viernes, 25 de diciembre de 2015

Frank Sinatra por navidad: "Santa Claus is coming to town".

Y por segundo año consecutivo, Bing Crosby y sus invitados cantando villancicos.


Si el año pasado, David Bowie cantaba junto a Bing Crosby "El tamborilero" -en versión en inglés, se entiende, que el original no era de Raphael, aunque aquí sea la más conocida-, este me ha dado por poner nada menos que a Frank Sinatra, cantando su "Santa Claus is coming to town", o sea, "Santa Claus vuelve a la ciudad". Quizá el vídeo del programa especial de Navidad, de 1957 -¡no ha llovido nada, desde ese año!- no sea demasiado conocido fuera de Estados Unidos, más allá de alguna imagen que pueda haberse visto en televisión, pero la versión que hizo del villancico está tan unida a las fiestas navideñas, que probablemente mucha gente no se haya molestado nunca en pensar quién era el que la cantaba. Porque sí, a "La voz", cantando esto, lo he oído mil veces, y sí que, a cierta edad, me sonaba que podía ser Franky, pero no ha sido hasta hace un par de días que me he molestado realmente en buscarlo, y en colgar un vídeo que no fuera demasiado largo, pues la mayoría son del programa entero -para quién le interese verlo y oírlo, en youtube, donde también está el que sigue, es fácil encontrarlo-.



Pues eso, felices fiestas, aunque yo no sea mucho de Navidades.

martes, 22 de diciembre de 2015

Los prerrafaelitas (XXVIII): ¿Hubo poetas prerrafaelitas? Pues parece que sí. Rossetti y Swinburne.

Después de los pintores y escultores, no está de más responder a la pregunta de si hubo una rama literaria del movimiento.


Poetas en un movimiento claramente pictórico.

Como ya se habrá visto, las entradas sobre los prerrafaelitas se van espaciando cada vez más. Resulta un tanto difícil ir encontrando más pintores de la Hermandad o seguidores de ésta posteriores en el tiempo, así como artistas mucho más modernos, pero siempre hay algo que se pueda añadir. Así que por eso he ido escribiendo anexos. Por el momento dos, aunque en un futuro podría haber algunos más. Mientras, la "serie principal", por llamarla así, se completa con los poetas, y con alguna que otra entrada más. Probablemente, sobre su influencia en cine y televisión, o comentando un nuevo interés sobre ellos, que se puede comprobar mediante el aumento de exposiciones dedicadas al movimiento y sus miembros, y la atracción, publicidad y reconocimiento que disfrutan por parte de críticos, expertos en arte, ciudadanos comunes y también, por los llamados neo-victorianos. Pero eso son ya otras historias.
Sobre la poesía en la Hermandad, y en autores posteriores -de "segunda generación", se podría decir, cuyos últimos cuadros llegaron ya al siglo XX, y por eso nos parecen algo más "modernos" o cercanos-, se vislumbra tanto en los temas, como en la forma de retratar personajes -sobretodo, los femeninos-, pero también ambientes, paisajes -y la naturaleza en general- o luces y sombras. Son cuadros que parecen transmitir, al tiempo, la alegría de vivir, y cierta languidez, así como una especie de recuerdo colectivo de tiempos mejores, tan lejanos que, más que conocidos, son sentidos. De ahí esa Antigüedad, y ese Medievo que parecen de cuento, y que tanto han ido influyendo -se reconozca o no- no sólo a la literatura, sino también a la ilustración, el cine y la televisión. Pero una cosa es que los cuadros, la pintura, pueda transpirar algo que se podría considerar "poesía en el aire", y otra que hubiera auténticos poetas -para entendernos, escritores, gente que ponía versos en el papel- que llegaran a publicar y ser conocidos no por ser, simplemente, parientes o amigos de pintores de la corriente -o de otros, más o menos influidos e influyentes sobre ellos-, sino por sus propios méritos.
Hubo casos de pintores o escultores que también practicaron la poesía, e, incluso, que resultaron ser mejores poetas de lo que cabría esperar. Un caso claro fue el escultor Thomas Woolner, del que ya se habló en su momento, si bien es cierto que fue su trabajo con la piedra el que le hizo famoso. La poesía, en su caso, más bien es un añadido a su biografía. Caso parecido fue el de la desdichada Elizabeth Siddal, la que fue modelo y amor de Millais, para acabar casándose con Dante Gabriel Rossetti, tan genial como celoso, y que acabó amargándole la vida. Se interesó por la poesía casi por casualidad -leyendo un poema en el periódico, en libros prestados... algo no tan raro en gente de origen social modesto, pero con intereses por la cultura que intenta saciar lo mejor que puede-, y eso la animó a escribir, como también, una vez tuvo contacto con la Hermandad, además de ejercer como modelo -la famosa Ofelia del cuadro de Millais, para la que tuvo que posar metida en una bañera llena de agua, para que el pintor pudiera retratarla lo mejor posible flotando ahogada sobre el río-, también probara como pintora. Pero sobre sus trabajos literarios y pictóricos, la verdad, poco se habla, aunque ella resultó mejor poeta y pintora de lo que podría creerse. Pero como artista además de musa y modelo, Siddal merecería una entrada por sí misma. Respecto a su marido, enamorado de ella, pero también agotadoramente posesivo y, al tiempo, infiel, Dante G. Rossetti, también resultó un poeta más que aceptable, pero no hay duda que fue la pintura, quién le ha hecho pasar a la posteridad. Al igual que Woolner, la poesía es algo a destacar, pero claramente secundario en su biografía y obra artística.
Sin embargo, sí que hay dos auténticos poetas prerrafaelitas: Christina Georgina Rossetti, y Algernon Charles Swinburne. Este último, además, dejó una impronta en sus contemporáneos -poetas o no- considerable.

Una fotografía de un paisaje real, de Osvaldo Mirante, que muy bien habrían inspirado a cualquier prerrafaelita, incluidos los que preferían el retrato de figuras humanas antes que la naturaleza en estado puro.


Christina G. Rossetti, y el demostrar que se es algo más que la hermana de un célebre pintor.

Christina G. Rossetti nació en Londres en 1830, y murió en 1894 en la misma ciudad. La capital británica fue siempre su hogar, y ella fue considerada poco menos que parte íntegra de ella durante mucho tiempo, porque Christina, llegado el momento, no sólo fue poeta -o poetisa, que por lo visto, no es palabra correcta, pero que a mí me suena bastante mejor-, sino que, dentro de la rama de la literatura a la que dedicó su vida, fue una de las más importantes del siglo XIX en su tierra.
Tuvo la suerte de nacer en una familia que, sin ser rica, sí tenía un nivel de vida medio, aunque quizá no acomodado. Su padre Gabriel Rossetti era un poeta napolitano exiliado, y su madre Frances Polidori, que era de origen anglo-italiano, y madre de John William Polidori. En aquella época, Polidori -el hermano- quizá era conocido por haber sido el médico, amigo y en cierto modo secretario del poeta Lord Byron, pero hoy en día, lo es, principalmente,  por haber sido el autor de "El vampiro", quizá la primera historia larga, de calidad literaria y actualizada -no puro folclore- del personaje del chupasangres, muy anterior a Drácula. Ella siempre se entendió mejor con su hermano Dante Gabriel, el pintor de la Hermandad -"las dos tormentas, o tempestades", los llamaba su padre-, y en ocasiones tenían sus más y sus menos con los otros dos hermanos, William Michael y María Francesca, a quienes el padre llamaba "las dos paces, o calmas". 
Cuando Christina era muy joven, la salud de su padre empeoró, lo mismo que la situación económica de su familia. Eso hizo que, junto a su madre, se refugiaran en la Iglesia Anglicana -aunque, en principio, eran todos católicos, por su origen total o parcialmente italiano-, lo que hizo que acabara rompiendo, más adelante, con el pintor, también prerrafaelita, James Collinson -autor, entre otras cosas de su "Sagrada Familia", que tanta fama le hizo ganar entre seguidores del arte más religiosos-, que decidió convertirse al catolicismo, y ni él quiso abandonar su nueva fe, ni tampoco ella. La religión, es de suponer, debió ser algo realmente importante en su vida, si hizo que rompiera su noviazgo, si bien es posible que la relación hiciera tiempo que no funcionara, y ella la usara como excusa para romper con su novio. También mantuvo una relación con el lingüista Charles Cayley, hijo él también de un inmigrante -un comerciante ruso-, pero éste se declaraba agnóstico, y no tenía un interés especial por la religión, más allá del que pudiera encontrarse en su relación con el arte, la sociedad o la historia -antropológico, se podría decir-. Aún así, ella le dedicó varios poemas, aunque en ocasiones no lo dejara claro de cara al público, y siempre mantuvieron una cercana amistad.

Christina Rossetti, en un retrato de su hermano Dante Gabriel.

Una portada de una edición decimonónica de "The Goblin Market" de Christina Rossetti.


Una de las ilustraciones de Florence Harrison para una publicación de los poemas de Christina, en 1910.

Aunque escribió poesía desde niña, su primera publicación fue con treinta y un años. Se trata de "El mercado goblin y otros poemas", de 1862. Estos goblin son unos duendes -así se les traduce, directamente como "duendes", aunque los goblin son un tipo o especie de ellos muy particular, sobretodo, porque no son nada de fiar- o seres del bosque de la mitología anglosajona, y más bien parece hablar de algún tipo de juego entre dos hermanas humanas con esos mismos seres de fantasía, pero una vez leído al menos una parte del poema, que resulta más profundo, complicado, y con doble sentido de lo que podría suponerse -y más, si no se hace en su lengua original, como fue mi caso- cabe preguntarse qué es lo que la autora quería decir. En ocasiones más bien parece hacer creer que los goblin son más bien los hombres reales, y su deseo de hacerse con las hermanas como si fueran poco menos que conquistas o apropiación de bienes. O bien, al contrario, un ejemplo de independencia femenina, pero también de enfrentamiento o traición entre hermanas, que recuerda el "mercado de maridos" que había en la Inglaterra -y en realidad, en cualquier país europeo- de la época entre las familias de clases media y alta, que llega al enfrentamiento entre hermanas o amigas de toda la vida. Lo mismo se puede encontrar deseo erótico, como de demostrar personalidad propia y una independencia que las mujeres victorianas difícilmente encontraban. 
Más adelante, se dedicó a la poesía religiosa, y a la dedicada a los niños -alguno, incluso, llegó a ser popular villancico-, como "Sing-Song: Libro de rimas para guardería", o "El viaje del príncipe y otros poemas". Otros poemas los publicó en revistas o periódicos literarios, y luego vueltos a publicar en libros recopilatorios, tipo "Versos", o "Poemas". Respecto a si en su poesía había algún tipo de mensaje social, más allá del religioso, parece claro que, si no se ve a primera vista, es porque puede estar escondido, o porque ella lo transmitió de una forma tan sutil que en ocasiones cuesta encontrarlo. Fue voluntaria durante diez años en una casa de acogida de prostitutas, y por lo visto, consideraba la religión como algo más que una forma de estar cerca de Dios. También podía ser, lo era para ella, un conjunto de valores, y una forma de ver el mundo. De ahí, a considerarla feminista, o incluso sufragista, hay una distancia. Además, el movimiento sufragista se empezó a desarrollar con fuerza en los últimos años del siglo XIX, para explotar ya en el XX. Eso no significaba que no hubiera proto-feministas que llevaban la igualdad de la pura teoría a la lucha en el mundo real, pero no se sabe si Christina tenía interés real en ellas.

Y su hermano, el pintor Dante Gabriel, en un retrato de su amigo, y parte de la tríada fundadora de la Hermandad, William Holman Hunt.

Siempre formó parte del movimiento prerrafaelita, junto a su hermano Dante -a quién parece que nunca echó mucho en cara su trato a su esposa-, y a Millais y Holman Hunt. Fallecida en 1894, como muchos otros poetas y escritores en general del XIX que, aún alcanzando fama, no llegó nunca a ser un personaje principal de la cultura Victoriana -o de cualquier otra, pues no sólo sucedió con los británicos-, su nombre y su obra fueron olvidados durante décadas, hasta que, a partir de los años setenta, han ido siendo recuperados, pero más bien por el deseo de re-descubrir artistas femeninas de todo tipo, e intentar encontrar algún tipo de mensaje feminista o igualitario en sus versos. Es muy probable que se encontrara algo, si se busca bien, pero también hay que tener en cuenta que Christina Rossetti era hija de su tiempo, y no se puede encontrar una mujer de principios del siglo XXI en una del siglo XIX.


Algernon Charles Swinburne, el hombre que llevó el escándalo a la poesía Victoriana.

Algernon Ch. Swinburne nació en Glosvenor Place, una zona de clase alta de Londres. Era hijo de un almirante, y miembro de una familia de origen aristocrático. Su abuelo paterno era francés, y se trajo a Gran Bretaña la cultura, pero también la forma de vida y el pensamiento típico de una élite económica -en no pocos casos, más bien una casta mantenida por el pueblo- que no casaban bien en un país que, aunque muy clasista, no contaba con unos nobles tan poderosos y que, en muchos casos, se veían con el derecho, casi la obligación, de tener una existencia parasitaria con el resto de la sociedad. Su otro abuelo era conde, así que resulta evidente que Swinburne podría haber sido un personaje aparentemente educado y elegante, flemático pero también hueco, engreído y, al mismo tiempo, observador de la etiqueta y del saber estar de su clase. Amigo de llamar la atención, pero de escandalizar sólo lo justo. Él lo haría bastante más, ciertamente.Vivió su infancia y juventud en lugares recónditos, lejos de Londres: la isla de Wight, en el Canal de la Mancha, y en Northumberland, en el norte de Inglaterra, cerca de Escocia, una zona no muy poblada, y con un inglés hablado casi ininteligible para la nobleza o burguesía capitalinas, que los consideraba parientes de los escoceses -que no es que fuera algo muy recomendable, según sus puntos de vista-. Hablaba bien el francés y el italiano, tenía una cultura general -y sobretodo artística y literaria- considerable, a pesar de su juventud -antes de los veinte-, recibió una educación religiosa, mucho, y además estudió en Eton y Oxford. Y decir eso, es destacar que había pasado por los "palacios del saber y la educación" de la Gran Bretaña Victoriana. Poco más podía faltarle, para ser el prototipo de aristócrata inglés perfecto. Pero en Oxford se encontró a un hombre que le cambió la vida: Edward Burne-Jones. En 1857, recibió el encargo de pintar los frescos murales de la Oxford Union, una sociedad de debates relacionada con la universidad, y tras él, a Dante Gabriel Rosetti -que parece estar en todas las salsas- y a William Morris, que si bien no era pintor, sí que fue lo mismo arquitecto, como crítico o impulsor cultura. Aunque poco se haya hablado de él, Morris fue un potente impulsor -conocía gente, sabía moverse en cualquier ambiente, era escuchado y tenido en cuenta- de la Hermandad, y del movimiento prerrafaelita consiguiente. Sin embargo, Swinburne, aunque sabía y gustaba de la pintura, no sabía pintar. Al menos, no de forma profesional, como un auténtico artista. Una cosa era hacerlo para distraerse, y otra ser reconocido como un pintor de verdad.
A él le gustaba escribir. Había vivido poco, y sufrido menos... excepto por el amor. Desde su adolescencia estuvo muy unido a su prima Mary Gordon, algo habitual en una clase social que estudiaba, trabajaba o se reunía con personas de su mismo sexo, y que tenía problemas para tener amistades, o amores, fuera de sus ambientes, con alguien del sexo contrario -en realidad, la homosexualidad y el lesbianismo eran más comunes de lo que podría considerarse; estaban muy mal considerados entre pobres y clases medias, pero se admitía entre ricos, si tenían el "detalle" de no hacerlo demasiado público, de que la gente "bienpensante" no tuviera semejantes desviaciones delante de sus narices-.  Era normal, entonces, los amores entre primos, algo que, además, prohibía la ley y criticaba la iglesia -la anglicana, la católica... todas-. Más adelante, en bailes, reuniones familiares, sociales o viajes, o por medio de matrimonios más o menos pactados entre familias, sí podían conocerse futuros maridos o esposas, pero había que esperar, y además, luchar por los considerados -por la razón que fuera- los y las mejores. El poema de Christina Rosetti sobre los goblins y las hermanas hacía referencia a eso, en lo que ella no quiso participar. Quizá por ello prefirió quedarse soltera -o solterona, como se decía en la época-. Pero Mary Gordon se casó, seguramente en un matrimonio, si no pactado por las familias, sí favorecida, y su primo se quedó, como quién dice, compuesto y sin novia.
Hay que tener en cuenta, a la hora de analizar la obra de Swinburne, qué tipo de persona era. Por lo que se sabe o se cuenta, nuestro hombre tenía un carácter realmente fuerte, poca paciencia y gran facilidad para acalorarse, excitarse o, directamente, enfurecerse, y no parece que fuera fácil calmarlo, ni tampoco que se calmara por sí solo. Era de baja estatura, y por lo visto, su físico correspondería a un joven de buena familia que no practica ni mucho ejercicio, ni ningún tipo de trabajo físico. Su salud, por lo visto, era bastante mala, pero eso no le impedía practicar la escalada -fue el primero en llegar a la cima del Culver Cliff, la montaña más alta de la isla de Wight-, o realizar largos paseos, más bien caminatas, o probar con tal o cual deporte -si practicaba alguno con asiduidad, más bien parece que no-. Era, eso sí, una persona a la que le llamaba llamar la atención, y si era haciendo algo que realmente le gustaba, y en el que destacaba, en el que fuera realmente bueno, mejor. Aún así, es probable que, como contaba Oscar Wilde, le gustaba más predicar a favor del vicio, cualquier vicio, que el practicarlo realmente. Y Wilde sabía de qué hablaba, pues él también fue y tuvo muchos escándalos, empezando por su homosexualidad -o más bien, sus relaciones homosexuales, pues él, realmente, era bisexual; hasta, en su juventud, logró robarle una novia a Bram Stoker, el autor de "Drácula", cuando ambos vivían en su Irlanda natal-.
Swinburne escribía sobre temas que, en su época, eran tabúes. Lo de "políticamente incorrectos" se quedaba corto. Realmente, era algo bien distinto. No se trataba de no hablar de según que forma para no ofender, sino de no hacerlo sobre según que cosas, porque se consideraba no ya de mal gusto, sino indecentes, relativos a gente indeseable. No era en absoluto religioso -a pesar de su educación-, así que no dudaba en, sino proclamar, sí dejar ver que era ateo, o al menos agnóstico, y no tenía problema en tratar sobre el sadomasoquismo, el suicidio -considerado en aquella época un pecado, e incluso un crimen; en teoría, si una persona se intentaba suicidar y no lo lograba, podía ser encarcelado por ello; y en el caso de los que lo consiguieran, no podían ser enterrados junto a la gente "decente", sino en un espacio aparte, junto a delincuentes y criminales, o mendigos de los que no se sabía nada-. Otro tema era el lesbianismo. Y esto podría tener una explicación un tanto distinta. Él podía ser -o aparentar ser- sadomasoquista, también podía comprender, o incluso defender el derecho a quitarse la vida, pero el lesbianismo era distinto, pues Swinburne, por razones evidentes, no podía practicarlo, por ser hombre, y tampoco está nada claro de que fuera bisexual -homosexual, seguro que no, porque entonces, ¿de dónde salía, su amor por su prima?-. Más bien, se sentía entre turbado y atraído por la relación íntima de dos mujeres, desde un punto de vista más emocional o galante que físico -la verdad es que los hombres actuales más bien sentiríamos el otro tipo de atracción por el amor entre mujeres, para qué engañarnos-. Pero todo aquello era un escándalo para la conservadora, religiosa e hipócrita sociedad Victoriana. Realmente, aunque la homosexualidad masculina estaba castigada con la cárcel, si había un menor de por medio, una denuncia, se consideraba que atentaba contra la moralidad pública, o cualquier otra cosa que las autoridades quisieran inventar o aducir, pero el caso del lesbianismo era distinto. No estaba castigado con cárcel, porque no había penetración, y se pensaba que las mujeres eran, en cierto modo, débiles mentales, o inferiores desde un punto de vista emocional -a veces también intelectual, pero el que hubiera escritoras y otras artistas, y llegado el momento, también empresarias o universitarias, daba al traste con semejantes estupideces, aunque muchos hombres insistían en no querer ver la realidad-, así que el lesbianismo, más que vicio, era ejemplo de debilidad moral. El vicio, en sí mismo, es que un hombre se sintiera atraído por ello, y que lo dejara claro, no simplemente entrevisto -ahí, hasta se aceptaba bastante bien, porque no quedaba claro; un ejemplo de la época, sería la novela corta "Carmilla", de Le Fanu-, en una conversación pública, y aún peor, en una obra de arte.

Swinburne en su juventud, cuando era toda una estrella de la poesía, y vivía para el escándalo, aunque nadie podía negarle su arte.

Pero Swinburne también demostró una gran atracción por la Edad Media, y en sus primeros poemas la idealizaba, y  la retrataba de una forma que bien podría ser el acompañamiento literario de muchas obras prerrafaelitas, de ahí que se le incluya -y él, de estar vivo, no habría tenido problema en admitirlo, pues seguramente lo hizo cuando lo estaba- como parte de esta corriente o escuela artística. No dudó, incluso, en imitar el estilo y la forma de cantares o poemas realmente medievales -lo que se diría una obra arcaizante-, como "El leproso", "Laus Veneris" o "Santa Dorotea". También lo intentó con el teatro, aunque con escaso éxito. En realidad, sus primeras obras, "La reina madre" y "Rosamunda", ambas de 1860, no tuvieron apenas éxito, lo que hizo que se olvidara definitivamente de ser dramaturgo.
De ahí, pasó a escandalizar con sus poemas, pero también con su forma de vida. Cayó en el alcoholismo, podía resultar violento, tal vez sufriera epilepsia -tuvo ataques en público-, hasta que acabó en un estado calamitoso, y cercano a la muerte. Antes, tuvo tiempo de conocer a Giuseppe Mazzini, patriota y revolucionario italiano, antecesor de Garibaldi a la hora de defender la unidad de su patria, y a quien Swinburne -seguramente influido por el movimiento romántico, aunque en su época ya era más una influencia que una corriente cultural o política realmente viva- admiraba profundamente. Su amigo Theodore Watts-Donton, que acabó siendo tutor suyo, le convenció para que cambiara de vida, y se fueron a vivir juntos a Putney, en los alrededores de Londres. Poco a poco, a medida que cumplía años, se transformó en un hombre respetable y tranquilo, aprendió a controlarse y a no estar airado con el mundo, y su vida se alargó más de lo que cabía esperar, pues murió de una gripe -algo bastante habitual en la época- en 1909. Teniendo en cuenta que nació en 1837, vivió, pues, setenta y dos años casi exactos, que era mucho para aquellos duros tiempos.
Entre sus obras, una que quizá no obtuvo demasiada atención en su país fue "Cantos antes del alba" (1871), donde se defendía la unificación de Italia, que durante ese año ya era un hecho, a manos de Cavour y Garibaldi -aunque Mazzini, como personaje, resultaba mucho más atractivo que los otros dos-, y "Atalanta en Calidón" (1865), que era un drama lírico, casi musical, que fue muy bien recibido. Nada que ver con sus "Poemas y baladas", donde no se trataba de un tema o personajes en particular, y de los que publicó dos tomos -el primero en 1866, el segundo ya en 1878-. El primero, al menos, fue atacado como una obra indecente, inmoral e impresentable. Algo, que por lo demás, no le importaba en absoluto, más bien al contrario. Incluso, realizó un estudio sobre Shakespeare, publicado en 1880, al que siguió, en 1909, cuando ya era anciano y muy poco antes de la muerte, "La época de Shakespeare", que bien podría ser la continuación o segunda parte del "Estudio de Shakespeare" que publicara veintinueve años antes. En "Tristán de Lionesse", donde se cuenta la historia de Tristán e Isolda.

En edad más madura, cuando ya había conseguido ser una persona respetable.

Hasta los treinta años, fue realmente escandaloso, pero al tiempo, también se le consideraba uno de los mejores poetas en lengua inglesa de su época, y de todas las épocas. Si lo fue o no, es algo discutible, aunque probablemente él debió pensar que sí. Pasado el tiempo, parte de su obra ha ido quedando un tanto anticuada, y no se le lee como en sus tiempos, conocido, popular y casi venerado entre los estudiantes universitarios británicos de Oxford o Cambridge. La crítica actual lo pone más en su sitio, considerando que ni realmente resulta tan escandaloso -a ojos actuales, se entiende- ni, tal vez, merecía estar en un pedestal tan alto. Aún así, renovó la poesía inglesa, y adoptó rimas medievales -francesas- para actualizarlas y dar más vida y musicalidad y rima al arte poético en su lengua y época. La influencia de los prerrafaelitas sobre él fue clara, como también los parnasianos, que tendían a mirar al Medievo, y en ocasiones a la Antigüedad -como los pintores de la Hermandad y sus seguidores, por lo demás-. Hoy en día, si se leyera parte de su obra, podría resultar un tanto pesada, con un vocabulario rebuscado, y en ocasiones inexplicable -más bien buscaba la rima, más que la completa lógica-, pero algunas de sus poesías de "Poemas y baladas" han envejecido muy bien. Además, sirvió de inspiración para artistas posteriores, de gustos y formas más modernas, pero que, como todos, también tuvieron unas primeras lecturas -y posteriores también- que se dejaron notar.
Existe una obra en particular, "Lesbia Brandon", una novela que publicó anónima y postumamente, y que fue ilustrada, nada menos, que por Simeon Salomon -ya sabemos qué aficionado al escándalo, y a decir lo que pensaba y a no ocultar nada, era también este hombre-  y que fue escandalosa porque aquí, Swinburne no se fue con medias tintas, y en su momento se le consideró claramente pornográfica. Aunque hoy en día se puede pensar que no había para tanto, hay que tener en cuenta en qué época se público. Ni él mismo, amante de llamar la atención y de poner nerviosos a sus bienpensantes compatriotas, se atrevió a publicarlo con su propio nombre. Y llamándose Lesbia su protagonista, está claro que se trata de un relato de sus amores lésbicos -o sáficos, como se llamaba también en la época, quizá más que lésbico-, aunque realmente hay un poco de todo. Y que se lo debió pasar muy bien escribiéndolo. Lo sé por experiencia propia.

La imagen también la utilicé en una entrada para Simeon Salomon, pero aquí también viene a cuento. Es una de las ilustraciones para "Lesbia Brandon", de Swinburne, aunque él nunca la firmó con su nombre.

Aquí un poema corto, "Pena" -"Sorrow"-, encontrado en el blog "El espejo gótico", que es lo suficientemente interesante como para dejar un enlace:


PENA.

Tristeza, alado ser que recorres el mundo,
Aquí y allí, a través del tiempo, pidiendo reposo,
Si reposo es acaso la dicha que el Dolor reclama.

Un pensamiento yace cerca de su corazón,
Profunda pena de voluptuoso calor,
Una hierba seca en el río creciente,
Una lágrima roja que recorre la corriente.

Corazones que cortan las cadenas,
El vínculo de ayer será el olvido de mañana,
Todas las cosas de este mundo pasarán,
Más nunca la pena.



Y aquí, una pequeña parte de su "Oda a Anactoria", donde el poeta se pone en la piel de la legendaria Safo, la primera poetisa, la extraordinaria griega que fue considerada "la décima musa", sufriendo por el amor no correspondido a su querida, y al tiempo odiada, Anactoria:

Safo
Safo, retratada, precisamente, por un prerrafaelita: Alma-Tadema.

ODA A ANACTORIA (sólo unos versos):

(...)
Quisiera matarte con mi amor; estoy harta
de verte viva, y mejor preferiría tu muerte.
Querría que la tierra se alimentara de tu cuerpo,
y nadie más que la serpiente te encuentre dulce.
Querría encontrar maneras de asesinarte,
con métodos intensos, dolor exacerbado;
Humillarte con agónicos amores, pasear
la vida por tus labios, dejarla allí para que duela.
Extraer tu alma con suaves dolores para matar,
interludios eternos e infinito malestar;
recaída y renuncia del suspiro,
Tonadas vacías y escalofriantes y mortales semitonos.
(...)

Y para poder leerla al completa, dejo aquí otro enlace.

viernes, 18 de diciembre de 2015

La estrella de Cervantes: todo un sistema planetario alrededor del creador del Quijote.

Cada vez más estrellas y mundos descubiertos. Y muchos reclaman su propio nombre.


Poniendo nombres a nuevos mundos y estrellas, como antes a islas y montañas.

La Unión Astronómica Internacional, o IAU -en sus siglas en inglés-, ha llevado a cabo un concurso, con el nombre de NameExoWorlds -algo así como "Pon un nombre a los exoplanetas", que es como se conocen a los mundos que se encuentran más allá del Sistema Solar-, y que también incluía, además de planetas, a estrellas -llamarlas "soles", en minúscula, quizá pueda ser correcto, pero también podría llevar a conclusión-. En total, veinte sistemas planetarios, algunos estrellas solitarias, pero la mayoría con uno o más mundos orbitando a su alrededor. Así, todo tipo de asociaciones astronómicas, desde algunas de gran importancia e influencia, como otras pequeñas de simples aficionados, así como universidades, medios de comunicación, y todo tipo de voluntarios a colocar nombres a los nuevos astros, enviaron sus ideas y propuestas, aunque finalmente, eran los planetarios, las asociaciones astronómicas reconocidas, y los clubs de astronomía de todo tipo, los que, en su conjunto, decidieron qué votar y qué no. En general, en cada país se intentaban poner de acuerdo el mayor número de personas para defender un mismo nombre, o grupo de nombres, porque no sólo se trataba de algo que podría resultar, ciertamente, entre fascinante y divertido, sino también conseguir que la cultura, lengua o historia de cada país estuviera presente allá en los cielos.

Un dibujo alegórico, donde El Quijote pasa de las páginas de los libros, a los cielos estrellados.

En el caso español, fue el Planetario de Pamplona, el que decidió promover el nombre de Cervantes, el escritor español más importante y conocido de todos, como una buena alternativa, Además, como se trataba de bautizar una estrella, la mu Arae, que contaba con todo un sistema planetario de cuatro mundos a su alrededor, existía la posibilidad de que el escritor de Alcalá de Henares contara con la compañía, nada menos, de don Quijote -o Quijote, a secas-, Rocinante, Sancho y Dulcinea, y así dejar de llamarse, simplemente, mu Arae b, c, d y e, que es como se llaman los exoplanetas: el nombre de su estrella, y una letra del abecedario latino -en versión inglesa, sin la ñ o la ç-, excepto la A, que correspondería a la estrella en sí misma, aunque no la lleve en el nombre.
La votación tu de plazo entre el 12 de agosto y el 31 de octubre de este 2015 que ya acaba, y se proponía que cada estrella o planeta tuviera dos nombres: el de su nomenclatura científica -como el de mu Arae, por ejemplo-, y el "popular", que con toda seguridad, en un futuro lejano, cuando se puedan visitar, aunque fuera de lejos, algunos de estos astros -no ya con astronautas, ni tan siquiera con robots, pero sí con naves no tripuladas-, serán los más utilizados tanto por los medios de comunicación, como por la población en general. La rebautizada "Estrella Cervantes" está, nada menos, que a 49,8 años luz de nosotros -no está claro si de la Tierra, o del Sol, pero la diferencia, realmente, sería mínima, teniendo en cuenta la distancia de la que se hablaría-, y se encuentra en la constelación -grupo de estrellas cercanas entre sí, como la famosa Cabellera de Berenice, de la que hablé hace un par de entradas- de Ara -el altar-, lo que me hace pensar que Arae no es más que la quinta estrella -según desde donde se cuente- cuando la primera sería Araa.

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La Estrella Cervantes, y su sistema planetario, que recuerdan los personajes principales de la obra principal del genio manchego.

Cervantes, además, ha tenido mucho éxito: el 69% de todos los registrados para este sistema planetario -más de 38.500 votos-, y además, fue la propuesta con más votos válidos del total de 200 que se han recibido durante el concurso, no para este, sino para todos los sistemas planetarios en su conjunto.
El Planetario de Pamplona, que se diría que ha sido el catalizador de todas las ideas de profesionales y aficionados a la astronomía, ha aprovechado bien este suceso para dar a conocer su trabajo, y la ciencia astronómica en particular. Además, ha aprovechado que 2015 era el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de "El Quijote", y que 2016 será otro tanto del fallecimiento de Cervantes.


¿Y el resto de sistemas planetarios?

Ha habido realmente de todo, y hay otro caso en que un exoplaneta, Edasich B, ha recibido un nuevo y más atractivo nombre gracias a españoles, para ser más exacto, a la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Física de Madrid: Hipatía -Hypatia, en grafía inglesa, que sería, en principio, la internacional, aunque cada país, libremente, puede volver a su grafía propia de su lengua o lenguas-, la legendaria filósofa griega alejandrina, muerta por culpa del fanatismo religioso, única mujer que ha pasado a la historia de la filosofía antigua como algo más que una simple nota a pie de página -pero no fue la única mujer de aquellos tiempos, que se atrevió no sólo a pensar, sino también a decir lo que pensaba; el tiempo, creación masculina por lo visto, se ha encargado de sepultarlas; al menos, hasta ahora-. Teniendo en cuenta que, hasta hace muy poco, de Hipatía no se sabía apenas nada -más allá de un breve comentario en un capítulo de la serie documental "Cosmos", de Carl Sagan, poco más-, y que ha sido un español, Alejandro Amenábar, quien la sacó de la oscuridad del olvido, no está de más que compatriotas de este último la hayan, literalmente, elevado hasta los cielos. Los mismos cielos estrellados que ella admiraría y estudiaría cuando estaba viva.

Hipatía de Alejandría. Astrónoma, matemática, y filósofa platónica. No se sabe con exactitud si llegó a dirigir la legendaria biblioteca de dicha ciudad, pero sí enseñó y trabajó en ella.

También los astrónomos más modernos y conocidos -Hipatía puede ser considerada, también, como astrónoma- han tenido, con toda justicia, su propio mundo o estrella, como Copérnico -la Estrella 55 Cancri-, Galileo -planeta 55 Cancri B- o Brahe -planeta 55 Cancri C-. Incluso, una estrella, la Estrella 42 Draconis, lleva el nombre de Fafnir -o Fafner-, un dragón de la mitología nórdica.
Hay más, y si me resulta posible, intentaré conseguir la lista completa -total, "sólo" son veinte sistemas planetarios. Estos son sólo algunos.


Respecto a la información, básicamente, la he conseguido en un artículo de "La Vanguardia" de Barcelona, creo que del 18 de diciembre de este año. Pero como entro y salgo de tantos sitios, no estoy seguro de la fecha, aunque sí del medio.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La cabellera de Berenice: la fusión griega de astronomía y mito.

La historia de la reina Berenice y su cabellera, y cómo le dio nombre a una constelación de estrellas.


La reina Berenice de Egipto, y su divina cabellera.

La entrada dedicada al pintor Falero hizo que recordara la historia de la cabellera de Berenice, que leí por primera vez, curiosamente, no en un libro sobre la mitología o cultura griegas, o una web equivalente, sino en un periódico de mi provincia, donde, al parecer, más bien servía para ocupar un pequeño hueco que les había quedado entre la Editorial y anuncios varios, y no sabrían bien cómo rellenar.

Sería este un caso, más que de mitología propiamente dicha -pues no es parte esencial de los cultos de la religión greco-romana, ni tampoco hace referencia al origen de los dioses, ni a sus amoríos o aventuras y desventuras, tanto en el Olimpo, como en la Tierra-, sino más bien a un relato o cuento en que se entemezclan la historia, la ficción y la astronomía.
La historia, entonces, sería la que sigue. Berenice II -un nombre muy probablemente, más que griego de la Hélade, macedonio, como Arsinoe y, muy probablemente, Cleopatra- era la reina de Ptolomeo III, llamado Evergetes -el Bienhechor-, que fue, como su nombre indica, el tercer monarca de la dinastía Ptolemaica, que gobernaba Egipto desde que el general de dicho nombre decidiera hacerse con el poder en el país del Nilo, tras la muerte de Alejandro Magno. Al poco de subir al trono, y siendo joven y fuerte, Ptolomeo decidió marchar a Siria, parte del Imperio Seleúcida -el nombre viene de Seleuco, otro de los generales que se hicieron con parte del imperio del gran Alejandro, y que se extendía desde Siria hasta el Asia Central, y casi la India, aunque allá, los Seleúcidas se las tuvieron que ver pronto con los emperadores indios Mauryas-, donde gobernaba Seleuco II, que había matado a la hermana y el sobrino de Ptolomeo, pues este último era el legítimo heredero del trono que Seleuco ocupaba. Fue la que se llamó Tercera Guerra Siria. Y algunas más, habría entre los sucesores del coloso macedonio.

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La división del imperio de Alejandro Magno. Los Ptolomeos -o Tolomeos, se quedaron con Egipto y la Cirenaica -azul oscuro-, mientras Seleuco I y sus sucesores se hicieron con gran parte de Asia, conocido su estado como Imperio Seleúcida -violeta-, aunque el primer Maurya, unificador del norte de la India, expulsó a los griegos de la orilla occidental del Indo. Con el paso del tiempo, Seleúcidas y Ptolomeos chocaron por Siria, Palestina y Cilicia, en la costa sureste de Anatolia. Casandro conseguiría ser reino de Macedonia -con Tesalia, e influencia o control sobre gran parte de la Hélade; en verde-, mientras Lísímaco tuvo un estado entre dos continentes: parte en Tracia, y parte en Asia Menor -naranja-, si bien su territorio acabó repartido entre macedonios y "asiáticos" seleúcidas.

Ptolomeo, que fue quizá el último rey de la dinastía que valía algo la pena -por lo visto, el vigor de los Ptolomeos acabó bastante pronto-, logró varias victorias contra su enemigo, y hasta pudo ganar para Egipto varias ciudades de Palestina, Fenicia y Siria, pero era lógico que su mujer, alejada de él, residente en la esplendorosa Alejandría, temiera por su vida. Al fin y al cabo, un rey de aquella época, y más todavía en cualquiera de los estados helenísticos que habían nacido tras la muerte de Alejandro, tenía tantas posibilidades -que eran muchas- de morir asesinado por un puñal o un veneno que en el campo de batalla. El miedo de Berenice, quizá, más que el hecho de que su marido se viera inmerso en batallas, ea el que se encontraba demasiado alejado de territorio amigo. Así pues, decidió hacer un sacrificio a la diosa Afrodita -la Venus de los romanos-, diosa del amor, el matrimonio, pero también del sexo, de los helenos. Y nada mejor, pensó ella, que su propia cabellera, que por lo que se cuenta, era una larga melena, negra y brillante, admirada por todo el que la veía -con toda seguridad, no sólo la llevaba bien peinada y cuidada, sino también adornada con todo tipo de joyas o cintas-. Fue al templo de la Diosa, dio en sacrificio aquella deslumbrante mata de pelo, y dijo que semejante sacrificio lo hacía encantada si así conseguía que su marido y rey volviera sano y salvo de las guerras del norte.

... y la reina decidió ofrecer en sacrificio su hermosa y envidiada cabellera.

El italiano Michele Desubleo, pintor del siglo XVII, que pintó en una época -primera mitad de ese siglo- en que la pintura renacentista parecía apagarse para, en su lugar, empezar a surgir la del Barroco, también se sintió interesado por la historia, que le debió parecer, más bien, un cuento de la Antigüedad.

Nadie podía echarle en cara el no cumplir su promesa, pues lo hizo de forma sincera, y posiblemente delante de testigos, en cuanto el rey volvió por su propio pie, y sin haber sufrido herida alguna. Pero una noche, la cabellera, que estaba a la vista de cualquiera que visitara el templo -que por lo visto, no debía estar vigilado, pensando que nadie entraría allá a robar o realizar acto de impiedad alguno-, desapareció misteriosamente. Se dijo que tal vez fuera un sacerdote de alguna de las deidades egipcias autóctonas, para ser más exacto, de Serapis, aunque no dejaba todo aquello de ser una suposición, pues no había pruebas en su contra. Como es de imaginar, a los egipcios no les hacía mucha gracia el verse gobernados por una dinastía macedonia, que además, había traído una enormidad de colonos, funcionarios y soldados greco-macedonios y, más tarde, de otros pueblos -sobretodo judíos; también sirios, fenicios, mesopotámicos, persas...-, pero también es cierto que los Ptolomeos y sus servidores entendieron pronto que, si se dejaba a los egipcios autóctonos el seguir con su religión, su lengua y su cultura, en general, aceptaban el domino de aquella gente clara de dioses extraños antes que la guerra o la anarquía. Además, cuando iban a combatir, los reyes macedonios acostumbraban a llevarse con ellos a soldados de su raza, y raramente obligaban a los egipcios a participar en sus guerras.
El rey, que estaba ya en Egipto, orgulloso de que su esposa hiciera su sacrificio en cuanto lo vio delante suyo, montó en cólera, mientras que la reina estaba desesperada, pues temía que la Diosa la tomara con ella, con su marido y con su pueblo, pensando que no había cumplido con su promesa. Este sería un ejemplo de que los griegos no tenían demasiada confianza en sus dioses, porque resulta evidente que Afrodita, como diosa que era, tendría algún poder para saber si Berenice estaba mintiendo o no.

La Cabellera de Berenice -Coma Berenices, en su nombre latino, por el que se le conoce en cualquier idioma-, bajo la Osa Mayor, y Leo, o el León. No es casualidad esto último, pero para entenderlo, hay que conocer la otra versión de la historia, la de Píramo y Tisbe.

Por suerte para ellos, en Alejandría los sabios no eran escasos, precisamente. El astrónomo y matemático Conón de Samos, pues de esa pequeña isla del Egeo era originario, llegó para calmarlos, y para dar una explicación lógica -dentro de lo que cabe, siendo aquella una época en que ciencia, religión, misterio y prodigio se entremezclaban de forma tan intensa-, argumentando que había sido la misma diosa Afrodita, la que la había transportado, aprovechando que no había nadie para verlo, la bella cabellera hasta los mismos cielos. ¿Cómo no hacer caso a un hombre que había escrito siete libros sobre astronomía, y que era amigo de Arquímedes, el sabio de Siracusa, matemático, físico e inventor, al que había conocido en la misma Alejandría? ¿Y qué prueba había de ello? Pues, según explicó, tras la desaparición de la cabellera de la reina, había aparecido repentinamente en los cielos una agrupación de siete estrellas, que tenían la misma forma que una melena. Algo, por lo demás, no demasiado complicado, pues una cabellera o melena, larga y más o menos ancha, puede tomar muchas formas, y no era demasiado difícil de encontrar si previamente se la deseaba ver. Conón la llamó así, La Cabellera de Berenice, conocida también como Coma Berenice -en latín-, o Berenikos Plákamos, en griego -que, evidentemente, fue su nombre original, aunque el latino ha acabado por sustituirlo y hacerlo olvidar-.  Y para dejarlo más claro, el sabio dibujó la larga melena llena de estrellas, en el globo celeste del Museo de Alejandría.
Más adelante, en el 244 a.C., el poeta, bibliotecario y gramático griego Calímaco de Cirene -de la Cirenaica, una región costera de la Libia Oriental colonizada por griegos, y que había acabado formando parte del Egipto Ptolemaico-, escribió una elegía sobre la reina Berenice y su legendaria cabellera, pero apenas han llegado hasta nuestros días una veintena de versos, escritos en un papiro egipcio -el clima egipcio ha propiciado que, entre otras cosas, hayan podido resistir el paso del tiempo algo tan delicado como el papel- de una obra, por lo que se supone al leerlos, bastante más larga. Esta pérdida ha fomentado que su autor no haya conseguido la repercusión que, sin duda, merecía. 
Otra fuente de la historia, aparte de la oral, y de comentarios literarios e históricos posteriores de todo tipo, proviene del poeta romano Catulo, de la República Romana tardía, que lo imitó, y conocido por una obra rupturista, donde lo mismo escribía sobre el amor de una forma mucho más intensa, realista y física -sexual, diríamos ahora- de lo que resultaba habitual en la época -siglo II antes de nuestra Era-, como de la mala baba que se gastó cuando Clodia, la mujer a la que tanto amaba y alabó en sus versos, y por la que tanto escribió pensando en ella, le dio calabazas.
He aquí un fragmento que todavía se conserva:

"Estaba yo recién cortada y mis hermanas me lloraban cuando, de pronto, con un rápido batir de alas, el dulce soplo del céfiro -un viento- me lleva a través de las nubes del éter -como los griegos llamaban al falso vacío, lo que se llamaría aire, atmósfera- y me deposita en el venerable seno de la divina noche Cypris -otro nombre de Afrodita, que hace referencia a la isla de Chipre, que llevaba ese nombre, en griego, en honor a la Diosa; algunos mitos defendían que Afrodita nació de las aguas, frente a las costas de Chipre-. Y a fin de que yo, la hermosa melena de Berenice, apareciese fija en el cielo brillando para los humanos, en medio de innumerables astros, Cypris -Afrodita- me colocó, como nueva estrella, en el antiguo coro de los astros.


Pero no todos estaban de acuerdo con la historia de la reina.

Pero en otros textos, a esta agrupación de siete estrellas se le llama La Cabellera de Ariadna, en recuerdo, quizá, a la hija del rey Minos de Creta, que ayudó al ateniense Teseo a escapar del Laberinto del Minotauro. Hay, además, un tercer nombre, que tiene detrás otra historia, más fantástica, que no hace referencia a una época determinada, más allá de la Antigüedad griega, y que no tiene como protagonistas a poderosos reyes, sino a un par de anónimos amantes. Y que, además, tiene un final mucho más dramático, pero también más ejemplar. Se trata de la historia de Píramo y Tisbe, que por tradición se supone que aconteció en la Grecia Arcaica, pero también hay una versión que la imagina en la antigua Mesopotamia, y es así:

Parece ser que ambos jóvenes vivían con sus familias en casas contiguas, y que a base de verse desde niños, acabaron por enamorarse. Pero los padres de ambos, a saber por qué estúpida razón que nos es desconocida -de ahí lo de estúpido, pues el mismo tiempo debió dar por sentado que no era suficiente para separar a los amantes-, no deseaban que se casaran, así que hablándose en secreto por una grieta de la pared que separaba ambas moradas -las casas de los griegos "de a pie" eran muy modestas-, decidieron encontrarse en secreto, a las afueras de la ciudad, al lado de un campo de moras blancas. ¿Las moras del bosque son blancas? Dejando aparte que, en aquella época, la separación entre ciudad y bosque no era muy clara, hay que esperar hasta el final de la historia para entender el extraño color de las moras. 
Tisbe, la chica, llegó antes que su amado, pero la asustó un león manchado con sangre, muy probablemente la de algún animal que había acabado de devorar -el que hubiera leones en Grecia, al menos en el norte, como también en Turquía o Bulgaria, no era nada raro en aquella época-. Por pura lógica y prudencia, la muchacha salió corriendo en silencio, pero perdió un velo que llevaba en la cabeza, o como chal sobre los hombros, que, volando, acabó cayendo sobre la melena o la cara del león. El animal, molesto, lo agarró y desgarró, y cuando Píramo llegó al sitio acordado, sólo pudo ver algo que le dejó horrorizado: un león cubierto de sangre, y con el velo de su amada entre las garras, y también, evidentemente, ensangrentado. Es fácil imaginar lo que debió sentir Píramo: había llegado demasiado tarde, y mientras él se dirigía al campo de las moreras, Tisbe había sido devorada por la fiera. No pudiendo aguantar el dolor, se suicidó con su propia espada, y cuando ella, finalmente, decidió volver al lugar de la cita, para saber si el león se había marchado ya, vio a Píramo, ya muerto, y no pudiendo aguantar el dolor por su pérdida, ella también se suicidó, atravesándose con la espada del joven. La sangre de los amantes, manando de forma violenta de sus heridas, acabó cayendo sobre las moras, a las que tiñó de rojo. Color que acabarían conservando hasta hoy en día.
Como es de imaginar, las familias de uno y otra, al enterarse de la muerte de ambos, no sólo se hundieron por el dolor de la pérdida, sino también porque, tardíamente, se dieron cuenta de que por su culpa, al impedir que dos personas tan queridas por ellos se amaran libremente, habían acabado muriendo.

Tisbe y Píramo, representados en un mosaico, en una villa tardo-romana (siglos III-IV d.C), llamada de Dionisos, en la isla de Chipre.



Tisbe, escuchando a Píramo, en un cuadro de Waterhouse -visión prerrafaelita, que no podía faltar, y menos siendo un mito, más bien una leyenda griega tan romántica y atractiva-.

Entonces, Zeus -que en ocasiones se entrometía en asuntos de reyes y guerras, pero que en general no se metía mucho en los de la gente común, quizá porque eran mucho más numerosos que los poderosos- decidió realizar un prodigio para enseñar a futuros padres a no interferir en los amoríos de los hijos, cuando estos son puros y no dañan a nadie, y recogió el velo de Tisbe, lo elevó a los cielos, y lo transformó en una nueva constelación. Sin embargo, no se recuerda que dicho conjunto de siete estrellas haya sido nunca llamado El Velo de Tisbe, o de Tisbe y Píramo, sino que, según cuentan, se llamó igualmente La Cabellera de Berenice. Probablemente, la historia de la reina, simplemente, sustituyó, mediante la poesía de Calímaco, y la leyenda sobre Conón de Samos -un personaje real, y muy conocido y respetado en su época- y los reyes Ptolomeo III y Berenice II -que también fueron reales- acabó por borrar el nombre antiguo de la constelación. 
Pero no la triste e ilustrativa historia de Píramo y Tisbe.


 "Príamo y Tisbe", del pintor francés del siglo XVIII, en estilo pre-romántico Pierre Claude Gautherot.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Elizabeth Bisland, la rival de Nellie Bly en su vuelta al mundo, y mucho más (y II).

La persona elegida para competir con Bly, y lo que significó para ella su olvidada hazaña.


La persona elegida por Walker.

La joven en la que el editor y millonario John B. Walker -rico ya gracias a la alfalfa y la industria metalúrgica, metido a editor, y en un futuro, también a pionero del automovilismo- pensó para "perseguir" a Bly sería poco menos que su antítesis. Al menos, en teoría. Bisland era sureña y de origen aristocrático, frente a la yankee de origen más modesto Nellie Bly -si bien, como ya se comentó antes, la familia de Bly, sin haber sido nunca rica, tampoco era en absoluto pobre, así como la de Bisland, en poco tiempo, paso casi de la riqueza  a un nivel social mucho más bajo-. La primera escribía en el "Cosmopolitan", una publicación mensual y minoritaria, y sus temas eran, sobretodo, la literatura, y en menor medida el teatro, la filosofía, etc., mientras que la segunda era una periodista de campo, experta en adoptar falsas identidades, y sacar escándalos a la luz. Sin embargo, tanto una como la otra tenían fuertes convicciones feministas y, con toda seguridad y desde su juventud, sufragistas. Respecto a que una y otra sentían antipatía mutua, esto no está en absoluto demostrado. Más todavía, que se sepa, nunca llegaron a coincidir en persona, así que difícilmente podían caerse mal. O bien.

Una fotografía de Bisland -que le hace más justicia que otras más conocidas-, probablemente anterior a su viaje alrededor del mundo -cuando lo comenzó, ya tenía veintiocho bien cumplidos-.

Bisland recibió un mensaje urgente de su jefe, y tuvo que abandonar sus artículos, sus reuniones sociales -había montado en su propia casa un auténtico salón literario, donde invitaba a novelistas, poetas, historiadores, filósofos...-, y comenzar un viaje que tendría el sentido inverso al de Bly, pero que comenzaba el mismo día y a la misma hora. Si la mejor periodista -o al menos, la más famosa- de Pulitzer atravesaría el Atlántico para llegar a Europa, Bisland haría lo mismo con los Estados Unidos, y desde la Costa Oeste, daría el salto a Asia.
Bisland era una mujer alta y de buen porte, elegante, educada, muy culta, y de excelente conversación. Hablaba de los libros que leía, y lo mismo parecía saber -e interesarse- por Tolstoi, como por los relatos del Infante Don Juan Manuel -un escritor castellano del siglo XIV, y considerado uno de los "padres" de la literatura en dicho idioma-, o de nuevos poetas, o de sagas vikingas, y que aprendió francés por su cuenta lo suficientemente bien como para leer en su propio idioma a los filósofos del XVIII. No pocos escritores, como el periodista, traductor y orientalista -dio a conocer la cultura japonesa en Norteamérica- Lafcadio Hearn, que hablaba maravillas de ella y que, con toda seguridad, sentía un auténtico amor platónico por la periodista y crítica literaria  -la describía como "una especie de diosa"-. Era lógico que quizá pudiera caer antipática -bastante injustamente, por lo demás- a parte de los lectores de la época, pero también tenía no pocos simpatizantes. Que fuera vista como la antítesis de Bly. O no tanto. Ella, al contrario de las viajeras victorianas, casi contemporáneas suyas -o sin casi-, tampoco necesitaba ni compañía masculina, ni grandes cantidades de dinero, ni ir cargada de vestuario o sombreros. También era capaz de ir al Oriente con poco equipaje. 

Nellie bly y Elizabeth Bisland, conocidas como "turistas rivales" -aunque el término "turista" más bien quería decir en aquella época "viajero", en sentido más aventurero-, según recoge el periódico ilustrado de Frank Leslie.

Seis horas después de su entrevista, ya había cogido un tren hasta San Francisco. Atravesó Asia -Honk Kong, donde Bly supo de ella, la isla de Ceilán, el Yemen; todos ellos colonias británicas-, Egipto, hasta llegar a Europa. Allá tuvo que viajar por Francia, después Gran Bretaña, y finalmente a Irlanda en tren y en ferry, para intentar coger, infructuosamente, un vapor rápido que le llevara a Nueva York. No llegó a embarcar en el que tendría que haber cogido -que estaba esperándola, incluso, tras previo pago de su editor-, y tuvo que ir en uno más lento "Botnia". Aún hay dudas de si alguien -seguramente, de ser así, pagado por Pulitzer- la engañó, diciéndole que el barco alemán que debía coger ya había partido, pero aquello significó que no pudo adelantar a Bly, llegando cuatro días más tarde que ella. Sin embargo, si su contrincante tardó setenta y dos días en dar la vuelta al mundo, ella tardo setenta y seis. También, por tanto, batió el récord de Fogg, y, de no haber sido por la dicharachera e impetuosa Nellie, habría realizado la vuelta al mundo más rápida hasta la fecha.
Respecto a lo que significó el viaje para Bisland, es un tanto difícil de explicar, después de más de un siglo -la carrera, porque de eso se trató, duró entre 1889 y 1890-, pero ella, cuando habló con Walker, intentó convencerle de que no había viajado nunca al extranjero, que no tenía nada que ponerse para un viaje tan largo, y que dudaba de que fuera capaz de llevarlo a cabo. Aparte, de que tenía citas y reuniones, y no deseaba dejar plantados a amigos e invitados. Y no parece que hablara por hablar. De lo que sí se dio cuenta enseguida, es de la enorme fama que le daría el viaje, y de lo importante que sería para su carrera. Al igual que Bly, ella llegó a la Gran Manzana con poco dinero -unos cincuenta dólares de la época-, y aunque empezó a trabajar antes que ella, no se podía negar que si había conseguido hacerse un hueco en el periodismo culturas y literario, y había ganado algunos miles de dólares, había sido gracias a su esfuerzo y dedicación, y a las horas que le echaba a su trabajo, en ocasiones, hasta dieciocho muchos días. Nadie le había regalado nada, así que, bien mirado, ¿por qué no aprovechar aquella ocasión? Con toda seguridad, un empresario como Walker no estaba dispuesto a confiarle algo así sin estar seguro de su valía.
Respecto a lo que ganó después, tras el retorno a su país, después de haber sufrido el frío, el calor del desierto, hambre y sed, y tormentas en pleno océano, vio como su sueldo aumentaba -tampoco mucho-, y cómo se le abrían las puertas de cierta alta sociedad, y su fama crecía aún más. Pero no se hizo rica, ni con libros de memorias, ni entrevistas, ni conferencias, pues se negó a ello -Bly sí las hizo, pero parece que le fueron bastante mal-. Su compañera, incluso, se quejó a Pulitzer de que mientras su periódico vendió millones de ejemplares, su sueldo apenas había subido, aparte de que no ganó un céntimo de los muchos productos -desde juegos de mesa, hasta cartas, o pastillas y jarabes para todo tipo de dolencias, reales o imaginarias; Bisland también se abstuvo de todo ello-. En aquella época, el derecho de imagen todavía no existía, lo que hizo que no pocos hombres o mujeres de aquellos tiempos no pudieran ganar apenas nada de sus hazañas o fama.

La ciudad de Colombo, en la isla de Ceilán -Sry Lanka, hoy en día-, más o menos en tiempos en que la visitara Bisland.

Restos arqueológicos en Yemen, en una fotografía de época incierta, pero nada actual.

Bisland escribió siete artículos sobre sus viajes. No pudieron ser tantos como los de Bly, pues era más lenta y metódica escribiendo. Y también mucho mejor escritora. La segunda era una periodista de acción, y la primera, más bien una escritora que, a falta de libros que poder publicar, se hacía servir de periódicos y revistas para hacerse con una carrera literaria. Los siete fueron publicados mensualmente en el "Cosmopolitan" -evidentemente, la mayoría ya con Bisland en su ciudad-, y más adelante, publicados en forma de libro, "En siete etapas: Un viaje a través del mundo" -es la traducción más aceptable que he encontrado-, que quizá no llegara a tener, ni en su época ni en el futuro, el éxito de otros libros de viajes, pero que está lleno de lirismo, y de bellas descripciones de los paisajes que encontró a lo largo de su periplo. Lo que pareció marcarle más fue el encontrarse, de un día para otro, en un barco navegando por el Índico, muy cerca de la costa de la India, y su llegada a Sry Lanka -la isla de Ceilán-, así como la mezcla de silencio, soledad, y restos de civilizaciones olvidadas que encontró en el Yemen -es de imaginar que pudo ver lo que quedaba del alcantarillado y el sistema de riego de algún reino del sur de Arabia, construidos en tiempos lejanísimos, tal vez la misma Saba-. De aquella experiencia, nació en ella una atracción inextinguible por viajar, cuanto más exótico fuera el destino, mejor, que no desaparecería ya a lo largo de su vida.
Realmente, al poco de llegar, y cuando todavía era famoso en todo el país, responsable junto a Bly de que los periódicos -no sólo los suyos, todos en general- se vendieran más que nunca, y que la gente enloqueciera con sus nuevas heroínas aventureras, fue marchar a Gran Bretaña, donde vivió durante un año. Allá conocería a novelistas, críticos e intelectuales, entre ellos a la escritora Rhoda Broughton, con la que escribió una novela a medias, "Un viudo de hecho", y a Rodyard Kipling, el gran, y reverenciado, "escritor del Imperio" -británico, se entiende-, que le reconoció su admiración incondicional. Se cartearía con él, y con otros muchos, a lo largo de su vida, porque, por lo visto, cuando se conseguía su amistad, era difícil olvidarse de ella. 
A su regreso a Nueva York, que ya era su único hogar desde su juventud -no perdió nunca, de todas formas, su acento y sus modales sureños-, se casó con el abogado Charles Wetmore, y juntos diseñaron y construyeron la finca Applegarth, en Long Island. Una de sus características era la chimenea de piedra del salón, que se inspiraba a una que poseía en su palacio la reina Isabel I, que Bisland consideraba ejemplo de monarca femenina independiente y fuerte, sin ninguna subordinación a hombre alguno.

Una vista de la casa de Bisland y su marido, en Long Island. Ella  nunca quiso perder su apellido de soltera, que en realidad consideraba de su familia -como así era-, y parte de su personalidad. Casada, fue Elizabeth Bisland Wetmore.

Aprovecharía esos últimos años para escribir, entre 1903 y 1910, gran parte de sus obras no periodísticas, entre ellas su autobiografía novelada, "Una vela de conocimiento", y una introducción a la vida y obra de su amigo Lafcadio Hearn en dos volúmenes. También escribió ensayos, donde defendía el placer de la literatura, y criticaba el machismo y el patriarcado. El más famoso quizá sea "La abdicación del Hombre", donde el hombre, el varón, es representado como esa mitad de la humanidad que ejerce un poder omnímodo no sólo sobre la Tierra y la naturaleza, sino también sobre la mitad femenina de ésta, desde tiempos tan lejanos que parecen eternos, seguido de "La verdad sobre los hombres y otros asuntos", donde considera que la visión del mundo, la historia, la cultura y la sociedad sólo han sido plasmados y considerados desde el punto de vista masculino, como si las mujeres, en la práctica, o hubieran existido más que como parte del paisaje, o de las propiedades de los varones También en aquella época, y quizá por influencia de Hearn, que visitó, vivió y conoció bien la cultura de Japón, se interesó cada vez más por la cultura y sociedad japonesas.

La últia fotografía que se conserva de Bisland, ya madura, pero escritora a pleno rendimiento.

Bisland murió en 1929, con sesenta y siete años -una edad realmente avanzada, para la época-. Sus libros hace mucho que no se reimprimen en inglés, y en otros idiomas, son inencontrables, básicamente porque no llegaron a traducirse. Tal vez, debido a la costumbre -buena costumbre, en general- de ir recordando, desenterrando del olvido, a escritores, artistas, viajeros, y todo tipo de personajes que, en su época, tuvieron justa fama, pero que hoy en día duermen el sueño del olvido, también Bisland acaba conquistando a los lectores de hoy en día.
Como curiosidad,  murió de neumonía, y fue enterrada en el cementerio de Woodlawn, en Nueva York. La misma dolencia, y el mismo lugar, de la que murió, y donde fue enterrada, su rival Nellie Bly, en 1922.
Respecto a dónde he conseguido la información, en parte ha sido en la wikipedia, pero mi mayor ayuda ha sido la web en inglés "Publico domain review", tan interesante, que he decidido poner un enlace.
Y para quien quiera leer, también en inglés, su obra principal, "En siete etapas...", puede hacerlo aquí.