lunes, 29 de junio de 2015

Una ventana en color a un pasado centenario: fotografías de 1913 que parecen insospechadamente reales.

Lo que en su momento no fue más que una serie de fotos de un británico anónimo a su sobrina, hoy sería un recuerdo de un mundo perdido.


Esta será, imagino, una entrada corta. No sabía bien si hacerla, porque la fotografía es un tema que me atrae, pero no me apasiona, ni tampoco lo conozco especialmente. Pero en ocasiones, tanto los grandes fotógrafos -conocidos o no-, como según que tipo de fotografías, resultan no sólo artísticas, sino también tan atractivas como, igualmente, testigo y muestra de otros tiempos, y de hechos que, lejanos o no, ya no volverán.
Bien, pues en este caso, se trata de una serie de fotos que pude ver, por primera vez, en una sección de el diario español "El país", aunque después comprobé que habían dado, literalmente, la vuelta al mundo, pues había muchas webs y blogs, y no sólo de fotografía, que hablaban de ellas. Se trataba de cierto número de fotografías realizadas por el ingeniero Mervyn  O'Gorman, inglés de origen irlandés, en 1913, sólo un año antes del apocalipsis que resultó para la Europa que vivía el sueño de "La Belle Époque", donde los avances tecnológicos, la cultura y una supuesta cultura común europea parecían presagiar un nuevo mundo sin guerras -al menos, sin grandes guerras, exceptuando, quizá, alguna colonial-, y donde la libertad, la ciencia y el progreso económico estaban casi condenados a extenderse de forma universal. 
La joven, tal vez la sobrina del doctor y su esposa -porque se ha llegado a investigar sobre la identidad tanto de la chica como de su familia, y por lo visto, el matrimonio no tuvo hijos, aunque la teoría de la hija tampoco está descartada- aparece en no pocas imágenes con un vestuario rojo que llama la atención por lo vivo y llamativo del color, posando como una modelo profesional, en un día de playa, en la localidad costera de Lulworth Cove, en el sur de Inglaterra. La fascinación,y cierta sorpresa, vienen tal vez porque, como estamos tan acostumbrados al blanco y negro para la fotografía anterior a los años 50, que ver una fotografía tan colorida, pero sobretodo, donde el color y la luz son tan buenos, tan "actuales", que más que una antigüedad, un recuerdo un tanto polvoriento, como descolorido -o como si nunca hubieran tenido color propio-, asemejan una pequeña ventana a un mundo que ya tiene un siglo, y que si bien no es tampoco extremadamente lejano en el tiempo, ni los hombres y mujeres que lo habitaron tampoco eran tan distintos a nosotros -o eso suponemos, quizá sería interesante poder preguntárselo a ellos-, nos parecen casi como de otro planeta. Y tal vez sea cierto. Las dos guerras mundiales fueron una herida tan inmensa, para el mundo, y en particular para Europa, que todo lo anterior parece como leyenda antigua.



¿Pero ya había película a color en aquellos tempranos tiempos? Pues parece que sí. Existían varios tipos de ella, y como soy un auténtico analfabeto en estos temas, miré para informarme en la web "Xatakafoto", que es interesante para cualquiera que se interese por este mundo -y por ello pongo un enlace  aquí-,  donde explica que la diversidad de tonalidades -no es nada parecido a esos horrores de fotos o películas pintadas a mano, con tres o cuatro colores, en general muy poco naturales- se debe al uso de un tipo de placa autocroma, que eran placas de vidrio que constaban de una variedad de microscópicos granos de almidón -fécula de patata-, sobre la base de una película de blanco y negro. Estos granos estaban teñidos de varios colores -naranja, verde, morado-, que actuaban como filtros de color, y el resto de colores complementarios, aparecían tras el procesado de la placa. Parece que la patente data de 1903, -aunque parece que no se popularizó hasta 1907, y no se usó en película hasta los años 30- así que el ingeniero O'Gorman tenía en sus manos una cámara que usaba una técnica relativamente moderna -en aquella época, los inventos no se popularizaban tan rápido como hoy en día-, y haciendo lo que parecía una simple distracción familiar sin importancia, ha conseguido que su misteriosa hija, o sobrina, Christina, haya "resucitado" más de un siglo después. La calidad, pues, es sorprendente, sobretodo cuando las personas o los objetos retratados están en primer plano, pues se puede observar que, cuanto más lejos está el fondo, se ve más borroso. Pero aún así, más que un problema técnico, parece hecho adrede, para darle un aspecto más fantástico a cada imagen.
Hoy en día, como colofón a todo esto, se pueden encontrar en la web -e imagino que en libros dedicados al arte fotográfico-, gran cantidad de fotografías que, en su origen, fueron en blanco y negro, pero que han sido coloreadas de tal manera, que parece como si hubieran sido en color desde el principio. Y al contemplarlas con atención, individuos, multitudes, hechos históricos o de lo más anodino, y lugares que ya no existen tal como fueron retratados, parecen adoptar vida propia, o abrirnos los ojos a un pasado que parecía muerto, pero que, bien mirado, todavía tienen vida propia mientras seamos capaces de conservarlo y recordarlo.



Resultado de imagen de fotografias color 1913

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sábado, 27 de junio de 2015

Los prerrafaelitas (XXI). Edward Robert Hughes, sobrino de artista, y puente entre el parerrafaelismo y el simbolismo.

Sobrino del también pintor Arthur Hughes, representa la generación posterior a los primeros prerrafaelitas, que buscaría nuevas formas de expresión, sin olvidar las antiguas.


Ejemplo de la generación posterior a la Hermandad.

Edward Robert Hughes (1851-1914) podría ser considerado uno de los últimos prerrafaelitas, y al tiempo, un ejemplo de un estilo en cierto modo heredero de éstos, y en ocasiones un tanto difícil de diferenciar, y que es normalmente conocido como simbolismo -en el mundo francófono, pero también en el germánico y eslavo-, que en Italia se conoció como decadentismo, y en Gran Bretaña, como esteticismo -o "el arte por el arte", lo que, realmente, le diferencia de, por ejemplo, el simbolismo eslavo, que sí intenta, sobretodo en la pintura, ser más profundo y, en ocasiones, tan confuso como fascinante-. En España se usaron tanto el término simbolismo, como el de decadentismo -o "La decadencia", sin más, algo también usado en Francia-, si bien una expresión u otra venían más a cuenta por el carácter, gustos o técnicas de tal o cual artista en particular, que por todos ellos en su conjunto. Por lo que he podido ir leyendo, la expresión decadentismo o decadencia se usó bastante, más que en pintura o dibujo e ilustración, en literatura. Emilio Carrere, del que escribí hace ya tiempo -me parece media vida... ¿tanto llevo, con esto?-, en sus primeros tiempos, cuando se dedicó a la poesía y al relato gótico no humorístico, se le consideró parte de "la decadencia de Madrid" -no se referían, evidentemente, a la ciudad en sí, si no a cierto número de narradores, poetas y periodistas que se ganaban la vida lo mejor que podían-, aunque más adelante, él mismo no dudó en reírse -y hasta cierto punto, desvincularse- de aquella etiqueta.
Bien, este artista-puente, que se le puede considerar tan prerrafaelita como "esteticista", por ser británico al cien por cien -y por tanto, seguidor de lo que podría llamarse "rama británica del simbolismo"- era sobrino del también pintor, y éste prerrafaelita al completo, Arthur Hughes, además de haber sido ayudante y aprendiz de uno de los más ilustres miembros de dicha corriente: William Holman Hunt -ya anciano-, uno de los tres creadores iniciales de la Hermandad, al que ayudó a acabar dos de sus cuadros más famosos: "La luz del mundo", y "La dama de Shalott". También fue admirador de Edward Burne-Jones, de quién recibió no poca influencia artística. Respecto a si formó parte de la famosa Art Academy, como casi todos los pintores de la generación de su tío, él prefirió formar parte de la Royal Watercolor Society -"watercolor" significa "acuarela", pues era su tipo de pintura preferido, y que estaba más en voga en su juventud-, en la que expuso de forma regular. Para ser aceptado como miembro de pleno derecho, pintó en 1891 una obra inspirada en el poema "Amor Mundi", de Christina Rossetti, hermana del pintor creador de la Hermandad. Diez años después, sería elegido vicepresidente, si bien nunca llegó a presidirla.

"¡Oh!, ¿Qué es eso, en el agujero?" (1891, si bien en algún lugar la datan en 1895) -no deja de ser una traducción aproximada-. Basado en el poema de Christina Rossetti, "Amor mundi", sobre dos amantes que, paseando por el bosque, encuentran un cadáver en un agujero.

"Noche de San Juan" (1908) -"Midsummer Eve", en inglés-, es quizá uno de sus cuadros más conocidos. Aquí no hay seres mitológicos, tampoco escenas bíblicas. En realidad, la protagonista puede ser la chica, pero también una naturaleza -o unos seres que la habitan, invisibles  para los humanos, excepto algunos elegidos como  es ella- vista desde un punto de vista, más que pagano, panteísta, donde ve una deidad en la naturaleza misma, madre de la humanidad, pero también de otros seres, pensantes y desconocidos.

"La princesa fuera de la escuela", una supuesta princesa siendo lo que es: una joven con ganas de pasar un buen rato en el campo, olvidándose por un día de las clases.

"Corazón de la nieve". Probablemente, una obra tan simbolista como prerrafaelita -en realidad, ¿cómo diferenciar un estilo u otro, en no pocos cuadros?-, donde, técnica aparte, lo que uno se pregunta al mirar es ¿qué significa realmente el título?, ¿quién es esa joven, y qué es lo que hace allá donde está?

Era conocido por ser muy exigente consigo mismo, y perfeccionista en extremo, lo que le llevó a hacer todo tipo de estudios y pruebas antes de llevar a cabo cada uno de sus cuadros. Dicho deatllismo le hizo ganar, como no, seguidores, buenas críticas y clientes. No alcanzaría, quizá, la fama de los principales prerrafaelitas, pero sí fue, en sus tiempos, un pintor famoso y reconocido, que optó mucho por el uso de la acuarela, mientras que muchos de sus antecesores prefirieron la pintura al óleo. Realmente, la acuarela, en el último tercio del siglo XIX -plena época victoriana, que fue un periodo de tiempo realmente largo- estaba muy de moda, y se vendía bien -me viene a la mente la entrada sobre el pintor reusense Josep Tapiró, que también logró empezar a ganarse bien la vida con la pintura, precisamente, porque gran parte de su obra eran acuarelas, y por aquella época, a partir de 1870, tenían mucha salida, sobretodo en Gran Bretaña, mercado que conocía bien-.
Su obra está muy repartida, en museos de toda Gran Bretaña, y se le considera, probablemente, como "el último prerrafaelita". En realidad, una exposición dedicada a él, en 2015, en el Birmingham Museum & Art Gallery, de dicha ciudad británica, se llamaba "El crepúsculo prerrafaelita: El arte de Edward R. Hughes"

"La vigilia de la walkiria", o la visión que tenía Hughes de dichos personajes de la mitología nórdica. Quizá para él, menos terribles de lo que podría desprenderse de relatos normandos más antiguos.

"El diezmo en especie", sería, hasta cierto punto, una visión idealizada de una Edad Media donde los campesinos tenían que trabajar en parte para la pura subsistencia, y en parte para saciar la necesidad -o simple deseo inagotable- de recursos por parte del estado medieval -rey, nobleza, clero...-.

jueves, 25 de junio de 2015

Los mosuo, el último auténtico matriarcado del mundo.

Una sociedad alternativa en el interior de la provincia china de Yunan.


Hace ya bastante que apenas le puedo dedicar tiempo al blog, así que, cuando puedo, escribo una entrada, aunque sea sobre temas que me llamaron la atención hace ya tiempo. En este caso, es sobre un pueblo, los mosuo, que han logrado conservar hasta la actualidad un tipo de sociedad claramente diferente, más que alternativa, que en otra época no sólo debió existir en amplias zonas del sur de China, sino también en otros lugares del mundo, aunque es muy probable que, a falta de documentos que lo acrediten, de referencias de historiadores -antiguos o modernos- o de que las religiones, o el poder político y cultural de los grandes imperios -y sus sucesores políticos- hayan eliminado todo rastro de él. Se trata del matriarcado, de la sociedad donde el poder social, el sexo dominante, es el femenino. Y por lo que se puede comprobar, la situación del varón, en esta "república de las mujeres"; aunque sea secundaria, es sin duda mejor que la de las mujeres en la enorme mayoría de las sociedades de poder masculino. Y más todavía, cuando se analizan todas y cada una de las grandes culturas humanas -todas de poder masculino- desde la Antigüedad, hasta, prácticamente, unos treinta o cuarenta años atrás.

La región donde se encuentra el país mosuo: en la provincia de Yunnan, en el sur de China, fronterizo con Indochina -el norte de Birmania, Laos y Vietnam también están llenos de pequeñas comunidades con su cultura y lenguas propias, que lo mismo viven en zonas montañosas como selváticas. Y dentro de ella, en el noroeste, alrededor del lago Lugu.


El "reino de las mujeres" es mucho menos terrible de lo que los hombres extranjeros pensaban.

Realmente, más que un reino, se podría hablar de una república, de una sociedad diferente, alternativa, que todavía subsiste, en estos tiempos de homogeneización -con o sin globalización de por medio-, donde las culturas mayoritarias -Occidente en su versión anglosajona, el mundo islámico visto desde un punto de vista básicamente árabe, la civilización china en sentido amplio, la India vista como un estado diverso pero mayoritariamente hindú...- van asimilando, como un rodillo, todas las pequeñas culturas que se encontraban en el interior de los países que forman o han dado forma, a dichas culturas mayoritarias, pero también a otras de naciones secundarias, que también tienden a la homogeneidad.
Pero dejando aparte el peligro de desaparición de estos pequeños islotes étnicos, lingüísticos y religiosos, el caso de los mosuo, o tal vez de las mosuo, es distinto. Se trata de una auténtica sociedad matriarcal, pero no al estilo del que muchos hombres, a lo largo de la historia -desde los antiguos griegos, por lo menos- imaginaban: un estado sexista donde unas mujeres guerreras y autoritarias reducen a los pobres hombres a esclavos o siervos, o a lo sumo, a simples objetos sexuales; o, incluso, a lo más temido: una sociedad enteramente femenina, donde el varón ha desaparecido, y cuando se le busca para lo único que se le necesita, la reproducción, las mujeres marchan fuera de su tierra, para quedar encinta y volver, al poco, a lugar seguro, sin hombres a la vista. El matriarcado mosuo consiste, básicamente, en que el poder social y económico está en las mujeres, y los hombres ocupan un lugar claramente secundario. No es que vivan peor, ni tengan menos derechos -en el sentido legal del término, al menos-, ni se les maltrate de ninguna forma, ni tan siquiera trabajan más que las mujeres. En realidad, más bien se ha considerado que es mejor que la economía, la familia, el funcionamiento de la casa, esté en manos de mujeres, y que los hombres se dediquen a las labores más pesadas o físicas, o a algún otro trabajo al que se dediquen básicamente ellos. Realmente, tal como ha dejado escrito más de un viajero occidental o chino, las mujeres trabajan más que ellos, tienen más responsabilidad, y a no pocos hombres se les ve más de medio día jugando a las cartas o durmiendo. Eso sí, cuando una matriarca necesita de algún varón de la familia -o de otra, "prestado" temporalmente para alguna faena especializada o, simplemente, dura-, este acudirá al momento, y le obedecerá en lo que haga falta.


Los miembros adultos de una familia mosuo. En ocasiones, la matriarca puede ser una mujer muy moderna, al igual que la mujer más anciana, por su edad, puede dejar el cargo a una de sus hijas, que se encargará de cuidar de ella mientras viva. Como ex- matriarca, será una especie de consejera y figura de respeto no sólo para su familia, sino para todos los habitantes más jóvenes del pueblo.

Porque así funciona esta sociedad, una región rural, que, como se supone, vive de la agricultura y la ganadería, y en menor medida de la explotación de los bosques cercanos -de ahí, que en cada poblado se vea siempre, al menos, a un guardabosques; quizá los únicos uniformados de la región-. El país mosuo se extiende alrededor de lago Lugu, o como ellos lo llaman, "la Madre Lago", pues religiosamente hablando, los mosuo, como en realidad la mayoría de la población de china, es sincrética, o sea, que mezcla varios cultos, sin renegar de ninguno. Por un lado, son budistas lamaistas, y cuentan con algunos monjes que visitan de vez en cuando los pueblos. Por otro, son animistas, practicando una antigua fe basada en deidades, como no básicamente femeninas, y donde consideran que los mosuo -y muy probablemente, también muchos otros pueblos- descienden de un único humano salvado de un diluvio -tan recurrente, tan común, el tema del diluvio, en cualquier cultura, en cualquier país- por una hija de la Diosa del Cielo. Esta diosa secundaria -por llamarla así- ayudaría a este último humano a superar todo tipo de pruebas, y acabaría éste casándose con una segunda hija de la Diosa suprema. De esa pareja, mitad humana y mitad divina, nacerían, entre otros, los mosuo, que desarrollarían una religión panteísta claramente femenina, donde el mundo está lleno de diosas de las montañas, los ríos y lagos -como la Madre Lago-, o la Diosa Gamu, o de las montañas, y que da nombre a la principal condillera del territorio. ¿Y dónde se encuentra, ese curioso país? Básicamente, en la provincia de Yunnan, aunque llegando en sus límites orientales a la provincia de Sichuan. Yunnan, en su momento, formó un reino independiente, conquistado siglos atrás, y es una región con una enorme diversidad étnica y lingüística. La República Popular China reconoce la existencis de 56 etnias o pueblos, empezando por los han -o sea, los chinos propiamente dichos- y acabando con comunidades muy pequeñas, de unos cientos o decenas de miles de miembros, solamente. Los mosuo no son considerados un pueblo diferenciado, sino parte de uno más numeroso, los naxi. Sin embargo, ellos siempre se han visto -y se siguen viendo- como una comunidad claramente diferenciada, y piensan que, el hecho de que el poder chino no los quiera ver como una pequeña nación diferente, es para fomentar su asimilación. Y ese es uno de los problemas a los que se enfrentan, pero también con el que se encuentra el estado chino: si se fomenta su aislamiento, para que conserven su cultura e identidad, se puede hablar de discriminación; si por el contrario, se intenta que se integren lo máximo posible, es fácil caer en el deseo de asimilación, como, en su caso, que abandonen la familia matriarcal, para casarse de forma fija, con un padre y una madre reconocidos, como hacen los chinos y el resto de pueblos de la República. Realmente, este es un problema -asimilación, integración, aislamiento...- al que se enfrentan, no sólo los pueblos indígenas, sino también los gobiernos y pueblos mayoritarios donde estos existen.

Dos mujeres navegando por el lago Lugu. Una forma como otra cualquiera de poder hablar en privado, que es algo muy importante en la sociedad femenina mosuo: el poder hablar de lo que sea con amigas, que pasan a ser casi como hermanas. Y evidentemente, no necesitan de ningún "caballero" que reme por ellas, pues se las apañan muy bien solas.

Respecto a lo anterior, a la "familia matriarcal", consiste, básicamente, en que la mujer es la dueña y propietaria de la casa y las tierras, y del resto de bienes, y vive allá con sus hijos, habidos con uno o varios hombres, y con los hijos o hijas de las hijas -los nietos-. ¿Y los padres? Los padres, viven con sus madres, y cuando estas fallecen, con sus hermanas. Cuando hay varias hermanas, mucha gente en una casa, una de ellas se va a vivir sola, o con sus hijos, y a veces con un hermano para que le ayude en ciertos trabajos. Pero los padres no conviven con sus hijos, ni con las madres de estos, hacen vida separada, con su propia familia materna. En ocasiones, mucha gente no sabe ni quien es su padre biológico, pues no han podido averiguarlo, pues ni madre ni padre han tenido ni tan siquiera el interés o deseo de que lo sepan. Respecto a las relaciones que cada mujer, considerada adulta por la familia y toda la comunidad a partir de los trece años -la edad de llevar falda-, puede tenerlas con todos los hombres que quiera -en algunos casos, con casi todos los de su edad del pueblo; en otros casos, sin embargo, con apenas uno o dos-. Eso no significa que no pueda tener una relación larga, incluso de por vida, con un hombre, pero es muy raro que acaben viviendo juntos -acaso, si un hombre es muy mayor, o está enfermo, y no tienen quién le cuide, puede acabar en casa de su amante, para ser atendido por toda la familia-, pero aún así, cada uno vive separado: ella, en su propia casa, y él, con su madre o hermana. El gobierno chino, hace ya mucho, intentó acabar con estas costumbres, pero fue en vano. No hacían caso a la autoridad, e incluso más de un funcionario o militar o policía que debía cuidad del cumplimiento de la ley, acababa participando de aquella costumbre, pues las mujeres también pueden, si lo desearan, mantener relaciones sexuales o sentimentales, aunque sean cortas, con extranjeros, o residentes temporales.
Una cosa curiosa. El poder económico y social, como ya se ha dicho, es totalmente femenino. Sin embargo, los líderes políticos de cada pueblo o aldea, elegidos democráticamente por todas las matriarcas -dueñas de casas y tierras, y con sus propias familias dependientes a ellas, y a ellas obedientes también-, son siempre hombres. Según las mosuo, a los hombres se les da bien cierto tipo de trabajos o responsabilidades, y uno sería el de ocupar un cargo político -por lo demás, con un poder limitado-, que incluye, lo mismo hacer el papel de intermediario o de árbitro en disputas -el de juez, o jueces, sería más femenino, excepto en cuestión de crímenes o según tipo de delitos que, evidentemente, pasan a depender de autoridades judiciales superiores-, como el tener que dar la cara, recibir instrucciones pero también hacer saber quejas, ante el poder superior -la provincia, el ejército, incluso representantes del gobierno nacional-. Cuando se insiste en por qué, el hecho de que los hombres tengan este poder político, aunque sea limitado, a lo de "ellos lo hacen mejor", se añade algo tan curioso como: "Al fin y al cabo, tampoco se trata de un trabajo importante. Ellos son capaces de hacer eso".


Una vivienda familiar mosuo. Son casas grandes, normalmente de dos pisos, donde pueden vivir miembros de tres o hasta cuatro generaciones, donde además puede haber animales, almacén, porcho, etc.

Nadie tiene muy claro cuando llegaron a Yunnan los antepasados de los mosuo, o de los naxi. Parece que, en determinado momento, hace quizá unos dos mil años, algunas tribus tibetanas emigraron hacia el sudeste, y no pararon hasta instalarse en una región mucho más llana y cálida, donde, con el paso del tiempo, se mezclaron racialmente con los mongoles de Gengis Khan y sus sucesores, con los chinos han, y con sus vecinos, lo que hizo que su apariencia cambiara algo -la piel más clara, la altura algo mayor que los tibetanos originales, los que todavía viven en el Techo del Mundo-. Aunque no se recuerda que sufrieran persecuciones o exterminios, parece que siempre fueron pocos, y muchos se han ido asimilando. Probablemente, las sociedades matriarcales, que fueron útiles para la supervivencia de una sociedad organizada en tiempos de guerras, matanzas y migraciones, cuando, a falta de hombres que iban a la guerra, las mujeres mantenían relaciones temporales con cualquier trabajador temporal, soldado o monje para que siguiera habiendo descendencia -e integraban a cualquier hombre solo que buscara un lugar donde empezar de nuevo- poco a poco fueron siendo absorbidas, asimiladas, con las migraciones masivas de han -chinos- fomentadas por los emperadores a lo largo de los siglos, hasta quedar reducidas casi a la nada: una comunidad de entre 30.000 y 45.000 personas -incluidos algunos individuos que forman parte del ejército o la administración, estudian en la universidad fuera de su tierra, o comerciantes o trabajadores de ciudades cercanas-, que mantienen voluntaria y obstinadamente sus costumbres, aprovechando el aislamiento geográfico -su tierra está tan mal comunicada, que cuesta mucho llegar allá; y como tampoco hay mucha gente, excepto algunos turistas occidentales, interesados en culturas exóticas y únicas, en acercarse a tan aislada región, todo eso les ayuda a que el mundo, en su conjunto, les deje vivir en paz-, y que, para algunos, son una rareza, pero para otros, un tesoro antropológico a conservar. El problema es que ese tesoro no es un monumento o un bosque, sino un conjunto de gente, y no está claro ni cómo les afectará el futuro, ni tampoco qué futuro -valga la redundancia- quieren para ellos y para sus hijos, excepto, eso lo dejan muy claro a todo visitante, conservar su identidad cueste lo que cueste.

Cuando una mujer siente interés por un hombre, y comprueba que éste es mutuo, se lo puede hacer saber por medio de terceros, o dejando una señal en la ventana de su habitación. Como resulta fácil llegar a ella -las habitaciones están en el piso superior, y tienen su balcón, con su baranda de madera, y escaleras para subir o bajar directamente desde la calle, sin pasar por el piso de abajo-, el amante temporal no tiene más que subir y entrar por la ventana del dormitorio de su pareja de una noche. Y si la cosa funciona, puede haber más noches, incluso durante años. O no.

Respecto a cómo supe de los mosuo, fue gracias al libro "El reino de las mujeres: el último matriarcado", del viajero, periodista y escritor argentino Ricardo Coler. También leí sobre el tema en el blog Enchinadas, del que pongo, para el que le interese, un enlace.

jueves, 18 de junio de 2015

Los prerrafaelitas (XX): Arthur Hughes, pintor de brillantes colores y vívidas imágenes.

Tal vez menos conocido que otros, sus imágenes parecen casi tridimensionales y con una luz propia.


Bellas imágenes de parejas con problemas.

Arthur Hughes (Londres 1832; también Londres, en 1915), probablemente, no sea hoy en día un autor muy conocido, pero en su época, gracias a su amistad con algunos de los principales y primerizos prerrafaelitas, a los que se unió en estilo y espíritu, además de socialmente hablando, se hizo un hueco en su época, no sólo como pintor, sino también como ilustrador de revistas. No fue el único pintor, ni mucho menos, que acometió el trabajo de ilustración y dibujo para revistas -literarias, religiosas, dominicales de temática variada...-, pero sí, tal vez, de los que se dio cuenta de esa nueva forma de ganarse la vida, al tiempo de hacerse un nombre, tal vez no entre los críticos artísticos, pero sí entre los numerosos lectores de dichas publicaciones, que en no pocas ocasiones las compraban más por los artistas que en ellas participaban, que por los textos propiamente dichos.

Un autorretrato, fechado -por él mismo- en 1851.

"Amor de abril" (1856), una de sus obras más famosas.

En 1846 entra en la escuela de arte de Somerset House de Londres, teniendo como maestro principal al pintor belga Alfred Stevens -especializado en las mujeres de clase media de su país y de Gran Bretaña, pero también admirador, o al menos muy interesado, en la cultura japonesa, que empezaba a conocerse en Europa occidental en aquella época-. Al año siguiente, gracias a una beca, entraría en, como no, la Royal Academy of Arts, donde conocería, en su caso, no a Rossetti, sino a Everett Millais y a Holman Hunt -que eran amigos entre ellos, quizá más que los dos de Rossetti-, así que, sin llegar a ser uno de los "padres" de la Hermandad, empezó a formar parte de ella bien pronto.
Desde 1849, y con sólo diecisiete años, logró colgar un primer cuadro en la Royal Academy, que era academia, pero también sala de exposiciones -gracias a la cual sus alumnos, y luego miembros, si llegaban a serlo, conseguían fama y encargos-: "Musidora", un desnudo femenino, una temática que ya estaba empezando a dejar de ser tabú, y casi anualmente contribuiría con un nuevo cuadro no solo a dicha academia, sino también a exposiciones en otras galerías. En realidad, Hughes fue uno de los pintores prerrafaelitas -o pintores, sin más- con una obra más dilatada y amplia. Se cree que llegó a pintar hasta 700 cuadros y dibujos -algunos de ellos tal vez perdidos, y otros en manos de coleccionistas privados, lo que hace que el número real de obras, así como su "inventario" de éstas-. A ello habría que añadir cientos de ilustraciones para libros y revistas.

"La habitación propia", tal vez sea uno de los ejemplos más claros de un cuadro que parece tener luz propia, y que da la impresión de que se puede entrar en él.

"El largo compromiso" (1859), fue otra de sus obras clásicas, de las llamadas "pinturas de parejas", que aquí parecen demostrar cierta duda en su relación, tras, como indica el título, un compromiso demasiado largo, que no parece materializarse en matrimonio y vida en común.

Pero "Musidora" no era una obra prerrafaelita, sino típicamente academicista. Su primer cuadro de dicho estilo lo realizaría en 1852, y sería "Ofelia", al igual que la obra de Millais, que, además, la presentó en la misma exposición. Dos Ofelias, por tanto, en el mismo lugar y el mismo año, aunque cada uno con su estilo y su propia visión del personaje de "Hamlet", la obra de Shakespeare.
Respecto a su estilo, quizá destacaría el brillo, la luz propia de las imágenes y paisajes, como si el cuadro tuviera algún tipo de iluminación especial, que a veces parece, según como se mire, casi tridimensional, dando no sólo un aspecto realista, sino también, aunque parezca contradictorio, onírico. Aunque, quizá, esto parezca así -al menos, a mí- por tratarse de imágenes de un tiempo pasado, que nadie ya puede hablar de él como algo vivido, por tratarse del siglo XIX, y donde realidad, conocimiento histórico, suposiciones, literatura y fantasía se entremezclan en quien observa, de lejos y en sentido amplio, cada uno de sus cuadros.

La "Ofelia" de Hughes, de 1852, bien distinta a la de Millais. No se le ve agonizando, sino pensando en el suicidio, y aunque se retrata perfectamente el fondo natural, no está en absoluto sobrecargado, mientras que la joven, más que bella, parece inocente y aniñada.

La segunda versión de "Ofelia", de 1863, representa a una mujer más adulta, y en un plano principal, donde el medio natural es algo mucho más secundario. En aquella época, ya había desarrollado al completo su técnica.

Endymion - Arthur Hughes
"Endimion", u otro ejemplo de retratar a una protagonista femenina con una naturaleza al fondo donde el color y el brillo parecen estar por encima de las formas.

Obras conocidoas, serían "Amor de abril", o "El largo compromiso", donde practicaba lo que en su tiempo se llamaba "pinturas de parejas", algo que probablemente aprendió de Millais, pero que, en lugar de representar el amor incondicional y platónico, sin fisuras, él prefería destacar las dificultades de las parejas -humanos, al fin y al cabo- de mantener incólume y puro ese mismo amor, a medida que pasa el tiempo. Lo único que no parece alterarse con el paso de los años, es la naturaleza, tan querida y bien retratada por los prerrafaelitas en general.
También fue, como ya se ha dicho, ilustrador. Lo fue de libros, como en el caso del poema "La víspera de Santa Inés" de Keats, o en ediciones de obras de Shakespeare. también trabajaría en la revista "Good Words" -"Buenas palabras"-, del editor escocés George MacDonald, donde se mezclaban los textos cristianos con relatos de ficción, e incluso ciencia. O, como él decía, una revista para que la gente leyera cosas decentes y convenientes durante el domingo -y eso que él escribió, básicamente, historias de hadas y en general, de fantasía; libros que, en ocasiones, también ilustró Hughes-.
No fue el único artista de la familia. Su sobrino, Edward Robert Hughes también llegaría a hacerse un hueco en la escena artística de la siguiente generación. Éste empezó, como su tío, en el prerrafaelismo, para pasar más adelante al simbolismo, que no dejó de ser, en cierto modo, un "hijo estético" del movimiento anterior.


"Los caballeros del Sol". El título quizá lleva a engaño: el amanecer parece despedir al viejo caballero agonizante, que sus fieles soldados llevan a no se sabe qué destino.


"Sir Galahad", uno de los caballeros de la Mesa Redonda que logró, finalmente, hallar el Santo Grial.

Su visión de "La dama de Shalott", de 1873. No es la mejor, pero es encomiable, aparte de distinta. Aquí, la dama cuenta con multitud de sorprendidas espectadoras.


martes, 16 de junio de 2015

"Dioses y héroes de la antigua Grecia": O de cómo Robert Graves nos introduce en la mitología helena casi sin darnos cuenta.

Una obra quizá menor, de un autor que merecería una entrada entera, pero que se lee con placer de una sentada.


Que yo sepa, sólo en una ocasión comenté en una entrada la sinopsis y mi opinión personal no sobre la obra de un escritor, sino solamente sobre un libro en particular, y fue sobre "Los hombres artificiales del doctor Pericart", y fue porque se trataba de una obra de ciencia-ficción primitiva originalmente en catalán -y que yo sepa, nunca traducida a otra lengua, tampoco al castellano-, y por ser, por tanto, algo inencontrable, consideré interesante hablar largo y tendido de la historia, que me pareció interesante. 
Este es un caso distinto, pues el autor del libro no es en absoluto un desconocido, y la obra es relativamente fácil de encontrar. En mi caso, la adquirí por el módico -pequeño, más bien pequeñísimo- precio de cincuenta céntimos, de segunda mano, y corresponde a una edición de varias obras de la literatura universal que publicó el diario "El Mundo" en su décimo aniversario -o sea, hace ya bastantes años-, e imagino que venderían cada libro con el periódico del fin de semana, por un precio en general inferior a un libro parecido en una librería.
Se trata de "Dioses y héroes de la antigua Grecia", de Robert Graves, el autor de "Yo, Claudio", y su segunda parte, "Claudio el dios, y su esposa Mesalina", entre otras novelas, poemarios y biografías noveladas, incluida una de sí mismo, en que relata su experiencia durante la I Guerra Mundial: "Adiós a todo eso". El libro fue publicado en 1960, y tuvo gran éxito, al menos, en el mundo anglófono, y se vendió también sin problemas en España y otros muchos países, debido, sobretodo, a que el nombre de Graves sonaba a muchos aficionados a la lectura y la historia -y también a algunos que no lo eran ni a una cosa ni a la otra- desde que sus dos novelas principales -en realidad, más que auténticas novelas históricas, como se las describe siempre, serían historia novelada, aunque rellenando las lagunas de forma normalmente coherente, pero en ocasiones también con no poca fantasía- fueron llevadas a la televisión en forma de serie.

Robert Graves, en su escritorio, sepultado por manuscritos de obras sin acabar o en proceso de escritura, documentación y todo tipo de papeleos, incluidas cartas de admiradores y conocidos. No parece que el verse rodeado de papeles le resultara un incordio. Más bien al contrario.

Bueno, ¿y por qué me da por hablar de un libro que tiene más de cincuenta años, y apenas cien páginas de extensión? Como ya dije antes, Graves merecería una entrada por sí mismo, y tal vez la haga, bastante más larga que ésta -y donde también se hablaría de forma más extensa de obras más importantes que esta-, pero la cuestión es que, tras comprar el libro sonándome el autor, aunque no sabía bien de qué, me dio por leerlo, y en dos días ya lo había acabado. ¿Por qué? Porque, si bien la mitología -griega o no- no es lo que se dice mi tema de lectura preferido, no dejaba por ello de interesarme, y siempre he pensado que cualquiera que sienta auténtico interés por la cultura clásica greco-latina, también debería poseer cierto conocimiento de su religión, y también de sus mitos, que son no sólo eso, sino también literatura y, al tiempo, una forma de introducirse en profundidad en la personalidad colectiva, en la psique del pueblo griego en la Antigüedad -los romanos, realmente, más bien se limitaron a adoptar, o directamente a copiar, tanto la fe, como la mitología y la literatura de los griegos, así por las buenas, y más todavía cuando los dominaron a casi todos ellos, en Grecia y en las colonias-.
Allá se puede leer, en apenas un centenar de páginas, quienes eran todos y cada uno de los dioses y diosas a los que adoraban, a veces temían, pero en ocasiones también se burlaban o no se tomaban demasiado en serio, aquella gente que fue el germen de lo que ahora llamamos cultura occidental. Se da sucinta cuenta de todos los héroes y semi-dioses de los que, en algún momento, todo el mundo ha oído hablar: Heracles -el Hércules de los romanos- y sus doce pruebas; Jasón y sus argonautas, en su búsqueda del Vellocino de Oro en la lejana Cólquida -la actual Georgia, en el Cáucaso-; Teseo, diseñador del laberinto del Minotauro, y su hijo Ícaro; los Titanes, Medea, Pandora y su caja, Sísifo -padre de Odiseo, o Ulises-, Narciso, Prometeo y el robo del fuego, Orfeo y su lira... en cuanto nos damos cuenta, parece que todos esos nombres que en ocasiones confundimos, que no sabemos exactamente a qué relacionamos, nos aparecen como personajes conocidos, cada uno con su propio espacio en el imaginario de nuestra cultura popular, aparentemente actual pero al tiempo tan antigua. Y descubrimos la extraordinaria impronta de unos mitos que son, también, parte de nuestra visión del mundo, de la sociedad y del individuo, de nuestros miedos, sueños y debilidades.

Pandora abriendo la caja que guardaba su marido, Epimeteo. Éste había conseguido a su esposa como "regalo" del mismo Zeus. El dios supremo creo a la primera mujer especialmente curiosa, así que ésta no pudo evitar el abrir la caja que guardaba todos los males del mundo, aunque también la esperanza.

Graves también escribió "Los mitos griegos", en 1955 -parece que hubo una edición revisada en 1968-, en dos volúmenes, donde el que se haya quedado con ganas de conocer más a fondo a los personajes tratados en "Dioses..." puede estar seguro de que quedará más que satisfecho. Se podría decir que, en determinado momento, tal vez pensó que mucha gente podría espantarse un poco al ver una obra como la de "Los mitos griegos", compuesta por dos libros nada menos, así que no estaría de más, entonces, escribir una especie de "amplia introducción", para, al tiempo, no sólo dar un aperitivo de lo que los mitos helenos pueden llegar a interesar y fascinar -o no, todo es cuestión de gustos-, sino también, el dejar con hambre de saber a quién, pasada la primera prueba de considerar que éste no era un tema arcaico y aburrido, se quedara con ganas de más.
Como ya se ha dicho, conseguir la obra, por internet, o en una librería -es posible, incluso, encontrárselo en la sección de "Obras clásicas", o algo parecido, o el poder pedirlo sin problemas, pues son varias las ediciones que han ido apareciendo en el mercado español-, o biblioteca, resulta relativamente fácil, además de barato. Si hay una obra, al menos entre las que he leído o conocido de oídas más o menos bien, que sirve de introducción en un tema que, aparentemente, puede resultar poco atractivo, sin duda es esta. Y se lee tan rápido como, con toda seguridad, la escribio Graves en su retiro de Mallorca.

Una ilustración con los dioses griegos principales. Si se añadieran dioses menores o secundarios, semi-dioses y héroes humanos -o no tan héroes, pero humanos igualmente-, la lista podría ser interminable. En negro está el nombre griego, y en rosa el romano o latino.

domingo, 7 de junio de 2015

Los prerrafelitas (XIX): Thomas Woolner, el más representativo de los escultores del movimiento.

Aún habiendo pintores que también se dedicaron a la escultura, Woolner fue de los pocos que se dedicó casi por entero a esta rama artística.


Escultura realista, vitalista, psicológica... pero el camino no es fácil, y debe marchar a Australia.

Thomas Woolner (1825, en Hadleigh, condado de Suffolk-1892) fue, principalmente, escultor, aunque también se dedicó a la poesía. Además, fue el único fundador dentro de la Hermandad Prerrafelita -aparte de la llamada "Santísima Trinidad" inicial- que no era pintor, ni tan siquiera de forma secundaria, sino escultor. 
Sin embargo, tardó un tiempo en hacerse un nombre artístico. Antes de ello, tuvo que emigrar a Australia por cuestiones económicas, donde empezó a hacerse famoso, hasta que, finlamente, consiguió ser considerado uno de los mejores escultores de Gran Bretaña tras volver a su país de nacimiento, si bien su estilo, rompedor, novedoso, no estuvo nunca libre de críticas -algunas, con cierta razón- y dudas, pues no sólo entre los críticos profesionales, sino entre el público en general, las nuevas propuestas no siempre eran bien recibidas, aunque con el paso del tiempo estas acabaran siendo no sólo absorbidas, sino consideradas casi como académicas -o "neo-académicas"- y representativas del arte nacional.

Thomas Woolner en una edad ya madura, si bien es cierto que la larga y profusa barba muy probablemente envejecen su imagen, pues murió a los sesenta y siete años, y la foto no es de poco antes de su muerte.

Nacido en Hadleigh, en el condado de Suffolk, en el este de Inglaterra, en una zona rural donde todos los que tenían vena artística soñaban con la emigración a la gran ciudad -o sea, Londres-, aprendió escultura con William Behnes, y como tantos otros, exhibió su trabajo en la Royal Academy en 1843. Allá conoció a Dante Gabriel Rossetti, que estuvo encantado con su nueva amistad -cuando, en general, se habla de algún nuevo miembro o simpatizante del movimiento, Rossetti siempre está enmedio; quizá como marido fue un desastre, pero a la hora de encontrar nuevos amigos en el mundo del arte, claramente se le daba de maravilla-, y con poder contar con un escultor para su proyecto artístico-revolucionario: la Hermandad Prerrafalita. 
Woolner defendía una escultura realista, e, incluso, psicológica -aunque no usara dicho término, que todavía no existía-, por lo que sus ideas artísticas no cuadraban demasiado con el punto de vista medievalista del resto de la Hermandad. Esto no hizo que rompiera con ellos, pero sí que eligiera un camino un tanto separado en cuestiones de estilo y filosofía del arte. Aún así, la cercanía, observación y reproducción realista de la naturaleza que tenían sus compañeros sí que era por él compartida.
Se dedicó, en principio, a hacer bustos y medallones -una especie de medalla de piedra de grandes dimensiones, que se exhibía de canto, y donde se esculpía en relieve un rostro, normalmente de perfil, o casi-, pero no le fue suficiente para ganarse la vida, así que decidió emigrar a Australia en 1852, que por aquel entonces, ya empezaba a recibir una inmigración voluntaria -no de delincuentes o de pobres y mendigos deportados- cada vez mayor, aunque casi totalmente de las Islas Británicas. Uno de sus amigos a quién más dolió la marcha de Woolner, tal vez porque pensó que no volvería a verlo, fue el pintor academicista-reformista -por llamarlo de algún modo- Ford Madox Brown, que pintó "The last of England" -"Lo último de Inglaterra", en referencia a lo que observaban los emigrantes al marchar por barco del país- inspirado en la marcha de su amigo. Sin embargo, aquella marcha al otro lado del mundo no fue tan penosa o dura como podría pensarse, pues allá, tanto en Australia como en Nueva Zelanda, donde los artistas escaseaban tanto, pudo conseguir grandes e importantes encargos, realizando estatuas de héroes imperiales británicos, como el capitán Cook, o Stamford Raffles -el hombre que ocupó, colonizó y urbanizó la estratégica colonia insular de Singapur-.

"El hilandero", en el ayuntamiento de Manchester.

Vuelta a Inglaterra, para alcanzar la fama, y conseguir el reconocimiento como uno de los grandes de la escultura nacional.

Al contrario de lo que, probablemente -es difícil saber qué pensaba realmente- el mismo imaginó, su estancia en Australia fue corta, y al año y poco de marchar, ya estaba de vuelta, con una reputación de joven artista rompedor, pero también de tener un carácter bastante fuerte, y de no dejarse convencer así como así. Amigo del poeta y crítico artístico Francis Turner Palgrave, con quién compartió casa a su retorno a Londres, ambos fueron protagonistas de un pequeño escándalo, cuando Turner, que fue crítico en una exposición internacional de escultura, en 1862, decidió defender y alabar a Woolner por encima de todos los demás artistas -que no dudó, en ocasiones, casi en denigrar de forma exagerada-, aunque algunos de estos fueran más conocidos -y reconocidos- que él. El crítico dijo que, aparte de la amistad que los unía, reconocía a Woolner como un modernizador de la escultura, dándola una energía y realismo que no le daban autores más veteranos, todavía demasiado deudores del clasicismo que bebía de los escultores greco-latinos. Aún así, Turner Palgrave, ante las críticas que él -critico, antes que poeta- recibió de todas partes, acabó retirando el catálogo.
Respecto a los encargos que recibió, el más importante fue una serie de esculturas que formaban parte del edificio de los antiguos tribunales de Manchester -Tribunales Assize, edificio ya desaparecido, y del que sólo quedan dibujos y grabados-. Woolner esculpió estatuas que representaban a legisladores y gobernantes, y otras alegóricas de la justicia y la misericordia, incluyendo un conjunto, conocido como "El juicio de Salomón", flanqueado por las estatuas de una "mujer virtuosa", y otra borracha, o que al menos lo parecía. El edificio fue bombardeado durante la II Guerra Mundial, y gran parte de las esculturas se perdieron, aunque algunas fueron salvadas, y ahora forman parte del edificio de los tribunales municipales que sustituyó al antiguo.

  
Dos estatuas de políticos de la época: Stamford Raffles -"padre" de la colonia de Singapur, que estableció en 1819", y Thomas B. Macaulay, creador de la doctrina de "la pesada carga del hombre blanco", o la mezcla de derecho y obligación de los occidentales de conquistar y gobernar el mundo.


Aunque muchos de sus trabajos eran de hombres famosos y, casi siempre, ricos -y vivos, o recientemente fallecidos. O sea, encargos personales de estos "grandes hombres", de sus familiares, o del Estado, o asociaciones diversas, que querían homenajearlos-, también gustaba de realizar otro tipo de trabajos, más personales y originales, como "Civilización" (1867), o "Virgilia lamentando la ausencia de Coriolano" (1871), haciendo referencia al legendario noble romano que, exiliado de su ciudad, acaba uniéndose a los enemigos de ésta, y que Shakespeare haría protagonista de una de sus obras. En estas obras, realmente, es donde pudo poner en práctica todas sus teorías de su visión de figuras nada estáticas, sino que representaban sentimientos y emociones. Fue, además, amigo de escritores, críticos, y de científicos, como el mismo Darwin, con el que tuvo no sólo cierta amistad, sino también hablaron entre ellos sobre las teorías del célebre científico, que en aquella época las iba publicando en libros que ahora nos parecerían inofensivos, pero que, en esos años, fueron todo un escándalo.
También realizó relieves, incluyendo algunos de lápidas de cementerios. Los más importantes, los de "La Ilíada".
Fue elegido miembro de la Royal Academy en 1875, y fue profesor de escultura entre 1877 y 1879.
Además de escultor, también fue poeta, e incluso tuvo cierto momento de gloria como tal, con la obra prerrafaelita -si es que se puede hablar de literatura claramente influida por la Hermandad- "Mi bella dama", aunque, más adelante, se interesó por el estilo neo-clásico, tan en boga en su época, aunque mezclando clasicismo -con temáticas, como no, greco-romanas, pero más legendarias o fantásticas que reales; como otros muchos artistas de su época, Woolner tenía más interés por la mitología o el arte griegos y romanos, que por la historia real de estos pueblos-, como "Pigmalion", o "Tiresias".
Aparte de todo ello, también ejerció de comerciante de arte. O sea, de marchante. Esto le fue realmente útil para venderse a sí mismo, o más bien a su obra. Como creo haber escrito hace ya tiempo -tanto, que tampoco puedo estar demasiado seguro-, el problema de algunos pintores y otros artistas era que no sabían ni buscar clientes para sus obras, ni venderlas a buen precio. Caso de mi conciudadano reusense Fortuny. Pero Woolner no fue así. Supo ganarse bien la vida, y así mantener a su esposa y sus seis hijos.
Murió a los sesenta y siete años, de forma más bien repentina -un derrame cerebral, aunque la medicina de aquella época estaba menos adelantada de lo que se podría pensar hoy en día, y a veces la gente, simplemente, se moría, y en paz-, en 1892. Su esposa Alice fallecería veinte años después, y su hijo Hugh -se habló de ello en su tiempo-, que vivía en Nueva York, y había viajado a Inglaterra para asistir al entierro de su madre, tuvo la mala suerte de hacer el viaje de vuelta en el Titanic. Aunque, quizá, su mala suerte no fue tanta, porque fue uno de los supervivientes.

  
"Apolo y Palas Atenea", y "Grupo de niños con chaqueta azul" -de su uniforme escolar", dos obras bien distintas, para un autor que usaba la mitología para expresar sus ideas artísticas más personales, y las "realistas" y los retratos para ganarse la vida, aunque siempre con un estilo propio.