domingo, 15 de mayo de 2016

Gastón Leroux, y el fantasma de la ópera: el folletín se transforma en literatura perdurable.

A principios del siglo XIX, el folletín pasa a ser algo más serio, y es le permite ser recordado con el paso del tiempo.


Periodista y novelista: había tiempo para todo.

Hace ya una eternidad que hablé de Eugène Sue, uno de los padres del folletín francés de la primera mitad del siglo XIX. Fue en aquella época, cuando se publicaban larguísimas novelas, con legión de personajes, y situaciones no pocas veces inverosímiles, que resultaban tremendamente adictivas para los aficionados a la literatura sin florituras -si sabía leer, y se podían permitir comprar periódicos, claro está, o los conseguían gratis, aunque fueran de la semana pasada-. Pero pasado el tiempo, en Francia y otros países, parte de la población reclamaba algo más. No pocos de los llamados "autores serios" también publicaron, al menos parte de su obra, o en determinadas ocasiones, en forma de folletín, o sea, en cuadernillos o capítulos separados, en revistas literarias o periódicos de todo tipo. En ocasiones, se trataba de cuentos, que se publicaban de una sola vez. Pero en otras, eran novelas, a veces muy largas, pero la gente, poco a poco, reclamaba leer un libro al completo, sin tener que esperar semanas o meses, sin saber cuándo acabarán novelas-ríos que parecían eternas. Pero, tras Victor Hugo, Balzac, Zola, los Dumas y compañía, también hubo escritores de los llamados "menores", pero con obras con la suficiente calidad, o al menos, interés y originalidad, como para que contaran con legiones de lectores no sólo en su época, sino décadas después de haber fallecido. Al igual que Verne, hubo otros, como Leroux o Leblanc, que consiguieron que sus personajes se transformaran en parte de la cultura popular, francesa y europea, hasta, prácticamente, hoy en día.
Leroux fue -ya se le ha nombrado- uno de ellos. Aunque su obra fue extensa, más de lo que podría pensarse, es conocido, principalmente, por una novela, que ha sido llevada al cine y televisión multitud de ocasiones: "El fantasma de la ópera". Pero mejor comenzar por en principio.

El autor, considerado maestro del llamado "policíaco fantástico" -"polar fantastique", en su versión original en francés-, aunque en ocasiones, más que novela policíaca propiamente dicha, sería género detectivesco.

Gaston Louis Alfred Leroux, nació en París en 1868. Por tanto, fue un escritor de lo que se llamaría la Belle Époque, que iría desde el fin de la guerra entre Francia y Prusia, en 1870, hasta el comienzo de la I Guerra Mundial, en 1914. Casi medio siglo en el que Europa se expandió colonial y económicamente, y la cultura y la tecnología crecieron, avanzaron y se diversificaron de forma extraordinaria. La llamada Época Victoriana, en Gran Bretaña y su imperio, no se extendió exactamente por esos años, pero convergieron, y aunque la reina Victoria falleció en 1901, la Época Eduardiana, que finalizó diez años después, no dejó de ser una expansión de esta.
Leroux, pues, fue uno de los muchos que dieron a su país, y a parte de Europa, un tipo de literatura de evasión, pero que también podía ser de calidad. Poixon du Terrail, con su Rocambole, y Leblanc, con su Arsène Lupin, serían otros dos, al menos, en Francia.

Una de las muchas versiones teatrales de "El fantasma de la ópera". Esta, fue un musical de Broadway, en Nueva York.

El norteamericano Lon Chaney, como fantasma, y Mary Philbin como la cantante Christine Daaé.

El trabajo principal de Leroux, realmente, fue el de periodista. Trabajó en el "Écho de Paris", donde trabajó como reportero y crítico de teatro, y más tarde en "Le Matin", sólo como reportero, y aunque estudió de niño en Normandía, pasó a hacer derecho en París, acabando sus estudios en 1889, aunque de poco le sirvió, si lo que pretendía era ganarse la vida como abogado, notario, o cualquier otra profesión que tuviera relación directa con su carrera. Pero, es que en aquellos tiempos, el trabajo de periodista, aparte de que no siempre estaba muy bien visto -entre ellos, digámoslo así, había sus héroes y sus villanos, sus estrellas, y su ejército de "carne de cañón" de mil y un periódicos de todo tipo-. En cualquier biografía se puede comprobar que Leroux fue algo parecido a un enviado especial itinerante, que lo mismo viajaba a Escandinavia -Suecia o Finlandia, donde no está muy claro qué tipo de noticias cubriría, más allá de la pacífica independencia de Noruega del reino de Suecia-, Gran Bretaña -el centro del mundo, donde no había periódico de cierta importancia que no tuviera alguien allá-, el norte de África -Marruecos, en gran parte colonizado por Francia, el resto por España, y con conflictos crónicos con la población autóctona, que no estaba muy por la labor de dejarse colonizar-, Corea -las guerras de China, Rusia y Japón por poseerla-, y la Rusia zarista. Fue allá, precisamente, donde cubrió los primeros tiempos de la revolución bolchevique. Además, también trabajó en el mismo París, llegando, incluso, por la ocasión en que se hiz pasar por antropólogo, conocer por dentro las cárceles francesas, e intentar demostrar que uno de los presos por cuya historia se interesó, y del que él defendía su inocencia.
Pero por si no fuera poco ese continuo viajar, y la enorme cantidad de artículos que le debieron exigir, porque los directores de periódico, o sus segundos en la redacción no eran muy comprensivos precisamente, le dieron tiempo para escribir novelas y relatos, y no poco precisamente. La mayoría los publicó precisamente como eso, como folletín, como folletos, o páginas separadas o diferenciadas, en los periódicos en los que trabajó, u otros de la teórica competencia, aunque el tipo de novelas o relatos que escribía permitía, más adelante, publicarlos en forma de libros de unas doscientas o trescientas páginas. Nada de enormes tomos de casi mil páginas, que en ocasiones, como en la obra de Sue, se publicaban años después en forma "recortada" o resumida. Eran fáciles y agradables de leer, y se trataba de historias que, sin ser obras de arte extraordinarias, sí tenían su calidad literaria.
En total, se calcula que publicó unas cuarenta novelas. Y se habla de cálculo, porque en ocasiones, hubo algún relato o novela corta que, tras salir a la luz en periódicos, no pasó al formato libro, y ya nunca más se supo de ello. Y no fue su caso el único. Hubo algunos autores populares con una obra tan extensa, en ocasiones, además, publicada con uno o varios seudónimos, que no es de extrañar que se dude qué y cuanto llegaron a escribir realmente.


Rouletabille, el fantasma de la ópera, y el cómo los personajes sobreviven más allá de su autor, incluso de las obras que protagonizan.

Aunque comenzó a escribir historias -muchas veces, relatos no muy largos- desde 1897, fue diez años después, cuando publicó su primera novela por entregas de uno de sus personajes más famosos: Joseph Rouletabille, "El misterio del cuarto amarillo", que llegaría a ser no sólo uno de los primeros clásicos de la novela detectivesca -no policíaca propiamente dicha- francófona, sino también un ejemplo, el primero, de las historias de "crimen imposible", del relato de algo que, en teoría, parece imposible que pueda pasar, pero que sucede realmente. Allá, la hija de un científico en atacada y casi muere por una agresión en una habitación cerrada por dentro, y en el que resultaba imposible entrar cuando ella estaba entro, e imposible también el salir una vez que su padre y unos sirvientes consiguen entrar en él, tirando la puerta abajo, aterrorizados por sus gritos. Tras la historia del cuarto, de 1907, Rouletabille, que no era policía o detective, sino reportero -como el mismo Leroux, lo que hace pensar que debía verse hasta cierto punto reflejado en él-, protagonizaría otras seis novelas, la segunda de las cuales, y también otra de las más famosas, sería "El perfume de la dama de negro" (1909). Las demás, de la tercera a la séptima, se publicarían desde 1912 hasta 1922, y Rouletabille, como Rocambole y otros, se transformó en un personaje de ficción que nunca perdió popularidad, aún mucho después de la muerte de su creador, cinco años después de la última novela del personaje.
Un segundo personaje, no tan famoso, pero igualmente carismático, sería "Chéri-Bibi", del que se escribirían cinco novelas -lo pongo entre comillas, por ser todas ellas, en la práctica, una sola, pero en cinco partes-, entre 1913 y 1925, que aunque en principio auto-conclusivas, no dejaban de ser parte de una sola historia. Las novelas de Leroux, al contrario que historias de menor interés, aunque podían ser aventuras más o menos independientes o auto-conclusivas de un personaje, reflejaban el paso del tiempo, y formaba un todo que se comprendía y disfrutaba mejor cuando podían leerse todas las novelas, una detrás de otra, y a ser posible, en orden correcto. Chéri-Bibi es e ejemplo de historia de un personaje que es acusado por la justicia por un crimen que no ha cometido, y castigado por ello, lo que no era siempre popular para la autoridad de la época, por cierto. Es enviado en un barco a una prisión, y tras escapar, consigue hacerse pasar por otro preso -el barco transportaba gran número de ellos-, que cree muerto, intentará saber quién es el auténtico asesino de su padre -el crimen del que se le acusa-, hasta que, finalmente, acaba enamorándose de la mujer del noble por el que se hace pasar, y descubre que es este el que ha cometido el crimen, e intenta hacer pagar al hijo del muerto, por si fuera poca crueldad. En los setenta, fue llevado a la pequeña pantalla, en una mini-serie de la televisión francesa.

Las aventuras de Rouletabille han tenido, como no, su versión en cómic...


... pero antes, tuvo numerosas ediciones en libros de todos los formatos e idiomas.

Pero de los al menos veinticinco relatos -cuentos o novelas- que escribiría fuera de esas dos series, sería "El fantasma de la ópera" (1910) el que se haría más famoso, dentro y fuera de su país, y tendría innumerables adaptaciones en el cine, el teatro y la televisión, además de influencia en otras obras que no eran adaptaciones propiamente dichas. Era, realmente, una historia distinta, pues no eran las aventuras de un héroe que intenta demostrar su inocencia de un crimen, o saber, como policía, periodista o detective improvisado, quién ha cometido otros, sino una novela entre romántica y terrorífica -o al menos, lo que en aquellos tiempos consideraban terrorífico, que era algo un tanto distinto a lo que se considera tal hoy en día-, con dosis de misterio, acción y, finalmente, tragedia. Teniendo en cuenta que no dejaba de ser una novela "popular", no hay duda que consiguió, y sigue consiguiendo, un espacio en la literatura francesa, aunque sea, básicamente, en sus versiones cinematográficas o teatrales. De ahí, creo yo, el consejo de leerla, no porque no haya habido películas que hayan sabido llevar el espíritu de la obra a la pantalla, sino porque la novela, en sí misma, merece ser conocida, sin llegar a ella desde el cine o la televisión, y poder disfrutar de las aventuras y desventuras de ese misterioso fantasma, con el rostro oculto tras una máscara, de la cantante Christine Daaé, de la que está enamorado, y del joven Raoul, el amor de la chica. y tercero en discordia.

Los protagonistas de la novela, en una versión musical del 2004 dirigida por Joel Schumacher, donde Gerard Butler da vida al fantasma en cuestión, y que tuvo en su momento éxito de público y crítica.

Una portad antigua de la novela, en su versión original en francés.

La Ópera de París, el escenario real en el que transcurre "El fantasma de la ópera".

Gastón Leroux falleció en 1927 en Niza, donde fue enterrado, antes de cumplir los sesenta años, y después de haber escrito, además de gran número de artículos periodísticos -de los que poco o casi nada queda ya-, casi cuarenta relatos y novelas, de los cuales resulta fácil encontrar en castellano la novela del fantasma, y al menos, las dos primeras de Rouletabille. Lo cual no es mucho, precisamente, aunque con paciencia, y la ayuda de internet, se pueden encontrar algunas más.

La tumba de Leroux, en Niza.

Una ilustración moderna -no conozco el autor- del fantasma de Leroux.


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