sábado, 23 de julio de 2016

Las Pléyades: de la compañía de Artemisa, a tener su pequeño rincón en las inmensidades del espacio.

Entre los seres divinos de la mitología clásica, que no podían ser considerados auténticos dioses, había una auténtica multitud...


No es habitual que hable de mitología, y no es que no me interese -no sólo la greco-latina, sino en general-, sino que, si se estudia en profundidad, la fascinación o interés inicial puede en ocasiones llevar a equívocos, e incluso a cierta confusión, al darse uno cuenta de la enorme cantidad de personajes, hechos o lugares con los que nos encontramos. Además, también hay que tener en cuenta que la historia de dioses, humanos y seres, digamos, intermedios -divinos, pero sin llegar a divinidades, o sea, a dioses auténticos, a los que los humanos en general temían y querían al unísono- lo mismo tenían una o varias -más bien varias, o muchas- versiones orales, como escritas, tanto en la poesía o la canción -si bien en la Grecia antigua, la poesía muchas veces, más que recitarse, se cantaba, y la canción, el canto, no dejaba de ser considerada literatura oral acompañada de música-, como en el teatro. Además, esos mismos poetas, compositores, dramaturgos, así como proto-historiadores o cronistas, o escritores de primitivas novelas -en realidad, lo que en la Antigüedad llamaban "novelas griegas" no dejaban de ser pequeños relatos en prosa, en ocasiones con más narrativa descriptiva que acción propiamente dicha-, nos dan versiones distintas de cada historia o relato, añaden de su cosecha, dan puntos de vista distintos -según la época, las ideas filosófico-políticas del autor, el lugar donde éste nació, e incluso la influencia de culturas cercanas, como los lidios, frigios o tracios, muy helenizados, al menos los dos primeros pueblos-, por lo que llegar a entender lo que llamamos "mitología greco-romana", o más bien griega -los romanos no tenían mitos, sino leyendas, relatos donde les interesaba más la historia de su ciudad y su pueblo, y de las principales familias o personajes históricos, que la de dioses y héroes antiguos, que para eso estaban los escritos griegos, que no tenían problema en cambiar o "revisar" cuando les interesaba- puede llegar a ser una hazaña que podría, muy bien, ser digna del mismo Heracles, el Hércules romano.
Así pues, para el que tenga cierto interés en ella, pero sin llegar a profundizar, o a querer pasarse meses o años en comprender la auténtica nebulosa que resulta ser, finalmente, el mundo mítico helénico -eso sin contar las obras literarias propiamente dicha, donde los dioses también están presentes, caso de "La Ilíada" o "La Odisea"- lo mejor que puede hacer es acercarse a ella de dos formas distintas pero complementarias: tener una idea básica, muy básica, de quienes eran los dioses y diosas principales, y el parentesco que había entre ellos -la teogonía, que decían los antiguos-, y el interesarse por algunas historias o personajes en particular, que pueden ser conocidos sin necesidad de tener un conocimiento profundo de la mitología en particular. Casos así hay muchos: Heracles, las amazonas, las sirenas, o alguna historia con trasfondo histórico -en su momento comenté una: la cabellera de Berenice-. Aquí otro caso: las pléyades, que dieron un nombre a un grupo de estrellas que, al observarlas allá arriba, en el oscuro cielo nocturno, quizá nos hagan recordar a las jóvenes de origen divino -realmente divinas, por lo atractivas que resultaron a todos, por lo que se cuenta-, que, según los griegos de antaño, recorrieron los bosques de la Hélade en compañía de Artemisa la cazadora.


Las Pléyades, que cambiaron los senderos de Grecia por los del cosmos infinito.

Como otros muchos grupos de mujeres de la mitología -realmente, en la Grecia antigua casi todas las mujeres famosas, o eran de origen divino, y por tanto no humanas, o eran personajes ficticios literarios; tristemente, las mujeres reales, de carne y hueso, si destacan por algo, como mi querida Safo, de la que también hablé en su momento, es por su escasez-, las Pléyades son de origen divino, pero sin llegar a ser diosas, y además, ese mismo origen, como su naturaleza misma, acostumbra a ser un tanto oscuro, misterioso, casi perdido en el tiempo. Probablemente, no dejaron de ser, como las sirenas, las musas o las Hespérides, algún tipo de espíritu animista anterior a la religión organizada, que esta acabó absorbiendo y asimilando, transformándolos en figuras semi-divinas, o divinas pero sin llegar a ser auténticas diosas, sino una especie de seres intermedios, entre los dioses propiamente dichos, y los auténticos humanos, algunos de ellos, además, con sangre divina. como el ya nombrado Heracles, o Aquiles y Patroclo, personajes de "La Ilíada".
Si hemos de hacer caso a las -diversas y a veces contradictorias- fuentes antiguas, las Pléyades eran hijas de un titán -una especie de "dioses caídos", que fueron derrotados y encarcelados por los dioses griegos propiamente dichos, liderados por Zeus- llamado Atlas -o Atlante, como la isla sumergida de la que hablaba Platón-, el mismo Atlas a quién Zeus, victorioso y vengativo, condenó a sostener sobre sus hombros los pilares de la Tierra. Este Atlas parece que sí tuvo tiempo de tener una amplia familia, porque aparte de las siete Pléyades, también fue padre de las Hespérides, o de la hechicera Calipso, que se encontraría más adelante Odiseo, más conocido por Ulises -por lo visto, los romanos no hicieron mucho para ampliar la mitología de los sometidos griegos, más allá de cambiarle el nombre a los personajes que ellos inventaron, y que por cierto, son los que han llegado con más fuerza a la actualidad-. Respecto a su madre, porque era bastante habitual que los dioses tuvieran una reproducción, digamos, clásica -hombre con mujer, con sexo de por medio, por muy divinos que fueran, o quizá por eso mismo...-, fue la ninfa Pléyone -o Pleíone-, que era una oceánida. O sea, una ninfa del océano, del mar abierto -no de ríos o lagos, aunque en principio, los griegos más antiguos suponían que el océano, es de suponer que el Atlántico, no dejaba de ser un río, pero mucho más grande, o un mar no mucho mayor que el Mediterráneo, pero mucho menos conocido-, e hija de Océano, otro titán. Como se puede ver, los titanes, cuando eran todavía los dioses dominantes, o mientras luchaban contra los que acabarían por sustituirles -y antes de aquello, ¿los titanes fueron reconocidos por los humanos como sus divinidades, tan queridos y, a la vez, temidos como los posteriores dioses olímpicos? Nada claro se sabe de eso-, también tenían sus familias, que se emparentaban unas con otras. ¿Cómo si fueran un clan, un pueblo o tribu de seres inmortales, de enorme poder, pero necesitados de unión, de formar una sociedad unida y cerrada, como los humanos sobre los que, se supone, regían? Probablemente, Al fin y al cabo, los dioses no dejan nunca de parecerse a los humanos que los han creado.

"La caída de los Titanes", según el holandés Cornelis van Haarlem (1588). El pintor debió imaginar a los Titanes como una multitud de dioses primitivos y medio bárbaros, que fueron enviados de mala manera al Tártaro por Zeus y los suyos.

Bueno, pues la tras la derrota del clan -por llamarlo así- de los titanes, podría pensarse que las pléyades lo iban a tener un tanto difícil. Al fin y al cabo, tanto su padre como su abuelo paterno eran titanes -en la práctica, también su madre, o al menos, a medias-, así que, al menos en teoría, las siete jóvenes podrían sufrir lo mismo que las familias de los vencidos en las guerras de los mortales, y no sólo entre los griegos -en aquellos tiempos, aqueos micénicos, o cretenses de cultura minoica, o tal vez, incluso anteriores a los primeros-. Pero parece que no. Condenados la mayoría de los titanes a estar encerrados en el Tártaro -uno de los infiernos de la mitología griega-, ellas, que no habían participado en la lucha, acabaron siendo respetadas, como las Hespérides o Calipso, sus hermanas. 
Respecto a la naturaleza de las Pléyades, que no eran ni humanas, ni diosas, ni semi-diosas -hijas de un dios y una humana, o viceversa-, se podría pensar que eran una especie de divinidades menores, que no tenían un espacio claro en la mente y el alma de los humanos, y por tanto, tampoco un poder o influencia sobre ellos. Si los mortales no te temen o quieren, difícilmente puedes ser considerado su dios o diosa. Porque, ¿cuál sería la razón, para ser considerado como tal? Eran una especie de mujeres, pues tenían un aspecto precisamente de eso, de mujeres humanas, inmortales y que no envejecían con el paso del tiempo -al fin y al cabo, ¿qué gracia hay, en  ser inmortal, pero hacerse cada vez m´s viejo? ¿Cual acabaría siendo tu aspecto, pasados los siglos y los milenios?

Atlas cumpliendo su eterno castigo.

Una vez que su padre cayó en desgracia, y como en las guerras entre mortales, Pléyone y sus hijas acabaron sin un lugar donde vivir y manifestarse como seres divinos: ni tenían espacio en el Olimpo, ni entre los humanos, así que ejercieron -al menos, las hijas- de compañeras o sirvientas -por llamarlo así- del bando victorioso. Durante un tiempo, fueron las niñeras y maestras del dios Dioniso -el Baco romano- cuando era niño -era hijo de Hércules, y de una princesa tebana, también de origen mixto, mitad humana y mitad diosa-, porque, al tener sangre humana, este dios del vino y el desenfreno no sólo nació niño, sino que parece que no tuvo mucha prisa en hacerse adulto. Tras ello, y quedar, digámoslo así, desempleadas, acabaron siendo las compañeras de Artemisa -la Diana romana-, la irascible y solitaria diosa virgen que vagaba por los bosques griegos. Pero a un oscuro y extraño personaje, Orión el cazados -que, al no tener una obra o ciclo propio que nos cuente su historia al completo, y sin lagunas y contradicciones, no se sabe bien ni su origen, ni su naturaleza y aventuras al completo-, experto en cazar todo tipo de bestias, le dio por ir detrás de la madre y las hijas, quizá por su deseo por Artemisa -que naturalmente, no deseaba nada con él, y menos, perder su preciada virginidad; preciada no porque así, virgen, fuera más respetable, sino porque ella, sin influencia o consejo de nadie, deseaba conservarla-, y Zeus, en uno de sus días buenos -porque también, como dios de dioses, amo y señor y con un poder enorme, también tenía sus días malos, malísimos-, decidió que, para salvarlas, las transformó primero en palomas, y al proseguir Orión con su obstinada persecución -él, que había matado leones y jabalíes, ¿qué problema iba a tener en cazar palomas?- en estrellas -que es como poder habitar los cielos, y ser visto y admirado por ojos humanos para siempre; si son capaces de localizarte, claro-. La verdad es que no está demasiado claro por qué Zeus no eliminó, o castigó, o forzó a finalizar la persecución, al obseso de la caza de Orión, pero siendo como era un dios, resulta difícil para los humanos -y más, para los de esta época- el saber por qué obraba como obraba. Respecto a Pléyone, no se sabe bien qué fue de ella, porque sus hijas eran siete, y en el cielo, el cúmulo estelar de las Pléyades tiene precisamente eso, siete estrellas, y por tanto, poco claro está donde fue a parar ella. Otra cosa más: más adelante, y gracias a Artemisa -y debido a ella, pues fue también quién lo mató con una flecha-, subió a los cielos él mismo, transformado en otro cúmulo de estrellas con su mismo nombre, y que parece perseguir, eternamente -e inútilmente también, así que pueden ellas estar tranquilas- a las Pléyades.
Pero antes de hablar de la mezcla de astronomía con mitología, nombrar a cada una de ellas, pues durante el tiempo que cuidaban de Dioniso, o acompañaban a Artemisa, las Pléyades, hermosas y eternamente jóvenes -y con un atractivo considerable, por lo visto- tuvieron relaciones e hijos con dioses y no dioses. Aquí, quienes eran ellas, y qué es lo que hicieron en su tiempo libre, que por lo visto fue mucho, entre siglo y siglo:

Maya (o Maia), era la mayor de todas -por tanto, no nacieron al mismo tiempo. Zeus tuvo con ella a un hijo, que como Dioniso, nació después de la victoria de los Dioses Olímpicos contra los Titanes. Está claro que el padre de los dioses no sentía por las Pléyades, o al menos por algunas de ellas, un simple deseo de ayudar a las hijas de los vencidos. Se cree que el mes de mayo le debe su nombre, aunque no está claro. El ser madre de un dios, además de amante -temporal, como todas- de Zeus, no le sirvió de mucho, a la hora de ser protegida de forma más radical de Orión.

Elektra (o Electra), también tuvo una relación con Zeus, con quién tuvo dos hijo. Uno fue Dárdano, hermano del rey de Arcadia, expulsado de su tierra tras asesinarlo y no aceptar el pueblo su crimen, y que acabó por emigrar a Asia, donde fundó la que luego sería la ciudad de Troya -tal vez por ello Zeus, en "La Ilíada", muestra simpatía por los troyanos, llamados también dardánidas, si bien esta denominación parece hacer referencia más a los hermanos de sangre de los troyanos que vivían en la región dominada por Troya, que a éstos propiamente dichos, a los que se llama teucros, como otro rey legendario de la gente dardánida, y suegro de Dárdano-. El otro fue Yasón, que acabó bastante mal, por enamorarse de la diosa Deméter.

Táigete también fue amante, o pareja, de Zeus, que parece que le cogió gusto a yacer con una pléyade tras otra, y de su relación nació Lacedemón, que fue, por decirlo así, el padre del pueblo lacedemonio, que el nombre por el que se llamaban a sí mismos los espartanos. Teniendo en cuenta que los dorios -la rama griega de la que descendían, o formaban parte los espartanos- llegaron a Grecia más tarde que los demás, es posible que este Lacedemón fuera añadido a la larga lista de hijos de Zeus en época tardía. Todo con tal de sacar de algún sitio un origen divino.

Alcíone fue una de las Pléyades que tuvo relaciones con otro de los grandes dioses. En su caso, con Poseidón, dios y rey de los mares, con el que tuvo un hijo: Hirieo, del que no se conoce nada reseñable.

Celeno también tuvo una relación con Poseidón, con el que tuvo tres hijos: Lico, Nicteo y Eufemo. Tampoco es que tengan una importancia primordial en los mitos, así que mejor no alarguemos esto sin necesidad, ¿no?

Estérope parece que tenía gusto por los tipos duros y aguerridos, pues tuvo una relación con Ares, dios de la guerra, con quién también -como no, parece que las Pléyades, entre otras cosas, eran muy fértiles- un hijo: Enómao, que fue rey de una ciudad conocida como Pisa -como su homónima en Italia, aunque mucho más antigua-, en la región de Élade, en la parte más occidental del Peloponeso. De Enómao se tienen noticias tan confusas, que hay crónicas que consideran que Estérope no era su madre, sino su esposa, pero parece poco creíble que un ser divino acabara viviendo en la tierra como la esposa de un rey, por lo demás, un tanto segundón, en poder y riqueza. 

La última sería Mérope. Sería la única que no tendría -ni querría tener- una relación con una divinidad. Pero a la hora de elegir entre tantos hombres mortales que  había, la muchacha, quizá por aquello de que ni ella ni sus hermanas conocían realmente a los humanos, eligió a Sísifo, mortal, aunque parece que tenía algo de sangre divina por aquí o por allá -por lo visto, siglos de conquistas y relaciones sexuales de Zeus y otros dioses provocó que el número de humanos con su sangre fuera enorme-, y que se hizo rico con el comercio y la navegación, pero también robando y matando. Fue, dicen, el creador de los Juegos Ístmicos, en sus tiempos casi tan importantes como los Olímpicos, y fue capaz de atrapar -y casi matar- a un dios: Tanatos, que personificaba la muerte no violenta, y que se salvó de los grilletes gracias a que, en el último momento, le salvó el mismo Ares de morir de hambre y sed. Por todo ello, fue castigado a cargar con una enorme roca, que debía empujar hasta la cima de una montaña, y que caía cuando Sísifo estaba a punto de cumplir con su misión. Y así, día tras día, para siempre, cargando la maldita roca que nunca lograba llevar hasta su destino.

Las Pléyades, retratadas por el pintor simbolista norteamericano Elihu Vedder, en 1885. En este caso, no parecen uertas de pena, sino más bien habitando en algún espacio paralelo al mundo terrenal, donde bailas y se lo pasan, por lo visto, bastante bien. Quizá, el pintor pensó que, tras el brillo de las estrellas que vemos desde el cielo, hay un mundo aparte, donde conservan su aspecto y carácter humanos.

También se cuenta que, cuando se observa detenidamente, se observa que de las siete estrellas que representan a sendas hermanas, hay una que brilla menos. Una de los teorías, que se diría ahora, es que una corresponde a Mérope, que avergonzada por haberse casado con un humano, y más todavía con un personaje como Sísifo -por lo demás, un criminal y mentiroso, pero también considerado en su tiempo como uno de los más inteligentes de los hombres-, no brilla tanto como las demás. Otros piensan que es Elektra, que al contemplar la destrucción de Troya, no puede evitar la pena, y no se ve con fuerzas para brillar más. Teniendo en cuenta que no está claro en qué época sobrevino la transformación primero en palomas, y luego en estrellas, tampoco está claro si cuando Troya-Ilión fue destruida, Elektra era ya estrella, o todavía Pléyade con aspecto humano, aunque teniendo en cuenta que su hijo Dárdano fue el fundador de la ciudad -aunque con otro nombre- y que según se pensaba en la Antigüedad, Troya fue destruida después de varios siglos de existencia, es de suponer que Elektra yacía ya tiempo que encontró su lugar en los cielos.
También hay una explicación a dónde fue a parar a Pléyone: simplemente, está con seis de sus hijas en el cielo, mientras que Mérope, por vergüenza, o expulsada ¿por quién? acabó desapareciendo, o bajando a la Tierra, o no se sabe bien qué.

"La pléyade perdida -o caída". Así imaginó el francés William Adolphe Bouguereu (1825-1905) a Mérope, con sus brillantes hermanas al fondo.

Hay, incluso, más historias, aunque no parece que en su momento tuvieran mucho seguimiento, sino que más bien debió ser algún tipo de teoría de algún poeta o escritor: que murieron de pena, al saber la suerte de su padre Atlas -lo que significa que Orión o Artemisa no tienen espacio en su existencia-, o bien por la suerte de sus hermanas, las Híades -otro grupo de hermanas de origen divino, pero no diosas; en su caso, ninfas de la lluvia-, que también murieron de pena, en este caso, por un  hermano de todas ellas: Hiante. Sin embargo, este continuo goteo de muertes por pena parece algo posterior en el tiempo, y que, aunque ha llegado hasta nuestros tiempos, nunca tuvo muchos defensores. Como tampoco, el que fueran hijas de una reina de las Amazonas -ciertamente, para no acostumbrar a tener descendencia, ni demasiado interés por el sexo con hombres, que tuviera siete hijas demostraría que esta reina en particular era un tanto diferente a otras Amazonas-. Preferían imaginar a estos grupos de jóvenes retozando con dioses, y teniendo gran descendencia. Además, en su momento, todos los reyes y caudillos quisieron inventar un origen divino de su familia, así que, cuantas más divinidades con hijos hubiera, mejor.


Con el paso del tiempo, como se puede ver, los astrónomos -no se sabe bien desde cuando, tal vez desde la misma Antigüedad-, decidieron que Atlas debía estar al lado de sus hijas, y con todos ellos, Pléyone. Ya no habría necesidad de buscarla en ningún sitio: ni en el cielo, ni en la Tierra, ni en los mitos. De todas formas, se ha colocado el nombre de cada Pléyade un poco de cualquier manera, porque aquí, tanto Mérope como Elektra tienen una brillante estrella.

O una forma más de imaginarlas: habitando el cielo sin haber perdido su condición pseudo-humana, con aspecto de mujeres de la Tierra.


Respecto a un listado de estos "seres intermedios", en los que simplemente se les enumere y diferencie unos de otros, ya llegará. O eso espero.



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