domingo, 29 de junio de 2014

Cuando ver un cuadro te hace sentir algo en tu interior: un par de obras clásicas del maestro alemán Caspar David Friedrich.

Esta será una entrada bien corta, consistente, básicamente, en reproducciones de dos cuadros que considero geniales. El primero, ejemplo de romanticismo de ambientación natural, aunque el personaje central más bien parezca haber entrado en un mundo de fantasía. El segundo, un cuadro clásico para cualquier persona que sienta atracción por todo lo que se da por llamar cultura gótica, que es mucho más amplia -e, incluso para los que no son góticos, como es mi caso, aunque siempre he tenido interés por la literatura de este tipo- de lo que la gente tiende a pensar. Y no sólo amplia, sino también tan diversa como fascinante.
Ambas corresponden a un mismo autor: el pintor alemán Caspar David Friedrich (1774-1840), representante principal de la corriente pictórica del Romanticismo en general, y del alemán en particular, y artista -y ciudadano- que vivió entre el siglo XVIII -el de las luces, que también llegaron a territorio germano- y el XIX -el de la Revolución Francesa, y las guerras napoleónicas-. Es, por encima de otro autor romántico, el mejor paisajista de todos ellos, e ilustrador -para la eternidad- de cualquier relato gótico de aquella época, y de otras posteriores, además de figura respetada, casi venerada, por todos los que iniciaron las distintas ramas del Posromanticismo: Parnasianismo, Prerrafaelismo, Simbolismo, o Decadentismo.
Por cierto, la primera imagen no es original suya, pues la obra fue destruida -o desapareció, porque no está claro- en 1945, acabando ya la Segunda Guerra Mundial. Esta copia se encuentra en la actualidad en el National Gallery de Berlín.



"El cementerio de Cloister nevado" (1817-9; era normal que los pintores de aquella época tardaran más de un año, o dos, en acabar un cuadro. Además, era común que, mientras tanto, pintaran, o comenzaran, otros).



"El caminante sobre el mar de nubes" (1817-8). ¿Existe una imagen más clara de lo que debió ser el espíritu romántico para los europeos del primer cuarto del siglo XIX? ¿No resulta lógico, que después de los horrores de las guerras napoleónicas, todos ellos -franceses, alemanes, españoles, británicos, rusos...- tuvieran una extrema necesidad de vivir y sentir, por encima de todo?


Muy bien, pues la próxima vez, prometo más texto. Lo que es ahora mismo, como que me encuentro un poco más ocupado de lo que querría, pero todo se andará.

sábado, 28 de junio de 2014

Anexo I a la ciencia-ficción francesa en la literatura.

Después de la doble serie sobre la cf franco-belga, en literatura y cine, resulta lógico, en caso de hacer nuevos descubrimientos, de ampliarla un poco.


Hace ya tiempo escribí aquí, con bastante paciencia y buscando datos aquí y allá, aparte de aprovechar mis modestos conocimientos sobre el tema, una serie, creo que de ocho o nueve capítulos -ya ni me acuerdo, y eso que de vez en cuando la repaso, por lo de las imágenes que, pasado el tiempo, dejan de ser válidas, para poner otras visibles en su lugar-, sobre la ciencia-ficción en lengua francesa, tanto de Francia, como de Bélgica -Valonia y Bruselas, la parte francófona, en general-, porque de vez en cuando me salía algún autor de este último país, y quise incluirlos también, por ser considerados, en no pocas ocasiones, tan franceses como los otros. 
Pero como es lógico, no siendo un experto, me dejé muchas cosas en el tintero -o el teclado, o como se diga ahora-, y he ido descubriendo algunos nuevos personajes, y sus obras correspondientes, de los que podría, por lo menos, dejar un pequeño comentario. Por eso he decidido hacer un anexo, y dejar claro que es el primero, porque, tanto en cuestiones literarias, como cinematográficas, con toda seguridad habrá alguna ampliación más. Es cuestión de tiempo, simplemente. 
En este caso, el anexo es literario, y hace referencia, solamente, a autores antiguos, de finales del siglo XIX, o principios del XX -hasta la década de los veinte, más o menos-, que he podido descubrir tras leer un libro sobre la cf antigua -no sólo francesa; también británica, norteamericana, e incluso española o mexicana-: "La chica del átomo de oro y otros cuentos antiguos de ciencia-ficción", de la editorial "Página de Espuma", y recopilados por Francisco J. Arellano, que es todo un entendido de dicha temática en España, aparte de editor, comentarista, articulista, contertulio, y lo que haga falta, con tal de dar a conocer el género fanta-científico donde sea posible.


Camille Flammarion, científico y escritor de ficción.
Camille Flammarion (Montigny-le-Roi, 1842- Juvisy-sur-Orge, 1925; ambas poblaciones típicamente francesas: nombre largo para pequeño tamaño), fue, sobretodo, y por ello ha pasado a la historia de la ciencia, uno de los más importantes astrónomos del siglo XIX y, por extensión, de todas las épocas. En su juventud estudió teología, pero cambió la ciencia de Dios por las de la naturaleza, y en especial, la del cosmos, la astronomía. Después de retornar al seminario tras problamas económicos de la familia, y de trabajar como ayudante de grabador, se dedicó a su gran pasión, la astronomía, escribiendo numerosas obras, tanto científicas como de ficción, que, a diferencia de las de otros científicos de la época, tenían un carácter de divulgación, y una forma mucho más sencilla y atractiva de presentar el funcionamiento y los secretos del universo al gran público, lo que hizo que fuera un gran divulgador de la astronomía. Desde 1883, además, dirigió el observatorio de Juvisy, fundado por él mismo, donde realizó todo tipo de investigaciones sobre astronomía, meteorología y climatología.
Además, fundó la revista "Astronomía" (1882), y la Sociedad Astronómica de Francia -que presidió hasta su muerte-. Ambas hicieron que no sólo sus investigaciones, sino el saber astronómico en general, estuvieran al alcance de un público mucho mayor que en otras épocas -en que, de todas formas, la población en general tenía un índice de analfabetismo, al menos en Francia, mucho mayor que en los últimos años del siglo XIX y principios del XX-, haciendo que la ciencia en general interesara a un número cada vez mayor de personas, sobre todo jóvenes, y fuera campo abonado para la ciencia-ficción, que ya estaba empezando a tomar forma con las obras de Verne o el inglés Wells, y que, pocos años después, tendría gran expansión a uno y otro lado del Atlántico.
Una de sus obras principales sería "La pluralidad de los mundos habitados" (1862), donde, quizá pro primera vez, una persona con profundos conocimientos científicos defendía la idea de la existencia de vida en otros planetas, que en ocasiones esta podría ser tan avanzada como la de la Tierra -entiéndase, la posible existencia de civilizaciones en otros mundos-, y que la vida extraterrestre podría ser, al tiempo, completamente diferente a la que conocemos en nuestro mundo. Esto hizo que no pocos científicos de edad y ganado respeto -con razón o sin ella- le criticaran, pero también hizo que fuera extremadamente conocido, incluso hoy en día se diría que mediático, por el gran público, dentro y fuera de su país.
También son suyas obras como "Historia del cielo" -descripción histórico-filosófica del cielo estrellado- o "Astronomía popular", que llegó a vender cien mil ejemplares, cifra impresionante para la época, incluso hoy en día lo sería, teniendo en cuenta que era una obra de divulgación científica. Todo eso le daría la suficiente independencia económica para no depender de subvenciones del estado, y crear su propio laboratorio, hacer ascensiones científicas en globo, y abrir el observatorio astronómico que ya se ha nombrado antes.
Fue famoso en su época, también, por la defensa a ultranza del espiritismo, después de conocer a Allan Kardec, considerado el padre de dicha paraciencia, o ciencia alternativa, como se le llamaba en la época. El espiritismo, y su "hermano mayor", más espiritual -que no sería lo mismo- y filosófico, el teosofismo o teosofía, tuvieron en el último cuarto del siglo XIX, y hasta principios del XX -más o menos, hasta el inicio de la I Guerra Mundial- una expansión y popularidad tal por todo Occidente, que hoy en día, si no lo aseguraran numerosos historiadores e investigadores de distintas nacionalidades al tiempo, nos parecería casi imposible. Y no era raro que científicos o intelectuales, como el mismo Flammarion -o Conan Doyle, el creador del célebre Sherlock Holmes, el más empirista y defensor de la lógica de todos los detectives de ficción- no sólo aceptaran una y otra pseudociencia, sino que acabaran siendo defensores incondicionales suyos.
Hasta aquí, el Flammarion científico. Pero, ¿y la ficción? De acuerdo que apoyó a Kardec, que defendía hablar con espíritus de los muertos, y demás fantasías. Pero, ¿cuándo escribió obras que realmente fueran de ficción? ¿Cuáles fueron estas? Una fue "El fin del mundo" (1893) -en inglés, traducido como "Omega, los últimos días del planeta"-, sobre el fin de la vida debido al choque, precisamente, de un planeta contra la Tierra.

Un grabado de "El fin del mundo".

Otra obra sería "Narrativas del infitino" -o así lo traduciría- (1872), de la que forma parte "Lumen", novela corta en que dos personajes, Lumen -un espíritu que acaba de desprenderse de su cuerpo material, y que ha vagado por el tiempo y el espacio, conociendo sus secretos, vedados a la humanidad-, y Quarens -amigo suyo, hombre vivo de la Tierra, que recibe cuatro visitas del espíritu, quién le explica los misterios de la ciencia que ha podido averiguar, gracias a su condición de espíritu inmaterial viajero-. La novela está estructurada en una serie de diálogos, parecidos a los que se pueden encontrar en las obras de Platón y otros filósofos griegos, y no deja de ser, en cierto modo, imitación suya: usar el diálogo entre unos personajes que representan el saber -por un lado- y el individuo con deseo de adquirirlo -por el otro- gracias a los cuales se dejan patente los conocimientos e ideas del autor.
Otras dos obras menores, "Historia de un cometa", y "En el infinito", no dejan de ser, en realidad, una continuación de la primera, y su estructura es parecida. Es una forma de enseñar astronomía, o de proponer ideas nuevas, mediante una literatura que hoy en día nos parecerá un tanto anticuada, pero que en su época no sólo era novedosa, sino que miles de personas tuvieran una nueva visión de los cielos y del universo, y que no pocos se interesaran por la investigación o, por otro lado, por la ciencia-ficción, que en aquella época estaban más unidas que hoy en día.

"Atmósfera; Meteorología popular" (1888), obra de Flammarion donde aparecería el grabado de su mismo nombre, y que tan famoso sería en su época. En principio, era en blanco y negro, pero se ha ido reproduciendo coloreado de diversas formas. Hoy en día, no resulta tan difícil adquirirlo, al menos en Francia, como un póster o cartel, o directamente enmarcado.


Su obra en ficción, por tanto, fue reducida, pero su influencia enorme. Hoy en día, hay un cráter en la Luna, y otro en Marte, que llevan su nombre.


Jean d'Agraives, y "El aviador de Bonaparte".

Jean d'Agraives (1892-1951; nombre real: Frédéric Causse) fue un prolífico escritor francés de entreguerras, dedicado, principalmente, al género de aventuras coloniales o históricas -o ambas cosas a la vez-, donde reflejaba la -real o supuesta- grandeza de la expansión colonial francesa, y la nobleza y valentía de los soldados y marineros de dicho país. Pero también se dedicó a otros géneros, o sub-géneros, incluido el que podría llamarse "peligro amarillo", donde los nobles europeos -franceses, claro, prototipo de lo mejor del viejo continente, aunque británicos y norteamericanos tampoco fueron nunca menos nacionalistas y sus correspondientes literaturas de "engrandecimiento nacional"- se enfrentan a malvados, básicamente siempre chinos, que sueñas con dominar el mundo, y cambiar el status quo del reparto de poder mundial, donde los occidentales llevaban la voz cantante. No deja de ser curioso, de todas formas, que todos los escritores -como también gran parte de los políticos, intelectuales o militares- de Europa y Norteamérica vieran un peligro a corto plazo en la decadente, arruinada y dividida China, mientras consideraban al vecino Japón -aparentemente, más civilizado, noble, culto y, de alguna forma, de confianza- como un país del que poco había que temer. Cierto que, en su momento, en 1905, los nipones destruyeron a la armada de guerra rusa en uno de los mayores desastres militares que sufrió el coloso eslavo, pero muchos europeos pensaban que, en cierto modo, se lo tenían merecido. Y además, militar y tecnológicamente hablando, estaban hechos una calamidad.
Pero a lo que iba. d'Agraives escribió una novela por entregas, como las del siglo XIX, aunque ésta tratara de 1926, en la que el avión, o más bien el aeroplano, se inventó en Francia en 1796, en tiempos de la Francia revolucionaria, en guerra contra más de media Europa, y donde empezaba a brillar la estrella de un joven general, Napoleón Bonaparte, en lucha contra Austria, el Piamonte y otras potencias en Italia. Aquí se habla de una "historia secreta", que más bien es una ucronía, una historia alternativa, donde el noble bretón, e inventor del avión en cuestión, Knight Trelern, y su ayudante, el mecánico Nail Antoine, luchan a favor de la República Francesa mientras sobrevuelan Niza y Venecia. Pura fantasía mezclada con historia nacional -francesa, se entiende-. No es que sea una obra de arte, pero por lo que tengo entendido, en Francia, las distintas entregas -se publicó, en principio, por "fascículos", para más tarde publicarse en un solo libro, más práctico, pero quizá con menos encanto- son buscadas por no pocos coleccionistas, jóvenes y mayores.


Portada de una de las entregas de la serie sobre el avión que formó la imaginaria fuerza aerea de Napoleón.

Principalmente en la editorial Hachette, publicó cerca de cincuenta novelas, la mayoría de aventuras. La primera sería "La isla que habla", seguida por otras obras de "aventuras geográficas", o de viajes a lugares desconocidos, como "La gloria bajo las velas". A partir de ahí, pasaría a las obras de piratas o combates marinos -en esta ocasión, los protagonistas no sólo eran franceses, sino también británicos; al tiempo, se notaba cierta germanofobia, al igual que sinofobia-, como serían "El último pirata", o "El imperio de las algas".
Respecto a la época napoleónica, aparte de "El aviador de Bonaparte", aparecerían obras más realistas, con el emperador francés de protagonista, principal o secundario, como "El espía de Nelson", o "El comandante del emperador", para acabar entrando también en el mundo del espionaje, con "Las puertas del mundo", o de la ucronía, con "Virus 34", donde ya no hay tierras vírgenes que explorar o colonizar, sino enemigos nuevos -¿los nazis?- con los que la República Francesa, que él siempre defiende como estado ideal, se las tendrá que ver.
Famoso hasta su muerte en 1951, a partir de la década siguiente su nombre se iría olvidando, hasta ser, hoy en día, un personaje conocido, básicamente, por los amantes de la "novela popular" anterior a 1950, y sus seguidores, actualmente, son pocos, aunque parece que bastante fieles.


Como casi cualquier otro escritor de pulp, d'Agraives también escribió, al menos, una novela además con ambientación histórica, romántica -o como dice la portada, "novela pasional", que tiene más fuerza; sabían vender bien, las historias, en el país vecino, y siguen haciéndolo de forma excelente, sean buenas o malas, todo hay que decirlo-.


Louis Octave Uzanne, y "El fin de los libros". Bibliófilo que imaginó el fin de lo que más quería.

Uzanne (1851-1931) no era, realmente, un auténtico novelista sino, principalmente, un bibliófilo, una persona que deseaba que no se perdieran las obras del pasado, pero que también deseaba que las nuevas voces -o no tan nuevas, simplemente, no demasiado antiguas- también pasaran al papel escrito y se conservaran para la posteridad. Además, fue un periodista, y un interesado por la moda femenina, razón por la que escribió libros, llenos de fotografías y coloridas ilustraciones, que son una magnífica guía de cómo vestían las mujeres de finales del siglo XIX y el primer tercio del XX.
Seguidor del bibliófilo Charles Nodier -el creador de "Infernaliana", donde habla de todo tipo de monstruos y seres fantásticos, fantasmas y vampiros incluidos-, formó parte de la "Sociedad de amigos de los libros", al considerarla demasiado conservadora, y después de hacerse un nombre tras recuperar obras casi desconocidas y olvidadas del siglo XVIII, y formó otras dos: "Sociedad de bibliófilos contemporáneos", y la "Sociedad de bibliófilos independientes". También tuvo amistad con editores, se interesó por los avances tecnológicos en la imprenta, en el periodismo, etc. 

Un retrato de Octave Uzanne por Félix Vallotton (1892).

Pero aquí, más bien habría que hablar de un relato interesante, "El fin de los libros", que contó con ilustraciones del genial Albert Robida, del que ya se habló en otra entrada sobre la cf francesa, donde algunos intelectuales bibliófilos -como él mismo- de diversos países, discutes sobre el futuro, el avance o los cambios, no sólo en lo tecnológico -que no les interesa sobremanera-, sino también sino también en las artes y las letras. Y cuando se habla de los libros, uno de los personajes cree, o más bien afirma con rotundidad, que éstos, como tales, desaparecerán, o más bien, dejarán de imprimirse en papel, para ser relatos pre-grabados, y que se pueden oír en forma de discos o, más bien, como primitivas cintas de gran capacidad, pues las habrá de periódicos, relatos o novelas largas. Según él, la humanidad dejará de tener problemas de vista debido a la lectura, para comenzar a sufrirlos con el sentido del oído, debido a que los libros ya no tendrán que leerse, por desaparecer el formato papel, para transformarse en grabaciones que podrán comprarse, o escucharse sin adquirir en propiedad, casi en cualquier sitio. En resumidas cuentas, una versión antigua de los actuales libros electrónicos, pero en tiempos de la "Belle Époque".

Una editorial -según el autor- del futuro, donde los libros, en lugar de ser impresos, son grabados, que es lo que están haciendo los empleados, elegidos por su buena voz, y su facilidad de pronunciar correctamente y conquistar a los futuros clientes por lo atractivo y cadencioso de ésta, como si fueran actores de doblaje (ilustración de Robida).

Octave Uzanne, visitado por las musas de la moda, que él vistió y desvistió siempre que quiso.

Por el momento, ya está bien. La ciencia-ficción en francés -en Francia, Bélgica, Suiza, Quebec-, todavía cuenta con multitud de autores, incluyendo algunos que la tratan de forma tangencial o momentánea. Un ejemplo sería la autora belga de la que ya he escrito dos entradas, Amélie Nothomb, pues tanto su obra de teatro "Los combustibles", como su novela "Ácido sulfúrico", que todavía no he comentado, no dejan de ser dos ucronías. Una sobre el fin de la civilización debido a la violencia desbocada, la segunda  sobre la deshumanización de una humanidad teóricamente civilizada y liberal. Su obra "Peplum", sobre un individuo que permanece en hibernación durante siglos para despertar en un futuro extraño para él, no deja de ser, también, un tema clásico de la ciencia-ficción de las últimas décadas.


martes, 24 de junio de 2014

La mujer de negro de las letras francesas: Amélie Nothomb (II).

En esta segunda parte, un repaso sobre sus obras no autobiográficas.


Después de una buena entrada, que, como casi siempre, se alargó más de lo previsto -será por tratarse, en este caso, de un tema que controlo bastante, dentro de lo que cabe-, es lógico continuar con una segunda parte, donde se haga un pequeño repaso a las obras no autobiográficas de nuestra amiga Amélie, que son, al contrario de lo que yo en principio pensé, bastante más numerosas que las primeras. En realidad, no sólo la primera novela escrita por ella que yo leí hacía referencia a su vida y experiencias, sino también gran parte del resto -excepto, creo, "Cosmética del enemigo"-. Pero poco a poco me fui haciendo un seguidor cada vez más acérrimo del universo creado por esta buena mujer, y he ido descubriendo -por compra o vía biblioteca pública- la casi totalidad de su obra. Exceptuando, eso sí, su única obra de teatro escrita como tal, y sus relatos cortos. Algunos, con una extensión tan pequeña, que son casi mini-relatos -el de texto más reducido, apenas dos páginas-. Sin embargo, el hecho de que no haya podido leerlos, como casi cualquier hispanohablante, es simple: mucha de esa obra mal llamada menor no ha sido traducida al castellano.
Y por si alguien se ha dado cuenta, habrá visto que en este par de días, en la entrada anterior ha habido un pequeño cambio. Pude leer que Amélie no nació en Osaka, pues allá es donde debía ejercer como cónsul su padre, pero ella llegó al mundo en Kobe. Así que cambié la información y la foto de la ciudad. Si hubiera algún otro error, y fuera capaz de darme cuenta de ello, no dudaría en corregirlo, aunque, claro está, los que lo leyeron equivocadamente, tal vez no se darían nunca cuenta. Es cierto que esto no es una biografía, ni nada de eso, pero si las cosas se pueden hacer mínimamente bien, pues se hacen, y en paz.
Y ahora, continuemos con la historia:

Una -supuesesta, porque no es que hayas muchas fotos fidedignas de su infancia o adolescencia- de Amélie, probablemente en China, en tiempos de "El sabotaje amoroso". En las novelas de Nothomb, la infancia es una patria propia a la que, si llega el caso, siempre se puede volver.

Amélie en sus tiempos jóvenes, transformada, tal vez sin quererlo, en un icono de la nueva literatura protagonizada por una nueva generación -aunque últimamente, para tener cuarenta y algo, se le ve un poco estropeadilla, a la pobre; pero no deja de tener su aquel; algo que dan los años, además de las experiencias que te da la vida-.


Para salir de un trauma, mejor dedicar tu vida a lo que más te gusta.

Después de sus aventuras y desventuras en el Imperio del Sol Naciente, Amélie retorna a Bélgica, donde no parece tener demasiado claro qué hacer con su vida. Así, un día, hace algo que aparentemente parece tan normal como salir una noche con su hermano -ese con el que, de niña, tanto le costaba conectar- a tomar algo, y sin que nadie pudiera imaginarlo -¡quién puede imaginar algo así!- ocurre algo que cambiará su vida para siempre: en una pelea con un borracho, su hermano muere a manos de éste, y además, delante suyo, sin que ella pudiera hacer nada para ayudarle, ni tan siquiera, para salvarle la vida.
Después de algo tan traumático, a una persona que, sin haber sufrido nunca una experiencia tan terrible ya había tenido no pocos problemas personales que, en mayor o menor medida, ya le habían marcado -su fracaso laboral en Japón; su huida en estampida de cualquier compromiso con su novio nipón, Rinri; sus problemas de integración en su país y, en particular, en su instituto y, más adelante, en la universidad; sus problemas alimentarios-, aquello podía llegar a ser devastador. De una forma quizá casi natural -tampoco es que nunca haya dado demasiadas explicaciones sobre ello, y se entiende-, decidió agarrarse a una última, y quizá única tabla de salvación: la literatura.

Una foto con un aire siniestro de los que quitan el hipo, del miedo que da. Genio y figura. O saber venderse no sólo como literata, sino también como producto publicitario en sí mismo.

Así nacería su primera obra, la más extensa -dentro de lo que cabe-: "Higiene del asesino" (1992). Se nota, evidentemente, que aunque tuviera aquí  allá relatos acabados o a media finalizar, esta es su primera obra plenamente "profesional", y que fue con ella con la que se animó a salir del anonimato literario. Consistiría, básicamente, en la historia de un escritor, premio Nobel y leyenda de las letras, Prétextat Tach, enfermo terminal, y con un carácter no ya irascible, sino totalmente antisocial y misántropo. Nunca ha querido dar una entrevista a fondo a nadie pero, como "regalo" a sus lectores y al mundo -modestia parte-, decide que cinco periodistas puedan entrevistarle, uno detrás de otro. Él, inteligente, altivo y agudo, los machaca verbalmente, y los expulsa, literalmente, uno tras otro, hasta que finalmente, una periodista, Céline, consigue sonsacarle su vida, en un auténtico enfrentamiento dialéctico, donde reconoce, entre otras cosas, una antigua relación sentimental con su prima. Tal vez la historia pueda resultar un tanto rimbombante, o demasiado larga -si bien esto se piensa cuando se han leído otras de sus obras, todas más cortas-, pero ya se empieza  a atisbar el estilo, tan particular -que tantas fobias y filias ha ido ganando con el paso de los años-, con un duelo casi teatral, donde Prétextat -¿un pretexto para comenzar fuerte su andadura en el mundo de las letras? ¿Para contarnos algo en particular? ¿Para desahogarse? Pronto se verá que, en la obra de Nothomb, los nombres de los personajes raramente son casuales- a veces parece un personaje un poco de cartón piedra, exagerado, y donde el papel de la periodista, es de suponer, lo ocupa la misma Amélie. Aún así, la obra llama la atención, y consigue publicar la segunda: "El sabotaje amoroso" (1993), que muchos consideran posterior a "Estupor y temblores" -que data de 1999-, pues ésta fue la que le dio auténtica fama, y la anterior, en no pocos casos, consiguió venderse básicamente después de su "novela hermana mayor".
Después de Tach, que a pesar de su condición de premio Nobel con su correspondiente bibliografía inventada -con obras como "La sauna y otras lujurias", o "La prosa de la depilación"; todo esto, gracias a la información que encontré en el blog "El lamento de Portnoy"- no es que fuer aun personaje de suficiente fuste, fue ella misma, curiosamente, el que más fama le daría, llegando incluso, a dudarse -a dudar ella misma, reconoce- donde acababa la realidad y empezaba la fantasía.  Su octava obra le permitiría ganar el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, en 1999. Eso sí, de forma automática, se transformó en una de las nuevas voces -o autoras; aunque en ocasiones, sí que se usa, eso de "voces"; aunque se trate de escritores que, en ocasiones, raramente dejan oír la suya en ningún medio- de las letras francesas. Es de imaginar que sería más correcto decir "en francés", pero no es nada raro, más bien es muy común, que en Francia, cuando se habla de literatura -o de música, cine, cómic- se confunda francés y francófono, sobretodo, cuando el autor en cuestión tiene una gran cercanía afectiva, o simplemente viva o trabaje, aunque sea en temporadas más o menos largas, en el Hexágono -y según ellos, centro del universo, como no-. Además, enseguida entendió la importancia de adoptar determinada imagen, un lenguaje no sólo escrito, también oral, estético, generacional. Así nació el personaje de la mujer eternamente de negro, con la piel blanca como una geisha, labios rojos y enormes sombreros -también negros, desde luego-. Y que algunos la consideraran mujer de gustos, digamos, góticos, sin saber exactamente -o en absoluto- que significa ser, realmente, gótico. Que sus obras puedan gustar a muchos -o al menos a algunos- de los miembros de esta sub-cultura urbana, puede ser más que posible, pero de ahí, a ser considerada una autora gótica, sólo por su aspecto -que otros podrían considerar decadentista, siniestra, neo-romántica, o a saber qué otra cosa-, media, sino un abismo, si una distancia considerable. Pero en Francia, y en Bélgica también, el artista es un personaje en sí mismo, con su obra como centro, pero alrededor de la cual también giran otras cosas. Entre ellas, el saber venderse, el adoptar determinada personalidad, imagen, el resultar atractivo a los medios. Y en eso, Amélie se ha sabido mover ciertamente bien. Es probable que otros/as hayan tomado nota para resultar algo más que un alguien detrás de una obra, sin cara ni voz.

Amélie Nothomb
Una foto -¡en color!- en París, ciudad donde transcurren no pocas de sus historias.

Si su primera obra tenía un ambiente teatral -realmente, no pocas de sus novelas podrían ser adaptadas al teatro sin problemas, como sí se ha hecho, como mínimo, con "Cosmética del enemigo"-, la tercera se escribiría para, en principio, ser representada sobre tablas: "Los combustibles" (1994; aquí ya se comprueba, su costumbre de publicar una obra por año, sin contar las "secretas" y ocultas, que quizá algún día salgan a la luz). Aquí, nos encontramos con sólo tres personajes, mientras se nos da a entender, por lo que oímos de los tres, que Europa se enfrenta a una especie de "guerra final", entre la civilización y los bárbaros, que no queda demasiado claro ni quienes son, ni que buscan, excepto acabar con todo. En una ciudad arruinada por dicho conflicto, y que puede caer en manos de los salvajes en cualquier momento, nos encontramos con una casa donde viven tres personas: El Profesor -sin nombre propio, más bien es la representación de una "alta cultura" tan estirada y engreída como alejada de la realidad-, que parece no querer darse cuenta de lo que sucede, que todavía da clases en la universidad, y que parece odiar los libros que realmente ama, que hace leer otros que nunca él mismo ha leído, y que, finalmente, y a falta de otro elemento combustible -de ahí el título-, acaba lanzando su biblioteca, título a título, a la chimenea para no morir de frío; Daniel, uno de sus estudiantes, un idealista que se ha ido a vivir con él debido a la guerra; y Marina, amiga de Daniel, y que sufre más que los otros el hambre que provoca la escasez de alimentos -y aquí, de nuevo, un reflejo de los problemas alimentarios de la autora, sea en forma de anorexia o, según ella cuenta, bulimia, y que no queda claro si ha logrado superar, después de tantos años-. Teniendo en cuenta que gran parte de sus obras se basan en diálogos, y que no intervienen más de dos o tres personajes importantes, realmente, gran parte de sus obras no autobiográficas podrían ser, perfectamente, llevadas al teatro. Que yo sepa, "Los combustibles" es una de las pocas obras de Nothomb que no han sido traducidas al castellano, quizá, por el hecho de ser teatro -y por tanto, menos comercial, además de ser de las primeras; es difícil entender a los editores, así que no sabría decir, exactamente, el por qué está inédita en España, excepto en francés-.
En 1995, escribiría una obra que ya dio que hablar antes de la que cuenta sus desventuras niponas: "Las catalinarias", cuyo título hace referencia a los discursos que dio Cicerón en el senado romano, anunciando el posible intento de golpe de estado -usando expresión moderna- del patricio Sergio Catilina, al que consideraba un peligro para la República Romana -más adelante, ya se encargarían de enterrarla "héroes" militares, como César y Pompeyo, pero esa es ya otra historia...-. Aquí, más bien sería el intento de un matrimonio de profesores jubilados, de pasar lo que les queda de vida en una bonita casa en medio del campo, y que no tiene más que unos vecinos, en otra casa casi contigua. Aquello no parece, a primera vista, un problema, pero cuando el propietario, un individuo repugnante, antisocial, tan amargado como capaz de destruir la felicidad de cualquiera al que impone su presencia -pues eso es lo que hace, visitarles día tras día- aquellas dos personas, pacíficas y civilizadas, tendrán que tomar una decisión sobre qué hacer, cómo enfrentarse al "enemigo exterior" que quiere hundirles en la desesperación. Y en ocasiones, el pacífico, el que no critica la forma de ser del vecino aunque le moleste, se ve obligado a soluciones un tanto drásticas, o, por lo menos, a la autodefensa.

El París, real o soñado, que sirve de marco para no pocas historias de Nothomb, y de otros autores contemporáneos suyos -o no-, tanto franceses como franco-belgas.

Ya en ese momento, Amélie había conseguido ser una autora importante en el catálogo de la editorial francesa Albin Michel, y mucho más que lo sería en un futuro, así que pudo publicar obras con una acogida más limitada, como "Peplum" (1996, tampoco traducida al español), donde se interna en la ciencia-ficción, para contar la historia de un escritor que, tras ser ingresado en un hospital, despierta después de 500 años, y, entre otras cosas, una gran crisis energética, y una guerra en el siglo XXII; "Atentado" (1997), una obra tal vez demasiado corta y un tanto grotesca, donde se cuenta la historia del, probablemente, hombre más feo imaginable, y su relación con una actriz, contrariamente, especialmente hermosa; o "Mercurio" (1998), donde se habla de las relaciones entre tres únicos personajes aislados en una isla: un hombre que vive en dicha isla, de su propiedad; una joven que parece ser una especie de hija adoptiva, que vive allá encerrada, y sin espejos donde poder mirarse; una enfermera a quién se permite acudir allá para cuidar de la joven, y que acaba teniendo con ella una intensa amistad, y un deseo de saber sobre la historia de los dos únicos habitantes de la isla. Aquí, más bien existe el interés de conocer el final de la novela, aunque en ocasiones, más que una obra de misterio, parezca una fantasía con los espejos como protagonistas invisibles. Espejos con los que la misma Amélie aparece en no pocas fotografías propias. Esta obra, que yo sepa, tampoco se ha traducido, al menos por el momento, al español.

"Ni de Eva ni de Adán", en su versión en inglés. Los norteamericanos prefieren libros con títulos más aclaratorios. También allá llegaron sus novelas, una al año, que parece poco para alguien que se describe como "grafómana", o persona casi obsesionada, con la necesidad de escribir, prácticamente, cada día.

En esta época ya se ven varias de sus características: lenguaje culto, a veces un tanto demasiado; enfrentamiento verbal -en ocasiones, claramente teatral- entre dos o tres personajes-; imaginación y originalidad en los temas; facilidad para no repetirse; un universo propio donde el lector, tras leer no más de una o dos obras, sabe perfectamente si todo lo que pueda llegar a leer de ella le llegará a gustar, y no poco, o, por el contrario, no le interesará en absoluto.
Y por fin, en 1999, llega "Estupor y temblores". Y con ella, la editorial Albin Michel, que ha publicado toda su obra en francés -en español, o al menos en España, Circe y Anagrama, para quién quiera buscar-, sabe que le ha tocado la lotería. Vienen las entrevistas, las ediciones una detrás de otra, las traducciones -por si no las había ya- a diversos idiomas, los problemas diplomáticos con Japón -son muy suyos, allá-, las dudas de si Amélie ha contado su experiencia nipona con más o menos fantasía, la película de Alain Corneau en 2003... es aquí, donde aparece la escritora mediática, que no es invento suyo, porque los había antes, y los sigue habiendo, y no pocos.
Al años siguiente, "Metafísica de los tubos" sigue con su particular biografía, y en 2001, "Cosmética del enemigo", presenta una historia corta, un enfrentamiento entre dos desconocidos, con final explosivo, y que ha sido llevado en varias ocasiones al teatro -también al castellano, pues no hace mucho que se estrenó en Madrid; y en catalán, estrenándose, incluso, en mi ciudad, que no destaca por una vida cultural muy cosmopolita, que digamos. Todavía me arrepiento de no haber ido a verla, pero cuando uno está desempleado, a veces se pasa mirando el dinero, porque tampoco era tan caro, pero en fin...-.
En 2002 llegará "Diccionario de nombres propios", una historia de una joven de origen oscuro, que no tiene culpa que su nacimiento sea el fruto de desgracias y errores de sus familiares, y que decide dedicarse, infructuosamente al ballet. Aquí, Amélie tendrá un papel no sólo como autora, sino como personaje secundario en su propia novela -no voy a decir en qué consiste, para no destripar la trama-. Pero hay algo más. Salvando las distancias, y con bastante fantasía, aunque quizá no tanta como podría pensarse, la novela está basada en la historia real de la canta francesa RoBERT (Myriam Roulet, su nombre real). Y dicha colaboración fue recíproca: si la cantante fue inspiración para la novela, Nothomb, escribiría seis temas del tercer álbum de la artista ("Celle qui tue"), que saldría a la venta ese mismo 2002, aunque, por lo visto, las letras datan de algunos años atrás. Y para quién tenga interés en conocer algo más de dicha cantante, que también ha sido capaz de crear su propio universo artístico y personal, dejo un enlace con su web oficial.
Y, por ahora, aquí nos quedamos.


Bien, se podría seguir contando cosas, pero no quiero alargar demasiado. Como se puede ver, si tratas más o menos en profundidad el hablar de un autor que no sólo te gusta, sino que has llegado a conocer tanto como su propia obra, una sola entrada se hace del todo insuficiente. La próxima, más.

miércoles, 18 de junio de 2014

Gente de mi ciudad (VI): Baldomer Galofre, el pintor reusense que quedaba.

Un último repaso -imagino, no prometo nada- a los grandes pintores de Reus.

Bien, hace poco dije que, con Josep Llovera, acababa con la lista de pintores reusenses, contando también al genial Fortuny, y al no suficientemente conocido Josep Tapiró. Bueno, pues parece que mi pequeña ciudad ha dado al mundo más pintores de lo que, en principio, pensaba, y que no está de más, teniendo en cuenta que esto es un listado un tanto incompleto, pero que intenta ser lo más representativo posible, no está de más rectificar, y no dejar en el olvido al bueno del señor Galofre, que también ha dado su nombre a una calle de Reus, aunque poca gente -muy poca- conozca al artista a quién debe su nomenclatura.


Baldomer Galofre, un último repaso a los pintores reusenses del siglo XIX.


Baldomer Galofre i Ximenis -o Ximenes, o Giménez, que no está demasiado claro, cual era la forma original de su segundo apellido- (1845-1902), fue más o menos contemporáneo del resto de pintores ya nombrados, si bien en el caso de Fortuny, por ejemplo, más bien sería de la generación de su hijo, o casi. En realidad, durante un tiempo, se le considerafa "fortunyista" -léase "fortuñista"-, pues tan admirado y recordado era ésta, y más después de su prematura muerte, que en mayor o menor medida, todo pintor que lo hubiera conocido en vida, aunque fuera de forma superficial, intentaba parecérsele lo más posible. Sin embargo, Galofre empezó el estudio y aprendizaje de la pintura, como no podía ser menos, en el taller de Domènec Soberano, que debería ser estudiado aunque fuera por una simple razón: fue maestro, en un momento u otro, de Fortuny, Tapiró, Galofre y Llovera, y alguno más. Un maestro de pintores, aunque no llegara nunca, ni en vida ni ya muerto, a disfrutar de gran fama, no dejaría de merecer, en mi modesta opinión, un pequeño espacio en la historia de la pintura. Como mínimo, en la pequeña historia de la pinacoteca reusense.

Baldomero Galofre Y Gimenez - Traient La Barca
"Sacando la barca". Una marina con animales de por medio.

Tras aprender del maestro, se trasladó, junto a su familia, a Barcelona, donde, él también -como otros ya nombrados, empezando, de nuevo, por Fortuny-, estudió en la Escuela de Arte de "La llotja", de la ciudad condal, y fue discípulo del pintor Ramón Martí i Alsina. Más tarde seguiría estudios en Madrid, y en 1866 participaría en una gran exposición  de Bellas Artes en Barcelona, donde ganaría cierta fama con una de sus primeras obras "Los arrieros" -"Els traginers", en catalán-, en la que volvería a participar en 1870 y 1872, y en la de Zaragoza de 1868. Allá destacaría por paisajes de montaña y marinas -o sea, cuadros de ambientación marinera-, y acabaría ganando una medalla de plata en Salamanca, cuando empezó a tener fama en toda España, si bien nunca llegó a ser un artista de renombre internacional, como sí lo fue Tapiró, por ejemplo. Una de las razones de ello, quizá, fue el que no tuvo especial interés ni en exponer, ni en vender o darse a conocer en el extranjero, ni tampoco le dio por interesarse por el "orientalismo", como otros conciudadanos suyos, instalados o viajeros por Tetuán o Tánger. Nunca viajó ni pintó nada que tuviera que ver con el norte de África, pero sí paisajes de Andalucia, Castilla, Extremadura y Madrid, incluyendo el río Manzanares, porque viajó y expuso bastante por toda España.

"Compañeros de establo", un cuadro de temática animal, no demasiado habitual, si no había humanos de por medio.

"Niños con barco en la bahía de Nápoles" (1866), que fue una de sus pinturas más conocidas.

En 1870, con ayuda económica del gobierno de la efímera I República, viajó a Roma, donde estudió en la academia de la ciudad -era normal, en aquella época, que cualquier pintor no especialmente mayor estudiara durante años, sin dejar por ello de desarrollar, o al menos intentarlo, una carrera profesional que, por lo menos, le diera para vivir-.
Allí acabaría de desarrollar su estilo. A partir de Fortuny, a quién siempre admiró -pero del que no se puede hablar de creador de escuela propia, pues su arte, tal como lo entendía y representaba, nació y murió con él mismo-, desarrolló un estilo brillante, colorido, pero detallista. Sus paisajes no serían simplemente un conjunto de manchas que, visto desde lejos, tendría la forma de un paisaje colorido, pero no demasiado definido. En determinado momento, es posible que acabara recibiendo influencia de los impresionistas, pero también, teniendo en cuenta que vivió y trabajó durante diez años en Italia, tal vez también se dejara influenciar mor los macchiaioli, que aunque toscanos, eran claramente el primer movimiento pictórico plenamente italiano en mucho tiempo.
Obras suyas, casi todas italianas: "Una calle", "Regatas en Sorrento", "Golfo de Nápoles" o "Puesta de sol".
Después de su aprendizaje y consagración en tierra italiana, en 1884 vuelve a exponer en Barcelona, donde la crítica le alaba, y más tarde también en Madrid, donde consigue, incluso, venderle un cuadro a Maria Cristina, la reina regente de aquel momento -el futuro rey Alfonso XIII todavía era un niño-.

"Paisaje de encinas" (1871). Paisajismo mediterráneo.

"Gauchos camino del pueblo" (1888), una curiosa estampa argentina.

"Niños jugando en la playa".

Otras obras, que podrían considerarse catalanas, o españolas, serían "De buena mañana", y "La feria". Siendo, en principio, casi imitador de Fortuny, acabó teniendo personalidad propia. Dejó inacabada una obra "El caballo más valiente", pero al poco de fallecer, su estilo fue considerado un tanto pasado de moda, o sobrepasado -empezaba la época del modernismo, que hizo dejar en parte de lado el impresionismo, al menos, el que no venía de Francia-, y acabó pasando  al olvido con el paso de los años, siendo sus cuadros bien considerados en las últimas décadas por coleccionistas, básicamente, de Cataluña, pero sin llegar a tener el mismo nombre que otros conciudadanos más o menos contemporáneos suyos.
Hoy en día, cuenta con obras expuestas en museos como el de Arte Moderno de Madrid, o el Nacional de Arte de Cataluña, además de algún museo menor, como el de Víctor Balaguer.

martes, 17 de junio de 2014

La mujer de negro de las letras francesas: Amélie Nothomb ( I ).

La que es considerada una de las autoras contemporáneas más representativas de la literatura en francés, con una vida de lo más novelesca.


Bien, después de enredarme con entradas de poco texto, he decidido hacer una un poco más larga, aunque eso signifique, por tanto, que tarde más en finalizarla. Al fin y al cabo, una vez que has aprendido a hacerlo, copiar vídeos no es algo que te exija demasiado tiempo, la verdad.
He decidido dedicar este post, para variar, a una escritora actual, contemporánea, y por tanto, todavía viva, y además, bastante joven. Ya estaba empezando a resultarme un poco raro, esta afición un tanto fúnebre y tanatofílica por los ya fallecidos. Se trata de la escritora belga Amélie Nothomb, autora de una obra más que considerable en número de títulos, aún teniendo en cuenta que sus novelas, en general, son poco extensas, de entre 90 y 150 páginas cada una. Pero estaríamos hablando de una veintena, más o menos, además de teatro, relatos, y, por lo que ella misma ha contado en más de una ocasión, una auténtica "obra secreta" que ni ha publicado, ni se sabe bien que hará con ella cuanto tenga cierta edad o, simplemente, ya no esté en este mundo. No se sabe gran cosa de todo ello, excepto, según cuenta, que no es bien distinta a su obra pública y a la venta, pero que, simplemente, por la razón que sea, prefiere, al menos por el momento, ocultarla al público. Bueno, mientras no se le ocurra destruirla cuando se vea sin fuerzas, o le pida a un amigo que la destruya llegado el momento... pero bueno, también hizo lo mismo Kafka, y, por suerte, la persona que debía destruir "El castillo" y "El proceso" pensó, y con razón, que no le hacía ningún favor, ni al fallecido ni a los lectores de todo el mundo, destruyendo aquellas obras. No es que esté comparando a Nothomb con Kafka -en realidad, sobre gustos, colores-, pero creo que se me entiende.

La autora en una de sus poses más famosas, cuando empezaba a ser famosa.


Una vida de novela, que en novelas acabó reflejada.

Creo que, a la hora de relatar, aún sucintamente, la vida de Amélie -la llamaré así, al menos en ocasiones, aunque parezca, erróneamente, que me estoy refiriendo a la protagonista de la película del mismo nombre-, resulta difícil no hacer referencia directa a algunas de sus novelas, que son claramente autobiográficas. En realidad, en ocasiones lo son tanto, que es ella misma, con su nombre  apellidos, su familia y sus experiencias, la protagonista principal. Resulta, por tanto, difícil el hacer un listado cronológico de sus obras, pues tendría que saltar en el tiempo para hablar de la mayoría de ellas -autobiográficas, o no, aunque algunas la tengan también como protagonista secundario, y no por casualidad, ni de forma en absoluto arbitraria-. Así que dejémonos ya de explicaciones, y empecemos por el principio. 
Amélie es belga, y además una belga particular, poco común, porque cuando se le pregunta por su identidad, su nacionalidad, dice eso mismo: "soy belga". Lo que, al contrario de lo que podría pensarse, es algo bastante raro, pues un belga te dirá casi siempre: "soy valón", o "francófono"; "soy flamenco", o "soy de Bruselas", sea lo que sea, lo que eso pueda significar. Pero belga, así, a secas y con toda seguridad, pues como que no. Algún día quizá hable algo más de los belgas; por ahora, sólo decir que es un país donde casi nadie parece estar de acuerdo con compartir estado con el otro pueblo con el que se coexiste -de espaldas al vecino, pero eso sí, muy cortes y civilizadamente-, pero nadie se atreve a decir "hasta aquí hemos llegado", y cada uno se busca la vida por su cuenta. Otra cosa que la hace especial: Amélie no no nació en esa Bélgica que reclama y hace suya, sino que vino al mundo en Japón. Si el país europeo ya tiene cosas que lo hacen especial, Japón es el ejemplo no sólo de "nación archipiélago", sino también de "civilización isla", fascinante, único, pero también desconcertante, a veces de forma fascinante y en otras, simplemente desquiciante. 
Amélie era hija de una familia poco común, pues era mezcla de flamencos y valones, algo realmente raro, aunque la lengua y la cultura francesa eran las propias de todos sus miembros -en mayor o menor medida, al menos-. Su padre, de una familia acomodada y culta, y con algún ultraderechista simpatizante de los nazis durante la guerra mundial entre ellos, optó por la carrera diplomática, y siendo todavía joven y con dos hijos, fue enviado junto a su familia a ejercer de cónsul en Osaka, aunque sería en Kobe, donde nacería su hija pequeña, que vivió casi como una "japonesa de raza blanca" -dentro de lo que la cerrada sociedad nipona permite a un extranjero el integrarse, por mucho que éste lo desee; y en Japón, el término extranjero incluye a los hijos y nietos de inmigrantes nacidos en su suelo. El libro que habla de su nacimiento -que más bien parece la decisión de un espíritu con personalidad propia de instalarse en la Tierra, eligiendo, incluso, en qué momento y familia habría de nacer-, en "Metafísica de los tubos" (2000), donde cuenta sus primeros años, su odio a las carpas, esos feos peces tan queridos por los japoneses, protagonistas de no pocas de sus fiestas y relatos populares, sus relaciones con sus hermanos -el cierto desapego con su hermano, y el amor incondicional por su hermana-, sus días en la guardería, el deseo de su padre de integrarse más en la sociedad nipona aprendiendo canto para participar en el teatro no -un tipo de teatro que puede resultar un tanto difícil de seguir a un occidental cuando lo llevan a cabo, correctamente, japoneses; pero si se trata de otro occidental que, por mucho que lo intente, es un completo desastre... ya es de imaginar lo que pasa-. El fin de la novela nos da a entender que tiene continuación. En realidad, "Metafísica..." es posterior a otras historias autobiográficas. Es como si Nothomb nos fuera contando su vida de forma desordenada, pero comprensible, para, así, ir completando el puzzle de su existencia, que acaba absorbiendo de forma que también parece algo nuestro.

Una vista general de la ciudad de Kobe, donde nació Amélie, si bien su padre ejercía de cónsul en Osaka.

Aquí, un par de consideraciones. En primer lugar, como ya se ha dicho, sus obras son normalmente cortas, muy cortas. No hablo de sus cuentos -que por fuerza, tienen escasa extensión-, o de sus novelas cortas propiamente dichas, sino de la base de sus obras. Yo las he leído, normalmente, en dos o tres días -si el trabajo, estudios o lo que sea lo permiten, evidentemente-. Y si se trata de alguna obra más corta todavía, como "Cosmética del enemigo", que es de unas 80, la puedes leer de una sola vez, de una sentada, una tarde o una noche que no sepas que hacer. En el caso de la noche, eso sí, mejor no empezar demasiado tarde, porque una cosa es cierta, si la obra de Nothomb no te entra a la primera, ni insistiendo una segunda vez, difícilmente querrás entrar en su mundo, y pasarás de ella. Pero como te conquiste, se vuelve, como es mi caso, extremadamente adictiva. Cuando empiezas una de sus novelas, no paras hasta comértela, literalmente, sin importar a qué hora la acabes. La otra: los títulos. A veces, un título dice mucho de la obra a la que da nombre. Aquí, lo que indica es que la autora no es una persona ni vulgar, ni común. Resultan un tanto extraños, pero casi siempre redondos -y lo mismo cabe decir de alguna traducción, como la de "Ordeno y mando", que sería, en el original, algo así como "El cómo se hizo el príncipe, o cómo llegó a serlo": "Le fait du prince"-. Tal vez no los entendamos al empezar a leer, pero casi siempre les encontraremos un sentido cuando hayamos acabado.
Bien, volvamos a la historia principal, libres ya de digresiones. La familia Nothomb abandona Japón, y marcha a China, donde los nuevos aires pro-capitalistas -eso sí, capitalismo de partido único- todavía estaban por llegar. Allá, con seis o siete años, irá al colegio, con los hijos de otros embajadores o diplomáticos varios, y donde estallará una especie de "guerra fría en caliente infantil", donde los niños con padres originarios del bloque soviético, y comunista en general, se verán enfrentados -en el sentido de hacerse la puñeta, todo muy infantil, pero también con bastante mala leche- a los occidentales, intentando convencer a latinoamericanos y africanos para que se unan a uno u otro bando -en resumidas cuentas, una copia en miniatura de la política mundial adulta-. Pero Amélie estará más atenta a una distante y un tanto despreciativa, pero bellísima compañera suya, mientras disfruta del chocolate, de su hermana, y observa, un tanto confusa, los problemas de comunicación de sus padres con las autoridades y funcionarios chinos. Falta de comunicación que se debe mucho más a la política, que a razones puramente culturales. Esta etapa de su vida se vería reflejada en "El sabotaje amoroso" (1993), la segunda de sus obras, y que resulta un tanto difícil de comprender si se lee antes que la otra obra ya nombrada. 
Más tarde, visitarían otros países asiáticos, como Bangla-desh -donde la miseria y el hambre que sufría gran parte de la población hizo, extrañamente, que ambas hermanas se acercaran peligrosamente a la anorexia,aunque no supiera en qué consistía, realmente, dicha enfermedad-, y a la todavía más siniestra, por su gobierno -que no por su gente, ni su fascinante cultura- Birmania -actualmente, Myanmar, y donde la tiranía militar-budista parece, por fin, que está permitiendo una apertura democrática de verdad-. Finalmente, llegarían a Estados Unidos, donde los hijos Nothomb ya son adolescentes -o casi-, y donde Amélie acaba teniendo problemas tanto alimenticios, como con el alcohol, llegando al borde de una autodestrucción que parecía ver más con un bello final -que no tenía por qué llegar- que con el peligro que representaba su nueva vida. Allá, también, empezaría a leer todo tipo de libros, a conocer la música culta y el teatro. Todavía no había pensado en ser escritora, pero el gusanillo, el vicio no sólo de leer, sino también de escribir, de desear ser leída -aunque fuera por su hermana o alguna otra persona especial-, muy probablemente, empezó allá. De ahí saldrá el material de "Biografía del hambre" (2004), considerada una de sus obras más flojas, pero donde la autora se atreve a conversar, literalmente, con el lector, a principio del texto, para ir contándole poco a poco cosas de su vida: su hambre de cultura, de comer si parar -bulimia- después, precisamente, del hambre que se autoinfligió ella misma poco antes.
Finalmente, una Amelíe adolescente llegó a Bélgica, el país de su familia. Y allá, aún conociendo perfectamente la lengua francesa -que es la que siempre oyó en casa- tuvo problemas de integración en el instituto -los liceos del mundo francófono-, pues Bruselas le pareció una ciudad, hasta cierto punto, aburrida y llena de burócratas y funcionarios -esto es cierto, pues no sólo es la capital del país, sino también de la Unión Europea, y cuartel general de la OTAN-, y la Universidad Libre de Bruselas era un lugar donde la mayoría de estudiantes y profesores eran de idean liberales y progresistas, por no decir revolucionarias, y bastante politizados, y una joven miembro de una familia de origen alto-burgués, católica y conservadora, y que no parecía saber -ni le interesaba- qué es lo que pasaba en Bélgica y Europa no fue, lo que se dice, muy bien recibida. Al menos, al principio. De estos problemas de integración, y, probablemente, de alguna amistad femenina que resultó mucho menos fascinante y generosa de lo que podría pensarse -por no decir algo peor. La traición, o la suposición de que ésta ha existido, duele más cuando proviene de alguien que representa la única persona en la que creías que podías confiar sin reservas- hizo que pasara malos momentos que acabaron más o menos reflejados en una novela que, sin ser realmente autobiográfica, pues la protagonista no es ella, y su familia es bien distinta a la de Nothomb, sí que parece tener muchos puntos en común con su realidad: "Antichrista" (2003; una época bastante posterior a sus años de instituto, por lo que se supone que tardó en decidir ponerla por escrito), donde el nombre es un juego de palabras con el de la amiga de la protagonista, que se llama Christa -se supone que proviene de Cristina, pero no sabría decir-.
Acabada la carrera de filología románica, y sintiéndose extranjera en su propio país, y conociendo como conocía el japonés -hablado y escrito, que ya era decir- decide, por tanto, marchar a Tokio a trabajar, pues en el fondo, ella se sentía antes que nada japonesa, y ya no tenía su otra patria, la infancia, para refugiarse. Era hora, pues, ya adulta, con algo de dinero, estudios acabados y voluntad de buscar su destino lejos de aquella Bélgica que no acababa de sentir como suya, de cambiar de aires y marchar al País del Sol Naciente.

Japón, los japoneses, las japonesas, y "la nipona blanca". "No insistas, eres una gaijin, querida".

En Japón, gaijin significa, literalmente, "persona de fuera", mientras que extranjero, en el sentido de "nacido o llegado de otro país, de fuera del país", se llamaría gaikokujin. Realmente, no importa qué palabra se use. El hecho es que un japonés, por educación, ni te exigirá que te asimiles a tu cultura -"no intentes ser japonés si no has nacido japonés, sólo intenta integrarte y no fastidiar", en resumidas cuentas-, ni tampoco te verá, nunca -excepto excepciones, porque es ridículo pensar que en un país todo el mundo es igual- como un compatriota de adopción. Siempre serás extranjero, un extraño, aún habiendo nacido en el país. Es el caso de casi toda la población coreana, que es japonesa de nacimiento, y en la mayoría de los casos, también lo son -o lo fueron- sus padres y abuelos. Pero no tienen la sangre nipona, no están unidos a la tierra ancestral donde nació la nación, la cultura japonesa, así que, sin esa "unión telúrica", eres hasta cierto punto un extraño, sin los mismos derechos que un autóctono, y santas pascuas. ¿Cuándo se te tratará especialmente bien, o con cierto "cuidado", por ser un gaijin, cuando puedes resultar molesto, o hasta un poco ofensivo? ¿Qué se supone que debes hacer, o no hacer, para integrarte lo máximo posible, para que te vean, hasta cierto punto, como "uno de los suyos? Eso, tal vez, ni los mismos japoneses lo sabrían expresar con exactitud. Nuestra Amélie hablaba el japonés como pocos occidentales sin sangre japonesa, amaba aquella cultura, que consideraba más suya que la abúlica y dividida Bélgica -¡qué pesadez de peleas entre flamencos y valones, si, en el fondo, unos y otros son europeos del norte, si parecen, prácticamente, la misma gente!-. Así pues, resultaba lógico que pudiera integrarse entre "su gente", la del país donde nació y pasó sus mejores años. Pero no todo es tan fácil. Y enseguida se daría cuenta de ello.

La autora frente al espejo, el reflejo de unas memorias donde probablemente, ni ella misma es capaz de distinguir realidad o fantasía. O qué se podría entender por una cosa u otra.

Acabados sus estudios, marcha a Japón para trabajar en una gran compañía con central en Tokio, donde, parece, querían a alguna occidental para conocer la forma de trabajar de los europeos. Pero, a pesar de sus conocimientos de japonés, y de considerarse -o más bien, quererse considerar- como una más, lo que parecía el trabajo de su vida acabó en un estruendoso trabajo, donde era considerada no sólo una extraña, sino también un "ente desastibilizador", y en donde, de semana en semana, iba bajando puestos en la escala laboral hasta -según ella, pues al fin y al cabo, es Amélie quien cuenta la historia, aunque ella insista en que no es una novela completamente autobiográfica; eso sí, el personaje principal hasta tiene su propio nombre y nacionalidad, y su vida es muy parecida a la de la autora- acabar fregando suelos. No cuento más, porque, creo, es una de sus obras más redondas -aunque a veces, la inoperancia nipona parezca exagerada; ¿en serio esta gente, que tan mal trabaja, ha acabado haciendo de su país la, hasta hace bien poco, segunda economía mundial? Pues menos mal que no hacen bien las cosas, porque entonces, fijo que habrían acabado gobernando el mundo-, y no es cuestión de destripar demasiado la historia. Entre tanto malentendido cultural, ni tan siquiera el conocer a una compañera aparentemente ideal -bella, elegante, distante, pero también, como verá, fría, brutal y ajena a su comprensión, como si la misma diosa Amaterasu se tratara, llegada a la Tierra, vestida con traje de falda y chaqueta y unos buenos tacones, para hacer saber a la insolente "ojos redondos" que con los hijos de Nihon (日本; así, en kanji, que se recuerde bien) no se juega.

La bella pero fría y distante compañera de Amélie, la "diosa de mármol blanco", que tantos malos momentos, y tantas fantasías le produce a la protagonista.

De toda esta historia, nacería "Estupor y temblores" (1999), considerada en ocasiones, equivocadamente, como su primera obra, aunque ya llevaba siete años publicando. Esta novelita trajo cola, y aún recuerdo, leyendo hace muchos años el diario "El país", cómo se prohibió su publicación en Japón, e incluso en los periódicos de ambos países hubo cierta tensión por las "mentiras" -lo pongo entre comillas, porque imagino que algo de fantasía o exageración habría, pero tampoco tanto; realmente, nadie puede estar seguro, excepto la misma autora- de aquella joven francesa -¿belga?; ¿qué es eso de "una belga"? ¿No os gusta decir a los franceses que quién escribe en vuestra lengua es como si fuera francés? ¿No sois vosotros quienes publicáis sus historias? Pues ahora a tragar, listillos-, que no es que sufriera el racismo oriental, es que, simplemente, era una inútil trabajando. En 2003, Alain Corneau dirigió una película inspirada, bastante fielmente, en la novela, con Sylvie Testud como protagonista, y que, imagino, tampoco se estrenaría en Japón, aunque la cosa ya estuviera bastante olvidada -aunque, curiosamente, al menos en una pequeña parte, también era una producción japonesa-.

Una imagen de la versión cinematográfica de "Estupor y temblores", donde la protagonista, alter ego de Nothomb, acaba de mujer de la limpieza, en el pulcro y ordenado Imperio del Sol Naciente -aunque, todo hay que decirlo, fuera de las grandes empresas y las zonas turísticas, en Japón también se pueden encontrar lavabos públicos de los que echan para atrás-.

De aquella misma época vienen otros recuerdos más agradables. Amélie tuvo una relación con un chico. Para ser más exacto, con un chico japonés. Y toda la amargura del trabajo, aquí se vuelven días felices. Al menos, cuando no estaba dentro de la oficina. Todo parecía ir bien, porque Rinri, el nombre del muchacho, que hablaba francés y tenía cierto interés por la cultura occidental -evidentemente, si estaba dispuesto a tener novia extranjera, no podía ser muy xenófobo-, acabó mal, aunque, en este caso, debido a la parte femenina. Quizá Amélie siempre se consideró japonesa hasta que, finalmente, se instaló como adulta en aquel país, y después de su fracaso laboral, decidió salir por patas, y dejar al pobre chaval plantado como un cerezo en flor. En resumidas cuentas, la autora reconoce un miedo al compromiso, y a cambiar su vida. Tal vez su abandono de la empresa japonesa la marcara pero, al fin y al cabo, ¿qué culpa podía tener su novio? De ahí saldrá otra de sus obras autobiográficas, la penúltima de ellas: "Ni de Eva ni de Adán" (2007), aunque no tengo demasiado claro, después de haberla leído, a qué viene el título. ¿Ninguno de los dos miembros de la pareja, en realidad, es culpable de que no funcione lo que, simplemente, no puede funcionar? Quizá, pero leyendo el libro, no se nota que la autora estuviera pasando, precisamente, un mal momento de su vida con Rinri.

Amélie en una de sus sesiones de fotos. Casi todas las portadas de sus libros la tienen a ella de protagonista absoluta -o única-, a saber por qué razones -porque las habrá, sin duda-. EN Francia o Bélgica, es habitual que la gente de la cultura cultive una determinada imagen -y más, un escritor, que no es, ni de lejos, tan conocido por su aspecto como un actor o actriz, o una modelo-,  como los programas o las revistas que tratan total o parcialmente de la cultura y el arte son habituales, también lo son las sesiones de fotos de los protagonistas de éstos.

Al final de la obra la escritora explica que, en una gira para presentar uno de sus libros -no recuerdo cual- vuelve a ver a su antiguo novio, y que éste -pobre tonto, buena persona que es él- no le guarda rencor. Se cuentan su vida y esas cosas, pero por segunda vez, Amélie no es capaz de explicar de una forma clara el por qué un día cogió el avión y se marchó a Europa -a Bruselas, donde vive, o a París, donde tiene despacho y editorial, no sé-, y olvidándose de todo.
Por último, en esta lista de relatos más o menos autobiográficos, comentar el último de ellos, todavía no traducido al español -que yo sepa, la obra más reciente en castellano, al menos en España, es "Barbazul", aunque eso vendrá en otro post-.  Se trata de "La nostalgia feliz" (2013) -así, imagino, es como se llamará una vez que se traduzca-, que sería, más o menos, como se interpretaría la palabra japonesa natsukashi -no sé si, realmente, se transcribe así. La vi escrita de otra forma, pero las sílabas no me cuadraban con los sonidos de la lengua japonesa, que más o menos conozco, cuando la estudiaba en momentos tontos, pero muy agradables, eso sí-. En la que, más que contar una historia en sí misma, la autora habla de un viaje a Japón donde se encuentra con Nishio-san, la mujer que cuidó de ella cuando era niña, y con Rinsi, su antiguo novio. Aprovecha, además, por viajar por Tokio y el resto del país, reconociendo que, ahora sí, se considera allá una extranjera, una extraña en una sociedad que, en su infancia y juventud, pensó que era suya, por encima de Occidente. Hablará de lo ya contado en "Ni de Eva ni de Adán", pero desde cierta lejanía, visitará Fukushima y el área devastada por el tsunami, etc. El libro, quizá el más íntimo de la autora, tiene relación directa -más bien, uno y otro son complementarios- con un reportaje que la TF1 -la televisión pública francesa- le hace a la autora mientras realiza el viaje a partir del cual se hará el relato -no es una novela propiamente dicha-, aunque, por lo visto, los periodistas no tuvieron el detalle ni de dejarle hacer con cierta libertad, ni de intervenir en el guión de éste, lo cual demostró que, aparte de periodistas, como no pocos franceses de ciudad y carrera, debían ir un poco de intelectuales que sabían de la obra y el carácter de la escritora más que ella misma. De todas formas, por lo que he leído en algún blog, como "el-buscalibros.com", no es demasiado difícil de encontrar -en francés, no doblado, y creo que tampoco con subtítulos-, así que, quién sepa francés, puede animarse a buscarlo.

Una imagen reciente, en la presentación de "La nostalgia feliz", su -por ahora- último libro.

Y aquí un enlace con una entrevista sobre su novela "Ni de Eva ni de Adán", en el programa literario de la2 de TVE, hace ya unos años.

Así pues, para el que quiera leer la serie de libros más o menos autobiográficos, el orden sería este:

Metafísica de los tubos - El sabotaje amoroso - Biografía del hambre - Estupor y temblores - Ni de Eva ni de Adán. Y como complementarios: Antichrista (basada más o menos libremente en su etapa de estudiante de instituto) - La nostalgia feliz (descripción de un viaje de re-descubrimiento de su antigua patria).


En la próxima entrada dedicada a ella, sobre su retorno a Bélgica, y el resto de su obra.