miércoles, 9 de octubre de 2019

Kfar Kama: un relato sobre una curiosa aldea.

Después de pasar por un concurso literario, colguémoslo aquí.


Hace  unos meses, a principios de este verano, decidí participar en un concurso literario, el de la Asociación Emilio Carrere, con un relato corto, pero al no tener ni idea de sobre qué tema podría tratar, decidí preguntar a una amiga, a ver si podía darme una idea. Y sí, me la dio, y muy original. Ella sabe de mi interés -que demostré dedicándole no una, sino dos entradas- por el pueblo circasiano. Interés compartido, por lo demás, y me habló de la aldea de Kfar Kama, en el norte de Israel, habitada por una mayoría de circasianos, que llevan décadas conviviendo lo mismo con judíos como con árabes musulmanes, cristianos y drusos. 
No tardé mucho en escribir el relato, si bien es demasiado corto para mi gusto, pero así lo exigían las bases del concurso, y una vez que lo escribí, no lo cambié -algo no muy habitual, pues cuando escribo relatos que me parece que quedarían mejor con una mayor extensión, no tengo problema en dársela-. Y a falta de otro sitio donde enseñarlo, pues lo cuelgo aquí mismo, esperando que alguien más lo lea:


KFAR KAMA.

Bibras caminaba en silencio por las calles de su pueblo, Kfar Kama, al norte de Israel. No era, aquella pequeña población, un lugar común. Habitada por judíos, drusos, palestinos musulmanes y cristianos, era mayoritariamente circasiana, como el mismo Bibras, que se dirigía a la parada de autobús para volver al cuartel donde realizaba su servicio militar, como todos los hombres de su pueblo.
La soledad, en un pueblo en silencio absoluto, con calles vacías, lo mismo atrae el aburrimiento o la fantasía, que hace presa fácil de comunidades que cuentan con un generoso acerbo de mitología.
Los pueblos guerreros acaban vistiendo uniforme, y los circasianos fueron grandes luchadores. Hombres a caballo, altos gorros y largos abrigos de piel, afiladas espadas de acero, señores de las cumbres, fantasmas de los bosques, aplastados por los ejércitos del zar, se dispersaron, vencidos pero orgullosos del deber cumplido, por las tierras de Oriente, atravesando desiertos, poblando ciudades, levantando aldeas…
Las hazañas de los narts, los héroes, transcurrían antes sus ojos: Sosriqwe, que decapitó a un gigante;  la divina Setenay, reina y madre de héroes; la hechicera Ediyixu y su esposo, Psebide, ladrón de caballos… ¡qué lejanos quedan, roto el silencio por un vulgar autobús!

La mezquita anexa al centro de herencia cultural circasiana de Kfar Kama.


Parte de los miembros de una asociación cultural de la aldea.

Y sí, Kfar Kama es un lugar real.

jueves, 11 de julio de 2019

John Reinhard Weguelin, retratista de la mitología griega.

Autor británico de la Época Victoriana, famoso por su deslumbrante Lesbia.


El hombre que pintó a Lesbia, como sólo Catulo podría imaginarla.

John Reinhard Weguelin fue pintor británico de la Época Victoriana, contemporáneo de los prerrafaelitas, aunque ni él se consideró nunca parte del movimiento, ni tampoco ningún crítico o historiador de arte lo ha emparentado con éstos, al contrario que a pintores más cercanos a Weguelin que a Millais o Rossetti, como Edward Poynter o Alma-Tadema, que más bien serían un intermedio entre neoclásicos de estilo más o menos academicista y los miembros y seguidores de la Hermandad, si bien fueron capaces de ir más allá que sus equivalentes franceses, por poner un ejemplo geográfico cercano. Lamentablemente, Weguelin acabó, como los demás -prerrafaelitas, academicistas, neoclásicos, o cualquiera que resultara mezcla de todo ello- por ser olvidado tras la I Guerra Mundial. Tras los horrores de la Gran Guerra, se produjo el doloroso nacimiento de un mundo nuevo, y las delicadezas y sensibilidad de la pintura sobre temas de la antigua Grecia o la poderosa Roma, de la mitología antigua, o de ninfas, sirenas y otros seres mitológicos ya no tenían espacio para ellas. Sólo en los últimos años -y precisamente, gracias a internet, a la nueva tecnología, además de la aparición de libros no especialmente caros- todos estos antiguos maestros -no tan antiguos, realmente- han comenzado a ser conocidos por los hombres  y mujeres de nuestro tiempo, deseosos de disfrutar de la pintura figurativa, de maestros sepultados por el olvido de forma tan injusta como, en muchos casos, completa.
Weguelin nació en 1849 en Sussex, en el sur de Inglaterra -allá donde nació el país, realmente-, y falleció en 1927, en una época en que ya nadie se acordaba de él, en Hastings, en la costa del sudeste del país, célebre por la famosa batalla que ganó Guillermo I el Conquistador, que gracias a ella consiguió el trono inglés. Weguelin tuvo como ejemplos a seguir a los ya nombrados Poynter y Alma-Tadema. Le agradaban sus temáticas -bellas damas griegas y romanas, mitología griega, seres mitológicos como ninfas y sirenas...-, su luz, el color, flores y plantas... parecido al también considerado prerrafaelita John William Waterhouse -si él se veía como uno de ellos, la verdad es que nunca lo he tenido claro; es muy posible que no-, pero con más luz -y quizá mejor retratada- y menos ropa.

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"Lesbia" (1878) fue, y es, la obra más conocida de Weguelin. Es una pintura luminosa, bella, con una Lesbia que, sin duda, de haberla imaginado así Catulo,  no resulta extraño que perdiera la cabeza por ella.

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"Obsequios de un gato egipcio" (1886), fue un raro caso en que Weguelin pintó un cuadro de temática egipcia -y eso que, para los británicos de la época, el Egipto de los faraones resultaba, si cabe, más atractivo todavía que la Grecia y Roma antiguas, por ser un mundo que estaba comenzando a descubrirse más allá de leyendas y relatos bíblicos-.

"El columpio" (1893) fue su retorno a la acuarela. Ya no volvió a la pintura al óleo, y llegó a ser uno de los grandes a la hora de pintar con ese material.

Weguelin demostró su pericia con tres técnicas distintas: la pintura al óleo, la acuarela, y la ilustración interior para libros. La acuarela fue el tipo de pintura preferida tanto en sus primeros tiempos, como en los últimos años de pintor activo, mientras la pintura al óleo fue con la que pintó gran parte de sus obras más conocidas, empezando por su "Lesbia" (1878), la musa -real, no imaginaria o fantástica- del poeta romano Catulo, que tantos y tan románticos, y también tórridos versos le dedicó, aunque, una vez que la Lesbia real pareció darle calabazas, no dudó en criticar y mostrar desprecio y resentimiento hacia la misma dama. Muchos historiadores actuales creen a fuentes de la época, o muy poco posteriores a la vida del poeta, al pensar que la tal Lesbia era Clodia, hermana de Clodio, miembro de los Claudios patricios que decidió hacerse plebeyo -legalmente- por decisión propia, para poder representarlos como tribuno de la plebe, pero que más bien fue un agitador político-social, en ocasiones un auténtico peligro púbico, y en otras, un vividor despilfarrador. De Clodia, antes Claudia, y su hermana Clodilla -ambas también se cambiaron el nombre- se habló mucho en sus tiempos, casi siempre mal, más por romper con todas las convenciones sociales que la época imponían a las mujeres nobles, que por ser tan destructivas, socialmente hablando, como su hermano -que acabó asesinado, no está muy claro por quién-. Pero Weguelin retrata aquí a una Lesbia que no parece el retrato de una dama romana real, sino como un ser mortal, pero de aspecto casi divino, mítico, donde la luz parece acariciarla tanto como su ropa casi transparente, que más que vestirla, se diría que enmarca su hermoso físico.

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"El baño" (1890) fue uno de sus últimos trabajos de importancia al óleo, y también de los que, en aquellos -muy- conservadores tiempos, más dio que hablar. Que transcurriera en la Grecia o Roma antiguas, o en otros tiempo o lugar, era lo de menos. Era la belleza femenina, desnuda y pura, lo que retrató Weguelin.

"La sirena de Zennor" (1900) es un ejemplo de su virtuosismo a la hora de pintar acuarelas. El personaje masculino, el joven que se encuentra con una sirena como si tal cosa -resulta evidente la sorpresa del muchacho- va vestido con ropa del Renacimiento, quizá por deseo del artista de cambiar un poco de época, aunque el personaje de la sirena es griego -al menos, hasta que Andersen lo resucitara y la trasladara a Escandinavia-.

"Presionando las uvas" (1880) es un óleo que fue re-descubierto en una casa de Portland -en el estado de Maine, Nueva Inglaterra, no en Oregón-, y que se ha atribuido a Weguelin.

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin

El fantasma de la esposa de Periander de John Reinhard Weguelin
Ejemplos de su trabajo de ilustrador para los "Cantos populares de la Antigua Roma" -más exactamente, "El fantasma de la esposa de Periandro"- de Thomas Macaulay.

Además de cuadros, y para ganarse la vida cuando los encargos de pintura escaseaban, trabajó como ilustrador. Su encargo más conocido -en su época, al menos- fue para los "Cantos populares de la Antigua Roma" de Thomas Macaulay, una versión ilustrada de los poemas -como no- de Catulo, y una traducción del griego de poemas de Anacreonte -nacido más o menos cuando falleció Safo de Lesbos, y que se hizo un nombre en la época clásica-, realizada por Thomas Stanley.
Weguelin no estudió, como tantos otros, en la Royal Academy, pero sí expuso allá. En sus años de madurez, al volver a la acuarela -que no estuvo nunca muy representado en la Royal-, ingresó en la Royal Watercolour Society, formada por artistas que preferían dicho tipo de pintura.

Respecto a las fuentes, básicamente he tirado de Wikipedia, no sólo en castellano, sino también en inglés, de donde también son las imágenes. Las ilustraciones de los "Cantos populares..." viene de la web "Meisterbrucke".

Más arte en la calle en Reus.

Una calle transformada en un museo.


Hará una eternidad que hablé sobre arte callejero -o en la calle, por si lo de "callejero" pueda considerarse erróneamente despectivo-, realizando pinturas en armarios de instalaciones eléctricas en distintas calles de mi ciudad, de Reus. No es que viva, precisamente, en una ciudad muy turística,  aunque sí es cierto que atrae, si no turistas propiamente dichos, sí visitantes de poblaciones cercanas, aunque más por el comercio o tomarse algo que por otra cosa. Aún así, creo que no está de más hablar de otros atractivos, aunque se trate de lo que se llama "arte efímero", o por su corta duración, o por tratarse de exposiciones temporales.
Esto es lo que sucede en este caso. se trataría de la Calle Pere Òdena, que si destaca por algo, es porque, al no haber entrada a viviendas particulares, ni haber locales de ningún tipo abiertos al público -en realidad, ni cerrados; lo que hay son entradas secundarias a locales, diría que cerrados, con entrada por otras calles-, así que no hay mejor sitio para transformarla en un espacio de exposición temporal de arte, en el Street Gallery '2019, que es como se llama la iniciativa.
No quiero enrollarme más con ello -básicamente, porque poca información encontré sobre ello, más allá de un artículo del diario "Més digital" -imagino que también habrá algo en el "Diari de Tarragona, pero no he tenido mucho tiempo de buscar, la verdad-, así que paso a colgar aquí las fotos de cada una de las obras, que hice lo mejor que pude, con un móvil no mucho mejor que mis cualidades como fotógrafo. Pues aquí va.

"Identitats" ("Identidades"), de Meri Via.

 "Fetillera" ("Hechicera"), de Aisa.

 "Continguts" ("Contenidos"), de Alba Domingo.

 Obra sin título, de Sara Porras.

 "Grapes and the sunlight" ("Uvas y luz solar"), de Naomi Kubo.

 "Mujer salvaje", de Thais Granero.

 "Wai wai", de Dawnoi Martí.

 Obra sin título, de Clara Corax.

"L'amor propi" ("El amor propio"), de Laie Toldrà.

 En la misma calle se puede leer el nombre de cada artista y de cada obra.

 Para llegar a la exposición, se pueden encontrar señales en el suelo...

... o en una pared enyesada.

Y además, también en Reus:


 Dos fotos de la estatua de Jaume Plensa "Cos de llum" -"Cuerpo de luz"- que se encuentra a la entrada de la biblioteca Pere Anguera de Reus.

 Esta obra es distinta a las anteriores. Está pintada directamente en la pared -por tanto, no es temporal-, y no he visto firma y nombre de la obra-. Se encuentra cerca de las otras, eso sí. 

Uno de los "armarios-cuadros", con el campanario de Reus. Fue otra campaña de arte en la calle, que todavía se puede encontrar por medio Reus.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Un relato que me ha sobrado, y he decidido colgar aquí: "Los que viven en la oscuridad".

Aunque haya resultado largo para cualquier concurso, aquí encuentra su sitio -de eso me encargo yo-.


Unas cuantas líneas escritas en un momento libre.

Tenía ganas de escribir algo, y si ese algo pudiera ser enviado a un concurso literario -no porque piense que tenga posibilidad de ganar, sino por el gusto de escribir-, pues mejor todavía. Pero en los dos únicos concursos literarios de este año que encontré -aunque también es cierto que no busqué con muchas ganas, en seguida me cansé de hacerlo-, exigían un máximo de 200 palabras, y a mí me salían casi 300, y como no sabía por donde recortar... pues no recorté, pero como no me desagradó, pues lo cuelgo aquí. 
Al fin y al cabo, para eso se tiene también un blog, ¿no? Colgar mis cosillas.

Y aquí va. Un relato de fantasía, o algo así:


LOS QUE VIVEN EN LA OSCURIDAD.

La joven criatura se movía entre aquella inmensidad oscura, donde la costumbre, más que los sentidos, le indicaban donde se encontraban los siniestros y casi siempre vacíos edificios, los resbaladizos caminos, que no calles, como embarrados y pegajosos, o lo que aparentaban ser árboles, o algún tipo de ser vegetal. O de otra naturaleza…
No era raro encontrarse con otros hermanos y hermanas, que se movían con la misma mezcla de celeridad, ansia y cansancio existencial. En ocasiones se saludaban de forma rápida, más por solidaridad por compartir tan vacía, aburrida y, sin duda, demasiado larga existencia, que por simple educación. No había mucho tiempo ni espacio para la urbanidad y las buenas maneras, en la tierra sin nombre, sin luz, sin color, sin nada…
La joven criatura… ni nombre quizá tenía. Ni nombre, ni nacimiento, ni sentido de que algún día le llegaría el fin. Lo único que podía  hacer, a lo único que parecía aspirar en su insípida existencia, era a seguir las luces, las siluetas luminosas, que le daban, a ella y a los demás, alimento, calor, y una mínima posibilidad de ver, de darse cuenta de lo que les rodeaba. ¡Qué mísera y triste vida! ¡Si por lo menos hubiera algún tipo de luz equivalente a lo que llamamos Sol, que les permitiera moverse por ese mundo de una forma algo menos miserable…!
¡Qué calor hacía en aquella pequeña ciudad de la meseta castellana! Difícil resultaba ver muchos turistas extranjeros, allá. La joven alemana se secó el sudor con el dorso de la mano, bebió otro trago de su botella de agua, ya casi vacía- ¡lo caro que resultaba proveerse de ella en las tiendas o puestos, tan rápido se le acababa!-, y siguió deambulando por aquellas viejas calles, tan cargadas de historia como de silencio y soledad. Y detrás de ella, su sombra, que aparecía y desaparecía. Y cuando así era ¿dónde marchaba? ¡En qué cosas se piensa cuando uno pasea en solitario por una población desconocida! ¿Habría en algún lugar, en una desconocida dimensión, un país de las sombras? ¿Y qué tipo de existencia, si así podría llamarse a su eterno deambular, llevarían aquellas oscuras criaturas?

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Y ya está. Cortito, ¿no? La próxima vez, espero, más y más largo.