miércoles, 27 de agosto de 2014

Sobre el doble sentido de las palabras: qué quieren comunicar, y qué significado tienen para nosotros.

Unas cuantas palabras que no tienen traducción directa al español, ni tampoco al inglés.


Cada idioma creado por la humanidad, es una forma de ver el mundo.

Como ya he hecho en alguna otra ocasión, en este caso, me gustaría hacer una entrada basándome en un artículo de periódico -o más bien, en su versión web-, pero sin hacer una simple copia, sino escribiéndolo, o más bien resumiéndolo, a mi manera, eliminando o incorporando datos, según me resulten los primeros un poco repetitivos o innecesarios, y los segundos, una forma de completar lo ya escrito. Bien, en este caso, me refiero a un artículo de la web del periódico español "El País", en su sección "Icon", donde se hablaba de la posibilidad -más bien, la completa seguridad- de encontrar en cada idioma humano palabras que, en general, no se pueden traducir a otras lenguas, exceptuando, quizá, a las que con dicho idioma están más estrechamente emparentadas. Aún así, si se estudia en profundidad, no sólo un idioma, sino también el pueblo usuario -o pueblos, caso de las que son lenguas multinacionales, habladas por más de un pueblo o nación-, se podrán encontrar las relaciones entre determinadas palabras y expresiones, con la cultura, la historia o la idiosincrasia de quienes la utilizan. Cada idioma, en fin, se forma a partir de las personas que lo hablan. Algo lógico, evidentemente, pues los idiomas que menos cambian son, precisamente, los que ya están muertos, y nadie usa, como, por poner un par de casos un tanto "radicales", el sumerio o el etrusco. 
Aquí, entonces, reproduzco algunas palabras que pueden sonar de lo más extrañas, no por su sonido, pues sabemos que corresponden a un idioma diferente al español -y no latino-, sino por lo que vienen a significar. Además, he añadido por mi cuenta algunas palabras, del japonés o del islandés, así como un puñado en idioma español o castellano, y que no tienen traducción directa al inglés -o a otra lengua germánica, como el alemán o el holandés- y, posiblemente, a muy pocas otras lenguas, a no ser por influencia española -caso del tagalo, que siendo un idioma malayo, contiene multitud de expresiones y frases hechas, y cantidad de vocablos, que vienen de la lengua castellana, aunque ésta pertenezca a una familia lingüística completamente distinta a las llamadas lenguas malayo-polinesias.


La resonancia de un trabajo realizado de forma desinteresada. Del alemán al japonés, pasando por el islandés.

Cada idioma corresponde a la forma de expresarse de una determinada comunidad, o comunidades, si es utilizado por más de una nación o pueblo. Y la cultura, la forma de vida, las costumbres o la religión, pero también el lugar donde se vive y trabaja, o la relación con los vecinos y la historia vivida por cada nación, determina la existencia, o no, de determinadas palabras. Es una especie de antropología lingüística, que explica el por qué los inuit, o esquimales, tienen decenas de palabras para las -según ellos- distintos tipos de nieve, o para referirse, únicamente, al color blanco -nada que ver con todos los demás-. Es evidente: si un pueblo lleva miles de años, generación tras generación, viviendo en un hábitat nevado, donde el blanco es el color dominante, ¿cómo no va a desarrollar su lengua todo tipo de palabras o expresiones que hacen referencia a una y a otro? De la misma manera, los finlandeses y carelianos -los hablantes de la lengua finesa- tienen una palabra para referirse a una manada de renos, y sólo de renos, no de ningún otro animal: tokka, que, probablemente, debieron copiar a los lapones o sami, que vivían de este animal desde mucho antes de que los fineses tomaran contacto directo con los habitantes del norte de su país y de Noruega y Suecia. Al fin y al cabo, durante mucho tiempo, este era el animal más importante en su cultura, economía y alimentación, el equivalente al bisonte para los pueblos indígenas de Norteamérica-.
Algo parecido sucede con el islandés. Se trata de una lengua escandinava, que proviene del noruego -hay quien piensa que, en realidad, ambos idiomas son dialectos de uno solo-, que ha cambiado muy poco con el paso de los siglos. Y eso, en parte, es debido a que, desde niños, los islandeses aprenden las sagas y los poemas épicos de sus antepasados, aprendiendo palabras que, aunque raramente se utilizan en la vida diaria en un país europeo moderno, no les resultan en absoluto extrañas a su cultura. Y como los islandeses antiguos, colonos vikingos o descendientes suyos, que exploraron mares desconocidos -hasta llegar a Groenlandia y Norteamérica-, en guerra con extraños, participantes en actos de piratería -aunque mucho menos que sus hermanos de "tierra firme"-, formaron una sociedad sin reyes ni grandes señores, donde la violencia, la venganza, y el orgullo exagerado eran lo más normal del mundo, es lógico que tuvieran gran cantidad de palabras que hicieran referencia a heridas o golpes: averk si se trataba de una lesión menor; svödusar, si era una herida superficial, de poca importancia; beinhögg, si era una herida profunda, que llegaba al hueso -de una lanza, por ejemplo, o una espada-; sar, si era una herida grave, con gran efusión de sangre... además, en una sociedad guerrera, el hombre de naturaleza pacífica, también recibía un nombre, heimskr, que lo mismo significaba "casero, persona de su casa que no se metía en asuntos de los demás", como "idiota, estúpido". Igualmente, el individuo de carácter tiránico, y comportamiento injusto o difícil de soportar, no dejaba de ser, hasta cierto punto, no sólo tolerado, sino que, incluso, gozaba de cierto prestigio social, sobretodo, cuando su insoportable carácter le ayudaba a conseguir bienes y fama; se trataba de un odaell, y podía, en una saga islandesa, lo mismo ser un villano con carisma, como un protagonista psicológica y moralmente oscuro y de doble cara, como casi todo en Islandia y en el mundo germánico antiguo.
Y así, se podría hablar de otras palabras, como el inuit iktsuarpok, que vendría a ser la frustración que se siente cuando estás esperando desde hace bastante rato a una persona con la que habías quedado reunirte, pero que se retrasa, sin saber el por qué.
Una diseñadora neozelandesa, Anjana Iyer -aquí su web-, decidió participar en una iniciativa en la que, en cien días, debía realizar un trabajo tan original como personal, y decidió crear una serie de ilustraciones, en forma de cartas, como la de los juegos de rol o afines, con palabras de distintos idiomas, que no tuvieran un equivalente en inglés, su lengua materna. Ni tampoco, en español, excepto una, friolero, la persona que tiene gran facilidad para sentir frío, aunque no haya razón real para ello. Por lo visto, en lengua inglesa, no existe una palabra exacta para explicarla, así que es necesario toda una frase para ello.
Pero también hay palabras de otras muchas lenguas, como el japonés, o el alemán, que, según algunos, es un pueblo que tiene palabras -algunas, tan largas como casi impronunciables para un no germano- para casi todo.
Una de ellas, en lengua alemana, sería waldeinsamkeit, que sería la sensación de sentirse solo en un bosque o selva. Algo, por lo demás normal, porque ¿se supone que los bosques son un lugar especialmente concurrido? Quizá sí, al menos en algunas ocasiones, debido al turismo masivo de urbanitas al campo, y de paso, a la montaña y los bosque que todavía quedan en Europa. Otra palabra alemana, fernweh, sería la sensación de echar de menos un lugar donde, realmente, nunca se ha estado. Ideal lo mismo para escritores, como para psicólogos. O para individuos que sueñan con "edades de oro" en sus países, culturas o religiones donde, en lejanos tiempos, todo parecía estar y funcionar mejor que ahora. Edades de oro, por lo demás, que en general, no dejan de ser simples fantasías, en no pocas ocasiones, utilizadas de manera muy artera  y burda, para defender lo indefendible -por ejemplo, sin ir más lejos, el nuevo Califato del Estado Islámico, que tantas monstruosidades está cometiendo en Irak y Siria-. Otra palabra alemana, no analizada por Iyer, schadenfreude -increíble, el saber pronunciar a la perfección este idioma- vendría a ser el pequeño, o no tan pequeño, placer que se siente cuando a otra persona le ocurre una desgracia o, al menos, las cosas no le salen demasiado bien. A todo esto, los alemanes, grandes bebedores de cerveza, tienen cerca de setenta palabras para diversos tipos de ésta. No es tan raro, por ser su bebida nacional. Entre los norteamericanos, las palabras que hacen referencia al dinero y los coches son muchísimas, y una buks, ha sido traducida directamente al español, "pavos", para hacer referencia no sólo a los dólares, sino al dinero en general -o, al menos, a los euros, la moneda usada por gran parte de Europa-.

En un bosque como este, ¿es mejor sentirse solo, o tener waldeinsamkeit, o creer tener cerca a alguien desconocido?

Otra lengua germánica, el sueco, está representada en su obra: gokotta. Un verbo que consiste, nada menos, que en lavantarse bien temprano para poder escuchar el primer trinar de los pájaros. Nada más poético, aunque hasta cierto punto lógico, pues los suecos, como los finlandeses, son un pueblo que siempre ha vivido cerca, o en compenetración, con sus enormes bosques. Al menos, hasta que empezaron a trasladarse de forma masiva a las ciudades.

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Dos de las ilustraciones de Iyer, en sus incursiones en el japonés y el alemán.

Otra lengua tan fascinante como extremadamente complicada de dominar: el japonés. Idioma único, quizá con cierta relación con el coreano, pero que, en el archipiélago nipón, tanto en escritura como oralmente, ha seguido su propio camino. Al menos tres palabras son representadas aquí. Una, es tsundoku, que sería la acción de comprar un libro, en ocasiones casi sin pensarlo, en otras, debido a modas, o por considerar que tal o cual título es indispensable en cualquier buena biblioteca privada, para no ser leído y, en ocasiones, totalmente olvidado. Otra, age-otori -más que una palabra compuesta, serían dos formando una, pero al ser el japonés tan distinto a cualquier lengua europea, se disculpa que formemos una palabra compuesta con dos simples de las suyas-, que vendría a significar que, después de hacerte un nuevo corte de pelo, hazte a la idea que estabas mejor antes, y que el nuevo te queda, como mínimo, bastante mal. La tercera, komorebi: la luz del sol que se cuela entre las hojas y ramas de los árboles. Si hay una cultura donde semejante palabra parezca tener todo el sentido del mundo -al menos, si se la conoce un poco en profundidad-, sin duda, esa es la japonesa. Sólo hay que analizar una palabra tan conocida -a pesar de ser usada desde hace relativamente poco- como kamikaze: "viento sagrado". ¿A quienes, excepto a los japoneses, se les ocurriría poner semejante nombre a unos pilotos que se sacrificaban estrellando su avión contra los barcos de guerra enemigos? Más adelante, la palabra ha sido usada para designar a terroristas suicidas, y demás indeseables, perdiendo, quizá, parte de su sentido original, pero es que las palabras japonesas, fáciles de pronunciar -en el japonés, no existen lo que podría llamarse "sonidos complicados o casi impronunciables", y sus cinco vocales, corresponden a las españolas, claras y simples-, acaban quedando en la mente aunque, en ocasiones, no sepamos qué significan.

Está bien la costumbre de comprar libros, pero mejor ir leyéndolos, en lugar de amontonarlos sin pensar. Aún así, cuando llegan a ser muchos, pueden tener otras y muy diversas utilidades, incluidas las arquitectónicas. Un caso radical de tsundoku.

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Otra palabra japonesa, komorebi, y una proveniente del pueblo yagan, del sur de Chile.

Siguiendo con el japonés, y dejando aparte las palabras que interesaran a la diseñadora, o a alguna popular y aceptada en los idiomas occidentales, como kamikaze, o hikikomori -esa especie de nuevos ermitaños, que se pasan los años sin ser capaces de salir de su habitación, o como mucho, de su casa, y que se aíslan del mundo real, para vivir en otro virtual, el de sus ordenadores, móviles y consolas-, hay otras palabras que, como mínimo, llaman la atención. Caso de bakku-shan, que sería una mujer fea o poco atractiva -no existe su versión masculina; será porque la sociedad japonesa es más machista de lo que en principio pensamos-, que parece lo contrario si se le mira de espaldas -algo que, bien mirado, tanto con hombres como con mujeres, a muchos nos ha pasado en alguna ocasión, que de espaldas o de frente, una persona cambia bastante-. O boketto, un adverbio que significa mirar al frente sin pensar en nada en cuestión, ni buscar con la mirada a algo o alguien en particular; de ahí, quizá, esas escenas de películas japonesas con un personaje que se pasa un buen rato sin decir palabra, y con la mirada perdida -por cierto, ¿la expresión "mirada perdida" tiene un exacto equivalente en inglés?-. También karoshi, muerte por exceso de trabajo, parece muy apropiada para Japón, sin duda. O sanao, que hace referencia a una persona obediente y dócil, pero considerándolo como algo positivo -no hace falta decir que dicha palabra se usa, sobretodo, con las mujeres; y más todavía, con las esposas o novias-. Lo mismo que wabi, que sería un detalle imperfecto que, sin embargo, crea un aspecto general atractivo o elegante. Pero una palabra que llama la atención, porque incluye toda una forma de vida, sería ikigai: en general, significaría "razón de ser, o de estar en el mundo", pero en el archipiélago de Okinawa más bien sería "una razón para levantarse por la mañana", o sea, dar una razón, un sentido a tu vida.

Un caso aparentemente claro -y muy japonés- de mujer sanao, obediente y mansa. Al menos, en teoría, pues las geishas no acostumbraban a perder el control de la situación. Otra cosa es que los hombres que caían rendidos a sus encantos se dieran cuenta de ello.

Y por último, la larguísima mamihlapinatapei, palabra proveniente del yagan, la lengua de un pueblo del mismo nombre, que vive en el sur de Chile, y que significa, nada menos, que la mirada entrecruzada de dos personas a quienes les gustaría, a cada una de ellas por separado, dar el primer paso para conocer y entablar conversación con la otra, pero que, por miedo, timidez, o cualquier otra razón, ninguno de los dos se atreve a romper el hielo. Y como, es de suponer, aunque ambos puedan quedarse con las ganas de conocer o hablar con el otro, no saben lo que este otro siente -a no ser por terceros, o en una segunda ocasión, de esas que raramente llegan-, resulta un vocablo que bien podría usarse en literatura, y ya no digamos, en particular, en poesía. O en música. La cuestión, es saber cómo y donde colocar semejante palabra en la letra de una canción. A no ser que se trate de una canción en yagan.

jueves, 21 de agosto de 2014

"Cansada de estar sola".

Un nuevo relato corto, con un personaje femenino.


Aquí, el último de los cuatro relatos cortos que tenía por ahí guardados, en el ordenador y la memoria externa, junto a varios libros más largos -novelas, realmente-, que es más que seguro, nunca verán la luz. Además, siendo historias tan largas, necesitaría un blog entero para colgar, apenas, un par de esos libros. Así que decidí colocar aquí lo más corto, que tampoco es que ocupe ni moleste mucho, y aunque quizá no quiera reconocerlo, no deja de ser -bueno, sí, lo reconozco- un pequeño e inofensivo ejemplo de autosatisfacción. No sé si en un futuro colgaré algún libro -de unas 200 páginas; entiéndase, folios DIN A4- en cualquier web, propia o ajena, o intentaré hacer algo parecido a un guión para una versión en cómic, pues en alguna ocasión lo he hablado con un dibujante conocido mio, o qué. Mientras tanto, al menos, así relleno un poco el blog, y me resulta, no sé si divertido o curioso, verlos colgados en algo parecido a una plataforma visual pública, o algo así. Porque eso es un blog, me parece a mí.
Ni el nombre del personaje, ni el título, son los originales. Pero a partir de este primer relato, empecé a escribir otros, que acabaron formando un primer libro, y luego historias más largas. De todas formas, la visión que doy aquí de ella y otros personajes, más adelante cambiaría mucho, comparado a cómo son retratados aquí. Pero aún así, de tan poca cosa, aún me sorprende que llegara a escribir al equivalente a más de mil folios.


"Cansada de estar sola".

Elsa Miller siempre estaba sola. No sola en el sentido de que no pudiera disfrutar en ningún momento de la compañía de nadie, ni tampoco que fuera persona completamente incapaz de tener amistades, o al menos, relación de cercanía con los demás. Para ella, estar sola era, simplemente, no tener alguien con quién compartir su vida. Ella quería tener alguien a su lado, y poder, en un futuro no demasiado lejano, casarse o convivir con una imaginaria alma gemela que la quisiera y la comprendiera.
No es que no fuera atractiva, porque, pues, de forma especial y única, era especialmente hermosa. Realmente, Elsa era una joven fascinante. Nadie negaba que tenía algo especial que atraía y se hacía mirar lo mismo por hombres que por mujeres. Quizá fueran sus negros y algo acuosos ojos almendrados, de largas y negras pestañas que siempre repasaba con un maquillaje, también negro, que les daba una imagen todavía más alargada y misteriosa. Quizá era su piel blanquecina y pálida, como de mármol; o sus labios, más violáceos que rojos, y por lo que decían los que la habían besado, siempre extremadamente fríos. O quizá su largo y liso cabello azabache, que brillaba como oscura seda, dando a su lánguida belleza un aura casi mitológica. Fuera lo que fuese, Elsa parecía una criatura de otro mundo, y eso resultaba de un atractivo arrollador, a pesar de su falsa –y a su pesar- imagen de frialdad.
Su carácter quizá fuera en consonancia ésta. Era tímida y retraída, pero cuando conocía a alguien en profundidad, resultaba dulce y con deseos de expresar todos sus pensamientos y sus sentimientos más profundos. Pero a pesar de ello, muchos que la conocían, incluidos amigos de cierta confianza, coincidían en que, a pesar de aparentar ser persona sincera, siempre le quedaba en la punta de la lengua algo que quería, o más bien necesitaba decir, pero que, finalmente, acababa callando.
Esta es, pues, Elsa Miller. Ella no se engañaba sobre sí misma. Pensaba sin equivocarse que estaba condenada a estar sola, pues quizá sí hubiera alguien que le fuera como anillo al dedo, pero ese alguien, como era ella misma, debía de ser un tipo de persona muy difícil de encontrar hoy en día.
Pues sí, pensaba, he tenido un par de novios. No eran quizá lo que yo esperaba, lo que esperaba de la vida, pero no me podía quejar. Uno era inteligente y culto, y tenía mucha paciencia conmigo; el otro era atractivo y fuerte, un deportista un poco simple de mente pero con buen carácter. Pero al final, siempre pasaba lo mismo. Yo siempre hago lo que hemos hecho en mi familia, lo que los míos han hecho toda la vida, generación tras generación. Cierto que a mí, aunque nadie lo sepa, me consideran una rebelde, casi una renegada, una traidora, pues he olvidado voluntariamente las más importantes de nuestras costumbres que nos hacen únicos y distintos a los demás… pero al final, y aún sabiendo de lo poco conveniente que resulta, siempre acabo presentando mis novios a mis padres y a mi hermana, porque no puedo ocultarles que salgo con alguien, y siempre quiero que, aunque sea por una vez en la vida, estén de acuerdo conmigo. Pero, finalmente, es presentarles a mi nueva pareja, y todo acaba fatal. Y mi relación se va al infierno en un abrir y cerrar de ojos… o de bocas.
La verdad, ¡es un auténtico asco formar parte de una familia de vampiros!
                                                             
Sí, bueno, hay colegialas cinematográficas más bien poco creíbles -y por la edad, repetidoras-, pero vamos, no nos habría importado encontrárnoslas en la vida real. De todas formas, la -ahora- señora Fox no correspondería, exactamente, a la imagen de la protagonista del relato. Más bien, a su hermana mayor. Pero esa ya es otra historia.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas (III): William Holman Hunt, el tercero de los creadores de la Hermandad.

El tercer miembro de la "trinidad" original, fundadora de la Hermandad.


Un pintor amante del color y de la campiña de su país.

William Holman Hunt (1827-1910), era hijo del director de unos almacenes, y trabajó durante un tiempo como administrativo, pero debido a su pericia artística, ingresó en 1844 en la escuela de la ya famosa Royal Academy, donde conoció a Rossetti -con quién empezó a tener trato después de exponer una de sus primeras obras, "La víspera de Santa Inés"-, y a Millais. Este cuadro de Holman Hunt hizo que ambos jóvenes se conocieran -parece que, en principio, Rossetti sólo conocía a Millais, aunque ambos quedaron tan impresionados con el cuadro de Hunt, que expuso por su cuenta y a espaldas de la Royal Academy, donde estudiaban los tres, que la creación de la cuadrilla artística fue cosa de coser y cantar-, así que en 1848 decidieron crear la Hermandad en casa de los padres de Millais, y el resto fue -y sigue siendo- historia. La relación con sus compañeros no fue nunca mala, pero como ya se ha dicho, llegado el momento, tanto él como Millais optaron por una rama más "realista" -así se le llamó" del movimiento, mientras Rossetti prefirió otra más "espiritual", aunque todo son opiniones, pues realismo o simbolismo se pueden observar en los tres compañeros.

Una foto de Hunt, en edad ya madura, vestido con ropa de época -¿medieval, renacentista? ¿Quizá de la época de Shakespeare?-. Al ser en blanco y negro, no se puede apreciar el rojo de la barba, que le daba una imagen impresionante cuando se le tenía cerca.

Hunt no tuvo una vida sentimental y sexual tan, al tiempo, oscura y "excitante", como Rosseti, pero al enviudar de su esposa tras dar a luz a su primer hijo, cuando ambos eran todavía muy jóvenes, optó por casarse con su cuñada -la hermana pequeña de su difunta esposa-, con quien tuvo a su segundo hijo. Y aquello, en sus tiempos, no sólo estaba especialmente mal visto, sino que, incluso, hasta era ilegal. No se consideraba civilizado estar casado con dos hermanas, aunque, evidentemente, no a la vez -en tal caso, hermanas o no, habría sido bigamia, que no era el caso-. Pero la visión de los legisladores, impregnada de conservadurismo religioso anglicano, era bastante distinta a algo que, hoy en día, sería chocante, y quizá daría que hablar, pero tampoco debería resultar tan escandaloso. O no.
Finalmente, y tras casarse con su cuñada -sin importar lo que su familia política y la ley dijeran-, vio como su carrera despegó realmente en serio, con una exposición retrospectiva en la Fine Art Society. También escribió en revistas de arte, lo cual no era demasiado común en un pintor famoso en activo.

William Holman Hunt - Selfportrait.jpg
Un autorretrato, teniendo ya una edad, y fama en todo el país.

Holman Hunt empezó pintando cuadros, en realidad, realistas, pero fuera de los encorsetados gustos de la época, llenos de retratos de poderosos, de hechos históricos con fuerte carga ideológica, y de escenas de la biblia muy "politicamente correctos", y que se reducían a imágenes típicas repetidas una y otra vez. Los tres pensaban que, desde el arte del Renacimiento -siglo XVI-, y el que seguiría en Flandes, España, Francia, etc., a la hora de la verdad, poco se había ni diversificado, ni acercado al alma del espectador, exceptuando, quizá, a los románticos franceses o alemanes, de quienes no dejaban de ser, aunque no lo dijeran claramente, dignos y claros continuadores de su deseo de ruptura. Sin embargo, sus paisajes, tan realistas, coloridos e iluminados -y agradables de ver, tan lejos del tenebrismo o las sombras oscuras- no dejaban de ser, también, obras simbolistas -antes de que se hablara, siquiera, de pintura simbolista-, pues Hunt considerabas que, en la naturaleza, en el mundo real, todo tenía un significado, y que en un cuadro, aparte de retratar la realidad con la mayor exactitud posible, también, cada personaje, objeto, iluminación, colocación de unos y otros, tenía un significado que sólo permanecía oculto si, simplemente, no se quería mirar a fondo.
La temática de Hunt tiene una base en parte literaria -la poesía de Keats, por ejemplo-, pero también religiosa. Entiéndase, religiosa cristiana -los autores más "paganos", en realidad, serían gente como Alma-Tadema o Leighton, que si bien también serían prerrafaelitas, también fueron artistas que iban más por libre, y que, al mismo tiempo, más palos acabaron recibiendo de los críticos, aunque algunos como Leighton llegaron a tener una gran celebridad y reconocimiento posterior-, aunque vista dicha religiosidad de una forma mucho menos artificiosa, o cargada de prejuicios, de lo que resultaba habitual en una sociedad tan estirada y pacata como la victoriana -aunque, en dicha sociedad, y en la literatura o el arte que de ella formaban parte, cualquiera que quiera mirar más allá de la superficie, descubrirá más excepciones de lo que se podría pensar; ¿cómo no hablar, por ejemplo, de Oscar Wilde?-.

"El pastor veleidoso" -¿o más bien, distraído?-. Uno de sus primeros cuadros, de temática rural, pero no tan "inocente", o bucólica, como se representaban dichas escenas en obras anteriores.

"El despertar de la conciencia", o el retrato de una relación indebida. ¿Y el título, exactamente, qué quería significar?

File:William Holman Hunt - Bianca.jpg
"Bianca", de época desconocida. Un intento de reflejar a una joven -¿italiana?- de la época del renacimiento, o algo posterior.

Se interesó lo mismo por paisajes -rurales, bucólicos y coloridos-, como por retratos o escenas de la vida contemporánea -aquí, de nuevo, destacar que, aunque Millais le interesara representar a Cristo o a la virgen como "personas normales", o Rossetti pintara mujeres con un aspecto entre fantasmagórico y angelical, con cierto aire mitológico o bíblico, no dejaron de ser pintores que realizaron bastantes obras donde se retrataban personajes que podrían haber vivido en su misma época; o, directamente, en el caso de Millais, retratos de personajes reales, que le pagaron, y bastante bien, por un retrato de un pintor que, aunque seguramente debieron criticar en más de una ocasión, también reconocieron como excelente-..
Una experiencia religiosa, más bien mística, hizo que realizara un viaje a Palestina -en aquella época, provincia del Imperio Otomano-, llegando a ser, muy probablemente, el pintor británico más importante a la hora de plasmar escenas religiosas, lo que, quizá, ni él mismo, en su juventud, habría esperado.
Al principio de su carrera, recibió muy malas críticas, y se le consideró un pintor mediocre y un tanto demasiado seguro de sí mismo, y que debería haber reconocido que todavía le quedaba mucho que aprender, se podrían destacar, sobretodo, las de los años 50 del XIX. Aquella fue, tal vez, su época más fructífera, aunque le costó un tanto el ganarse el respeto del público y la crítica -y a pesar de contar con el apoyo, como no, de John Ruskin, defensor a ultranza de la Hermandad, y de Thomas Carlyle, intectual amante de la filosofía alemana, y conocido como "el sabio de Chelsea"-, poco abiertos a las novedades.
Enumerando algunas de sus obras, cabría destacar -aunque todo es cuestión de gustos- a "El pastor veleidoso" (1851), que sería lo que se llama "temática rural", o "El despertar de la conciencia" (1853) donde, se supone, se representa una relación "indebida". Otras serían, la ya nombrada "La luz del mundo" (1854), que le ayudó, y mucho, a ser conocido por el gran público, "El chivo expiatorio" (1854, otro ejemplo de su pintura religiosa, tras su viaje a Palestina), o "Cristo hallado en el templo" (1860). También a destacar, "La sombra de la muerte" (1873).
Respecto a obras basadas en la literatura -desde Keats, que le interesó cuando éste todavía no era apenas famoso, hasta Shakespeare-, se podría nombrar, "Isabella", o "La dama de Shalott" -él dejó de pintarla en un momento indeterminado, pero fue acabada por Edward R. Hughes en 1905-, una de sus últimas obras, y que tuvo que ser acabada por un ayudante, pues él tenía ya problemas de visión.

"Cristo hallado en el templo", donde es retratado con un aspecto, más que de judío de la antigüedad, como un palestino del siglo XIX -o sea, contemporaneo de Hunt-, igual que la joven que lo acompaña, que bien podría pasar por árabe musulmana.

"La luz del mundo", o un ejemplo de los contrastes de luz en un cuadro con una sola figura. De temática religiosa -Cristo iluminando el mundo con su llegada-, sería representado mil veces en todo el Imperio Británico, y más allá.

"El puente de Londres en la noche de bodas de los Príncipes de Gales", de 1864. Otro ejemplo de juego de luces: el puente iluminado durante una noche nubosa.

Una de sus obras más importantes sería "La luz del mundo"  (1854). De esta obra se realizaron numerosas copias, evidentemente, por medio de terceros, y fueron exhibidas por todo el Imperio Británico, lo que hizo que, a edad avanzada, fuera considerado no sólo como un pintor, hasta cierto punto, "clásico" -aunque la Royal Academy nunca le proclamó director, ni le hiciera demasiado caso-, además de un orgullo del país, y de su clase dirigente, lo que no le impidió ser, al tiempo, reconocido por el resto de la población, incluyendo jóvenes que, tiempo después, también intentarían, como él y los prerrafaelitas intentaron años antes, buscar nuevos caminos en el mundo del arte.
Aunque murió en 1910, durante casi veinte años casi no pudo pintar, pues tuvo crecientes problemas de visión, lo que no sólo le impidió seguir con su carrera -y conseguir nuevos ingresos- sino que, sobretodo, le resultó moralmente doloroso, pues a él le encantaba pintar, y aquello fue, en cierto modo, como quitarle media vida.

"La dama de Shalott", quizá dejada sin finalizar por Hunt en 1886, y acabada en 1905 por uno de sus discípulos, Edward R. Hughes. El personaje nació en un poema de Alfred Tennyson, y sería una joven de la época del rey Arturo, que debía representar imágenes en un tapiz, mediante la visualizaicón de éstas en un espejo, debido a una maldición sin nombre y de desconocido origen.

Como a otros pintores prerrafaelitas, el tiempo no le hizo demasiada justicia, y fue siendo poco a poco olvidado, como si fuera una especie de antigüedad, aunque también como otros, pasado el tiempo, ha sido recuperado, aunque no en solitario, sino formado parte del grupo de la Hermandad -los tres primeros fundadores, "la trinidad", por llamarlos así, y otros que se le añadieron al poco-, aunque, como se ha dicho antes, fueron otros, también seguidores del estilo, pero un poco posteriores, y que iban más por libre, los que resultan -si no ellos, sí sus obras, aunque muchos desconozcan la época exacta, o el nombre del cuadro-, los que, hoy en día, son más reconocibles por los amantes del arte, muchos de ellos, realmente jóvenes.

lunes, 18 de agosto de 2014

Karel Zeman, el genio checo de la animación.

El pueblo checo ha dado al mundo cantidad de extraordinarios y nada comunes personajes en el mundo del arte, y aquí se intentará dar a conocer a uno de ellos.

Bien, con esta entrada, bien podría comenzar una nueva serie que se llamara "checos geniales", o algo parecido, y como resulta posible cambiar títulos y contenidos, quizá acabe siendo así, en caso de tener interés o tiempo en seguir con otros compatriotas de este casi desconocido personaje -al menos, en España y en la Europa occidental-, pero que en la República Checa -y en Eslovaquia, con quién estaba unida cuando él trabajaba-, capaz de realizar cortos y largometrajes, tanto con actores reales, como sólo con maquetas y figuras de todo tipo, con imaginación y fantasía a raudales. Si ya en aquellos tiempos -años 50 a 70- no se contaba con la batería de efectos digitales actuales -que, todo hay que decirlo, no sólo hay que tenerlos, sino también saberlos utilizar, y también, pretender llegar más allá, mejorándolos y buscando sus límites,  y traspasarlos si eso es posible-, en la Europa del otro lado del Telón de Acero, ya no digamos.


Echando un vistazo al fondo del mar. Una imagen de influencia claramente basada en Jules Verne.


Los límites de la imaginación, más allá de la modestia de los recursos económicos.

Karel Zeman (1910-1989), nacido en la Bohemia rural, y fallecido en Praga, estudió y trabajó en Francia, donde adquirió experiencia en la animación en el mundo de la publicidad -su primer anuncio fue de una marca de sopa-. Tras retornar a su país, antes de la guerra mundial, cuando Checoslovaquia era una potencia económica y cultural de relativa importancia, siguió trabajando en dicho mundo, hasta que el cineasta Elmar Klos le ofreció trabajo en sus estudios de animación, donde comenzó a trabajar en 1943, en plena guerra. Allá conoció a otra gran animadora checa, Hermína Týrlová, que en aquella época, ya se había hecho un nombre a base de realizar cortometrajes infantiles. Junto a ella, realizó la película "El sueño de Navidad (1943), que llegaría a conseguir, en 1946, el premio a la mejor película de animación del Festival de Cannes, lo que resultó un gran éxito y prestigio no sólo para ellos, sino para el cine -de animación o no- de Checoslovaquia, que no había destacado todavía -ni lo llegaría a hacer nunca, realmente- en el séptimo arte. Desgraciadamente, la llegada del comunismo en 1948, y que Checoslovaquia acabara formando parte del Pacto de Varsovia, y quedara al otro lado del Telón, hizo que ni él ni otros compatriotas pudieran relacionarse, ni recibir apenas influencia, del cine, real o de animación, de Europa Occidental o Norteamérica, ni que en esos países se supiera gran cosa de lo que ellos estaban realizando dentro de sus fronteras.

Zeman en su estudio, creando dibujos a mano. Tal vez, acaban siendo fondos de alguna de sus historias, o la guía para realizarlos en grande.

El cineasta, creando imágenes con maquetas de dinosaurios. Todavía faltaba mucho para que llegara  la magia de "Jurasic Park", aunque, teniendo en cuenta la época, resultaban, si no del todo creíbles, sí encantadores.

Más adelante, realizaría una serie de cortos infantiles y humorísticos, todos protagonizados por un personaje conocido como el sr. Propouk, donde éste realizaba todo tipo de oficios -bombero, oficinista...-. En 1948, realizaría "Inspiración", donde se atrevió a realizar animación nada menos que con figuritas de vidrio, y dotando a la historia de una delicadeza, lirismo, y juego de luces y brillos más que apreciable, debido, quizá, al material mismo del que estaban fabricados sus personajes. 
Su primer largometraje sería "El rey Lávra" (1950), basado en un poema de Karel H. Borovsky, y en 1952, seguiría "El tesoro de la isla de los pájaros". En 1955 trabajaría por primera vez con actores reales, mezclados con animación y efectos especiales tan artesanos como resolutivos, y que resultan especialmente atractivos, y más, si cabe, en blanco y negro, en el largometraja "Viaje a la prehistoria"; un viaje en el tiempo, que le permitiría trabajar con maquetas de dinosaurios, y que tal vez podría ser la versión europea oriental del Gotzila japonés -sólo que aquí, el monstruo no era una maqueta, sino  un actor disfrazado-, o los cada vez más logrados y espectaculares efectos del norteamericano Ray Harryhausen. Poco conocido fuera de la Europa comunista, sin embargo, allá tuvo un gran éxito, tanto en niños como en adultos.

Un pequeño documental -más bien, un reportaje o relato visual- sobre cómo Zeman realizaba su trabajo, cuando los efectos visuales se hacían con maquetas y mucha imaginación.

Más adelante, a partir 1958, comenzaría a realizar largometrajes basados en la obra de Jules Verne, que antes de la guerra -en realidad, desde finales del siglo XIX- había tenido gran éxito en el antiguo Imperio Austro-Húngaro -la época en que Zeman nació-, como en casi toda Europa y más allá. De ese año trata "La invención diabólica". En 1961 filmará "Barón Prásil", basada en el personaje del Barón de Munchhausen, protagonista de la novela de Gottfried Bürger, y que tantas versiones tendría, incluida una realizada en la Alemania nazi, en plena guerra mundial, y donde se llegaron a utilizar a prisioneros de guerra como extras. Aquí, también mezcló efectos especiales o animados con actores reales, y muchos fondos se basaron en grabados de Gustave Doré. En 1964 rodaría "La guerra de los tontos", conocida en América como "Historias de un bufón", que es una ácida crítica de la Guerra de los Treinta Años y, en general, del belicismo patriotero y destructor.
En 1970 volvería con largometrajes basados en la obra de Verne: "En el cometa" -basado en la novela de dicho autor "Hector Servadac"-, y "La nave robada" -con una ambientación muy art nouveau, probablemente basada en la obra del también checo Mucha-. Pero a partir de ahí, durante los 70 volvería a la animación tradicional, como "Cuentos de las mil y una noches", que en realidad es una serie de siete relatos cortos sobre los viajes de Simbad, o "El aprendiz de brujo" (1975), o el cuento tradicional, de los Hermanos Grimm "Hansel y Gretel", ya en 1980. A partir de ese año, dejaría de trabajar en ninguna otra nueva obra, excepto como maestro o, realmente como lo que era, genio que artistas más jóvenes gustaban de escuchar o aprender de él.
Por todo ello, el gobierno checoslovaco le concedió en 1970 el título de Artista del Año, y fue jurado en 1970 y 1971 del Festival de Cine Internacional de Moscú. Aquellos fueron años donde el trabajo, debido a su edad, empezó a disminuir, aunque nunca a desaparecer, pero sí que recibió amplio reconocimiento. También logró hacerse un hueco, aunque fuera pequeño, en Occidente, donde se estrenaron algunas de sus películas -sobretodo, las "vernianas", más espectaculares y comerciales-, aunque a veces se les cambiara el nombre, para hacerlas más atractivas al público.

Un cartel americano de "La invención diabólica", aquí transformada en "El fabuloso mundo de J. Verne".

Su estilo es muy imaginativo y evocador, y hace recordar la animación de otros tiempos, que ya nos parecen tan lejanos, y aunque en teoría su obra iba dirigida al público infantil, es esa mezcla de magia y aparente sencillez, lo que la hace tan atractiva, hoy en día, a los adultos, casi tanto como a los niños. La imaginación, la inventiva, la solución de problemas, con una tecnología limitada, tanto como el dinero con el que contaba, aún siendo él un grande de la animación de su país, hace que, en lugar de haber envejecido mal -al menos, una parte de sus historias; quizá, las que tienen una ambientación "verniana", o con influencia de Verne, sean las que mejor han soportado el paso del tiempo-, se han transformado en modestas joyas del pasado que resultan atractivas de revisitar o, en caso de no conocerse, de descubrir. Muchos animadores y especialistas en efectos especiales -por lo menos, los que trabajaron antes de la era digital- reconocen que, aunque su nombre no fuera muy conocido más allá de los países comunistas, su influencia sobre ellos fue considerable, y en no pocas ocasiones, se le ha comparado con el mismo Méliès.
En Praga existe un museo dedicado a él y a su obra, abierto desde 2012, y, si bien no acostumbra a ser tenido en cuenta por las agencias de viajes, sí que es conocido y visitado -y muy estimado- por la población de la ciudad y del resto del país, que allá van cuando pueden de visita de fin de semana. Si alguien visita Praga con tiempo, no está de más echarle un vistazo. Al menos, si previamente se ha conocido la obra de Zeman, pues así se reconocen no pocas de sus películas y cortos, y lo que allí se puede ver resulta más familiar y entrañable.

Aquí reconozco, sobretodo, la ayuda de la simpar wikipedia, y, como no, la posibilidad de conseguir videos de youtube. Si, en caso de que alguno acabe por "fastidiarse", en su momento ya crearía un enlace, como hice en las primeras entradas sobre cine, cuando no sabía cómo copiar vídeos en el blog.

Y aquí abajo, y por último, un par de vídeos: el corto "Inspiración", con figuritas de cristal, y otro más corto, donde se puede ver cómo recreó Zeman un volcán en una isla en medio del océano.


El cortometraje "Inspiración", creado con figuras de cristal, y efectos también cristalinos.


La recreación de un volcán, de una forma completamente artesanal.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas (II): Dante Gabriel Rossetti, un genio celoso y posesivo.

Un segundo capítulo, después de la introducción, sobre los pintores de la Hermanda, empezando por sus creadores.


Un genio obsesionado con su esposa. El romanticismo de quién resultó ser un celoso opresor.

DG Rossetti (1828-1882) -así lo llamaré, para acortar su nombre- es uno de esos personajes que, aún reconociendo en su haber su condición de gran pintor, y de personaje influyente en la cultura de su tiempo, resulta evidentemente muy difícil -por no decir imposible- sentir cierta simpatía por él. La razón de todo ello es simple: aunque era un mujeriego, trató a su esposa, Elizabeth Siddal -de la que ya se habló en la entrada anterior, dedicada a Millais-, de puertas para afuera, como su musa y su dama ideal, y en el interior de su casa y en la vida conyugal, como un objeto valioso de su exclusiva propiedad, a la que no dudaba en encerrar en su habitación, transformada para ella en una cárcel de la que sólo pudo escapar tras su muerte.
Pero mejor empezar por el principio. Rossetti, nacido en Londres, era, con ese apellido, hijo de un inmigrante italiano, Gabrielle Rossetti, casado con una inglesa, y con quién tuvo, además de a DG, a otros dos hijos artistas: William Michael -también pintor, y que se uniría al poco a la Hermandad-, y Christina, que fue poetisa, y para quién realizó varias ilustraciones para sus poemarios -no era nada raro, que los pintores, si eran buenos dibujantes, realizaran ilustraciones para libros de distintos autores y temas, y más, cuando se trataba de familiares y amigos-.
Como ya es sabido, él también ingresó en la Royal Academy, donde conoció a Millais y, sobretodo, a Ford Madox Brown, que quizá fue su mejor amigo, dentro y fuera del mundo artístico, además de a Holman Hunt, que acababa de exponer una de sus primeras obras -"La víspera de Santa Inés"-. La crítica no lo trató demasiado bien, pero él se sintió atraído por el cuadro, y quiso conocer al autor. A partir de esa amistad, y junto a Millais, fundarían la Hermandad. Además, siguió con sus intentos poéticos. El cuadro de Hunt estaba basado en una obra de un poeta, en aquella época, todavía poco conocido, John Keats, y Rossetti intentó, en ese momento, parecerse a él, dejando un tanto de lado la literatura italiana medieval o renacentista. De todas formas, al poco, volvería a reinventarse poéticamente, optando más por el simbolismo y, más adelante, por la sensualidad y el erotismo. O al menos, una visión de una y otro que sorprendió -y desagradó- en una época muy pacata y cerrada en cuestiones sexuales.


Un autorretrato de su juventud.

Demostró, eso sí, cierta diferencia en gustos y estilo, con respecto a sus compañeros. Él era más "medievalista"; mientras que Millais y Hunt, aunque en principio también lo fueran, y despreciaran un tanto la pintura renacentista y posterior, acabaron optando por obras con un estilo más moderno, y que en el caso de Millais, fue, a edad avanzada -y por cuestiones más económicas que otra cosa-, mucho más contemporizador con los gustos de la época. Sin embargo, Rossetti optaría por pintar un prototipo de mujer de belleza lánguida, pelirroja, a veces sensual, en ocasiones espiritual, o incluso como tocada por la luz divina. Y esa mujer, exceptuando algún retrato de su madre y su hermana, la poeta -o poetisa, que parece que no es palabra correcta, pero que suena mejor- Christina. Esta mujer, retratada hasta la extenuación, es la ya nombrada Elizabeth -o Lizzi- Siddal, la dependienta de sombrerería que le gustaba tanto a Millais, y que él consiguió "robarle", para tenerla como modelo casi única, e impidiendo que ejerciera como tal para otros artistas.. Para desgracia de ella, pues Rossetti era celoso y posesivo, y mientras se iba de fiesta y juerga, y disfrutaba de sus amantes, ella quedaba en casa, encerrada como una prisionera -como así fue, realmente-, perdiendo primero la alegría, y más tarde, la razón. Un embarazo pudo ser una de las pocas alegrías de la joven y desdichada pelirroja, pero ésta perdió el niño, y con él, lo que le quedaba de juicio, pues pasaba las horas meciendo una cuna vacía. Finalmente, se quitó la vida con láudano -el veneno de la época-, y Rossetti sintió un lógico -y tardío- sentimiento de culpa, remordimientos y dolor, si bien esto no impidió que, en adelante, aunque no se casara, disfrutara de la compañía de otras mujeres, algunas casadas. Igual que Millais acabó primero amándose a escondidas, y después casándose con la esposa de su amigo, el crítico John Ruskin, él tuvo una relación con la esposa de su amigo y socio, William Morris, que no alcanzó la fama de Rossetti y compañía, pero que en su momento fue, al tiempo, pintor, poeta, artesano, crítico, y lo que hiciera falta, con tal de defender el arte, la artesanía, y criticar el nuevo mundo industrial que se avecinaba a pasos agigantados. Claramente, Rossetti no era celoso, cuando se trataba de las esposas de los demás. Otra cosa, fue la suya propia.

"La anunciación", o la representación más natural y humana de una virgen con más aspecto británico que israelita.

En el entierro de Lizzie, y roto por un sincero dolor -algo de humano tenía, al fin y al cabo-, enterró bajo su legendaria cabellera roja, que tanto hizo él para que pasara a la posteridad, un libro con poemas inéditos. Sus amigos le convencieron -quizá, él también acabó pensando que era buena idea-, que exhumara el cuerpo de su esposa -eso sí, con todo respeto, porque el arte es el arte-, y recuperara dicho poemario, cosa que hizo en 1869, para publicarlo en forma de libro al año siguiente, simplemente como "Poemas". Por lo que se sabe, los críticos, y gran parte de la sociedad, se le echaron encima, pues en dicha obra se retrataba el amor desde un punto de vista más físico y sensual de lo que la gente de aquella época estaba acostumbrada, y que se les hablara de sexo, aunque fuera de una forma en absoluto vulgar o simple, sino con un estilo tan erótico como atractivo y fino, no cabía todavía en muchas cabezas de conservadores victorianos. Aquello lo machacó física y psicológicamente más que las críticas a sus pinturas. Quizá, porque, hasta cierto punto, el público ya se había acostumbrado, pero aquello ya era demasiado. Además, al contrario que otros prerrafelitas, como Leighton o Alma-Tadema, dentro de lo que cabe, él pintaba mujeres de mirada perdida y aspecto entre perezoso, mágico o algo divino -y pagano-, pero de una forma más bien recatada, pues los otros optaban por retratar mujeres desnudas -o casi-, más voluptuosas, deseables y terrenales.
Respecto a sus obras, empezó con cuadros de tema cristiano, o bíblico -algo raro, en los prerrafaelitas-, como "La infancia de la Virgen", a la que representa no como un ser divino, sino como, simplemente una joven -pelirroja, el color de pelo preferido de románticos, prerrafaelitas y afines-, que parecía tan cercana y de carne y hueso como cualquier otra que se pudiera encontrar en la calle; su continuación sería "La anunciación" (1850), donde la Virgen sería representada de parecida forma, aunque algo mayor de edad. Más adelante, Rossetti tiraría por el camino de la mitología, el decadentismo romántico -o neoromántico, más bien- y con él, se vislumbró lo que luego sería conocido como simbolismo. Como su obra no conseguía éxitos de crítica, decidió dejar de exponerla -al menos, temporalmente- y se dedicó a la acuarela -un tipo de pintura muy del gusto de las clases medias o medio-altas de aquellos tiempos-, que vendía de forma privada, casi de mano en mano, y de eso pudo vivir sin demasiados problemas. De esa época son "La melodía de las siete torres" (1857), una acuarela, "El encuentro de San Jorge y la princesa Sabra", del mismo año; o "El santo grial" (1860). Más adelante, seguiría con cuadros que tendrían a su desafortunada esposa como protagonista, de forma casi obsesiva, como en su famosa "Beata Beatrix", que acabaría en 1870, tras la muerte de ésta.

"Beata beatrix", una de las representaciones de la esposa de Rossetti, después de que ella decidiera suicidarse.

La "Proserpina" de Rossetti, con Jane Morris de modelo -y amante-.

Pero también tuvo otros modelos, como Jane Morris, la esposa de su amigo, protagonista de cuadros como "El vestido de seda azul" -o simplemente, "Jane Morris"- (1868), o "Proserpina" (1874). "Dantis amor" (1860), sería una obra distinta, que más bien parece, por el poco uso que se hace de las luces o la transición suave en los colores, de estilo impresionista -o más bien, post-impresionista, como si fuera de van Gogh-.  Otras obras en su haber, todas con personaje femenino, y con un parecido físico considerable -tal vez, intentaba que cada una de sus modelos, mujeres reales, se pareciera de algún modo a Siddal-, serían "La esposa" -también llamada "La novia", o "La hija del rey", lo que hace pensar que, quizá, nunca llegara a tener un título pensado de antemano- (1865)," Monna Vanna" (1866), o "Venus Astarté" -o "Astarté siríaca" (1877), que es, claramente, una obra mitológica, basada en la Astarté fenicia -la babilónico-asiria Ishtar, o la sumeria Inanna-, de la cual, probablemente, poco conociera, más allá de lo que de ella comentaran los antiguos israelitas.

"La esposa" -entre otros títulos-. Este sí es un ejemplo claro de prerrafelismo, donde la ténica moderna se mezcla con la influencia -más bien, el retorno- de la pintura italiana del siglo XV o XIV.

"Monna Vanna" -o Velcore", retrato prototípico de Rossetti, donde en cierto modo, todas las mujeres tienen un considerable parecido físico. O él las ve y desea pintarlas como si fueran varias en una sola.

Como ilustrador, aportó varios dibujos a la obra de su hermana, como en el libro "Goblin Market y otros relatos" (1862), que en su momento, también se hizo un hueco en el mundo literario, aunque sin llegar a la fama -buena o mala- de su hermano, si bien ella nunca se dedicó a la pintura.
A pesar de sus amantes, de su wombat -un animal australiano que consiguió después de muchos esfuerzos- y de sus amistades artísticas, no tuvo un final de su vida tranquilo. Los problemas mentales, la drogadicción, y las críticas -algunas, realmente salvajes- hizo que se retirara al campo, al condado de Kent -la Inglaterra más inglesa, zona rural tranquila, donde los que se lo permitían, pasaban las horas en tranquilidad y aislamiento-, donde murió en 1882.

sábado, 9 de agosto de 2014

"Habeas Corpus". La primera participación de Amèlie Nothomb en la revista "Charlie Hebdo".

Siguiendo la habitual costumbre del "completismo", para quién ya haya leído la obra de la autora en español, añadir trabajos mínimos no traducidos todavía.


La revista "Charlie Hebdo", en ocasiones, es considerada algo parecido a "El jueves" en España. Pero, probablemente, la comparación, sin ser completamente errónea, tampoco sería exacta. Más bien, tendría más que ver con la ya extinta -hace muchos años, ya- "El papus", que era una publicación de humor y sátira básicamente política, con más chistes que historietas, pero con una carga crítica política muy fuerte. Junto a otras revistas, como "Sal y pimienta", sacaron punta en los 70 y 80 a la época que, hoy en día, se llama, y desde hace mucho, la Transición, pero que desaparecieron a medida que la democracia se fortalecía, pero, al mismo tiempo, se iba estancando y anquilosando, debido a que no se pudo desarrollar al completo, llegando aquel error, el no llegar hasta el final, como así quería y esperaba el pueblo, a la situación actual, donde la crisis económica y social se ha entremezclado con otras, política y territorial. En Francia, han seguido existiendo revistas parecidas aunque, internet aparte, se podría decir que el "Charlie" -como a veces se le llama- ha acabado quedando como la única de cierta entidad. Se critica a la publicación, donde también hay apartados para opiniones, artículos de personajes famosos y relatos completos o a capítulos, que se ha quedado un poco antigua, pero cuando, tras publicar las caricaturas de Mahoma, fue incendiada por integristas islámicos -más o menos lo mismo que le pasó a "El papús", que sufrió un ataque de bomba por parte de ultraderechistas; en el fondo, la misma purria-, se pudo comprobar que, guste o no, se les haga más o menos caso, también es necesario que incluso en sociedades aparentemente tranquilas -cuando la gente no sale a la calle, eso sí-, conviene que haya alguien que, hablando claro, toque un poco las pelotas.
Bien, pues en dicha revista, Amélie decidió publicar un relato a capítulos, "Los champiñones de París", del cual, por mucho que haya buscado, no he podido encontrar apenas información -por el momento, al menos- pero antes de ello, hizo una primera y modesta incursión con un pequeño artículo en la sección "Tribuna", donde daba a entender el por qué no le gustaba internet, y sobretodo -no lo dice claro, pero se comprende bien-, el por qué no tiene su propia web, o cuenta de twitter o facebook. Simplemente, cree que la red de redes da demasiadas posibilidades de hablar -y de insultar, de amenazar, etc.- con completo anonimato. Si tiene razón o no, eso es cosa de cada uno, pero ella lo expresó así. Y es de suponer, que mandaría a la redacción de la revista su pequeño artículo, como no, escrito a mano. Como todo lo demás.


El estado en que quedó el local donde se realizaba la revista, tras ser quemado por islamistas radicales.

Habeas Corpus.
por Amélie Nothomb.

Si la ley de 1679 fue una revolución en la historia del Derecho Inglés, sospecho que ayudó su llamativo título: "Habeas Corpus". Esto es tanto más intrigante al pensar que esta ley que limitaba la arbitrariedad real había sido llamada de manera tan extraña.
Pero, no hay duda de que no habría atraído la atención de los filósofos de no haber sido el nombre menos sublime.
Las libertades individuales tienen muchas formas de ser amenazadas. Internet puede ser una de las más peligrosas restricciones de nuestras modernas libertades. La ilusión habría consistido en creer que este campo infinito de la no-ley sería un vehículo para la emancipación. Sólo la ley garantiza la libertad.
El principal problema de los inmensos territorios aún sin regular de Internet es que resulta casi imposible de aplicar allí, si no la propia ley, sí al menos el título de dicha ley. Sería necesario que un abogado genial creara un interfaz entre el habeas corpus y la web.
El cuerpo puede existir por escrito: se trata de la firma. Firmar un documento, un mensaje de texto con su nombre, es la producción de un cuerpo como una garantía de lo que se escribe. Si no tenemos derecho a escribir cualquier cosa, es por la razón de que tenemos un nombre,  y ese nombre es nuestro cuerpo.
En Internet, el cuerpo es el mayor de los ausentes. No hay potencial de impunidad más vertiginosa que la ausencia del cuerpo. El anonimato no es otra cosa que la representación verbal de la ausencia del cuerpo. Todo texto valiente y justo lo es sólo si incluye una firma. Recientemente he visto un contra-ejemplo de lo más extraordinario en el blog de una de las revistas de información más serias de Francia. Tener el menor motivo para aborrecer tal proceso no nos obliga a sentir empatía por su víctima.
No se trata aquí de todo Internet, pero sí en el mundo de los blogs y similares. Hasta que el abogado o el ingeniero informático encuentren una solución, no podemos hacer nada más que incitar a los exploradores de Internet a una mayor vigilancia vis-à-vis que permita dicho habeas corpus a escala léxica: la firma. Un mensaje que no tiene firma digna de ese nombre, debe considerarse que no existe.

París, 21/02/2008.


Una foto -de una sesión- en que Amélie fue entrevistada por la periodista de "Vogue" Mylène Farmer, en 1995 -hace casi veinte años ya; en aquella época, era todavía una casi desconocida veinteañera-.

Si la traducción deja un poco de desear, es porque mi nivel de francés tampoco es nada del otro mundo, aunque, con el paso del tiempo -repasar diccionarios, gramáticas básicas, y demás-, creo, o espero, que haya mejorado un poco. La próxima vez, un poco más, y más largo.




martes, 5 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas ( I ). Los iniciadores de la Hermandad: John Everett Millais, compañero de Hunt y D.G. Rossetti.

Después de la introducción, una entrada sobre uno de los primeros prerrafaelitas, a los que más tarde se añadirían otros muchos.


Después de haber hecho algo así como una introducción de quienes eran los prerrafaelitas, llega la hora de hablar de ellos en singular, o sea, individualmente. Aunque, debido a su gran número -si bien no todos se consideraron parte de la Hermandad propiamente dicha, ni tuvieron por qué tener demasiada relación personal entre ellos-, lo mejor sería presentarlos por grupos, por decirlo de alguna forma. Pero a pesar de ser muchos, cada uno tiene su propia historia y personalidad, así que prefiero que sean presentados uno por uno, al menos los principales. Más adelante, se hablará de los que se les añadieron poco después, y, finalmente, a los que iban un tanto por libre, e, incluso, en ocasiones no fueron considerados prerrafaelitas propiamente dichos. Éstos, probablemente, sean tratados de forma individual, o no, pues como finalmente se trataría de diez o doce artistas, tal vez la serie sobre ellos podría hacerse larguísima. Aunque todo eso, todavía habrá que verse, porque no tengo pensado cómo se hablará de todos ellos, aunque no me gustaría dejarme a ninguno.

Un autorretrato de 1881, en su época más conservadora, pero donde ya se había hecho un nombre en la historia del arte.

Un retrato de John Ruskin, crítico que lo defendió siempre, a pesar de que, finalmente, su esposa acabó marchándose -y casándose- con Millais.


John Everett Millais, el primero del trío fundador.

John E. Millais (1829-1896) era miembro de una familia que se podría considerar de clase media, originaria de la isla de Jersey, y que, durante un tiempo -al menos, desde que él nació, y hasta que empezó sus estudios de pintura- vivió en Southampton, donde nació Millais, que desde niño demostró tener una habilidad para la pintura y el dibujo extraordinaria, así que su familia decidió trasladarse a Londres, para que ingresara en la famosa Royal Academy en 1840, con apenas once años. Allá conocería a Rossetti y Hunt, que también habían demostrado ya su habilidad pictórica, pero también su desprecio por el creador de la academia, Joshua Reynolds, y por autores del barroco, como Rubens. Ellos se burlaban de los maestros, que eran considerados intocables, y de su forma de pintar -"chapotear", le llamaban-, y su estilo -"Slosh", en inglés, precisamente eso, "chapoteo", demasiada pintura en los pinceles-. Ellos querían crear algo nuevo, al margen de las restringidas modas de la época, así que en 1848 deciden crear la famosa Hermandad, a la que más adelante, se añadirían otros pintores.

"Isabela", una de las primeras obras de Millais, inspirada en pinturas o ilustraciones medievales.

"Cristo en casa de sus padres". La "sagrada familia", aquí, es una familia modesta y feliz, sin más.

Millais se hizo famoso -y recibió no pocas críticas- por unos cuadros considerados copia de la pintura medieval o renacentista, considerada inferior, o anterior a los grandes maestros -Rafael o Leonardo, de ahí el nombre del grupo-, caso de "Cymon e Ifigenia" (1847-8), claramente de inspiración mitológica -y además, griega, o sea, mediterránea; nada que ver con el poderío de la gran potencia anglosajona, del norte de Europa-, y "Isabela" (1848-9), que no dejaba de ser, más que una copia de la pintura medieval, una recreación de ésta, como si un autor de aquella época hubiera podido conocer no sólo los nuevos materiales pictóricos del siglo XIX, sino también, de forma casi repentina, los cambios y escuelas posteriores. En realidad, aunque no quisieran verlo, el arte de Millais y sus compañeros eran una mezcla de autores o estilos considerados arcaicos, con las posteriores innovaciones de artistas que, en mayor o menor medida, despreciaban o no hacían caso.
Pero dejando aparte estas primeras y más famosas obras -o, por lo menos, más originales-, Millais también dedicó su tiempo a otros menesteres no menos agradables: las mujeres. Y hubo dos que marcaron su vida. En el primer caso, tuvo que sufrir una derrota amatoria -¿se podría llamar así?-, aunque la mujer que finalmente le dejó acabó mucho peor que él. En el segundo caso, se salió con la suya, pero acabando con el matrimonio de un amigo y defensor suyo y de su arte. Pero empecemos por el principio. Millais consiguió que un amigo suyo, más interesado en el hecho de juntarse con artistas que en serlo él mismo, Fred Walters, le presentara una joven pelirroja, delgada, pálida y de belleza etérea, llamada Elisabeth Siddal -o Lizzi, como él y sus compañeros la llamaron en cuanto la conocieron-, que trabajaba de dependienta en una sombrerería. Hay fuentes que dicen que Millais la conoció sin la ayuda de Walters, pero todo ello, en realidad, no creo que tenga demasiada importancia. La cuestión es que Siddal fue, para los prerrafaelitas, poco menos que la modelo y musa perfecta. Millais la quiso conquistar, la usó como modelo para su "Ofelia" (1852), donde se representaba el suicidio del personaje femenino de "Hamlet", dispuesta a desaparecer del mundo para no contrariar a su padre, que se negaba que su hija pudiera casarse con dicho y un tanto oscuro personaje. Pero si la Ofelia de la obra de Shakespeare es un personaje de "visto y no visto", que tiene poca participación activa -y por tanto, bastante olvidable-, gracias a Millais pasa a ser, con el rostro de Siddal, eterno. Pero parece que el pobre hombre -joven y enamoradizo-, no pudo llegar a más con su musa de rojos cabellos, pues su compañero Rossetti se interpuso entre los dos, y acabó conquistándola, y casándose con ella. Para su desgracia, hay que aclarar, pues Rossetti era extremadamente posesivo y celoso, y le dio una vida terrible. Aunque esa es otra historia. Otras obras importantes de aquella época, difícil pero emocionante, fueron "Cristo en casa de sus padres" (1850), donde se representa a Cristo niño y a su familia no como seres sagrados, sino como una simple familia trabajadora de modestos carpinteros, o "Un hugonote" (1852), o la representación de una pareja de enamorados que se ven obligados a separarse, quizá para siempre. Son ejemplos de detallismo, luz, y, al tiempo, retorno al pasado. Un retorno un tanto imposible, pues ellos ya eran hijos de su tiempo. Más bien, de una excelente recreación de éste.

La famosa "Ofelia" (1852), con Elisabeth Siddal como modelo. A muchos, este cuadro, más que soñar, les provoca malas sensaciones, al ver a la joven en un momento en que le abandona la vida, en que se deja morir, al no poder elegir entre irse con su enamorado, o en obedecer a su padre, pues realizar ambas cosas a la vez, resulta imposible.

"La chica ciega" (1856), donde la fuerza del color y unas figuras bien definidas parecen presentir el futuro nacimiento del impresionismo francés.

"Hojas de otoño" (1856), de la misma época y estilo -las figuras parecen recortadas y pegadas sobre el fondo, con el cielo claro, y el horizonte tan oscuro-, que la chica ciega.

La segunda mujer de su vida, tiene casi tanta miga como la primera. En primer lugar, habría que hablar de John Ruskin. Era un crítico de arte que, al contrario que la mayoría, no tildaba a los prerrafaelitas de, al mismo tiempo, viciosos y amanerados -mucha mujer desnuda, en época en que ver tanta carne no estaba nada bien visto; demasiada mitología, y exceso de olvido de temas religiosos, entiéndase cristianos, personajes importantes del imperio, paisajes británicos, etc.; lo de amanerados, no está demasiado claro de a qué venía. Quizá, por no ser capaces de pintar lo que correspondería a "hombres respetables y decentes"- defendiéndoles en público o en prensa escrita. Esto le atrajo, como no, críticas también para él, que se hizo amigo de los miembros de la Hermandad, y en particular, de Millais. El "problema", es que su mujer, Effie Gray, también se hizo cada vez más amiga del pintor, que con toda seguridad todavía estaba dolido, y fastidiado, por haber perdido a la que consideraba el amor de su vida, que se fue a los brazos de su amigo, en aquella época ya no tanto. Y de la amistad, se pasó a algo más, hasta que Effie decidió separarse de su marido, y marcharse, y más tarde casarse, con Millais, con quién tuvo varios hijos. Aún así, aunque, evidentemente, Ruskin ya no pudo tener la misma relación con Millais, siguió considerándolo y gran pintor, y cuando, a partir de finales de los años 50 del XIX, decidió pasarse al realismo -con multitud de retratos de nobles y burgueses incluidos-, no dejó de considerarlo una desgracia y un error del artista, que abandonaba su estilo propio. Vamos, la defensa del arte por encima de todo, cuernos incluidos. Pero ya se sabe, el arte por el arte está bien, pero el dinero mueve el mundo.
Entre la multitud de cuadros más "comerciales" de Millais, se podría destacar "La chica ciega" (1856) -en realidad, no tanto, pues aquí, en lugar de tener un estilo en extremo detallista y puntilloso, con una enorme variedad de colores, un preciosismo a la hora de retratar la naturaleza sencillamente extraordinario, opta por unos personajes muy bien definidos, en medio de colores muy definidos que ocupan grandes espacios propios en el cuadro; una especie de "impresionismo británico", quizá, anterior a los impresionistas, que bien podrían haberse inspirado en él-. O bien, "La sonámbula" (1860), otro ejemplo de los "bloques de color". También empezó a pintar paisajes propios de su país, pero prefiriendo, antes que prados o bosques, o de jardines con flores, espacios desolados, vacíos, inhóspitos.

"Un hugonote" (1852), o la despedida de los amantes.

El caballero errante (1870), sin duda, en su época, una de las obras más polémicas de Millais.

Entre sus retratos, el de John Ruskin (1853-4) -en aquella época, su relación con Millais todavía no era mala, aunque faltaba poco, fue en 1856, cuando su mujer lo dejó para irse con el pintor-, o el de niños, que estaban muy de moda en aquella época, aunque, a ser posible, que tuvieran un aspecto "campestre", o "callejero" -"popular", se diría en la época-, pero a ser posibles, limpios y bien peinados -o sea, claramente irreales; algo curioso, teniendo en cuenta que a Millais y a otros autores los criticaron en no pocas ocasiones, precisamente, de no querer retratar la realidad. Uno de los más famosos fue el llamado "Burbujas" (1886).
A obras todavía "neo-medievales", como "Un sueño del pasado" (1857, época todavía temprana en su carrera), se contraponen cuadros como "El paso del Noroeste" (1874). A cuadros de colores encendidos mezclados con oscuros, donde se representa la naturaleza y la belleza femenina en su versión más inocente, como "Hojas de otoño" (1856), otro que nos recuerda poéticamente, pero de forma clara, que nadie está en este mundo para siempre, como es "El valle del descanso" (1858).

"El paso del Noroeste" (1874), o la alegoría del Imperio Británico, cuyos exploradores y marinos llegaban a cualquier parte. El famoso paso -al menos, en aquella época- era, básicamente, la posibilidad de encontrar un camino libre de hielos que fuera desde la Costa Este de Canadá, hasta la parte más occidental de dicho país, fronterizo con Alaska.

"Cenicienta". Quizá, aparentemente, uno de sus cuadros más sencillos, pero en su época, también de los más populares. Aquí, el personaje de cuento es, simplemente, una joven -una niña, prácticamente- que sufre explotación infantil. Como tantos otros niños de aquellos años, que fueron terribles para gran parte de la población, aunque hoy en día poco se recuerde.

Millais, ya feliz padre de familia, pintó y pintó, sobretodo retratos muy académicos, aunque también fue un buen ilustrador -algunas de esas ilustraciones, sobre la biblia, fueron consideradas por su suegro lo suficientemente buenas para hacer, a partir de ellas, vidrieras para una iglesia-, cada vez más alejado de su primera época, hasta que, finalmente, falleció por un cáncer de laringe en 1896, después de haber sido nombrado, paradójicamente, director de la Royal Academy of Art en la que cursó en su juventud, durante la cual no paró de despotricar sobre el conservadurismo de ésta. Probablemente, la academia, con el paso del tiempo, fue abriéndose a nuevos estilos y escuelas. O quizá -y más, teniendo en cuenta el conservadurismo del arte británico, y la costumbre de dicho país de conservar tradiciones lo más puras posibles, por mucho que pase el tiempo- es que Millais, a medida que envejecía, también se fue transformando en un pintor de "la vieja escuela", y su fuego revolucionario se fue apagando poco a poco. Aún así, su arte, prerrafaelita o posterior, sigue existiendo, y haciéndonos recordar una época que ya no volverá, pero que todavía sigue viva en aquellas telas.

"El valle de la tranquilidad" (1858), con un aire un tanto siniestro, pero también romántico. El fin de la vida, y el principio del descanso eterno. Los prerrafaelitas bebieron mucho tanto de la literatura y pintura románticas, de Francia y Alemania, como -muy probablemente, aunque no lo comentaran- de la novela o el cuento góticos, británicos o alemanes.


lunes, 4 de agosto de 2014

Anexo II a la ciencia-ficción francesa: "París duerme" -"Paris qui dort"- (1925). Quizá, el primer film de cf francés.

Como segundo anexo, el que quizá sea el primer trabajo cinematográfico -un mediometraje de poco más de media hora- de cf hecho en Francia. 


Como bien dicen el título y el subtítulo, este es el primer film hecho en Francia -y Bélgica- que, aunque sea un poco cogido por los pelos, puede considerarse de ciencia-ficción. O más bien, como diría Maurice Renard, de "científico-maravilloso", porque claramente se puede ver la influencia del folletín, pues la historia se las trae.
Se trata de la primera película del autor vanguardista René Clair, que usaba muy a menudo la sátira para criticar la sociedad o, simplemente, realizar comedias donde se mezclan una ciencia más bien poco -o nada- creíble, y las aventuras de unos personajes, como los de esta "París duerme" que, en lugar de horrorizarse al ver cómo el mundo ha sido víctima de un extraño fenómeno, aprovechan para pasarlo bien, o, simplemente, aprovechar la situación: recorrer tranquilamente la ciudad, donde todo el mundo ha quedado, más que dormido, congelado y sin movimiento; trasladarse en los vehículos de los demás sin problemas -el protagonista que aparece al comenzar la película, claramente es un pobre tipo sin un céntimo, así que es normal que se aproveche-; comer y beber gratis en los restaurantes más caros, e incluso robar a un ladrón al que, por poco, alcanza la policía.
Finalmente, todo tiene -dentro de lo que caben, en el mundo del folletín, aquí llevado al cine- una explicación, en forma de "evil doctor", aunque aquí, más que científico malvado, más bien sería un profesor loco que no tiene otra cosa que hacer que experimentar, aunque, más que para hacer daño a los demás, por el simple gusto de demostrar lo inteligente y genial que es.
Pues eso, una comedia de poco más de media hora, original, que no se hace pesada -a pesar de tener casi noventa años, que se dice enseguida- y sin apenas carteles con subtítulos -están en francés, pero apenas hay que leer, y la historia se entiende con facilidad-.
No es mucho, teniendo en cuenta la variedad de personajes y obras de otras entradas sobre la cf francesa, en cine o literatura, pero como el primer anexo, más bien es el deseo de ir completando, con nueva información que se va encontrando aquí y allá. Al menos, ahora puedo copiar los vídeos, que antes, ni eso sabía -cosa de principiantes-.


Aquí, el video con la película al completo. La colgó un ruso, pero los subtítulos están en francés.


Clair no sólo era vanguardista en ideas -más bien, continuaba y actualizaba otras de compatriotas suyos-, sino, sobretodo, a la hora de experimentar a la hora del filmar. En exteriores, y en el monumento más conocido de París.


Una imagen de la película, rodada -realmente- en la torre Eiffel.

viernes, 1 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas: una visión preliminar.

Una introducción sobre uno de las escuelas pictóricas más conocidas del siglo XIX, pero recuperada para el gran público sólo en las últimas décadas.


De quiénes estamos hablando.

La Hermandad Prerrafaelita, así se hacían llamar, fue un grupo de pintores británicos de la segunda mitad del siglo XIX, que, en plena época victoriana, fueron, además de un revulsivo, una fábrica de escándalos encadenados. La Era Victoriana es considerada, y con razón, la de la transformación de Gran Bretaña en la primera potencia mundial sin duda ni parangón. Nunca ningún estado había gobernado sobre tanta gente, tan diversa, en tantos países. En el largo reinado de la reina Victoria (1837-1901), Gran Bretaña intervino en todos los continentes, se hizo con el poder de todo el Indostán, llegando a donde ni el gran Imperio Mogol llegó, al extremo sur de la India y la isla de Ceilán -luego, Sri Lanka-, acabó con la trata de esclavos en África, para después acabar gobernando casi medio continente, y se expandió por Extremo Oriente, el Caribe y Oriente Próximo.

 El tráfico en el centro de Londres, capital de un imperio mundial.


La reina Victoria de Gran Bretaña, y emperatriz de la India, en una foto coloreada.

A aquella época siguió la de su hijo, la Eduardiana -el gobierno de Eduardo VII, 1901-1910, donde las costumbres y modas se relajaron un poco-, que fueron los años que antecedieron a la destrucción y la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el interés, en este caso, de conocer el "victorianismo", no viene por la expansión colonial, ni la económica, ni el dominio casi completo de la marina británica -comercial o de guerra- en los océanos de todo el mundo, sino de las costumbres, la visión del mundo de los británicos -obsesivamente onanista, sobretodo en sus clases dirigentes-, en sus divisiones sociales... la razón por la que el prerrafaelismo fue un mazazo para una sociedad clasista -aunque existiera la posibilidad del ascenso social, era más raro de lo que podría pensarse en principio, y los recién admitidos en una "clase social superior", en no pocas ocasiones, olvidaban sus orígenes, para fusionarse con sus nuevos iguales-, en extremo puritana y pacata, donde el orden, la disciplina -quizá, por el peso y la buena imagen del ejército, donde resultaba, sobretodo para las clases elevadas, un orgullo y una obligación el servir-, la severidad, y la legendaria flema británica -que sí, existió, y todavía existe, aunque no tanto, a poco que cualquier extranjero quiera conocer la sociedad británica actual de forma profunda, y no sólo superficialmente- no miraban con demasiado buen ojo a aquel grupito de pintores que tanto parecían disfrutar pintando mujeres que no eran ni vírgenes o santas -para eso ya estuvieron en su momento, y siguieron estando en aquella época, y más allá, los españoles, que no se podían quitar la aplastante influencia de la iglesia católica de encima-, ni burguesas, nobles o reinas, sino diosas, brujas, odaliscas orientales, personajes femeninos de la mitología greco-latina -la cultura antigua fue re-descubierta en aquella época, pero los británicos no se tomaron tan en serio que todo lo pasado fue mejor como sí hicieron los italianos y los griegos que, al fin y al cabo, eran descendientes de aquella gente ya extinta hacía tanto-, brujas, magas y seres de raíz pagana, céltica -¡céltica, como esos bárbaros irlandeses y escoceses!- o germánica -vikinga... los británicos olvidaban que, en una pequeña parte, también ellos descendían de los vikingos, de los colonos que quedaron tras las sucesivas invasiones y saqueos de la Alta Edad Media-. Se les acusó, al tiempo, de viciosos y lidivinosos -aquí, no puedo evitar reconocer la ayuda de un artículo de Fátima Uribarri, de una revista semanal de un periódico de mi provincia, el "Diari de Tarragona"-, y, al tiempo, de afeminados. Más que eso, tal vez se les echaba en cara que no se dedicaran a "cosas de hombres", o a recrear el arte pictórico como harían hombres de verdad: decentes, respetuosos con la sociedad, la moral victoriana, y la iglesia -anglicana, claro, que no era mucho más liberal que la católica de entonces-. Y, realmente, aunque su arte es incuestionable, y su obra, más de cien años después, nos resulte todavía tan atractiva y fascinante, no dejaban de ser unos tipos que parecían pasar de todo, unos más y otros menos, y que, en algunos casos, tuvieron unas vidas más allá de los lienzos que dan para novelas. En realidad, por lo que pude leer hace poco, en Gran Bretaña se ha grabado una serie de televisión basada en sus vidas y obra conjunta: "Desperate romantics", osea, "Románticos desesperados".


Un cuadro sobre el Londres victoriano: multitudes en las calles, carruajes, junto a edificios que muestras un imperio anglosajón que también tiene -o busca tener- raíces greco-romanas.

(Id) Sam Crane como Fred Walters, Aidan Turner como Dante Gabriel Rossetti, Samuel Barnett como John Millais, Rafe Spall como William Holman Hunt
Una imagen de la serie "Desperate romantics". Aquí se pueden ver -aunque no sé en qué orden, pues en ninguna foto que encontré lo dejaba claro-, a Millais, Rossetti y Hunt. El cuarto, es una especie de "amigo-parásito-pero simpático", Fred Walters, que les consigue algo que buscaban, como no, desesperadamente: la modelo ideal, Lizzie Siddal, una bella y joven pelirroja que trabajaba en una tienda de sombreros.


Un grupo de genios, pero también de personalidades singulares.

Quizá, habría que tener en cuenta que el término "prerrafaelita" -o "prerrafaelista"- incluye, más bien,un estilo y una forma de pensar. Una escuela, si se quiere así, pero esto no significa que todos los pintores -que también, en no pocas ocasiones, eran, al mismo tiempo, poetas, críticos, etc.- que se incluyen como parte de ella, ni fueran amigos, ni trabajaran más o menos juntos. Sí que eran contemporáneos -aunque pudiera haber cierta diferencia de edad entre ellos-, y, evidentemente, tenían, además de talento y ganas de romper con el estilo realista imperante, basado sobretodo en retratos de personajes reales, de la burguesía, la nobleza o, directamente, de la monarquía y, sobretodo de paisajes. Como era el caso de Joseph M. W. Turner, artista a caballo entre los siglos XVIII y XIX y, posiblemente, el primer gran pintor británico de la historia, y, más en la época de dichos artistas, Joshua Reynolds, fundador de la Royal Academy of Arts, y que representaba el prototipo de retratista de las clases altas o de personajes históricos -principalmente, reyes y príncipes-, con un estilo muy depurado, pero también un tanto frío, seco. En resumidas, cuentas, muy académico, serio.
Todo esto viene porque, a la hora de nombrar a los creadores de la Hermandad, así como a los que se añadieron al poco, se echarían en falta algunos nombres que hemos oído o leído a la hora de buscar artistas de dicha escuela, en sentido amplio. Creo que sería justo nombrarlos a todos, pero dejando más o menos claro qué relación tenían unos con otros.
La creación de la Hermandad propiamente dicha fue en el ya lejano 1848, por tres amigos veinteañeros: John Millais, Dante Gabriel Rossetti, y William Holman Hunt. El primero y el tercero, además de amistad, eran compañeros de la Royal Academy of Arts, así que no eran simples aficionados al arte sin preparación, aunque tampoco auténticos profesionales, sino estudiantes adelantados y con ideas bastante claras.

     Elizabeth Siddal and Dante Gabriel Rossetti (gouache on paper) Wall Art & Canvas Prints by Paul Rainer
Elisabeth (Lizzie) Siddal, modelo y musa de los prerrafelitas. Millais y D. C. Rossetti competirían por su amor. Ganaría el segundo, para desgracia de la joven. Paul Rainer es el autor de la ilustración en la que Rossetti conocería a Siddal en la sombrerería donde ella trabajaba.

Tras ellos tres, hubo otros miembros algo más tardíos, que no siempre alcanzaron la misma fama, ni en su momento, ni en el futuro. El más conocido fue el hermano de Rossetti, William, además de Thomas Wasner, James Callison, y Frederic G. Stephens. Hubo otro personaje que, sin ser parte íntegra de la Hermandad, tuvo una temprana y estrecha relación con sus miembros: Ford Madox Brown, que además fue profesor de D. G. Rossetti -de ahí la relación; al menos, al principio-.
Es de suponer que se echen a faltar supuestos miembros cuya obra, con el paso de las décadas, fueron casi olvidados, pero recuperados en los últimos años, sobretodo por jóvenes -y no tan jóvenes, pero la edad de muchos de sus admiradores, por baja, no deja de ser curiosa; y sí que es cierto que no pocos de ellos son estudiantes de bellas artes,  historia del arte, etc., pero no es así en muchos casos-. Pero es que una cosa era la Hermandad propiamente dicha, y otra autores que se vieron reflejados en ella, que recibieron su influencia, y que influyeron en sus miembros, y que, incluso, tuvieran relación de amistad -o no, pero sí, al menos, relación y constancia unos de otros-. En resumidas cuentas, si se habla de "Hermandad Prerrafaelita", no incluiríamos a tantos pintores como se podría pintar, pero con la etiqueta -¡las etiquetas!, que aficionados, los anglosajones, a etiquetarlo todo; y más, en el mundo del arte y la cultura- "Prerrafaelita", sin más, hay otros muchos, y entre ellos, parte de los más interesantes. Uno de ellos sería Lawrence Alma-Tadema, que acabó siendo, según algunos el líder, y otros, algo así como cabeza visible y estandarte del movimiento. Parte de sus obras, como "Las flores de Heliogábalo", le significarían no pocas críticas, pero también mucha fama. Frederic Leighton, que también fue escultor -y barón-, consiguió que sus obras fueran expuestas en la Expo de París de 1900. así que consiguió un reconocimiento considerable. Un tercero sería William Clarke Wontner, que destacaría en retratar supuestas mujeres orientales, turcas, persas o árabes, pero con un aspecto, como mínimo, demasiado "anglosajón" -como las jóvenes que le hacían de modelos-. Evelyn de Morgan, la única mujer que compartió dicho estilo y que alcanzó fama, fue un ejemplo muy claro de la influencia tanto de la Antigüedad, como de cómo era  la representación de personajes de dicha época en la pintura posterior, medieval o renacentista.  Por último, Edward J. Poynter, gran amante de los mitos clásicos, y que dentro de lo que cabe, no sólo recibió menos puyas de los críticos de su época, sino que hasta se ganó el respeto de la sociedad y los críticos, aunque él también gustaba -¡terrible!- de pintar mujeres desnudas.

  

Arriba, la típica mujer victoriana -y en mayor o menor medida, europea- de clase media o media-alta. Elegante, pero tapada de pies a cabeza. Su atractivo debía incluir elegancia con decencia -sea lo que fuera, en la mente de cada cual, esa esa palabra-, aunque la comodidad ni había ni se le esperaba. Abajo, el tipo de mujer que ya se empezaba a vislumbrar a finales de dicha época, y que se haría más visible a principios del siglo XX: una mujer más independiente, que demandaba ser escuchada, y tener su sitio en una sociedad que cambiaba cada vez más rápido.

Y ahora bien, ¿en qué se basaba el prerrafaelismo? ¿Por qué era distinto? En pocas palabras, querían "revivir" el arte pictórico anterior a genios del Renacimiento como Rafael -de ahí el nombre- o Leonardo, de épocas como el Quatrocento o la Edad Media, pero con el estilo -y los avances a la hora de representar personas, edificios o fondos- de su época. Querían mucho más color, más luz -la pintura británica de la época era muy oscura, con poco brillo, se usaba, incluso, betún, para apagar los colores-. Se dejaba bastante apartado el representar tanto motivos religiosos cristianos, como a los monarcas, nobles o burgueses de la época, y se recuperaban leyendas y mitos de la antigüedad greco-romana, cuentos o historias legendarias de la Edad Media -eso también debería incluir, en principio, la mitilogía celta o germánica-, personajes como caballeros o princesas claramente idealizados, hechos de armas pero, sobretodo, escenas de amor, terror, desenfreno, violencia -que no tenía que ser simplemente física, sino menos explícita, aunque igualmente provocadora-, y, sobretodo, no temer el físico femenino. Y entiéndase con ello, que el pintar una mujer desnuda -personaje mitológico, ser imaginario, lo que fuera-, no sólo no debería tener nada de malo, sino que, por el contrario, era algo tan excitante a la hora de pintar, como bello de ser representado, y agradable de ver, de disfrutar viéndolo, más bien. Por último, el estudio de la luz, de la naturaleza, y de la forma en que cada autor siente una historia a la hora de querer representarla, serían parte de esa forma particular de querer romper con el presente. El cómo lo hiciera cada uno, es otra cosa.
Claro está, en una sociedad tan conservadora e hipócrita como la Victoriana -a pesar de sus avances o virtudes en otras cosas-, aquello sentó como un tiro. Una bomba de relojería que pondría en pie de guerra a críticos o a artistas "continuistas", por mucho que, con el tiempo, dichas criticas se atemperaran, algunos autores participaran en grandes exposiciones, o que en 1891 una de ellas, en Birmingham, y con el nombre de "Discurso sobre una muestra de la Escuela Prerrafaelita Inglesa", tuviera no poco éxito. Hubo, sin embargo, algunos de los llamados "nuevos ricos" -John Aird, constructor de grandes obras públicas y privadas-, algunos de ellos norteamericanos, que sí compraron aquellos cuadros, que con el paso del tiempo heredarían hijos y nietos, que venderían a galeristas y que acabaron el pequeños -o no tan pequeños- museos, pero que, con el paso del tiempo, fueron casi olvidados, como casi olvidada fue su influencia más allá de la pintura: ilustración, escultura, mobiliario, vidrieras... Sin embargo, la pintura del siglo XIX anterior a los impresionistas casi desapareció del recuerdo, más allá de los expertos, pero sólo en los últimos años volvería a ser recordada, y los libros de arte -sobretodo, los más baratos, que colecciona la gente que no puede permitirse gastarse un dineral en uno sólo de ellos- los tendrían como parte de sus -dentro de lo que cabe- super-ventas. Se dice, incluso, que algunos productores de cine y televisión se inspiraron en paisajes, ambientes y personajes para sus obras, y que eso singició sacar a la luz cuadros que, hoy en día, podrían resultar, si no revolucionarios -ha pasado mucho tiempo, ya-, sí llamativos, para la idea que se tiene de la pintura anterior al siglo XX.

La época que vivieron los prerrafaelitas incluía una sociedad conservadora y orgullosa de sus logros, que tenía grandes problemas para darse cuenta de sus debilidades e injusticias. A pesar del desarrollo económico y tecnológico, y la expansión colonial, las clases medias y altas no querían grandes cambios en su vida, más allá de los nuevos inventos. Y el arte, que ocupaba, con la literatura, un espacio grande en ésta, en ocasiones les sorprendía -y enfurecía-, con visiones e ideas alternativas.


¿Y si aquí, en teoría, se habla de los prerrafaelitas, por qué no se puede ver ninguno de sus cuadros? Simplemente, por tratarse de una introducción. En adelante -tendré que ver primero cómo hacerlo-, se irá viendo la obra de cada uno de ellos, en grupo o, en caso de los más conocidos -o cuya pintura me resulte más llamativa, atractiva o interesante- o por separado. Así que habrá prerrafaelitas para rato, imagino.