miércoles, 19 de abril de 2017

Ziryab, el kurdo que triunfó en la corte cordobesa de Al-Andalus.

Fue el que llevó la cultura de Bagdad al lejano Occidente, y fue toda una institución en la cultura andalusí de su tiempo.


Ziryab, de Mosul a Córdoba, puente entre Oriente y Occidente.

Esta sería una tercera entrada dedicada a personajes de Al-Andalus, sin ser por ello una serie propiamente dicha. Al menos, por ahora. Y esto, entre otras cosas, porque la falta de tiempo me impide dedicarle más de lo que quisiera al blog.
En este caso, se trataría de Abu I-Hassan Ali ben Nafi, o simplemente, como fue -y sigue siendo- más conocido: Ziryab. Su apodo, "mirlo" en árabe, viene por lo oscuro de su piel -y más, en Al-Andalus, donde gran parte de la población, musulmana o cristiana, al tener un origen total o parcialmente hispano-romano o visigodo, su color de piel debió destacar más que en Oriente Próximo, de donde era originario-, lo que hizo que también le llamaran "pájaro oscuro", pues el mirlo, como otros muchos pájaros, también destacan por su trino, y Ziryab, además de excelente músico, también tuvo una hermosa voz, y cantaba muy bien.
A pesar de que los arabistas, y no pocos historiadores, lo han estudiado a fondo, en la vida de Ziryab hay algunas cosas no del todo claras. Se está casi seguro que nació en el actual Irak, muy probablemente en Mosul -¿en 789?-, ciudad que, ya en aquella época, era de población diversa, tanto kurda como árabe y cristiana -los antepasados de los actuales cristianos asirios, aunque en esos tiempos los cristianos eran más numerosos-, aparte de no pocos judíos. Y el hecho de que tuviera una piel algo más oscura que los árabes o los muladíes -musulmanes de origen europeo, converso- hace pensar que debió ser kurdo, un pueblo de raza irania emparentado con los persas o los beluchis. Existe una teoría que dice que, en realidad, Ziryab era de raza negra -o mulata-, y converso, pero eso, aunque posible, resulta no muy creíble, pues los libertos, si eran de origen africano, raramente dejaban de ser gente de condición social muy modesta, y que difícilmente podían progresar en el ámbito de la cultura y el arte -exceptuando, sobretodo, a los eunucos, pero estos, o eran esclavos, o libertos muy unidos a los monarcas o poderosos para los que trabajaban, libres o no-.
De su ciudad natal, marchó de muy joven a Bagdad, capital del Califato -en realidad, el Califato no fue "de Bagdad", pues, al ser único, no tenía más nombre que ese: el Califato, el País del Islam-, y fue discípulo del músico Ishaq al-Mawsili. Como aprendió a tocar y cantar rápido, fue presentado, siendo quizá aún adolescente, al califa Harún al-Rashid -del que se habla, incluso, en no pocos cuentos de "Las mil y una noches", por su fama y poder-, que por lo visto, quedó encantado con él, lo que le permitió vivir en la corte, y ganar fama, dinero, pero también aprender en uno de los grandes centros culturales del mundo entero.

Resultado de imagen de ziryab musico
En este cuadro decimonónico, Ziryab -si es él- es representado como un músico de raza negro, y origen servil -se trataría de un liberto, un antiguo esclavo-, aunque de ser así, se habría sabido algo de su origen africano, o de qué individuo o familia fueron sus dueños antes de ser libre, y el por qué decidieron otorgarle la libertad.

Antes de morir, Harún al-Rashid había dividido el poder entre sus dos hijos: el hijo mayor, al-Amin, sería califa y gobernaría el imperio desde Bagdad; el hermano pequeño, al-Mamun, que era de madre persa, gobernaría el Jorasán, que era el nombre que recibían los territorios iranios más allá del Kurdistán -sobretodo Persia, pero también las tierras de los beluchis, pasthunes, y los que más adelante serían conocidos como tayikos, o los territorios que más adelante serían uzbekos o turkmenos-. Y si fallecía el primero, el segundo podría marchar a Bardad, y gobernar el Califato. Pero parece que al-Amin no tenía interés de que su hermano gobernara el Jorasán como si fuera un estado casi independiente, así que al-Mamun se rebeló, uno de sus generales tomó Bardad, y al-Amin perdió la cabeza. En sentido literal -todo eso, el cambio de califa en el poder, sucedió en 813, cuando el músico rondaba los veinticinco, más o menos-. Mientras, entre tantas convulsiones políticas y militares, nadie se preocupó demasiado en los músicos y cantantes de la corte, y al-Mawsili, celoso, le amargó la vida al jjoven Ziryab, que decidió abandonar Bardad -quizá, el nuevo califa al-Mamun prescindió de sus servicios, o no le hizo demasiado caso, no se sabe-, y marchar a África.
Resultado de imagen de ziryab musicoDespués de vagar por Levante -el Sham, en árabe, que no sólo incluye Siria, sino también los actuales Líbano, Israel y los territorios palestinos, y en ocasiones, también la parte más habitada de Jordania-, decidió emigrar al Emirato Aglabí, con capital en Kairuán, que, desde su centro de poder en la actual Tunez -región conocida como Ifriquiya, que se extendía más o menos por el territorio de la antigua Cartago, y la provincia del África romana posterior-, se había extendido por el este a la Tripolitana -la parte occidental de Libia-, y por el oeste, todo el norte de la actual Argelia -donde vivía, y sigue viviendo, gran parte de la población del país-, además de, por el sur, a zonas semi-desérticas, habitadas por tribus bereberes, muchas nómadas o semi-nómadas, y no siempre totalmente islamizadas, y con las que el emirato tenía malas relaciones, en parte porque algunas de estas tribus practicaban el saqueo o, dentro de su territorio, se rebelaban por la discriminación racial y social -los emires aglabíes, incluso, favorecían la inmigración constante de árabes, de Oriente Próximo y Arabia-.
Pero aquel territorio, emirato independiente de facto -reconocía el poder superior del único califa, y aunque parece que nunca se proclamaron independientes, en la práctica, eran tratados por éste como si así lo fueran-, no parecía atraerle demasiado a Ziryab, y se carteó con el emir de Córdoba -el Emirato de Córdoba, o al-Andalus, sí que era un territorio independiente, pues así lo proclamó Abderramán I, único superviviente de la dinastia Omeya, cuando fue exterminada por los Abbásidas, que los sustituyeron en el gobierno califal, y a los que pertenecían al-Rashid y sus hijos, y que acabaron por reconocer dicha independencia-. El emir, Alhakem I, aceptó sin pensárselo dos veces, pues la fama del músico y cantante se había hecho ya internacional, pero cuando Ziryab llegó finalmente a Córdoba, Alhakem había muerto ya. Sin embargo, su sucesor, Abderramán II, no sólo cumplió con la palabra dada por su padre de acogerlo, sino que le ofreció un palacio y una paga de doscientos dinares al mes -una enormidad para la época-, y todo tipo de parabienes que le significaron una posición en la corte que parecería exagerada, teniendo en cuenta que era un recién llegado al país.


El árbitro de la elegancia. El hombre que sabía de todo.

Ziryab no sólo cantaba y tocaba bien, muy bien. Era exótico, diferente, pero dentro de unos mismos parámetros culturales y religiosos. Un músico llegado de la India, o de China, o la Escandinavia vikinga, por decir algo, quizá habría gustado, pero también habría sido muy posible que resultara demasiado distinto, extraño a una cultura como Al-andalus, donde los árabes y bereberes que llegaron durante la conquista, y en años posteriores, se fueron mezclando con los conversos y sus descendientes, los muladíes, y donde cristianos y judíos -en aquella época, todavía numerosos; fue a partir de los primeros almorávides, y su fanática intolerancia, cuando unos y otros emigraron al norte, a docenas, o quizá cientos de miles, fortaleciendo a los reinos cristianos en todos los sentidos- habían ido aceptando, al menos en parte, la cultura dominante, aparte de un árabe cada vez más dialectal y particular. En pocas palabras, Ziryab trasladó melodías, canciones, estilo, instrumentos, de Oriente, del Sham -Siria y Líbano, principalmente- de Irak -la antigua Mesopotamia, como la llamaban griegos y romanos- y Persia y la antigua Media -más o menos, el actual Kurdistán-, aparte de lo que pudo aprender en África. Tras la independencia del emirato con el omeya Abderramán I, el contacto exterior con otros musulmanes fue, sobretodo, con el Magreb, y lo que sucedía más al Oriente no era muy conocido, más allá -y un poco por encima- de los acontecimientos políticos y militares.

"El jardín de Ziryab", una ilustración medieval donde, se supone, el músico regala su arte a todos los que deseaban escucharle.

Resultado de imagen de instrumentos musicales musulmanes
El laúd que tocó Ziryab quizá fuera como éste, aunque él le dio nueva forma, alargando el mástil, y aligerando el peso. No se sabe, realmente, qué forma definitiva tuvo su "neo-laúd".

Añadió al laúd árabe una quinta cuerda -la llamó "la cuerda del alma"-, mejorando su sonido, aunque la idea de que, en cierto modo, fue el inventor de la antecesora de la guitarra española, resulta un tanto discutible -aunque no por eso tiene que ser falsa- Cronistas e historiadores posteriores, y no me refiero a actuales, sino a no muy posteriores a su época -la Baja Edad Media- hablaban sobre dos guitarras españolas: la morisca -del territorio islámico; en aquellos tiempos, quizá sólo el Reino de Granada-, y la latina -la de los reinos cristianos, sobretodo en Castilla, que debía incluir ya más de media Andalucia, además de Murcia, el antiguo Reino de León, etc.-. Esto hace pensar que la "proto-guitarra de Ziryab" tuvo dos "hijas", y que de una de ellas descendería la guitarra española moderna. En caso, claro está, de que fuera cierto que, como se cuenta, redujera el peso, cambiara la forma y alargara el mástil de la especie de laúd árabe que se encontró en España, claro está. Además, cambió el plectro de madera -una pieza de forma triangular, pero con ángulos redondeados, con el que se hacían sonar las cuerdas del laúd y otros instrumentos parecidos-, por uno fabricado con uñas o cañones de plumas de águila, fundó el primer conservatorio de música del mundo islámico, e introdujo en al-Andalus el tipo de canto árabe conocido como nubas.
Pero su memoria, imaginación, inteligencia, y seguramente, posibilidad de importar productos de Oriente, hizo que también fuera popular por la renovación cultural no sólo de la corte, sino de las costumbres de toda la clase dirigente -y de clases algo inferiores que intentaban imitarla- del emirato cordobés. Fue considerado un hombre elegante, con clase, experto casi en todo, que influyó en el vestido, la cocina -¿sabía cocinar? Es de suponer que sí, aunque fuera un poco-, y hasta el mobiliario: desde peinarse con flequillo -antes de él, lo habitual era peinarse con raya, y dejarse el pelo largo a los lados-, hasta recetas de cocina de Bagdad, el uso de manteles de cuero fino -no de tela-, el comer espárragos -aunque se sabe que, entre los romanos, se consumían, por lo menos, desde tiempos de los primeros emperadores- y habas tiernas, y el cambio de las copas de oro y plata, que quizá era herencia de tiempos romanos y godos, por otras de cristal tallado, más apropiadas para degustar el vino y otros licores -porque aquellos musulmanes, al menos una parte de ellos, no tenían problema alguna de beber vino; incluso, la España musulmana fue exportadora de vinos de calidad-. Otra costumbre que introdujo fue algo que hoy en día parece tan lógico como un orden a la hora de servir los platos, empezando por los entremeses, y acabando con los postres. Fue algo así como el introductor en Occidente -o re-introductor, tras los romanos- de la carta de platos.
Si es cierto que con él trajo supersticiones persas como el miedo al número trece, o a los espejos ratos, no está del todo claro, pero sí puede resultar posible. Al fin y al cabo, su cultura era tan persa como árabe, él era kurdo, y todo aquello empezó a hacerse popular al poco de su llegada a Córdoba.
Se podría decir que nunca hubo un sólo individuo que, sin ser ni gobernante, ni filósofo, teólogo o riquísimo mercader capaz de traer al país todo tipo de productos extranjeros, llegara a influir tanto en la cultura, el arte y las tradiciones de todo un estado y una sociedad, la del Emirato de Córdoba, que, además, era en su momento uno de los más avanzados y cultos del mundo.
Ziryab falleció en 857, en Córdoba, su patria de adopción, y aunque no se sabe dónde puede estar enterrado, tiene allá un monumento que recuerda su cultura, influencia y genialidad.
En 1990, el músico Paco de Lucía publicó un disco, "Zyryab" -también se acostumbra a escribir así su nombre- dedicado al genio multidisciplinar. 

El monumento dedicado en Córdoba a Ziryab, donde un pájaro -¿un mirlo negro?- se posa sobre un laúd por el transformado en el posible antecesor de la guitarra española moderna.




jueves, 6 de abril de 2017

Mademoiselle de Maupin: la cantante de ópera que ganó todos sus duelos a espada.

Curioso e irresistible personaje del barroco siglo XVII, donde la realidad y la leyenda se entrecruzan.


La "madre" de D'artagnan, que también fue una reconocida artista.

En ocasiones hay personas que, según como se cuente su historia, más bien parecen personajes de ficción. En general, estamos un tanto acostumbrados a que este tipo de personas, o bien vivieron en la Antigüedad o el Medievo -o a lo sumo, el Renacimiento-, o bien en las últimas décadas, lo que permitiría conocer so vida más profundamente, con la posibilidad, también, de tener fotografías o documentos que, por pura lógica, serían imposible en gente de otros siglos.
En el siglo XVII, aparte de monarcas o políticos, hubo escritores o artistas con vidas que darían mucho de sí, pero aparte de personajes "importantes", con un hueco importante en la historia con mayúsculas, o del arte y la cultura en general, también existen otros de la "pequeña historia", cuya vida resulta fascinante conocer.
Y aquí entraría esta señora de la que, hasta hace nada, pues nada sabía. Se trata de la que fue conocida como Mademoiselle de Maupin, que fue conocida por sus numerosos amantes de uno y otro sexo, por su condición de excelente espadachina -se cuenta que nunca perdió un duelo-, y, además, fue una reconocida cantante. Y al contrario de lo que podría pensarse, no se subía cada poco a los escenarios sólo por su atractivo y la facilidad con la que se conquistaba a quien ella deseara, sino porque, realmente, era una excelente intérprete. Tanto, que hubo compositores que crearon obrar pensando en ella como protagonista femenina.
M. de Maupin nació con el nombre de Julie d'Aubigny, en 1673, no está todavía claro donde, aunque probablemente en París o alrededores -o allá se trasladó su familia siendo ella muy niña- y era hija de Gaston d'Aubigny, que ejercía de secretario de Louis de Lorraine-Guise, conde de Armagnac, caballero del mismísimo rey Luis XIV, el Rey Sol, que se pasaba la vida de guerras contra media Europa, para imponer la supremacía francesa dentro y fuera del continente, aprovechando la decadencia del Imperio Español. Como su padre era asiduo de la corte del conde -y por lo visto, también en ocasiones, del mismísimo rey-, la hija en no pocas ocasiones le acompañaba, o al menos, tuvo posibilidad de conocer a gente con la que, normalmente, no trataba lo que al fin y al cabo era su padre: un miembro de lo que ahora llamaríamos clase media rural, por lo que, ya de niña pudo aprender no sólo a leer y escribir -en aquellos tiempos, si el analfabetismo masculino era grande, el femenino era altísimo-, sino también a bailar, dibujar y, lo que la haría más famosa pasado el tiempo: esgrima. Era, por lo que se puede suponer, una joven fuera de lo común, tanto por su carácter, como, sobretodo, por la educación que recibió. Baste decir que, habitualmente, iba vestida como un niño, o al menos, con un vestuario que poco tenía que ver con la incómoda moda femenina de aquellos tiempos, sin importar el origen social, o si se vivía en el campo o la ciudad.
A los catorce años, se convirtió en la amante del conde de Armagnac, al que conocía desde que ella era muy niña -muy probablemente, el conde la vio por primera vez al poco de nacer, cuando su secretario decidió presentársela al señor de la región-, que decidió casarla con el señor de Maupin, de quién heredaría el apellido, y poco más. Gracias a ser, hablando claro, un cornudo consentido, y hacer de la nueva Madam de Maupin una mujer respetablemente casada, su señor marido consiguió un puesto administrativo en el sur de Francia, aunque decidió quedarse en París, ejerciendo su cargo desde la distancia -algo que, claramente, no podía hacer que la administración funcionara demasiado bien que digamos, pero así fue Francia, y así se llegó a la revolución, aunque eso sea otra historia-.
Pero la vida de casada no le iba mucho que digamos. Y menos todavía, con un marido aburrido, burócrata, que tampoco es que tuviera unos ingresos fabulosos, y sobretodo, cuando la esposa en cuestión es una mujer que, en una época machista y misógina, que la condenaba a la casa y la familia, estaba acostumbrada a un grado de independencia casi inaudito, y que además, gustaba tanto del arte del canto, como de la esgrima, que no abandonó tras su matrimonio. Así que, en 1687 -si es real su fecha de nacimiento, tendría unos catorce años; la edad con la que comenzó a ser amante del conde, y con la que se casó con el señor de Maupin-, decidió alegrarse la vida comenzando una relación con el ayudante de su maestro de esgrima, en tal Sérannes. La cosa no pasó de ahí -total, a su marido le daba igual que su joven señora tuviera un amante o dos-, pero Séranne, que era buen esgrimista, pero también hombre de carácter orgulloso y de poco pensar, participaba en algo tan habitual en la época como eran los duelos, y en uno considerado ilegal -pues no todos lo eran-, mató a un tipo que, con toda seguridad, era peor esgrimista, pero de más alta categoría social, y tuvo que huir de París, donde vivía, al igual que su amante y el marido de ésta. Madam de Maupin decidió poner tierra de por medio junto a Sérannes, y no pararon hasta Marsella, que es como decir ir de una punta a otra de Francia.
Pero hasta llegar a la ciudad mediterránea, de algo tenían que vivir, claro está, así que decidieron ganarse un buen dinero en el mundo del espectáculo. En ocasiones, cantaban en tabernas o en ferias locales de pueblos y aldeas, y en otras, hacían exhibiciones de esgrima, donde ella vestía de hombre -ciertamente, más cómodo que luchar con falda hasta los pies, y el corpiño apretado hasta casi no poder respirar-, pero sin ocultar nunca su condición de mujer, lo que hacía de aquellos combates algo realmente atractivo. Ver una mujer luchar como un hombre, y mover el florete como una maestra, a pesar de su juventud, debía ser algo digno de ver.
Tras llegar a Marsella, tras semanas -o meses, todo aquí es muy oscuro- de ir de pueblo en pueblo, Maupin, ahora Mademoiselle, pero usando su apellido de soltera, decidió unirse a una compañía de ópera, dirigida por Pierre Gaultier. Antes de ello, no está claro que apellido utilizaría. Tal vez, ninguno, sino que era, simplemente, la compañera de Mesier Sérannes.
Pero Mademoiselle era mujer que se aburría de una vida monótona, y al igual que aparcó temporalmente la espada y el cante popular para ferias y pueblos por la ópera -en aquellos tiempos, la ópera francesa era la más conocida de Europa, con grandes aparatos de vestidos, efectos, músicos de orquesta, etc.; pasado el tiempo, y a partir de finales del siglo XIX, serían los italianos y los alemanes, con su propio estilo y temáticas, los que acabarían acaparando el mundo operístico, pero eso fue más adelante-, también se aburrió del esgrimista Sérannes, del que poco se sabe ya -¿se dedicaba a ejercer de maestro de esgrima en serio, seguía de ayudante, vivía de su pareja? No se sabe, su historia acaba aquí-. Aunque se cree, o se sabe, o se cree saber, que mientras ejercía de cantante de ópera tuvo más de uno y de dos amantes circunstanciales o temporales, fue con una muchacha, con quién tuvo una relación más seria, pues la ahora Mademoiselle Maupin -es de suponer que su marido haría lo posible para invalidar el matrimonio- era bisexual. Pero los padres de la chica, muy joven e inocente, fascinada por una mujer tan atractiva como magnética para cualquiera en quien ella ponía el ojo -y entre quienes no, pues también-, decidieron evitar el escándalo, y la quitaron de enmedio de la forma más habitual de la época, o al menos una de las dos: obligándola a ingresar en un convento. La otra era el matrimonio, pero parece que la chica no tenía pretendientes que agradaran a su familia. O, tras saberse de su relación con la cantante, quizá ni tenía.
Pero M. Maupin no se quedó con los brazos cruzados. Nunca lo hacía, cuando algo no le convenía o le contrariaba. Decidió rescatar a su amada, introduciéndose, vestida de hombre, en el convento de Visitandines de Aviñón, con un plan en mente realmente atrevido y que, además, funcionó: robó el cuerpo de una monja muerta, lo colocó en la cama de la joven, y para cubrir la huida, le pegó fuego a la habitación, y de paso a medio convento, lo que hizo que, apagado el incendio, sólo encontraran el cuerpo carbonizado de una mujer físicamente parecida -en altura o peso, más o menos- a la desaparecida joven. En aquellos tiempos no había pruebas de ADN, ni policía científica, ni nada de eso, así que ciertas cosas funcionaban. Y a Maupin le funcionaron, ciertamente.

Un grabado de M. de Maupin, de autor desconocido -hacia 1700, tal vez con ella todavía viva-.

Resultado de imagen de opera francesa
Teatro de la Ópera de París, hoy en día. Aquí actuó, entre otros, M. la Maupin.

La relación, sin embargo, sólo duró tres meses. Tras ello, la chica decidió volver, arrepentida, con su familia. El tiempo de la aventura había acabado. Como era de suponer, a Maupin le cayeron acusaciones de todo tipo: secuestro, incendio premeditado, robo de cadáver, y claro está, también el no comparecer ante un tribunal, pues fue juzgada in absentia. Así que tuvo que huír, de nuevo, pero en este caso, de Marsella a, otra vez, París. Hizo el camino inverso a cuando era una adolescente que huía de un matrimonio de conveniencia con un don nadie, sólo que, ahora, no sólo era famosa por ser una belleza indómita con no pocos amantes a sus espaldas, y con escándalos que daban para una obra de teatro, sino que también disfrutaba de una merecida fama de cantante de ópera.
El París, aparte de librarse de una sentencia que la condenaba a muerte, consiguió ser contratada por la ópera de la capital, después de haberla rechazado inicialmente. Un par de cantantes, amigos suyos, sobre todo un tal Bouvard, convencieron a un alto funcionario cercano al rey para que la aceptara en la compañía, y debutó al poco, como la diosa Atenea en "Cadmo y Hermione" -un título un tanto curioso, teniendo en cuenta que Cadmo, legendario fundador de Tebas, fue anterior en varias generaciones a Hermione, hija de la también legendaria Helena, y de su marido, el rey Menelao de Esparta, o lo que existiera en su lugar, antes de que se fundara la ciudad-, de Jean-Baptiste Lully. Aquello fue en 1690, el año en que llegó de París, huyendo de la justicia marsellesa.

Maupin disfrazada de hombre -o más bien, con una ropa andrógina, en parte femenina, pero inspirada en la moda masculina-, según la visión del ilustrador inglés Aubrey Beardsley (1898).

Imagen relacionada
Las mujeres espadachinas -y más con los floretes o espadas de la época- resultaron, desde el siglo XVII, realmente fascinantes, y no pocos grabados o ilustraciones hablan de duelos con una o dos mujeres de protagonistas, reales o imaginarias.

Imagen relacionada
Ilustración moderna de Maupin. Nadie podrá saber nunca cuantos duelos protagonizó, pero cuando consiguió ser una gran estrella de la ópera parisina, parece que fueron muchos. Ella debió ser una de los responsables de que la casa del rey decidiera prohibir los duelos en París, que llegaron a ser una auténtica plaga.

Imagen relacionada
Un grabado del XIX que, este con toda seguridad, representa a de Maupin.

Quizá sean exageradas las palabras del marqués de Dangeau, que consideraba que la voz de la Maupin era la más hermosa del mundo -o al menos, la más extraordinaria que había oído nunca-, pero sin duda, sí es cierto que sería injusto considerar a de Maupin solamente como una gran espadachina, que se enfrentó a no pocos hombres en duelo, ganando siempre -o eso dice la leyenda-, o una belleza que tenía amantes y admiradores por legión. También fue una gran cantante, probablemente una de las mejores de Francia en su época -las dos últimas décadas del siglo XVII-, bien como soprano, o como contralto -tenía, eso sí, una voz femenina, pero muy grave, y no sólo cuando cantaba-. El nombre de "Mademoiselle de Maupin" viene porque, tanto en París como en Bruselas, se le llamaba así, por la costumbre de llamar mademoiselle a todas las cantantes de ópera, estuvieran o no casadas.
Como actriz y cantante -porque una buena cantante de ópera, y más en Francia, también debía contar con habilidades interpretativas, y no sólo de cante- fue una estrella querida y respetada, y sobretodo, admirada y deseada, con una voz envidiable, y un aspecto que podía ser femenino o andrógino, según hiciera falta, o a ella le apeteciera, pero cuando hablamos de su relación con los compañeros, la cosa cambiaba. Lo mismo cabía decir cuando consideraba que algún espectador, sobretodo nobles engreídos que se creían con derecho a todo, le faltaban el respeto, a ella o a compañeros suyos.
Con Thévenard, cantante que en su momento le ayudó a prosperar en la Ópera de París, tuvo un duelo de ingenio que asombró, y para el que pocos estaban preparados, pero con el famoso cantante Louis Gaulard Dumesny llegó a las manos, cuando molestó y faltó al respeto a las mujeres de la compañía. En cuestión de amores, de Maupin nunca quiso, o tal vez no pudo, tener una relación duradera. En cierta ocasión, se enamoró de la cantante Fanchon Moreau, una belleza deslumbrante, amante del Gran Delfín -título que recibía el príncipe heredero del trono francés-, pero en aquella ocasión, quizá por primera vez en su vida, se vio rechazada de forma clara, no una, sino varias veces. Y aquello debió herirle en lo más hondo, porque hasta trató de suicidarse, o al menos, pensó seriamente en ello. Pero finalmente, la sangre no llegó al río, y en otra ocasión, ya en 1695 -o en 1692, según otras fuentes-, después de una carrera de un lustro que debió parecer mucho más larga, por lo exitosa que había sido, besó a una joven en un baile de sociedad, y aquello, para aquella sociedad hipócrita, que defendía el orgullo, el respeto y la decencia, aunque detrás de aquel teatro social, cada uno tenía sus devaneos, debilidades y vicios, debió ser demasiado. Al menos, no para uno, sino para tres nobles allí presentes, a quien la Maupin golpeó con ganas, dejándoles claro que ella, con su vida, hacía lo que quería. Pero poco antes, una ley había prohibido los duelos en París, y como ella les había retado -como en su momento d'Artagnan, a los tres mosqueteros- , la incumplió, muy probablemente sin darse ni cuenta, y tuvo que huir de nuevo. En este caso, a Bruselas, donde continuó con su carrera, esperando que se enfriara un poco la cosa en la capital francesa. Y de paso, aprovechó para ser la amante de Maximiliano II, elector de Baviera -en aquellos tiempos, Baviera no era todavía un reino independiente, sino un territorio del Sacro Imperio con gran autonomía, en realidad, independencia de facto, y participaba en la elección del emperador, de ahí e nombre de su cargo-. Volvió a Bruselas, donde cantó entre 1697 y 1698, porque allá no sólo consiguió refugio, sino también fama.
De sus últimos años (1698-1705), poco se sabe, aparte de que acabó siendo una de las cantantes más respetadas de Francia, en sustitución de Marthe de Rochois, que se jubiló en ese momento, siendo intérprete de casi cualquier nueva ópera compuesta por los autores más famosos del momento. Continuó, pues, cantando, tuvo una relación con una dama, la marquesa de Florensac, y a la muerte de ésta, cayó en tal estado de tristeza -seguramente, una fuerte depresión de la que no fue capaz de salir-, que se retiró en 1705 de la ópera, y se refugió en un convento, tal vez en Provenza, en el sureste del país, donde murió dos años después, con sólo treinta y tres años. Debió ser enterrada en el cementerio del convento, o tal vez de algún pueblo cercano, pero no se sabe donde, pues nunca se ha encontrado sepultura a su nombre, ni con el apellido de casada, ni de soltera.

Imagen relacionada
Mademoiselle Marthe le Rochois, en 1890, algunos años antes de su retirada. De Maupin la sustituiría como la gran dama de la ópera francesa.

Respecto a su influencia en la cultura posterior, más allá de la música -al resultar imposible saber cómo cantaba, por no existir forma de conservar la voz de forma alguna-, ciertamente, sí que la ha habido, más allá de que, al menos en Francia y Bélgica, todavía hay gente que conoce bastante bien su vida, aunque en distintas versiones -si ni los historiadores se han puesto de acuerdo en ciertas partes de su vida, menos todavía la gente de a pie-, pero, aparte de eso, habría que hablar de la novela epistolar "Mademoiselle de Maupin", de Théophile Gautier -que escribió de todo, y sobre todo, por lo visto-, en la que explora la personalidad más profunda de la dama, a veces inventando, o reconstruyendo a partir de lo que de ella se sabía, amoríos con hombres y mujeres. Fue la primera gran obra de Gautier, y a pesar de que la utilizó también para defender sus puntos de vista sobre el arte y la literatura, no deja de tener su interés, aunque la forma epistolar -habitual en Francia en los siglos XVIII y XIX- hoy en día parezca algo pasada de moda.
También existe, al menos, una película, co-producción italo-franco-española, pero donde de Maupin es retratada como una aventurera que, vestida de hombre, ingresa en el ejército francés para luchar contra los austriacos, algo que no tenía nada que ver con la vida real de la cantante. Se podría decir que se apropiaron de su nombre para recrearla como protagonista de una película de acción.


Resultado de imagen de madame de maupin
Un grabado realizado por François-Xavier le Sueur, para la novela de Gautier sobre la Maupin.

Resultado de imagen de madame de maupin
Otro grabado -no sé si del mismo autor- de la obra de Gautier.

Resultado de imagen de mademoiselle maupin
Catherine O'Hara, en la película donde se relata, muy libremente, la vida de la Maupin -1966, dirigida por el italiano Mauro Bolognini-

miércoles, 5 de abril de 2017

Los prerrafaelitas (anexo XIII): ... y las obras de Waterhouse se hicieron realidad. El trabajo de Bert Barelds.

Los prerrafaelitas han influido en la fotografía desde los primeros tiempos de este arte. Y en ocasiones, muchísimo.


Hace mucho que escribo más bien poco en el blog, por falta de tiempo, pero también un poco de ganas. Pero en ocasiones, se encuentran en la red cosas realmente interesantes. O al menos, que me interesan a mí.
Este es un caso. Se trata del fotógrafo y director de fotografía holandés Bert Barelds, que entre otras cosas -por lo visto, tiene una obra considerable- una larga serie de reproducciones fotográficas del pintor prerrafaelita John William Waterhouse. Ya en alguna otra ocasión he realizado entradas sobre fotógrafos e ilustradores que se han dejado influir -o directamente, hacer sus propias versiones de originales- de obras de esta corriente, pero en general, fue Dante G. Rossetti, el que más ha llamado la atención de artistas posteriores. Sin embargo, Waterhouse, que tanto gustó de representar su visión de personajes o hechos de la mitología griega, entre otras cosas, podría muy bien estar el segundo en la lista de lo que ahora se llamaría "influencers" artísticos del prerrafaelismo.
Y aquí, unos cuantos ejemplos, donde las fotografías de Barelds son comparadas con los originales de Waterhouse.


 Resultado de imagen de Bert Barelds
La "sirena" de Waterhouse. Las mujeres-pez fueron unas de las criaturas que más interesaron a los artistas del XIX, en Gran Bretaña y en otros países.


Resultado de imagen de Bert Barelds

Imagen relacionada
"Eco y Narciso", son una de esas parejas de amores imposibles o desgraciados de los mitos.


Resultado de imagen de Bert Barelds

Resultado de imagen de waterhouse hylas
"Hilas y las ninfas", que según como se vea, se cuenta como un rapto -el del joven, a manos de las ninfas de río-, o más bien una huida de éste de Heracles/Hércules, que según versiones, era un amigo, un amante, o un dueño de Hilas, tratado como un esclavo sexual. Visto con quién se encontró en el río, creo que Hilas optó por marchar de buen grado, dejando con un palmo de narices a Hércules, y al resto de los argonautas.


Resultado de imagen de Bert Barelds
La "Ofelia" de Waterhouse. Todo artista del XIX británico, prerrafaelita o no, tenía su propia Ofelia. Pocos personajes literarios han tenido tantas versiones pictóricas, a pesar de haber sido un personaje secundario. Si no fuera por estos artistas, ¿quién se acordaría, hoy en día, de ella?


Resultado de imagen de Bert Barelds

Resultado de imagen de circe waterhouse
"Circe envidiosa". La hechicera de sangre divina también fue uno de los personajes que más llamó la atención en el XIX. Lo de "envidiosa", le viene por un mito menor: Escila, el monstruo del que se habla en la Odesia, realmente fue una bella ninfa de la que estaba enamorado Glauco -una especie de dios menor pescador-, al que, a la vez, amaba Circe. Pero el pescador prefirió siempre a la ninfa, y la hechicera, que no podía soportar no conseguir todo lo que deseaba, decidió convertirla en un monstruo marino. Pero ni aún así consiguió el amor de Glauco. Más bien al contrario, pues la odió para siempre y, según algunos, se suicidó.


Resultado de imagen de Bert Barelds

Imagen relacionada
Y como no, también existe una versión de "La dama de Shalott", quizá el cuadro más conocido de Waterhouse, y otra de las musas literarias de los prerrafaelitas -y de otros, también-.


sábado, 1 de abril de 2017

Cuando Peter Bagge ilustraba carátulas de discos -sí, no sólo Cds, también vinilos-.

Los artistas polifacéticos, en uno u otro momento, han hecho casi de todo.


Hace mucho, mucho tiempo, existía el vinilo, que era ese disco negro que se rompia y rallaba -lo sé por experiencia propia- con demasiada facilidad, pero que también guardaban una especie de morbo, de fascinación, olor y sonido que los hacían muy especiales. Tanto, como el adquirirlos, y más, si en tu ciudad tampoco es que hubiera muchos sitios donde conseguirlos, como también las cintas -más baratas y resistentes, aunque no eran lo mismo, no-, como era mi caso, que en no pocas ocasiones los compré por correo.
También recuerdo cuando empezaron a hacerse cada vez más populares esos, en su momento, extraños y brillantes discos llamados Cds -¿se escribe así el plural? Da igual, es un anglicismo, así que lo escribo como quiero, y en paz-. Y una de las cosas que tenían de especiales los discos o vinilos, por encima de las cintas y Cds, que tenían un tamaño mucho más pequeño, eran las carátulas o portadas -yo, al menos, las llamaba así-, que debido a su gran tamaño, eran ideales para que cualquier artista gráfico -ilustrador, fotógrafo, montador, lo que sea- creara allá una pequeña obra de arte. O al menos, algo lo suficientemente atractivo commo para que te interesaras por el disco casi tanto que por el artista o grupo que lo había sacado al mercado.
Si hace poco escribí una pequeña entrada sobre los flyers o folletos de los hermanos Hernández en sus primeros tiempos, en este caso, aquí viene otra sobre los trabajos que realizó otra "vaca sagrada" del arternativo norteamericano, Peter Bagge, en este caso, en el mundo de la ilustración de portadas de grupos de rock alternativo, grunge, o cualquier otro tipo de estilo o sub-estilo de música contundente de finales de los 80 y principios de los 90. No es que conozca a la mayoría de los grupos, ni recuerdo, ni he podido encontrar, el año exacto en que los discos salieron al mercado, pero el momento fue, más o menos, el que nombro. Más o menos, la época del grunge, en que pergeñó su ya legendario "Odio".
Aquí, cuatro ejemplos, de los cuales recuerdo, sí, el primero de ellos, que se vendía por correo en la revista "Discoplay". No tenía idea de quien era aquella gente americana, pero sí que recuerdo la portada, años antes de saber de Bagge y su obra.

 No hay texto alternativo automático disponible.

La imagen puede contener: 3 personas

No hay texto alternativo automático disponible.

No hay texto alternativo automático disponible.

Y alguno más habrá -si lo encuentro, lo podré aquí-, pero estos son algunos ejemplos. La próxima vez, algo un poco más largo.