lunes, 21 de marzo de 2016

Safo de Lesbos, la décima musa ( I ): la primera mujer de la literatura occidental.

Entre el mito y la realidad, apenas un esbozo de lo que debió ser su obra completa todavía resuena, después de tantos siglos.




La décima musa, antes de que Atenas impusiera, también,  su misoginia.

La antigua Grecia es, desde un punto tanto cultural como artístico, político y espiritual, una de las bases, la más antigua y probablemente más importante, de la cultura occidental. Pero siendo considerada, al menos una parte de ella -Atenas, y algunas polis aliadas, dependientes, o colonias suyas, más algunas ciudades más, en determinado momento histórico- como la madre de la democracia, de repartir el poder y la responsabilidad en una parte grande y creciente de la población, o al menos, de la población autóctona y libre, son muy pocas las mujeres que destacan en ese espacio socio-cultural, político y demográfico.
Claro está, hablando en sentido amplio, aparecen bastantes figuras femeninas, pero se trata, en muchas ocasiones, de diosas o semi-diosas, o de seres mitológicos o fantásticos con aspecto, condición o, dicho más claramente, de sexo femenino -bacantes, musas, náyades, al menos en la mayoría de sus representaciones-, aunque no siempre con el físico correspondiente a una mujer humana -sirenas, arpías...-. Y cuando no son seres divinos o fantásticos, se trata de reinas, heroínas o princesas de la literatura y la leyenda. Dicho de otro modo, que no hay forma de saber si se trata de mujeres reales, y en caso de ser así, como fueron realmente -la famosa Helena de Troya, o Clitemnestra, o incluso las aguerridas amazonas, serían ejemplo de ello-, como también, algunas supuestas filósofas o mujeres especialmente sabias, no dejan de ser personajes de obras filosóficas, donde no son más que figuras, excusas -como también, normalmente, sus compañeros masculinos- para que cada filósofo, político o sabio explique sus ideas e intente hacernos pensar.
¿Entonces, tras todas ellas, qué es lo que nos queda? Hablo sólo de mujeres griegas, dejando aparte las romanas, y también las de culturas orientales, celtas, etc., así como China, la India, Japón... La verdad es que poco. Por un lado, las hetairas, las famosas cortesanas, sabias, deseadas, admiradas, y sobretodo, con una independencia personal que muy pocas otras mujeres de su época pudieron disfrutar. Incluidas reinas o nobles. Por otro, un número muy pequeño de poetas o filósofas, o mujeres consideradas como tales. Tal vez, hemos transformado en mujeres de carne y hueso algunas que en realidad son fantasía de algún cronista, pero también, con toda seguridad, ha sucedido lo contrario: que literatas y pensadoras reales hayan sido olvidadas, y sus nombres enterrados por el olvido. Un entierro en que los hombres contemporáneos suyos, pero sobretodo los que vivieron cuando ellas ya habían desaparecido, no fueron en absoluto ni ajenos, ni inocentes.
Ya sé que esta aes una introducción muy larga, pero no es sólo Safo quien me interesa, sino también sus contemporáneos, y el lugar -o lugares- donde vivió y compuso sus versos. Así que empiezo a escribir aquí, sin saber si, finalmente, necesitaré una segunda entrada para contar todo lo que me viene a la mente.

¿Es este busto un retrato fiable de Safo? Es imposible saberlo. Muy probablemente, se trata de un bronce de tiempos romanos, copiado -por griegos de la época, seguramente- de un original de un artista griego de época clásica.

Esta sí que es una copia de tiempos romanos, tallada en mármol, de un original griego del siglo V a.C. Los romanos, ya desde tiempos de la república -sobretodo, desde que las legiones sometieron Macedonia  y las polis helenas- demostraron gran atracción y admiración por todo lo griego, así que en cuestiones artísticas, no sólo los imitaron -o directamente, los copiaron-, sino que muchos de esos trabajos fueron realizados también por griegos, o al menos, por artistas, libres o esclavos, de cultura helena y origen oriental.


El dónde y el cuándo. Quién y qué era Safo.

Safo de Lesbos, o de Mitilene, es conocida así -como lo fue en vida- porque los griegos, al contrario que los romanos, no tenían el equivalente a apellidos modernos, así que, para diferenciarse de individuos con el mismo nombre, añadían a este su lugar de nacimiento, fuera ciudad, aldea o isla. Lesbos fue la isla donde nació, muy cerca de la costa occidental de la actual Turquía, llamada también Asia Menor, frente a las colonias griegas de esa zona, conocidas como Jonia. Respecto a ser también conocida como Safo de Mitilene, es porque fue en esa ciudad, la capital y población principal de Lesbos, donde vivió gran parte de su vida, aunque, respecto a su lugar de nacimiento, los hay que afirman que nació en esa ciudad, y otros, en un pueblo cercano, Eresos. Aquello no resulta tan extraño: Safo era de origen noble, y es posible que naciera en una finca o propiedad rural de su familia, en esa aldea, y más adelante, se trasladara a vivir -tal vez, al poco de nacer- a la capital de la isla.
Respecto a cuando nació, al igual que la fecha de su fallecimiento, aquí las dudas se vuelvan mayores, y dependiendo del año, podríamos decir que Safo falleció siendo anciana -al menos, para la época, donde no eran muchas las mujeres que pasaban de los cuarenta años-, o todavía relativamente joven. Las fechas de su venida al mundo van desde el 650 a.C. -uso el "antes de Cristo", aunque yo no sea religioso, aunque a partir de ahora, dejaré de ponerlo, para que resulte más fácil la lectura; bueno, y la escritura también- al 610 a.C. ¡Cuarenta años de diferencia! Eso, en aquella época, serían dos generaciones completas, aunque hay cálculos más exactos: entre el 630 y el 612. Que no dejan de ser dieciocho años, que no es poco. 
Formaba parte de una familia noble, o aristocrática -de "bien nacidos", como se les llamaba en Atenas, y probablemente en otras partes de la Hélade-, aunque eso no significa que tuviera un nivel de vida casi principesco. Más bien, se podría decir que nunca conocieron ni la pobreza, ni los problemas económicos -a no ser que sufrieran el exilio o la persecución política-. En realidad, su nacimiento en una pequeña aldea, y el pasar gran parte de su vida en la capital tendría esta explicación: tenían tierras en zona rural, pero residían en la ciudad, donde se hacían negocios, y se concentraba el poder político. Pero tras su nacimiento, su vida se vuelve algo vaporoso, oscuro, pero también misterioso, fascinante. Hasta que no llega a la edad adulta -y por no saber cuando nació, tampoco podemos decir, aunque sí suponer, a qué parte de esa vida adulta-, no sabemos nada de ella. No existen, o más bien no ha llegado hasta nosotros, ningún texto o referencia hacia ella más o menos contemporáneo suyo, y poco hay, escrito por griegos anteriores al dominio romano, y no siempre junto o halagador. O simplemente, neutral, objetivo. Los atenienses, cerca de un siglo después de su fallecimiento, más o menos en el 580-570, en tiempos de Pericles y posteriores, la ningunearon, o criticaron sin razones de peso, pero se sabe que, antes de ello, fue respetada, conocida en toda Grecia, e incluida en la lista de los "nueve poetas líricos", que ya era mucho decir. En realidad, su apodo de "la décima musa", junto a las nueve criaturas fantásticas que parecían ser guardianas y promovedoras de todas las artes, nos da una idea de hasta donde llegó su fama y reconocimiento. Mucho después, fue "redescubierta" por el poeta romano Ovidio, cuya visión y retrato fue adoptado por escritores, artistas y políticos posteriores casi sin pensar qué parte podía ser real, y cual imaginación del escritor, pero esto ya sería una historia que se comentará más adelante.

Safo en tres dimensiones. De James Pradier (1852), ejemplo de la recuperación del mundo antiguo greco-latino por los europeos, y sobretodo los británicos, del siglo XIX.

Respecto a lo que fue su vida familiar, su forma de ganarse la vida -junto a su familia-, y su participación, aunque fuera indirecta o casual, en la política, lo que se sabe es, más lo menos, lo que ahora viene:
Sobre su familia, parece que su padre, Escamandrónimo, más que noble por origen, lo era por cuestiones económicas e influencia social. El patriarca de la familia se dedicaba a la venta de vinos de calidad -y tal vez, también a su producción, en sus propiedades rurales, donde debió nacer no sólo su hija, sino también sus hijos varones. Pero, por lo que se cuenta, Escamandrónimo murió en una guerra por la posesión de una pequeña colonia cercana, Sigui, cerca del estrecho de los Dardanelos, y la poeta, quedó huérfana siendo niña, o al menos, adolescente. Se cuenta que, a los once años, fue separada de su familia -¿también de su padre? Entonces, estaba aún vivo, y ella lo perdió cuando ya era, para la época, casi adulta- para servir como sacerdotisa de la diosa Artemisa, aunque más tarde, dejó aquella ocupación para siempre, tal vez porque ocupó en la familia el puesto de su padre, muerto en combate -¿significaba eso que su madre también había fallecido? No se sabe-. Safo tenía tres hermanos, todos menores de ella -de ahí que, imagino que, al quedar huérfana de padre, Safo no podía ser tan niña, porque tras ella había otros tres hijos aún menores que ella-, y algo sabemos de, al menos, dos de ellos, pues en unos versos descubiertos hace bien poco, es la misma poeta quien nos comenta, por un lado, el miedo que tiene por uno que estaba de vuelta de un viaje en barco -probablemente, por razones comerciales, en relación con el negocio familiar-, mientras que el otro parece que por fin ha decidido sentar la cabeza. O al menos, es lo que Safo espera.
¿Vivió siempre en Lesbos? Básicamente, sí, excepto un corto exilio en la ciudad de Siracusa, la mayor y más influyente de las ciudades griegas -y no griegas- de Sicilia, donde residió un máximo de seis años, desde el 593 a.C, cuando comenzó el exilio. La razón por la que ella, y con toda seguridad su familia -sus hermanos y ella misma,; no se sabe si su madre vivía todavía- fue porque en Lesbos hubo una lucha política entre las que podrían considerarse las familias de la aristocracia -o más bien, de la oligarquía económica local, que tampoco es que fuera extremadamente rica, sino más bien influyente- con los favorables a la tiranía, representada por Pítaco, y que en aquella época no era el equivalente a lo que hoy en día se entiende por esa palabra. Un tirano, más que lo que ahora llamaríamos un dictador, era un individuo que conseguía un gran poder político no por ser heredero de un trono, ni por ser elegido legalmente, ni por el pueblo -en aquellos tiempos, la democracia en Atenas y otros lugares apenas se estaba desarrollando- ni por los oligarcas. Por tanto, lo lógico era que el tirano consiguiera el poder, bien por un golpe de estado -normalmente, con apoyo de mercenarios, de ahí la necesidad de dinero contante y sonante, o su equivalente en oro o plata en bruto-, o por medio de una revolución social, que no tenía por qué tener, realmente, un apoyo de gran parte de la población, sino de una minoría que actuara con rapidez y obedeciendo al tirano en cuestión. Es de suponer que, faltando el padre, y siendo ella la cabeza de familia -algo que, en ese momento y lugar, no parece que fuera tan extraño- participó activamente en esas luchas políticas, que pasaron del ágora a las calles, y probablemente, los rebeldes, con o sin ella, hasta intentaran matar al tirano -el tiranicidio, entre los griegos, era considerado no sólo un derecho, sino casi una obligación política y moral de los buenos ciudadanos-. Sin embargo, Pítaco no demostró ser tan terrible como se pensaba, porque permitió a muchos exiliados, incluyendo Safo y su gente, volver a la isla y recuperar, al menos, parte de sus bienes. Safo volvió al negocio familiar de vinos, que hizo prosperar -era, pues, no sólo artista, isno mujer de negocios- y fue introduciendo en él a sus hermanos menores. Con ella también volvió uno de sus mejores amigos, el también poeta Alteo, que igualmente participaba en política lo mismo que se transformó, como ella, en un orgullo de la cultura griega de la época, y más allá.

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Un retrato del XIX, con Safo rodeada de sus admiradoras y alumnas.

El exilio en Siracusa, ya en aquella época una ciudad enorme, casi de frontera, enfrentada a los Cartagineses, y con deseo de extender su influencia por gran parte de la isla, no sólo le significó tranquilidad, pues allá, a ella y su familia, y otros exiliados, nadie les persiguió, sino también conocer a poetas, filósofos y dramaturgos, que el dinero siciliano atraía por docenas. Eso significó su desarrollo intelectual y artístico, y formarse como literata, además de como ciudadana activa y persona. Allá, además, se casó con el mercader Kerkilos, con quien tuvo una hija, Kleis -no tuvo más hijos, que se sepa; como tampoco se sabe si ella llegó a tenerlos-. Con toda probabilidad, se trataba de un matrimonio de conveniencia, en que un mercader con mucho dinero, pero sin origen aristocrático, se casaba con una mujer más joven, y perteneciente a una familia de rancio abolengo, cultura, renombre en su isla de origen, y que muy probablemente, podría, antes o después, volver a su Lesbos, donde ya era famosa. Pero Kerkilos murió pronto -debía ser muy viejo, o estar muy enfermo, así que para Safo, tampoco debió costarle demasiado aceptar el matrimonio, que en aquellos tiempos, entre gente rica, raramente era por amor-, así que, tras enviudar, heredó de él -al menos, parte de su riqueza, pues tal vez había hijos de otro matrimonio anterior, al menos-, y en cuanto pudo, volvió a Lesbos no sólo con más cultura y experiencia vital, sino también con dinero para invertir en su negocio familiar.

La "Safo" del francés Charles Mengin (1877), pintor académico que no consiguió, ni en su momento ni con posteridad, demasiada fama, excepto por esta Safo vestida de negro y con los pechos a la vista, que más bien aparenta ser una hechicera que una poeta.

Parece que perteneció a una sociedad para mujeres llamada thiasos, donde se preparaba a las jóvenes para el matrimonio, pero es de imaginar que el exilio debió impedir su matrimonio en la isla -eso, y que tal vez no tenía, todavía, un prometido en serio-, y cuando volvió con él, con seis años más y una hija, ya no parece que volviera a casarse, ni a tener demasiado interés en ello. Todo eso hace pensar, al menos a mí, que dicha organización no fue una de la que formara parte antes de marchar a Sicilia, sino que creó ella misma tras volver de allá, y donde no era Safo, quién tenía pensado -al menos, en principio- el casarse, sino que preparaba a otras jóvenes para ello. Si en un futuro, o en otras regiones de Grecia, era la edad, la belleza, el comportamiento considerado decente, y sobretodo, la dote, lo que resultaba importante para que una mujer pudiera casarse, en Lesbos también contaban otras cosas. Y Safo se encargó de destacarlo, pues creó el equivalente a una Academia -como Platón en Atenas- o Liceo -como Aristóteles, tras él, en la misma ciudad, y haciéndole la competencia-, donde enseñaría a las jóvenes que confiaban en recibir de ella una esmerada educación consistente en canto y danza, literatura -imagino que no sólo a conocer poesía o teatro y filosofía, sino también a recitar o declamar- y arte -arquitectura, y sobretodo escultura y pintura, aunque no haya llegado a nuestros tiempos ningún ejemplo de pintura griega de la época; otra cosa es la Creta minoica, pero es que aquello era, ya en aquellos tiempos, otro mundo, y otra cultura-. Todo aquello debía facilitarles encontrar buen marido, pero también, evidentemente, significaba formarse como personas, descubrir que el arte y la literatura no sólo eran cosa de hombres, y si alguna de ellas demostraba tener aptitudes, al menos para la literatura, Safo les ayudaba en lo posible para que consiguieran sacar lo mejor de sí mismas.
Había que entender qué significaba para aquellas jóvenes, recién salidas de la infancia, tener como maestra y compañera a una mujer aún joven, de belleza tranquila y fascinante, culta, comprensiva, dispuesta a enseñarles y a sacar de ellas sentimientos e ideales que debían imaginar masculinos, o inexistentes en ellas, y que lo mismo componía con y para ellas nuevos versos, sino que también los recitaba y cantaba. Pues hay que tener en cuenta que en la Grecia antigua, la poesía no sólo se leía para uno mismo, o para otros que escuchaban -el recitar poesía era considerado un arte en sí mismo, como el declamar un discurso, o ser capaz de interpretar, aún de forma improvisada, el papel de un personaje de una tragedia o comedia-. También se cantaba, así que, un poeta, también era un compositor musical, y en no pocas ocasiones, también un músico. Y parece que Safo sabía tocar la lira, y tal vez algún otro instrumento, para así acompañar el recitado, o más bien el cantar, de sus versos, o de otros poetas por ella admirados y conocidos, como su compatriota Alceo.

         Lesbos    
La isla de Lesbos, vista desde el espacio, y el monte Olimpo -no confundir con el de la Grecia continental, mucho más alto, pues el lésbico sólo se acerca a los mil metros de altura-, la cima más alta de la isla.

Y sobre su obra, su relación con Alceo y las jóvenes que la consideraron -y con razón- como maestra, amiga y ejemplo, y su influencia en artistas e ideólogos de todo tipo de tiempos posteriores, en la segunda entrada dedicada a ella.




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