martes, 13 de mayo de 2014

Los hombres artificiales del doctor Pericard.

El comentario sobre una novela corta de ciencia-ficción de 1912, considerado el primer relato de este estilo en catalán, pero también el primero en España que trata sobre vida artificial.


En principio, esta entrada ha sido un poco improvisada, porque hasta hoy, no sabía si hacerla o no. Pero teniendo en cuenta que no hago entradas de una forma totalmente predeterminada -aunque sí un poco, la verdad; siempre tiene que haber cierto orden en todo, aunque sólo sea para aclararse con lo que estás haciendo-, no tiene nada de raro -para mí, al menos- hablar sobre un libro que leí casi por casualidad. De vez en cuando voy a la biblioteca pública de mi ciudad -que últimamente también anda con problemas económicos para nuevas adquisiciones, aunque teniendo en cuenta que ya cuenta con un fondo más que aceptable de libros, cómics, etc., hay mucho donde elegir todavía-, y desde hace tiempo, que me encuentro con una especie de campaña para mostrar los libros que tienen de ciencia-ficción. La verdad es que, sin ser poco, para el tamaño de Reus -y de su biblioteca, al menos, en teoría-, tampoco es que sea espectacular que digamos. En no pocos casos, se puede encontrar el mismo título dos o tres veces, en castellano o catalán, o en ediciones distintas. Y muchos de ellos, los tengo en casa. Pero también hay otros que no poseo, como "El planeta de los simios", del que ya hablé cuando escribí sobre la CF francesa. En este caso, se trata de una auténtica rareza, de la que -creo- oí algo hace ya mucho, pero que recordé en cuanto lo vi expuesto, junto a muchos de sus "hermanos" de género.
Traducido al castellano, la obra se llama "Hombres artificiales", de Frederic Pujulà i Vallès -sí, ya me imagino: ni idea de quién era este buen hombre. Yo tampoco sabía nada, pero me leí un poco la contra-portada a ver que contaban de él-. Si se quiere hablar un poco de él, decir que el señor Pujulà (1877, en Palamós, la Costa Brava; fallecido en Francia, en 1963), fue narrador, dramaturgo -con ayuda de un amigo, pero al menos escribió un par de obras de teatro, poco se sabe bien de él, realmente-, periodista -escribió cientos de artículos sobre política, sociedad, filosofía, crítica literaria y teatral, y, para entendernos, de lo que le daba la gana-, y, para rematar, esperantista convencido.
Formó parte del partido Unió Catalanista -que era autonomista y defensor de la lengua y cultura catalana, aunque no era rupturista o independentista; aquello sonaba raro, incluso para la mayoría de los auténticos nacionalistas-; periodista importante -escribía mucho, en profundidad, y de lo que le daba la gana; vamos, que en la revista donde trabajaba estaba casi como Pedro por su casa- en la revista "Juventut" -"Juventud"-, era ejemplo y prototip de la llamada segunda etapa del modernismo, que ya se iba difuminando como estilo artístico, literario y filosófico -o más bien, ético- a favor del neocentismo -noucentisme, en catalán- que sería, más o menos, el dejarse de sueños y recuperación de la cultura y la historia catalana, para empezar a gobernar y administrar el territorio de Cataluña, y el sustituir a los filósofos e intelectuales por políticos y altos cargos que, al contrario de lo que podría pensarse, no dejaban de ser también lo uno y lo otro. No, con el paso del tiempo, la clase política -catalana, española, europea- no ha mejorado. Para nada. Pero eso es otro tema. La cuestión es que en su juventud era periodista y dramaturgo famoso -escribió obras como "Marionetas débiles" (1902), "El genio" (1909), o "El loco" (1907), donde defendía la filosofía vitalista, más o menos como Ortega y Gasset-; defensor, como se ha dicho antes, del vitalismo, que sería una especie de versión latina de la filosofía de gente -muy germánicos, ellos- como Nietzche o Schopemhauer; novelista, con la obra que trato e, incluso, defensor a nivel español del esperanto, pensando -iluso él- que dicha lengua, artificial, sencilla e internacionalista, fomentaría la fraternidad y la paz entre los pueblos.
Viviendo temporadas en Francia, donde adquirió -se supone que por residencia- la nacionalidad, fue obligado a enrolarse en el ejército francés durante la I Guerra Mundial, donde combatió durante todo el conflicto, y tras el que escribió, en 1918, "En el reposo de la trinchera". Una vez volvió a Barcelona, vio apesadumbrado como el modernismo, su estilo y sus formas, su filosofía de vida y su forma de ver el mundo y el futuro de su tierra, había sido ya desterrado, y él era, en cierto modo, una antigualla. Tras la guerra, además, fue condenado a muerte -básicamente, por ser catalanista, federalista y republicano-, se le acabó perdonando, sin poder evitar una estancia de años en prisión en Alcalá de Henares y, finalmente, ya viejo y cansado, decidió dedicarse al periodismo local en su Palamós local, escribiendo en 1958 "Cantos a la Costa Brava", que fue poco menos que su último suspiro literario, para morir en Francia mientras vivía en casa de uno de sus hijos.
Teniendo en cuenta, según creo, que no existe traducción al castellano, y que, tras las primeras ediciones de hace un siglo -o casi-, sólo se volvió a imprimir una sola vez, con una tirada bien pequeña -que, pienso, no se vendió al completo- no creo que esté estropeando el final a nadie, porque casi nadie tendrá la posibilidad de leerlo. Prefiero contarlo al completo, tal como me pareció a mí.


La obra en cuestión: "Hombres artificiales".

La obra, de poco más de cien páginas -o menos, según la edición-, que lo mismo podría ser una novela corta como un relato largo -eso, los anglosajones lo tienen muy claro; incluso, tienen un número determinado de palabras para cada tipo de historia, sabiendo, tras contarlas todas, cómo clasificarlas-, habla sobre la obra del doctor Pericard, cuya obra llega al protagonista -¿el mismo autor?; no se nombra en la novela?- por medio de terceros. A la muerte del abogado Romà Pi, un comprador-vendedor de libros de segunda mano le entrega al autor un relato escrito a mano que tenía el licenciado en cuestión en su despacho, pero que no está escrito por él, sino por el "profesor loco" de la historia -porque de algo así se trata, realmente-. Este doctor Pericard piensa que la humanidad ha ido cayendo en la barbarie, la estupidez, la cobardía, y la debilidad, y que, como también en cierto modo piensa el abogado -que escribe una introducción al texto-, no tiene remedio ni capacidad de recuperación -aquí el vitalismo y la teoría del "hombre nuevo", pero en una versión radical-. El profesor tiene una frase para explicarlo todo en pocas palabras: "Hacia la perficción, no por la reforma, sino por la creación". Él ya lo intenta, la reforma, en una pequeña ciudad de provincias, intentando que queda incomunicada del resto del mundo, y haciendo que, por medio de un gas, desaparezca cualquier prenda de ropa o tela -sabanas o cortinas incluidas- pensando que, expandiendo el nudismo obligatorio, todos los seres humanos se verían iguales, y las leyes o las divisiones sociales desaparecerían. Pero, finalmente, los humanos -los "humanos viejos"; no la nueva humanidad por venir, por crear- acaban formando una sociedad nueva, sin leyes, anárquica, pero tomando como base, evidentemente, la sociedad anterior, la que conocen desde niños.
Así, Pericard se va a Alemania, cuna de la ciencia y la tecnología -en 1912, dos años antes de la hecatombe de la Gran Guerra; al contrario de lo que podría pensarse, la Alemania imperial de la época era vista por muchos europeos como el ejemplo máximo de orden, ciencia y civilización-, construye allá un gran laboratorio, maravilla de la época, y admirado por todos sus correligionarios científicos germanos, y decide crear seres humanos desde la nada. Eso sí, ¿de dónde sacar los espermatozoides y óvulos necesarios para ello? El profesor no quiere que ningún humano, hombre o mujer, intervenga en ello. No quiere esperma de hombres "viejos", contaminados por milenios de atavismos civilizadores. Tampoco quiere que una mujer de la vieja humanidad los dé a luz. No desea que sus "homoides", como los llamará -algo así como "humanoides"- tenga ningún contacto con padres o madres. Han de crecer sin ningún contacto con la humanidad, con otros humanos. Excepto, claro está, el profesor, su dios creador, mediante la ciencia, la nueva fabricante de milagros. ¿De donde sacará, entonces, el material? De un mamífero, sí. Pero no de un simio, sino ¡de una foca! Compra dos focas machos y una hembra a unos grandes almacenes alemanes, capaces de conseguir cualquier cosa de cualquier lugar -con puntualidad y profesionalidad germanas, como no- y, a base de experimentos increíbles, hace "avanzar en la evolución" el material genético de los animales acuáticos hasta que parecen ser lo más parecido posible a humanos -¡como si los humanos fueran descendientes de las focas!- no sin antes haber conseguidos dos extraños seres de laboratorio: una foca con algo parecido a alas -porque, por una equivocación, hizo evolucionar, aunque no demasiado, del mamífero marino a las aves los óvulos femeninos-, y una sirena. Una auténtica sirena, medio humana y medio pez, de la que no puede evitar casi enamorarse. Pero claro, él es servidos, esclavo y amo de la ciencia al tiempo, y decide eliminar -no explica como- al extraño ser, hasta, finalmente, conseguir que, en doce incubadoras que también funcionan como úteros artificiales, esperma y óvulos se fusionen hasta formar lo que, meses después -no nueve, sino once, para que nacieran lo más desarrollados posibles-, llegaran al mundo otros tantos niños, futuros "hombres del Mañana", así, en mayúsculas, que serían el germen de la nueva humanidad, que Pericard no tenía claro si acabarían por fusionarse con los humanos "antiguos" -algo que le desagradaba en extremo, aunque pensara en ello-, gobernándolos, enseñándoles el nuevo camino o, simplemente, viviendo aparte y separados de ellos.
Estos seres, antes que nada, podrían tener cierta influencia literaria de, por ejemplo, el Frankenstein de Mary W Shelley (1818), o de los seres mitad animales y mitad humanos -unos híbridos sin identidad propia, perdidos intelectual y moralmente en la oscuridad de su origen y del sentido de su misma existencia- de "La isla del doctor Moreau" (1898) de H.G. Wells. Pero no sería exacto, ni lo uno ni lo otro. El primero, no deja de ser un ser creado a base de los cuerpos -y el cerebro- de cadáveres, de hombres muertos. Los otros, son una especie de monstruos -físicamente hablando, porque moralmente, el auténtico monstruo sería su creador, el sádico y trastornado Moreau-, reducidos a esclavitud y tortura por su creador. Los "hijos" de Pericard son humanos auténticos, sólo que, físicamente, se nos hace creer que sus rostros y físico igual no serían, exactamente, como auténticos humanos, pero casi. La mayor diferencia sería que, aún teniendo aspecto masculino, son asexuados -no tienen órganos sexuales, ni deseo sexual alguno-, pero, por el resto, da a entender que podrían pasar inadvertidos, o casi, en el mundo de los humanos "naturales".
Estos "hombres del Mañana" nacen como niños, aunque uno de ellos, por un descuido de su creador, muere al nacer. Le llamará Épsilon -les dará nombres de letras griegas a todos ellos, menos a uno-, aún habiendo muerto, y tendrá la un tanto peregrina idea de guardarlo en un frasco de formol, como en aquella época se hacía, por ejemplo, con abortos o fetos de humanos y animales. Y además, uno de sus "hermanos" lo verá en tan penoso estado al poco de haber nacido, lo que lo trastornará mentalmente de forma definitiva. Pericard les inyectará preparados para que crezcan y se hagan adultos en cuestión de pocas horas, y los verá crecer, literalmente, delante de sus narices. Y verá cómo se mirarán unos a otros, intentarán tomar conciencia de lo que son, mientras que, al mismo tiempo, él intenta mantenerlos separados del mundo, en el jardín de su laboratorio-vivienda, desnudos, extraños a lo que hay más allá de los muros, y les enseñará un idioma artificial -el autor era esperantista; normal que pensara en una lengua nueva, para una humanidad nueva nacida casi de la nada-, que nadie más entendería.

Pericard no desea crear un androide con aspecto exterior humano, pero interiormente, una máquina, como cualquier robot de  aspecto plenamente metálico.

El primer disgusto se lo lleva cuando, por accidente, destruyen el laboratorio donde guardaba fórmulas, ideas y aparatos de todo tipo. Así pues, tendrá que hacerse a la idea que, a su edad -es ya casi anciano- no podrá crear nuevos hombres. Tendrá que conformarse, y llevar a cabo su plan, con los once -uno, ya se ha dicho, muere al nacer: Épsilon- que le quedan.
Sin embargo los supervivientes no serán ni dóciles, ni dúctiles. Por un lado, Pericard querra averiguar cómo se comportan y piensan auténticos humanos -con su mismo coeficiente intelectual, más o menos el mismo aspecto físico- sin ningún contacto con otros humanos, pero, finalmente, al verlos tan perdidos, intentará guiarlos, aunque sea, según él, como una influencia externa. De nuevo, el científico que se cree dios, con derecho a intervenir, a creerse dueño y propietario de lo que ve como su creación, su obra, sin pensar en profundidad que aquellos seres son pensantes, y sensitivos. Y también sensibles, aunque él no pueda saber de antemano el qué.
El primero de ellos, Alfa, será un ser ensoberbecido, que es feliz, simplemente, sintiéndose superior a todo el mundo, y despreciando a los demás, aunque, realmente, no sabe explicar, el por qué de su complejo de superioridad.
El segundo, Mi, llamado así por su pequeño tamaño, casi como el de un niño -Mi vendría de "mini-", de "micro-"...-, tiene la costumbre de hablar mucho, muchísimo, pero de escuchar poco. Quiere intervenir y hacerse oír en todo, y en todo momento. Crea leyes donde no las hay y, en la práctica, parece haber nacido para ser, o legislador, o juez o árbitro.
El tercero, Gamma, es un comerciante nato. Tanto, que no duda en convencer o engañar a unos y a otros de forma que todos le deben comida o cualquier objeto que les da el profesor, pero como en lugar de consumirlos, los vende o cambia, siendo, según él, el más rico, también es, por su obsesión acaparadora, el más pobre, el peor alimentado y más débil de todos.
El cuarto, Delta, es un inepto. No parece servir para nada, ni nada se le da bien. Y además, parece molestarle mucho, pero como si ello fuera culpa de los demás. Es el típico ejemplo de persona que se queja siempre de su suerte, que culpa a los demás de lo que le sucede, pero que no hace nada para cambiarlo.
El quinto, Zeta, es una especie de burgués, pero no de un burgués emprendedor, sino de un rentista, que vive a costa de los demás, y que no ve más allá de pasarse el día tumbado, durmiendo o comiendo. No parece importarle demasiado casi nada, excepto para hacer algún comentario irónico, como si estuviera por encima de todo.
El sexto, Épsiclon, como ya se ha dicho, falleció al nacer, y acaba metido en un bote de cristal. Y su "hermano" Theta lo encontrará, y se lo llevará a una pequeña cueva artificial del jardín, para que le haga extraña y siniestra compañía.
El séptimo, Eta, simplemente pasa de todo. Es tan simple, que ni tan siquiera es realmente perezoso. Sólo es un individuo de cabeza hueca, que no parece ser capaz de interesarse por nada. Y nada quiere que le enseñen o muestren.
El octavo, Theta, es un eremita, un pensador religioso enloquecido, que vive con el difunto Épsilon, preguntándose si este y él son la misma cosa, y si la vida vale la pena, qué sentido tiene, y no queriendo salir a la luz del día. Prefiere encerrarse en sí mismo, o en la cueva, que vienen a ser lo mismo.
El noveno, Iota, es pintor, o en sentido amplio, artista, y le encanta el arte naturalista y detallista. Obsesionado está, con retratar la realidad de la forma lo más exacta posible.
El décimo, Kappa, es alto y fuerte, y sería, básicamente, un guerrero violento, autoritario y obtuso. El profesor tiene miedo de enfrentarse a él, pero cuando alguno de los otros "homoides" se pone insoportable, es él el que acaba haciéndoles callar. A golpes, eso sí, porque no sabe hacerlo de otra forma.
El undécimo, Lamda, es curioso, todo lo quiere saber, sea como sea, y hacerlo público. Es algo así como un periodista. O, más bien, como un crítico, que quiere acabar con todo para volver a rehacerlo. Pero de forma indefinida. Sería lo contrario de Eta, a quién nada ni nadie le importa, y nada quiere cambiar. Sería el transformador revolucionario contra el ultraconservador.
El duodécimo, y último, Beta, es, quizá, el más inteligente y profundo, se hace preguntas sobre su naturaleza, sobre quién o qué es. Sin embargo, al ser el menos problemático, es en quién menos se fija el profesor.

Tampoco deseaba un ser de cuerpo orgánico, pero con un cerebro cibernético, artificial.

El profesor, entonces, dejará de mantenerse lo más al margen posible, e intentará reconducir, dentro de lo posible, a sus creaciones. Lo malo es que, evidentemente, él tendrá que hacer referencia a leyes, políticos, a las ciudades, leyes, periódicos, libros, etc. creados por los humanos. Ya no podrá mantenerlos, de forma absoluta, aislados el su jardín, excepto físicamente. Los llamará a su despacho, o intentará hablar con ellos, para ver qué puede conseguir de bueno.
Pero de bueno, consigue poco. Kappa, el matón violento, acaba pensando que la mejor forma de demostrar lo fuerte que es consiste en dejarse maltratar y pegar por los demás, y aguantar estoicamente y sin queja las vejaciones de sus hermanos.
Zeta, el burgués que se pasa la vida rascándose la barriga, decide dedicarse a algo: ¡a la política!
Alfa, el engreído, acaba por deprimirse, pensando que su anterior estado de creerse feliz por ser, supuestamente, mejor que nadie, era pura fantasía.
Gamma, el comerciante, deja de serlo, para, finalmente, pasarse el día comiendo, y deshaciéndose de todo lo que tiene.
Theta, el eremita, acaba deshaciéndose de su hermano Épsilo, para transformarse en un fanático religioso que parece odiar a todos, intentando convencerles de sus fantasías teológicas, y recibiendo golpes por ello.
Delta, el inepto, no deja se seguir siendo inepto. Eta sigue pasando de todo, porque es un bueno-para-nada, mientras que Iota, el pintor naturalista, acaba siendo un artista abstracto que no soporta la realidad. Mientras, Lamda, el reformador, acaba llenándose de dudas.
Mi, sin embargo, es el único que no cambia. Como juez, hablador y poco dado a escuchar, no hace caso de nadie, y va siempre a la suya.
Respecto a Beta, el olvidado, se hace preguntas sobre sí mismo y, finalmente, acaba mutilándose, con ayuda de sus hermanos, porque no sabe si las partes -sus miembros amputados- son también parte del todo -de su cuerpo-. Y cuando parece tener la solución, muere desangrado, y el profesor decide enterrarlo en el jardín, a falta de algo mejor.
Cansado de una humanidad a la que cree imposible de enderezar, y viéndose ya anciano para crear otra, pues tendría que volver a empezar con estudios y pruebas, aprovecha una de las pocas fórmulas que recuerda de memoria -según él, se le quedaron grabadas a fuego en su cerebro, porque ese día estuvo a punto de morir asesinado por una princesa rumana que deseaba su cuerpo; o eso pensaba él-. Y esta consiste, simplemente, en hacer que el camino realizado, de un óvulo fecundado por un espermatozoide, conseguidos a partir de sus iguales de foca hasta conseguir algo más o menos humano, a hombres pensantes, vuelva al principio de todo.
Pericard conseguirá convencer a sus "hijos" -según él, creaciones de su propiedad, digamos, intelectual- de que se dejen inyectar el suero que les hará, primero, rejuvenecer; más tarde, volver a la infancia, al estado de recién nacidos; y cuando llegan a ello, el profesor los colocará a algo parecido a lechos donde se harán cada vez más pequeños, menos desarrollados hasta que, finalmente, sólo verá -o intuirá- unas células sexuales separadas que no son capaces de unirse. Y algo tan minúsculo, tan insignificante, a lo que ha quedado reducida la nueva humanidad, acabará por irse por el desagüe de un lavabo. Como dice Pericard, él fue el creador, y él el único con derecho a destruirlos.

Más tarde, irá a ver al abogado Paradell, el que escribirá el prólogo de las memorias que Pericard le muestra y regala -se ve cerca de la muerte, y desea que alguien sepa de sus experimentos y, si así lo decide, que los publique-. Sólo quiere saber una cosa: según él, no debería tener ningún sentimiento de culpa en destruir unos seres en principio pensantes, pero que no dejan de ser de su propiedad, pero, legalmente, ¿ha cometido un crimen? ¿Podría ser acusado de asesinato?
El abogado, sorprendido, alucinado, en cierto modo horrorizado, pero también maravillado, le dice que no, porque, aparte de no haber pruebas de la existencia de aquellos humanos no-nacidos-, no fueron nunca ciudadanos, ni existieron como tal, ni eran naturales de país alguno, y que su patria era un laboratorio propiedad privada. 
Finalmente, cuando el profesor, más tranquilo, se marcha, el abogado, tan asqueada y cansado como él, y más, teniendo en cuenta, los crímenes y delitos e injusticias que tiene que ver un día sí y otro también, le pregunta, simplemente, el por qué no hizo lo mismo, hacer desaparecer mediante la vuelta al pasado, a la "vieja humanidad", tal como hizo con la "nueva".

Aunque con un estilo un tanto antiguo, no deja de ser esta una obra de ciencia-ficción, con su profesor, en este caso no malvado, pero sí un tanto trastornado, su tecnología y laboratorios y, sobretodo, la idea de crear seres artificiales. Pero no androides o inteligencia artificial, tal como ahora la entenderíamos, sino auténticos humanos, y no con restos de cadáveres, o mezclándolos con animales, sino humanos más o menos como nosotros, y fracasando no en la parte técnica, sino en la moral y espiritual. O sea, en la completamente humana. Sí que el autor aprovecha para hacer todo tipo de comentarios filosóficos, pero esto, realmente, tampoco es extraño a la CF. Es lo que, hoy en día, se llama "CF de ideas", tan común entre los anglosajones.

Salvando las distancias en el tiempo, el laboratorio de Pericard, hoy en día, sería algo parecido a esto.

Y ahora que lo miro de principio a fin, para ser un simple comentario de una novela tan corta, me ha salido el texto larguísimo. El próximo, igual sale más corto, ya se verá.


sábado, 10 de mayo de 2014

Gente de mi ciudad (IV). Los escultores de Reus: Modest Gené y Joan Rebull.

Los dos escultores más importantes y conocidos -al menos, entre los reusenses- de mi ciudad.


En este caso, la entrada dedicada a la gente más o menos ilustre -yo creo que sí, ya no sé los demás- está dedicada no a uno, sino a dos de sus miembros que, además, aunque ya hallan fallecido, no son personajes de, básicamente, el siglo XIX, sino de pleno siglo XX. O sea, como quién dice, casi contemporáneos. Se trata de dos escultores, Modest Gené -el más internacional de ellos-, y Joan Rebull -conocido sobretodo en Reus y la provincia, pero considerado muy cercano a no pocos reusenses, por tener bien cerca algunas de sus obras, y que también hizo lo suyo por Europa-.


Modest Gené, el escultor viajero. Un reusense en Guinea Ecuatorial.

Modest Gené Roig (1914-1983), con sólo diecisiete años pidió y consiguió -algo después, y en dos ocasiones, en 1934  y 1935-, por parte del ayuntamiento republicano de Reus, una beca para estudiar y viajar por Europa, visitando Francia, Bélgica, Italia y Guinea Ecuatorial, en aquella época, y hasta 1968, colonia española, haciendo, en 1932 -poco antes de partir hacia el extranjero- una primera exposición, digamos, seria y profesional -evidentemente, tuvo que hacer algo parecido a una exposición, aunque fuera privada, o de puertas para adentro, para que responsables del ayuntamiento le dieran la beca-. Entre viaje y viaje al extranjero, volvía a Reus, o visitaba Andalucía. En su ciudad, esculpió el escudo de ésta, por encargo de la alcaldía; en Andalucía, en 1937 -la guerra le cogió en dicha ciudad, en 1936, siendo obligado por los rebeldes a ingresar en el cuerpo de aviación, aunque, en la práctica, sabiendo de su arte, se le "ofreció" a trabajar en diversos encargos-, realizó la escultura de un Santo Cristo, lo cual no deja de ser curioso pues, antes de la guerra esculpió un busto de Francesc Macià, primer presidente de la Generalitat republicana, y que de haber estado vivo durante la guerra, no habría sido, precisamente, simpatizante de los rebeldes que poco antes se habían hecho con el poder de la ciudad, donde imperaba, como un señor de la guerra semi-independiente, el sanguinario general Queipo de Llano.

Modest Gené, en su juventud, en uno de sus trabajos en Reus, antes de marchar a África.

El Cristo de la Purísima Sangre, que no deja de ser una obra de arte a admirar, aún no siendo religiosos.

Tras la guerra, y al no haber demostrado unas simpatías políticas demasiado afines a nadie -más bien, se le consideró un artista que trabajaba para el poder, sin más-, se dedicaría, básicamente, al tema religioso, y más, teniendo en cuenta que, hasta 1960, aproximadamente, la sociedad y cultura españolas estaban ahogadas no sólo por la dictadura franquista, sino también por el llamado "nacional-catolicismo", que imponía los valores religiosos católicos, desde un punto extremo, intolerante y  moralista -un moralismo, por lo demás, tan hipócrita como asfixiante-. Todo hay que decirlo, al igual que, durante la II República, Gené no se distinguió demasiado por cuestiones políticas, tampoco lo hizo durante el franquismo. No apoyó al régimen. Simplemente, intentó ganarse la vida, y llevar a cabo lo que no era sólo un trabajo, sino una forma de vida, lo mejor que pudo. Fue la época que le tocó vivir, como a tantos otros, y así lo intentó, creo que de una forma digna. Entre esas obras religiosas, destacar -aunque sólo fuera por ser él, y también el que esto suscribe- el Cristo de la Sangre -que se encuentra, precisamente, en la parroquia de la Purísima Sangre, de ahí el nombre-; una escultura de Santa Teresa de Jesús -para la sección femenina de Falange de la ciudad; bien, lo dicho, tuvo que tragar con lo que había...- y, sobretodo, el conjunto escultórico del Monasterio de Poblet, donde trabajó durante bastante tiempo.

El escudo de Reus, en el ayuntamiento de la ciudad.

Sin embargo, igual que viajó por Europa y África durante su juventud, volvió a hacerlo años después, también a Guinea. Tras exponer en Ceuta, Tetuán -ciudad el protectorado del Marruecos Español, que tantos problemas dio, y total para nada- y Tanger -ciudad libre y abierta a personas de todas las nacionalidades, y donde antes vivieron, trabajaron y visitaron tanto Fortuny como Tapiró, lo cual hace pensar si no iba, en cierto modo, tras los pasos de uno y otro, quizá sin llegar ni a darse cuenta de ello-, decide, en 1957, instalarse en la única colonia española en el África Negra. Allá volvería a trabajar sin descanso, realizando un retablo para la catedral de Bata, la ciudad más importante de la Guinea continental, y la llamada "Virgen negra" -o "moreneta"; "morenita" en catalán, y que está bastante claro que se inspiró en la talla que sirve de patrona de Cataluña, y que aquí, por razones evidentes, no resultaba en absoluto extraña, sino más bien integrada y asimilada a la cultura y a la gente del lugar-, que llegaría a ser, en 1987, patrona de Malabo, la capital del país, en la isla de Bioko. De ahí, el sobrenombre de "Virgen de la Isla".
Después de realizar bustos y retratos para diversos líderes políticos, tanto europeos como africanos -viajó mucho por África, pues desde su llegada a Guinea, ya no volvería a España de forma definitiva, ni tan siquiera después de la independencia, y del traumático y brutal gobierno de Macias-, incluyendo, también y lamentablemente, uno de Franco. 

La catedral de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial.

Algunas de sus esculturas, inspiradas en la gente de Guinea, donde mezclaba el espíritu de África con el arte europeo.

Moriría en 1983, después de recibir premios y reconocimientos, y estando todavía presente en la memoria colectiva reusense, y fue enterrado en Reus, tras fallecer en Bata, como un guineano más, y sin un trato especial, por deseo propio. Allá, es considerado el escultor guineano -aunque fuera blanco y de adopción, no de nacimiento-, por antonomasia. El Instituto Politécnico de Bata lleva su nombre porque fue él, precisamente, quién luchó por su existencia, creyendo que el país necesitaba gente preparada dentro de sus mismas fronteras para progresar y avanzar económica y culturalmente -y a pesar de las dictaduras de Macías y Obiang, con los que se vio obligado, o tal vez no tanto, a coexistir-.

Virgen de la Isla, Virgen de Bisila
La "Virgen de la Isla", en la isla de Bioko, patria de los bubis, y patrona de Malabo y Guinea.

Aunque haya conseguido parte de los datos en la wikipedia, y las fotos un poco en todas partes, ha sido la web "Afrol", dedicada a noticias y artículos sobre el continente africano donde, todo hay que decirlo, se hablaba más y mejor sobre él, considerándolo un guineano más, y aún no habiendo fotos, dándome informaciones que en ningún otro sitio encontré.


Joan Rebull.

Joan Rebull i Torroja (1899-1981) fue -o más bien, es, pues la obra de un artista acostumbra a sobrevivir no sólo a su creador, sino al mismo recuerdo de éste- el escultor reusense más importante de la historia, y podría muy bien estar entre los principales de todos los nacidos en España -o en Cataluña, según lo que quiera sentirse cada uno-. Además, su vida artística fue muy fructífera, si bien parte de lo que realizó se ha ido perdiendo con el tiempo, o está bastante repartido, pues esculturas suyas lo mismo se pueden encontrar en el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña, en castellano), el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, y el Museo de Reus -teniendo en cuenta que ya sólo queda uno propiamente dicho, creo que no es necesario añadir adjetivos diferenciadores de otros que pudiera haber en la ciudad-, además de las esculturas que se encuentran en espacios y edificios públicos, en Reus, Barcelona, el monasterio de Montserrat, etc., o en manos de particulares -en Francia, por ejemplo, donde estuvo viviendo y trabajando debido al exilio, tras la Guerra Civil-.

Una foto del escultor, ya en edad avanzada.

De origen modesto y rural, de niño fue aprendiz y ayudante del artista local Pau Figueras, que tenía un taller de imaginería -imágenes, sobretodo religiosas, realizadas en madera, y que normalmente tenían como fin adornar iglesias, o ser paseadas en semana santa-, donde aprendió, además de modelar en arcilla, el arte de tallar en madera, algo especialmente difícil si se quieren esculturas realistas. Normalmente, Rebull trabajó tanto el metal -bronce-, como la piedra -mármol- o terracota, pero nunca dejó completamente de lado la madera, pues a lo largo de su vida realizó varios encargos de este tipo. En 1915, y tras conseguir un primer premio provincial de escultura -"La tentación de San Antonio"-, marcha a Barcelona, donde estudiaría su arte, como no , en la Escola de la Llotja -Escuela de la Lonja-, donde, muchos años después, también lo haría el multipremiado Plensa, además de trabajar en el taller del marmolista Bechini.

Una de sus versiones de "Mujer tendida". Volvería en varias ocasiones sobre el tema del desnudo femenino.

A partir de ahí, despegaría su carrera, con una exposición en el Centro de Lectura de Reus, se casa por primera vez -tendrá tres hijos, de este matrimonio-, y, entre 1926 y 1929 vivirá en la población francesa de Deuil-la-Barre, muy cerca de París, lo que le permitiría conocer personalmente a Picasso, y a realizar diversos trabajos en la capital francesa. También en 1926, expondrá por primera vez en Madrid, en una exposición organizada por "El Heraldo de Madrid", a la vez que expondría en el Grand Palais, junto a otros artistas independientes y poco conocidos, pero prometedores y en general jóvenes. En aquella época, volvería a Madrid para exponer algunos dibujos abstractos -quizá, la única ocasión en que se dedicó de forma seria a la pintura-, en la llamada "La Galería de Madrid", un espacio privado donde se podía exponer todo tipo de arte, y que resultaba acogedor y facilitaba el trato con los artistas, y que estos mismos se conocieran entre sí.
Con la II República, se presentó por ERC al parlamento de Cataluña, salió elegido, y al poco, consiguió el cargo de responsable de la Junta de Museos de Barcelona. Sería una gran época, esta, pues significó no sólo el reconocimiento de su carrera artística, sino también política. En aquellos años, incluso viajaría a Italia, por encargo de la Generalitat, y acompañado del pintor Ignasi Mallol, para conocer los métodos de enseñanza en este país, además de facilitar la apertura de una escuela artística pública con cuarenta alumnos.
Pero tras la guerra, tuvo que marchar al exilio, donde enviudó en 1943, y donde se volvió a casar, y a tener dos hijos más. En Francia trabajaría para la Cámara Sindical de la Moda, para un encargo en el "Teatro de la Moda", inaugurado en 1945, consistente en las manos y cabezas de 170 maniquíes, que vestirían los mejores trajes y vestidos de los diseñadores de la época, así como unas figuras de sirenas y centauros, que servirían de adorno extra a todo ello. Dicho montaje sería llevado más adelante a Gran Bretaña, donde se le conoció y reconoció su imaginación, y se le hizo otro encargo especial: una representación -en estatuas o en relieves- de los diversos matrimonios reales de la historia británica, para celebrar los esponsales de la futura reina Isabel II, que se iba a casar en breve. Sin embargo, apenas queda nada de aquella época; casi todo se perdió -por eso, no se sabe bien en qué consistió el trabajo en su conjunto-, incluido un busto de la actual reina, que sólo se conoce por fotografía.

El "Sant Jordi" de Barcelona, delante del ayuntamiento.

Tras retornar en 1949 a España, trabajará reparando los destrozos provocados por la guerra en diversas iglesias de todo el país, creando monumentos urbanos para diversas ciudades, y, principalmente, en el monasterio de Montserrat, donde sería el responsable de la nueva fachada, así como del sarcófago del abat Marcet.
Pero, antes de llegar al final, dejar un poco claro, aparte de los trabajos en iglesias, Montserrat, o para modernistas o exposiciones -como las que, pasado el tiempo, protagonizaría, o en las que participaría, en Madrid, la Habana y Sao Paulo, en los años 50 y 60-, hablar sobre la diversidad de su obras "independientes", por llamarlas así. O sea, estatuas individuales, no trabajos en edificios religiosos, o encargos para personalidades importantes -la futura reina británica, como ya se ha indicado- o profesionales, como en París -el "Teatro de la Moda"-:
En primer lugar, sus estatuas urbanas -o monumentos-, de raíz histórica en no pocos casos, que adornaban plazas o calles, o presidían edificios públicos. Son las más conocidas y reconocibles, y las que, como acostumbra a pasar -y de forma comprensible- le hicieron más famoso y estimado por el pueblo. Caso de "La pastoreta" -"La pastorcilla", en castellano-, en su (y mi) ciudad, Reus, en 1954. Se refiere a Isabel Besora, una pastora que tuvo, supuestamente, una visión de la virgen que le auguraba el fin de la peste que estaba asolando la ciudad durante la Edad Media. Otras, serían las diversas versiones que hizo de Sant Jordi, el patrón de Cataluña, tanto en iglesias -aquí, más bien sería un personaje religioso-, como en lugares públicos. Dos versiones del mismo personaje estarían en la Rambla de Cataluña, en Barcelona, y en el Paseo de San Jordi, en Reus. La ciudad de Blanes -en la Costa Brava, en Girona- le encargaría (1958) una estatua dedicada al escritor Joaquim Ruyra, natural de la ciudad, y él, en lugar de representar al hombre real, lo hizo con uno de sus personajes, el fraile San Sadurní de Croïlles, protagonista de su novela "Las cosas benignas", y que en la ciudad costera es -o al menos era en su época- especialmente conocido y querido.
También se podría hablar de sus retratos, o bustos, aunque algunos son algo más que cabezas. Uno de ellos, de los más curiosos, está hecho en piedra, pero no tiene el color natural de ésta, sino que es piedra policromada -o sea, pintada, como las antiguas estatuas romanas, aunque hasta hace poco se creía que eran monocromas-: "Maria Rosa" (1935), una niña, hija de un pintor amigo suyo, donde el realismo -como el del pelo- contrasta con una mirada como hierática, ensimismada en sí misma, como a veces se ve en los niños.

El retrato "Maria Rosa" (1935), de piedra policromada, para dar más realismo.

Así también, se atrevió con el desnudo femenino, que en aquella época -el franquismo- era tema tabú. Hay varias series de estatuas, que llevan el nombre que correspondería a la posición de la mujer retratada: "Mujer sentada", "Mujer en pie -o derecha, según como se quiera traducir-, o "Mujer tendida". En no pocos casos, eran encargos privados, o bien se exhibían en el extranjero -Francia-, pero a partir de los 80, no sólo empezaron a exhibirse en España, sino que volvió al tema, e hizo nuevas versiones y series.
Otra estatua que se podría considerar monumento, aunque no tenga ni base histórica ni religiosa, sino biográfica -haciendo referencia al mismo escultor- es "Alegoría: los tres gitanillos" -"Al.legoria: els tres gitanets", en catalán-, que hacen referencia al mismo Rebull y a dos amigos suyos de niños. Lo de "gitanillos", realmente, no hace referencia a su origen racial -ninguno de los tres pertenecía al pueblo gitano- sino que a la calle donde vivían, y donde se conocieron, se le conocía comúnmente como "la de los gitanos".
También hubo escultura religiosa con suficiente personalidad propia como para ser destacada. Caso de "La Natividad", dedicada a la Virgen y al Niño y hecha de alabastro blanco, en la iglesia de Betlem de Barcelona, donde el realismo en los rasgos de la Virgen están inspirados en la propia esposa del escultor, y donde el arte renacentista tiene un toque más moderno que, aún así, no desentona en absoluto con la arquitectura barroca -es relativamente moderna- de la iglesia. De todas formas, hay multitud de obras, a veces consideradas menores, en multitud de iglesias y monasterios, en los que trabajó durante toda su vida, aunque él prefirió dedicarse un poco a todo tipo de temas, y también de materiales: bronce, alabastro, mármol, madera, terracota...

La estatua de "La pastoreta" -"La pastorcilla"-, en la plaza del mismo nombre, en Reus.

"La Natividad", en la iglesa de Betlem -Belén- de Barcelona.

Y como se ha dijo al principio, y haciendo referencia al arte sacro, también practicó la talla en madera: en su juventud, "San Joaquín y Santa Ana", para el santuario de Misericordia de Reus, y más adelante (1950 y 1957) dos pasos de semana santa, también en Reus: el "Ecce homo", con Cristo y Pilatos; y "La negación de Pedro".
La verdad es que reconozco que mi conocimiento sobre la obra de Rebull, como la de Gené, era muy limitada antes de escribir todo esto. Así pues, aunque apenas nadie llegue a leerlo, al menos podré asegurar que, de alguna manera, el querer rellenar el blog con algo -de aquí a poco, cosas distintas, aunque sin olvidar del todo mi ciudad, que a veces critico tanto-, me ha ayudado a conocer más en profundidad las obras de algunos de mis conciudadanos. Algo es algo.

"Alegoría: los tres gitanillos". Esta sería, quizá, la "versión original", a la entrada del ayuntamiento de Barcelona. Otra igual se encuentra en el cementerio de Reus, en la tumba del escultor.

Y dejando aparte esta disgresión, decir, simplemente, que el escultor murió en Barcelona en 1981, que desde allí fue trasladado a su ciudad natal para ser enterrado, y que en su tumba se puede ver una reproducción de una de sus obras preferidas, la de los tres gitanillos, tal como él dejó dicho antes de fallecer.

Por cierto, para quién tenga interés en el Teatro de la Moda de París, aquí dejo un enlace con un blog que habla largo y tendido -y muy bien- sobre ello. Está en francés, pero aún sin tener traductor, se entiende bien, pues está lleno de imágenes.