viernes, 23 de enero de 2015

Los prerrafaelitas (IX): John William Waterhouse. Damas oníricas, y escenas de un Medievo mitificado.

Quizá el último de los prerrafelitas que quedaba por comentar, y uno de los más conocidos, por la belleza de cuento de sus cuadros.


John William Waterhouse (1849-1917), nació en Roma, si bien su familia era de origen británico, y británica fue también su nacionalidad. Su padre era pintor, y eso hizo que bebiera el arte en su casa, en Inglaterra -la familia retornó cuando él apenas tenía un año-, y descubriera el arte italiano y medieval y renacentista en particular. Esta influencia y ayuda paternas le ayudaron mucho a ingresar, como tantos otros, en la Royal Academy, y en conseguir exposiciones cuando todavía era muy joven. Si en un principio se le podía considerar sin problemas en el llamado neoclasicismo victoriano -el "estilo imperio", que tan bien parecía casar con la Gran Bretaña que, bajo el reinado de la reina Victoria, se estaba adueñando de medio mundo-, más adelante sería, y es considerado como tal, como un prerrafaelita prototípico, aunque un poco tardío. Tanto, que cuando se recuerda a pintores de dicha corriente hoy en día, o más, bien, sus obras -aunque no se conozcan ni el nombre de éstas, ni de sus autores-, Waterhouse siempre saldrá, si no el primero, sí uno de los primeros a la hora de ser todavía reconocido por los amantes del arte del siglo XXI. Respecto a su estilo, apenas cambió con el paso del tiempo. Fueron sus temas -Antigüedad, temas literarios o legendarios, medievo e impresionismo- los que cambiaron, pero no el cómo los representó. Amante de los lienzos de gran tamaño, el color y la luz, y la representación fidedigna, a al tiempo exuberante, de la naturaleza, también supo transportar a sus cuadros la sensación de profundidad, de tridimensionalidad.

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Retratos fotográficos de medio cuerpo, o cuerpo entero y en pleno trabajo, donde el autor aparece en una época en que ya era todo un símbolo de la pintura de su país y su época.

"Hylas y las ninfas", donde la representación de unos seres mitológicos -griegos, pero con equivalentes celtas o germanos-, pasa del estilo prerrafaelita "clásico" al simbolismo, donde no estamos seguros de qué, o a quién representan unas ninfas que son en todo mujeres de carne  y hueso excepto, quizá, a su condición de inmortales, y a su poder de atracción y seducción.


Otra versión de la misma historia: "Hylas y la ninfa" (1893) -en singular-. Otra vez, el esclavo de Heracles, el Hércules romano, que va a buscar agua al río y se encuentra con las ninfas -o nereidas-, que al principio parecen asustarle -hasta pide ayuda, y eso que era esclavo...-, hasta que, cuando el discutible héroe de los doce trabajos va en su ayuda, no lo encuentra. Muy probablemente, las ninfas, que además le ofrecían la inmoralidad, acabaron por llevárselo, fuera por la fuerza, o convenciéndolo. Probablemente, esto último. 

 "La lamia y el soldado", de Waterhouse parece representar algo más que el personaje mitológico que espantaba a griegos y romanos: en realidad, aquí es a un caballero medieval, a quién parece conquistar, aunque no para beber su sangre, o devorarlo, sino más bien por la necesidad de hacer realidad un amor que no parece permitido a los inmortales, como ella.

Como otros muchos, su obra parecía dividirse en dos etapas no sólo estilísticas, sino también en cuestiones temáticas. En principio, se sintió atraído por la Antigüedad Clásica, por Grecia y Roma, tanto desde un punto histórico como, sobretodo, mitológico. Algo que resultaba tan habitual en los prerrafaelitas en general, que alguno de ellos, como Alma-Tadema -otro icono del movimiento- básicamente pintó cuadros sobre esa época y cultura. En su caso, además, era casi lógico: no sólo nació en Italia, sino que sabía italiano, conocía la historia y cultura del país y, finalmente, viajó por él en su juventud, lo que le influiría de por vida. Más adelante, se interesaría por el mundo medieval, sin olvidar la Antigüedad. Y aquí también, tanto desde un punto -más o menos, con sus leyendas de por medio- histórico, aunque fuera más la época en sí más que determinados hechos históricos los retratados, como leyendas y cuentos sin más base histórica que el marco espacio-temporal en el que transcurrían las escenas retratadas. En realidad, cuando no pocos británicos y europeos quieren imaginar una Edad Media legendaria, onírica, virtuosa, donde no parecen existir la guerra o la miseria -más allá que en un limpio retrato del bien contra el mal-, casi siempre acaban viniendo a la mente -o eligiéndose tras una búsqueda en libros o webs, entre multitud de pinturas e ilustraciones-, donde lo mítico y lo real se entremezclan, Waterhouse acaba siendo "su hombre". Porque no hay duda de que fue capaz de transformar el oscuro Medievo en una especie de Edad de Oro, tan improbable como falsa, aunque también fuera en parte -pequeña parte- cierta. Algo parecido a la Antigüedad greco-romana de Alma-Tadema. Y aunque sabemos que es dichos cuadros realidad y fantasía del artista se entremezclan, porque lo sabemos, no por ello dejamos de dejarnos conquistar por esas damas bellas e inalcanzables, paisajes de ensueño, y sociedades sencillas pero nobles. No sería extraño que, aunque no lo dijeran nunca de forma clara -al menos, que yo sepa-, que escritores de fantasía como Tolkien o Lord Dunsany se vieran influidos por los bosques impenetrables pero al tiempo irresistiblemente atractivos de los cuadros de Waterhouse y sus contemporáneos. Aún así, la mitología antigua nunca desapareció, más bien al contrario. Sólo que, en este caso, se podría hablar que, más que leyendas, eran obras literarias las que influyeron con mayor fuerza.

"La dama de Shalott". Probablemente, la obra más conocida y representativa de Waterhouse. La dama de una época histórica ambigüa -tal vez la Alta Edad Media, época de reinos germánicos y célticos-británicos en continua guerra entre sí-, que parece tan lejana que se nos asemeja fantasía.

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"Tristán e Isolda" (1916, casi al final de su vida). Ejemplo claro de su interés por la literatura medieval. Retratados como el prototipo de caballero  y dama del Medievo, y de amor imposible -si bien la historia transcurre, realmente, en una época imprecisa entre la retirada de las legiones romanas, y las invasiones de anglos y sajones, en unos tiempos menos románticos y más salvajes de lo que se ha ido representando en cuadros o ilustraciones en innumerables ocasiones-.

Influido también por los impresionistas franceses -en general, entre los autores británicos hubo algunos que pintaron "de fronteras para adentro", pero otros, como nuestro hombre, sentían interés por lo que se hacía en el continente, sobretodo en Francia y Bélgica; los viajes de británicos interesados por el arte y la historia a Francia, como también a Italia, siempre fueron constantes, y si bien el país itálico les atrajo en el siglo XVIII y principios del XIX, a partir de la segunda mitad de éste, fue Francia la que más les atrajo-, llegó a ser realmente famoso en su época. Y el hecho de que no se interesara tanto por los desnudos femeninos, también le ayudó a ser menos escandaloso que otros, como Leighton, por ejemplo. Aún así, y al contrario de éste, acabó siendo poco a poco olvidado al poco de su muerte, quizá incluso antes de ésta -a pesar de que fue un socio muy respetado de la Royal Academy, donde estudió-, y no fue siendo recuperado y reivindicado por nuevas generaciones. Posiblemente, la popularidad de los últimos años de la literatura fantástica, y posteriormente, del cine y del cómic del mismo género, también ayudó a su redescubrimiento entre gente joven, y no tan joven.

"Ofelia" (1910, una obra de su última etapa), se nos aparece como una mujer real, aunque quisiera representarla en una época muy probablemente medieval. Tal vez se pudiera encontrar una influencia de sus impresionistas franceses, que conocía bien.

"Mirando a la tempestad" (1916), donde la que parece ser una joven que observa extasiada al mar tragándose el navío -y con él, sin duda, también a su tripulación- bien podría ser una sirena responsable del desastre.

La vida privada de Waterhouse parecía más bien tranquila. Se casó en 1883 con Esther Kenworthy, y en 1891 conoció a la modelo Muriel Foster, que posó para no pocos de sus cuadros más célebres, aunque si hubo algo más entre ellos, tampoco queda nada claro. La sociedad Victoriana era muy puritana, y no poco hipócrita; la vida sexual dentro del matrimonio podía ser muy aburrida y abúlica, incluso cuando ambos miembros desearan lo contrario -el peso de la religión, la tradición, la opinión pública, una legislación restrictiva, nada invitaba a un disfrute sexual dentro de la pareja-, así que es posible que sólo hubiera una buena amistad, o un respeto mutuo, o tal vez no. Aunque esto, bien mirado, tampoco tendría que tener mayor importancia.
Fue, además, de los primeros pintores que tuvo un auténtico patrocinador, un mecenas que le compraba cuadros, Alexander Henderson, -es de suponer que, al menos algunos de ellos, a gusto de éste, pero es algo al fin y al cabo comprensible. "Quien paga, manda"-, lo que le ayudó a tener independencia económica, y con ella, también artística, para pintar, una vez realizados sus trabajos de encargo, lo que él quisiera.

                                                
En aquella época no eran raros los cuadros altos pero estrechos, que representaran, básicamente a una sola figura en pie -o dos, pero apareciendo una sobre otra-, como es el caso del la ninfa y el sático, o "Circe envidiosa" (1892).

   
"Circe ofreciendo su copa a Ulises". A pesar de que el Odiseo de los griegos -Ulises es su nombre romano, que es por el que es más conocido desde que decidieron "rebautizarlo"- es el protagonista indiscutible de "La Odisea", es la poderosa Circe, la que aquí tiene todo el protagonismo- a Odiseo, o Ulises, se le intuye en el espejo, a la derecha de éste-. La transparencia del vestido, sin duda, debió ser para el pintor algo bien difícil de representar, pero también, aún hoy en día, de lo que más llama la atención.

Entre sus obras más destacadas, "Sueño, y su hermanastra la Muerte" (1874), "La dama d Shalott" (1888), y "Ofelia" (1910), pero se podrían nombrar otras muchas, incluyendo las que, en su época, fueron menos conocidas, o reconocidas.

lunes, 19 de enero de 2015

Jacques Tardi ( y IV): El género negro, e incursiones en otros campos.

La cuarta y última entrada sobre el autor francés, sobre sus obras de temática negra, y más allá del dibujo.


Bien, después de muchos días, y sin saber si hacer o no una entrada sobre la matanza de los miembros del Charlie Hebdo -no sólo por el impacto en sí mismo, sino también porque en más de una ocasión hablé, aunque fuera de pasada, de dicho semanario satírico-, y los hechos subsiguientes, pues nunca he hablado de política o actualidad en el blog -no porque no tenga interés en la una  o la otra, sino que, al no haberlas tratado antes, no sabía bien sin hacerlo o no-, así que, por el momento, prefiero esperar un poco más, para ver los hechos en perspectiva, y no sólo hablar del atentado, sino de otros temas, en una entrada más larga.
Así pues, prefiero, por el momento, acabar con el bueno de Tardi, y más adelante, me dedicaré a otros temas.


El género negro policíaco, y el polar, o noir social.

Quizá, más que hablar de obras haciendo un listado puramente cronológico, mejor sería, hasta cierto punto, dividir las obras de género negro por los autores a los que Tardi ha adaptado, o que, directamente, colaboraron con él.
En primer lugar, habría que hablar de Nértor Burma, el detective de la policía -más tarde, detective privado, cansado de la sombra de "papa/padrastro Estado"- creado por Léo Malet, uno de los padres de la novela negra en francés. En este caso, como ya se ha dicho, Tardi adopta como protagonista de sus historias -que, si bien contó con la ayuda del "padre de la criatura" para recrear sus aventuras en papel y tinta, no dejó de tener siempre su propio punto de vista- a un policía. Y eso es ciertamente raro, pues él nunca ha tenido demasiado interés, ni apenas simpatía alguna, por nada que recuerde al Estado. Pero Burma más bien parece un hombre, de origen modesto y pasado anarquista, que está en la policía no porque realmente se sienta parte de ésta, sino como forma de conocer tanto como solucionar el mundo, aún sabiendo de que es imposible. Parece un tipo un tanto retraído, melancólico, y que está un poco a vuelta de todo. Sus historias parecen transcurrir entre los años 50 y 60, con la II Guerra Mundial todavía relativamente fresca -se hace referencia a la guerra en ocasiones, incluyendo el colaboracionismo con el ocupante alemán, algo que, hasta hace bien poco, era casi tabú en la sociedad y la historiografía francesas-, y, en un blanco, negro y gris impecables, nos retrata un París que fue y se fue, pero que es tan reconocible, que en no pocas ocasiones podrían usarse sus álbumes de Burma como guías de la capital francesa. Incluso, se pueden consultar planos en cada uno de ellos, donde se nos indican los puntos de la metrópoli donde ocurre tal o cual hecho de cada historia.

Hombre solitario, tal vez más necesitado de compañía de lo que él mismo es capaz de reconocer, Burma es de los personajes más cercanos, más humanos y realistas, de Tardi.

La primera aventura de Burma, quizá la más famosa, fue "Niebla en el puente de Tolbiac" (1982), donde se nos presenta el personaje -en general, son de las historias con más páginas que ha dibujado, así que resulta fácil introducirse en el mundo del circunspecto policía, y acabar conociéndolo como si fuera un hombre de carne y hueso-, y vemos el caso del asesinato de un policía, entremezclado con el pasado político del protagonista, y de que antiguos camaradas anarquistas acaban reapareciendo, aunque con una forma de vida que no parece demasiado revolucionaria. Y en medio, un amor imposible con una joven gitana con un pasado sórdido del que intentará escapar.

Una página de "Niebla en el puente de Tolbiac", donde el rostro de Burma quizá no está todavía bien definido.

Tras él, transformado ya Burma en otro de sus personajes más famosos, junto a Adèle Blanc-Sec, vendrían "Calle de la Estación, 120" (1988), casi doscientas páginas -de ahí, también, el que tardara seis años en ver la luz, aunque por en medio hubiera otros trabajos- donde se hace referencia a la guerra, a los campos de prisioneros, refugiados, colaboracionistas, y cómo, no tantos años después, la sociedad francesa, y en particular la parisina, intenta hacer tabla rasa olvidando el pasado, o reescribiéndolo a su gusto. Burma no está precisamente de acuerdo en ello, y la existencia de un hombre que grita su nombre al morir cuando iba a saludarle, hará que acabe desenterrando un pasado oscuro, para individuos, y para la sociedad en general. Aunque Malet era crítico de ésta, algunos lo consideran una especie de "anarquista de derechas" -realmente, parece que él mismo se llegó a definir así-, como si fuera un personaje que no tiene problema en criticar lo que no le gusta, pero tal vez quedándose un tanto en la superficie. Tardi, en cambió, utiliza al policía, hombre íntegro que no tiene intereses económicos o materiales, y por tanto prácticamente incorruptible, pues tampoco es que fuera una persona que se asustara con facilidad, para sacar a la luz lo que muchos compatriotas no quería ver: que durante la Guerra Mundial, Francia no fue, solamente, un "país de resistentes".

Como todo personaje de cómic con amplio seguimiento, Néstor Burma tiene también su merchandising. En este caso, un coche de la época, con acompañante femenina -y pipa- incluidas.

Tras él, "Una resaca de cuidado" (1990), donde Malet, hombre solo y solitario, acaba, como dice el título, con una buena resaca después de una noche de borrachera, mientras tiene que hacerse cargo de un caso que no sólo le llevará exactamente al mismo lugar donde acabara abusando de la botella, sino que, incluso, podría ser el principal sospechoso de un crimen.

El París de los 50, retratado de forma casi fotográfica.

En "Reyerta en la feria" (1996), Burma, con su pipa y su gabán, es ya un viejo conocido que, siguiendo en una feria a una morena de buen ver, acaba metido en un lío que incluye a un personaje que intenta lanzarlo al vacía desde una montaña rusa, pero que acaba siendo él el que besa el suelo de golpe -y, evidentemente, muere-. Y como Burma es detective -no simple policía de paisano-, y aunque trabaje para el Estado, es curioso tanto como profesional, decide investiga, pues esa muerte, no la del matón, sino la que podría haber sido la suya, no es la primera en esa feria. Y así, el París de los 50 acaba siendo un personaje de la misma envergadura e importancia, sino más, que el mismo detective.
La última historia de Burma realizada por Tardi -hay otras, pero con otros dibujantes, incluso en color, y aunque no dejan de ser obras recomendables, no son lo mismo-, es "¿Huele a muerto o qué?" (2000), quizá la obra con más carga humorística, y el caso más extraño, en el particular mundo de la farándula. Como parece que Tardi decidió abandonar el personaje -aunque nunca se puede saber con certeza, si volverá a él-, la editorial Castelman decidió seguir con él con otros dibujantes, como Moynot y Barral, tanto en blanco y negro como en color. Que yo sepa, no se han traducido estas nuevas aventuras al castellano, pero en Francia han gozado de bastante éxito, y quién sepa francés y pueda viajar al país vecino -o quiera hacer compras por correo al extranjero-, lo pasará realmente bien con los nuevos autores, si, previamente, intenta no recordar demasiado a Tardi.

"¿Huele a muerto o qué?". La última obra de Malet dibujada por Tardi.

Portadas de dos álbumes de las aventuras de Néstor Burma, de Moynot y Barral. Como se ve enseguida, "su" Burma no es muy distinto al dibujado por Tardi.

En segundo lugar, habría que hablar de sus colaboraciones con Jean-Patrick Manchette. Se trataría de un autor de novela negra más actual, con quién Tardi ha tenido contacto directo durante años, y con quién se ha entendido siempre a la perfección. Se trata de unos relatos más sucios, más violentos y sin concesiones, donde se retrata no la ciudad, sino la sociedad, y que, en un futuro, podría volver a dar sus frutos. La primeva vez que trabajarían juntos sería para adaptar al cómic uno de los personajes más antiguos de Manchette -y única ocasión en que sería guionista de cómic-: sería "Griffu", un detective privado -este sí- que decide ayudar a un periodista principiante en el oficio, en la búsqueda de unos misteriosos archivos que podrían involucrar a políticos, policías y grandes empresarios, y que, traerán al atribulado protagonista todo tipo de peligros y golpes -porque, sin duda, Griffu es de los personajes de Tardi que más golpes, y no sólo metafóricos, acaba recibiendo-, lo que, en absoluto, le harán desistir de encontrar la verdad. 

Griffu
La primera obra "negra", de Tardi. El personaje tal vez nos parezca un pobre tipo, pero acabará siendo de lo poco salvable del mundo que el autor representa.

Tras él, vendría "Balada de la Costa Oeste" (2005), o la historia de un joven que consideraríamos "normal", cuando se pierde por un barrio del extrarradio francés -las famosas banlieues- donde la huida no siempre es suficiente, y en ocasiones, también hay que matar para evitar que te maten.

"Balada de la Costa Oeste", o "¿dónde me he metido yo?". Tiros y sangre.

En 2011, aparece "La loca del laberinto", donde otra historia cuanto menos extraña, la de un millonario que contrata a una mujer casi recién salida de una institución psiquiátrica para que cuide de su sobrino, y que tendrá que vérselas, junto al niño que debe cuidad y proteger, con un intento de secuestro para pedir rescate por él. Más o menos por esa época, adaptaría "Cuerpo a tierra", de una obra que Manchette acababa de escribir, y donde, como explicaron ambos autores, no había más que mala gente, y una enorme cantidad de muertos. Más que negro, género negrísimo.

El "modus operandi" de uno de los protagonistas de "Cuerpo a tierra", donde nadie sale indemne de la orgía de muertes que se suceden.

Otras obras noir serían:

 "El secreto del estrangulador" (2006), basada en la novela de Pierre Siniac, en la que se asiste a una serie de asesinatos, donde un misterioso homicida obliga a un joven a participar en ellos -aunque sea como espectador-, y donde la hipnosis tiene una importancia considerable. Quizá la más surrealista de sus obras policíacas, y con un desenlace cuanto menos curioso.

En ocasiones, la historia de "El misterio del estrangulador" parece un juego entre el autor y el lector.

"Juegos para morir" (1992), sobre una novela de Geo-Charles Veran -que escribió nada menos que en 1950, de ahí que los jóvenes de los barrios bajos sean franceses "autóctonos", y que fue, curiosamente, la única del autor, a pesar de los premios y buenas críticas que consiguió con ella-, donde es precisamente eso, la forma en que un grupo -no llegaría ni a banda- de jóvenes de un barrio marginal, sin más futuro que el de morir o malvivir, deciden dar su primer gran golpe: robar joyas en casa de una anciana, tras haberla asesinado. Pero, el entrar en el mundo del crimen, a Veran, y a Tardi, se les antoja relativamente fácil, pero mucho más difícil el escapar, o el salir indemne de él-. Es España, no se publicó  hasta veinte años después que en Francia. Quizá, por considerarse una obra "menor", o porque sus "obras negras" han tenido una acogida más modesta. Y las ventas, son las ventas.

Viñeta de 'Juegos para morir', de Geo-Charles Veran y Tardi
Los aprendices de criminales, tras su víctima indefensa.

Y realmente, "La última guerra" (2011) debería, tal vez, ser incluida en esta lista. Pero prefería añadirla en la dedicada a los cómics de la I Guerra Mundial, pues, en realidad, el oscuro retrato de la posguerra, en los años 20, no deja de ser una especie de epílogo de la gran carnicería de hace un siglo.


Entrando en otras actividades. Ilustración, guión y novela.

Aunque sea de forma resumida, no estaría de más hablar de algunas otras actividades profesionales en las que ha trabajado Tardi.
En primer lugar, resulta curioso que, siendo sobretodo dibujante, haya sido también guionista, confiando el dibujo a otro autor. En parte, es por la falta de tiempo -los encargos e ideas propias se le amontonan-, pero también por considerar que, según que historias, necesitarían un autor distinto para ser plasmadas en papel. Es el caso de "El viaje de Alphonse" (2003), que contó con dibujo de Antoine Leconte, y creado más para un público infantil-adolescente que adulto. En este caso, narra la historia de dos hermanos que son enviados por su tío desde una Tierra agonizante por la contaminación, al espacio más allá del Sistema Solar, en busca de nuevos mundos para la humanidad.

"Los viajes de Alphonse" fueron la oportunidad de Tardi para dirigirse al público infantil. Pero su estilo no es, precisamente, muy atractivo para los niños, así que no dudó en contar con un ilustrador con un dibujo completamente distinto al suyo, como es Antoine Leconte.

Ha ilustrado varios libros, sobretodo del escritor francés Louis-Ferdinand Céline, como "Viaje al final de la noche" (1988; libro que le inspiraría a la hora de dibujar la Gran Guerra, donde Céline luchó), "Casse-pipe" (1989) o "Muerte a crédito" (1991), todas con la editorial Futurópolis. También sería ilustrador de obras más "populares", como algunas novelas de Jules Verne.

Una de las siniestras ilustraciones para "Viaje al final de la noche". La guerra, la muerte, el patriotismo manchado de sangre, forman parte de la obra de Céline, pero también de Tardi. Ambos, pues, se complementan.

También escribió una novela: "Rue de rebuts", donde es, como no, autor de la portada e ilustraciones interiores. Poco conocida, es la historia de un París posterior a la Gran Guerra -como no-, en lo que más adelante serían conocidos como "los suburbios", pero en aquella época, todavía no había una unión física total con la París de las luces.

  

    Tardi
La portada y una ilustración de la novela. "Calle de la chatarra, o desperdicios", se podría traducir.

Y hasta aquí, las entradas dedicadas a Jacques Tardi, más de lo que imaginé. Aunque, muy probablemente, no sólo me he dejado mucho que decir, sino que, en poco tiempo, habrá nuevos trabajos suyos en el mercado.

Books - Tardi, Jacques - Quand Paris dansait avec Marianne
Y por último, otro ejemplo de ilustración, de una obra histórica de Burollet: "Cuando París bailó con Marianne" sobre, como se puede ver, la Revolución Francesa, y el nacimiento de la mítica -y mitificada- I República.


Otro ejemplo de trabajo de ilustración: el cartel para la obra de teatro "Sodoma y Virginia", de Daniel Prevost.

martes, 6 de enero de 2015

El Ser del Milenio, y la entrada número cien.

Después de haber llegado a las diez mil visitas, se cumple el segundo reto: haber escrito cien entradas.


Bien, aún no teniendo todo el tiempo -ni la energía, también hay que decirlo- que quisiera para dedicárselo al blog, he llegado, contra propio pronóstico, no sólo a las diez mil visitas -ahora ronda más o menos las doce mil quinientas- sino también a las cien entradas, aunque algunas de ellas sean, la verdad, un poco de relleno, pero siempre intentando exponer o hablar de cosas que, por una u otra razón, me gustan o interesan. Y haciendo juegos con los múltiplos de diez, después del diez mil y del cien, se puede hablar también, aunque sea por alargar un poco más esta entrada, del mil. 
¿Y por qué el mil? Porque mil años son un milenio, y eso viene a cuento a la hora de escribir, aunque sea de pasada, del llamado Ser del Milenio, una figura creada hace un año por la compañía teatral La fura dels Baus -la más alternativa y salvaje, pero también de las más originales e imaginativas que puedan encontrarse- para celebrar, precisamente, la llegada del nuevo milenio en el año 2000, en la Plaza de Catalunya de Barcelona. Volvería a ser exhibida durante el fin de año del aparentemente ya lejano 2013, y que volverá a Barcelona para despedir el 2014, y recibir el año nuevo, ante las fuentes de la montaña de Montjuïc -el año pasado, fue en la Avenida María Cristina. Si esta figura se puede considerar una estatua en movimiento -movimiento provocado por los miembros de la compañía que desde su interior lo guiaban y controlaban-, o una enorme marioneta, o si es o no teatro, es un tanto difícil de discernir, así que se podría considerar que es simplemente "arte en movimiento" en el sentido literal del término. Quizá tenga que pensar en ello el día que sepa y me anime a poner etiquetas a las entradas, para tenerlas más ordenadas -y así las encuentren los lectores del blog-, aunque bien mirado, eso quizá tendría que haberlo hecho bastante antes, cuando éstas no eran un centenar, sino sólo unas pocas.

El espectáculo en su clímax, con el corazón a la vista, en el fin de año del 2014.

El ser visto desde dentro, "nutriéndose", cobrando vida, gracias a la colaboración de los castellers y los actores de la compañía, juntos, formando la carne y el músculo del gigante, formado en su principio solamente por una gran estructura metálica, su esqueleto.

De quince metros de altura, los castellers de Sants -un barrio de Barcelona, que junto a la montaña y otros pequeños sectores forma el distrito de Sants-Montjuïc, el más occidental de la ciudad- formaron un castillo humano hasta la altura del corazón de la criatura, que de forma simbólica, empezó a latir, mientras el público era invitado a acompañar los sincopados latidos del hombre-máquina con sus móviles. Pero para hacerse una idea de lo que era el espectáculo -que, imagino, volverá a repetirse, si bien de forma un tanto distinta, contando siempre con el protagonista principal-, mejor colgar aquí algunas fotos del evento.

La colocación del gigante metálico, poco antes del fin de año del 2013, la primera vez que "actuó" ante el público barcelonés.

El proceso de montaje.

Una fantástica imagen -un tanto retocada informáticamente, pero que da idea de la realidad- de cómo fue la primera fiesta con el Ser, en el fin de año de 2013.

Bueno, pues después de nada menos que cuatro entradas en seis días -aunque haya un poco de trampa: la entrada de Tardi la tenía ya más de media desde diciembre-, me despido hasta que pueda, como mínimo, acabar con la serie dedicada al autor francés, y finalizar la serie de los prerrafaelitas, a los que, quizá, se añadan uno o dos autores que no pertenecen exactamente a dicha corriente -en realidad, algunos de los que en teoría forman parte de ella, lo harían de una forma un tanto discutible, o por los pelos-, y ya se verá que más.

lunes, 5 de enero de 2015

Los prerrafaelitas (VIII): William Clarke Wontner: bastante más que retratar modelos británicas con atuendos orientales.

Experto en retratar mujeres hermosas que invitaran a viajar a un Oriente más mítico que real, en su época o en un legendario pasado.


Orientalismo en la Inglaterra imperial.

William Clarke Wontner (1857-1930; fue, por tanto, de los prerrafaelitas que vivió hasta una época más reciente, cuando su estilo ya hacía tiempo que era considerado desfasado y parcialmente olvidado) que no siempre es considerado como parte íntegra del movimiento. Para algunos críticos, más que un prerrafaelita propiamente dicho -no tenía, lo que se dice, una atracción demasiado fuerte hacia los pintores medievales o renacentistas anteriores a Rafael, de ahí el nombre de sus correligionarios-, pues aparte de su atracción por el estilo romántico de franceses y alemanes -ya en su época, finales del siglo XIX, considerados de otra época, a pesar de sus no pocos seguidores y admiradores-, siempre fue un artista de estilo académico. Principalmente, porque como clásico, aparte de bodegones y retratos de la campiña británica -o de donde quisiera ser el pintor en particular- optó por el retrato de segundo plano. O sea, de medio cuerpo -en contraposición al primer plano, en que básicamente se retrata el rostro, la cabeza; o el tercer plano, o de cuerpo entero-.

Un retrato realizado por Henry Myers, a una edad ya madura.

Wontner era hijo de William Hoff Wontner, arquitecto y diseñador, que nunca vio con malos ojos, más bien al contrario, que su vástago se dedicara al arte. Pero al menos, debió pensar el buen hombre, que lo haga en serio, y no sólo por pasar el rato. Él lo puso bajo la tutela del también pintor John William Godward (1861-1922, y que merecería una entrada propia, a pesar de haber sido casi totalmente olvidado), que no era, curiosamente, mayor que él, y del que acabaría siendo buen amigo, y que ya contaba con cierta fama como representante de un estilo llamado "greco-romano", o neo-clásico, del que también formaría parte, por derecho y lógica, Alma-Tadema. Si bien el término neo-clásico quizá no sea del todo exacto, pues ninguno de los tres deseaba, realmente, imitar la pintura de griegos o romanos antiguos, entre otras cosas, porque se conocía -y se sigue conociendo- bien poco de ella, sino más bien, retratar personajes, situaciones o hechos históricos ambientados en la Antigüedad, y no siempre de contenido mitológico, sino con hombres y mujeres reales, aunque fuera, en muchas ocasiones, de una forma idealizada, embellecida, y un tanto fantasiosa -eliminando, en no pocas ocasiones, lo más desagradable o terrible de aquella época, transformada por ellos en una especie de "edad de oro" perdida para siempre. En realidad, más bien se podría dudar si abrieron el movimiento prerrafaelita a nuevos motivos, ideas, personajes o épocas históricas, o bien fueron una especie de "parientes" suyos, cercanos pero diferenciables.

Safie, 1900 | William Clarke Wontner| Painting Reproduction
"Safie" (1900), o un intento de representar una belleza de Oriente -el Imperio Otomano, tal vez-. El hecho de que sea tan clara de piel también podría deberse a los orígenes georgianos o circasianos de muchas mujeres de aquella tierra, desde esclavas, hasta habitantes del harén del sultán de turno.

The Purple Scarf, 1913 | William Clarke Wontner| Painting Reproduction
"El pañuelo -o chal- de púrpura" (1913). Un retrato de mujer romana, se supone que de buena familia, pues el púrpura no era color de tela que se pudiera permitir mucha gente. Durante el Imperio Bizantino, incluso, sólo podía llevarlo la familia imperial.

Respecto a su estilo, en seguida se comprueba que gran parte de sus obras, como ya se ha indicado, eran jóvenes de belleza lánguida, delicada, con vestidos y atavíos orientales, pero que, claramente, respondían al físico de mujeres occidentales, británicas, para ser más exactos, y difícilmente podían pasar por persas, turcas, armenias, árabes o circasianas, por mucho que se vistieran o peinaran como ellas, y tuvieran como telón de fondo paisajes exóticos, sedas y mármoles de supuestos palacios otomanos o persas. Aún así, la idea de que una mujer europea no sólo no tuviera ningún problema, sino que deseara vestirse y dejarse representar con una moda -para los occidentales; para los orientales, en no pocas ocasiones, era la ropa que llevaban desde hacía siglos; en caso, claro está, de que realmente vistieran así- de culturas orientales, que para muchos británicos y europeos de la época, que década tras década iban conquistando y explorando el mundo entero, pero que no habían reparado en la diversidad cultural del mundo que tenían literalmente a sus pies, era una novedad. El orientalismo, realmente, no era invento sólo, ni mucho menos, de los prerrafaelitas o los neo-clásicos -en realidad, más bien serían los pintores que sí habían visitado países de culturas distintas, que habían conocido a los habitantes de aquellas tierras, y los habían representado lo más fielmente que habían podido. Aquí se habló anteriormente de dos auténticos orientalistas, ambos catalanes y reusenses en particular: Fortuny y Tapiró. Ellos no viajaron a Persia, sólo a Marruecos, pero sí pintaron lo que vieron, aunque fuera a su manera-, pero sí supieron beber de él, dejarse influir,  y también aportar su visión. Como en otros contemporáneos suyos, y teniendo en cuenta que él era más clásico y menos rupturista que los prerrafaelitas más auténticos, no tuvo problema en formar parte y ser exhibido en la Royal Academy, desde 1879, y en la Sociedad de Artistas Británicos.

The Jade Necklace, 1908 | William Clarke Wontner| Painting Reproduction
"El collar de jade" (1908). Éste sí es un ejemplo claro de mujer occidental fascinada por una moda influida por los países orientales, aunque no correspondiera exactamente con la realidad.

William Clarke Wontner. La tañedora de saz. 1903
"La chica bailarina" -"The dancing girl"-, quizá su obra más conocida: la joven artista oriental, sensual y exótica, cercana pero inalcanzable.

También pintó, aunque mucho menos, algunas figuras -también femeninas, pero normalmente de cuerpo entero- que sí querían representar a mujeres de antaño -egipcias, hebreas, griegas...- que aparentaran un aspecto más oriental, más realista, pero aunque no fueran rubias o pelirrojas anglosajonas o celtas de piel clara, en ocasiones cuesta un poco imaginarlas como habitantes de la Antigüedad de aquellas tierras tan exóticas para él.
Respecto a su vida familiar, fue bien tranquila. Casado desde 1894 -un poco mayor para la época- con Jessie Marguerite Keene, no tuvo hijos, aunque su vida marital no destacó por problemas o altibajos. Y al contrario de lo que podría pensarse, su atracción por Oriente -o por sus mujeres, o por cómo las imaginaba él- no le animó a viajar fuera de Europa.

an eastern beauty by william clarke wontner
"Una belleza oriental", o uno de sus muchos retratos femeninos, aunque aquí, más que una elegante señora con exóticos ropajes, aparece una mayor verosimilitud -aunque la modelo, que me resulta desconocida, probablemente fuera tan británica como las demás-.

viernes, 2 de enero de 2015

Este año 2015 que comenzamos...

En la saga "Regreso al futuro", el protagonista Marty Mc Fly podía viajar a un futuro cercano, donde se encontraba con no pocos inventos que, en ocasiones, podían parecer una locura, y en otras, más que plausibles. Teniendo en cuenta que es, precisamente, al año 2015 donde éste viaja, cabe preguntarse, de todas las novedades teconológicas con las que se encuentra, cuales existen ya, las que podrían llegar en un futuro cercano y las que, todavía, forman parte de la ciencia-ficción.


Pues eso: ¡2015, estamos listos!

Jacques Tardi (III): los géneros y las temáticas que más han marcado al autor. La Gran Guerra.

En esta penúltima entrada, dos de las grandes aficiones, y obsesiones, de Tardi: la Primera Guerra Mundial. La próxima: el género negro.


Por fin, teniendo en cuenta lo que me ha costado llegar aquí debido a la falta de tiempo, llega la tercera entrega sobre el mundo -o los mundos- de Tardi. Si en la primera parte se hablaba del autor como personaje, y se comentaban trabajos primerizos, poco conocidos, o independientes del resto de su obra, y en el segundo se trataba sobre sus incursiones en el folletín, sea en forma fantasiosa y más o menos festiva -Brindavoine, Adèle Blanc-Sec...-, o histórica y dramática -"El grito del pueblo"-, en el tercero se comentará su particular, y bien conocida para los seguidores del cómic europeo, de la Gran Guerra, o sea, de la I Guerra Mundial, cuyo centenario de su comienzo se recuerda -más que celebra, porque no hay nada que celebrar- este 2014, amén de una última obra en la que trata, por primera vez, la II, aunque sea de una forma muy particular. Eso, y sus trabajos en el que tal vez sea su género menos conocido, aunque para él, por lo que parece, sea, paradójicamente, su preferido: el género negro, o noir, como se le llama en la Europa francófona. Y eso incluye el sub-genero del polar, que sería algo así como el noir más realista, crudo y, en no pocas ocasiones, también social y casi antropológico. De todas formas, debido a la variedad de sus trabajos, mejor dejar el noir para más adelante.


La I Guerra Mundial. O nuevas formas de retratar el horror, y dejar de lado de una vez las visiones patrioteras y simplistas de la historia.

Tardi, como todo francés de más de tres generaciones, tiene relación directa con las Primera Guerra Mundial, como también con la Segunda, debido, simplemente a que miembros de su familia lucharon, y en ocasiones -demasiadas ocasiones- murieron en alguna de ellas. O en ambas, que no sería tan raro. En su caso, el interés -más bien una oscura fascinación- por el primer conflicto realmente mundial  -aunque hubiera otros que pudieran ser considerados también como tales, como la Guerra de los Siete Años, aunque aquí no vamos a entrar en ello- viene por su abuelo, un corso que, al poco de llegar a la Francia continental huyendo de la miseria de una isla demasiado parecida a Sicilia -por su subdesarrollo e incultura, pero también por la existencia de una oligarquía terrateniente que convivía con la delincuencia organizada, cuando no eran, directamente, la misma cosa-, se vio formando parte del ejército francés, pues el país acababa de entrar en guerra con los Imperios Centrales, o más bien, con la vecina Alemania. Por lo visto, el buen hombre quedó tan marcado por aquella sangría, que apenas contó nada a su familia, excepto a su esposa. Y fue ella, la abuela de Tardi, la que le fue contando a su nieto, poco a poco, y durante un espacio de muchos años, lo que casi a escondidas le fue confesando a ella su marido: la matanza inacabable, el hambre, las enfermedades, la mugre, las ratas y piojos, los despojos humanos que jalonaban la llamada Tierra de Nadie... y de ahí que, en determinado momento, Tardi deseara plasmar en dibujo -y a ser posible, con guión de él mismo- lo que no fue -al menos, no sólo- un conflicto ya casi legendario, lleno de batallas gloriosas y hazañas tan heroicas como, en teoría, poco sangrientas -excepto para el enemigo alemán, claro-.


Una de las crudas imágenes de "La guerra de las trincheras".

El autor intentará retratar, aunque sea de una forma un tanto secundaria -o no- dicho conflicto en la revista que le permitió trabajar durante años: Pilote. Pero como era de imaginar, una publicación que se debía, en principio, a un público infantil o, como mucho, juvenil, no deseaba relatos de matanzas y cadáveres, razón por la cual, entre otras cosas, "La flor y el fusil" duró tan poco -apenas las diez páginas de las que ya se ha hablado, que se publican junto a "Adios Brindavoine". Así que esperó a que una revista de cómic adulto, rupturista, incómodo, como era À Suivre, donde pudo publicar su primer relato inspirado, directamente, en la Gran Guerra, y para ser más exacto, en un hecho real: el fusilamiento de varios soldados franceses después de un conato de insurrección -bastante grande, por cierto, y que amenazaba con extenderse por todo el frente-, hartos de las matanzas masivas durante la batalla del Somme. Aquel hecho fue silenciado a la opinión pública durante generaciones, no importaba quién gobernase el país, y fue razón de sobra para que la película de Kubrick "Senderos de gloria", que precisamente hablaba de él, estuviera prohibida en los cines franceses durante décadas. Es en esa película, y en el silencio cómplice de las autoridades francesas -y de gran parte de sus historiadores, medios de comunicación y, al fin y al cabo, también del pueblo- lo que muy probablemente animó a Tardi, hombre anarquista más por enfrentarse al poder establecido, que por defender una ideología más o menos clara, a dibujar "Un episodio banal de la guerra de las trincheras" (1974), que finalmente fue publicada por el diario Libération en su semanario.
A partir de ahí, vendrían, básicamente, cuatro obras más sobre dicha temática, a la que se añadiría indirectamente una quinta.

Tardi tuvo que buscar nuevas formas de plasmar el horror del conflicto bélico en "La guerra de las trincheras".

La primera sería "La guerra de las trincheras" (1993), donde contaría, como en obras posteriores, con la ayuda inestimable del historiador Jean-Pierre Verney, que le ayudó a conseguir un realismo extraordinario, incluso en detalles nimios como armas, edificios públicos de las distintas poblaciones que son retratadas en sus historias, galones, medallas, etc. Publicada en À Suivre, aquí vemos un retrato casi de realismo periodístico, donde los distintos personajes, que apenas son un nombre, y que no nos son representados como personas con un carácter o sentimientos determinados -tal vez, para no caer en la trampa de que tal o cual nos caiga mejor o peor, y verlos a todos como ganado humano, pero también pensante, aunque eso no les salve de ir hacia el matadero-, nos explican y enseñan, literalmente -en ocasiones, hasta parecen "hablar a la cámara", al público- qué es lo que hacen, aunque en no pocas ocasiones entiendan el por qué. El autor no ahorra nada al neófito que desea conocer la guerra de sus abuelos o bisabuelos a través de sus páginas: en esas viñetas de gran tamaño, en blanco, negro y gris, vemos soldados destripados, desintegrándose, literalmente, ante nuestros ojos; gente sufriendo, herida, mutilada, destrozada física y psicológicamente, mientras sus oficiales, que también parecen explicar -y explicarse- qué es lo que sucede, no parecen tener mayor interés que cumplir órdenes y ganar ascensos. La patria, el honor militar, la religión, todo es pasado por la apisonadora del que está cansado de cuentos patrióticos, y que ha decidido explicar las cosas como son, cueste a quién cueste. La obra completa tardó mucho en publicarse, pues si bien empezó a publicarse en la revista en los setenta -con la historia de Libération incluída-, el autor no la acabaría hasta años después, debido a una especie de falta de ideas, y al hecho de que continuara con otras obras que le inspiraron o interesaron más -Adèle y compañía-.

El patriotismo ramplón, intocable desde los libros de texto de primaria, aplastado por un mar de muertos.

Una segunda obra, más corta, en blanco y negro, y que cuenta una historia de un soldado en particular, sería "El soldado Varlot" (1999). Varlot sería un pobre tipo que, tras la muerte de un compañero que acababa de suicidarse -lo que significaba que su viuda no podría, por deshonor de su pareja, cobrar paga alguna, de ahí que Varlot, antes del ataque enemigo, decidiera machacarle el cráneo, para que pareciera que le habían disparado un pequeño obús, y no poder notar el disparo de bala en la mandíbula-, decide enviar una carta a la novia del muerto. Y descubrirá que dicha novia, que no podía quedarse sin paga porque así lo habría deseado el caído, era una prostituta que se gana la vida -y bastante bien, por lo visto- en el otro lado del frente, acostándose con soldados alemanes, y a donde Varlot llega -y vuelve- casi de milagro para, finalmente, acabar sufriendo otro de los inacabables ataques del enemigo. Fue un álbum más corto -no se le incluiría en lo que luego se llamaría novela gráfica-, pero sí una continuación de la temática de Gran Guerra, que Tardi nunca olvidó del todo, como se verá.
Una escena de "El soldado Varlot" (1999), donde se refleja bien el fusilamiento de desertores y rebeldes. El Estado no duda en ser también ejecutor, cuando los ciudadanos se niegan a dejar de serlo, para transformarse en reses de camino al matadero.

La tercera, aparte de "Le trou d'obus"; que es una historia corta a color, con grandes viñetas y que se presentó casi como un experimento -parte de las láminas son una especie de recortable de personajes, armas y objetos varios-, sería "La última guerra" (1997). Aquí, contaría con la inestimable ayuda de Didier Daeninckx -uno de los apellidos más impronunciables con los que me encontrado nunca-, autor del que se denomina Polar rojo, que sería la novela policíaca con claras connotaciones políticas de izquierda. Este Varlot, claro está, sería el que un par de años después protagonizaría "El soldado Varlot", así que, tras leer esta última obra, sabremos que sobrevivirá a la guerra. Porque de la guerra hablará esta obra, pero en un sentido distinto al resto. Aquí, el conflicto ha acabado, pero el país está arruinado, no hay familia con al menos un muerto entre ellos, los ricos se han hecho todavía más ricos, y los mutilados y heridos apenas pueden hacer otra cosa que vivir de pensiones ridículas, pedir limosna, o dar pena, cuando no están ocultos para la mayoría de la sociedad -que después de tanta sangre, ya no quiere saber más sobre una realidad demasiado cruel para ser admitida- en hospitales o sanatorios. Allá, Varlot -detective, o algo parecido- tendrá el trabajo de descubrir quién está chantajeando a un coronel, supuesto héroe de las trincheras, y que, con toda seguridad, no es trigo limpio, como no lo son ninguno de los patriotas de pacotilla que tan orgullosos están de una victoria en la que poco participaron. No es, pues, un relato de batallas, pero la guerra está más presente que nunca, porque recuerda que, una vez que callan los cañones, las ruinas permaneces. Y muchas de ellas son ruinas humanas, que nunca más podrán reconstruirse. Y menos, cuando nadie se acuerda de ellas.
La portada en español de "La última guerra" (1997), donde el género negro se entremezcla con la denuncia social  de una posguerra olvidada.

Y por último "¡Puta guerra!" (2010). Está claro que, con ese nombre, lo que describe con toda su crudeza, y sin cortarse un pelo, es la guerra de principio a fin. Desde su inicio, en 1914, hasta la inmediata posguerra, en 1919. En este caso, aunque también contará con viñetas grandes y detalladas, donde se necesita tiempo para analizar todo lo que vemos, la obra será en color. Un color en principio vivo, como los ridículos uniformes franceses del principio de la guerra, rojos y azules, tan fáciles de distinguir en la lejanía -los alemanes pudieron matar a decenas de miles de enemigos de esa forma, haciendo un auténtico tiro al blanco con aquellos soldados tan vistosos-, y tan poco preparados para el invierno que se avecinaba, pues los jefes militares y líderes políticos pensaban que aquello duraría, a lo sumo, unos pocos meses, y que por Navidad, todos en casa. Pero poco a poco, el color se vuelve más apagado, y el gris predomina. Se nos cuenta año tras año todas las batallas y cambios -o no cambios, más bien- en el frente, y los alemanes, aquí sí, tienen un mayor protagonismo, aunque poco sabemos de lo que sucede más allá del Frente Occidental, donde se enfrentan franceses y germanos, pues los británicos -entre otros- apenas tienen protagonismo. Es, en resumen, una obra de gran extensión, variada y vibrante, que contó con una importante ayuda, aquí también, de Verney, y que cuenta con una versión con un DVD documental, para conocer todavía más a fondo, con imágenes reales, que fue todo aquello que, cien años después de su comienzo, hoy en día aparece a los ojos de los actuales europeos como algo de otro mundo, transcurrido es tiempos pasados, como si hubieran pasado siglos y siglos.

Una imagen de "¡Puta guerra!" (2010), donde los brillantes colores no ocultan la realidad de la sangría sin fin.

Otra escena, donde se ve la ridiculez del colorido y anacrónico uniforme de los soldados franceses en los primeros días de la guerra.

Por último, hablar de "Yo, René Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB" (2013), que podría tener una continuación. Aquí, no es la Primera, sino la Segunda Guerra Mundial la protagonista. O más bien, el espacio temporal en que transcurre la historia. Historia que será la del padre del propio autor, que al poco de presentarse voluntario cae prisionero -realmente, el ejército francés fue literalmente barrido en cuestión de pocas semanas por el alemán-, y es recluido en un Stalag, que es como se llamaba a los campos de prisioneros militares de la Alemania nazi, que si bien nunca fueron tan terribles como los campos de concentración de supuestos "enemigos del régimen", y aún peor, de los campos de exterminio, donde se asesinaron a millones de personas por ser "racialmente inferiores" o degenerados -judíos, gitanos, homosexuales...-, tampoco es que fueran un parque de atracciones que digamos. René explicará a su hijo, al Tardi autor de cómic, que fue lo que pasó en el campo, lo que hizo antes de caer prisionero, lo que vio allá... cierto que, en ocasiones puede resultar un tanto extraño ver que, al tiempo que conocemos la experiencia del Tardi prisionero, y sus penalidades y la de sus compañeros en su cautiverio, también vemos, junto a él, al Tardi hijo, que parecería una especie de fantasma o aparecido, que no para de preguntar -de forma lógica, pero tal vez también excesiva- qué es lo que estaba sucediendo en ese momento.


Una imagen de "Yo, René Tardi...", donde el autor viaja, por primera vez, a la II Guerra Mundial.

En resumidas cuentas, tras toda esta obra sobre la primera gran matanza del "civilizado" siglo XX. Tardi, en dicho campo, se ha transformado en un autor casi intocable, un tótem inamovible. Lo que, teniendo en cuenta su carácter, no es algo que le resulte demasiado cómodo. Aún así, y a pesar de que su arte pueda haber tapado a otras obras sobre el mismo tema, tanto de autores europeos como americanos, e incluso japoneses, y con visiones bien distintas -steampunk incluído-, para cualquier lector interesado por el cómic europeo adulto, y por el histórico en particular, es algo casi obligatorio. Y digo casi, porque en cuestión de arte y cultura, aunque pueda haber mucho recomendable, no debería existir la obligación de que a cada cual le guste o no lo que le plazca.


Otra imagen de la obra, con el padre del autor contándole a su hijo -aquí, adolescente, aunque él no había nacido todavía- lo que realmente sucedió en aquellos años de la Guerra Mundial, que con toda seguridad, y al igual que su padre con la  Primera, poco comentó delante de su hijo.