domingo, 11 de diciembre de 2016

Los prerrafaelitas (LII): Temas y personajes (4.-). "La Belle Dame de sans Merci", de John Keats.

Si la Dama de Shalott de Tennyson fue uno de los personajes preferidos del movimiento, esta otra dama también ocupó un lugar importante.


Ya se ha podido ver que la literatura influyó, y mucho, a la hora de elegir personajes en el mundo prerrafaelita. Y si bien se buscaron temáticas, nuevas o viejas, en la mitología griega, o en leyendas medievales, o en un Medievo o una Antigüedad idealizados, también hubo personajes que en aquella época se podrían haber considerado "modernos", casi contemporáneos, de aquellos artistas. Al menos, de los primeros, como la "Santa Trinidad" fundadora de la Hermandad, y amigos y conocidos suyos.
Un personaje femenino, con una importancia escasa, colateral, en el ciclo Artúrico, como fue la Dama de Shalott, fue retratado de forma insistente, al ser considerada una especie de musa involuntaria -entre otras cosas, la principal, por no haber sido una persona real, sino un personaje de ficción-. La razón de esa casi obsesión de los artistas británicos por ella se debía, aparte del interés que aquella desventurada joven podía despertar en ellos, venía porque fue un gran poeta, Tennyson, el que contó su historia no como lo habría hecho un juglar o un trovador de la Baja Edad Media, o un poeta del Renacimiento, intentando imitar el arte y el estilo de un Horacio o un Ovidio de tiempos romanos, sino de una forma mucho más moderna y atractiva. Tennyson, al fin y al cabo, fue contemporáneo de lord Byron, y de Percy Shelley, todos ellos representantes de lo que fue el romanticismo literario -poético, principalmente- que existió en Gran Bretaña en los primeros años del siglo XIX. Por decirlo de alguna forma, fueron los tres artistas "pre-victorianos", apenas una generación anterior de la de Millais, Rossetti, Hunt y compañía.
Pero hubo, al menos, un cuarto grande entre la poesía pre-victoriana, de una época que en ocasiones se le llama, también, Regencia: John Keats. La influencia, la huella de Keats perduraría no sólo a lo largo de la larguísima época victoriana, sino, incluso, más allá, aunque hoy en día se le considera un clásico, pero clásico de otra época. Aún así, Keats no ha sido en absoluto olvidado en la Gran Bretaña actual. Más bien al contrario, sigue siendo un grande.
Keats creó un personaje propio interesante, basado en parte en leyendas o cuentos, en parte celtas, en parte ingleses -o británicos- de toda la vida. Y eso que Keats sólo vivió, apenas, veintiséis años, de 1795 a 1821.
El título original, en frances, "La Belle Dame sans Merci", traducible como "La bella dama sin piedad", nos recuerda a una mujer tan hermosa como fría y misteriosa, no se sabe bien si hada, elfa, o algún otro tipo de ser primordial, perteneciente a una raza, u na especie parecida, pero distinta, quizá hasta contraria, a la humana. Un joven caballero, humano, mortal, se enamora perdida y enloquecidamente de ella, y como se supone desde el principio del poema, aquello no puede acabar muy bien. Parece que, en principio, Keats no le hizo mucho caso a su obra, ya acabada, pero su hermano le insistió en que no lo eliminara, que lo publicara sin dudarlo.
Keats, por sí solo, quizá más que cualquiera de los otros sufridos, un tanto irracionales, increibles románticos pre-victorianos -claramente, aquella época anterior a la entronación de Victoria era eso, otra época-, merecería una entrada sólo para él. Mientras tanto, aquí algunas de las obras que su dama inmortal terrible pero -o quizá por- sobrehumanamente hermosa sigue estando tan viva, y tan capaz de atraparnos, como hace casi doscientos años.

Resultado de imagen de dame sans merci
Arthur Hughes pintó a la dama y al caballero, siguiéndola casi como un esclavo, en una de sus mejoes obras. Además, aquí se apartó de sus temáticas habituales, de retratos unipersonales de jóvenes de cuerpo entero -su Ofelia, por ejemplo- o de parejas en problemas. Es, quizá, la versión más coonocida de la Dama sin piedad.

Este cuadro también es de Hughes, pero anterior, y como se ve, aunque es una bonita obra, no llega a la espectacularidad y atractivo de la anterior.

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Frank Cadogan Cowper, el último de los neo-prerrafaelitas -o sea, el último de los últimos-, pinto a la dama arreglándose el cabello, con el caballero muerto a sus pies, como si no le importara en asoluto. Como así es, realmente. Nada más que un pobre humano de corta vida, que no merecía más atención por parte de aquella misteriosa dama de edad imposible de calcular, que ve pasar generaciones de humanos como si nada.

Imagen relacionada
William Waterhouse, además de por la mitología griega, también se sintió fuertemente atraído a todo lo que fueran leyendas medievales, aunque fueran producto de mentes modernas, como la de Keats. Al fin y al cabo, el prerrafaelismo no dejó de ser una continuación pictórica de los poetas románticos. Hubo críticos, incluso, que pensaron -y predijeron- que después de Keats, el romanticismo sólo podía ser expresado por un pintor. Y a la generación siguiente, aparecieron una legión de genios. Si Cadogan Cowper retrata al caballero muerto, Waterhouse prefiere hacerlo aún vivo, pero cercano a su perdición, que probablemente él imagina, pero de la que no se ve capaz de escapar.

Aunque Henry Meynell Rheam no siempre es considerado un prerrafaelita -yo, al menos, no lo conocía como tal-, sí que fue influido por la primera generación de éstos -este cuadro es de 1901, y falleció en 1920; sería, pues, de la segunda generación, y de los más jóvenes de ella-. El estilo es un tanto distinto, y modestamente, lo considero un buen artista, pero inferior a los anteriores. Aún así, es un ejemplo de que la historia de la dama siguió inspirando artistas hasta ochenta años después de que el poema fuera escrito (1819).


Y aquí, el poema completo -no muy largo, para haber inspirado a tantos artistas, pero lo bueno, si breve, dos veces bueno- de Keats:


La Belle Dame sans Merci  (La bella dama sin piedad, de John Keats).

¡Oh! ¿Qué pena te acosa, caballero en armas,
vagabundo pálido y solitario?
Las flores del lago están marchitas;
y ningún pájaro canta.

¡Oh! ¿Por qué sufres, caballero e armas,
tan macilento y dolorido?
La ardilla ha llenado su granero
y la mies ya fue guardada.

Un lirio veo en tu frente,
bañada por la angustia y la lluvia de la fiebre,
y en tus mejillas una rosa sufriente,
también mustia antes de su tiempo.

Una dama encontré en la pradera,
de belleza consumada, bella como una hija de las hadas;
largos eran sus cabellos, su pie ligero,
sus ojos hechiceros.

Tejí una corona para su cabeza,
y brazaletes y un cinturón perfumado.
Ella me miró como si me amase,
y dejó oír un dulce plañido.

Yo la subí a mi dócil corcel,
y nada fuera de ella vieron mis ojos aquel día;
pues sentada en la silla
cantaba una melodía de hadas.

Ella me reveló raíces de delicados sabores,
y miel silvestre y rocío celestial,
y sin duda en su lengua extraña me decía:
"Te amo".

Me llevó a su gruta encantada,
y allí lloró y suspiró tristemente;
allí cerré yo sus ojos salvajes
sus ojos hechiceros, con mis labios.

Ella me hizo dormir con sus caricias
y allí soñé -¡Ah, pobre de mí-
el último sueño que he soñado
sobre la falda helada de la montaña.

Vi pálidos reyes, y tambien princesas,
y blancos guerreros, blancos como la muerte;
y todos ellos exclamaban:
¡"La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!".

Y vi en la sombra sus labios fríos abrirse
en terrible anticipación;
y he aquí que desperté,
y me encontré en la falda helada de la montaña.

Esa es la causa por la que vago,
errabundo, pálido y solitario;
aunque las flores del lago estén marchitas,
y ningún pájaro cante.


Y aunque no se nos presente el caballero muerto, sabemos ya que su alma ya no tiene vida, y que poco tiempo le queda ya en este mundo.



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