Sobre genios, vigilantes nocturnos, y otros recuerdos borrosos.
Algunos elementos pre-islámicos dentro de la mitología árabe.
Una rápida explicación.
Hace poco, hablé sobre un relato de Jaime Hernández, donde el protagonista era un guhl, o goul. O mejor dicho, un "hombre-guhl". ¿Y por qué destacar lo de "hombre"? Porque, realmente, al menos en la mayoría de las historias o versiones en que se habla de ellos, los guhles no tenían aspecto humano, sino de chacales o hienas. ¿A qué viene esto? Sencillamente, como no acostumbro a escribir muy a menudo en el blog, en parte por falta de tiempo, y en parte también, por no ser una especie de diario, en el que pueda hablar de mi vida o actividades -exceptuando algún caso aislado-, o de mis pensamientos, sino un lugar donde me puedo explayar sobre temas que me interesan, o que, después de haber leído algo en webs, blogs, revistas o periódicos, o haber oído algo por ahí o por allá, haya sentido la necesidad o deseo de conocer más, y de ponerlo por escrito -en algunos casos, se puede decir que ciertos personajes o lugares los he conocido más o menos a fondo, precisamente, después de haber buscado información para la entrada correspondiente-. En resumidas cuentas, parece que, en cierto modo, el blog es una forma de espolearme a interesarme por cosas que, en principio, me habrían llamado la atención, pero sin pasar de ahí. Por esa razón, las temáticas pueden ser tan diferentes -excepto si se trata de una serie, o novedades sobre algo ya tratado-. En ocasiones, el haber escrito sobre una cosa, me da a conocer otras en principio bien distintas.
El reino de Saba, en el actual Yemen, y el de Axum, núcleo de la civilización etíope.
Y la historia de Jaime, hizo que me preguntara -sin ninguna razón lógica, quizá, pero es que mi mente funciona así-, cuanto sabemos de la mitología árabe -no de Oriente Próximo, sino de los habitantes de la antigua Arabia o de los territorios que están inmediatamente al norte de ésta; Siria, Irak o Líbano sólo son considerados países árabes desde la conquista islámica, y desde el punto de vista identitario pleno, y lingüístico, probablemente desde algunas generaciones después-. Realmente, poco queda ya. Podremos encontrar restos arqueológicos, historias, alguna obra literaria, de los pobladores del llamado "Creciente Fértil", que es cómo llaman historiadores y arqueólogos -entro otros- a la zona de Oriente Próximo poblada por civilizaciones urbanas desde hace milenios, pero el dominio griego primero, el romano después, seguido de Bizancio y el cristianismo, y finalmente el islam -que tanto a homogeneizado la región, dentro de unos límites, pues hay más variedad étnica y religiosa de lo que se podría pensar-, ha hecho que, si bien en estos territorios todavía queden piedras y huesos, no se sepa mucho de cómo eran sus antiguos pobladores. Pero allá, al menos, existieron civilizaciones que duraron milenios. ¿Qué queda, en la península arábiga? No me voy a extender mucho en el tema, pero al menos hablaré de tres elementos, aunque bastante sucintamente: los djings -los genios de los cuentos orientales-, los gouls o guhls, e Irem -o Iram- de las Columnas, además de la mayor de las civilizaciones que existieron en la Antigüedad en aquellas tierras: el reino de Saba. Sin embargo, el interés de esta casi olvidada y desconocida civilización es, al menos para mí, suficiente como para dedicarle una entrada propia -y espero que próxima en el tiempo, que es de lo que, desgraciadamente, ando un poco falto-. Empieza, pues, la historia:
Los djinn -o jinn-, genios del bien... o del mal.
Los djinn, o jinn -que quizá sería la forma más fiel a su raíz original en árabe- son los que los occidentales conocemos como "genios". Probablemente cabe preguntarse el por qué se llama así, genio, a un ser fantástico, cuando en teoría sólo debería corresponder a personas con una inteligencia o imaginación fuera de lo normal. Realmente, más bien habría que considerar la explicación contraria: un genio de los cuentos, un jinn -es así como prefiero llamarlos, aunque todo es cuestión de gustos- es, antes que nada, un ser capaz de conseguirlo casi todo -sólo hay que recordar al que otorga a Aladino todo lo que le pide-; por la misma razón a un apersona real, humana -por decirlo así- que mediante su inteligencia, astucia, adaptación, improvisación o conocimientos, es capaz de sacarse de la manga -como un genio mitológico- explicación o solución para, prácticamente, cualquier cosa, bien merece que se le compare con tan extraordinarios y legendarios personajes. Sin embargo, este parecido semántico no deja de ser sólo una casualidad, que se debió dar, tal vez en España o Italia, donde la cultura greco-latina y la árabe-musulmana se entremezclaron durante gran parte de la Edad Media, pues el "genio" como adjetivo, como algo genial, vendría del latín "genius" que, curiosamente, también fue un espíritu, en este caso tutelar, que -según algunos historiadores, pues no está demasiado claro- le correspondía a toda persona -romana o no- al nacer. Como si fuera una especie de ángel de la guarda. Los romanos, a pesar de su apego por lo material e intelectual, no dejaron de ser muy supersticiosos, y estos genius, como los manes, lares, penates o lemures -espíritus de los muertos, como nuestros fantasmas y aparecidos- inundaban no sólo su imaginación, sino que impregnaba toda su vida, incluyendo la pública y política.
La palabra "jinn", en árabe, originalmente significa "oculto, lo oculto", porque no se trata de personajes que deambulen por las calles de pueblos y ciudades, a la vista de casi todo el mundo. El jinn sólo es visto por quién él desee, y en el momento y lugar que más le convenga. O le plazca, pues no deja de ser, antes que nada, un espíritu libre, que puede ser benévolo, malvado o neutral -de los que ve la vida de los humanos pasar-, que no sigue más reglas que las que él mismo se impone -o se deja imponer por decisión propia, o por causa de fuerzas mágicas, muchas veces oscuras, todavía más poderosas que la suya propia-. Puede, por tanto, ser de una gran ayuda para quién tenga la suerte de toparse con uno; pero como se trate de un genio malvado -un "genio del mal"; algo muy literario, por lo demás-, difícilmente el desgraciado que con él se encuentre se pueda librar de sus argucias. A no ser, claro está, que cuente con poderes mágicos benéficos -o sea, del bien en estado puro-, o, directamente -y tal vez de ahí viene el que se hable de ellos en el Corán, que es un libro religioso- de Dios. Y, en su momento, antes del islam, y también anterior al cristianismo y al judaísmo -en otra época, existieron grandes colonias de judíos en la Península Arábiga-, de los dioses, en una época, no tan extremadamente lejana, pero sí olvidada, en que los árabes eran, en su mayoría, politeístas, y sólo había monoteístas entre los descendientes de los nabateos -en el Sinaí, el Negeb israelí, y gran parte de la actual Jordania, que habían perdido parte de su cultura en tiempos de los bizantinos- y los gassánidas -el noroeste de Arabia- que eran cristianos, como los bizantinos; y los lajmidas, que vivían en el nordeste, y que eran zoroastrianos, como la mayoría de la población del Imperio Persa Sassánida.
Sin embargo, el equivalente al jinn áraba ya existíe entre los descendientes de las migraciones semíticas que les antecedieron, y que salieron de aquel caldero de pueblos que fue la Arabia de la más lejana antigüedad y, es de suponer, incluso del final del neolítico. Se sabe que en el sur de Mesopotamia vivían, antes de los sumerios, otro pueblo que tampoco era semita, pero está bastante claro que gran parte del creciente fértil debió recibir a aquellas gentes -aunque se trataran de pequeñas tribus, incluso de simples clanes familiares ampliados-, y que aquella gente llevó el germen de lo que más adelante fueron parte de la fe -otra parte provendría de los mismos sumerios, o de otra gente, como gente de más allá de los montes Zagros, del actual Irán- con los que se irían encontrando a lo largo de su tortuosa y aún poco conocida historia. Los genios -llamémoslos así, aunque ya se ha dicho que no tienen parentesco real con los genius de los romanos- eran seres típicos de cualquier religión animista: podían ser guardianes de lugares sagrados; portadores de mensajes de los dioses; personificación del poder -destructor o benéfico- de ríos o cascadas; guardianes de cementerios, ruinas o supuestas moradas de poderes incomprensibles para las mentes humanas. A veces invisibles, en ocasiones corpóreos -por lo visto, no sólo eran capaces de encarnar cuerpos humanos, creados ex profeso para relacionarse con tal o cual individuo, sino también de animales y plantas; un ejemplo serían los kirubis, o genios con forma de toros alados, de la mitología asirio-babilónica, y de cuyo nombre podría derivar la palabra cristiana querubín-, parecían ser seres del más allá, pero no dioses o semi-dioses, ni tampoco héroes. Más bien eran entidades telúricas, "hijas de la tierra", que guardaban, aconsejaba, castigaban, y que lo mismo podían actuar con una lógica aplastante, con benéfica justicia, o provocar algún crimen, o castigar de forma en extremo dura, o curiosamente burlesca, a cualquier desgraciado -o agraciado, según se mire- que se topara con él.
El hijo de la oscuridad, del desconocimiento de un mundo que los humanos hacía todavía bien poco que empezaba a mirar, a re-descubrir, con ojos distintos a como lo hacía en tiempos todavía prehistóricos; el ente que podía ser el espíritu de tribus desaparecidas en guerras de la prehistoria, con piedras del paleolítico, con armas más avanzadas del neolítico, cuyo recuerdo se nos ha negado al no existir crónica alguna de aquella infancia de la humanidad, podía resultar tan fascinante como siniestro. En los habitantes del norte, entre los antepasados de los que, siglos después, serían conocidos como celtas, germanos, escitas, tracios, itálicos, también había seres parecidos. Pero el genio no fue transformado ni en dios, ni en demonio. Era una fuerza en bruto que, con el paso del tiempo, de la aparición de la escritura -y de que ésta pasara a ser no más que una herramienta de enorme importancia, pero herramienta al cabo, de los contables de los templos-, de la poesía, de que la narración oral pasase también a ser narración escrita, y que los cuentos populares pasaran a ser re-escritos por artistas, dejó de ser sólo energía y poder con la capacidad, tan repentina como inexplicable, y siempre escasa, de comunicarse con el ser humano, para transformarse en un ser con personalidad propia, con extraordinarios poderes, y con una inteligencia viva y aguda, a veces cruel, en no pocas ocasiones irónica y generosa, y dejar de habitar la oscuridad de los miedos atávicos, para iluminar las páginas de las obras literarias.
Sin embargo, en Arabia todavía se conservaba el personaje en bruto, más auténtico. Después de que los árabes iniciaran la última gran emigración de la península, tanto para extender el islam, como para fundar un imperio o, simplemente, para conquistar y saquear -está demostrado que algunos de aquellos "guerreros del islam" tenían una idea muy poco clara, y bastante simple, de la fe por la que estaban combatiendo-, se unieron los relatos orales originarios con los literarios de Oriente Próximo, y así, el genio, el jinn, entró en esa maravilla que fueron "Las mil y una noches", y en los relatos de Simbad el Marino, que en principio, no formaban parte de la antología original, sino incluido por autores posteriores -franceses y, en general, europeos, no árabes-, por tratarse de relatos menos antiguos, y donde se fusionaban literatura pre-islámica, árabe, persa, con influencias -sobretodo, en relatos más modernos, como los de Simbad, o los de Aladino, donde el protagonista real, antes que él, también es un genio, capaz este, de dar deseos como se fuera poseedor de una magia extraordinaria- de otros pueblos mediterráneos, como los griegos -antiguos y bizantinos- y romanos.
Es, precisamente, en esa "parte añadida" de las "Mil y una noches", las historias de Aladino y Simbad, donde se aprecia cómo la literatura árabe y persa -que tuvieron enorme importancia cultural en los estados musulmanes que, con el paso de los siglos, se sucederían en el solar que ocupó, primigeniamente, el Estado Islámico creado por los primeros califas, los Omeyas y los Abássidas-, se fue haciendo cada vez más fantasiosa pero, al tiempo, fue ganando en originalidad y calidad, introduciendo aventuras en grandes ciudades, navegación por inmensos océanos, y países imaginarios extraordinarios que, sin embargo, no lo parecían tanto a los navegantes de la época. Y también a otros posteriores, y no sólo islámicos, sino también europeos, indios o chinos. Es posible, por no decir probable, que esos viajes -fueran exploratorios, comerciales, políticos, de saqueo y piratería, migraciones y huidas, o por expandir el islam- los que hicieron que la cultura de todos esos pueblos, aunque fuera de forma mínima y alterada por las distancias, los escasos testigos, y la poca facilidad para relatar la realidad de éstos, llegara a los escritores y fabulistas de Damasco, de Bagdad o de Teherán e Isfasán.
Y esta es la visión que nos ha llegado del genio. De ser místico, guardián de lugares sagrados o siniestros, de tumbas y ciudades muertas, de energía pura de origen divino transformada en invisibles figuras vivas que habitan entre nosotros, a personaje entre burlesco y divertido, o en enemigo temible -pero también, a su manera, genial; ¡que sería de un héroe, de no tener a un antagonista a su altura!- de relatos que no envejecen con los siglos, y que, con el paso de las generaciones, han llegado a todo el mundo, y a todos los medios. Incluyendo, como no, al cine.
Curiosamente, quizá sean algunos países árabes donde el personaje tenga, hoy en día -y no desde hace tiempo- una imagen más siniestra. Y eso es debido a que el Corán, en principio, los consideró una mezcla de demonios y de restos de paganismo -según como quiera interpretarlo cada uno-, y aunque los jinn ocuparon su puesto en la sociedad y la literatura musulmanas -y entre las comunidades de cristianos, judíos y zoroastrianos- durante cientos de años, es en las últimas décadas, con la llegada de una nueva ola de re-islamización, de integrismo, fanatismo e intolerancia -o de no querer tener problemas con los que la practican, o hacer pensar a los demás que, sin ser como los más fanáticos, también se puede ser buen musulmán, a costa de resultar, también, un intolerante ultraconservador-, como muchas de estas sociedades han ido perdiendo, no sólo el contacto estrecho con otras culturas, sino también parte importante de su propio patrimonio cultural, que vendría a ser, de su propia alma, de su propio ser. Muy probablemente, es más fácil que un niño o un joven occidental, chino o japonés conozca la literatura árabe de otros tiempos, que muchos otros de su misma edad que viven en sociedades totalmente musulmanas. Lo cual no deja de ser tan cruel, como ridículamente paradójico.
Pero aquí, ya nos metemos en temas puramente religiosos. O eso es lo que algunos nos quieren hacer creer.
El ghoul -o ghul-, el guardián del descanso eterno.
Ahora pasamos a un personaje más siniestro que el genio o djinn, porque este, por lo menos, puede ser malvado, pero también benévolo o, cuanto menos, neutral. Lo mismo puede complicarle o amargarle la vida al desgraciado que se lo encuentre -o que cometa el error de invocarlo sin saber lo que se hace- como ayudarle o, según relatos árabes más modernos -en caso de que sean cuentos de este origen, y no persa o chino-, colmarle de regalos y bendiciones, como el bueno de Aladino -que a pesar de dar nombre al cuento de "Aladino y la lámpara maravillosa", no puede evitar pasar a un segundo plano cuando el genio aparece en el relato-.
El ghoul, o ghul -en su forma árabe original-, es un demonio en la Tierra. Es, en resumidas cuentas, el guardián del descanso de los difuntos, de los cementerios urbanos y religiosos, pero también de los improvisados, que se han tenido que crear para acoger a miles de muertos por batallas, matanzas o epidemias. Eso sí, para ser el supuesto guardián de la paz de los que ya no están en este mundo, no se puede negar que el ghul se ofrece a sí mismo un buen pago, pues no duda en alimentarse de esos mismos cadáveres. Esa es la razón por la cual, en no pocas ocasiones, se le representa en forma de hiena o de chacal, o de un híbrido entre estos animales carroñeros y humanos -¿influencia, quizá, del Set de los egipcios, el dios de los muertos?-. A veces, esa es su forma original, mientras que en otras, más bien parece un espíritu inteligente -aunque se mueva en muchas ocasiones por puro instinto, como una fiera irracional-, pero no corpóreo, que cuando deja de serlo, opta por la forma animal o semi-animal, antes que por la completamente humana. De todas formas, no deja de ser un ente terrorífico, y con el horror que infunde, es capaz de dejar paralizado hasta el más valiente, lo que le resulta muy útil lo mismo para cazar víctimas, como para alejar o eliminar intrusos.
El ghul, en ocasiones, no se conforma con la carne putrefacta de los muertos -a no ser que sean recientes, como en un combate, o difunto recién enterrado-. Cierto que, en la cultura musulmana, los muertos son enterrados en la tierra, y muchas veces -sobre todo, hace siglos-, sin ataúd. En resumidas cuentas, un ser con aspecto de chacal o hiena, aunque sea parcial, no tenía mucho problema para desenterrarlos y alimentarse de ellos. Pero en ocasiones, prefería "cazar" a algún ladrón de tumbas, un desaprensivo que visitaba cementerios a horas intempestivas, sino que salía a cazar, sobretodo niños -al fin y al cabo, una presa inofensiva, incapaz de escapar-. En otras ocasiones, bebía sangre -tal vez algún tipo de antecedente del vampiro europeo, aunque con seguridad, independiente a la idea de lo que sería un vampiro que pudieran tener los pueblos germánicos, eslavos, magiares...- o robaba monedas, más que por amasar riqueza, pues difícilmente se les puede imaginar yéndose de compras, por su valor en sí mismo. También se creía que podía adoptar la forma de la última persona que había devorado. Pero teniendo en cuenta que normalmente comía muertos, es de suponer que, si se paseaba entre humanos que hubieran conocido al difunto en vida, les haría pensar en el retorno de éste a nuestro mundo en forma de fantasma. Y en caso de comprobar que era corpóreo, en algo peor.
Probablemente, fuera una forma popular o degenerada -debido al paso no sólo de las generaciones, sino de una civilización urbana a otra nómada o semi-nomada geográficamente alejada- de los Gallu, los demonios de la mitología mesopotámica -asirio-babilónica-, que se llevaban las almas -y en ocasiones, a individuos todavía no muertos- al infierno. Desaparecida dicha religión, entre los pueblos semitas que irían llegando a Oriente Próximo en sucesivas oleadas -como los amorreos, o más adelante, los arameos, que tanta importancia tendrían en Siria-, y por último, los árabes -a quienes la idea en sí les llegaría de segunda mano- tenderían a hacerlos suyos, pero dándoles una forma bien distinta.
En "Las mil y una noches", los ghul tienen un importante protagonismo en una historia poco conocida, "La historia de Gherib, y su hermano Agib", donde el principe Gherib lucha contra un clan de necrófagos que, si bien a veces no parecen auténticos ghuls -sino más bien una especie derivada de unos humanos degenerados-, sí que denota claramente que se inspira en ellos para crear a los enemigos del héroe, que los vence, esclaviza, y hasta los convierte al islam -algo curioso, que, en caso de ser una historia europea medieval, habría acabado con el exterminio de los monstruos, por considerarlos demoníacos, y en paz-.
Mas adelante, el personaje del ghul fue tomado por todo tipo de autores románticos, y más tarde, también góticos -me refiero a los escritores, sobretodo británicos y alemanes, del siglo XIX y principios del XX, más bien-, pero más adelante, sería una de las grandes figuras que iniciaron el terror moderno, H.P. Lovecraft, quién los haría intervenir en más de una historia. Sin embargo, no habría que confundir a los auténticos ghuls, que son seres enormes de extrañas fauces, con seres humanos degenerados -pero que, en otro tiempo, tenían su vida entre nosotros, como unos ciudadanos más- que, probablemente "asesorados" y "educados" por los auténticos ghuls -o tomándolos a estos como ejemplo- pasan a ser una especie de seres humanoides que devoran cadáveres pero que, al tiempo, conservan -al menos, durante una primera fase- no sólo parte de su antigua identidad, sino la capacidad de hablar, razonar y hasta de practicar cierto tipo de humor negro, muy negro. En "El modelo Pickman", el protagonista tendrá contacto con el Pickman del título, un pintor bohemio y alejado del mundo que, sin duda, dedicó su tiempo libre en inmiscuirse en saberes demasiado oscuros para un ser humano, aunque él, como vampiro -aunque aquí, la palabra "vampiro" es claramente inapropiada, porque no beben sangre, ni humana ni animal- se encuentra la mar de a gusto, y no duda en hablar de su nueva dieta a su aterrado amigo, que por un lado desea con todas sus fuerzas largarse del nido de vampiros donde su amigo lo ha conducido -¿para que forme parte del menú?; bueno, un amigo es un amigo, a pesar de todo-, pero que, por otra parte, no puede negar, él también, un mórbido interés por ese mundo paralelo.
Y por último, incluso el cómic de humor a aprovechado al ghul como uno más de los personajes de una visión bastante particular de la juventud del ya nombrado Lovecraft. Sólo hay que pasarse por la web de "El joven Lovecraft".
El ghul, como el djinn, no dejan de estar, aunque sea de forma modesta, tan vivos como hace siglos. Al fin y al cabo, no dejan de ser tan inmortales como, cuando lo desean, invisibles a los ojos humanos.
Los djinn -o jinn-, genios del bien... o del mal.
Los djinn, o jinn -que quizá sería la forma más fiel a su raíz original en árabe- son los que los occidentales conocemos como "genios". Probablemente cabe preguntarse el por qué se llama así, genio, a un ser fantástico, cuando en teoría sólo debería corresponder a personas con una inteligencia o imaginación fuera de lo normal. Realmente, más bien habría que considerar la explicación contraria: un genio de los cuentos, un jinn -es así como prefiero llamarlos, aunque todo es cuestión de gustos- es, antes que nada, un ser capaz de conseguirlo casi todo -sólo hay que recordar al que otorga a Aladino todo lo que le pide-; por la misma razón a un apersona real, humana -por decirlo así- que mediante su inteligencia, astucia, adaptación, improvisación o conocimientos, es capaz de sacarse de la manga -como un genio mitológico- explicación o solución para, prácticamente, cualquier cosa, bien merece que se le compare con tan extraordinarios y legendarios personajes. Sin embargo, este parecido semántico no deja de ser sólo una casualidad, que se debió dar, tal vez en España o Italia, donde la cultura greco-latina y la árabe-musulmana se entremezclaron durante gran parte de la Edad Media, pues el "genio" como adjetivo, como algo genial, vendría del latín "genius" que, curiosamente, también fue un espíritu, en este caso tutelar, que -según algunos historiadores, pues no está demasiado claro- le correspondía a toda persona -romana o no- al nacer. Como si fuera una especie de ángel de la guarda. Los romanos, a pesar de su apego por lo material e intelectual, no dejaron de ser muy supersticiosos, y estos genius, como los manes, lares, penates o lemures -espíritus de los muertos, como nuestros fantasmas y aparecidos- inundaban no sólo su imaginación, sino que impregnaba toda su vida, incluyendo la pública y política.
La palabra "jinn", en árabe, originalmente significa "oculto, lo oculto", porque no se trata de personajes que deambulen por las calles de pueblos y ciudades, a la vista de casi todo el mundo. El jinn sólo es visto por quién él desee, y en el momento y lugar que más le convenga. O le plazca, pues no deja de ser, antes que nada, un espíritu libre, que puede ser benévolo, malvado o neutral -de los que ve la vida de los humanos pasar-, que no sigue más reglas que las que él mismo se impone -o se deja imponer por decisión propia, o por causa de fuerzas mágicas, muchas veces oscuras, todavía más poderosas que la suya propia-. Puede, por tanto, ser de una gran ayuda para quién tenga la suerte de toparse con uno; pero como se trate de un genio malvado -un "genio del mal"; algo muy literario, por lo demás-, difícilmente el desgraciado que con él se encuentre se pueda librar de sus argucias. A no ser, claro está, que cuente con poderes mágicos benéficos -o sea, del bien en estado puro-, o, directamente -y tal vez de ahí viene el que se hable de ellos en el Corán, que es un libro religioso- de Dios. Y, en su momento, antes del islam, y también anterior al cristianismo y al judaísmo -en otra época, existieron grandes colonias de judíos en la Península Arábiga-, de los dioses, en una época, no tan extremadamente lejana, pero sí olvidada, en que los árabes eran, en su mayoría, politeístas, y sólo había monoteístas entre los descendientes de los nabateos -en el Sinaí, el Negeb israelí, y gran parte de la actual Jordania, que habían perdido parte de su cultura en tiempos de los bizantinos- y los gassánidas -el noroeste de Arabia- que eran cristianos, como los bizantinos; y los lajmidas, que vivían en el nordeste, y que eran zoroastrianos, como la mayoría de la población del Imperio Persa Sassánida.
Una visión antigua, primigenia, de un genio en tiempos asirios.
Sin embargo, el equivalente al jinn áraba ya existíe entre los descendientes de las migraciones semíticas que les antecedieron, y que salieron de aquel caldero de pueblos que fue la Arabia de la más lejana antigüedad y, es de suponer, incluso del final del neolítico. Se sabe que en el sur de Mesopotamia vivían, antes de los sumerios, otro pueblo que tampoco era semita, pero está bastante claro que gran parte del creciente fértil debió recibir a aquellas gentes -aunque se trataran de pequeñas tribus, incluso de simples clanes familiares ampliados-, y que aquella gente llevó el germen de lo que más adelante fueron parte de la fe -otra parte provendría de los mismos sumerios, o de otra gente, como gente de más allá de los montes Zagros, del actual Irán- con los que se irían encontrando a lo largo de su tortuosa y aún poco conocida historia. Los genios -llamémoslos así, aunque ya se ha dicho que no tienen parentesco real con los genius de los romanos- eran seres típicos de cualquier religión animista: podían ser guardianes de lugares sagrados; portadores de mensajes de los dioses; personificación del poder -destructor o benéfico- de ríos o cascadas; guardianes de cementerios, ruinas o supuestas moradas de poderes incomprensibles para las mentes humanas. A veces invisibles, en ocasiones corpóreos -por lo visto, no sólo eran capaces de encarnar cuerpos humanos, creados ex profeso para relacionarse con tal o cual individuo, sino también de animales y plantas; un ejemplo serían los kirubis, o genios con forma de toros alados, de la mitología asirio-babilónica, y de cuyo nombre podría derivar la palabra cristiana querubín-, parecían ser seres del más allá, pero no dioses o semi-dioses, ni tampoco héroes. Más bien eran entidades telúricas, "hijas de la tierra", que guardaban, aconsejaba, castigaban, y que lo mismo podían actuar con una lógica aplastante, con benéfica justicia, o provocar algún crimen, o castigar de forma en extremo dura, o curiosamente burlesca, a cualquier desgraciado -o agraciado, según se mire- que se topara con él.
El hijo de la oscuridad, del desconocimiento de un mundo que los humanos hacía todavía bien poco que empezaba a mirar, a re-descubrir, con ojos distintos a como lo hacía en tiempos todavía prehistóricos; el ente que podía ser el espíritu de tribus desaparecidas en guerras de la prehistoria, con piedras del paleolítico, con armas más avanzadas del neolítico, cuyo recuerdo se nos ha negado al no existir crónica alguna de aquella infancia de la humanidad, podía resultar tan fascinante como siniestro. En los habitantes del norte, entre los antepasados de los que, siglos después, serían conocidos como celtas, germanos, escitas, tracios, itálicos, también había seres parecidos. Pero el genio no fue transformado ni en dios, ni en demonio. Era una fuerza en bruto que, con el paso del tiempo, de la aparición de la escritura -y de que ésta pasara a ser no más que una herramienta de enorme importancia, pero herramienta al cabo, de los contables de los templos-, de la poesía, de que la narración oral pasase también a ser narración escrita, y que los cuentos populares pasaran a ser re-escritos por artistas, dejó de ser sólo energía y poder con la capacidad, tan repentina como inexplicable, y siempre escasa, de comunicarse con el ser humano, para transformarse en un ser con personalidad propia, con extraordinarios poderes, y con una inteligencia viva y aguda, a veces cruel, en no pocas ocasiones irónica y generosa, y dejar de habitar la oscuridad de los miedos atávicos, para iluminar las páginas de las obras literarias.
Sin embargo, en Arabia todavía se conservaba el personaje en bruto, más auténtico. Después de que los árabes iniciaran la última gran emigración de la península, tanto para extender el islam, como para fundar un imperio o, simplemente, para conquistar y saquear -está demostrado que algunos de aquellos "guerreros del islam" tenían una idea muy poco clara, y bastante simple, de la fe por la que estaban combatiendo-, se unieron los relatos orales originarios con los literarios de Oriente Próximo, y así, el genio, el jinn, entró en esa maravilla que fueron "Las mil y una noches", y en los relatos de Simbad el Marino, que en principio, no formaban parte de la antología original, sino incluido por autores posteriores -franceses y, en general, europeos, no árabes-, por tratarse de relatos menos antiguos, y donde se fusionaban literatura pre-islámica, árabe, persa, con influencias -sobretodo, en relatos más modernos, como los de Simbad, o los de Aladino, donde el protagonista real, antes que él, también es un genio, capaz este, de dar deseos como se fuera poseedor de una magia extraordinaria- de otros pueblos mediterráneos, como los griegos -antiguos y bizantinos- y romanos.
Es, precisamente, en esa "parte añadida" de las "Mil y una noches", las historias de Aladino y Simbad, donde se aprecia cómo la literatura árabe y persa -que tuvieron enorme importancia cultural en los estados musulmanes que, con el paso de los siglos, se sucederían en el solar que ocupó, primigeniamente, el Estado Islámico creado por los primeros califas, los Omeyas y los Abássidas-, se fue haciendo cada vez más fantasiosa pero, al tiempo, fue ganando en originalidad y calidad, introduciendo aventuras en grandes ciudades, navegación por inmensos océanos, y países imaginarios extraordinarios que, sin embargo, no lo parecían tanto a los navegantes de la época. Y también a otros posteriores, y no sólo islámicos, sino también europeos, indios o chinos. Es posible, por no decir probable, que esos viajes -fueran exploratorios, comerciales, políticos, de saqueo y piratería, migraciones y huidas, o por expandir el islam- los que hicieron que la cultura de todos esos pueblos, aunque fuera de forma mínima y alterada por las distancias, los escasos testigos, y la poca facilidad para relatar la realidad de éstos, llegara a los escritores y fabulistas de Damasco, de Bagdad o de Teherán e Isfasán.
Y esta es la visión que nos ha llegado del genio. De ser místico, guardián de lugares sagrados o siniestros, de tumbas y ciudades muertas, de energía pura de origen divino transformada en invisibles figuras vivas que habitan entre nosotros, a personaje entre burlesco y divertido, o en enemigo temible -pero también, a su manera, genial; ¡que sería de un héroe, de no tener a un antagonista a su altura!- de relatos que no envejecen con los siglos, y que, con el paso de las generaciones, han llegado a todo el mundo, y a todos los medios. Incluyendo, como no, al cine.
El poder de un genio, como fuerza viva de la naturaleza, podía ser terrible.
Pero aquí, ya nos metemos en temas puramente religiosos. O eso es lo que algunos nos quieren hacer creer.
El ghoul -o ghul-, el guardián del descanso eterno.
Ahora pasamos a un personaje más siniestro que el genio o djinn, porque este, por lo menos, puede ser malvado, pero también benévolo o, cuanto menos, neutral. Lo mismo puede complicarle o amargarle la vida al desgraciado que se lo encuentre -o que cometa el error de invocarlo sin saber lo que se hace- como ayudarle o, según relatos árabes más modernos -en caso de que sean cuentos de este origen, y no persa o chino-, colmarle de regalos y bendiciones, como el bueno de Aladino -que a pesar de dar nombre al cuento de "Aladino y la lámpara maravillosa", no puede evitar pasar a un segundo plano cuando el genio aparece en el relato-.
El ghoul, o ghul -en su forma árabe original-, es un demonio en la Tierra. Es, en resumidas cuentas, el guardián del descanso de los difuntos, de los cementerios urbanos y religiosos, pero también de los improvisados, que se han tenido que crear para acoger a miles de muertos por batallas, matanzas o epidemias. Eso sí, para ser el supuesto guardián de la paz de los que ya no están en este mundo, no se puede negar que el ghul se ofrece a sí mismo un buen pago, pues no duda en alimentarse de esos mismos cadáveres. Esa es la razón por la cual, en no pocas ocasiones, se le representa en forma de hiena o de chacal, o de un híbrido entre estos animales carroñeros y humanos -¿influencia, quizá, del Set de los egipcios, el dios de los muertos?-. A veces, esa es su forma original, mientras que en otras, más bien parece un espíritu inteligente -aunque se mueva en muchas ocasiones por puro instinto, como una fiera irracional-, pero no corpóreo, que cuando deja de serlo, opta por la forma animal o semi-animal, antes que por la completamente humana. De todas formas, no deja de ser un ente terrorífico, y con el horror que infunde, es capaz de dejar paralizado hasta el más valiente, lo que le resulta muy útil lo mismo para cazar víctimas, como para alejar o eliminar intrusos.
Un grabado de un ghul de "Las mil y una noches".
Probablemente, fuera una forma popular o degenerada -debido al paso no sólo de las generaciones, sino de una civilización urbana a otra nómada o semi-nomada geográficamente alejada- de los Gallu, los demonios de la mitología mesopotámica -asirio-babilónica-, que se llevaban las almas -y en ocasiones, a individuos todavía no muertos- al infierno. Desaparecida dicha religión, entre los pueblos semitas que irían llegando a Oriente Próximo en sucesivas oleadas -como los amorreos, o más adelante, los arameos, que tanta importancia tendrían en Siria-, y por último, los árabes -a quienes la idea en sí les llegaría de segunda mano- tenderían a hacerlos suyos, pero dándoles una forma bien distinta.
Una idea bastante exacta de un ghul. Sin aspecto animal, sino monstruosamente humanoide, que no humano.
En "Las mil y una noches", los ghul tienen un importante protagonismo en una historia poco conocida, "La historia de Gherib, y su hermano Agib", donde el principe Gherib lucha contra un clan de necrófagos que, si bien a veces no parecen auténticos ghuls -sino más bien una especie derivada de unos humanos degenerados-, sí que denota claramente que se inspira en ellos para crear a los enemigos del héroe, que los vence, esclaviza, y hasta los convierte al islam -algo curioso, que, en caso de ser una historia europea medieval, habría acabado con el exterminio de los monstruos, por considerarlos demoníacos, y en paz-.
Mas adelante, el personaje del ghul fue tomado por todo tipo de autores románticos, y más tarde, también góticos -me refiero a los escritores, sobretodo británicos y alemanes, del siglo XIX y principios del XX, más bien-, pero más adelante, sería una de las grandes figuras que iniciaron el terror moderno, H.P. Lovecraft, quién los haría intervenir en más de una historia. Sin embargo, no habría que confundir a los auténticos ghuls, que son seres enormes de extrañas fauces, con seres humanos degenerados -pero que, en otro tiempo, tenían su vida entre nosotros, como unos ciudadanos más- que, probablemente "asesorados" y "educados" por los auténticos ghuls -o tomándolos a estos como ejemplo- pasan a ser una especie de seres humanoides que devoran cadáveres pero que, al tiempo, conservan -al menos, durante una primera fase- no sólo parte de su antigua identidad, sino la capacidad de hablar, razonar y hasta de practicar cierto tipo de humor negro, muy negro. En "El modelo Pickman", el protagonista tendrá contacto con el Pickman del título, un pintor bohemio y alejado del mundo que, sin duda, dedicó su tiempo libre en inmiscuirse en saberes demasiado oscuros para un ser humano, aunque él, como vampiro -aunque aquí, la palabra "vampiro" es claramente inapropiada, porque no beben sangre, ni humana ni animal- se encuentra la mar de a gusto, y no duda en hablar de su nueva dieta a su aterrado amigo, que por un lado desea con todas sus fuerzas largarse del nido de vampiros donde su amigo lo ha conducido -¿para que forme parte del menú?; bueno, un amigo es un amigo, a pesar de todo-, pero que, por otra parte, no puede negar, él también, un mórbido interés por ese mundo paralelo.
Y por último, incluso el cómic de humor a aprovechado al ghul como uno más de los personajes de una visión bastante particular de la juventud del ya nombrado Lovecraft. Sólo hay que pasarse por la web de "El joven Lovecraft".
El ghul, como el djinn, no dejan de estar, aunque sea de forma modesta, tan vivos como hace siglos. Al fin y al cabo, no dejan de ser tan inmortales como, cuando lo desean, invisibles a los ojos humanos.
El ghul amigo del jovel Lovecraft, de birras con los perros de Tántalos, la creación de Belknap Long para el mundo Lovecraftiano.
Irem -o Iram- de las Columnas. La ciudad perdida en el desierto.
En este caso, no es posible extenderse demasiado, porque Irem, o Iram, es una ciudad perdida, o más bien, dentro de la cultura árabe -musulmana o no-, la ciudad perdida por antonomasia. En el Corán se le cita en una ocasión, junto con los aditas o los tamudeos -que se dice excavaron la roca, como los nabateos en Petra, es de suponer-, pueblos de origen tan oscuro como la misma Iram. En dicho libro, la ciudad parece el equivalente a Sodoma y Gomorra en el Antiguo Testamento: la ciudad grande, rica y avanzada culturalmente, pero también moralmente degenerada, oscuro agujero de vicio y perversión. Por todo ello, Dios -el musulmán, el judío, el cristiano... en fin, Dios, sin adjetivos- decide -no muy misericordiosamente que digamos- destruirla, haciendo que el desierto que sus habitantes habían logrado vencer, se la tragara en un abrir y cerrar de ojos, sin que quedara de ella más que unos escasos y fantasmales recuerdos.
Una idea de las fantasmales ruinas de lo que podría ser Iram, la de las Altas Columnas.
Además de en el Corán, la ciudad es también nombrada en "Las mil y una noches", y Lovecraft-otra vez él; este hombre está en todas partes, ¡y eso que nunca se tomó demasiado en serio, lo de escribir!- la incluye entre los misteriosos lugares visitados por Abdul Alhazred -aunque en ocasiones la llama, simplemente "La ciudad sin nombre", el árabe loco que, después de ver lo que ojos humanos nunca habrían de haber visto, decide escribir el Necronomicón, el libro inexistente -el libro no-libro- más famoso -y buscado, y según algunos, ¡hasta encontrado y leído!- de todos los imaginados.
¿Dónde se encontraba dicha ciudad? Si se supone que es un lugar imaginario, o con base histórica, pero sin conocimiento de dónde se encontraba realmente, no se puede, evidentemente, decir dónde se podrían encontrar sus ruinas, en caso de que quedaran. Parece que, tradicionalmente, siempre se la colocaba en el actual Yemen, y tal vez, no dejaba de ser un vago recuerdo del legendario -pero muy real- reino de Saba, o algún otro estado que se extendió, hace más veinticinco siglos, por el sur de la Península Arábiga. En 1980 se encontraron los restos de la ciudad de Ubar -con ayuda de rutas reveladas por satélites de la NASA, que en un futuro podrían ayudar a encontrar otras civilizaciones perdidas-, en medio del desierto. Tantas veces nombrada y buscada, al fin encontrada, pero no en el Yemen, sino en Oman, mucho más al este, en el interior del país, pero no demasiado lejos del Golfo Pérsico -o Arábigo, según quién lo nombre-. ¿Dudosamente, por tanto, puede ser la ciudad que luego sería conocida como Iram? Quizá, pero sí un ejemplo de que la civilización urbana se extendió por el sur de Arabia -la "Arabia Felix", o "Feliz", de los romanos- en tiempos muy remotos. Tanto, que para los mismos griegos y romanos resultaban civilizaciones tan antiguas y legendarias como los faraones, o los emperadores de Babilonia o Asiria.
¿Cuantas ciudades y civilizaciones perdidas reposan bajo las arenas?
O tal vez sí. Oman es país fronterizo con el Yemen, y se sabe que, hace dos o tres milenios, el territorio habitable -y cultivable, era amplio, desde el Mar Rojo hasta el Índico, y muy al interior se podían encontrar ciudades y pueblos, habitados por muchos miles de personas. El poder de Ubar podía, por tanto, llegar a extenderse por un espacio muy grande que, tras un cambio en el clima que desertizó las zonas verdes del interior -aparte de que la ciudad pudo crecer en exceso, y la población agotaría, por tanto, las vitales reservas de agua- acabó transformándose en lo que luego se llamaría "Rub al-Jali", "El espacio vacío", que ahora se extiende por una parte importante de Arabia.
No es que quede mucho de este legendario lugar, que debió recibir -según se contaba- comerciantes de Mesopotamia, Siria, el reino de Israel y el Imperio Hitita -y tal vez, del Egipto faraónico-, pero su poder de fascinación era tan grande, que hasta el mismísimo Laurence de Arabia tenía pensado buscarla una vez acabada la I Guerra Mundial, y de no haber muerto en un accidente de motocicleta, es posible que aquel hombre extraordinario hubiera dado con ella. Con toda seguridad, quién escribió "Los siete pilares de la sabiduría" habría sido capaz de narrar aquella búsqueda como una auténtica epopeya de la Antigüedad.
Y como ejemplo de lo viva que está Irem, un enlace sobre un blog que lleva su nombre y que trata, como no, sobre temas fantásticos, con el bueno de Lovecraft -creo que ya va siendo hora de pensar alguna entrada dedicada a él- como uno de sus protagonistas principales.
La reina, y el reino de Saba.
Por último, la reina de Saba, Belkis o Bilkis -y otros nombres por las que fue conocida, como Makeda- y su legendario reino, que no por ello, es menos real. Supongo que esta debería ser, con diferencia, la parte más extensa de la entrada, pero no será así. Por el contrario, será extremadamente corta. ¿Por qué? Porque, precisamente, una y otro dan para una entrada nueva, dedicada a tan, lamentablemente, poco conocida civilización -no es que quede demasiado de ella, ni tan siquiera por escrito-.
En realidad, más bien será no sólo la excusa que me doy a mí mismo para informarme -o más bien, para estudiar, aunque sea por el simple placer de aprender, o de ordenar lo que ya sé, o creo saber- sobre dicho reino perdido, pero también, para que sea el inicio de otras entradas sobre un país que siempre me interesó, con una historia de tres milenios, y que, desgraciadamente, su nombre sólo se oye en los medios a causa de hambrunas, guerras y conflictos políticos: Etiopía, antes conocida como Abisinia, y, en la Antigüedad, Axum.
¿Reina blanca -semítica de Arabia-, o reina negra -soberana del primer gran estado, al menos en parte, africano? Uno de los muchos misterios de Makeda, o Belkis, la reina de Saba.
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