg-: Elizabeth Bisland, enviada del Cosmopolitan, una publicación, también de Nueva York, más elitista y menos popular que el World de Pulitzer, y que además salía a la venta de forma mensual, lo que hacía que las crónicas de Bisland, quizá menos vivas, pero también más literarias, no pudieran tener la misma acogida que las de Bly. Aún así, logró, ella también, dar la vuelta al globo, y su historia bien merecería ser contada de forma independiente, y no sólo como una nota a pie de página de la historia de Bly.
         

 

           

   
Pastillas de olvidados doctores, probablemente de efectos inofensivos, pero poco eficaces. O algo peor. O quizá avanzadillas de la medicina moderna. Daba igual, pues en ocasiones, el personaje de Bly, heroína popular, ilustraba las cajetillas donde se vendían. En la ilustración de arriba a la izquierda, se le ve adelantando, y riéndose también, del mismo Fogg, el personaje de Verne.

¿Y después de todo aquello, que hizo Bly? Pues entre otras cosas, casarse. ¿Casarse, y con un hombre cuarenta años mayor que ella, la mujer más independiente imaginable? Ella era hija de su tiempo, y vivía en una determinada sociedad, de la que formaba también parte. Y por lo visto, quizá no se casara lo que se dice enamorada, pero sí sentía algo especial por su rico -porque era rico, sí- futuro esposo. Pero eso es ya otra historia.

domingo, 25 de octubre de 2015

La recta final de las obras de la Sagrada Familia: un vídeo donde se le ve "crecer", y su aspecto final.

En minuto y medio, el avance de las obras de la obra de Gaudí, hasta 2026.


Una pequeñoa entrada de una gran obra, que merece algo más.

Por falta de tiempo, no he podido escribir ninguna entrada larga, pero la prensa e internet siempre puede dar ideas sobre otras nuevas, incluyendo algunas cortas. En este caso, parece que ya están planificadas las obras de la Sagrada Familia de Barcelona, la obra cumbre de mi conciudadano Antoni Gaudí, que, en principio, deberían acabar en el año 2026, coincidiendo con el centenario de la muerte de su creador, atropellado por un tranvía, yendo como iba siempre despistado, y con la mente en sus cosas, o sea, en las obras de su proyecto más extraordinario, donde no sólo se pasaba el día trabajando, sino donde acabó viviendo.
Entre otras cosas, se ha hecho este vídeo en 3D, de apenas minuto y medio, pero donde se puede comprobar como avanzarán dichas obras, hasta su finalización en dicho año, aunque también se ha dejado claro que, si estas se retrasaran uno o dos años, después de cerca de siglo y medio -las obras comenzaron en 1882, así que hasta el 2026, serían unos 144 años, más o menos-, tampoco tendría que pasar nada. No es cuestión de ir con prisas, y dejar algo a medio hacer.

El vídeo donde, en minuto y medio, se puede ver la transformación del edificio, la gran obra de Gaudí, hasta 2026 -si se cumplen los plazos previstos-.

Una visión de cómo podría ser la Sagrada Familia, una vez finalizada.

Iniciada en dicho año de 1882 por el arquitecto diocesano Francisco de Paula del Villar, a la muerte de éste en 1883, se encargó a Gaudí, que contaba apenas con 31 años de edad, y con cierto renombre, pero todavía con muchos trabajos por hacer, el proseguir las obras, y siguió con ellas hasta su muerte, en 1926. Y a partir de ahí, no pocos arquitectos prosiguieron con tal difícil pero apasionante reto: el proseguir con uno de los edificios todavía por finalizar más extraordinarios, hermosos, complejos y conocidos del mundo.
Siendo en principio de estilo neogótico, de moda en la Barcelona de la época, Gaudí, artista único e inclasificable -siendo como es el mejor ejemplo de arquitecto modernista, su estilo es tan inconfundible como rompedor e inimitable-, decidió replantear el aspecto de éste al completo: más que modernismo, sería un edificio que iría improvisando a medida que fuera creciendo, como si fuera poco menos que una criatura viva, un ser en continuo crecimiento, que nadie, ni él mismo, podría explicar, y explicarse, cual sería su concepción final.
Respecto a la expresión "expiatorio", vendría a significar que no se ha construido nunca a base de ayudas o inversiones públicas, de ninguna administración, sino con donativos y, en los últimos años, con las entradas de los numerosísimos visitantes de todo el mundo que lo visitan casi a diario. Gracias a esos ingresos, entre otras cosas, las obras han podido avanzar tanto en las dos últimas décadas.


La Sagrada Familia por dentro. Su interior ha sido en gran parte acabado en los últimos años, y es, sin duda, extraordinario de ver. Y puedo asegurar -por haber estado allá- que ninguna fotografía es comparable al verlo en persona.

La basílica, en una fotografía reciente.

O cómo dijo el mismo Gaudí: "El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia lo hace el pueblo y se refleja en él. Es una obra que está en las manos de Dios y en la voluntad del pueblo".




jueves, 22 de octubre de 2015

Los prerrafaelitas (XXVII): Masaaki Sasamoto, el neo-prerrafaelita del Lejano Oriente.

Con toda seguridad, ninguno de los viejos maestros llegaría a pensar que su influencia artística llegara, geográficamente, tan lejos.

Después de muchos años de casi olvido, !dónde ha reaparecido la influencia de los prerrafaelitas...!

Después de haber escrito sobre tantos maestros de la Hermandad, o seguidores y simpatizantes suyos, incluidos algunos pintores que no fueron nunca, ni antes ni ahora, considerados como auténticos prerrafaelitas, pero que influyeron, o se dejaron influir por ellos, no está de más ir hablando de algún autor moderno -no sólo todavía vivo, sino aún joven-, que de forma más o menos clara en ocasiones, no tanto otras, haya recogido el testigo de la obra, estilo y temática de todos estos ilustres difuntos, cada vez menos desconocidos por los amantes modernos del arte pictórico -al menos, algunos de ellos-, y que en ocasiones, brillan en las nuevas obras de nuevos artistas.
Uno de ellos fue el norteamericano Brad Kunkle, autor hiperrealista, con un brillante uso del pan de oro, del que ya escribí algo no hace tanto -o sí, porque ya llevo tanto con el blog, que se me olvida cuando escribí de tal o cual cosa-, y otro sería Masaaki Sasamoto, del que aquí hablo un poco, pues no es mucha la información que he podido encontrar de él. Por no poder hallar, me ha sido muy difícil encontrar incluso los nombres de no pocas de sus obras. Tal vez, porque algunas no tienen, pero tampoco creo que eso tenga que ser tan importante para conocerlas y admirarlas.
Sasamoto -笹本正明, en el original japonés- nació en 1966 en Tokio, y se graduó en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de la misma ciudad, que le admitiría en 1989, y donde se especializó en pintura japonesa. Ha participado de forma continua tanto en exposiciones individuales, como colectivas, a lo largo de todo el país. Actualmente, vive y trabaja en la isla de Honshu, la principal del archipiélago nipón, en la prefectura -provincia- de Yamanashi. 
Es en la Galería de Arte de dicha prefectura -el museo provincial, se podría decir-, donde se puede admirar, si no toda, sí gran parte de su obra.

Aquí, una primera serie de su extensa obra:


Paintings by Masaaki Sasamoto: higanhe.jpg

Paintings by Masaaki Sasamoto: inosent.jpg

© Masaaki Sasamoto






Respecto a si se le puede considerar o no un auténtico neo-prerrafaelita o no, sucede lo mismo que con Kunkle: se puede decir que sí, pero con reservas. Pero estas no vienen tanto por su condición de japonés, de hijo de una cultura aparentemente parecida a la Occidental -apreciación un tanto equivocada que podría considerarse cierta debido a su alto desarrollo económico y tecnológico, más o menos como Europa o Norteamérica-, sino por la distancia temporal. Es lógico pensar que artistas que son todavía jóvenes bien entrado el siglo XXI, tengan visiones, técnicas, conocimientos tecnológicos, experiencias o influencias de todo tipo bien distintas a hombres y mujeres que vivieron durante la Época Victoriana o poco más allá -la mayoría no vivieron más allá de lo que se llamaría Época Eduardiana, que apenas llega a la I Guerra Mundial; más bien acabaría algo antes-. A la mitología greco-romana, y a la visión un tanto fantástica e idealista tanto de la Antigüedad, como del Medievo, o a los temas bíblicos, o la visión un tanto onírica del paisaje, o de la mujer como algo bello, pero también, para variar, como sujeto pensante y protagonista, ellos reciben la influencia de pintores o escultores posteriores en el tiempo, del cine, la televisión, el cómic y la animación -y en el caso de Sasamoto, esta influencia se nota-, así como de otras culturas, que a partir de mediados del siglo XX, son cada vez más conocidas en Occidente. Y si hablamos del autor japonés, ocurre exactamente lo contrario: a partir, precisamente, de la Época Victoriana, pero sobretodo desde los años inmediatamente anteriores a la II Guerra Mundial, Japón recibirá una fuerte influencia de Occidente de todo tipo, e igual que la población, o al menos parte de ella, estará cada vez más expuesta a la parte de la cultura occidental más popular o de masas, o la más actual, también irá conociendo, cada vez más, a esa misma cultura en otras épocas más antiguas. Y la Época Victoriana, y eso incluye a los prerrafaelitas, son parte de ese "Occidente idealizado" que más interés despierta entre la juventud japonesa desde hace ya tiempo.
Aparte de ello, el prerrafaelita se entremezcla con la influencia de su "hijo", el simbolismo, y en menor medida, la cultura popular japonesa -manga, anime, también la pintura o dibujo tradicionales japoneses-, así como un dibujo más moderno, aprendido en escuelas actuales. Según varios críticos, y modestamente estoy de acuerdo -no me comparo con ellos-, transmiten magia y fantasía, mezcla oscuridad con poesía de brillos áureos, y despiertan y hacen trabajar nuestra imaginación, al abrir puertas a mundos oníricos, y fantásticos.

Y aquí, una segunda muestra de la variedad de su obra, donde el negro y el dorado, la fantasía y la mezcla de personajes e influencias es enorme. Resulta evidente, eso sí, que el prerrafaelismo, presente en algunos dibujos, apenas aparece en otros, donde sería el simbolismo, o el impresionismo francés, o vanguardias posteriores (Klimt, Munch), que cambiarían para siempre la pintura europea:


© Masaaki Sasamoto

© Masaaki Sasamoto

© Masaaki Sasamoto




domingo, 18 de octubre de 2015

La vuelta al mundo de Nellie Bly, y otras historias que contar: una temporada infernal ingresada en un manicomio (II).

El reportaje que haría famosa a Bly, y daría forma a lo que más adelante se llamaría "Nuevo periodismo".


Diez días de infierno en el manicomio de la Isla Blackwell.

En 1887, como ya se contó en la entrada anterior dedicada a Bly, la joven se vio, tras cuatro meses de búsqueda de trabajo infructuosa por todos los periódicos de Nueva York, casi sin un céntimo, y cansada de intentar ganarse la vida en el mundo del periodismo en la Gran Manzana. Finalmente,  y cuando su carrera parecía condenada a transcurrir en alguna pequeña ciudad, realizando trabajos igualmente pequeños, le llegó la oportunidad gracias a John Cockerill, jefe de la redacción del periódico "The New York World", que cuatro años antes había comprado Joseph Pulitzer, dispuesto a transformarlo, después de años de pérdidas, en líder de ventas en la ciudad y alrededores.
Pulitzer, a su manera, era un hombre extraordinario, aunque con sus claroscuros. Se trataba de un inmigrante judío húngaro, llegado a Estados Unidos en 1864, para luchar en el ejército del Norte. O sea, como mercenario. Por ello recibió la ciudadanía y ganó cierto dinero, y empezó en la pequeña Sant Louis, en el Sur derrotado, con un pequeño periódico, hasta que acabó emigrando a Nueva York, donde llevó a cabo la transformación del deficitario periódico que había comprado, en una máquina de vender ejemplares, mezclando el periodismo de investigación, el puro amarillismo, y el conseguir informar y entretener a una población que, en general, era semi-analfabeta, o no estaba acostumbrada a lecturas profundas, pero que, al menos en la ciudad, no se conformaba siempre, con simple información superficial. Rival de Hearst, otro de los colosos de la información -y desinformación; sólo hay que ver su papel en la Guerra Hispano-Norteamericana, como, en mayor o menor medida, también Pulitzer-, acabaría hasta dando nombre al premio al mejor reportaje periodístico que, aún hoy en día, se entrega anualmente a nivel nacional.

Una fotografía de Pulitzer, padre de la prensa amarilla, pero también del periodismo de masas.

No es su foto más icónica, pero sí una de las pocas que se conservan de ella de joven, y que se repitieron hasta la saciedad. Aquella no era época de selfies, y no hay tantas fotografías de cualquier persona, por famosa que fuera, como se podría imaginar.

Nellie era lo que, en aquella época, se llamaba un "muckraker", o rastrillador de cieno, o barro. Era capaz de practicar la "inmersión extrema", y ya lo había demostrado en Pittsburgh, haciéndose pasar por sirvienta, obrera industrial en una fábrica de cajas, y hasta como delincuente, para conocer la situación y penalidades de las presas en las cárceles norteamericanas -si bien, debido a que trabajaba para un periódico más pequeño y de modesta tirada, y a que no escribió ningún libro posterior sobre su experiencia, apenas se sabe nada de ello, a pesar del interés que tendría-.  Cockerill, y Pulitzer, que parecía saber algo de ella -aunque no está demasiado claro-, decidieron probar, y saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar la joven, a la hora de denunciar la corrupción o la injusticia social. Y pronto lo haría.
Su idea -pues parece que salió de ella- era el ser introducida como una interna más en el manicomio más conocido -y terrible- de Nueva York. Se trataba del Lunatic Asylum -Asilo de Lunáticos; el nombre dejaba bastante claro, cómo se consideraba en aquella época a cualquier enfermo mental, real o supuesto-, en la isla conocida actualmente como Roosevelt -por el presidente norteamericano que tanta importancia tuvo durante la II Guerra Mundial-, pero que en aquella época, era conocida como Isla de Blackwell -Blackwell Island-. Se trataba de una pequeña y alargada isla comprada por la ciudad de Nueva York, donde se construyeron todo tipo de instituciones que "molestaban " en Manhattan: una cárcel, un hospital para enfermos de viruela, y un asilo de enfermos mentales, además de un faro.
El plan de Nellie y sus jefes consistía en que, al ser internada como una enferma más, podría informar de primera mano, a base de dar todos los datos posibles a otro empleado del periódico, que iría a verla periódicamente, como una visita más.

Aquí, una serie de ilustraciones publicadas en el "New York World", documentando la experiencia de Nellie en el manicomio. En esta, practicando delante del espejo, para averiguar qué imagen debería dar para parecer una auténtica enajenada mental.

Nellie delante del juez Duffy, que parece que no necesitó mucho tiempo para considerarla demente, a pesar de que ella, en principio, más bien parecía una amnésica desubicada.

Los médicos tampoco parecían tener demasiados problemas para reconocer que tenían delante suyo a una enferma mental que debía ser ingresada en un asilo de dementes lo antes posible.

Después de practicar delante de un espejo qué expresiones o actuación debía tener una supuesta demente, ingresó en una casa de huéspedes, donde se comportó como una demente, argumentando que no deseaba irse a dormir por miedo a los otros huéspedes, y a que tenía, algún tipo de problema mental que ella no conocía, y no parecía darle demasiada importancia. No tuvo que esperar mucho para que llamaran a la policía, y se la llevaran presa, para que se decidiera si estaba o no loca. Nellie fue capaz de convencer a médicos y jueces de que era realmente una demente, y no hubo médico alguno que dudase de lo contrario. Al declararse amnésica, hasta se llegó ha hablar en la prensa de la competencia, sobre la joven sin memoria que se comportaba como una posesa, y si alguien sabía algo de ella -al no tener familia ni conocidos, realmente, Nellie difícilmente podía ser reconocida por nadie como una persona mentalmente sana- así que fue ingresada en el asilo. Allá apenas aguantaría diez días, porque las condiciones a las que se tuvo que enfrentar eran terribles, mucho peores de lo que ella podría haber imaginado nunca. Tuvo que soportar una comida casi siempre en mal estado, agua sucia, y un abuso físico y mental continuado, tanto de médicos como enfermeras, que no dudaban en usar la violencia cuando lo consideraban adecuado. Allá parecía haber una mezcla de enfermas peligrosas -ella sólo estaba con mujeres-, con otras inofensivas, o con trastornos que podrían haber sido sólo temporales y fácilmente tratables, o incluso por ancianas -o no tanto- que habían sido ingresadas por sus familiares para disponer de sus bienes, o mujeres extranjeras, sobretodo alemanas, que no se podían comunicar porque, simplemente, sólo hablaban alemán o yiddish. Según reconoció, allá había algunas mujeres que, claramente, estaban tan cuerdas como ella misma, que reconoció que, cuando le preguntaron qué hacía o decía para que la tomaran por loca, ella sólo respondió "Nada, actuaba como si estuviera cuerda". O sea, que se comportó prácticamente igual que cómo lo habría hecho en caso de encontrarse libre y en la calle.
 A los diez días, pidió a su compañero del periódico que la sacara de allá, contando quién era ella realmente, y por qué razón había ido a parar allá, pues según reconoció ella misma poco después, de haber seguido más tiempo allí dentro, muy probablemente se habría vuelto loca de verdad.
Dos fueron los grandes reportajes, de varias páginas, que se publicaron en el "New York World": "Tras los barrotes del asilo", y "Dentro del manicomio", que acabarían formando, más tarde, una sola obra "Diez días en un manicomio".

Una ilustración de la época, del "Asilo de Lunáticos", de la Isla de Blackwell.

Ruinas del asilo. La foto es antigua, pero muy posterior a los tiempos en que Nellie estuvo ingresada allá.

Tal fue el escándalo, sobre una injusticia que, realmente, una parte importante de la sociedad, o conocía, o al menos sospechaba, pero de la que nadie quería hablar en público o en voz alta, que el ayuntamiento de la ciudad, por medio del Departamento de Beneficencia Pública, acabó por aumentar en 850.000 dólares los gastos en temas sociales -no sólo en tratamiento de enfermos mentales-, y por comprometerse que, en un futuro, los exámenes médicos serían más profundos y profesionales.
Aquello fue el primer paso en una carrera profesional que la haría famosa en todo el país, y que le permitiría escribir, sin apenas cortapisas, sobre la corrupción gubernamental, el abandono de recién nacidos -y cómo eran tratados en las instituciones que, en teoría, debían acogerlos, y que en muchas ocasiones, ante la desidia gubernamental, se trataba de familias o individuos que ganaban dinero público a costa de no ocuparse en absoluto de ellos-, o la situación de la clase obrera neoyorquina, en gran parte de origen inmigrante -a los alemanes e irlandeses, se les estaban uniendo un número enorme, y cada vez mayor, de judíos de toda Europa, de italianos, y rusos, polacos, griegos, húngaros...-. Llegó el momento en que, si Pulitzer quería vender más periódicos, no tenía por qué dar demasiadas explicaciones en los titulares del próximo tema que deseaba tratar. Simplemente tenía que decir que Nellie Bly era la autora.
Una de las muchas ilustraciones que se hicieron de Bly -en periódicos, revistas, libros, colecciones de cartas, de cromos, o en cualquier otro medio o soporte; fue un personaje de lo más popular, y de haber vivido en épocas posteriores, se habría producido alrededor de su figura no pocos productos de perchandising-. Imagino que lo de que volara sobre una mosca, se debe en parte al juego de palabras -Bly, con fly, mosca en inglés-, pero también debido a que "to fly" significa en esa lengua "volar". Y ella parcía ser capaz de volar alrededor del mundo, o por encima de cualquier problema o contrariedad.

Parecía que el mundo se estaba rindiendo a los pies de aquella joven luchadora, incapaz de rendirse, de dar un paso atrás. Sin embargo, parecía que todavía le faltaba por lograr algo más. De algo que hiciera que su nombre pasara a formar parte de la historia del periodismo. Y de paso, que significara para Pulitzer una nueva mina de oro, en forma de ventas masivas de periódicos.
Y aquella oportunidad, aquella aventura única llegó: nada menos, que intentar dar la vuelta al mundo, batiendo  récord de ventas de periódicos, y de paso el de los ochenta días que tardó en darla Phileas Fogg, el personaje creado por Jules Verne, en aquella época todavía vivo, y conocido y reconocido en ese mundo que Nellie pretendía recorrer, y -lo que era visto como una locura, o al menos, una temeridad-, sin compañía masculina alguna.


Y aunque no venga muy a cuento, esta es la entrada 150 del blog, lo que no es poco decir, pues cuando llegué a la número 100, pensé que apenas sería capaz de escribir nada más. De paso, creo que debería dar las gracias a los prerrafaelitas, que me dieron material para más de la mitad de las 50 últimas entradas escritas hasta ahora. Y de paso, el blog está muy próximo a las 25.000 visitas, que aunque no sea mucho -para qué engañarnos- a mí me parecen una barbaridad.

viernes, 16 de octubre de 2015

El Coloso Apenino: Un dios de piedra escondido en el jardín de una villa de la Toscana.

Una tierra donde siempre es posible encontrar una nueva maravilla que visitar.


Curioseando en la red, sobre la bella Italia.

Estaba leyendo las webs de diversos diarios y revistas, y no recuerdo bien en cual -tal vez en la de "El País", de España, pero no estoy seguro- me encontré con algo que, a primera vista, no sabía bien si se trataba de una escultura real, una obra creada mediante la magia de la informática, o una mezcla de ambas cosas. O sea, a partir de una estatua real, crear una obra que no existe como tal en la realidad.
Pero sí, sí que existe. Se trata del Coloso Apenino, que tiene un nombre que ni pintado, pues es realmente enorme, y tiene un nombre que recuerda la cordillera que atraviesa la península itálica de norte a sur. O viceversa, según por donde se mire.
La estatua -el "Appenine Colosus", en su nombre en latín- se encuentra en la Villa de Pratolino, en la Toscana, muy probablemente la región más hermosa de Italia, y donde la belleza de Florencia, Siena o Pisa ocultan otros tesoros y sorpresas sin duda menores, pero que por sí solos, en caso de tener tiempo y oportunidad para ello, también valdría la pena conocer y visitar en persona.
La villa fue construida durante el Renacimiento, en la población de Vaglia, una población pequeña, de unos cinco mil habitantes, cercana a Florencia -unos doce kilómetros-. En gran parte demolida durante 1820 -en todo momento histórico, y en todo lugar, siempre ha habido gente que no ha sabido ver lo que ahora llamaríamos "patrimonio histórico y artístico", y han arrasado con todo lo que tenían por delante, considerándolo viejo y caduco-, y tras pasar de mano en mano, y transformado con el tiempo en un "jardín ingles", ahora forma parte de la Villa Demidoff -del príncipe Paolo Demidoff, uno de sus últimos dueños, que la adquirió en 1872-, aunque actualmente pertenece a la provincia -no del municipio, pues Vaglia es población independiente- de Florencia, que tiene abierto el jardín monumental desde mayo a octubre.
Pero como dice el título de la entrada, no es la villa -jardín, más bien-, creada por deseo y orden de Francesco I de Médici, Gran Duque de Toscana -anteriormente, su familia sólo habían sido algo así como grandes señores, burguesía, pero sin título nobiliario hereditario-, que se lo regaló a su amante veneciana, Bianca Capello, con quién acabó casándose en 1579 en el mismo jardín, sino de una extraordinaria y, como mínimo, llamativa y gigantesca estatua que se encuentra en ella: El Coloso Apenino, o "Appenine Colosus".


El gigante de cuerpo entero, que lo mismo parece nacer de su Madre Tierra, como presidir el jardín desde un trono de piedra, o vigilar desde las alturas, más allá del lago.

Una visión, de cerca, del rostro del gigante. El cabello y la barba, de aspecto pétreo, se realizó con lava y cemento.

La escultura tiene más de diez metros de altura, y aprovecha una formación natural de piedra, donde había una gruta en su interior, para crear este dios de la tierra, que parece nacer de ella -se asemeja a un ente mitad de carne, mitad de piedra-, y que recuerdo, como su propio nombre indica, a la Cordillera de los Apeninos, que atraviesa Italia de parte a parte, de norte a sur -o viceversa-. El autor de semejante coloso fue el escultor francés -aunque italiano de adopción- Giambologna -o Jean Boulogne, en francés, lengua materna del artista-, que amplió la gruta interior, construyendo tres pisos, ventanas bajo la barba y a la altura de las axilas, y hasta el equivalente a una chimenea detrás de la nariz, para que pudiera salir humo por los agujeros de ésta, creando, sobretodo de noche, un espectáculo apoteósico.
La única parte de la escultura que no está cincelada sobre la roca viva es la cabeza, que se creó a base de ladrillo y estructura de hierro. Además, el cabello y la barba se crearon con lava y y cemento, lo que da aspecto pétreo, pero al mismo tiempo vivo, húmedo, ardiente. Visto desde lejos, sí que parece, un dios pagano, anterior a cualquier gran civilización antigua, que se resiste a desaparecer, tal como lo hizo, supuestamente, la antiquísima y olvidada religión de la que era deidad suprema.
Cuando murió Francesco Médici, se dice, la mayoría de las estatuas fueron trasladadas a la ciudad de Florencia. Y allá se encuentran, que se sepa, todas -aunque aquí, quizá pueda equivocarme-, detrás del Palacio Pitti. Pero, evidentemente, el coloso no pudo ser trasladado, porque formaba parte de la roca viva. El abandono del jardín, como es de suponer, pudo afectarle, pero sólo durante poco tiempo. Al pasar de mano en mano, los sucesivos dueños, que se dieron cuenta del tesoro que tenían allá, lo conservaron, hasta que parecía que, de nuevo, el abandono, esta vez definitivo, podría reducirlo a una sombra de lo que fue. Pero no. Al menos en este caso, las administraciones reaccionaron, y hoy en día se puede visitar y disfrutar de su visión, de poder verlo, tocarlo, y perderse en sus entrañas de roca tal como pudieron hacerlo, hace casi cinco siglos, Francesco Médici y Bianca Cappello.


Un plano donde se puede ver un corte de la escultura, y hacerse a la idea de todo lo que se puede encontrar en sus entrañas.

Una maqueta, en el museo de la ciudad de Vaglia, donde se puede conocer más la historia, características y secretos del Coloso de piedra.

Como es de imaginar, el Coloso Apenino llamó la atención de no pocos viajeros románticos, muchos de ellos artistas -o al menos, así se consideraban ellos- que lo pintaron y dibujaron, ayudando a hacerse una idea de cómo era el jardín de la Villa Pratolino -que es como la gente del lugar prefiera conocerla- en el siglo XIX.

Depende de donde se observe la escultura, el Coloso se asemeja a un dios naciendo de la Tierra, observando a los insignificantes humanos, que no puede evitar admirarlo en toda su grandeza.


Un retrato, más moderno, en lápiz y tinta. Aunque lo ha buscado, no he podido encontrar el nombre del autor.


Aunque una parte de la información la encontré en Wikipedia, en gran parte la hallé -además de saber del Coloso a través de ella- en la web "La brújula verde", de la que dejo un enlace.