Jacques Tardi (III): los géneros y las temáticas que más han marcado al autor. La Gran Guerra.
En esta penúltima entrada, dos de las grandes aficiones, y obsesiones, de Tardi: la Primera Guerra Mundial. La próxima: el género negro.
Por fin, teniendo en cuenta lo que me ha costado llegar aquí debido a la falta de tiempo, llega la tercera entrega sobre el mundo -o los mundos- de Tardi. Si en la primera parte se hablaba del autor como personaje, y se comentaban trabajos primerizos, poco conocidos, o independientes del resto de su obra, y en el segundo se trataba sobre sus incursiones en el folletín, sea en forma fantasiosa y más o menos festiva -Brindavoine, Adèle Blanc-Sec...-, o histórica y dramática -"El grito del pueblo"-, en el tercero se comentará su particular, y bien conocida para los seguidores del cómic europeo, de la Gran Guerra, o sea, de la I Guerra Mundial, cuyo centenario de su comienzo se recuerda -más que celebra, porque no hay nada que celebrar- este 2014, amén de una última obra en la que trata, por primera vez, la II, aunque sea de una forma muy particular. Eso, y sus trabajos en el que tal vez sea su género menos conocido, aunque para él, por lo que parece, sea, paradójicamente, su preferido: el género negro, o noir, como se le llama en la Europa francófona. Y eso incluye el sub-genero del polar, que sería algo así como el noir más realista, crudo y, en no pocas ocasiones, también social y casi antropológico. De todas formas, debido a la variedad de sus trabajos, mejor dejar el noir para más adelante.
La I Guerra Mundial. O nuevas formas de retratar el horror, y dejar de lado de una vez las visiones patrioteras y simplistas de la historia.
Tardi, como todo francés de más de tres generaciones, tiene relación directa con las Primera Guerra Mundial, como también con la Segunda, debido, simplemente a que miembros de su familia lucharon, y en ocasiones -demasiadas ocasiones- murieron en alguna de ellas. O en ambas, que no sería tan raro. En su caso, el interés -más bien una oscura fascinación- por el primer conflicto realmente mundial -aunque hubiera otros que pudieran ser considerados también como tales, como la Guerra de los Siete Años, aunque aquí no vamos a entrar en ello- viene por su abuelo, un corso que, al poco de llegar a la Francia continental huyendo de la miseria de una isla demasiado parecida a Sicilia -por su subdesarrollo e incultura, pero también por la existencia de una oligarquía terrateniente que convivía con la delincuencia organizada, cuando no eran, directamente, la misma cosa-, se vio formando parte del ejército francés, pues el país acababa de entrar en guerra con los Imperios Centrales, o más bien, con la vecina Alemania. Por lo visto, el buen hombre quedó tan marcado por aquella sangría, que apenas contó nada a su familia, excepto a su esposa. Y fue ella, la abuela de Tardi, la que le fue contando a su nieto, poco a poco, y durante un espacio de muchos años, lo que casi a escondidas le fue confesando a ella su marido: la matanza inacabable, el hambre, las enfermedades, la mugre, las ratas y piojos, los despojos humanos que jalonaban la llamada Tierra de Nadie... y de ahí que, en determinado momento, Tardi deseara plasmar en dibujo -y a ser posible, con guión de él mismo- lo que no fue -al menos, no sólo- un conflicto ya casi legendario, lleno de batallas gloriosas y hazañas tan heroicas como, en teoría, poco sangrientas -excepto para el enemigo alemán, claro-.
El autor intentará retratar, aunque sea de una forma un tanto secundaria -o no- dicho conflicto en la revista que le permitió trabajar durante años: Pilote. Pero como era de imaginar, una publicación que se debía, en principio, a un público infantil o, como mucho, juvenil, no deseaba relatos de matanzas y cadáveres, razón por la cual, entre otras cosas, "La flor y el fusil" duró tan poco -apenas las diez páginas de las que ya se ha hablado, que se publican junto a "Adios Brindavoine". Así que esperó a que una revista de cómic adulto, rupturista, incómodo, como era À Suivre, donde pudo publicar su primer relato inspirado, directamente, en la Gran Guerra, y para ser más exacto, en un hecho real: el fusilamiento de varios soldados franceses después de un conato de insurrección -bastante grande, por cierto, y que amenazaba con extenderse por todo el frente-, hartos de las matanzas masivas durante la batalla del Somme. Aquel hecho fue silenciado a la opinión pública durante generaciones, no importaba quién gobernase el país, y fue razón de sobra para que la película de Kubrick "Senderos de gloria", que precisamente hablaba de él, estuviera prohibida en los cines franceses durante décadas. Es en esa película, y en el silencio cómplice de las autoridades francesas -y de gran parte de sus historiadores, medios de comunicación y, al fin y al cabo, también del pueblo- lo que muy probablemente animó a Tardi, hombre anarquista más por enfrentarse al poder establecido, que por defender una ideología más o menos clara, a dibujar "Un episodio banal de la guerra de las trincheras" (1974), que finalmente fue publicada por el diario Libération en su semanario.
A partir de ahí, vendrían, básicamente, cuatro obras más sobre dicha temática, a la que se añadiría indirectamente una quinta.
La primera sería "La guerra de las trincheras" (1993), donde contaría, como en obras posteriores, con la ayuda inestimable del historiador Jean-Pierre Verney, que le ayudó a conseguir un realismo extraordinario, incluso en detalles nimios como armas, edificios públicos de las distintas poblaciones que son retratadas en sus historias, galones, medallas, etc. Publicada en À Suivre, aquí vemos un retrato casi de realismo periodístico, donde los distintos personajes, que apenas son un nombre, y que no nos son representados como personas con un carácter o sentimientos determinados -tal vez, para no caer en la trampa de que tal o cual nos caiga mejor o peor, y verlos a todos como ganado humano, pero también pensante, aunque eso no les salve de ir hacia el matadero-, nos explican y enseñan, literalmente -en ocasiones, hasta parecen "hablar a la cámara", al público- qué es lo que hacen, aunque en no pocas ocasiones entiendan el por qué. El autor no ahorra nada al neófito que desea conocer la guerra de sus abuelos o bisabuelos a través de sus páginas: en esas viñetas de gran tamaño, en blanco, negro y gris, vemos soldados destripados, desintegrándose, literalmente, ante nuestros ojos; gente sufriendo, herida, mutilada, destrozada física y psicológicamente, mientras sus oficiales, que también parecen explicar -y explicarse- qué es lo que sucede, no parecen tener mayor interés que cumplir órdenes y ganar ascensos. La patria, el honor militar, la religión, todo es pasado por la apisonadora del que está cansado de cuentos patrióticos, y que ha decidido explicar las cosas como son, cueste a quién cueste. La obra completa tardó mucho en publicarse, pues si bien empezó a publicarse en la revista en los setenta -con la historia de Libération incluída-, el autor no la acabaría hasta años después, debido a una especie de falta de ideas, y al hecho de que continuara con otras obras que le inspiraron o interesaron más -Adèle y compañía-.
Una segunda obra, más corta, en blanco y negro, y que cuenta una historia de un soldado en particular, sería "El soldado Varlot" (1999). Varlot sería un pobre tipo que, tras la muerte de un compañero que acababa de suicidarse -lo que significaba que su viuda no podría, por deshonor de su pareja, cobrar paga alguna, de ahí que Varlot, antes del ataque enemigo, decidiera machacarle el cráneo, para que pareciera que le habían disparado un pequeño obús, y no poder notar el disparo de bala en la mandíbula-, decide enviar una carta a la novia del muerto. Y descubrirá que dicha novia, que no podía quedarse sin paga porque así lo habría deseado el caído, era una prostituta que se gana la vida -y bastante bien, por lo visto- en el otro lado del frente, acostándose con soldados alemanes, y a donde Varlot llega -y vuelve- casi de milagro para, finalmente, acabar sufriendo otro de los inacabables ataques del enemigo. Fue un álbum más corto -no se le incluiría en lo que luego se llamaría novela gráfica-, pero sí una continuación de la temática de Gran Guerra, que Tardi nunca olvidó del todo, como se verá.
La tercera, aparte de "Le trou d'obus"; que es una historia corta a color, con grandes viñetas y que se presentó casi como un experimento -parte de las láminas son una especie de recortable de personajes, armas y objetos varios-, sería "La última guerra" (1997). Aquí, contaría con la inestimable ayuda de Didier Daeninckx -uno de los apellidos más impronunciables con los que me encontrado nunca-, autor del que se denomina Polar rojo, que sería la novela policíaca con claras connotaciones políticas de izquierda. Este Varlot, claro está, sería el que un par de años después protagonizaría "El soldado Varlot", así que, tras leer esta última obra, sabremos que sobrevivirá a la guerra. Porque de la guerra hablará esta obra, pero en un sentido distinto al resto. Aquí, el conflicto ha acabado, pero el país está arruinado, no hay familia con al menos un muerto entre ellos, los ricos se han hecho todavía más ricos, y los mutilados y heridos apenas pueden hacer otra cosa que vivir de pensiones ridículas, pedir limosna, o dar pena, cuando no están ocultos para la mayoría de la sociedad -que después de tanta sangre, ya no quiere saber más sobre una realidad demasiado cruel para ser admitida- en hospitales o sanatorios. Allá, Varlot -detective, o algo parecido- tendrá el trabajo de descubrir quién está chantajeando a un coronel, supuesto héroe de las trincheras, y que, con toda seguridad, no es trigo limpio, como no lo son ninguno de los patriotas de pacotilla que tan orgullosos están de una victoria en la que poco participaron. No es, pues, un relato de batallas, pero la guerra está más presente que nunca, porque recuerda que, una vez que callan los cañones, las ruinas permaneces. Y muchas de ellas son ruinas humanas, que nunca más podrán reconstruirse. Y menos, cuando nadie se acuerda de ellas.
Y por último "¡Puta guerra!" (2010). Está claro que, con ese nombre, lo que describe con toda su crudeza, y sin cortarse un pelo, es la guerra de principio a fin. Desde su inicio, en 1914, hasta la inmediata posguerra, en 1919. En este caso, aunque también contará con viñetas grandes y detalladas, donde se necesita tiempo para analizar todo lo que vemos, la obra será en color. Un color en principio vivo, como los ridículos uniformes franceses del principio de la guerra, rojos y azules, tan fáciles de distinguir en la lejanía -los alemanes pudieron matar a decenas de miles de enemigos de esa forma, haciendo un auténtico tiro al blanco con aquellos soldados tan vistosos-, y tan poco preparados para el invierno que se avecinaba, pues los jefes militares y líderes políticos pensaban que aquello duraría, a lo sumo, unos pocos meses, y que por Navidad, todos en casa. Pero poco a poco, el color se vuelve más apagado, y el gris predomina. Se nos cuenta año tras año todas las batallas y cambios -o no cambios, más bien- en el frente, y los alemanes, aquí sí, tienen un mayor protagonismo, aunque poco sabemos de lo que sucede más allá del Frente Occidental, donde se enfrentan franceses y germanos, pues los británicos -entre otros- apenas tienen protagonismo. Es, en resumen, una obra de gran extensión, variada y vibrante, que contó con una importante ayuda, aquí también, de Verney, y que cuenta con una versión con un DVD documental, para conocer todavía más a fondo, con imágenes reales, que fue todo aquello que, cien años después de su comienzo, hoy en día aparece a los ojos de los actuales europeos como algo de otro mundo, transcurrido es tiempos pasados, como si hubieran pasado siglos y siglos.
Por último, hablar de "Yo, René Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB" (2013), que podría tener una continuación. Aquí, no es la Primera, sino la Segunda Guerra Mundial la protagonista. O más bien, el espacio temporal en que transcurre la historia. Historia que será la del padre del propio autor, que al poco de presentarse voluntario cae prisionero -realmente, el ejército francés fue literalmente barrido en cuestión de pocas semanas por el alemán-, y es recluido en un Stalag, que es como se llamaba a los campos de prisioneros militares de la Alemania nazi, que si bien nunca fueron tan terribles como los campos de concentración de supuestos "enemigos del régimen", y aún peor, de los campos de exterminio, donde se asesinaron a millones de personas por ser "racialmente inferiores" o degenerados -judíos, gitanos, homosexuales...-, tampoco es que fueran un parque de atracciones que digamos. René explicará a su hijo, al Tardi autor de cómic, que fue lo que pasó en el campo, lo que hizo antes de caer prisionero, lo que vio allá... cierto que, en ocasiones puede resultar un tanto extraño ver que, al tiempo que conocemos la experiencia del Tardi prisionero, y sus penalidades y la de sus compañeros en su cautiverio, también vemos, junto a él, al Tardi hijo, que parecería una especie de fantasma o aparecido, que no para de preguntar -de forma lógica, pero tal vez también excesiva- qué es lo que estaba sucediendo en ese momento.
En resumidas cuentas, tras toda esta obra sobre la primera gran matanza del "civilizado" siglo XX. Tardi, en dicho campo, se ha transformado en un autor casi intocable, un tótem inamovible. Lo que, teniendo en cuenta su carácter, no es algo que le resulte demasiado cómodo. Aún así, y a pesar de que su arte pueda haber tapado a otras obras sobre el mismo tema, tanto de autores europeos como americanos, e incluso japoneses, y con visiones bien distintas -steampunk incluído-, para cualquier lector interesado por el cómic europeo adulto, y por el histórico en particular, es algo casi obligatorio. Y digo casi, porque en cuestión de arte y cultura, aunque pueda haber mucho recomendable, no debería existir la obligación de que a cada cual le guste o no lo que le plazca.
Una de las crudas imágenes de "La guerra de las trincheras".
A partir de ahí, vendrían, básicamente, cuatro obras más sobre dicha temática, a la que se añadiría indirectamente una quinta.
Tardi tuvo que buscar nuevas formas de plasmar el horror del conflicto bélico en "La guerra de las trincheras".
El patriotismo ramplón, intocable desde los libros de texto de primaria, aplastado por un mar de muertos.
Una escena de "El soldado Varlot" (1999), donde se refleja bien el fusilamiento de desertores y rebeldes. El Estado no duda en ser también ejecutor, cuando los ciudadanos se niegan a dejar de serlo, para transformarse en reses de camino al matadero.
La portada en español de "La última guerra" (1997), donde el género negro se entremezcla con la denuncia social de una posguerra olvidada.
Una imagen de "¡Puta guerra!" (2010), donde los brillantes colores no ocultan la realidad de la sangría sin fin.
Otra escena, donde se ve la ridiculez del colorido y anacrónico uniforme de los soldados franceses en los primeros días de la guerra.
Una imagen de "Yo, René Tardi...", donde el autor viaja, por primera vez, a la II Guerra Mundial.
Otra imagen de la obra, con el padre del autor contándole a su hijo -aquí, adolescente, aunque él no había nacido todavía- lo que realmente sucedió en aquellos años de la Guerra Mundial, que con toda seguridad, y al igual que su padre con la Primera, poco comentó delante de su hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario