domingo, 18 de octubre de 2015

La vuelta al mundo de Nellie Bly, y otras historias que contar: una temporada infernal ingresada en un manicomio (II).

El reportaje que haría famosa a Bly, y daría forma a lo que más adelante se llamaría "Nuevo periodismo".


Diez días de infierno en el manicomio de la Isla Blackwell.

En 1887, como ya se contó en la entrada anterior dedicada a Bly, la joven se vio, tras cuatro meses de búsqueda de trabajo infructuosa por todos los periódicos de Nueva York, casi sin un céntimo, y cansada de intentar ganarse la vida en el mundo del periodismo en la Gran Manzana. Finalmente,  y cuando su carrera parecía condenada a transcurrir en alguna pequeña ciudad, realizando trabajos igualmente pequeños, le llegó la oportunidad gracias a John Cockerill, jefe de la redacción del periódico "The New York World", que cuatro años antes había comprado Joseph Pulitzer, dispuesto a transformarlo, después de años de pérdidas, en líder de ventas en la ciudad y alrededores.
Pulitzer, a su manera, era un hombre extraordinario, aunque con sus claroscuros. Se trataba de un inmigrante judío húngaro, llegado a Estados Unidos en 1864, para luchar en el ejército del Norte. O sea, como mercenario. Por ello recibió la ciudadanía y ganó cierto dinero, y empezó en la pequeña Sant Louis, en el Sur derrotado, con un pequeño periódico, hasta que acabó emigrando a Nueva York, donde llevó a cabo la transformación del deficitario periódico que había comprado, en una máquina de vender ejemplares, mezclando el periodismo de investigación, el puro amarillismo, y el conseguir informar y entretener a una población que, en general, era semi-analfabeta, o no estaba acostumbrada a lecturas profundas, pero que, al menos en la ciudad, no se conformaba siempre, con simple información superficial. Rival de Hearst, otro de los colosos de la información -y desinformación; sólo hay que ver su papel en la Guerra Hispano-Norteamericana, como, en mayor o menor medida, también Pulitzer-, acabaría hasta dando nombre al premio al mejor reportaje periodístico que, aún hoy en día, se entrega anualmente a nivel nacional.

Una fotografía de Pulitzer, padre de la prensa amarilla, pero también del periodismo de masas.

No es su foto más icónica, pero sí una de las pocas que se conservan de ella de joven, y que se repitieron hasta la saciedad. Aquella no era época de selfies, y no hay tantas fotografías de cualquier persona, por famosa que fuera, como se podría imaginar.

Nellie era lo que, en aquella época, se llamaba un "muckraker", o rastrillador de cieno, o barro. Era capaz de practicar la "inmersión extrema", y ya lo había demostrado en Pittsburgh, haciéndose pasar por sirvienta, obrera industrial en una fábrica de cajas, y hasta como delincuente, para conocer la situación y penalidades de las presas en las cárceles norteamericanas -si bien, debido a que trabajaba para un periódico más pequeño y de modesta tirada, y a que no escribió ningún libro posterior sobre su experiencia, apenas se sabe nada de ello, a pesar del interés que tendría-.  Cockerill, y Pulitzer, que parecía saber algo de ella -aunque no está demasiado claro-, decidieron probar, y saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar la joven, a la hora de denunciar la corrupción o la injusticia social. Y pronto lo haría.
Su idea -pues parece que salió de ella- era el ser introducida como una interna más en el manicomio más conocido -y terrible- de Nueva York. Se trataba del Lunatic Asylum -Asilo de Lunáticos; el nombre dejaba bastante claro, cómo se consideraba en aquella época a cualquier enfermo mental, real o supuesto-, en la isla conocida actualmente como Roosevelt -por el presidente norteamericano que tanta importancia tuvo durante la II Guerra Mundial-, pero que en aquella época, era conocida como Isla de Blackwell -Blackwell Island-. Se trataba de una pequeña y alargada isla comprada por la ciudad de Nueva York, donde se construyeron todo tipo de instituciones que "molestaban " en Manhattan: una cárcel, un hospital para enfermos de viruela, y un asilo de enfermos mentales, además de un faro.
El plan de Nellie y sus jefes consistía en que, al ser internada como una enferma más, podría informar de primera mano, a base de dar todos los datos posibles a otro empleado del periódico, que iría a verla periódicamente, como una visita más.

Aquí, una serie de ilustraciones publicadas en el "New York World", documentando la experiencia de Nellie en el manicomio. En esta, practicando delante del espejo, para averiguar qué imagen debería dar para parecer una auténtica enajenada mental.

Nellie delante del juez Duffy, que parece que no necesitó mucho tiempo para considerarla demente, a pesar de que ella, en principio, más bien parecía una amnésica desubicada.

Los médicos tampoco parecían tener demasiados problemas para reconocer que tenían delante suyo a una enferma mental que debía ser ingresada en un asilo de dementes lo antes posible.

Después de practicar delante de un espejo qué expresiones o actuación debía tener una supuesta demente, ingresó en una casa de huéspedes, donde se comportó como una demente, argumentando que no deseaba irse a dormir por miedo a los otros huéspedes, y a que tenía, algún tipo de problema mental que ella no conocía, y no parecía darle demasiada importancia. No tuvo que esperar mucho para que llamaran a la policía, y se la llevaran presa, para que se decidiera si estaba o no loca. Nellie fue capaz de convencer a médicos y jueces de que era realmente una demente, y no hubo médico alguno que dudase de lo contrario. Al declararse amnésica, hasta se llegó ha hablar en la prensa de la competencia, sobre la joven sin memoria que se comportaba como una posesa, y si alguien sabía algo de ella -al no tener familia ni conocidos, realmente, Nellie difícilmente podía ser reconocida por nadie como una persona mentalmente sana- así que fue ingresada en el asilo. Allá apenas aguantaría diez días, porque las condiciones a las que se tuvo que enfrentar eran terribles, mucho peores de lo que ella podría haber imaginado nunca. Tuvo que soportar una comida casi siempre en mal estado, agua sucia, y un abuso físico y mental continuado, tanto de médicos como enfermeras, que no dudaban en usar la violencia cuando lo consideraban adecuado. Allá parecía haber una mezcla de enfermas peligrosas -ella sólo estaba con mujeres-, con otras inofensivas, o con trastornos que podrían haber sido sólo temporales y fácilmente tratables, o incluso por ancianas -o no tanto- que habían sido ingresadas por sus familiares para disponer de sus bienes, o mujeres extranjeras, sobretodo alemanas, que no se podían comunicar porque, simplemente, sólo hablaban alemán o yiddish. Según reconoció, allá había algunas mujeres que, claramente, estaban tan cuerdas como ella misma, que reconoció que, cuando le preguntaron qué hacía o decía para que la tomaran por loca, ella sólo respondió "Nada, actuaba como si estuviera cuerda". O sea, que se comportó prácticamente igual que cómo lo habría hecho en caso de encontrarse libre y en la calle.
 A los diez días, pidió a su compañero del periódico que la sacara de allá, contando quién era ella realmente, y por qué razón había ido a parar allá, pues según reconoció ella misma poco después, de haber seguido más tiempo allí dentro, muy probablemente se habría vuelto loca de verdad.
Dos fueron los grandes reportajes, de varias páginas, que se publicaron en el "New York World": "Tras los barrotes del asilo", y "Dentro del manicomio", que acabarían formando, más tarde, una sola obra "Diez días en un manicomio".

Una ilustración de la época, del "Asilo de Lunáticos", de la Isla de Blackwell.

Ruinas del asilo. La foto es antigua, pero muy posterior a los tiempos en que Nellie estuvo ingresada allá.

Tal fue el escándalo, sobre una injusticia que, realmente, una parte importante de la sociedad, o conocía, o al menos sospechaba, pero de la que nadie quería hablar en público o en voz alta, que el ayuntamiento de la ciudad, por medio del Departamento de Beneficencia Pública, acabó por aumentar en 850.000 dólares los gastos en temas sociales -no sólo en tratamiento de enfermos mentales-, y por comprometerse que, en un futuro, los exámenes médicos serían más profundos y profesionales.
Aquello fue el primer paso en una carrera profesional que la haría famosa en todo el país, y que le permitiría escribir, sin apenas cortapisas, sobre la corrupción gubernamental, el abandono de recién nacidos -y cómo eran tratados en las instituciones que, en teoría, debían acogerlos, y que en muchas ocasiones, ante la desidia gubernamental, se trataba de familias o individuos que ganaban dinero público a costa de no ocuparse en absoluto de ellos-, o la situación de la clase obrera neoyorquina, en gran parte de origen inmigrante -a los alemanes e irlandeses, se les estaban uniendo un número enorme, y cada vez mayor, de judíos de toda Europa, de italianos, y rusos, polacos, griegos, húngaros...-. Llegó el momento en que, si Pulitzer quería vender más periódicos, no tenía por qué dar demasiadas explicaciones en los titulares del próximo tema que deseaba tratar. Simplemente tenía que decir que Nellie Bly era la autora.
Una de las muchas ilustraciones que se hicieron de Bly -en periódicos, revistas, libros, colecciones de cartas, de cromos, o en cualquier otro medio o soporte; fue un personaje de lo más popular, y de haber vivido en épocas posteriores, se habría producido alrededor de su figura no pocos productos de perchandising-. Imagino que lo de que volara sobre una mosca, se debe en parte al juego de palabras -Bly, con fly, mosca en inglés-, pero también debido a que "to fly" significa en esa lengua "volar". Y ella parcía ser capaz de volar alrededor del mundo, o por encima de cualquier problema o contrariedad.

Parecía que el mundo se estaba rindiendo a los pies de aquella joven luchadora, incapaz de rendirse, de dar un paso atrás. Sin embargo, parecía que todavía le faltaba por lograr algo más. De algo que hiciera que su nombre pasara a formar parte de la historia del periodismo. Y de paso, que significara para Pulitzer una nueva mina de oro, en forma de ventas masivas de periódicos.
Y aquella oportunidad, aquella aventura única llegó: nada menos, que intentar dar la vuelta al mundo, batiendo  récord de ventas de periódicos, y de paso el de los ochenta días que tardó en darla Phileas Fogg, el personaje creado por Jules Verne, en aquella época todavía vivo, y conocido y reconocido en ese mundo que Nellie pretendía recorrer, y -lo que era visto como una locura, o al menos, una temeridad-, sin compañía masculina alguna.


Y aunque no venga muy a cuento, esta es la entrada 150 del blog, lo que no es poco decir, pues cuando llegué a la número 100, pensé que apenas sería capaz de escribir nada más. De paso, creo que debería dar las gracias a los prerrafaelitas, que me dieron material para más de la mitad de las 50 últimas entradas escritas hasta ahora. Y de paso, el blog está muy próximo a las 25.000 visitas, que aunque no sea mucho -para qué engañarnos- a mí me parecen una barbaridad.

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