jueves, 21 de agosto de 2014

"Cansada de estar sola".

Un nuevo relato corto, con un personaje femenino.


Aquí, el último de los cuatro relatos cortos que tenía por ahí guardados, en el ordenador y la memoria externa, junto a varios libros más largos -novelas, realmente-, que es más que seguro, nunca verán la luz. Además, siendo historias tan largas, necesitaría un blog entero para colgar, apenas, un par de esos libros. Así que decidí colocar aquí lo más corto, que tampoco es que ocupe ni moleste mucho, y aunque quizá no quiera reconocerlo, no deja de ser -bueno, sí, lo reconozco- un pequeño e inofensivo ejemplo de autosatisfacción. No sé si en un futuro colgaré algún libro -de unas 200 páginas; entiéndase, folios DIN A4- en cualquier web, propia o ajena, o intentaré hacer algo parecido a un guión para una versión en cómic, pues en alguna ocasión lo he hablado con un dibujante conocido mio, o qué. Mientras tanto, al menos, así relleno un poco el blog, y me resulta, no sé si divertido o curioso, verlos colgados en algo parecido a una plataforma visual pública, o algo así. Porque eso es un blog, me parece a mí.
Ni el nombre del personaje, ni el título, son los originales. Pero a partir de este primer relato, empecé a escribir otros, que acabaron formando un primer libro, y luego historias más largas. De todas formas, la visión que doy aquí de ella y otros personajes, más adelante cambiaría mucho, comparado a cómo son retratados aquí. Pero aún así, de tan poca cosa, aún me sorprende que llegara a escribir al equivalente a más de mil folios.


"Cansada de estar sola".

Elsa Miller siempre estaba sola. No sola en el sentido de que no pudiera disfrutar en ningún momento de la compañía de nadie, ni tampoco que fuera persona completamente incapaz de tener amistades, o al menos, relación de cercanía con los demás. Para ella, estar sola era, simplemente, no tener alguien con quién compartir su vida. Ella quería tener alguien a su lado, y poder, en un futuro no demasiado lejano, casarse o convivir con una imaginaria alma gemela que la quisiera y la comprendiera.
No es que no fuera atractiva, porque, pues, de forma especial y única, era especialmente hermosa. Realmente, Elsa era una joven fascinante. Nadie negaba que tenía algo especial que atraía y se hacía mirar lo mismo por hombres que por mujeres. Quizá fueran sus negros y algo acuosos ojos almendrados, de largas y negras pestañas que siempre repasaba con un maquillaje, también negro, que les daba una imagen todavía más alargada y misteriosa. Quizá era su piel blanquecina y pálida, como de mármol; o sus labios, más violáceos que rojos, y por lo que decían los que la habían besado, siempre extremadamente fríos. O quizá su largo y liso cabello azabache, que brillaba como oscura seda, dando a su lánguida belleza un aura casi mitológica. Fuera lo que fuese, Elsa parecía una criatura de otro mundo, y eso resultaba de un atractivo arrollador, a pesar de su falsa –y a su pesar- imagen de frialdad.
Su carácter quizá fuera en consonancia ésta. Era tímida y retraída, pero cuando conocía a alguien en profundidad, resultaba dulce y con deseos de expresar todos sus pensamientos y sus sentimientos más profundos. Pero a pesar de ello, muchos que la conocían, incluidos amigos de cierta confianza, coincidían en que, a pesar de aparentar ser persona sincera, siempre le quedaba en la punta de la lengua algo que quería, o más bien necesitaba decir, pero que, finalmente, acababa callando.
Esta es, pues, Elsa Miller. Ella no se engañaba sobre sí misma. Pensaba sin equivocarse que estaba condenada a estar sola, pues quizá sí hubiera alguien que le fuera como anillo al dedo, pero ese alguien, como era ella misma, debía de ser un tipo de persona muy difícil de encontrar hoy en día.
Pues sí, pensaba, he tenido un par de novios. No eran quizá lo que yo esperaba, lo que esperaba de la vida, pero no me podía quejar. Uno era inteligente y culto, y tenía mucha paciencia conmigo; el otro era atractivo y fuerte, un deportista un poco simple de mente pero con buen carácter. Pero al final, siempre pasaba lo mismo. Yo siempre hago lo que hemos hecho en mi familia, lo que los míos han hecho toda la vida, generación tras generación. Cierto que a mí, aunque nadie lo sepa, me consideran una rebelde, casi una renegada, una traidora, pues he olvidado voluntariamente las más importantes de nuestras costumbres que nos hacen únicos y distintos a los demás… pero al final, y aún sabiendo de lo poco conveniente que resulta, siempre acabo presentando mis novios a mis padres y a mi hermana, porque no puedo ocultarles que salgo con alguien, y siempre quiero que, aunque sea por una vez en la vida, estén de acuerdo conmigo. Pero, finalmente, es presentarles a mi nueva pareja, y todo acaba fatal. Y mi relación se va al infierno en un abrir y cerrar de ojos… o de bocas.
La verdad, ¡es un auténtico asco formar parte de una familia de vampiros!
                                                             
Sí, bueno, hay colegialas cinematográficas más bien poco creíbles -y por la edad, repetidoras-, pero vamos, no nos habría importado encontrárnoslas en la vida real. De todas formas, la -ahora- señora Fox no correspondería, exactamente, a la imagen de la protagonista del relato. Más bien, a su hermana mayor. Pero esa ya es otra historia.

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