jueves, 6 de abril de 2017

Mademoiselle de Maupin: la cantante de ópera que ganó todos sus duelos a espada.

Curioso e irresistible personaje del barroco siglo XVII, donde la realidad y la leyenda se entrecruzan.


La "madre" de D'artagnan, que también fue una reconocida artista.

En ocasiones hay personas que, según como se cuente su historia, más bien parecen personajes de ficción. En general, estamos un tanto acostumbrados a que este tipo de personas, o bien vivieron en la Antigüedad o el Medievo -o a lo sumo, el Renacimiento-, o bien en las últimas décadas, lo que permitiría conocer so vida más profundamente, con la posibilidad, también, de tener fotografías o documentos que, por pura lógica, serían imposible en gente de otros siglos.
En el siglo XVII, aparte de monarcas o políticos, hubo escritores o artistas con vidas que darían mucho de sí, pero aparte de personajes "importantes", con un hueco importante en la historia con mayúsculas, o del arte y la cultura en general, también existen otros de la "pequeña historia", cuya vida resulta fascinante conocer.
Y aquí entraría esta señora de la que, hasta hace nada, pues nada sabía. Se trata de la que fue conocida como Mademoiselle de Maupin, que fue conocida por sus numerosos amantes de uno y otro sexo, por su condición de excelente espadachina -se cuenta que nunca perdió un duelo-, y, además, fue una reconocida cantante. Y al contrario de lo que podría pensarse, no se subía cada poco a los escenarios sólo por su atractivo y la facilidad con la que se conquistaba a quien ella deseara, sino porque, realmente, era una excelente intérprete. Tanto, que hubo compositores que crearon obrar pensando en ella como protagonista femenina.
M. de Maupin nació con el nombre de Julie d'Aubigny, en 1673, no está todavía claro donde, aunque probablemente en París o alrededores -o allá se trasladó su familia siendo ella muy niña- y era hija de Gaston d'Aubigny, que ejercía de secretario de Louis de Lorraine-Guise, conde de Armagnac, caballero del mismísimo rey Luis XIV, el Rey Sol, que se pasaba la vida de guerras contra media Europa, para imponer la supremacía francesa dentro y fuera del continente, aprovechando la decadencia del Imperio Español. Como su padre era asiduo de la corte del conde -y por lo visto, también en ocasiones, del mismísimo rey-, la hija en no pocas ocasiones le acompañaba, o al menos, tuvo posibilidad de conocer a gente con la que, normalmente, no trataba lo que al fin y al cabo era su padre: un miembro de lo que ahora llamaríamos clase media rural, por lo que, ya de niña pudo aprender no sólo a leer y escribir -en aquellos tiempos, si el analfabetismo masculino era grande, el femenino era altísimo-, sino también a bailar, dibujar y, lo que la haría más famosa pasado el tiempo: esgrima. Era, por lo que se puede suponer, una joven fuera de lo común, tanto por su carácter, como, sobretodo, por la educación que recibió. Baste decir que, habitualmente, iba vestida como un niño, o al menos, con un vestuario que poco tenía que ver con la incómoda moda femenina de aquellos tiempos, sin importar el origen social, o si se vivía en el campo o la ciudad.
A los catorce años, se convirtió en la amante del conde de Armagnac, al que conocía desde que ella era muy niña -muy probablemente, el conde la vio por primera vez al poco de nacer, cuando su secretario decidió presentársela al señor de la región-, que decidió casarla con el señor de Maupin, de quién heredaría el apellido, y poco más. Gracias a ser, hablando claro, un cornudo consentido, y hacer de la nueva Madam de Maupin una mujer respetablemente casada, su señor marido consiguió un puesto administrativo en el sur de Francia, aunque decidió quedarse en París, ejerciendo su cargo desde la distancia -algo que, claramente, no podía hacer que la administración funcionara demasiado bien que digamos, pero así fue Francia, y así se llegó a la revolución, aunque eso sea otra historia-.
Pero la vida de casada no le iba mucho que digamos. Y menos todavía, con un marido aburrido, burócrata, que tampoco es que tuviera unos ingresos fabulosos, y sobretodo, cuando la esposa en cuestión es una mujer que, en una época machista y misógina, que la condenaba a la casa y la familia, estaba acostumbrada a un grado de independencia casi inaudito, y que además, gustaba tanto del arte del canto, como de la esgrima, que no abandonó tras su matrimonio. Así que, en 1687 -si es real su fecha de nacimiento, tendría unos catorce años; la edad con la que comenzó a ser amante del conde, y con la que se casó con el señor de Maupin-, decidió alegrarse la vida comenzando una relación con el ayudante de su maestro de esgrima, en tal Sérannes. La cosa no pasó de ahí -total, a su marido le daba igual que su joven señora tuviera un amante o dos-, pero Séranne, que era buen esgrimista, pero también hombre de carácter orgulloso y de poco pensar, participaba en algo tan habitual en la época como eran los duelos, y en uno considerado ilegal -pues no todos lo eran-, mató a un tipo que, con toda seguridad, era peor esgrimista, pero de más alta categoría social, y tuvo que huir de París, donde vivía, al igual que su amante y el marido de ésta. Madam de Maupin decidió poner tierra de por medio junto a Sérannes, y no pararon hasta Marsella, que es como decir ir de una punta a otra de Francia.
Pero hasta llegar a la ciudad mediterránea, de algo tenían que vivir, claro está, así que decidieron ganarse un buen dinero en el mundo del espectáculo. En ocasiones, cantaban en tabernas o en ferias locales de pueblos y aldeas, y en otras, hacían exhibiciones de esgrima, donde ella vestía de hombre -ciertamente, más cómodo que luchar con falda hasta los pies, y el corpiño apretado hasta casi no poder respirar-, pero sin ocultar nunca su condición de mujer, lo que hacía de aquellos combates algo realmente atractivo. Ver una mujer luchar como un hombre, y mover el florete como una maestra, a pesar de su juventud, debía ser algo digno de ver.
Tras llegar a Marsella, tras semanas -o meses, todo aquí es muy oscuro- de ir de pueblo en pueblo, Maupin, ahora Mademoiselle, pero usando su apellido de soltera, decidió unirse a una compañía de ópera, dirigida por Pierre Gaultier. Antes de ello, no está claro que apellido utilizaría. Tal vez, ninguno, sino que era, simplemente, la compañera de Mesier Sérannes.
Pero Mademoiselle era mujer que se aburría de una vida monótona, y al igual que aparcó temporalmente la espada y el cante popular para ferias y pueblos por la ópera -en aquellos tiempos, la ópera francesa era la más conocida de Europa, con grandes aparatos de vestidos, efectos, músicos de orquesta, etc.; pasado el tiempo, y a partir de finales del siglo XIX, serían los italianos y los alemanes, con su propio estilo y temáticas, los que acabarían acaparando el mundo operístico, pero eso fue más adelante-, también se aburrió del esgrimista Sérannes, del que poco se sabe ya -¿se dedicaba a ejercer de maestro de esgrima en serio, seguía de ayudante, vivía de su pareja? No se sabe, su historia acaba aquí-. Aunque se cree, o se sabe, o se cree saber, que mientras ejercía de cantante de ópera tuvo más de uno y de dos amantes circunstanciales o temporales, fue con una muchacha, con quién tuvo una relación más seria, pues la ahora Mademoiselle Maupin -es de suponer que su marido haría lo posible para invalidar el matrimonio- era bisexual. Pero los padres de la chica, muy joven e inocente, fascinada por una mujer tan atractiva como magnética para cualquiera en quien ella ponía el ojo -y entre quienes no, pues también-, decidieron evitar el escándalo, y la quitaron de enmedio de la forma más habitual de la época, o al menos una de las dos: obligándola a ingresar en un convento. La otra era el matrimonio, pero parece que la chica no tenía pretendientes que agradaran a su familia. O, tras saberse de su relación con la cantante, quizá ni tenía.
Pero M. Maupin no se quedó con los brazos cruzados. Nunca lo hacía, cuando algo no le convenía o le contrariaba. Decidió rescatar a su amada, introduciéndose, vestida de hombre, en el convento de Visitandines de Aviñón, con un plan en mente realmente atrevido y que, además, funcionó: robó el cuerpo de una monja muerta, lo colocó en la cama de la joven, y para cubrir la huida, le pegó fuego a la habitación, y de paso a medio convento, lo que hizo que, apagado el incendio, sólo encontraran el cuerpo carbonizado de una mujer físicamente parecida -en altura o peso, más o menos- a la desaparecida joven. En aquellos tiempos no había pruebas de ADN, ni policía científica, ni nada de eso, así que ciertas cosas funcionaban. Y a Maupin le funcionaron, ciertamente.

Un grabado de M. de Maupin, de autor desconocido -hacia 1700, tal vez con ella todavía viva-.

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Teatro de la Ópera de París, hoy en día. Aquí actuó, entre otros, M. la Maupin.

La relación, sin embargo, sólo duró tres meses. Tras ello, la chica decidió volver, arrepentida, con su familia. El tiempo de la aventura había acabado. Como era de suponer, a Maupin le cayeron acusaciones de todo tipo: secuestro, incendio premeditado, robo de cadáver, y claro está, también el no comparecer ante un tribunal, pues fue juzgada in absentia. Así que tuvo que huír, de nuevo, pero en este caso, de Marsella a, otra vez, París. Hizo el camino inverso a cuando era una adolescente que huía de un matrimonio de conveniencia con un don nadie, sólo que, ahora, no sólo era famosa por ser una belleza indómita con no pocos amantes a sus espaldas, y con escándalos que daban para una obra de teatro, sino que también disfrutaba de una merecida fama de cantante de ópera.
El París, aparte de librarse de una sentencia que la condenaba a muerte, consiguió ser contratada por la ópera de la capital, después de haberla rechazado inicialmente. Un par de cantantes, amigos suyos, sobre todo un tal Bouvard, convencieron a un alto funcionario cercano al rey para que la aceptara en la compañía, y debutó al poco, como la diosa Atenea en "Cadmo y Hermione" -un título un tanto curioso, teniendo en cuenta que Cadmo, legendario fundador de Tebas, fue anterior en varias generaciones a Hermione, hija de la también legendaria Helena, y de su marido, el rey Menelao de Esparta, o lo que existiera en su lugar, antes de que se fundara la ciudad-, de Jean-Baptiste Lully. Aquello fue en 1690, el año en que llegó de París, huyendo de la justicia marsellesa.

Maupin disfrazada de hombre -o más bien, con una ropa andrógina, en parte femenina, pero inspirada en la moda masculina-, según la visión del ilustrador inglés Aubrey Beardsley (1898).

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Las mujeres espadachinas -y más con los floretes o espadas de la época- resultaron, desde el siglo XVII, realmente fascinantes, y no pocos grabados o ilustraciones hablan de duelos con una o dos mujeres de protagonistas, reales o imaginarias.

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Ilustración moderna de Maupin. Nadie podrá saber nunca cuantos duelos protagonizó, pero cuando consiguió ser una gran estrella de la ópera parisina, parece que fueron muchos. Ella debió ser una de los responsables de que la casa del rey decidiera prohibir los duelos en París, que llegaron a ser una auténtica plaga.

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Un grabado del XIX que, este con toda seguridad, representa a de Maupin.

Quizá sean exageradas las palabras del marqués de Dangeau, que consideraba que la voz de la Maupin era la más hermosa del mundo -o al menos, la más extraordinaria que había oído nunca-, pero sin duda, sí es cierto que sería injusto considerar a de Maupin solamente como una gran espadachina, que se enfrentó a no pocos hombres en duelo, ganando siempre -o eso dice la leyenda-, o una belleza que tenía amantes y admiradores por legión. También fue una gran cantante, probablemente una de las mejores de Francia en su época -las dos últimas décadas del siglo XVII-, bien como soprano, o como contralto -tenía, eso sí, una voz femenina, pero muy grave, y no sólo cuando cantaba-. El nombre de "Mademoiselle de Maupin" viene porque, tanto en París como en Bruselas, se le llamaba así, por la costumbre de llamar mademoiselle a todas las cantantes de ópera, estuvieran o no casadas.
Como actriz y cantante -porque una buena cantante de ópera, y más en Francia, también debía contar con habilidades interpretativas, y no sólo de cante- fue una estrella querida y respetada, y sobretodo, admirada y deseada, con una voz envidiable, y un aspecto que podía ser femenino o andrógino, según hiciera falta, o a ella le apeteciera, pero cuando hablamos de su relación con los compañeros, la cosa cambiaba. Lo mismo cabía decir cuando consideraba que algún espectador, sobretodo nobles engreídos que se creían con derecho a todo, le faltaban el respeto, a ella o a compañeros suyos.
Con Thévenard, cantante que en su momento le ayudó a prosperar en la Ópera de París, tuvo un duelo de ingenio que asombró, y para el que pocos estaban preparados, pero con el famoso cantante Louis Gaulard Dumesny llegó a las manos, cuando molestó y faltó al respeto a las mujeres de la compañía. En cuestión de amores, de Maupin nunca quiso, o tal vez no pudo, tener una relación duradera. En cierta ocasión, se enamoró de la cantante Fanchon Moreau, una belleza deslumbrante, amante del Gran Delfín -título que recibía el príncipe heredero del trono francés-, pero en aquella ocasión, quizá por primera vez en su vida, se vio rechazada de forma clara, no una, sino varias veces. Y aquello debió herirle en lo más hondo, porque hasta trató de suicidarse, o al menos, pensó seriamente en ello. Pero finalmente, la sangre no llegó al río, y en otra ocasión, ya en 1695 -o en 1692, según otras fuentes-, después de una carrera de un lustro que debió parecer mucho más larga, por lo exitosa que había sido, besó a una joven en un baile de sociedad, y aquello, para aquella sociedad hipócrita, que defendía el orgullo, el respeto y la decencia, aunque detrás de aquel teatro social, cada uno tenía sus devaneos, debilidades y vicios, debió ser demasiado. Al menos, no para uno, sino para tres nobles allí presentes, a quien la Maupin golpeó con ganas, dejándoles claro que ella, con su vida, hacía lo que quería. Pero poco antes, una ley había prohibido los duelos en París, y como ella les había retado -como en su momento d'Artagnan, a los tres mosqueteros- , la incumplió, muy probablemente sin darse ni cuenta, y tuvo que huir de nuevo. En este caso, a Bruselas, donde continuó con su carrera, esperando que se enfriara un poco la cosa en la capital francesa. Y de paso, aprovechó para ser la amante de Maximiliano II, elector de Baviera -en aquellos tiempos, Baviera no era todavía un reino independiente, sino un territorio del Sacro Imperio con gran autonomía, en realidad, independencia de facto, y participaba en la elección del emperador, de ahí e nombre de su cargo-. Volvió a Bruselas, donde cantó entre 1697 y 1698, porque allá no sólo consiguió refugio, sino también fama.
De sus últimos años (1698-1705), poco se sabe, aparte de que acabó siendo una de las cantantes más respetadas de Francia, en sustitución de Marthe de Rochois, que se jubiló en ese momento, siendo intérprete de casi cualquier nueva ópera compuesta por los autores más famosos del momento. Continuó, pues, cantando, tuvo una relación con una dama, la marquesa de Florensac, y a la muerte de ésta, cayó en tal estado de tristeza -seguramente, una fuerte depresión de la que no fue capaz de salir-, que se retiró en 1705 de la ópera, y se refugió en un convento, tal vez en Provenza, en el sureste del país, donde murió dos años después, con sólo treinta y tres años. Debió ser enterrada en el cementerio del convento, o tal vez de algún pueblo cercano, pero no se sabe donde, pues nunca se ha encontrado sepultura a su nombre, ni con el apellido de casada, ni de soltera.

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Mademoiselle Marthe le Rochois, en 1890, algunos años antes de su retirada. De Maupin la sustituiría como la gran dama de la ópera francesa.

Respecto a su influencia en la cultura posterior, más allá de la música -al resultar imposible saber cómo cantaba, por no existir forma de conservar la voz de forma alguna-, ciertamente, sí que la ha habido, más allá de que, al menos en Francia y Bélgica, todavía hay gente que conoce bastante bien su vida, aunque en distintas versiones -si ni los historiadores se han puesto de acuerdo en ciertas partes de su vida, menos todavía la gente de a pie-, pero, aparte de eso, habría que hablar de la novela epistolar "Mademoiselle de Maupin", de Théophile Gautier -que escribió de todo, y sobre todo, por lo visto-, en la que explora la personalidad más profunda de la dama, a veces inventando, o reconstruyendo a partir de lo que de ella se sabía, amoríos con hombres y mujeres. Fue la primera gran obra de Gautier, y a pesar de que la utilizó también para defender sus puntos de vista sobre el arte y la literatura, no deja de tener su interés, aunque la forma epistolar -habitual en Francia en los siglos XVIII y XIX- hoy en día parezca algo pasada de moda.
También existe, al menos, una película, co-producción italo-franco-española, pero donde de Maupin es retratada como una aventurera que, vestida de hombre, ingresa en el ejército francés para luchar contra los austriacos, algo que no tenía nada que ver con la vida real de la cantante. Se podría decir que se apropiaron de su nombre para recrearla como protagonista de una película de acción.


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Un grabado realizado por François-Xavier le Sueur, para la novela de Gautier sobre la Maupin.

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Otro grabado -no sé si del mismo autor- de la obra de Gautier.

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Catherine O'Hara, en la película donde se relata, muy libremente, la vida de la Maupin -1966, dirigida por el italiano Mauro Bolognini-

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