martes, 26 de noviembre de 2013

Los macchiaioli, la alternativa italiana al impresionismo francés.


Un pequeño descubrimiento hojeando la prensa.

Normalmente -bueno, más bien nunca- acostumbro a hablar de pintura. No es que sea un tema que no me interese o agrade, pero aparte de no ser experto en ello, tampoco es de los que más me apasione. Sin embargo, de vez en cuando, no sólo leo -o repaso- sobre dicho arte, sino que me agrada descubrir cosas nuevas; estilos, autores, corrientes o influencias de las que sabía poco o, simplemente, desconocía por completo.
Leyendo el periódico -para ser más exacto, "El periódico de Cataluña"- de hace ya días -tengo el blog muy dejado, así que el pedazo de hoja que guardo tiene ya un tiempo-, descubrí a los macchiaioli -la verdad es que, al principio, me costó bastante aprenderme el nombre; y eso que, en general, los nombres o expresiones en italiano, por la razón que sea, se me quedan en la memoria con bastante facilidad-, una corriente o escuela pictórica de la segunda mitad del siglo XIX, que, aunque no fueran ni imitadores ni rivales de los impresionistas franceses o belgas, contemporáneos suyos, sí se les puede considerar, hasta cierto punto, como una especie de alternativa o versión italiana de éstos. Por lo que dice el artículo, al haber sido un poco anteriores a sus correligionarios galos, y no conseguir demasiada fama fuera de sus fronteras, hizo que, hoy en día, hayan quedado casi totalmente olvidados, aunque en Madrid se realiza una exposición de parte de su obra hasta el 5 de enero del año que viene.

Quienes eran esta gente, y qué les gustaba pintar.

El nombre de "macchiaioli" vendría a significar "manchadores", "los que pintan a base de manchas", y se utilizó -por primera vez, en 1862-, al menos en un principio, de forma un tanto despectiva, por al menos un crítico -quizá más- de arte de provincias que consideraba que aquellos jóvenes pintores que deseaban renovar la pintura italiana no es que fueran unos revolucionarios geniales pero incomprendidos, sino, simplemente, unos mediocres y unos chapuceros. Como ocurre en no pocas ocasiones, lo que en principio fue un apodo despectivo, acabó transformándose en un nombre colectivo adoptado no sin cierto orgullo.
Diez años antes de que los impresionistas empezaran a ser conocidos como tales, en Florencia, y en general en la Toscana -en Italia, el arte tenía una base regional, o alrededor de una ciudad en particular; en Francia y Bélgica, sin embargo, el arte tenía como escaparate, base y refugio sólo a Parías, y allá llegaban, también, artistas de todo el mundo, desde checos hasta mexicanos, pasando por españoles o alemanes-, un grupo de artistas decidieron dar la vuelta a la pintura patria, que consideraban que iba demasiado a remolque de la de otros países, sin reflejar como debía ni los paisajes ni la gente de Italia en aquella época, en proceso todavía de unificación, lo que también significaba, en cierto modo, un apoyo a la formación de un espíritu nacional-, y romper tanto con el romanticismo -sobretodo francés: Delacroix, Géricault- como con el academicismo. Con el "Caffè Michelangiolo" como punto de encuentro -¡que importancia tuvieron los cafés de toda Europa en la historia del arte y la cultura, y mucho más que ello!-, y con el crítico Diego Martelli como mecenas y apoyo moral -y no sólo moral; siendo crítico de arte, podía hacer oír su voz donde resultaba bien difícil, por no decir imposible, a sus jóvenes protegidos-, empezó esta corriente modernizadora y alternativa. Todavía estamos hablando de mediados de la década de los 50 del siglo XIX. Faltaba al menos otra para que éstos se dieran realmente a conocer.

Los macchiaioli, reunidos en el "Caffè Michelangiolo".

El café, por cierto, fue tan famoso, y tuvo tanta importancia, tanto desde un punto de vista artístico como cultural y social, que aunque desapareció como tal -ya no se le encuentra, en la calle Cavour de Florencia-, sí que tiene su propia  página web.
Entre los principales autores, se podrían enumerar a Giovanni Fattori, Telemaco Signorini, Giuseppe Abbati, Silvestro Lega o Giovanni Boldini. Al contrario que con los impresionistas -y los post-impresionistas-, y más o menos como los pre-rafaelitas británicos, son más conocidos como grupo que como individuos, cada uno con su propia personalidad, técnica y gustos e influencias propios, lo cual, evidentemente, no es ni junto ni exacto, pues aunque tenían vidas e ideas en común, cada uno era un artista por sí mismo.
Todos y cada uno de ellos, a su forma, tenían cosas en común: su -en un primer momento- juventud; el deseo de reflejar a las gentes y paisajes de su región de una forma original, mucho más colorida -nada de "tenebrismos", a lo Caravaggio y el gótico-, dando más importancia al color en sí, que a la forma exacta y a la silueta bien recortada; el compartir ideas sobre la necesidad de cambios sociales y políticos, y fomentar no sólo la unión política, física, sino también cultural y humana entre las distintas partes del nuevo estado italiano, que había estado dividido en multitud de entidades políticas desde  tiempos de Justiniano -nada menos-.

Telemaco Signorini.La sirga, en Le Cascine de Florencia, 1864.Óleo sobre lienzo.54x173cm.Colección particular.Cortesía de Jean Luc Baroni Ltd. Asperas imágenes de una adhesión momentánea al tormento de los vencidos, a la vida de sacrificios y privaciones.
"La sirga", de Telemaco Signorini. Retrato de la Italia rural de la época: el "señor" y los todavía siervos.

Lo que tenían en común, o no, con los impresionistas. Las distintas etapas.

Unos y otros tenían la costumbre, poco habitual hasta aquel momento, de pintar al aire libre: en la calle, en los caminos, en los campos; así como su interés por la vida rural -eran pintores de este origen, o de pequeñas ciudades, mientras que los impresionistas, aunque nacieran en distintos puntos de Francia, vivían y trabajaban en París, y eran muy urbanos-, por los campesinos y pastores, los animales, la forma de vida de la población del campo, que en la Italia de aquellos tiempos, incluso en el norte, representaban la gran mayoría de sus habitantes -algunas ciudades, como Génova o Venecia, o la misma Florencia, arrastraban una larga decadencia, y su población no había aumentado apenas, incluso como el caso de Siena o Pisa, habían disminuido con respecto al Renacimiento-. Jugaron con los colores, cuantos más mejor, y con las sombras, que pasaron a ser secundarias, pero bien utilizadas para destacar los contrastes. Una de las diferencias, sin embargo, sería que los macchiaioli intentaban reflejar la realidad de la forma más realista posible -sobretodo en los retratos, en las figuras de mayor tamaño, que ocuparan gran parte del cuadro, como "El canto de una copla", de Lega-, mientras que los impresionistas buscaban el instante mismo, sin dar una importancia tan capital a la realidad en sí misma. Si a determinada hora, con determinada luz, un impresionista veía una catedral como si ésta estuviera brillando -como si fuera de cristal- o ardiendo, la pintaba tal como le parecía, aunque no fuera, ciertamente, algo demasiado realista.

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"El campo de batalla italiano en la batalla de Magenta", de Fattori (1859), durante la guerra contra los austriacos por Lombardía.

Habría, al menos, tres etapas en que los distintos temas irían cambiando, aunque no de forma radical. En la primera, y un poco como los románticos franceses a los que querían "superar" -no en técnica, sino más bien, en cuestiones de visión artística o "ideológica"; los impresionistas, en general, eran bastante apolíticos, o tirando a conservadores, si no en la teoría, en la práctica de su vida y trabajo-, optaron por temas históricos, aunque sin interesarse en la mitología o las leyendas, como los prerrafaelitas británicos. En la segunda, salen completamente al exterior, y retratan los paisajes y habitantes de la Toscana, una de las regiones de Italia, por lo demás, más retratables y atractivas -al menos, en una especie de idea colectiva de europeos y norteamericanos que, quizá por influencias literarias y cinematográficas, vemos a la Toscana, igual que a la Provenza, o tal vez a Andalucía, como una especie de paraísos rurales y antropológicos por donde no ha pasado el tiempo, la gente no cambia, no existen los problemas diarios (como si allá la gente no tuviera que trabajar, o enfrentarse a cuestiones económicas o personales, como todo el mundo), y, en definitiva, nos encontráramos en una especie de "Edén europeo mediterráneo", donde no existen ni problemas ni cargas- de Italia. Añadir a la "pintura de paisajes y paisanajes", la de guerra, debido al compromiso político, a la lucha de la Italia en unificación contra el Imperio Austro-húngaro -primero, por Milán y la Lombardía; más adelante, aprovechando que el Imperio estaba enfrentado a la Prusia que unificaba Alemania, y con la que había cierta connivencia política y comprensión por los deseos de unión nacional, por Venecia y el Véneto-; o contra el Reino de Nápoles, gobernado por una rama de los Borbones, o, finalmente, contra unos desfallecientes Estados Pontificios, reducidos a Roma y el Lacio, que pudieron ocupar los italianos cuando sus antiguos aliados franceses sacaron de allá sus últimas tropas, para usarlas en la lucha contra la ya unificada Alemania imperial.

"El canto de una copla", de Silvestro Lega (1867).

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"La pérgola", también de Lega (1866), retratando, también, la pequeña burguesía rural de la Toscana.

Por último, ya veteranos de la pintura, con más edad y menos ardor juvenil, se dedicaron a pintar a la nueva, o no tan nueva, burguesía toscana. Una burguesía, la florentina, por lo demás, ni tan rica ni tan influyente como la lombarda, así que tuvieron que pintar bastantes obras para ganarse bien la vida. Como sus antecesores -Medici y compañía-, aquellos florentinos con dinero -no tanto como se podría creer- y cultura y estudios -tampoco tanto, en muchos casos- quisieron tener obras de arte en sus casas, mientras que ejercían -o jugaban a ejercer- de nuevos mecenas. Cierto que aquellos pintores no eran un Leonardo, o un Rafael, pero ellos tampoco se podían permitir demasiados dispendios. Aún así, con su dinero, fomentaron que los macchiaioli  pudieran dejar para la posteridad un número mayor de obras, representándolos a ellos, o no.

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"La diligencia a Sesto", de Fattori (1873), con un color -en los fondos- más desdibujado.

Entre 1880 y 1930 -ya bajo el fascismo de Mussolini- existió lo que se llamó la corriente de los neo-macchiaioli, también de origen toscano y que, aún pintando gentes y lugares distintos -o que, al menos, habían cambiado con el paso de las décadas- no dejaban de tener un estilo y un punto de vista parecido a los que consideraban sus maestros. En general, la pintura realistas posterior, incluida la de ideología obrerista o revolucionaria -o de denuncia social, que quizá sería una denominación más apropiada- les debería mucho, y, en ocasiones, a algunos macchiaioli, como Lega, son considerados como auténticos "pre-realistas".

Vittorio Matteo Corcos, Sueños.  1896 Galería Nacional de Arte Moderno de Roma
"Sueños", de Vittorio Matteo Corcos, (1896), considerado uno de los más improtantes de los "neo-macchiaioli", pero, al tiempo, representante del realismo en la pintura italiana, en una época posterior a sus maestros.

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