domingo, 3 de junio de 2018

El  jardín de las Hespérides, otro grupo de hermanas, parte de la multitudinaria descendencia de Atlas.

Hermanas de las Híades y las Pléyades, que no consiguieron espacio propio en los cielos.


Vigilando sagradas manzanas toda la eternidad.

Hace ya, no sé, como mil años -o sea, bastante-, escribí sobre las Pléyades, y más adelante, de las Híades. No son, ni unas ni otras, personajes de gran importancia en la mitología griega -mitos, leyendas o cuentos, o en obras literarias de época arcaica, clásica, etc.-, pero quizá por eso mismo, por resultar fácil hablar sobre ellas en un espacio relativamente pequeño sobre unos personajes femeninos de los que se habla en leyendas, poemas o teatro, o protagonicen cuadros o ilustraciones, pero poco se sepa realmente de ellas, que me dio por dedicarles un par de entradas. Hablar de los dioses principales, la verdad, me va bastante grande, y el tiempo que necesitaría para hacerlo sería demasiado para mí.
Bueno, pues casi por completar algo, he decidido escribir un poco sobre las hermanas de unas y otras: las Hespérides. Resulta curioso que el titán Atlas, y su esposa, la también titánide de segunda generación Hésperis, tuvieran no sólo tanta descendencia, sino también que fuera toda femenina, y que además fueran, por decirlo así, distintos grupos de hermanas. Se podría decir que los dos dioses, pues eso fueron, o eran padres de varias hijas al mismo tiempo -las Pléyades fueron siete, y las Híades todavía más, pero al fin y al cabo, Hésperis era una diosa, y podía tener en un solo parto las hijas que hicieran falta, como quién dice-, o las tuvieron en pocos años, y tiempo después -tiempo que, siendo inmortales los progenitores, podrían haber sido lo mismo décadas, como siglos-, volvías a tener varias hijas en poco tiempo. Y así.
Las Hespérides no fueron unos personajes demasiado populares entre los griegos antiguos. Al fin y al cabo, al igual que las Cárites -las tres Gracias romanas-, no tenían personalidad propia, y aunque se conozcan sus nombres, ninguna de ella tiene unas características personales o físicas que hagan que alguna de ellas destaque o resulte distinta a las demás. Hijas, como ya se ha dicho, de Atlas y Hésperis, a la que deben el nombre -que más bien significaría, sencillamente, "hijas de Hésperis"-, al principio fueron un número indeterminado, pero bastante grande -hasta quince-, después, siete, cuatro, y finalmente, sólo tres. En ese número las podemos ver en cuadros e ilustraciones muy posteriores, sobretodo a partir del siglo XVI, en pleno Renacimiento, en que dichas hermanas, y el jardín que habitaban, fueron retratadas en numerosas ocasiones. Realmente, en tiempos clásicos nunca recibieron tanta atención.

'El jardín de las Hespérides', Lord Leighton
"El jardín de las Hespérides", de Frederic Leighton. El genio prerrafaelita transforma el dragón en una serpiente, que parece juguetear con las eternamente jóvenes guardianas, que tocan y cantan una canción que acaba por dormirlas tanto a ellas, como al reptiliano guardián. Los pintores del XIX acostumbraban a retratar a los personajes femeninos "clásicos" -tanto diosas, como personajes mortales legendarios, o mujeres griegas y romanas anónimas- de forma lánguida, siempre dormidas o adormiladas, incluso en el caso de que pudieran ser considerados personajes fuertes y poderosos, como serían unas guardianas divinas.

Imagen relacionada
Otro prerrafaelita, Edward Burne-Jones, bebe del Renacimiento, aunque Ladón, transformado en serpiente de aspecto poco amenazador, enrollado en el árbol de las manzanas de oro, más bien se asemeja a su "hermana" bíblica del Génesis, enroscada en el árbol del bien y del mal -¿el fruto prohibido? ¿Hubo algún tipo de influencia de una serpiente, con su árbol y su fruto vetado a la Humanidad, de una mitología a otra? Hay que tener en cuenta que el Génesis no deja de ser una recopilación de mitología mesopótamica, cuya influencia recibieron los griegos, posiblemente, a través de los fenicios, vía Siria, puente entre éstos y Mesopotamia-.

Ilustración moderna -desconozco el autor, por no haberlo podido encontrar- de Ladón, con múltiples cabezas, y un aspecto de dragón. Posiblemente, la visión que tuvieron algunos mitógrafos griegos o romanos fue más parecida a esta versión actual que a la serpiente de Leighton, que más bien parece haber salido de la Biblia.

Respecto a su nombre, cuando eran siete fueron conocidas como Egle, Aretusa, Etitea, Hestia, Hespera, Herperusa y Hesperia, pero más adelante, se consideró que quizá los cuatro últimos nombres eran distintas formas del de una sola de ellas. De ahí que pasaran de siete a sólo cuatro. Todavía más tarde, se pensó que, aparte de Egle -"brillo", "esplendor"- y Etitea -más adelante, Eritia o Eriteis, "la roja", quizá por el color del cielo antes del anochecer-, se supuso que Hestia y Hespera o Herperusa debían ser la misma, con el nombre de Hesperetusa. Realmente, esta forma de reducir a las Hespérides a tres -nombre habitual en diosas menores sin identidad propia- resulta un tanto socorrida, pero en determinado momento, la mitología dejó de ser algo sacro, para pasar a ser lo que se llamaría literatura popular oral, pero puesta por escrito por los mitógrafos, y cuando a éstos no les cuadraban ciertas cosas, lo arreglaban lo mejor que podían.
Tampoco tuvieron demasiado claro su origen "familiar". Realmente, el que fueran hijas de Atlas y Hésperis debió ser una idea más bien posterior -no se sabe, tampoco, si la madre dio nombre a las hijas, o viceversa-, porque anteriormente se suponía que podían ser hijas de Nix, la diosa de la noche y la oscuridad, un personaje con un origen tan oscuro como su carácter y su misión en el teatro del Universo, y que quizá sea una forma más o menos helenizada de algún tipo de diosa o espíritu mucho más antigua, quizá de tiempos neolíticos, o de la primera Edad de Bronce, anterior a la llegada de los antepasados de los griegos a lo que sería la Grecia Micénica. También hubo dudas sobre otras paternidades, entre ellas, como no, de Zeus, un auténtico obseso, con un apetito sexual desmesurado, por muy dios de dioses que fuera.
Respecto a lo principal, que sería su lugar o sentido en los mitos, las Hespérides eran las guardianas, en el jardín que llevaba su nombre, de un árbol, o más bien de sus frutos, que pertenecía a la vengativa y celosa Hera -lo segundo, con toda la razón, la verdad-, esposa de Zeus, y diosa del matrimonio. Los frutos de dicho árbol no eran cualquier cosa. Se trataban de manzanas de oro, que daban la inmortalidad a quién las comiera, lo que hace pensar que dichas manzanas -o frutos, porque tampoco está claro que lo fueran-, más que de oro, debían de ser de color y aspecto dorados, pero no de dicho metal. Realmente, sólo un dios habría sido capaz de comérselas, de ser así. Eran consideradas manzanas -o lo que fueran- que daban fortuna, al contrario de las manzanas de la discordia, como la que Paris entregó a Afrodita -en lugar de a Hera, o a Atenea, engatusadas, como la rubia diosa del amor y el sexo, por la siniestra y poco conocida Eris, diosa de la discordia- cuando le preguntaron -pobre mortal, que dijera lo que dijese, estaba condenado a la ira divina- cual de las tres era la más bella, provocando, al recibir como premio de la bella  y caprichosa diosa de rubios cabellos la posibilidad de conquistar a Helena, comenzara la terrible guerra de Troya. Lo dicho, celos y envidia divinos. Y terribles.
Pero por lo visto, Hera no confiaba demasiado en ellas, tres jóvenes amantes de cantar y bailar, porque algo tendrían que hacer, allá solas, vigilando el árbol -o arboleda- con sus frutos, que por lo visto a veces recogían para ellas mismas -se supone que por gusto, porque como hijas de titanes, y por tanto diosas, aunque fueran un poco "de segunda categoría", debían ser inmortales sin necesidad de ayuda extra-, y como única compañía -lejana, tal vez no tenían permitido hablar con él- a su sufrido padre Atlas, aguantando indefinidamente la bóveda celeste -normalmente se dice que el mundo, pero no fue así, exactamente-. Como "ayuda", y tal vez también, como vigilante de las vigilantes, puso  allá un dragón, o al menos un gran reptil, llamado Ladón -en la mitología griega, los reptiles de enorme tamaño y mal carácter, más que lagartos, o dragones, que quizá sería una criatura extraña a su cultura, eran gigantescas serpientes, como Pitón, a la que mató el dorado Apolo-. Ladón, el dragón de las Hespérides, tenía nada menos que cien cabezas, cada una de ellas con una boca llena de dientes, pero eso no impidió que Heracles/Hércules lo matara en uno de sus trabajos. Hera, que parece que era más agradecida con monstruos que con humanos, consintió que, tras su muerte en la Tierra, pudiera ascender a los cielos, donde forma la constelación del dragón.

Archivo: Detalle del mosaico con los trabajos de Hércules (Undécimo labour - Manzanas de las Hespérides), siglo III dC, encontrado en Llíria (Valencia), Museo Arqueológico Nacional de España, Madrid (15457081602) .jpg
Mosaico romano -probablemente del siglo III d.C.-, encontrado en Llíria -Valencia, España-, donde se puede ver a Hércules, al lado del árbol -o uno de ellos- de las manzanas de oro, protegido por Ladón -representado por una serpiente-, y con las Hespérides detrás, aparentemente más deseosas de marcharse de allá, que de enfrentarse al héroe saqueador.

Imagen relacionada
Otra visión clásica de las Hespérides. Y de nuevo, Ladón representado como una serpiente enroscada a un árbol -bastante canijo, por cierto; probablemente, el artista quería representar, en primer lugar, a las jóvenes guardianas, y no a un árbol con manzanas y un reptil de confusa naturaleza-.


¿Dónde encontrarlas? El jardín de las Hespérides, siempre hacia Occidente. 

Los griegos antiguos nunca tuvieron demasiado claro donde estaba el jardín en cuestión. A partir de cierta época -de la clásica en adelante-, ya daban por supuesto que aquello era una leyenda, fantasía, vamos. En principio, debieron pensar que estaba en la costa libia, teniendo en cuenta que por el nombre de "Libia", los griegos conocían toda África, excepto Egipto -que era un estado y una civilización aparte-, y más adelante, a medida que supieron de Nubia y Axum -el primer estado etíope-, Libia sería el territorio habitado por pueblos que llamarían bereberes -mauritanos, númidas, libios, y más adelante, los semitas cartagineses, de origen fenicio-. O sea, el territorio al oeste de Egipto habitado por gente no demasiado oscura de piel.
Pero con el paso del tiempo, tras la época heroica de la civilización micénica, y la llamada edad oscura -de la que poco o nada se sabe-, griegos más modernos -época arcaica- y fenicios fueron explorando y colonizando la costa de la Libia propiamente dicha, así que lo colocaron todavía más al oeste. Todo lo posible, realmente. Algunos pensaron que podría estar en la zona norte del extremo oeste del Mediterráneo, cerca de Gadir, el Gades romano, el Cádiz actual, por no decir en el mismo lugar donde nació la ciudad -donde supuestamente Hércules se enfrentó, y mató, al rey Gerión, para robarle sus rebaños; muchos monarcas de la época no dejaban de ser, realmente, una especie de saqueadores y piratas-. O bien, cerca de la legendaria Tartessos -tan legendaria, que todavía no se ha encontrado, y tal vez no se encuentre nunca-. Pero después pensaron que no, que había que mirar más al sur, al otro lado del estrecho. Por eso supusieron que podía estar en el norte del actual Marruecos, quizá al sur del futuro reino de Mauritania. Allá estaría el jardín de las Hespérides, con sus tres diosas vigilantes, y el dragón -o lo que fuera-, y también el padre de éstas, el pobre Atlas, soportando la bóveda del cielo -más adelante, se diría que el mundo, y así se le representa siempre, en titán soportando la Tierra completa sobre sus hombros-. Está bastante claro que el Atlas, la enorme cordillera del interior de Marruecos, debe su nombre al pobre y sufrido titán, que tan terrible castigo sufrió tras perder la guerra entre sus hermanos y él mismo contra los nuevos dioses olímpicos. Zeus podía ser muy duro y cruel, ciertamente.

Esta acuarela del australiano Rupert Bunny, de 1922, artista decadentista -aunque su obra va de una escuela a otra-, da una versión más realista y brutal del robo de los frutos de Hera. Aquí, Hércules no es un héroe, sino un guerrero brutal, un saqueador, un ladrón, que sólo sabe usar la fuerza bruta para conseguir sus fines. Se le ve a punto de matar a golpes al dragón -que es representado como un reptil distinto a una serpiente, pero también a un dragón "medieval"-, mientras las Hespérides -aquí, siete, con en otras versiones del mito- huyen despavoridas. El cuadro, y el nombre de su autor, lo encontré en una web de arte: "Raras Artes", del que pongo un enlace.

Imagen relacionada
Esta estatua moderna de Hércules, con una de las manzanas doradas en su mano, se encuentran en el Jardín de las Hespérides, tocando al Jardín Botánico, de la ciudad de Valencia.

Finalmente, los griegos helénicos y los romanos -y los griegos contemporáneos suyos- acabaron adoptando la leyenda para recrearlo en poemas, en mitos por escrito -los mitógrafos hicieron lo posible para que no se perdiera toda aquella literatura oral, y no pocos problemas tuvieron, para ordenar y aclarar tantas historias entremezcladas y contradictorias-, y siglos más tarde, los pintores del Renacimiento, neoclásicos y prerrafaelitas siguieron reflejando en el lienzo sus particulares visiones de aquel "paraíso alternativo", bien distinto del bíblico.
Hubo, además de un mito -o más bien una leyenda- sobre el origen del jardín propiamente dicho y sus guardianas, otro en que el aparece, al menos, en uno de sus capítulos: se trataría de los doce trabajos de Hércules, -el griego, Heracles, aunque ha acabado por perdurar el nombre romano-, que realizaba por orden de su primo, el rey Euristeo. El coloso semi-divino tenía que conseguir las manzanas áureas guardadas por las Hespérides, pero cuando llegó al fin del mundo, en lugar de encontrárselas a ellas -¿dónde andaban, las vigilantes? Quizá no era tan mala idea, lo de colocar al dragón a vigilar junto a tan aburridas y cantarinas damas- se encontró al pobre Ladón, a quién sus colmillos y supuestas cien cabezas -aunque siempre se le representa con una, aunque grande y terrible- no le sirvieron de mucho para recibir una paliza mortal de aquel gigante, que lo mismo aparece como un bárbaro que como un héroe civilizador -claramente, Hércules fue el personaje no completamente divino más famoso de la Grecia antigua, y sus numerosísimas aventuras dan visiones bien distintas del hijo de Zeus-. Liquidado Ladón, en lugar de a sus hijas, se topó, como antes se ha dicho, con Atlas, y por él -parece que no recibía muchas visitas de sus hijas, y tenía ganas locas de hablar con alguien- pudo saber que sólo las Hespérides o alguien de su sangre -como el mismo Atlas, su padre- podían cogerlas. Así que Hércules le propuso soportar sobre sus hombros el peso del mundo, para que el titán pudiera ir a buscarlas, cosa que hizo bien a gusto, después de milenios soportando aquel peso inaudito. Pero cuando Atlas se vio libre, no ocultó al héroe que no tenía intención alguna de volver a cargar con aquella carga de nuevo. Hércules, comprendió, tenía que inventar algo para enredar a aquel pobre desgraciado -porque la fin y al cabo, de eso se trataba-, así que le dijo a Atlas si podía sustituirlo un momento mientras se arreglaba la capa, pero cuando el reo de Zeus vio al hijo de éste salir corriendo con las manzanas doradas, comprendió que le habían engañado. ¡Cómo pudo ser tan inocente! Quizá por no haber tenido contacto con el mundo exterior durante siglos, quizá milenios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario