miércoles, 13 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas (II): Dante Gabriel Rossetti, un genio celoso y posesivo.

Un segundo capítulo, después de la introducción, sobre los pintores de la Hermanda, empezando por sus creadores.


Un genio obsesionado con su esposa. El romanticismo de quién resultó ser un celoso opresor.

DG Rossetti (1828-1882) -así lo llamaré, para acortar su nombre- es uno de esos personajes que, aún reconociendo en su haber su condición de gran pintor, y de personaje influyente en la cultura de su tiempo, resulta evidentemente muy difícil -por no decir imposible- sentir cierta simpatía por él. La razón de todo ello es simple: aunque era un mujeriego, trató a su esposa, Elizabeth Siddal -de la que ya se habló en la entrada anterior, dedicada a Millais-, de puertas para afuera, como su musa y su dama ideal, y en el interior de su casa y en la vida conyugal, como un objeto valioso de su exclusiva propiedad, a la que no dudaba en encerrar en su habitación, transformada para ella en una cárcel de la que sólo pudo escapar tras su muerte.
Pero mejor empezar por el principio. Rossetti, nacido en Londres, era, con ese apellido, hijo de un inmigrante italiano, Gabrielle Rossetti, casado con una inglesa, y con quién tuvo, además de a DG, a otros dos hijos artistas: William Michael -también pintor, y que se uniría al poco a la Hermandad-, y Christina, que fue poetisa, y para quién realizó varias ilustraciones para sus poemarios -no era nada raro, que los pintores, si eran buenos dibujantes, realizaran ilustraciones para libros de distintos autores y temas, y más, cuando se trataba de familiares y amigos-.
Como ya es sabido, él también ingresó en la Royal Academy, donde conoció a Millais y, sobretodo, a Ford Madox Brown, que quizá fue su mejor amigo, dentro y fuera del mundo artístico, además de a Holman Hunt, que acababa de exponer una de sus primeras obras -"La víspera de Santa Inés"-. La crítica no lo trató demasiado bien, pero él se sintió atraído por el cuadro, y quiso conocer al autor. A partir de esa amistad, y junto a Millais, fundarían la Hermandad. Además, siguió con sus intentos poéticos. El cuadro de Hunt estaba basado en una obra de un poeta, en aquella época, todavía poco conocido, John Keats, y Rossetti intentó, en ese momento, parecerse a él, dejando un tanto de lado la literatura italiana medieval o renacentista. De todas formas, al poco, volvería a reinventarse poéticamente, optando más por el simbolismo y, más adelante, por la sensualidad y el erotismo. O al menos, una visión de una y otro que sorprendió -y desagradó- en una época muy pacata y cerrada en cuestiones sexuales.


Un autorretrato de su juventud.

Demostró, eso sí, cierta diferencia en gustos y estilo, con respecto a sus compañeros. Él era más "medievalista"; mientras que Millais y Hunt, aunque en principio también lo fueran, y despreciaran un tanto la pintura renacentista y posterior, acabaron optando por obras con un estilo más moderno, y que en el caso de Millais, fue, a edad avanzada -y por cuestiones más económicas que otra cosa-, mucho más contemporizador con los gustos de la época. Sin embargo, Rossetti optaría por pintar un prototipo de mujer de belleza lánguida, pelirroja, a veces sensual, en ocasiones espiritual, o incluso como tocada por la luz divina. Y esa mujer, exceptuando algún retrato de su madre y su hermana, la poeta -o poetisa, que parece que no es palabra correcta, pero que suena mejor- Christina. Esta mujer, retratada hasta la extenuación, es la ya nombrada Elizabeth -o Lizzi- Siddal, la dependienta de sombrerería que le gustaba tanto a Millais, y que él consiguió "robarle", para tenerla como modelo casi única, e impidiendo que ejerciera como tal para otros artistas.. Para desgracia de ella, pues Rossetti era celoso y posesivo, y mientras se iba de fiesta y juerga, y disfrutaba de sus amantes, ella quedaba en casa, encerrada como una prisionera -como así fue, realmente-, perdiendo primero la alegría, y más tarde, la razón. Un embarazo pudo ser una de las pocas alegrías de la joven y desdichada pelirroja, pero ésta perdió el niño, y con él, lo que le quedaba de juicio, pues pasaba las horas meciendo una cuna vacía. Finalmente, se quitó la vida con láudano -el veneno de la época-, y Rossetti sintió un lógico -y tardío- sentimiento de culpa, remordimientos y dolor, si bien esto no impidió que, en adelante, aunque no se casara, disfrutara de la compañía de otras mujeres, algunas casadas. Igual que Millais acabó primero amándose a escondidas, y después casándose con la esposa de su amigo, el crítico John Ruskin, él tuvo una relación con la esposa de su amigo y socio, William Morris, que no alcanzó la fama de Rossetti y compañía, pero que en su momento fue, al tiempo, pintor, poeta, artesano, crítico, y lo que hiciera falta, con tal de defender el arte, la artesanía, y criticar el nuevo mundo industrial que se avecinaba a pasos agigantados. Claramente, Rossetti no era celoso, cuando se trataba de las esposas de los demás. Otra cosa, fue la suya propia.

"La anunciación", o la representación más natural y humana de una virgen con más aspecto británico que israelita.

En el entierro de Lizzie, y roto por un sincero dolor -algo de humano tenía, al fin y al cabo-, enterró bajo su legendaria cabellera roja, que tanto hizo él para que pasara a la posteridad, un libro con poemas inéditos. Sus amigos le convencieron -quizá, él también acabó pensando que era buena idea-, que exhumara el cuerpo de su esposa -eso sí, con todo respeto, porque el arte es el arte-, y recuperara dicho poemario, cosa que hizo en 1869, para publicarlo en forma de libro al año siguiente, simplemente como "Poemas". Por lo que se sabe, los críticos, y gran parte de la sociedad, se le echaron encima, pues en dicha obra se retrataba el amor desde un punto de vista más físico y sensual de lo que la gente de aquella época estaba acostumbrada, y que se les hablara de sexo, aunque fuera de una forma en absoluto vulgar o simple, sino con un estilo tan erótico como atractivo y fino, no cabía todavía en muchas cabezas de conservadores victorianos. Aquello lo machacó física y psicológicamente más que las críticas a sus pinturas. Quizá, porque, hasta cierto punto, el público ya se había acostumbrado, pero aquello ya era demasiado. Además, al contrario que otros prerrafelitas, como Leighton o Alma-Tadema, dentro de lo que cabe, él pintaba mujeres de mirada perdida y aspecto entre perezoso, mágico o algo divino -y pagano-, pero de una forma más bien recatada, pues los otros optaban por retratar mujeres desnudas -o casi-, más voluptuosas, deseables y terrenales.
Respecto a sus obras, empezó con cuadros de tema cristiano, o bíblico -algo raro, en los prerrafaelitas-, como "La infancia de la Virgen", a la que representa no como un ser divino, sino como, simplemente una joven -pelirroja, el color de pelo preferido de románticos, prerrafaelitas y afines-, que parecía tan cercana y de carne y hueso como cualquier otra que se pudiera encontrar en la calle; su continuación sería "La anunciación" (1850), donde la Virgen sería representada de parecida forma, aunque algo mayor de edad. Más adelante, Rossetti tiraría por el camino de la mitología, el decadentismo romántico -o neoromántico, más bien- y con él, se vislumbró lo que luego sería conocido como simbolismo. Como su obra no conseguía éxitos de crítica, decidió dejar de exponerla -al menos, temporalmente- y se dedicó a la acuarela -un tipo de pintura muy del gusto de las clases medias o medio-altas de aquellos tiempos-, que vendía de forma privada, casi de mano en mano, y de eso pudo vivir sin demasiados problemas. De esa época son "La melodía de las siete torres" (1857), una acuarela, "El encuentro de San Jorge y la princesa Sabra", del mismo año; o "El santo grial" (1860). Más adelante, seguiría con cuadros que tendrían a su desafortunada esposa como protagonista, de forma casi obsesiva, como en su famosa "Beata Beatrix", que acabaría en 1870, tras la muerte de ésta.

"Beata beatrix", una de las representaciones de la esposa de Rossetti, después de que ella decidiera suicidarse.

La "Proserpina" de Rossetti, con Jane Morris de modelo -y amante-.

Pero también tuvo otros modelos, como Jane Morris, la esposa de su amigo, protagonista de cuadros como "El vestido de seda azul" -o simplemente, "Jane Morris"- (1868), o "Proserpina" (1874). "Dantis amor" (1860), sería una obra distinta, que más bien parece, por el poco uso que se hace de las luces o la transición suave en los colores, de estilo impresionista -o más bien, post-impresionista, como si fuera de van Gogh-.  Otras obras en su haber, todas con personaje femenino, y con un parecido físico considerable -tal vez, intentaba que cada una de sus modelos, mujeres reales, se pareciera de algún modo a Siddal-, serían "La esposa" -también llamada "La novia", o "La hija del rey", lo que hace pensar que, quizá, nunca llegara a tener un título pensado de antemano- (1865)," Monna Vanna" (1866), o "Venus Astarté" -o "Astarté siríaca" (1877), que es, claramente, una obra mitológica, basada en la Astarté fenicia -la babilónico-asiria Ishtar, o la sumeria Inanna-, de la cual, probablemente, poco conociera, más allá de lo que de ella comentaran los antiguos israelitas.

"La esposa" -entre otros títulos-. Este sí es un ejemplo claro de prerrafelismo, donde la ténica moderna se mezcla con la influencia -más bien, el retorno- de la pintura italiana del siglo XV o XIV.

"Monna Vanna" -o Velcore", retrato prototípico de Rossetti, donde en cierto modo, todas las mujeres tienen un considerable parecido físico. O él las ve y desea pintarlas como si fueran varias en una sola.

Como ilustrador, aportó varios dibujos a la obra de su hermana, como en el libro "Goblin Market y otros relatos" (1862), que en su momento, también se hizo un hueco en el mundo literario, aunque sin llegar a la fama -buena o mala- de su hermano, si bien ella nunca se dedicó a la pintura.
A pesar de sus amantes, de su wombat -un animal australiano que consiguió después de muchos esfuerzos- y de sus amistades artísticas, no tuvo un final de su vida tranquilo. Los problemas mentales, la drogadicción, y las críticas -algunas, realmente salvajes- hizo que se retirara al campo, al condado de Kent -la Inglaterra más inglesa, zona rural tranquila, donde los que se lo permitían, pasaban las horas en tranquilidad y aislamiento-, donde murió en 1882.

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