Sobre el doble sentido de las palabras: qué quieren comunicar, y qué significado tienen para nosotros.
Unas cuantas palabras que no tienen traducción directa al español, ni tampoco al inglés.
Cada idioma creado por la humanidad, es una forma de ver el mundo.
Como ya he hecho en alguna otra ocasión, en este caso, me gustaría hacer una entrada basándome en un artículo de periódico -o más bien, en su versión web-, pero sin hacer una simple copia, sino escribiéndolo, o más bien resumiéndolo, a mi manera, eliminando o incorporando datos, según me resulten los primeros un poco repetitivos o innecesarios, y los segundos, una forma de completar lo ya escrito. Bien, en este caso, me refiero a un artículo de la web del periódico español "El País", en su sección "Icon", donde se hablaba de la posibilidad -más bien, la completa seguridad- de encontrar en cada idioma humano palabras que, en general, no se pueden traducir a otras lenguas, exceptuando, quizá, a las que con dicho idioma están más estrechamente emparentadas. Aún así, si se estudia en profundidad, no sólo un idioma, sino también el pueblo usuario -o pueblos, caso de las que son lenguas multinacionales, habladas por más de un pueblo o nación-, se podrán encontrar las relaciones entre determinadas palabras y expresiones, con la cultura, la historia o la idiosincrasia de quienes la utilizan. Cada idioma, en fin, se forma a partir de las personas que lo hablan. Algo lógico, evidentemente, pues los idiomas que menos cambian son, precisamente, los que ya están muertos, y nadie usa, como, por poner un par de casos un tanto "radicales", el sumerio o el etrusco.
Aquí, entonces, reproduzco algunas palabras que pueden sonar de lo más extrañas, no por su sonido, pues sabemos que corresponden a un idioma diferente al español -y no latino-, sino por lo que vienen a significar. Además, he añadido por mi cuenta algunas palabras, del japonés o del islandés, así como un puñado en idioma español o castellano, y que no tienen traducción directa al inglés -o a otra lengua germánica, como el alemán o el holandés- y, posiblemente, a muy pocas otras lenguas, a no ser por influencia española -caso del tagalo, que siendo un idioma malayo, contiene multitud de expresiones y frases hechas, y cantidad de vocablos, que vienen de la lengua castellana, aunque ésta pertenezca a una familia lingüística completamente distinta a las llamadas lenguas malayo-polinesias.
La resonancia de un trabajo realizado de forma desinteresada. Del alemán al japonés, pasando por el islandés.
Cada idioma corresponde a la forma de expresarse de una determinada comunidad, o comunidades, si es utilizado por más de una nación o pueblo. Y la cultura, la forma de vida, las costumbres o la religión, pero también el lugar donde se vive y trabaja, o la relación con los vecinos y la historia vivida por cada nación, determina la existencia, o no, de determinadas palabras. Es una especie de antropología lingüística, que explica el por qué los inuit, o esquimales, tienen decenas de palabras para las -según ellos- distintos tipos de nieve, o para referirse, únicamente, al color blanco -nada que ver con todos los demás-. Es evidente: si un pueblo lleva miles de años, generación tras generación, viviendo en un hábitat nevado, donde el blanco es el color dominante, ¿cómo no va a desarrollar su lengua todo tipo de palabras o expresiones que hacen referencia a una y a otro? De la misma manera, los finlandeses y carelianos -los hablantes de la lengua finesa- tienen una palabra para referirse a una manada de renos, y sólo de renos, no de ningún otro animal: tokka, que, probablemente, debieron copiar a los lapones o sami, que vivían de este animal desde mucho antes de que los fineses tomaran contacto directo con los habitantes del norte de su país y de Noruega y Suecia. Al fin y al cabo, durante mucho tiempo, este era el animal más importante en su cultura, economía y alimentación, el equivalente al bisonte para los pueblos indígenas de Norteamérica-.
Algo parecido sucede con el islandés. Se trata de una lengua escandinava, que proviene del noruego -hay quien piensa que, en realidad, ambos idiomas son dialectos de uno solo-, que ha cambiado muy poco con el paso de los siglos. Y eso, en parte, es debido a que, desde niños, los islandeses aprenden las sagas y los poemas épicos de sus antepasados, aprendiendo palabras que, aunque raramente se utilizan en la vida diaria en un país europeo moderno, no les resultan en absoluto extrañas a su cultura. Y como los islandeses antiguos, colonos vikingos o descendientes suyos, que exploraron mares desconocidos -hasta llegar a Groenlandia y Norteamérica-, en guerra con extraños, participantes en actos de piratería -aunque mucho menos que sus hermanos de "tierra firme"-, formaron una sociedad sin reyes ni grandes señores, donde la violencia, la venganza, y el orgullo exagerado eran lo más normal del mundo, es lógico que tuvieran gran cantidad de palabras que hicieran referencia a heridas o golpes: averk si se trataba de una lesión menor; svödusar, si era una herida superficial, de poca importancia; beinhögg, si era una herida profunda, que llegaba al hueso -de una lanza, por ejemplo, o una espada-; sar, si era una herida grave, con gran efusión de sangre... además, en una sociedad guerrera, el hombre de naturaleza pacífica, también recibía un nombre, heimskr, que lo mismo significaba "casero, persona de su casa que no se metía en asuntos de los demás", como "idiota, estúpido". Igualmente, el individuo de carácter tiránico, y comportamiento injusto o difícil de soportar, no dejaba de ser, hasta cierto punto, no sólo tolerado, sino que, incluso, gozaba de cierto prestigio social, sobretodo, cuando su insoportable carácter le ayudaba a conseguir bienes y fama; se trataba de un odaell, y podía, en una saga islandesa, lo mismo ser un villano con carisma, como un protagonista psicológica y moralmente oscuro y de doble cara, como casi todo en Islandia y en el mundo germánico antiguo.
Y así, se podría hablar de otras palabras, como el inuit iktsuarpok, que vendría a ser la frustración que se siente cuando estás esperando desde hace bastante rato a una persona con la que habías quedado reunirte, pero que se retrasa, sin saber el por qué.
Una diseñadora neozelandesa, Anjana Iyer -aquí su web-, decidió participar en una iniciativa en la que, en cien días, debía realizar un trabajo tan original como personal, y decidió crear una serie de ilustraciones, en forma de cartas, como la de los juegos de rol o afines, con palabras de distintos idiomas, que no tuvieran un equivalente en inglés, su lengua materna. Ni tampoco, en español, excepto una, friolero, la persona que tiene gran facilidad para sentir frío, aunque no haya razón real para ello. Por lo visto, en lengua inglesa, no existe una palabra exacta para explicarla, así que es necesario toda una frase para ello.
Pero también hay palabras de otras muchas lenguas, como el japonés, o el alemán, que, según algunos, es un pueblo que tiene palabras -algunas, tan largas como casi impronunciables para un no germano- para casi todo.
Una de ellas, en lengua alemana, sería waldeinsamkeit, que sería la sensación de sentirse solo en un bosque o selva. Algo, por lo demás normal, porque ¿se supone que los bosques son un lugar especialmente concurrido? Quizá sí, al menos en algunas ocasiones, debido al turismo masivo de urbanitas al campo, y de paso, a la montaña y los bosque que todavía quedan en Europa. Otra palabra alemana, fernweh, sería la sensación de echar de menos un lugar donde, realmente, nunca se ha estado. Ideal lo mismo para escritores, como para psicólogos. O para individuos que sueñan con "edades de oro" en sus países, culturas o religiones donde, en lejanos tiempos, todo parecía estar y funcionar mejor que ahora. Edades de oro, por lo demás, que en general, no dejan de ser simples fantasías, en no pocas ocasiones, utilizadas de manera muy artera y burda, para defender lo indefendible -por ejemplo, sin ir más lejos, el nuevo Califato del Estado Islámico, que tantas monstruosidades está cometiendo en Irak y Siria-. Otra palabra alemana, no analizada por Iyer, schadenfreude -increíble, el saber pronunciar a la perfección este idioma- vendría a ser el pequeño, o no tan pequeño, placer que se siente cuando a otra persona le ocurre una desgracia o, al menos, las cosas no le salen demasiado bien. A todo esto, los alemanes, grandes bebedores de cerveza, tienen cerca de setenta palabras para diversos tipos de ésta. No es tan raro, por ser su bebida nacional. Entre los norteamericanos, las palabras que hacen referencia al dinero y los coches son muchísimas, y una buks, ha sido traducida directamente al español, "pavos", para hacer referencia no sólo a los dólares, sino al dinero en general -o, al menos, a los euros, la moneda usada por gran parte de Europa-.
Otra lengua germánica, el sueco, está representada en su obra: gokotta. Un verbo que consiste, nada menos, que en lavantarse bien temprano para poder escuchar el primer trinar de los pájaros. Nada más poético, aunque hasta cierto punto lógico, pues los suecos, como los finlandeses, son un pueblo que siempre ha vivido cerca, o en compenetración, con sus enormes bosques. Al menos, hasta que empezaron a trasladarse de forma masiva a las ciudades.
Algo parecido sucede con el islandés. Se trata de una lengua escandinava, que proviene del noruego -hay quien piensa que, en realidad, ambos idiomas son dialectos de uno solo-, que ha cambiado muy poco con el paso de los siglos. Y eso, en parte, es debido a que, desde niños, los islandeses aprenden las sagas y los poemas épicos de sus antepasados, aprendiendo palabras que, aunque raramente se utilizan en la vida diaria en un país europeo moderno, no les resultan en absoluto extrañas a su cultura. Y como los islandeses antiguos, colonos vikingos o descendientes suyos, que exploraron mares desconocidos -hasta llegar a Groenlandia y Norteamérica-, en guerra con extraños, participantes en actos de piratería -aunque mucho menos que sus hermanos de "tierra firme"-, formaron una sociedad sin reyes ni grandes señores, donde la violencia, la venganza, y el orgullo exagerado eran lo más normal del mundo, es lógico que tuvieran gran cantidad de palabras que hicieran referencia a heridas o golpes: averk si se trataba de una lesión menor; svödusar, si era una herida superficial, de poca importancia; beinhögg, si era una herida profunda, que llegaba al hueso -de una lanza, por ejemplo, o una espada-; sar, si era una herida grave, con gran efusión de sangre... además, en una sociedad guerrera, el hombre de naturaleza pacífica, también recibía un nombre, heimskr, que lo mismo significaba "casero, persona de su casa que no se metía en asuntos de los demás", como "idiota, estúpido". Igualmente, el individuo de carácter tiránico, y comportamiento injusto o difícil de soportar, no dejaba de ser, hasta cierto punto, no sólo tolerado, sino que, incluso, gozaba de cierto prestigio social, sobretodo, cuando su insoportable carácter le ayudaba a conseguir bienes y fama; se trataba de un odaell, y podía, en una saga islandesa, lo mismo ser un villano con carisma, como un protagonista psicológica y moralmente oscuro y de doble cara, como casi todo en Islandia y en el mundo germánico antiguo.
Y así, se podría hablar de otras palabras, como el inuit iktsuarpok, que vendría a ser la frustración que se siente cuando estás esperando desde hace bastante rato a una persona con la que habías quedado reunirte, pero que se retrasa, sin saber el por qué.
Una diseñadora neozelandesa, Anjana Iyer -aquí su web-, decidió participar en una iniciativa en la que, en cien días, debía realizar un trabajo tan original como personal, y decidió crear una serie de ilustraciones, en forma de cartas, como la de los juegos de rol o afines, con palabras de distintos idiomas, que no tuvieran un equivalente en inglés, su lengua materna. Ni tampoco, en español, excepto una, friolero, la persona que tiene gran facilidad para sentir frío, aunque no haya razón real para ello. Por lo visto, en lengua inglesa, no existe una palabra exacta para explicarla, así que es necesario toda una frase para ello.
Pero también hay palabras de otras muchas lenguas, como el japonés, o el alemán, que, según algunos, es un pueblo que tiene palabras -algunas, tan largas como casi impronunciables para un no germano- para casi todo.
Una de ellas, en lengua alemana, sería waldeinsamkeit, que sería la sensación de sentirse solo en un bosque o selva. Algo, por lo demás normal, porque ¿se supone que los bosques son un lugar especialmente concurrido? Quizá sí, al menos en algunas ocasiones, debido al turismo masivo de urbanitas al campo, y de paso, a la montaña y los bosque que todavía quedan en Europa. Otra palabra alemana, fernweh, sería la sensación de echar de menos un lugar donde, realmente, nunca se ha estado. Ideal lo mismo para escritores, como para psicólogos. O para individuos que sueñan con "edades de oro" en sus países, culturas o religiones donde, en lejanos tiempos, todo parecía estar y funcionar mejor que ahora. Edades de oro, por lo demás, que en general, no dejan de ser simples fantasías, en no pocas ocasiones, utilizadas de manera muy artera y burda, para defender lo indefendible -por ejemplo, sin ir más lejos, el nuevo Califato del Estado Islámico, que tantas monstruosidades está cometiendo en Irak y Siria-. Otra palabra alemana, no analizada por Iyer, schadenfreude -increíble, el saber pronunciar a la perfección este idioma- vendría a ser el pequeño, o no tan pequeño, placer que se siente cuando a otra persona le ocurre una desgracia o, al menos, las cosas no le salen demasiado bien. A todo esto, los alemanes, grandes bebedores de cerveza, tienen cerca de setenta palabras para diversos tipos de ésta. No es tan raro, por ser su bebida nacional. Entre los norteamericanos, las palabras que hacen referencia al dinero y los coches son muchísimas, y una buks, ha sido traducida directamente al español, "pavos", para hacer referencia no sólo a los dólares, sino al dinero en general -o, al menos, a los euros, la moneda usada por gran parte de Europa-.
En un bosque como este, ¿es mejor sentirse solo, o tener waldeinsamkeit, o creer tener cerca a alguien desconocido?
Dos de las ilustraciones de Iyer, en sus incursiones en el japonés y el alemán.
Otra lengua tan fascinante como extremadamente complicada de dominar: el japonés. Idioma único, quizá con cierta relación con el coreano, pero que, en el archipiélago nipón, tanto en escritura como oralmente, ha seguido su propio camino. Al menos tres palabras son representadas aquí. Una, es tsundoku, que sería la acción de comprar un libro, en ocasiones casi sin pensarlo, en otras, debido a modas, o por considerar que tal o cual título es indispensable en cualquier buena biblioteca privada, para no ser leído y, en ocasiones, totalmente olvidado. Otra, age-otori -más que una palabra compuesta, serían dos formando una, pero al ser el japonés tan distinto a cualquier lengua europea, se disculpa que formemos una palabra compuesta con dos simples de las suyas-, que vendría a significar que, después de hacerte un nuevo corte de pelo, hazte a la idea que estabas mejor antes, y que el nuevo te queda, como mínimo, bastante mal. La tercera, komorebi: la luz del sol que se cuela entre las hojas y ramas de los árboles. Si hay una cultura donde semejante palabra parezca tener todo el sentido del mundo -al menos, si se la conoce un poco en profundidad-, sin duda, esa es la japonesa. Sólo hay que analizar una palabra tan conocida -a pesar de ser usada desde hace relativamente poco- como kamikaze: "viento sagrado". ¿A quienes, excepto a los japoneses, se les ocurriría poner semejante nombre a unos pilotos que se sacrificaban estrellando su avión contra los barcos de guerra enemigos? Más adelante, la palabra ha sido usada para designar a terroristas suicidas, y demás indeseables, perdiendo, quizá, parte de su sentido original, pero es que las palabras japonesas, fáciles de pronunciar -en el japonés, no existen lo que podría llamarse "sonidos complicados o casi impronunciables", y sus cinco vocales, corresponden a las españolas, claras y simples-, acaban quedando en la mente aunque, en ocasiones, no sepamos qué significan.
Está bien la costumbre de comprar libros, pero mejor ir leyéndolos, en lugar de amontonarlos sin pensar. Aún así, cuando llegan a ser muchos, pueden tener otras y muy diversas utilidades, incluidas las arquitectónicas. Un caso radical de tsundoku.
Otra palabra japonesa, komorebi, y una proveniente del pueblo yagan, del sur de Chile.
Siguiendo con el japonés, y dejando aparte las palabras que interesaran a la diseñadora, o a alguna popular y aceptada en los idiomas occidentales, como kamikaze, o hikikomori -esa especie de nuevos ermitaños, que se pasan los años sin ser capaces de salir de su habitación, o como mucho, de su casa, y que se aíslan del mundo real, para vivir en otro virtual, el de sus ordenadores, móviles y consolas-, hay otras palabras que, como mínimo, llaman la atención. Caso de bakku-shan, que sería una mujer fea o poco atractiva -no existe su versión masculina; será porque la sociedad japonesa es más machista de lo que en principio pensamos-, que parece lo contrario si se le mira de espaldas -algo que, bien mirado, tanto con hombres como con mujeres, a muchos nos ha pasado en alguna ocasión, que de espaldas o de frente, una persona cambia bastante-. O boketto, un adverbio que significa mirar al frente sin pensar en nada en cuestión, ni buscar con la mirada a algo o alguien en particular; de ahí, quizá, esas escenas de películas japonesas con un personaje que se pasa un buen rato sin decir palabra, y con la mirada perdida -por cierto, ¿la expresión "mirada perdida" tiene un exacto equivalente en inglés?-. También karoshi, muerte por exceso de trabajo, parece muy apropiada para Japón, sin duda. O sanao, que hace referencia a una persona obediente y dócil, pero considerándolo como algo positivo -no hace falta decir que dicha palabra se usa, sobretodo, con las mujeres; y más todavía, con las esposas o novias-. Lo mismo que wabi, que sería un detalle imperfecto que, sin embargo, crea un aspecto general atractivo o elegante. Pero una palabra que llama la atención, porque incluye toda una forma de vida, sería ikigai: en general, significaría "razón de ser, o de estar en el mundo", pero en el archipiélago de Okinawa más bien sería "una razón para levantarse por la mañana", o sea, dar una razón, un sentido a tu vida.
Un caso aparentemente claro -y muy japonés- de mujer sanao, obediente y mansa. Al menos, en teoría, pues las geishas no acostumbraban a perder el control de la situación. Otra cosa es que los hombres que caían rendidos a sus encantos se dieran cuenta de ello.
Y por último, la larguísima mamihlapinatapei, palabra proveniente del yagan, la lengua de un pueblo del mismo nombre, que vive en el sur de Chile, y que significa, nada menos, que la mirada entrecruzada de dos personas a quienes les gustaría, a cada una de ellas por separado, dar el primer paso para conocer y entablar conversación con la otra, pero que, por miedo, timidez, o cualquier otra razón, ninguno de los dos se atreve a romper el hielo. Y como, es de suponer, aunque ambos puedan quedarse con las ganas de conocer o hablar con el otro, no saben lo que este otro siente -a no ser por terceros, o en una segunda ocasión, de esas que raramente llegan-, resulta un vocablo que bien podría usarse en literatura, y ya no digamos, en particular, en poesía. O en música. La cuestión, es saber cómo y donde colocar semejante palabra en la letra de una canción. A no ser que se trate de una canción en yagan.
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