lunes, 15 de abril de 2013

La ciencia-ficción francesa y belga francófona: La literatura (II); CF antigua, pero ya reconocible.

Continuación de la temática literaria francófona de CF, con autores del siglo XX, muchos de ellos llevados al cine.

Arsène LupinBien, después de un largo abandono, volvemos con la temática de la literatura francófona, francesa o belga, de CF. En este caso, también, en principio, serán autores que hoy en día llamaríamos "antiguos"; pero que son un poco posteriores al maestro Verne. Según el historiador literario Jacques Baudou, a finales del siglo XIX ya se pudo ver una diferenciación entre dos estilos. Uno sería la llamada "literatura popular", que más bien estaría incluida en el enrevesado, ilimitado y fascinante mundo del folletín y que podría haber recibido influencias de grandes nombres de dicho tipo de escritura: autores que realmente no son del género, pero sí extremadamente prolíficos e imaginativos, como Maurice Leblanc -"padre" del ladrón de guante blanco Arsenio Lupin-, o Gaston Leroux, creador del legendario Fantasma de la Ópera. La otra rama, sería la "letrada" o culta, que durante un tiempo recibió el nombre de "maravilloso-científico" -expresión quizá muy gala pero que, por suerte, se dejó de utilizar rápidamente, y no llegó a cuajar en ninguna lengua extranjera; más o menos, como la expresión "fanta-ciencia", bastante usada, en este caso, en Italia-. Pero dejémonos ya de preámbulos, y empecemos con la lista de algunos de estos "segundos pioneros", que ahora quizá nos parezcan tan antiguos, pero que, de ser releídos -teniendo siempre en cuenta, eso sí, el paso del tiempo, y los cambios sociales de los últimos ciento y pico de años- sin duda, en mayor o menor medida, seguirían siendo, sino tan frescos como en su época, sí, por lo menos, interesantes y aprovechables.

El Fantasma de la Opera
Arsenio Lupin, ladrón de guante blanco, de M. Leblanc (arriba a la derecha) y el Fantasma de la Ópera (más abajo; según una ilustración de Iria Abella Chacón), dos clásicos del folletín francés.



Gustave le Rouge, genio y señor del folletín.

Gustave Le Rouge.jpgDurante el siglo XIX, y también a principios del XX, existieron en Europa, sobretodo en Francia -también en Alemania y Gran Bretaña, pero los franceses y belgas francófonos fueron los más numerosos y conocidos- una pléyade de auténticos super-hombres de la literatura popular. Gente capaz de escribir docenas y docenas de novelas, cuentos, artículos, y que tenían, incluso, tiempo para cultivar la poesía, el ensayo, la novela de viajes, y complicarse la vida haciendo de ésta uno novela más, casi siempre tan interesante como muchas de sus obras. Algunos de ellos son de sobra conocidos fuera de su país, y su calidad literaria -amén de las legiones de lectores que, generación tras generación, han disfrutado de sus obras, bien sea en su versión original escrita, o en versiones cinematográficas, televisivas, comiqueras, o incluso como influencia en la música, el teatro, la ilustración...- no era inferior -o, al menos, no muy inferior- a los llamados comúnmente "escritores serios" -que tampoco es que tenga que ser sinónimo de "aburridos"; aunque también sería erróneo que, si una obra es distraída y no especialmente profunda, por fuerza debe ser mala-. Caso es de Alexandre Dumas, o de Balzac. Otros, como Gustave le Rouge, son poco o casi nada conocidos fuera de su país; o lo fueron en su momento, pero con el paso del tiempo, han sido total o casi totalmente olvidados. La vida de le Rouge (1867-1938) estuvo repleta de acontecimientos, y con toda seguridad, merecería un especial para él solo, y la verdad es que lo tendré en cuenta. Pero este buen hombre, nacido en una familia de la burguesía rural, con un hermano abogado y un abuelo alcalde, con pasado de estudiante de derecho, marino -durante su servicio militar-, periodista, bohemio, casado en dos ocasiones, amigo del poeta Verlaine, y un sinfín de cosas más, se dedicó, básicamente, a escribir ficción. Y entre las docenas de sus obras -nadie se pone de acuerdo de cuantas escribió-, destacan algunas que, claramente, sí se podrían considerar de auténtica CF. Con toda la influencia del folletín que tanto cultivó que se quiera ver -fue autor de una obra de capa y espada, y muchas otras de aventuras, de terror, etc.; o bien, de una mezcla de todo ello-. 
La primera novela que logró publicar -escrita a medias con Gustave Guitton-, "La conspiración de los millonarios", trata sobre algo tan novedoso (salió publicada por entregas en un diario entre 1899 y 1900) como el intento de un millonario norteamericano William Boltyn, con el apoyo económico de otros plutócratas compatriotas suyos, y del inventor -y también millonario, y con conocidos métodos más o menos gansteriles para combatir a la competencia; y para más inri, personaje real- Thomas A. Edison, de adueñarse del mundo con la ayuda de unos "hombres metálicos" que son, claramente, primitivos robots. Hay que tener en cuenta que la palabra "robot" -del checo "robota", trabajo- no la utilizaría el escritor, también checo, Karel Capek hasta 20 años después, por consejo de su hermano. Su otra gran arma, sería el control casi absoluto de los medios de comunicación, acaparándolos junto a sus amigos y socios, en algo que resulta, como mínimo, demasiado familiar incluso hoy en día.
Después de aquella primera obra, vendrían otras dos que se podrían considerar, hoy en día, como "steam-punk", con la diferencia, creo yo, que dicho estilo -más gráfico que literario- reinventa el pasado, y le Rouge, gran admirador de Verne -nunca negó su influencia- escribía sobre un posible y cercano futuro. Pues bien, aquellas dos novelas serían "La princesa de los cielos" (1902), y "El submarino Jules Verne", donde está bastante claro en quién se inspiró para escribirla.
Sin embargo, la obra, dividida en dos libros, que tuvo mejor acogida y mayores ventas sería la que forman las novelas "El prisionero del planeta Marte" (1908) - también conocido como "El náufrago del Espacio"- y "La guerra de los vampiros" (1909). ¿Y qué tienen que ver los vampiros con todo esto? Porque, en estas dos novelas, se puede seguir las aventuras y desventuras de Robert Darvel, que llega a Marte, a falta de naves espaciales... con el apoyo de una máquina que concentra la energía mental de mil faquires indios, que le prestan su generoso apoyo en un monasterio del Tíbet -el hecho de que los faquires, además de indios, parezcan ser hindúes y no budistas no parece importar mucho-, pues su intento anterior, mediante gigantescas cartas, para comunicarse con Marte, no han dado resultado. Allá, descubrirá la existencia de diversas especies: unos pequeños y primitivos humanos que no conocen el fuego -y a quienes decidirá educar y ayudar-; unos seres humanoides alados que beben sangre -los vampiros del título, que aquí no son no-muertos, sino una especie viva e inteligente- que les hacen la guerra -conocidos como erloor; otros erloor, invisibles, que no parecen, realmente, muy contentos con su suerte; una civilización marina, que habita en mares subterráneos, y que no parece importarles nada de lo que suceda en la superficie; y, finalmente, un gran cerebro, cruel y todopoderoso, que lo domina todo. Finalmente, el héroe hace lo posible para luchar contra las especies malvadas, consigue volver a la Tierra, aunque sin llegar a destruir al cerebro-dios -en realidad, ¡es el mismo cerebro, quién lo manda de vuelta a Marte, harto ya de que intentara matarlo o dañarlo-, y allá se reencontrará con su novia. 
En la segunda parte, se descubrirá que algunos de esos erloor, o vampiros marcianos, han viajado también a la Tierra, y amenazan con matar a su novia si no les ayuda a acabar con el cerebro que los esclaviza, pero él, que ya está cansado de historias marcianas, los elimina a todos menos uno, que huye a Túnez, y allá escribe un melodramático poema sobre la derrota.
Con claras influencias del John Carter de Marte, de Burroughs, a "La guerra de los mundos" de Wells, y a su admirado Verne, amén de nombrar los canales de Schiaparelli, que en aquella época se suponían debidos a antiguos ríos ya desaparecidos. El autor, que explica largamente las formas y costumbres de fauna y flora, argumenta que, en realidad, son causados por el movimiento de enormes crustáceos que no necesitan agua para vivir.
Ya más alejado de la CF, y en el ámbito de los científicos locos, o "evil doctors", crearía al profesor Cornelius Kramm, capaz de operarse a sí mismo para cambiar su aspecto físico. Su obra, por su ritmo, sus historias delirantes, con influencias entre el socialismo y el anarquismo -era anti-norteamericano y fuertemente anticapitalista- fue admirada por los surrealista, y tuvo legión de seguidores, y no pocos imitadores. Con el paso del tiempo, fue desestimada y despreciada, y finalmente olvidada -muchas de sus obras menores o relatos cortos, así como su poesía, simplemente, se han perdido; él no tenía copia de mucho de lo que hacía, y las tiradas de los libros publicados eran cortas, cuando no lo eran sólo en periódicos; así que, nunca se sabrá hasta donde llegó su trabajo-, aunque a partir de los años 70, la cultura popular más antigua fue recuperada y reivindicada en Francia, sobretodo porque fue a partir de esa época cuando ésta tuvo más influencia y consiguió más respeto por público y crítica llamados "serios" o respetables. Hoy en día, es considerado en Francia como un clásico menor, pero también un autor a reivindicar y revisar. Teniendo en cuenta la época en la que vivió, claro está.

Una visión no tan "radical" del cerebro que gobernaba Marte. Aquí, en forma de anciana pero todopoderosa deidad extraterrestre, indiferente a la existencia de los terráqueos. 


Albert Robida, escritor, caricaturista y, sobretodo, ilustrador. Su colaboración con Pierre Giffard.

La importancia de Albert Robida como escritor (1848-1926; nótese que no es que siga aquí un orden temporal exacto, sólo aproximado) es secundaria, pues es famoso, sobretodo, por una sola trilogía de novelas de CF. Pero, además, Robida fue un gran dibujante, y fue autor de cientos de ilustraciones para todo tipo de obras, sobretodo del género que él cultivó como escritor.
La tres novelas, interrelacionadas entre sí, que le darían fama -aunque fuera bastante efímera, pues ha sido más olvidado todavía que le Rouge- serían: "El siglo XX" (1883); "La guerra en el siglo XX" (1887); y "El siglo XX: la vida eléctrica" (1890).  Aunque él también recibió influencias de Verne -¿y quién no, por lo visto?-, no escribió sobre científicos locos o solitarios, sino sobre avances científicos y tecnológicos integrados en la vida diaria, tanto de las personas como de las administraciones o empresas. Además, también acertó de pleno con los futuros cambios sociales que habrían de venir, como la emancipación de la mujer, el turismo de masas, la contaminación... además, a la hora de tratar la guerra, supuso que existirían máquinas más avanzadas, producto de que todos los avances científicos acabaran usándose sólo para destruir a otras naciones, anticipando el uso del gas venenoso -como así sería, durante la I Guerra Mundial, que en aquella época nadie imaginaba como algo real, sino sólo como una excusa para novelas patrioteras-, o misiles teledirigidos. Uno de sus inventos, el telefonoscopio, donde se podían ver obras de teatro, escuchar música, conocer las últimas noticias, además de permitir la comunicación a larga distancia,, fueron una mezcla de teléfono, televisión e internet.


Una casa de movimiento rotatorio -que da vueltas sobre su eje-; en "El siglo XX".

Además de escritor, fue colaborador con revistas y periódicos como ilustrador. Trabajo que también realizó para la obra de Pierre Giffard, creando nada menos que 520 ilustraciones para sus dos obras más conocidas: "El fin del caballo" (1899), donde habla precisamente de ello, del fin del caballo como medio de transporte, sustituido por la bicicleta -él mismo era ciclista, y promotor de dicho deporte en los periódicos deportivos donde trabajaba como periodista; además fomentó la creación de carreras y premios de ciclismo-, y finalmente por el coche -en aquella época, casi recién nacido-; y su obra principal, "La guerra infernal", donde se habla (entre 1907 y 1908) de una guerra mundial en que los alemanes, enfrentados a los británicos y franceses, bombardean Londres con máquinas voladoras muy superiores a los aeroplanos motorizados de la época, y donde Estados Unidos y Japón se enzarzan en una guerra en el Pacífico. Publicado en forma de revista con ilustraciones de Robida -una mezcla de tebeo y novela por entregas, y casi precursor del cómic franco-belga-, más tarde lo haría en forma de libro. Al igual que su amigo y socio, demostraría una visión del futuro que, hoy en día, y después de más de un siglo, todavía da casi miedo.

                 

"La guerra infernal", en uno de los cuadernillos ilustrados por Robida (1908), y "La reina bicicleta", un relato de Giffard, promotor y gran aficionado al turismo. La expresión "la petite reine" pasó, así, a definir en lengua francesa a dicho medio de transporte.

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En esta época también destacarían autores todavía más inclasificables, como Renée Dunan, una de las pocas escritoras francesas de CF, conocida no sólo por tratar por igual historia, novela prehistórica, brujería, ciencia-ficción política, erotismo y política. Anarquista, feminista y hasta una de las primeras defensoras del nudismo, Dunan es, por sí misma, un personaje que, muy probablemente, se tratará más adelate.
En esta época, según algunos historiadores de la literatura, y hasta 1950, la CF no se distingue del resto de literatura. No es que sea mejor o peor. Simplemente, es literatura, sin más. El hecho de que uno de los escritores franceses de todo el siglo XIX más conocidos -evidentemente, hablamos de J Verne- sea, en parte de este género, hizo que, de alguna forma, pasara desapercibida como algo distinto, formando, paradógicamente, parte de lo más conocido que dio la literatura francófona de la época.
Revistas de aquella época, donde se podrían encontrar relatos o novelas por entregas de CF, y de otros muchos géneros -básicamente, aventuras, sin más adjetivos- serían "En otro lugar y mañana" -"Ailleurs & Demain"-, y la que sería su rival, "Ici & Maintenant" -"Aquí y ahora", en clara desavenencia con el título de la anterior publicación". En todo caso, era un género minoritario, todavía en desarrollo, pero con multitud de seguidores, aunque no fueran acérrimos, y nunca tratado con desdén por editores y directores de revista. También los periódicos, como "Le Petit Parisien" no tenían reparos en publicar obras de ficción de todo tipo.

L'homme volant: (.. Le Petit Parisien, 09 de septiembre 1894) Une expérience d'périlleuse Otto Lilienthal
"Le Petit Parisien", tratando sobre la trágica -y auténtica- aventura del "hombre volador". En aquella época, la realidad y la ficción convergían tanto, que en ocasiones, en nuestros tiempos, resulta un poco difícil distinguir entre la una y la otra.

"Serenata selenita", de Bouel y Caro -uno de los miembros del tandem de "Delicatessen", entre otras películas-. Novela de CF actual, pero escrita como si fuera de finales del siglo XIX, o principios del XX, y cuya descripción podría traducirse como "Novela de anticipación arcaica; o anacrónica". ¿Respuesta francófona al anglosajón steampunk?

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Maurice Renard: "lo fantástico-maravilloso".

Maurice RenardPara acabar esta entrada -o post, o como se diga-, hablar de Maurice Renard. Antes, no recuerdo exactamente cuando, hablé de la expresión "fantástico-maravilloso, acuñada por este buen hombre. Estaba claro que, a finales del siglo XIX y principios del XX -no se sabe exactamente cuando empezó a usarla- estaba naciendo un género que, en adelante, sería conocido como ciencia-ficción -o ficción científica, que sería la traducción más exacta del inglés "science-fiction", aunque esta, la verdad, como que quedaba un tanto rebuscada...  Bien, a lo que vamos. Renard (1875-1939), natural de Chalons, aparte de recibir la influencia de autores algo anteriores o contemporáneos, desarrolló -o directamente, creó- variaos estereotipos y situaciones que, en adelante, retomarían otros autores que, al ser más recientes o famosos, ocultaron la influencia del autor francés, pues aunque en según que casos, la similitud de historias pudiera ser simple casualidad, no siempre, al parecer, debió de ser así.
Si hemos de realizar un listado de algunas de sus novelas claramente CF, pues hay algunas más, como "El amo de la luz", que sería un folletín donde se mezclan amores a primera vista con historias de fantasmas, las principales serían las que ahora siguen:
-"El doctor Lerne, aprendiz de Dios" (1908): dedicada a Wells, padre de la CF británica, e influido por la novela de éste, "La isla del doctor Moreau", habla sobre las andanzas del prototípico "profesor loco", el Lerne del título, que no sólo es capaz de intercambiar cerebros humanos y animales en sus correspondientes cuerpos, haciendo, por ejemplo, que el protagonista -enamorado hasta las trancas de una muchachita que, finalmente, se nos aparece como una interesada y una aficionada al sexo muy distinta a las virginales féminas británicas de las novelas victorianas- se despierte en el cuerpo de un toro, con la inteligencia y alma de un humano, pero incapaz, por ejemplo, de poder hablar o hacerse entender por otros humanos. Finalmente, Lerne rizará el rizo: acabará dando vida, trasplantando alma e inteligencia humanas -la suya propia- no a un animal, cosa que habrá demostrado en la novela como algo sencillo, o a otro cuerpo humano, incluso a una planta, ¡sino a un automóvil que, repentinamente, parece el hermano psicópata de Herby!
-"El peligro azul" (1912), donde los humanos son capturados, literalmente "pescados", por unos seres que viven en las capas altas de la atmósfera -no está demasiado claro para qué; ¿cómo alimento, quizás?-, y que empiezan a verse amenazados por aviones y, en un futuro próximo, por ¿naves espaciales? Así que deciden tomar prisioneros a numerosos humanos, como si fueran rehenes, hasta que, finalmente, al darse cuenta que son seres realmente pensantes -antes, los veían como una especie de plaga, lo cual no dejaba de ser un tanto extraño; ¿unos seres sin inteligencia serían capaces de construir una máquina como un avión, por primitivos que fueran los aeroplanos de la época?-. En resumidas cuentas, aquí no se habla de un enfrentamiento sangriento entre especies inteligentes, sino en un primer contacto -que, probablemente, habría durado siglos, o milenios- que, después de enfrentamientos, desconfianzas y falta de comunicación, acaba con el reconocimiento del otro, y un intento exitoso de coexistencia. La diplomacia en lugar de la guerra, aunque sea en una versión más biológica que política.

Una edición posterior -de los años 70- del peligro azul donde, donde el subtítulo avisa: "Los hombres pescados como peces". Un clásico, a pesar de un lenguaje un tanto en desuso, palabras inventadas y un surrealismo que de inocente, resulta simpático.

-"Las manos de Orlac" (1920) fue, con seguridad, su obra más conocida y traducida -recuerdo, incluso, un grupo de pop español de los primeros noventa con ese nombre-, y la temática, en este caso, es el del trasplante de órganos. O más bien, de miembros amputados. Un famoso pianista pierde sus manos en un accidente, y consigue que le trasplanten las que pertenecieron a un famoso asesino ejecutado. Esas manos, contra el deseo de su portador, acaban haciendo lo mismo que el individuo del que anteriormente formaron parte: matar.

"Amor loco", título que se le dio a la versión cinematográfica de "Las manos de Orlac", de Renard.

-"El hombre falsificado" (también traducido como "falso", de 1923), donde un herido de la I Guerra Mundial que quedó ciego tras la explosión de un proyectil, recibe -o sufre, según se mire- el trasplante de un aparato conocido como electroscopio, para que pueda así recuperar la vista. Y, en realidad, no sólo la recupera, sino que es capaz de descubrir a seres que viven entre nosotros, pero que nos resultan invisibles a todos los sentidos, y cuyas costumbres e intenciones en gran parte, y de forma un tanto siniestra, se le escapan.
-En "El hombre que quería ser invisible", de 1923, se trata sobre el tema de la invisibilidad y de que, al contrario de lo que se enuncia en la novela de Wells sobre el hombre invisible, éste, de serlo, tendría el problema de que el ojo humano, en tal caso, actuaría como un cuarto oscuro opaco y, por tanto, además de invisible, sería ciego.
-En "El mono" (1925) se habla de la posibilidad de crear y "clonar" seres vivos por métodos artificiales, lo que él llama método de "radiogénesis". La iglesia católica montó en cólera, al considerar que sólo Dios podía crear vida de la nada -o bien, que la vida proviene de la vida, sin ciencia de por medio- así que consiguió que su obra acabara en la lista negra del Vaticano, y no pudiera entrar en biblioteca pública alguna, ni de Francia ni de ningún otro país católico, durante años. Quizá por eso, es una de sus obras menos conocidas.
-Por último, "Un hombre entre microbios: Scherzo" (1928), donde se trata de la posibilidad de que un hombre reduzca su tamaño indefinidamente, hasta encontrarse en mundos del tamaño de electrones hasta que, finalmente, encuentre en uno de ellos a una civilización lo suficientemente avanzada como para revertir el proceso, y así poder volver a su mundo y tamaño original. Richard Matheson, el creador de "Soy leyenda", trató sobre el mismo tema en "El increíble hombre menguante", en 1956, con un final también parecido. No significa eso de que, obligatoriamente, recibiera la influencia de Renard, pero no se le puede negar al francés que fue el "padre" de la idea original. Antes que Matheson, el también norteamericano Henry Hasse trató, en 1936 el mismo tema en "El hombre que encogió", aunque él, autor de cierto nombre en revistas pulp anteriores a la II Guerra Mundial, también acabó arrastrado por el olvido.
Teniendo en cuenta la temática de sus novelas -pues hay algunas más- no hay duda de que lo menos interesante de la obra y de la inventiva de Renard fue algo tan, a la larga insignificante, como el nombre del género en el que deseaba encuadrarla.

Y aquí, un enlace donde M. Renard explica su propia versión sobre la expresión "científico -o ciencia- maravilloso", y, en general, se explica sobre su visión personal sobre el naciente género, que en aquella época, tantos seguidores tenía en Francia y Bélgica, y que todavía no había sido separado del resto de literatura, ni popular ni seria. Está en inglés -traducción del original en francés-, pero con el chrome, o algún otro navegador que traduzca automáticamente, se entiende bastante bien.

Y por el momento, nada más. Próximamente, un nuevo capítulo sobre el tema.

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