Después de haber hecho algo así como una introducción de quienes eran los prerrafaelitas, llega la hora de hablar de ellos en singular, o sea, individualmente. Aunque, debido a su gran número -si bien no todos se consideraron parte de la Hermandad propiamente dicha, ni tuvieron por qué tener demasiada relación personal entre ellos-, lo mejor sería presentarlos por grupos, por decirlo de alguna forma. Pero a pesar de ser muchos, cada uno tiene su propia historia y personalidad, así que prefiero que sean presentados uno por uno, al menos los principales. Más adelante, se hablará de los que se les añadieron poco después, y, finalmente, a los que iban un tanto por libre, e, incluso, en ocasiones no fueron considerados prerrafaelitas propiamente dichos. Éstos, probablemente, sean tratados de forma individual, o no, pues como finalmente se trataría de diez o doce artistas, tal vez la serie sobre ellos podría hacerse larguísima. Aunque todo eso, todavía habrá que verse, porque no tengo pensado cómo se hablará de todos ellos, aunque no me gustaría dejarme a ninguno.
Un autorretrato de 1881, en su época más conservadora, pero donde ya se había hecho un nombre en la historia del arte.
Un retrato de John Ruskin, crítico que lo defendió siempre, a pesar de que, finalmente, su esposa acabó marchándose -y casándose- con Millais.
John Everett Millais, el primero del trío fundador.
John E. Millais (1829-1896) era miembro de una familia que se podría considerar de clase media, originaria de la isla de Jersey, y que, durante un tiempo -al menos, desde que él nació, y hasta que empezó sus estudios de pintura- vivió en Southampton, donde nació Millais, que desde niño demostró tener una habilidad para la pintura y el dibujo extraordinaria, así que su familia decidió trasladarse a Londres, para que ingresara en la famosa Royal Academy en 1840, con apenas once años. Allá conocería a Rossetti y Hunt, que también habían demostrado ya su habilidad pictórica, pero también su desprecio por el creador de la academia, Joshua Reynolds, y por autores del barroco, como Rubens. Ellos se burlaban de los maestros, que eran considerados intocables, y de su forma de pintar -"chapotear", le llamaban-, y su estilo -
"Slosh", en inglés, precisamente eso, "chapoteo", demasiada pintura en los pinceles-. Ellos querían crear algo nuevo, al margen de las restringidas modas de la época, así que en 1848 deciden crear la famosa Hermandad, a la que más adelante, se añadirían otros pintores.
"Isabela", una de las primeras obras de Millais, inspirada en pinturas o ilustraciones medievales.
"Cristo en casa de sus padres". La "sagrada familia", aquí, es una familia modesta y feliz, sin más.
Millais se hizo famoso -y recibió no pocas críticas- por unos cuadros considerados copia de la pintura medieval o renacentista, considerada inferior, o anterior a los grandes maestros -Rafael o Leonardo, de ahí el nombre del grupo-, caso de
"Cymon e Ifigenia" (1847-8), claramente de inspiración mitológica -y además, griega, o sea, mediterránea; nada que ver con el poderío de la gran potencia anglosajona, del norte de Europa-, y
"Isabela" (1848-9), que no dejaba de ser, más que una copia de la pintura medieval, una recreación de ésta, como si un autor de aquella época hubiera podido conocer no sólo los nuevos materiales pictóricos del siglo XIX, sino también, de forma casi repentina, los cambios y escuelas posteriores. En realidad, aunque no quisieran verlo, el arte de Millais y sus compañeros eran una mezcla de autores o estilos considerados arcaicos, con las posteriores innovaciones de artistas que, en mayor o menor medida, despreciaban o no hacían caso.
Pero dejando aparte estas primeras y más famosas obras -o, por lo menos, más originales-, Millais también dedicó su tiempo a otros menesteres no menos agradables: las mujeres. Y hubo dos que marcaron su vida. En el primer caso, tuvo que sufrir una derrota amatoria -¿se podría llamar así?-, aunque la mujer que finalmente le dejó acabó mucho peor que él. En el segundo caso, se salió con la suya, pero acabando con el matrimonio de un amigo y defensor suyo y de su arte. Pero empecemos por el principio. Millais consiguió que un amigo suyo, más interesado en el hecho de juntarse con artistas que en serlo él mismo, Fred Walters, le presentara una joven pelirroja, delgada, pálida y de belleza etérea, llamada Elisabeth Siddal -o Lizzi, como él y sus compañeros la llamaron en cuanto la conocieron-, que trabajaba de dependienta en una sombrerería. Hay fuentes que dicen que Millais la conoció sin la ayuda de Walters, pero todo ello, en realidad, no creo que tenga demasiada importancia. La cuestión es que Siddal fue, para los prerrafaelitas, poco menos que la modelo y musa perfecta. Millais la quiso conquistar, la usó como modelo para su
"Ofelia" (1852), donde se representaba el suicidio del personaje femenino de "Hamlet", dispuesta a desaparecer del mundo para no contrariar a su padre, que se negaba que su hija pudiera casarse con dicho y un tanto oscuro personaje. Pero si la Ofelia de la obra de Shakespeare es un personaje de "visto y no visto", que tiene poca participación activa -y por tanto, bastante olvidable-, gracias a Millais pasa a ser, con el rostro de Siddal, eterno. Pero parece que el pobre hombre -joven y enamoradizo-, no pudo llegar a más con su musa de rojos cabellos, pues su compañero Rossetti se interpuso entre los dos, y acabó conquistándola, y casándose con ella. Para su desgracia, hay que aclarar, pues Rossetti era extremadamente posesivo y celoso, y le dio una vida terrible. Aunque esa es otra historia. Otras obras importantes de aquella época, difícil pero emocionante, fueron
"Cristo en casa de sus padres" (1850), donde se representa a Cristo niño y a su familia no como seres sagrados, sino como una simple familia trabajadora de modestos carpinteros, o
"Un hugonote" (1852), o la representación de una pareja de enamorados que se ven obligados a separarse, quizá para siempre. Son ejemplos de detallismo, luz, y, al tiempo, retorno al pasado. Un retorno un tanto imposible, pues ellos ya eran hijos de su tiempo. Más bien, de una excelente recreación de éste.
La famosa "Ofelia" (1852), con Elisabeth Siddal como modelo. A muchos, este cuadro, más que soñar, les provoca malas sensaciones, al ver a la joven en un momento en que le abandona la vida, en que se deja morir, al no poder elegir entre irse con su enamorado, o en obedecer a su padre, pues realizar ambas cosas a la vez, resulta imposible.
"La chica ciega" (1856), donde la fuerza del color y unas figuras bien definidas parecen presentir el futuro nacimiento del impresionismo francés.
"Hojas de otoño" (1856), de la misma época y estilo -las figuras parecen recortadas y pegadas sobre el fondo, con el cielo claro, y el horizonte tan oscuro-, que la chica ciega.
La segunda mujer de su vida, tiene casi tanta miga como la primera. En primer lugar, habría que hablar de John Ruskin. Era un crítico de arte que, al contrario que la mayoría, no tildaba a los prerrafaelitas de, al mismo tiempo, viciosos y amanerados -mucha mujer desnuda, en época en que ver tanta carne no estaba nada bien visto; demasiada mitología, y exceso de olvido de temas religiosos, entiéndase cristianos, personajes importantes del imperio, paisajes británicos, etc.; lo de amanerados, no está demasiado claro de a qué venía. Quizá, por no ser capaces de pintar lo que correspondería a "hombres respetables y decentes"- defendiéndoles en público o en prensa escrita. Esto le atrajo, como no, críticas también para él, que se hizo amigo de los miembros de la Hermandad, y en particular, de Millais. El "problema", es que su mujer, Effie Gray, también se hizo cada vez más amiga del pintor, que con toda seguridad todavía estaba dolido, y fastidiado, por haber perdido a la que consideraba el amor de su vida, que se fue a los brazos de su amigo, en aquella época ya no tanto. Y de la amistad, se pasó a algo más, hasta que Effie decidió separarse de su marido, y marcharse, y más tarde casarse, con Millais, con quién tuvo varios hijos. Aún así, aunque, evidentemente, Ruskin ya no pudo tener la misma relación con Millais, siguió considerándolo y gran pintor, y cuando, a partir de finales de los años 50 del XIX, decidió pasarse al realismo -con multitud de retratos de nobles y burgueses incluidos-, no dejó de considerarlo una desgracia y un error del artista, que abandonaba su estilo propio. Vamos, la defensa del arte por encima de todo, cuernos incluidos. Pero ya se sabe, el arte por el arte está bien, pero el dinero mueve el mundo.
Entre la multitud de cuadros más "comerciales" de Millais, se podría destacar
"La chica ciega" (1856) -en realidad, no tanto, pues aquí, en lugar de tener un estilo en extremo detallista y puntilloso, con una enorme variedad de colores, un preciosismo a la hora de retratar la naturaleza sencillamente extraordinario, opta por unos personajes muy bien definidos, en medio de colores muy definidos que ocupan grandes espacios propios en el cuadro; una especie de "impresionismo británico", quizá, anterior a los impresionistas, que bien podrían haberse inspirado en él-. O bien,
"La sonámbula" (1860), otro ejemplo de los "bloques de color". También empezó a pintar paisajes propios de su país, pero prefiriendo, antes que prados o bosques, o de jardines con flores, espacios desolados, vacíos, inhóspitos.
"Un hugonote" (1852), o la despedida de los amantes.
El caballero errante (1870), sin duda, en su época, una de las obras más polémicas de Millais.
Entre sus retratos, el de John Ruskin (1853-4) -en aquella época, su relación con Millais todavía no era mala, aunque faltaba poco, fue en 1856, cuando su mujer lo dejó para irse con el pintor-, o el de niños, que estaban muy de moda en aquella época, aunque, a ser posible, que tuvieran un aspecto "campestre", o "callejero" -"popular", se diría en la época-, pero a ser posibles, limpios y bien peinados -o sea, claramente irreales; algo curioso, teniendo en cuenta que a Millais y a otros autores los criticaron en no pocas ocasiones, precisamente, de no querer retratar la realidad. Uno de los más famosos fue el llamado
"Burbujas" (1886).
A obras todavía "neo-medievales", como
"Un sueño del pasado" (1857, época todavía temprana en su carrera), se contraponen cuadros como
"El paso del Noroeste" (1874). A cuadros de colores encendidos mezclados con oscuros, donde se representa la naturaleza y la belleza femenina en su versión más inocente, como
"Hojas de otoño" (1856), otro que nos recuerda poéticamente, pero de forma clara, que nadie está en este mundo para siempre, como es
"El valle del descanso" (1858).
"El paso del Noroeste" (1874), o la alegoría del Imperio Británico, cuyos exploradores y marinos llegaban a cualquier parte. El famoso paso -al menos, en aquella época- era, básicamente, la posibilidad de encontrar un camino libre de hielos que fuera desde la Costa Este de Canadá, hasta la parte más occidental de dicho país, fronterizo con Alaska.
"Cenicienta". Quizá, aparentemente, uno de sus cuadros más sencillos, pero en su época, también de los más populares. Aquí, el personaje de cuento es, simplemente, una joven -una niña, prácticamente- que sufre explotación infantil. Como tantos otros niños de aquellos años, que fueron terribles para gran parte de la población, aunque hoy en día poco se recuerde.
Millais, ya feliz padre de familia, pintó y pintó, sobretodo retratos muy académicos, aunque también fue un buen ilustrador -algunas de esas ilustraciones, sobre la biblia, fueron consideradas por su suegro lo suficientemente buenas para hacer, a partir de ellas, vidrieras para una iglesia-, cada vez más alejado de su primera época, hasta que, finalmente, falleció por un cáncer de laringe en 1896, después de haber sido nombrado, paradójicamente, director de la Royal Academy of Art en la que cursó en su juventud, durante la cual no paró de despotricar sobre el conservadurismo de ésta. Probablemente, la academia, con el paso del tiempo, fue abriéndose a nuevos estilos y escuelas. O quizá -y más, teniendo en cuenta el conservadurismo del arte británico, y la costumbre de dicho país de conservar tradiciones lo más puras posibles, por mucho que pase el tiempo- es que Millais, a medida que envejecía, también se fue transformando en un pintor de "la vieja escuela", y su fuego revolucionario se fue apagando poco a poco. Aún así, su arte, prerrafaelita o posterior, sigue existiendo, y haciéndonos recordar una época que ya no volverá, pero que todavía sigue viva en aquellas telas.
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