miércoles, 30 de marzo de 2016

Safo de Lesbos, la décima musa (II): La primera mujer de la literatura occidental.

La obra de la poeta, sus amores y a oscuridad de su fin.


"Si la muerte fuera un bien, los dioses no serían inmortales" (pero quién lo dijo, aún tras su muerte, sí que consiguió ser inmortal).



La fascinación de una mujer que brilló en un mundo de hombres.

La antigua Grecia, con todas sus luces -muchas- y sombras -bastantes, porque las hubo- fue, entre otras cosas, una sociedad de hombres, tremendamente patriarcal y misógina, y donde existía una auténtica separación de sexos, donde las mujeres, a lo largo de toda su vida, y sin importar su origen social, apenas podían tener relación con más hombres que los de su familia -padres, hermanos, hijos...-, sus novios y maridos, y a lo sumo, los esclavos de la casa -que, por lo demás, no eran considerados socialmente ni como seres completamente humanos, aunque eso no significa que no tuvieran, al menos en algunas ocasiones, algunos derechos-. En tiempos de Safo, al menos en algunas zonas -las islas, quizá, y las zonas de población doria, aunque en parte son conjeturas- parece que dicha separación de sexos no era tan acusada, de ahí que, tras la muerte de su padre, se transformara en la cabeza de familia. Bien es cierto que sus tres hermanos eran menores que ella -niños pequeños, si, tras morir él en la guerra, Safo tal vez tuviera no más de once o doce años, aunque parece que, tras su paso por el templo de Artemisa, salió lo suficientemente adulta, tal vez con quince o dieciséis años, para encargarse de dirigir el negocio familiar; con aquella edad, una mujer ya era considerada plenamente adulta para cualquier cosa-, pero igualmente, ella fue la líder natural cuando ellos se fueron haciendo adultos. El hecho de haber conseguido un buen matrimonio -corto con un anciano, pero con una gran herencia-, que supiera dirigir bien su negocio de vinos, y que se hiciera famosa como artista, y probablemente también, se ganara el respeto por participar en política -la oposición, y tal vez el intento de asesinato del tirano que gobernaba su isla-, debieron garantizarle un respeto que iba mucho más allá de su gente o su clase social.
Safo nació en lo que podría llamarse una época de transición. Los tiempos heroicos de la Guerra de Troya, de los reyes micénicos, que aparte de Ilión -el nombre real de Troya, por ser este un nombre romano-, también acabaron con la cultura minoica de Creta, de los guerreros de la Edad del Bronce, hacía siglos que habían quedado atrás, y la historia, la leyenda y la oscuridad se entremezclaban a la hora de recordarlos. Si Troya cayó, más o menos, en el 1300-1200 a.C., entonces Safo vivió y murió, aproximadamente, unos seis o siete siglos después; pero a muchos, más bien les debían parecer muchos más. Sin embargo, tampoco se había llegado todavía, aunque faltaba poco, a la época de las guerras contra los persas, de Maratón y Salamina, ni de Pericles y la liga Ático-délica, el imperio económico y cultural de Atenas, ni la desastrosa guerra del Peloponeso -en el fondo, una guerra civil griega, que los desangró hasta, finalmente, dejar vía libre al poderío macedonio-. Más bien, eran tiempos de monarquías que caían, bien para dejar paso a tiranos, a democracias todavía incipientes, a legisladores como Solón o Licurgo, que daban a ciudades con turbulencias políticas nuevas leyes, y a antiguas colonias en Asia, Sicilia e Italia que se estaban transformando en grandes ciudades. Ella fue, pues, parte del nacimiento de lo que luego se llamaría la Época Clásica. No formó parte real de esta, pero sí ayudó a alumbrarla, y si sabemos de ella, aunque no sea mucho, es porque en la Edad de Oro de la Hélade, todavía era recordada, pues no hacía tanto que había muerto.
Además, ella hablaba, escribía y recitaba en eolio, que no era un dialecto principal del griego, como el ático -el habla ateniense-, que sería el griego clásico del futuro, el de la filosofía, la política y la literatura, ni el dorio, el de los poderosos espartanos, o sus vecinos mesenios, de origen aqueo, transformados en esclavos del estado, y que hasta su lengua habían olvidado -aunque, probablemente, tenía más sangre doria de lo que los espartanos estaban dispuestos a reconocer-. Los eolios, que tenían un tercer dialecto, eran algo así como una tercera familia en importancia de comunidades griegas -no se les podía llamar "tribu", por su número  y dispersión, pero quizá lo fueran en un principio-, que vivían en la isla de Lesbos, en Tebas y su región -Beocia, aunque varias poblaciones de ella eran independientes, o lo intentaban-, y algunas colonias del centro de Jonia, en Asia Menor. Eso era estar sólo por encima, en importancia cultural, a los primitivos arcadios -Arcadia era una zona rural y feraz en el corazón del Peloponeso; si tenían un habla distinta, era por su aislamiento- y los etolios -una región entre Tesalia, doria, y Beocia, eolia, helénica pero un tanto primitiva, y emparentados por lengua con los epirotas, lo que hace pensar que la gente de Epiro eran menos ilirios y más griegos de lo que se pensaba en aquella época-. Y eso no era mucho decir, ciertamente. Por lo demás, los macedonios, como los epirotas, eran, en aquellos tiempos, considerados semi-bárbaros, pero no completamente griegos. A lo sumo, eran reinos, o pueblos, más o menos helenizados, pero eso no los hacía helenos. También lo estaban los lidios, y en menor medida los frigios y los carios, en Anatolia, y tampoco eran realmente griegos.

Resultado de imagen de lawrence koe sappho
Laurence Koe, y su "Safo". El inglés consideró a la poeta más como un personaje femenino con fuerte carga erótica, que como una artista en sí misma. Hay que tener en cuenta, también, el interés que la Antigüedad suscitaba en los victorianos, y las fantasías que despertaron en unos británicos que habían vivido un tanto de espaldas al mundo antiguo, y a unas mujeres que les parecían tan exóticas como fascinantes.


Bien, aquí, cierta explicación de dónde y cuando vivió. Volviendo a ella, Safo, aparte de aprovechar la herencia de su difunto marido Kérkilos para llevar una vida cómoda, aunque no excesiva -en aquellos tiempos, parece que la riqueza excesiva, y el presumir de ella, la molicie, estaba mal vista-, decidió crear "La casa de la servidora de las musas". Estaba claro que era ello. Dejando aparte lo poco claro que fue su paso por la "thiasos", donde no está claro si fue directora, profesora o alumna -pues para eso, habría que saber qué edad tenía, y si era ya viuda o no, y por tanto, si tenía necesidad de buscar un primer marido-, esta fue la sociedad cultural, artística y social donde se rodeó de todas aquellas jóvenes que acabaron siendo no sólo sus alumnas, sino también, en no pocos casos, sus favoritas, e incluso sus amantes. Evidentemente, aunque las tratara a todas con respeto, o tuviera cierta amistad con unas y otras, siempre hubo eso, favoritas, con las que congenió más, que demostraron mayor interés y cualidades, y que, en resumidas cuentas, no sólo buscaban un marido, o algo de compañía femenina o independencia de los hombres de la familia, sino que poseían un auténtico interés por la poesía, el canto -que vendría a ser el recitado de versos con acompañamiento musical-, y la música, sobretodo la lira -que es como se representa muchas veces a Safo-, aunque probablemente también sabía tocar otros instrumentos, como la cítara -una especie de guitarra, salvando las distancias-, o cualquier tipo de instrumento de viento.
Safo, ya viuda, libre e independiente, amó a mujeres y a hombres. El hecho de que ya en tiempos antiguos se diera por supuesto que, siendo ella joven pero ya adulta, tuviera varias amantes-alumnas de menor edad -algunas, probablemente de no más de catorce o quince años- era considerado como algo casi lógico, y no criticable en absoluto, pues muchos filósofos o poetas, algunos incluso ancianos, tenían amantes, o ex-amantes ya crecidos con los que seguían teniendo relación, mucho más jóvenes que ellos. En cierto modo, Safo, que es considerada prototipo de feminidad -o al menos, de una feminidad en particular- se comportaba, o se suponía que lo hacía, como un hombre: el sabio adulto con el adolescente que aprendía de su maestro, al que amaba profundamente igual que respetaba. Se han conservado muchos nombres de sus alumnas, que no siempre tuvieron que ser también amantes -se supone que eran sus favoritas pero, ¿tuvo tantas? ¿No sería quizás una maestra que también ocupaba el puesto de hermana mayor y consejera, que resultaba irresistible para muchas jovencitas que nunca habían tenido relación con una mujer de su edad que no fuera de la familia, y que las trataba de forma tan distinta, tan inusual? Algunos de sus nombres fueron Anágora, Eunica, Eranna, Telesipa, Andrómeda, Megara, Gongila, Gorgo... Pero se habla, sobretodo, de Atthis -o Atthi-. a quién Safo nombre en sus versos, y por la que sí debió sentir algo que no era simplemente cariño, ni un amor oculto, platónico -cuando todavía no podía llamarse así, pues Platón ni había nacido-, aunque difícil es decir hasta donde llegaría. Cuando su familia pensó que la muchacha ya tenía edad, y estaba preparada, para el matrimonio, la retiraron de su lado y enseñanzas, lo que resultó especialmente doloroso para Safo que, evidentemente, nada podía hacer para oponerse a ello. En realidad, su sociedad se dedicaba, al menos en teoría y de cara a los demás, a eso, a preparar a jóvenes para el matrimonio. De ahí, vendría una de sus más profundas y melancólicas de sus obras, o al menos, de las que se han conservado: "El adiós a Atthis".

Atthi no ha regresado.
En verdad, me gustaría estar muerta.
Al abandonarme, ella lloraba.
"¡Ah, Safo! Mi dolor es inmenso.
Me voy a pesar de ti..."
Y yo le respondí:
"Ve feliz, recuérdame.
¡Ah, tú sabes ben cuánto te quiero!"

No sería la única de la que se enamoraría. Sus amores, que entraban y salía de su vida demasiado deprisa, fueron muchos, y a muchas amó, de una forma profunda, sincera, mucho más igualitaria, también protectora, de cómo lo sentían no pocos hombres de su tiempo -aún siendo, el de estos, sincero y limpio-. Ella amaba y sentía de otra forma, y así lo expresaba.
Comenzó escribiendo poesía épica -lírica épica, se decía, pues lírica era sinónimo de poesía-, pero contar guerras o combates no iba con ella, eso está claro. Se pasó a la lírica subjetiva, entendiendo por ello que "subjetivo" significaba poesía en primera persona, íntima, casi desnudarse ante el lector, para hacer que sienta lo mismo que el autor. "Lírica", viene de" lira", pues igual que se expresa de forma escrita, también lo hace con el recitado y, sobretodo, acompañada de música, sobretodo del sonido de una lira. Sería, pues, música poética, y por ello un buen poeta, si además sabía cantar y tocar la lira o la cítara, mejor que mejor. Como era su caso. Según explicaba, no era necesario hablar solamente de batallas o luchas con armas o corazas, sino también de batallas interiores, contra el amor no correspondido, el miedo, la duda, la inseguridad... y cuando tenías cerca a alguien por quién se sentía algo especial, todos esos retos, esos combates aparentemente incruentos -o no tanto, pues el suicidio no era tan raro en aquella época, también por mal de amores- también había que enfrentarlos, vencerlos, o en caso de derrota, saber actuar en consecuencia. Este recitado musical, esta mezcla de música, canto y poesía, también podía acompañarse con danza -en realidad, en tiempos remotos, la danza y el canto y música tenían un origen básicamente religioso; era una forma más trabajada y atractiva de rezar o hacer ofrendas a los dioses y espíritus-, que también se enseñaba en aquel templo laico donde se servía y buscaba a las musas.
Todo ello hizo de Safo la primera poeta, creadora de llamado "verso Sáfico", pero también la primera compositora -de letra y música- de la historia. Al menos, la primera reconocida como artista con nombre propio y gran fama.

Safo, junto -quizá- Alceo, ya fue representada no sólo en pintura y escultura, sino también en cerámica.


Algo más de su obra. La influencia posterior, en artistas o no.

"Dicen que hay nueve musas. ¡Los desmemoriados! Han olvidado la décima: Safo de Lesbos" (Platón).


No sería Atthi la única amada. Este sería otro ejemplo: la segunda parte de "A una amada", con traducción del griego antiguo de Carlos García Gual:

(...)
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto, un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban

me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz.

Su poesía está dedicada principalmente a mujeres, también a sus hermanos -entre ellos Caraxo, o Caraxos, a quién se atribuye, de forma un tanto legendario, amores con una cortesana egipcia, que acabó por casarse con el faraón Psamético I, gobernante Saíta, dinastía que más adelante sería derrotada y eliminada por los persas-. En total, se supone que escribió nueve libros de odas -en aquellos tiempos "libro" más bien era un texto con identidad propia, escrito en papiros, y que, una vez impreso en hojas de un libro moderno, podían muy bien ser sólo unas docenas de páginas-, donde había odas, epitalamios -composición lírica escrita en honor de una boda, y que estaba realizada, evidentemente, para ser cantada-, elegías -composición lírica donde se lamente la muerte de una o más personas,, o alguna desgracia, y que no acostumbra a tener una métrica fija- e himnos -más bien serían poemas para ser recitados, con o sin música de acompañamiento, a mayor gloria de dioses o héroes-. Lamentablemente, se conserva muy poco. Si se compra un libro que incluya toda su obra conocida, y descontamos las páginas donde se narra su vida -o lo que se sabe de ella-, o se explica superficialmente su época y su tierra, o se realiza una crítica de sus versos, apenas nos quedan unas decenas de hojas. Con seguridad, escribió bastante más, pero es que Safo no fue una máquina a la hora de escribir. Lo hizo cuando le vino, le salió desde dentro. Incluso lo que podrían considerarse obras de encargo -como los epitalamios y algunos himnos religiosos, o no-, no dejaban de tener estilo propio, y todo hace pensar que se las tomó tan en serio como cualquier otra.
En pocas palabras: sencillez, intimismo, y culto a Afrodita -amor, sexo, cálida o ardiente, dulce o temible, como todos los dioses de su tiempo, tan humanos como eran-.
Aquí, un ejemplo de posible epitalamio -hay dudas-, donde se habla de un hombre considerado merecedor de ser amado por una mujer que sepa reconocer su valía. Precisamente, se llama "A una mujer", porque Safo le escribe a ella, una mujer en general, sin nombre propio, sobre la valía del hombre al que quiere, y el por qué la poeta piensa que merece el amor de esta joven desconocida:

Me parece igual a los dioses, ese
hombre que ahora está frente a ti sentado,
y tu dulce voz a tu lado escucha
mientras le hablas,
y tu amable risa; lo cual, te juro,
en mi pecho el alma saltar ha hecho:
pues te miro apenas, y mis palabras
ya no me salen.

Sin embargo, su obra más conocida sería su "Oda a Afrodita", donde se ve el mejor ejemplo de su visión del mundo: femenina, no contraria al varón, sino viéndolo desde un punto de vista distinto -y no sólo analizándolo, sino también juzgándolo-, con un punto de vista menos épico y más personal e íntimo. Aquí, le pide a la diosa de la belleza y e amor que le ayude a conseguir que su amor sea correspondido por sus jóvenes alumnas, que la admiraban, pero que no siempre debían sentirse tan enamoradas por su maestra, como ella por estas. El hecho de que Afrodita fuera diosa del amor, pero del amor heterosexual, quizá debió provocar en ella las dudas de que sus ruegos fueran finalmente escuchados.
Aquí, unos versos donde se dirige directamente a la diosa. No resultaba nada raro, el que un simple mortal se dirigiera a una deidad de una forma tan personal, tan directa:

Sentada en el trono del Arco Iris,
pérfida Reina de la Belleza,
te lo suplico,
no dispongas para mí las trampas
de tu decaimiento, de tu tormento.
Escucha, clemente, mi oración,
como lo hiciste aquella vez,
en la que, para atender mi súplica,
seguiste la ruta de los astros
sobre tu hermoso carro.

Su obra, o lo que se sabia de ella, sí que debió dejar huella desde un primer momento. Copiados en la Grecia independiente y en los estados helenísticos, en la época romana, y en la bizantina, se cuenta que, en 1073, el papa Gregorio VII las hizo quemar por considerarlos inmorales, aunque, evidentemente, siempre quedó algo a salvo. Por lo menos, en el Imperio Bizantino, y es de suponer, en Italia, Y de no ser así, volvería a ser recuperada, vía influencia bizantina, en tiempos del Renacimiento. Aún así, no se pudo conservar todo, y parte de lo por ella escrito, aunque vayan apareciendo versos desconocidos, se perdieron para siempre.
Para más ejemplos de su arte, lo más recomendable, teniendo en cuenta lo escaso que  nos queda de ella, todo reducido a un pequeño libro, es adquirir una edición moderna, a ser posible comentada, o con explicación de su vida, obra y tiempo, y disfrutar de su completa lectura. Que con toda seguridad, no será una sola.

"En los días de Safo", del neoclásico inglés, que influyó no poco en Alma-Tadema y otros prerrafaelitas, John William Godward. Siendo como fue, un artista que, básicamente, pintó inspirado en la Antigüedad, Safo debía ser, casi por obligación, protagonista de al menos alguna de sus obras.


El oscuro fin de la poeta. ¿Alguien como ella, se habría suicidado por amor?

Ya es fácil imaginar a la Safo poeta, maestra, admirada y querida. Tras su muerte, seguiría siendo recordada, en ocasiones vilipendiada y despreciada, en otras, su fama y la admiración que se le tenía en vida no desaparecería. Se acuñarían monedas con su rostro -no era muy común, que prestara su rostro alguien que no fuera rey, político o dios, sin importar su sexo-, y as estatuas a ella dedicadas no se limitaban a su isla de Lesbos. Las tendría en época arcaica -más o menos, al poco de su muerte-, clásica, helenística y romana. Los romanos, probablemente no resultaron muy buenos escultores, más allá de bustos o retratos de cuerpo entero de políticos, emperadores o patricios, pero no tuvieron problema en contratar a griegos para que representaran a, entre otros, a Safo, cuando no eran copias de originales más antiguos. Sin embargo, ¿cómo fue su muerte?
La leyenda, porque de leyenda habría que hablar, dice que murió suicidándose, lanzándose de un promontorio sobre la costa en la isla de Léucade, al no verse correspondida por el tan atractivo e irresistible como misterioso Faón. La verdad es que no es algo que cuadre mucho con la realidad, aunque esta no se nos aparezca muy clara. Su muerte, probablemente, se produjo alrededor del 580 a.C., donde la llamada Grecia Arcaica -la que salía de las tinieblas de la llamada "época oscura", auténtica Edad Media Griega de la que tan poco se sabe- dejaba paso a la Clásica, con sus filósofos, políticos y guerras a gran escala. Como mínimo, teniendo en cuenta la diversidad de posibles fechas de su nacimiento -630-612 aC., aprox.-, debía tener, al menos, más de treinta años, que en una mujer de la Antigüedad, incluso de clase alta -aunque ella no es que viviera entre grandes lujos- significaba haber vivido más de media vida, por lo menos. Posiblemente, podía incluso rondar los cincuenta años, que era prácticamente como decir que estaba cerca de la ancianidad. Cuesta creer que una mujer que siempre demostró autocontrol y serenidad, que era capaz de aceptar los malos tratos de los amores imposibles por sus queridas alumnas, que había pasado un poco por todo -exilio, viudedad, ser cabeza de familia...-, decidiera lanzarse desde un acantilado porque un jovenzuelo no quisiera haccer caso a la que, sin duda, era la mujer más famosa y extraordinaria de, por lo menos, Mitilene y la zona de Jonia -las colonias griegas en Asia Menor- poblada por gentes eolias.

Théodore Chassériau, era un pintor francés nacido en el Caribe, que lo mismo pintaba imágenes religiosas, de temática orientalista, histórica o mitológica. Para él, la visión mas cautivadora o representativa de Safo era lanzándose acantilado abajo, abrazada a su inseparable lira, enloquecida por un amor imposible. Una figura muy romántica, pero también, muy probablemente, lejana de la realidad.

Pintura de Safo
El también romántico y francés Antoine-Jean Gros, tratando el mismo tema.

¿Y este Faón, quién era, realmente? Como en toda otra civilización, aparte de los mitos cosmológicos -el origen del mundo y la humanidad- o teogónicos -el origen y aventuras de los dioses-, y mitos con protagonistas humanos de gran importancia social e histórica, que dieron paso a todo tipo de obras literarias o artísticas, también había mitos menores, leyendas, cuentos orales que acababan pasando al papel o el pergamino -a partir de la piel de ciertos animales-, bien en prosa o en verso, con mayor o menor calidad. Faón, o un Faón, es protagonista de una leyenda, un relato oral, en que este era un barquero que trasladó en su barca a la misma Afrodita de una orilla a otra, y que fue recompensado por esta con una gran belleza, capacidad de conquistar a casi cualquier mujer, pero también un considerable deseo sexual, que le impulsó a enamorarse locamente de la diosa. Afrodita, finalmente, acabó refugiándose en un campo de lechugas -porque los griegos consideraban que dicha hortaliza hacía disminuir el deseo sexual-, pero Faón acabó por resultar tan irresistible a las mujeres de Lesbos que, finalmente, y tal como Afrodita predijo, acabó muriendo cuando se le encontró en pleno acto con una mujer casada.
¿Y? Que no resultaba tan extraño que personajes reales, ficticios humanos y divinos se entremezclaran en historias, leyendas, o simples habladurías. Lo que sí se comentó en su momento, o al menos así lo dice en una de sus obras un tal Ateneo, es que en la isla vivía una segunda Safo, contemporánea de la primera, que era una cortesana, bella e irresistible, que se enamoró de un Faón de atractivo quizá divino, pero que nada tuvo que ver con Afrodita ni diosa alguna, y que, al no querer nada con la hermosa y orgullosa hetaira, acabó esta suicidándose, y que al tener el mismo nombre, y vivir en la misma época, la una fue confundida por la otra. Pero no hay ninguna otra fuente que defienda esta historia aunque, realmente, resulta más creíble que la defendida por todos los cronistas e historiadores posteriores.


Influencias en la literatura o el arte, y en la sociedad actual.

Sabido es que "lesbianismo" y "lesbiana" vienen de Lesbos, la isla donde ella nació, y la expresión "amor sáfico" viene directamente de su nombre. Realmente, son palabras modernas, porque en la antigüedad, ni en Grecia ni en Roma, no existían, ni las palabras "homosexual" -o "bisexual", o "heterosexual", y fueron creadas mucho más tarde -aunque no está demasiado claro cuando; tal vez en el siglo XIX, o en el XX. En este caso, no puedo dar datos claros, porque no hay demasiada claridad-. Que Safo mantuviera relaciones sexuales y, sobretodo, amorosas, con mujeres más jóvenes, como también con hombres -en realidad, lo que había eran relaciones homosexuales o lésbicas como algo habitual y aceptado, porque gran parte de los que las tenían eran, al menos en principio, bisexuales- fue en su tiempo visto como algo natural, aunque con el tiempo, sobretodo en el caso de las mujeres, criticado o considerado de mal gusto. En el caso de Roma, por ir más adelante en el tiempo, no estaba mal vista la homosexualidad masculina, sino el cómo y con quién se mantenían esas relaciones -tratándose de hombres romanos libres; los esclavos, extranjeros o provinciales no parecían importar en absoluto a los moralistas-. Y respecto a las mujeres, al ser consideradas mora y emocionalmente inferiores, menores de edad intelectuales, sus relaciones lésbicas, más que despreciadas o perseguidas -aunque muy mal vistas, y receptoras de todo tipo de burlas-, eran ninguneadas. "Sólo cosa de mujeres", se diría. Eso se vería también en otras épocas y países, por ejemplo, la Gran Bretaña Victoriana, donde los actos homosexuales eran castigados con cárcel y multas, pero el lesbianismo era despreciado, pero hasta cierto punto permitido.
Safo, pues, ha sido adoptada como símbolo del feminismo y de la lucha por los derechos de las lesbianas, al mismo tiempo, quizá incluso antes de ello, que completamente re-descubierta como poeta -y, aunque se olvide muchas veces, como cantante, música y en cierto modo, compositora musical-. Según como se mire, esto resulta lógico, pero se olvida quizá algo importante, no sólo en su caso, sino el de cualquier figura histórica o artística de cualquier época: que una persona, no importa edad, sexo, condición social, religión, raza u oficio, hay que analizarla dentro de su contexto histórico. Safo,en su época, pudo ser rupturista, llamar la atención, ser admirada o criticada por esto o lo otro, pero era una mujer griega, pagana, con una cultura y parte de una sociedad que existió hace veintiséis siglos. Si por un milagro, pudiera visitar nuestra época, se encontraría tremendamente fuera de lugar. En realidad, más que nosotros en la suya porque, por lo menos, tenemos cierta idea de cómo eran aquellos tiempos.
Respecto a su influencia, y resumiendo mucho, tal vez demasiado, habría que hablar, primero, de Alceo. Se trata de un poeta, también lírico, profundo e íntimo, de su misma ciudad y dialecto eólico. Fueron amigos, quizá amantes, camaradas en la política y el exilio, y se influyeron el uno al otro. Muy probablemente, la realidad fue como la pintó Alma-Tadema, donde uno se escuchaba al otro, tocando la lira y recitando sus versos. Uno y otro, se influyeron, y se disfrutaron, y resulta difícil hablar de ella sin acordarse de él, siendo ambos poetas líricos y, con toda seguridad, reconocidos intérpretes de su propia obra, a la hora de musicarla.
Tras Alceo, no resulta tan claro, por no quedar referencias escritas, de su influencia sobre otros poetas, pero debió ser importante, teniendo en cuenta que filósofos -los hombres sabios- que vivieron y murieron siglos después, dejaran constancia de su valía y reconocimiento, aunque de forma distinta. Si Platón fue el que la definió como "la décima musa" -o, probablemente, sólo dejó por escrito lo que hacía ya mucho se decía oralmente, Aristóteles, que era un misógino con una idea no ya negativa, sino casi destructiva, del intelecto de las mujeres -"las mujeres no son más que hombres incompletos", y joyas por el estilo que, por cierto, influyeron en el pensar de la Edad Media, donde Aristóteles fue el filósofo antiguo más estudiado y admirado-, tuvo que reconocer que, para ser mujer, resultó una gran artista.
Sin embargo, Safo no fue olvidada tras la conquista romana. Más bien, su recuerdo y su obra fueron tratados, como el resto del arte y saber griegos, como algo parecido a un botín espiritual por los nuevos conquistadores, que fueron cultural y espiritualmente conquistados por los sometidos helenos. Dejando aparte una más que posible influencia en Catulo, el gran poeta de la República Romana tardía -en tiempos de Mario y Sila, y de la juventud de César-, y de Horacio -uno de los protegidos de Octavio Augusto-, uno de los autores romanos que habló más y mejor de ella fue Ovidio, el autor de "El arte de amar", y padre de lo que podría llamarse la literatura erótica de aspecto más o menos moderno -teniendo en cuenta que hablamos de un romano de hace dos mil años-, y que le costó el exilio a la actual Crimea. Ovidio debió leer algunos versos de Safo, donde se insinuaba que, si una persona de cierta edad, como debía ser ella, no era capaz de soportar el desamor, quizá no le quedaba más remedio que el suicidio. En su caso, el tirarse de los acantilados de Léucade, elegido por no pocos amantes no correspondidos para acabar con su sinvivir. Pero, aunque con casi total seguridad, Safo hablara en sentido figurado, Ovidio, que tal vez no pudo encontrar más fuentes de fiar que ella misma, dio por sentado que sí que se suicidó -la tumba de la poeta, reverenciada durante mucho tiempo, tal vez ya  no existía; es posible que en su lápida o monumento funerario, de visitarla, se pudiera leer algo que aclarara un poco la verdad-, se lo tomó como algo literal, e hizo de Safo una de las protagonistas de su obra "Heroidas", o "Cartas de las heroínas", donde mujeres de la mitología y la literatura envían cartas imaginarias en verso a sus amados. Safo sería, de todas ellas, la única mujer real. Y de la obra de Ovidio, escritores, pintores y hasta historiadores posteriores tomarían la idea del suicidio de amor, que todavía se da por válido, aunque no hay gran cosa que lo atestigüe, más allá de la obra del romano.

Pintura de Safo
Este es uno de los mejores ejemplos de pintura romana -y de los pocos que han llegado a nuestros tiempos, realmente-, encontrado, como casi todos los demás, en Pompeya. En verdad, tampoco está tan claro que sea de Safo -yo tengo mis dudas, la verdad-, pero popularmente se le considera como tal, así que he preferido ponerlo aquí, entre otras cosas, por lo atractivo que me parece. Si no es de Safo, bien podría haberlo sido.

En el siglo XIX, los pintores románticos -sobretodo franceses-, así como, posteriormente, tanto los prerrafaelitas como los academicistas en Gran Bretaña, la redescubrirían al gran público. Pero claro, antes de eso, debían conocerla ellos mismos. Se puede ver en esta entrada y la anterior, la visión que tuvieron de ella, como lo representaron, pintores menores. Laurence Koe ve en ella todo sensualidad, como si, antes que artista, Safo fuera una amante experimentada que disfrutaba iniciando en los regalos de Afrodita -como a veces se llamaba al sexo- a muchachas virginales, y que resultaba irresistible en una sociedad tan conservadora y puritana como la Inglaterra Victoriana. Charles Mengin, un academicista francés menor, la retrata de una forma un tanto siniestra, y más bien parece una Sibila de Cumas, o una de las parcas. Mientras, Théodore Chasériau, un romántico francés, la pintó en 1840 lanzándose por el acantilado, loca de amor. El romanticismo era, entre otras cosas, emociones en estado puro, en ocasiones, tan descontroladas que asemejan locura, cuando no lo es. Y resultaba lógico ver a la pobre Safo, loca por el desamor, comportándose como una adolescente que apenas sabe de amor, correspondido o no. Y esta visión, que pasó de Ovidio a los románticos, ha seguido hasta, prácticamente, hoy en día.
Sin embargo, fue Lawrence Alma-Tadema, quién sería capaz de retratarla de forma más veraz y justa. Safo, la gran poeta -o poetisa, como se quiera decir-, escucha embelesada a su amigo Alceo, que sería maestro y alumno suyo al tiempo, como él de ella. Se querían, se influían, y se acompañaban. En aquella Grecia legendaria, en aquellos teatros y odeones de mármol blanco, que se volvía deslumbrante por el sol mediterráneo, dos almas gemelas, dos genios sencillos y sinceros, producen gozo no sólo uno en el otro, sino también en cualquier otra persona que quiera escucharles.
También un contemporáneo suyo -o casi-, John William Godward, trató acertadamente el tema de Safo, y de forma parecida, pero en solitario. Al fin y al cabo, el fue el pintor más o menos académico neoclásico por excelenia, y su Safo -su cuadro se puede ver más arriba-, la retrata con una belleza tranquila, serena, clásica.


"Safo y Alceo" (1881). Es, probablemente, el cuadro más bello, sincero y -dentro de lo que cabe-, realista, de la vida de Safo.

Otro prerrafaelita, Simeon Salomon, retrató a Safo. En realidad, algo normal, teniendo en cuenta que Salomon siempre tuvo preferencia y debilidad por personajes, masculinos o femeninos, homosexuales o bisexuales, o de aspecto sexual un tanto ambiguo. Aparte de pintarla, también la dibujó. Uno de sus retratos a lápiz más bellos, fue, precisamente, de Safo:

 Dibujo con el rostro de Safo
La Safo de Simeon Salomon.


"Safo y Erina en el jardín de Mitilene" (1864), donde Salomon retrata a Safo y a una de sus alumnas amantes en su particular estilo pictórico.

Pintura de Safo  en las rocas
El pintor simbolista francés Gustave Moreau -o más bien, pre-simbolista, o precursor de dicha corriente, debido a la época en que pintó-, realizó un par de obras sobrre Safo. Esta sería "Safo sobre las rocas de Léucade".

En el Museo del Prado de Madrid, también se puede encontrar una aportación española al mito, o más bien al misterio, de la muerte de Safo, obra del catalán Miquel Carbonell i Selva (1881).


En poesía, un ejemplo de autor que trató sobre ella fue el prerrafaelita Algernon Ch. Swinburne, con su "Anactoria", de la que ya se habló en la entrada dedicada a él y a Christina Rossetti. Sin embargo, tras leer a la Safo original, a nadie le entra en la cabeza que pudiera haber escrito, en verdad, unos versos bellos, sí, con fuerza y transpirando, literalmente, un salvaje desamor, pero también crueles, deseando a la amada tanto dolor y cruel fin. Para quien quera leerlo completo, y no esté interesado en visitar la entrada de Swinburne, dejo aquí un enlace.  
Realmente, aquí, el inglés se extiende en algunos de sus temas favoritos -lesbianismo, sadomasoquismo, emociones desencadenadas, atracción por el mundo antiguo, amores escabrosos- sin demostrar interés alguno en retratar a la Safo verdadera.

Y aquí, algunos de los versos de uno de sus poemas más conocidos, cuyo título no se conoce, o al menos no llo he encontrado:

De ella ver quisiera su andar amable,
y la clara luz de su rostro, antes
que a los carros lidios, o a mil guerreros llenos de armas...

La luna luminosa huyó con las Pléyades.
La noche silenciosa ya llega a la mitad.
La hora ya pasó, y en vela, sola, en mi lecho,
suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.

Imposible nombrar aquí todos los blogs, webs o incluso entradas de wikipedia que he visitado, y eso que tampoco es que las dos entradas dedicadas a Safo contengan demasiado texto. Se puede ver que, en la influencia de su obra y su persona en el arte y la literatura posteriores a su muerte, he acabado siendo un tanto parco, más de lo que ella merecería. Pero da una idea de que, como ella misma predijo...


"Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro" (Safo)





jueves, 24 de marzo de 2016

Los prerrafaelitas (anexo V): Un mural prerrafaelita tras un armario empotrado.

Se puede encontrar una obra de arte colectiva donde menos se puede esperar.


Una sorpresa en la antigua casa de William Morris, defensor de la "nueva artesanía".

William Morris, un personaje importante del prerrafaelismo, aunque no fuera pintor -sí que pintó, de forma más o menos profesional, un sólo cuadro, pero no se dedicó en serio de ello-, por ser una mezcla de ideólogo, artista polifacético, y por su capacidad de incluir el espíritu prerrafaelita no sólo en sus poemas o modestos trabajos arquitectónicos, sino sobre todo, por los productos -textiles, joyería, etc.- que se fabricaban en su empresa-taller, que fue una auténtica escuela de pequeños artistas, o de nuevos artesanos, amén de una no tan pequeña familia. Pero Morris, por sí mismo, necesitaría, y merecería, toda una entrada para explicar no sólo su vida y carácter, sino también la variedad de sus inquietudes y palos artísticos que tocó. 
Morris vivía, junto a su mujer, Jane -que, siendo todavía sólo la prometida de William, fue modelo de Dante G. Rossetti, que se obsesionó con ella; más o menos, como con tantas otras, y más, tras la muerte de Siddal, aunque la conoció antes de quedarse viudo-, en la que llamarían la Red House, la Casa Roja, por el color de su fachada, que se encontraba en la población rural de Bexleyhealth, actualmente parte de Londres, y que Burne-Jones consideraba "el lugar más bonito del mundo". Allá vivía con su esposa, y recibía la visita de sus amigos y conocidos del mundo artístico, sobretodo a su mejor amigo, casi un hermano, Edward Burne-Jones, y su esposa Georgina, pero también Dante G. Rosseti y su esposa, o Madox Brown, el academicista que tan buena relación tenía con aquellos "jóvenes revolucionarios de un arte dormido".

La Red House, que entre 1860 y 1865 fue no sólo el hogar de William Morris y su esposa Jane, sino también lugar de reunión, trabajo y goce de los miembros de la Hermandad, de la que Morris, y su amigo Burne-Jones, también acabaron formando parte.

El interior de la casa, con murales a uno y otro lado de un mueble expositor.

Pues bien, resulta lógico pensar que, en aquel microcosmos que fue la Red House, tantos artistas, tanto arte por metro cuadrado, dejara alguna huella. Lo normal serían cuadros o dibujos en papel, obras portátiles, que se pudieran llevar y traer. Pero también podía haber otro tipo de colaboración, más directa, más coral, Y eso es lo que hace poco se ha descubierto en la vivienda: se trataría de un mural, que se encontraba escondido nada menos que tras un armario empotrado, bajo capas de papel y pintura.  Ya se habían descubierto una parte de la obra completa al lado del mueble, pero no se sabía que continuara detrás de él. ¿Por qué estaba en ese estado? ¿Acaso propietarios posteriores a los Morris pensaron que aquello no era una obra de artistas de renombre, sino un dibujo sin especial interés ni calidad suficiente para dejarlo como estaba, y que ya había suficiente con la parte de la obra que estuvo siempre a la vista? ¿Decidieron, entonces, pintar o empapelar sobre él, para colocar delante un simple armario? Los Morris vivieron allá poco tiempo, entre 1860 y 1865, y después de ellos, aunque resulta posible saber quienes compraron la casa, no se puede saber quién o quienes decidieron tapar lo que consideraban algo, si no de mal gusto, sí sin interes para ellos.
La obra en cuestión consiste en un mural de 2'5 metros de largo, y 2 de alto, donde se representan varias figuras bíblicas: Adán, Eva, Noé, Raquel y Jacob, con un texto del Génesis, casi borrado, al pie de la pintura. Los especialistas que lo han estudiado piensan que es una obra colectiva de William Morris, Dante G. Rossetti, Elizabeth Siddal, Edward Burne-Jones y Ford Madox Brown. 
Lo que no está del todo claro, es quién pintó, total o parcialmente, cada figura, porque a pesar de que se encuentran en mal estado, sí se observan estilos distintos. Se da por supuesto que la iniciativa partió del mismo Morris -al fin y al cabo, el dueño de la casa, aparte de ser una persona con incontables ideas para nuevas iniciativas y proyectos, y que él también pintó a Jacob, la figura que se encuentra más a la derecha de las seis. Raquel, sería cosa de Elizabeth Siddal, y Noé, Madox Brown. Lo que todavía no está tan claro, son Adán y Eva. El hecho de que los rostros estén casi borrados no ayuda mucho, precisamente. Eva, tal vez fuera obra de Rossetti, porque el rostro de ella se parece a personajes femeninos de los cuadros del pintor, y es de suponer, entonces, que Burne-Jones sería el autor de la figura que quedaba: Adán. Aunque, en estos dos últimos casos, nada está claro. Siddal dejó por escrito que había pintado una figura bíblica en la casa de Morris, y mientras que Madox Brow, en 1861, estaba ocupado en una vidriera con Noé de protagonista -quizá, el dibujo del mural fuera una especie de prueba-, Rossetti diseñó para otra vidriera, en Bradford, una Eva con gran parecido con la de la pintura de la Red House. Un auténtico trabajo de detectives del mundo del arte, que seguramente, será resuelto más pronto que tarde. 
Otra cosa, es que aparezca una nueva sorpresa en la casa de los Morris. Ojalá fuera así.

'Wall painting in the bedroom at Red House'
En la pintura, se simulan los pliegues de una tela, como si realmente se tratara de un tapiz. Adán y Eva son representados con a serpiente, y Noé -en el medio de las dos pareja-, tiene entre las  manos una miniatura del Arca. A la derecha, el patriarca bíblico Jacob, y su mujer Raquel.

Una pintura realizada por Morris, para su gabinete. Esta obra nunca ha estado oculta, y se ve que su estado es mucho mejor que el recién descubierto.

lunes, 21 de marzo de 2016

Safo de Lesbos, la décima musa ( I ): la primera mujer de la literatura occidental.

Entre el mito y la realidad, apenas un esbozo de lo que debió ser su obra completa todavía resuena, después de tantos siglos.




La décima musa, antes de que Atenas impusiera, también,  su misoginia.

La antigua Grecia es, desde un punto tanto cultural como artístico, político y espiritual, una de las bases, la más antigua y probablemente más importante, de la cultura occidental. Pero siendo considerada, al menos una parte de ella -Atenas, y algunas polis aliadas, dependientes, o colonias suyas, más algunas ciudades más, en determinado momento histórico- como la madre de la democracia, de repartir el poder y la responsabilidad en una parte grande y creciente de la población, o al menos, de la población autóctona y libre, son muy pocas las mujeres que destacan en ese espacio socio-cultural, político y demográfico.
Claro está, hablando en sentido amplio, aparecen bastantes figuras femeninas, pero se trata, en muchas ocasiones, de diosas o semi-diosas, o de seres mitológicos o fantásticos con aspecto, condición o, dicho más claramente, de sexo femenino -bacantes, musas, náyades, al menos en la mayoría de sus representaciones-, aunque no siempre con el físico correspondiente a una mujer humana -sirenas, arpías...-. Y cuando no son seres divinos o fantásticos, se trata de reinas, heroínas o princesas de la literatura y la leyenda. Dicho de otro modo, que no hay forma de saber si se trata de mujeres reales, y en caso de ser así, como fueron realmente -la famosa Helena de Troya, o Clitemnestra, o incluso las aguerridas amazonas, serían ejemplo de ello-, como también, algunas supuestas filósofas o mujeres especialmente sabias, no dejan de ser personajes de obras filosóficas, donde no son más que figuras, excusas -como también, normalmente, sus compañeros masculinos- para que cada filósofo, político o sabio explique sus ideas e intente hacernos pensar.
¿Entonces, tras todas ellas, qué es lo que nos queda? Hablo sólo de mujeres griegas, dejando aparte las romanas, y también las de culturas orientales, celtas, etc., así como China, la India, Japón... La verdad es que poco. Por un lado, las hetairas, las famosas cortesanas, sabias, deseadas, admiradas, y sobretodo, con una independencia personal que muy pocas otras mujeres de su época pudieron disfrutar. Incluidas reinas o nobles. Por otro, un número muy pequeño de poetas o filósofas, o mujeres consideradas como tales. Tal vez, hemos transformado en mujeres de carne y hueso algunas que en realidad son fantasía de algún cronista, pero también, con toda seguridad, ha sucedido lo contrario: que literatas y pensadoras reales hayan sido olvidadas, y sus nombres enterrados por el olvido. Un entierro en que los hombres contemporáneos suyos, pero sobretodo los que vivieron cuando ellas ya habían desaparecido, no fueron en absoluto ni ajenos, ni inocentes.
Ya sé que esta aes una introducción muy larga, pero no es sólo Safo quien me interesa, sino también sus contemporáneos, y el lugar -o lugares- donde vivió y compuso sus versos. Así que empiezo a escribir aquí, sin saber si, finalmente, necesitaré una segunda entrada para contar todo lo que me viene a la mente.

¿Es este busto un retrato fiable de Safo? Es imposible saberlo. Muy probablemente, se trata de un bronce de tiempos romanos, copiado -por griegos de la época, seguramente- de un original de un artista griego de época clásica.

Esta sí que es una copia de tiempos romanos, tallada en mármol, de un original griego del siglo V a.C. Los romanos, ya desde tiempos de la república -sobretodo, desde que las legiones sometieron Macedonia  y las polis helenas- demostraron gran atracción y admiración por todo lo griego, así que en cuestiones artísticas, no sólo los imitaron -o directamente, los copiaron-, sino que muchos de esos trabajos fueron realizados también por griegos, o al menos, por artistas, libres o esclavos, de cultura helena y origen oriental.


El dónde y el cuándo. Quién y qué era Safo.

Safo de Lesbos, o de Mitilene, es conocida así -como lo fue en vida- porque los griegos, al contrario que los romanos, no tenían el equivalente a apellidos modernos, así que, para diferenciarse de individuos con el mismo nombre, añadían a este su lugar de nacimiento, fuera ciudad, aldea o isla. Lesbos fue la isla donde nació, muy cerca de la costa occidental de la actual Turquía, llamada también Asia Menor, frente a las colonias griegas de esa zona, conocidas como Jonia. Respecto a ser también conocida como Safo de Mitilene, es porque fue en esa ciudad, la capital y población principal de Lesbos, donde vivió gran parte de su vida, aunque, respecto a su lugar de nacimiento, los hay que afirman que nació en esa ciudad, y otros, en un pueblo cercano, Eresos. Aquello no resulta tan extraño: Safo era de origen noble, y es posible que naciera en una finca o propiedad rural de su familia, en esa aldea, y más adelante, se trasladara a vivir -tal vez, al poco de nacer- a la capital de la isla.
Respecto a cuando nació, al igual que la fecha de su fallecimiento, aquí las dudas se vuelvan mayores, y dependiendo del año, podríamos decir que Safo falleció siendo anciana -al menos, para la época, donde no eran muchas las mujeres que pasaban de los cuarenta años-, o todavía relativamente joven. Las fechas de su venida al mundo van desde el 650 a.C. -uso el "antes de Cristo", aunque yo no sea religioso, aunque a partir de ahora, dejaré de ponerlo, para que resulte más fácil la lectura; bueno, y la escritura también- al 610 a.C. ¡Cuarenta años de diferencia! Eso, en aquella época, serían dos generaciones completas, aunque hay cálculos más exactos: entre el 630 y el 612. Que no dejan de ser dieciocho años, que no es poco. 
Formaba parte de una familia noble, o aristocrática -de "bien nacidos", como se les llamaba en Atenas, y probablemente en otras partes de la Hélade-, aunque eso no significa que tuviera un nivel de vida casi principesco. Más bien, se podría decir que nunca conocieron ni la pobreza, ni los problemas económicos -a no ser que sufrieran el exilio o la persecución política-. En realidad, su nacimiento en una pequeña aldea, y el pasar gran parte de su vida en la capital tendría esta explicación: tenían tierras en zona rural, pero residían en la ciudad, donde se hacían negocios, y se concentraba el poder político. Pero tras su nacimiento, su vida se vuelve algo vaporoso, oscuro, pero también misterioso, fascinante. Hasta que no llega a la edad adulta -y por no saber cuando nació, tampoco podemos decir, aunque sí suponer, a qué parte de esa vida adulta-, no sabemos nada de ella. No existen, o más bien no ha llegado hasta nosotros, ningún texto o referencia hacia ella más o menos contemporáneo suyo, y poco hay, escrito por griegos anteriores al dominio romano, y no siempre junto o halagador. O simplemente, neutral, objetivo. Los atenienses, cerca de un siglo después de su fallecimiento, más o menos en el 580-570, en tiempos de Pericles y posteriores, la ningunearon, o criticaron sin razones de peso, pero se sabe que, antes de ello, fue respetada, conocida en toda Grecia, e incluida en la lista de los "nueve poetas líricos", que ya era mucho decir. En realidad, su apodo de "la décima musa", junto a las nueve criaturas fantásticas que parecían ser guardianas y promovedoras de todas las artes, nos da una idea de hasta donde llegó su fama y reconocimiento. Mucho después, fue "redescubierta" por el poeta romano Ovidio, cuya visión y retrato fue adoptado por escritores, artistas y políticos posteriores casi sin pensar qué parte podía ser real, y cual imaginación del escritor, pero esto ya sería una historia que se comentará más adelante.

Safo en tres dimensiones. De James Pradier (1852), ejemplo de la recuperación del mundo antiguo greco-latino por los europeos, y sobretodo los británicos, del siglo XIX.

Respecto a lo que fue su vida familiar, su forma de ganarse la vida -junto a su familia-, y su participación, aunque fuera indirecta o casual, en la política, lo que se sabe es, más lo menos, lo que ahora viene:
Sobre su familia, parece que su padre, Escamandrónimo, más que noble por origen, lo era por cuestiones económicas e influencia social. El patriarca de la familia se dedicaba a la venta de vinos de calidad -y tal vez, también a su producción, en sus propiedades rurales, donde debió nacer no sólo su hija, sino también sus hijos varones. Pero, por lo que se cuenta, Escamandrónimo murió en una guerra por la posesión de una pequeña colonia cercana, Sigui, cerca del estrecho de los Dardanelos, y la poeta, quedó huérfana siendo niña, o al menos, adolescente. Se cuenta que, a los once años, fue separada de su familia -¿también de su padre? Entonces, estaba aún vivo, y ella lo perdió cuando ya era, para la época, casi adulta- para servir como sacerdotisa de la diosa Artemisa, aunque más tarde, dejó aquella ocupación para siempre, tal vez porque ocupó en la familia el puesto de su padre, muerto en combate -¿significaba eso que su madre también había fallecido? No se sabe-. Safo tenía tres hermanos, todos menores de ella -de ahí que, imagino que, al quedar huérfana de padre, Safo no podía ser tan niña, porque tras ella había otros tres hijos aún menores que ella-, y algo sabemos de, al menos, dos de ellos, pues en unos versos descubiertos hace bien poco, es la misma poeta quien nos comenta, por un lado, el miedo que tiene por uno que estaba de vuelta de un viaje en barco -probablemente, por razones comerciales, en relación con el negocio familiar-, mientras que el otro parece que por fin ha decidido sentar la cabeza. O al menos, es lo que Safo espera.
¿Vivió siempre en Lesbos? Básicamente, sí, excepto un corto exilio en la ciudad de Siracusa, la mayor y más influyente de las ciudades griegas -y no griegas- de Sicilia, donde residió un máximo de seis años, desde el 593 a.C, cuando comenzó el exilio. La razón por la que ella, y con toda seguridad su familia -sus hermanos y ella misma,; no se sabe si su madre vivía todavía- fue porque en Lesbos hubo una lucha política entre las que podrían considerarse las familias de la aristocracia -o más bien, de la oligarquía económica local, que tampoco es que fuera extremadamente rica, sino más bien influyente- con los favorables a la tiranía, representada por Pítaco, y que en aquella época no era el equivalente a lo que hoy en día se entiende por esa palabra. Un tirano, más que lo que ahora llamaríamos un dictador, era un individuo que conseguía un gran poder político no por ser heredero de un trono, ni por ser elegido legalmente, ni por el pueblo -en aquellos tiempos, la democracia en Atenas y otros lugares apenas se estaba desarrollando- ni por los oligarcas. Por tanto, lo lógico era que el tirano consiguiera el poder, bien por un golpe de estado -normalmente, con apoyo de mercenarios, de ahí la necesidad de dinero contante y sonante, o su equivalente en oro o plata en bruto-, o por medio de una revolución social, que no tenía por qué tener, realmente, un apoyo de gran parte de la población, sino de una minoría que actuara con rapidez y obedeciendo al tirano en cuestión. Es de suponer que, faltando el padre, y siendo ella la cabeza de familia -algo que, en ese momento y lugar, no parece que fuera tan extraño- participó activamente en esas luchas políticas, que pasaron del ágora a las calles, y probablemente, los rebeldes, con o sin ella, hasta intentaran matar al tirano -el tiranicidio, entre los griegos, era considerado no sólo un derecho, sino casi una obligación política y moral de los buenos ciudadanos-. Sin embargo, Pítaco no demostró ser tan terrible como se pensaba, porque permitió a muchos exiliados, incluyendo Safo y su gente, volver a la isla y recuperar, al menos, parte de sus bienes. Safo volvió al negocio familiar de vinos, que hizo prosperar -era, pues, no sólo artista, isno mujer de negocios- y fue introduciendo en él a sus hermanos menores. Con ella también volvió uno de sus mejores amigos, el también poeta Alteo, que igualmente participaba en política lo mismo que se transformó, como ella, en un orgullo de la cultura griega de la época, y más allá.

Resultado de imagen de safo cuadro 1896
Un retrato del XIX, con Safo rodeada de sus admiradoras y alumnas.

El exilio en Siracusa, ya en aquella época una ciudad enorme, casi de frontera, enfrentada a los Cartagineses, y con deseo de extender su influencia por gran parte de la isla, no sólo le significó tranquilidad, pues allá, a ella y su familia, y otros exiliados, nadie les persiguió, sino también conocer a poetas, filósofos y dramaturgos, que el dinero siciliano atraía por docenas. Eso significó su desarrollo intelectual y artístico, y formarse como literata, además de como ciudadana activa y persona. Allá, además, se casó con el mercader Kerkilos, con quien tuvo una hija, Kleis -no tuvo más hijos, que se sepa; como tampoco se sabe si ella llegó a tenerlos-. Con toda probabilidad, se trataba de un matrimonio de conveniencia, en que un mercader con mucho dinero, pero sin origen aristocrático, se casaba con una mujer más joven, y perteneciente a una familia de rancio abolengo, cultura, renombre en su isla de origen, y que muy probablemente, podría, antes o después, volver a su Lesbos, donde ya era famosa. Pero Kerkilos murió pronto -debía ser muy viejo, o estar muy enfermo, así que para Safo, tampoco debió costarle demasiado aceptar el matrimonio, que en aquellos tiempos, entre gente rica, raramente era por amor-, así que, tras enviudar, heredó de él -al menos, parte de su riqueza, pues tal vez había hijos de otro matrimonio anterior, al menos-, y en cuanto pudo, volvió a Lesbos no sólo con más cultura y experiencia vital, sino también con dinero para invertir en su negocio familiar.

La "Safo" del francés Charles Mengin (1877), pintor académico que no consiguió, ni en su momento ni con posteridad, demasiada fama, excepto por esta Safo vestida de negro y con los pechos a la vista, que más bien aparenta ser una hechicera que una poeta.

Parece que perteneció a una sociedad para mujeres llamada thiasos, donde se preparaba a las jóvenes para el matrimonio, pero es de imaginar que el exilio debió impedir su matrimonio en la isla -eso, y que tal vez no tenía, todavía, un prometido en serio-, y cuando volvió con él, con seis años más y una hija, ya no parece que volviera a casarse, ni a tener demasiado interés en ello. Todo eso hace pensar, al menos a mí, que dicha organización no fue una de la que formara parte antes de marchar a Sicilia, sino que creó ella misma tras volver de allá, y donde no era Safo, quién tenía pensado -al menos, en principio- el casarse, sino que preparaba a otras jóvenes para ello. Si en un futuro, o en otras regiones de Grecia, era la edad, la belleza, el comportamiento considerado decente, y sobretodo, la dote, lo que resultaba importante para que una mujer pudiera casarse, en Lesbos también contaban otras cosas. Y Safo se encargó de destacarlo, pues creó el equivalente a una Academia -como Platón en Atenas- o Liceo -como Aristóteles, tras él, en la misma ciudad, y haciéndole la competencia-, donde enseñaría a las jóvenes que confiaban en recibir de ella una esmerada educación consistente en canto y danza, literatura -imagino que no sólo a conocer poesía o teatro y filosofía, sino también a recitar o declamar- y arte -arquitectura, y sobretodo escultura y pintura, aunque no haya llegado a nuestros tiempos ningún ejemplo de pintura griega de la época; otra cosa es la Creta minoica, pero es que aquello era, ya en aquellos tiempos, otro mundo, y otra cultura-. Todo aquello debía facilitarles encontrar buen marido, pero también, evidentemente, significaba formarse como personas, descubrir que el arte y la literatura no sólo eran cosa de hombres, y si alguna de ellas demostraba tener aptitudes, al menos para la literatura, Safo les ayudaba en lo posible para que consiguieran sacar lo mejor de sí mismas.
Había que entender qué significaba para aquellas jóvenes, recién salidas de la infancia, tener como maestra y compañera a una mujer aún joven, de belleza tranquila y fascinante, culta, comprensiva, dispuesta a enseñarles y a sacar de ellas sentimientos e ideales que debían imaginar masculinos, o inexistentes en ellas, y que lo mismo componía con y para ellas nuevos versos, sino que también los recitaba y cantaba. Pues hay que tener en cuenta que en la Grecia antigua, la poesía no sólo se leía para uno mismo, o para otros que escuchaban -el recitar poesía era considerado un arte en sí mismo, como el declamar un discurso, o ser capaz de interpretar, aún de forma improvisada, el papel de un personaje de una tragedia o comedia-. También se cantaba, así que, un poeta, también era un compositor musical, y en no pocas ocasiones, también un músico. Y parece que Safo sabía tocar la lira, y tal vez algún otro instrumento, para así acompañar el recitado, o más bien el cantar, de sus versos, o de otros poetas por ella admirados y conocidos, como su compatriota Alceo.

         Lesbos    
La isla de Lesbos, vista desde el espacio, y el monte Olimpo -no confundir con el de la Grecia continental, mucho más alto, pues el lésbico sólo se acerca a los mil metros de altura-, la cima más alta de la isla.

Y sobre su obra, su relación con Alceo y las jóvenes que la consideraron -y con razón- como maestra, amiga y ejemplo, y su influencia en artistas e ideólogos de todo tipo de tiempos posteriores, en la segunda entrada dedicada a ella.




domingo, 13 de marzo de 2016

Henrietta Rae, visión romántica de la historia por una pintora de la Era Victoriana.

Entre los llamados academicistas, también hubo todo tipo de estilos y artistas con personalidad propia.


En la Época Victoriana, cuando las mujeres empezaron a destacar en la pintura.

Henrietta Rae Emma Ratcliffe (1859-1928), o simplemente Henrietta Rae -Henrietta Normand, legalmente, aunque ella, como artista, siempre usó su apellido de soltera-, fue, no desde luego un caso aislado, pero sí una de las pocas mujeres pintoras que consiguieron hacerse un nombre en la pintura británica -y europea en general- del siglo XIX. No formó parte, ni de forma clara y activa, ni por influencias o parentesco -familiar, por medio de sus maestros- parte del prerrafaelismo, del que tanto he hablado ya, sino que más bien sería el prototipo de artista victoriana academicista, y una de las pocas pintoras que pintó obras sobre temas clásicos o alegóricos a gran escala, no pequeños cuadros poco conocidos o llamativos, más allá de un pequeño grupo de clientes que no podían permitirse obras de mayor tamaño y calidad, pintadas por artistas más conocidos. Durante mucho tiempo, fue conocida también -o principalmente- por haber sido la esposa, desde 1884, del también pintor Ernest Normand, pero también es cierto que, desde que era todavía joven, en su época fue conocida por sí misma, aunque una vez que su estilo, o sub-estilo, el académico victoriano -y eduardiano, pues ella vivió hasta bien entrados los años veinte del siglo XX- fue cayendo en el olvido, pasó a ser casi un pequeño párrafo en la historia del arte de su país, y una nota a pie de página, a la hora de hablar del europeo en general, aunque sólo fuera en el de su época.
Rae y su marido vivieron en Holland Park, y eran vecinos de lord Frederic Leighton, así como de John E. Millais, con quienes tuvieron amistad y, seguramente,, discusiones e influencias artísticas.

"Las sirenas", en este caso, tras adquirir todas las características de las humanas, incluidas las piernas. Y al contrario que en el cuento de Andersen -y sus versiones posteriores-, parece que sin ayuda ajena, ni miedo a maldiciones o condicionantes mágicos. Ellas se transformaban en "mujeres de tierra", o en hijas de mar, cuando les apetecía.

"Una vacante" (1885). Las vacantes eran unos seres mitológicos, con aspecto de mujer -en realidad, eran mujeres, sólo que de origen divino, por lo que, aparentemente, ni morían ni envececían- que acompañaban a Dionisio -el Baco romano- dios del vino, la fiesta y el desenfreno. Como ellas, de ahí su atractivo y fascinación, en una sociedad tan puritana -e hipócrita- como la victoriana.

"Canciones de la mañana" (1904), sería un ejemplo de pintura alegórica, donde la joven o mismo representa la música, la mañana, o simplemente la belleza, entremezclando la física, en una mujer, y la de la naturaleza. Las alegorías, en cierto modo, permitían eso: que cada uno se hiciera su propia idea.

Rae, nacida en el distrito Hammersmith, en el oeste de Londres en una familia numerosa interesada desde siempre en el arte, comenzó a estudiar arte a los trece años, que en aquella época sería la adolescencia, y fue alumna, como tantos otros, y tras haber pasado por al menos dos academias de arte, de la Royal Academy, que no la admitió hasta haberlo intentado, al menos, en cinco ocasiones, y donde comenzó a exhibir sus obras a partir de 1881, aparte de en la Grosvenor Gallery, y en otras galerías que fueron apareciendo a finales del siglo XIX. Tras ello, consiguió sendas medallas por participar en las Exposiciones Universales de París y Chicago. 
Algunas de sus obras más conocidas fueron su versión de "Ofelia" (1890) y de "Hilas y las ninfas de agua" (1910). Aquello fue una incursión en dos de los temas -en sentido amplio- preferidos de los artistas británicos de la Era Victoriana, y tras ella, de la Eduardiana: la obra de Shakespeare, y los mitos griegos, y en particular, en un personaje, Ofelia, y un mito en particular, el rapto -o huida, más bien- de Hilas por parte de las ninfas de un río donde fue a beber cuando su captor, Heracles -el Hércules romano- se lo permitió. Otras, serían su "Ariadna" (1885), "Psique en el trono de Venus", que sería su óleo de mayor tamaño, o "La dama con la lámpara", una de sus pocos cuadros que hace referencia a un personaje contemporáneo -para ella, se entiende-: a Florence Nightingale, la primera enfermera en sentido moderno de la historia, y de la cual se vendieron, durante años, gran cantidad de litografías en color.

"Hilas y las ninfas de agua". El tema ya fue tratado por otros autores de la época, como Waterhouse, pero ella también quiso dar su visión, tal vez más clásica que la del prerrafaelita.

Su "Ofelia" (1890), que, al quererla exhibir en la Royal Academy, no fue colocada, precisamente, en un lugar donde pudiera preciarse con mucho detalle, precisamente. Algo que, por lo visto, la fastidió bastante.

Y respecto a sus influencias pictóricas, las adquirió, principalmente, en la Royal Academy -y seguramente, más adelante, relacionándose con pintores amigos suyos, anteriormente maestros o compañeros suyos, u otros que fue conociendo más adelante-, y el que más la marcó, por lo visto, fue Alma-Tadema -que la impresionó desde el mismo momento que lo conoció-, el prerrafaelita y neoclásico -realmente, fue ambas cosas a la vez-, que debió convencerla, además de enseñarla, de sus posibilidades a la hora de pintar grandes obras de temática clásica, greco-romana, aunque también contó con los consejos y la compañía de otros prerrafaelitas, como Bernard Dicksee -considerado prerrafaelita aunque, como Rae, desarrolló su carrera cuando el prerrafaelismo estaba ya en sus últimos años-, o el mismo Leighton, que además de amigo fue vecino. Además, hay que tener en cuenta que ella pertenecía a la misma generación de los prerrafaelitas posteriores a la Hermandad, y que fueron los precursores, cuando no, directamente, parte del simbolismo, así como de formas más modernas de la pintura academicista. Algo sobre los pintores, amigos o no tan amigos, que la visitaban a su casa: no siempre sabían comportarse con su anfitriona. Uno de ellos, Valentine C. Prinsep, llegó a mojar el dedo en una de las pinturas de Rae, que todavía no se había secado, dejando una fea marca, aunque ella, más tarde, se "vengó" quemando el sombrero de Prinsep en la estufa. De todo ello, de lo pesados o agobiantes que podían llegar a ser los artistas más famosos de la época -y otros, como el mismo Prinsep, no tanto- da fe en sus memorias.
En 1897, Rae organizó una exposición de mujeres artistas, aprovechando el jubileo de diamante de la Reina Victoria -por sus sesenta años de reinado-, a la que no le quedaba ya mucha vida.
Aunque se lle considera artista victoriana, pero también vivió la Época Eduardiana -el reinado de Eduardo VII, sucesor de la reina Victoria, entre 1901 y 1910-, y por tanto, la sociedad que vivió, al menos cuando ella ya tenía cierta edad, era algo más abierta y menos encorsetada y puritana que la que vivieron los Millais, Rossetti y compañía.
La vida de Henrietta, como artista, pero también como defensora del derecho al voto de las mujeres, y su apoyo a otras artistas menos conocidas que ella, se recogió en un libro  autobiográfico publicado en 1905 y que, en su momento, tuvo bastante éxito y buena aceptación.

Ellen Terry y Henry Irving -dos actores de la época- como Abelardo y Eloisa (1913). En principio, era un dibujo para una pintura de mayor tamaño y detallismo, aunque no se conserva -o al menos, no he podido encontrar información de ella-.

"La dama de la lámpara", o "Florence Nightingale en el hospital de Scutari", tuvo tanto éxito, que se vendieron miles de litografías del cuadro dentro y fuera de su país. Nightingale fue la primera enfermera en sentido moderno, y se hizo famosa por su participación en la Guerra de Crimea, en la que el Imperio Ruso luchaba contra el Turco Otomano, que contó con el apoyo de Gran Bretaña, Francia y el Piamonte. Ella cuidaba y vigilaba a los heridos británicos en un enorme hospital de campaña, de día y de noche, donde lo recorría con la ayuda de la luz de una lámpara de aceite.


miércoles, 9 de marzo de 2016

Los prerrafaelitas (anexo IV): Un vídeo sobre una exposición del prerrafaelismo y el dibujo. Y ejemplos de ello: Rossetti retratando a Jane Morris y a Siddal.

La casa-estudio de Frederic Leighton transformada en museo: cómo dibujaban en papel los prerrafaelitas.


Pongo aquí, en un anexo, que básicamente son entradas cortas para algún cuadro de un autor ya tratado que no conocía, o un segundo repaso por no haber tratado como debía a algún otro -el caso de Simeon Salomon-, o alguna otra cosa que ocupa poco espacio, pero que tiene relación con la Hermandad, en su sentido más amplio.
En este caso, es un vídeo de una exposición en la casa y estudio del pintor Frederic Leighton, transformada en museo, y que aparte de ser por sí misma una maravilla para cualquier visitante con conocimientos de arte e historia -o sea, que más o menos sabe lo que va a ver, y quien era Leighton-, en ocasiones realiza exposiciones. Y en este caso, es una sobre dibujos realizados por diversos autores pertenecientes al movimiento, entre ellos Dante G. Rossetti, no sólo uno de los principales,sino que acaba saliendo un poco en todas partes.Algunas son obras, digamos, acabadas, que tienen sentido por sí mismas, y otras, son trabajos preparatorios, bosquejos o pruebas de futuros cuadros que más adelante serían representados como pinturas al óleo.
Aunque, evidentemente, no resulta posible asistir a la exposición si no se vive o se visita Gran Bretaña, al menos da una idea de cómo es. Se pueden ver un centenar de obras de la coleccíón Lanigan, realizadas por Edward Burne-Jones, John Everett Millais, William Holman Hunt, Dante G. Rossetti, Edward Poynter y, evidentemente, Frederic Leighton.

Aquí, un ejemplo de dibujo -magnífico, por lo demás- que sería modelo para un cuadro, es este "Estudio de cabeza y hombros de una mujer", que  tendría su versión final al óleo en "Agua de sauce", de Dante G. Rossetti (1871), con Jane Morris -esposa de William Morris, amigo inseparable de Burne-Jones- como modelo, por la cual -como casi siempre- Rossetti, ya viudo, sentía algo más que simple amistad, o interés profesional.


1871.jpg Dante Gabriel Rossetti Agua Willow


Y otro dibujo, de "Retrato de E. Siddal descansando, sujetando un parasol", también de Rossetti, y que debió ser pintado entre 1852 y 1855.

Y aquí, el vídeo. Está en inglés -normal, por tratarse de un vídeo británico realizado por británicos-, pero los subtítulos, en el mismo idioma, siendo pocos, se entienden bien si se tiene cierto nivel de inglés.


lunes, 7 de marzo de 2016

Los prerrafaelitas (XXXV): "The germ", la revista, de muy corta vida, de los prerrafaelitas. 

Los miembros de la Hermandad nunca pensaron que los cuatro números de su revista, de haber llegado al presente, suscitarían tanto interés.


"The germ", el germen literario de la futura revolución en el arte británico.

Esta no será una entrada dedicada a una persona en particular, sino a una publicación, que si bien en principio tendría que haber sido un anexo, una entrada casi anecdótica o complementaria, al final ha acabado siendo una más larga, con su número y todo -el treinta y cuatro, nada menos, presentación y tres anexos aparte-.
"El germen" fue una modesta publicación que los miembros de la Hermandad decidieron sacar a la luz no sólo para darse a conocer ellos mismos, o cualquiera que quisiera colaborar con ellos, sino también publicitar y extender -hacer una especie de "apostolado"- de las ideas de renovación artística, intelectual o emocional que ellos defendían.
Fue en una época tan temprana como 1850, cuando Millais, Rossetti y Holman Hunt eran todavía unos desconocidos para el gran público -y para casi todo el mundo, realmente- decidieron sacar a la luz una pequeña publicación, casi artesanal, que les ayudara en lo que ellos consideraban una auténtica revolución artística. Y dicha revolución necesitaba de una plataforma literaria, física, además de las obras que tenían pensado pintar. O que debían pintar en un futuro, aunque no tenian, realmente, idea clara de lo que pintarían en los años por venir.
El nombre de "El germen", quizá no sea una traducción de todo exacta, porque no hace referencia a un germen desde un punto de vista médico -una bacteria, un bacilo-, sino más bien biológico, en que unas ideas nuevas, que promueven un estilo artístico también nuevo, debían germinar en una pintura, una ilustración y una poesía nuevas. El germen, aquí, en una semilla de un mundo artístico nuevo, del que nacerían nuevas ideas que cambiarían para siempre el arte británico. Y realmente lo hizo, aunque no por publicación alguna, sino por las obras que saldrían tanto de los talleres de los miembros de la Hermandad, como de prerrafaelitas posteriores o autónomos.

[Rossetti, D.G. etc] The Germ: Thoughts Towards Nature in Poetry, Literature and Art (Eliot Stock Edition)
Un ejemplar de cada uno de los cuatro números de "The Germ", con un prefacio posterior, a la venta en internet -actualmente- por 350 dólares.

Una reedición, más moderna, de los cuatro números de "The Germ", la revista literaria de los prerrafaelitas, según reza el subtítulo.

William Michael Rossetti, hermano de Dante G. y Christina. No destacó como artista, aunque practicó la poesía, pero fue un apoyo intelectual y cronista de la Hermanda. En la práctica, se le considera parte de ella, aunque no fuera pintor, ni poeta reconocido, pues fue funcionario de carrera.

"El germen" fue publicado, en ese 1820, por la editorial "Tupper and Sons", una firma de impresores interesados por temas diversos de la ciudad de Londres, y parece que se tomaron en serio el llevar a buen puerto su inversión -pues de eso se trataba- en aquella nueva revista literaria y artística, además de teórica en sentido cultural. Pero poca suerte tuvieron, pues sólo salieron al mercado cuatro números -de enero a abril; era una publicación mensual-, y del primero sólo se vendieron setenta copias de un total de setecientas. De los otros tres, se publicaron ediciones más cortas -de unos cuatrocientos ejemplares-, pero también acabaron por quedarse, por no poder venderlos, al menos tres cuartas partes de ellos. Todo un fracaso, así que Tupper y compañía decidieron dejarlo estar, y así no perder más dinero, pues fue su familia quién tuvo que cargar con gran parte de las pérdidas. El hecho de que la los Tupper tuvieron relación de amistad e interés artístico por el nuevo movimiento hizo que corrieran semejante riesgo, que hoy en día parecería, como mínimo, osado.  Más adelante, en 1898, en Estados Unidos se publicaría una única edición, de sólo cuatrocientos cincuenta ejemplares, de los cuatro números, más un prólogo, en un sólo libro de tapa dura, y que parece que se vendió en su totalidad. En aquella época, los prerrafaelitas sí que eran famosos, y mucho. Realmente, cerca ya del siglo XX, el prerrafaelismo estaba ya en sus últimos años de corriente viva, siendo ya sobrepasado por otras corrientes, como el simbolismo, el modernismo o los impresionistas y sus sucesores, los post-impresionistas en toda su variedad.

Los cuatro hermanos Rossetti: Dante Gabriel -pintor y poeta prerrafaelita, uno de los creadores de la Hermandad-; William Michael -funcionario, pero también poeta, y cronista y apoyo moral no oficial de la Hermandad-; Christina Georgina -poeta, una de las más importantes del siglo XIX en su país-; y Maria Francesca -la menos conocida, escribió un estudio sobre Dante, uno de los iniciadores del Renacimiento, y se dedicó a la obra social y religiosa-. Además, eran parientes por parte de su madre de John William Polidori, autor de "El vampiro", la primera novela moderna sobre vampirismo.

Era, desde luego, un proyecto ambicioso. Tenía como segundo título, o subtítulo, "Pensamientos hacia la naturaleza en el arte y la literatura", aunque finalmente tuvieron que bajarse un poco los humos, y a partir del tercer número lo cambiaron por "Arte y poesía. Pensamientos sobre la naturaleza realizados principalmente por artistas", o algo así. Pero no eran los subtítulos lo más interesante. Allá participaron varios miembros de la Hermandad o personas de su círculo cercano, incluyendo el familiar. Uno de los colaboradores fue William Michael Rossetti, hermano de Dante Gabriel, que también ejerció de director de la revista, y lo hizo como poeta, y articulista. El "hermano tranquilo" de Dante Gabriel trabajó de funcionario toda la vida, pero también fue una especie de cronista no oficial, consejero y "ayudante intelectual" de la Hermandad. En realidad, fue uno de los fundadores de esta, aunque no es considerado como parte de ella por no ser artista, sino más bien "apoyo moral y externo", digámoslo así. Pero en aquel momento, el joven William Michael quiso demostrar que podía ser poeta, al igual que su hermano -que por lo demás, no ha pasado a la historia del arte por ello, sino como pintor-, y quiso así publicar algunos de sus versos, y de paso, ayudar a llenar las páginas de la revista, que suponían, de forma bien optimista, que tendría una vida mucho más larga de la que realmente tuvo. Y claro, si la publicación podía llegar a tener varias decenas de números, toda ayuda era poca. Y además, William no sólo era hermano de uno de los miembros de la "Santa Trinidad" del prerrafaelismo, sino también cronista y, por lo visto, tampoco era tan mal poeta.
Claro está, el "hermano tormenta", Dante Gabriel, también publicó, y junto a ellos, un tercer miembro de la familia Rossetti: Christina, que sí sería famosa como poeta, por encima de sus dos hermanos varones, aunque lo hiciera bajo seudónimo -quizá, porque en esos años era muy joven, y consideraba la poesía más una ilusión, o una distracción, que como algo con lo que pudiera ganarse la vida-, Ellen Alleyn. Serían siete, los poemas de Christina, a lo largo de tres números de la revista, destacando "Fin", y "Tierra de sueños". Aunque los lectores no podían saber quién se escondía tras Alleyn, sin duda, los colaboradores varones de "El germen", empezando por sus dos hermanos, sí tenían que saber sobre quién era la autora -adolescente todavía- de aquellos versos.
Otros poetas que se pasaron por la revista, y de los que se pueden leer algunos de sus primeros trabajos, pues en ese momento todos era muy jóvenes, fueron el escultor Thomas Woolner -de todos, aparte de Christina, tal vez el que más nombre se hizo en la poesía, aunque e forma secundaria; él fue, principalmente, un artista de la piedra-, y James Collinson, un pintor prerrafaelita secundario, famoso apenas por un par de obras religiosas, y que llegó a ser novio de Christina, con la que finalmente no llegó a casarse con ella, pues él era católico, y aunque se convirtió al anglicanismo para poder llevar a buen puerto su relación, acabó volviendo a la iglesia católica, enterrando cualquier posibilidad de matrimonio con Christina -que por lo demás, también se negó a abandonar su anglicanismo familiar-.
También había que incluir ensayos, reseñas de libros, artículos, o versos de amigos de los miembros de la Hermandad, que no formaban parte de ella, como el pintor academicista Ford Madox Brown -que a pesar de no comulgar demasiado con el estilo de los prerrafaelitas, parece que no sólo tuvo buena relación de amistad con ellos, sino que hubo influencias y consejos mutuos- o el poeta Coventry Patmore. Este último había publicado, poco antes, un libro de poemas que no tuvo, precisamente, buenas críticas. Dolido, compró todos los ejemplares que todavía no se habían vendido, para destruirlos, pero algunos amigos no sólo le defendieron, sino que paree que, bien por ellos, o porque le habían leído, llegó a conocer a Rossetti y Holman Hunt, y aunque no fue parte de la Hermandad, ayudó en la revista con su poema "Las estaciones", uno de los mejores que en esta se publicaron.
Respecto a las ilustraciones, porque las hubo, fueron varios los autores. Holman Hunt se hizo cargo de ilustrar el poema de Woolner "Mi bella dama" en el primer número, mientras que Collinson hizo lo propio con su poema "El niño Jesús", en el segundo. Madox Brown fue el autor de una ilustración de doble página del Rey Lear y sus hijas en el tercero, como acompañamiento de un artículo suyo sobre pintura histórica. mientras que Walter Deverell, un pintor prerrafaelita menor -del que todavía no se ha hablado, quizá por ser tan escasa su obra, aunque todo se andará-, fue responsable de "Viola y Olivia", basada en la "Noche de Reyes" de Shakespeare, en el último número de la revista.

Un grabado de Holman Hunt, ilustrando un poema de Thomas Woolner, "Mi bella dama".

La ilustración realizada por Madox Brown, donde se ve al rey Lear y a sus hijas, en un número de la revista original.

En resumidas cuentas, cada número debía incluir un grabado o ilustración, poesía -tanto de los hermanos Rossetti, como de cualquier colaborador, aunque fuera más o menos externo a la Hermandad, aunque la mayoría de los que contribuyeron a ella eran familia o amigos, unos de otros-, además de artículos de historia del arte, reseña de libros, y artículos donde se defendían las ideas, consideradas radicales, que tenían sus autores y responsables sobre el arte y la vida. Claramente, se veía ahí la influencia de Dante G. Rossetti, el más emocional, revolucionario, pero también más inconstante de los miembros de la Hermandad.
Respecto a si se puede encontrar traducido al español, que yo sepa, no. Sí existen en inglés, aunque, claro está, los números originales son casi inencontrables -aunque buscando en internet, y con dinero, se puede hallar-, pero ha habido ediciones posteriores, y no sólo a finales del siglo XIX. Aún así, no deja de ser una curiosidad, una rareza histórica, con poco mercado, y no resulta sencillo dar con ello, pero insistiendo, se puede. Pero hay que tener en cuenta que la poesía es difícil de entender cuando no se domina la lengua en la que se ha escrito, y el inglés usado, también en los artículos, es el de la época victoriana, que no es exactamente el que se enseña o usa hoy en día, aunque aparentemente no haya cambiado tanto.