lunes, 21 de mayo de 2018

Gente de mi ciudad (X): Joaquim Bartrina, el casi olvidado poeta romántico anti-romántico.

Tras un repaso de conciudadanos ilustres o interesantes, me encuentro con uno que hasta dio nombre a un teatro.


Treinta años que no dieron para mucho... o sí.

Hace ya tiempo que no escribo sobre algún reusense más o menos famoso -por lo menos, en la ciudad, porque más allá, la cosa es discutible-, entre otras cosas, porque tampoco hay tantos, y porque, como tantas veces, prefiero hablar de personas que no son de actualidad, o sea, que no están vivas -un poco siniestro, aparentemente, pero nada de eso-. Repasando un poco el listado de los personajes elegidos, y dejando aparte a Gaudí -que por sí mismo podría dedicársele no un blog, sino una serie de ellos-, y al general y presidente del gobierno Joan Prim -que sería, digámoslo así, un personaje poco interesante para cualquier no español-, preferí centrarme sobretodo en pintores. Pero este es un caso aparte, pues se trata de un escritor, y de esos autores que se llaman eclécticos, o todo-terrenos. Se trata de Joaquim Bartrina, famoso en su época sobretodo como poeta -en castellano y catalán, sobretodo, aún siendo catalanoparlante, en el primer idioma-, pero también como dramaturgo, articulista, y hasta traductor. No quiero dedicar demasiado espacio a la prosa, hablando de él, de su vida y obra, sólo lo necesario para que cualquiera que lo lea se pueda hacer una idea de la persona y el personaje. Prefiero dedicarlo a algunos de sus versos, donde él, que siempre rehuyó del romanticismo -al que consideraba anticuado, de otra época-, no deja de transmitir, paradójicamente, cierto neo-romanticismo, entremezclado con su visión racionalista, materialista y un tanto satírica del acelerado mundo de la segunda mitad del siglo XIX que pudo vivir, y observar alrededor suyo.
Como ya se supone, Batrina nació en Reus, en 1850, y murió en Barcelona en 1880, días antes de cumplir los treinta años. Y de tuberculosis, enfermedad poética donde las hubiera -y no sólo por los poetas y otros artistas que sucumbían a ella, sino porque, sobretodo en Gran Bretaña, se consideraba que los artistas tuberculosos, delicados de salud, de aspecto macilento, sensibles al verse cada día cerca de la muerte eran vistos como amantes de especial y siniestro atractivo, como también, alguno de ellos, encontraba atractivas a las jóvenes que sufrían dicho mal. La expresión "belleza tuberculosa" debió usarse en más de una ocasión, sin duda-.
Pero antes de llegar a su muerte, su vida. Estudió en los Escolapios de Reus, y como hijo de la burguesía catalana de clase media, tuvo que ayudar a su padre en diversos negocios, mientras absorbía cultura general y literaria, un poco de todas partes. Fue apuntador en el teatro -oficio ya olvidado, creo-, director de escena en una compañía de teatro aficionado fundada por el mismo en Reus, y en Barcelona, intentó ser periodista, o más bien, articulista.

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El Teatro Bartrina de Reus, que lleva su nombre, acabado de construir en 1918, casi cuarenta años después de la muerte de Bartrina (en 1880). Muy probablemente, él nunca imaginó que un teatro fuera a llevar su nombre.

Desde muy joven -realmente, muriendo casi a los treinta, siempre fue joven-, fue muy crítico con un Romanticismo que consideraba antiguo y desfasado, apoyando el materialismo de la época, donde la ciencia, la investigación y la tecnología daban a descubrir, o traían al mundo, nuevos descubrimientos e inventos casi año, por año. Sólo que él, además de creer en el materialismo científico, decidió ponerlo en práctica en la literatura, escribiendo -y publicando- versos dedicados, precisamente, a la ciencia y al nuevo mundo por venir, donde Dios y la religión poco espacio deberían tener, aunque él, que se consideraba ateo, más bien demuestra cierto agnosticismo, cierta duda, al pensar en si, más allá de los átomos o los astros del universo, pudiera haber algo más. Muchos lo consideran uno de los precursores del Futurismo, aunque la obra de Marinetti y sus contemporáneos no contenía humor o ironía, sino una energía en ocasiones radical, violenta, que acabó en un apoyo al fascismo de Mussolini que Bartrina, sin duda, no habría compartido.
Si hay que nombrar el título de sus poemarios, nos encontramos que sus recopilaciones de versos se reducen a tres libros, que en ocasiones se publicaron como uno solo: "Algo" (1876), "De ommi re scibili", y "Epístola", quizá la mejor -y última- de sus obras. También, antes de todas ellas, escribió unas "Páginas de amor", pero no deja de ser una obra primeriza.

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Un retrato a lápiz de Batrina (izq.), y un busto dedicado a él en la Plaza Catalunya de Reus -quizá sería más lógico que dicho busto estuviera en la Plaza del Teatro, donde se encuentra la entrada del Teatro Bartrina, y que dicha plaza llevara a su nombre, pero eso son cosas del callejero).

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Esta fotografía de Reus del siglo XIX es de 1899, posterior a la muerte de Bartrina, y refleja un día de mercado en la Plaza del Mercadal -de ahí el nombre-, donde se encuentra el ayuntamiento. En tiempos del poeta y dramaturgo, el mercado no debió ser muy distinto a lo que se puede ver en la imagen.

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Bartrina fue gran admirador -y conocedor- de Darwin y su teoría de la evolución. Fue precisamente él, quién tradujo su obra al castellano por primera vez. La influencia del científico británico acabó notándose, incluso, en la obra y los artículos de Bartrina.

De hecho, si en España se le consideró poeta de vanguardia, fue por esa curiosa habilidad para entremezclar poesía lírica -y romántica, por mucho que le costara reconocerlo- con admiración hacia una ciencia que siempre le interesó y estudió, pues además de poeta -entre otras cosas-, fue traductor. Lo fue, sobretodo, de Charles Darwin, de su obra "El origen del hombre: la selección natural y la sexual", y el biólogo británico influyó, y mucho, en su positivismo cientifista, y su ninguneo de la visión creacionista que la iglesia católica -todas las iglesias, realmente- defendía obstinadamente. 
Aparte de poesía, articulismo cultural y artístico, y traducción, Bartrina escribió obras de teatro. Al fin y al cabo, era el teatro popular -también la ópera para minorías con un nivel económico más alto, si se tenía suficiente éxito, al menos- el que reportaba más ingresos, por encima de los versos -otra cosa sería la prosa-, y escribió un par de obras, que no dejan de ser llamativas: una, fue "El nuevo Tenorio", donde intentaba dar continuidad a la historia de Juan Tenorio, y "La dama de las camelias", en que adaptó la novela de Alexandre Dumas hijo al teatro. Podría haber escrito zarzuelas originales en argumento, pero repetitivas en personajes y situaciones, pero prefirió imaginar, sí, zarzuelas -el teatro musical que atraía a la población española a los teatros por encima de cualquier otro estilo-, pero originales, con sello propio. Aunque, por lo poco que se sabe, no debió tener gran éxito.
A pesar de todo ello, cuando el Centre de Lectura de Reus -asociación cultural privada, que todavía existe- decidió sustituir su primer y pequeño teatro por otro mayor, que abrió finalmente en 1918, los socios decidieron que llevara el nombre del joven poeta y dramaturgo, todavía bastante recordado y conocido. Pasados los años, las décadas, Bartrina es un casi desconocido en España, y en Cataluña en particular, tampoco es que sea muy conocido, más allá de su nombre, por mucho que en la galería de catalanes ilustres de Barcelona cuelgue un retrato suyo, obra de José Cuchy Arnau. Quizá ese es el destino de los vanguardistas que, además, murió demasiado pronto.
Nadie podrá saber qué habría sido de Bartrina en caso de haber vivido veinte o treinta años más. Tal vez seguiría siendo un personaje casi olvidado -en Reus, Bartrina es, básicamente, un teatro, y no poca gente, yo también hasta no hace tantos años, piensa que fue él el impulsor de que se construyera-, o tal vez no. Eso no es posible saberlo, como sí se puede imaginar en caso de otro artista reusense muerto demasiado joven: Marià Fortuny, que, en el momento de fallecer, ya era considerado como un pintor de fama europea, y que iba camino de convertirse en una figura de primer orden, de haber vivido lo suficiente.

Y ahora, unos cuantos versos. Estos demuestran que, además de republicano catalanista y anti-clerical -criticó a la iglesia, y sobretodo a los curas, en artículos y en público-, no dejaba de sentirse español, sin dejar por ello de ser crítico con sus compatriotas:

Oyendo hablar un hombre, fácil es
saber dónde vio la luz del sol.
Si alaba Inglaterra, será inglés.
Si reniega de Prusia, es un francés.
Y si habla mal de España... es español.


Aquí, describiendo la dificultad de la gente de no conformarse con lo que es, y con lo que tiene:

Casos comunes.

Juan envidia de Bruno la nobleza,
y Bruno a Juan envidia la riqueza;
ambos envidian a Luis la calma,
y éste envidia a los dos, con toda el alma,
honores y fortuna ¡qué simpleza!
Bruno con lo de Juan feliz sería,
Juan sería feliz con lo de Bruno;
lo de Luis a los dos contentaría,
y a Luis feliz lo de los dos haría;
¡y con lo propio no es feliz ninguno!
Podemos deducir de estos extremos
que, de la vida atados en el potro,
felicidad es lo que no tenemos.
Tal vez mejor diremos:
felicidad es lo que tiene el otro.

En los versos de "Un viaje fantástico", en su libro "Algo", filosofa sobre la felicidad, o lo que consideramos como tal:

(...)
"Nuestra vida pobre y triste
sólo en un punto consiste,
que fijó la suerte ciega
entre un ayer que no existe
y un mañana que no llega.
Y cansados de no ver
el goce en nuestro alrededor,
en nuestro cruel padecer
sólo llamamos placer
a la escasez de dolor".
(...)

En sus "Fabulitas", que son pequeñas historias en verso, cuenta, con más humor del acostumbrado en poesía -quizá, por su deseo de retratar el mundo material, mundano-, esta historia:

Quiso un tal Juan, que por imbécil brilla,
hacer una tortilla,
y para dar con el procedimiento
preguntolo a una criada de talento.
-Basta para ello -respondió la tal-
una sartén, aceite, un huevo y sal.
Cogió Juan la sartén, la puso al fuego,
de sal llenola y luego
partió un huevo a su modo
y puso en la sartén cáscara y todo;
la sartén roció al punto con aceite
y aguardó el resultado con deleite.
Al cabo de un buen rato
ya el todo humeaba y repugnante hedía.
Juan lo de la sartén vertió en un plato
por ver lo que saldría, 
y salió... una solemne porquería.
Ten enseñará esta fábula alegórica
que, a menos de que salgan muy perversos, 
no bastan para hacer bonitos versos
las reglas de un tratado de retórica.

También creo los Arabescos, consistentes en pequeños poemas de pocos versos, que van unidos, seguidos, y que se leen de un tirón. Hizo varias series, y en la primera de éstas, estos fueron uno de esos "encadenados", arabescos que iban unidos, unos a otros, como si fueran una auténtica cadena poética:

Dice la Biblia que al crear al hombre
hízole Dios de polvo;
más, de seguro que antes llovería,
y Dios en lugar de polvo cogió lodo.


Sobre las fuentes, en parte vienen de la Wikipedia -sobretodo en catalán, por ser más completa la información-, también de un artículo del diario "La Vanguardia", del que pongo aquí un enlace, y de la web biblioteca.org, donde pude encontrar un libro con, si no toda su obra -no pude leerlo entero, por ser muy largo-, sí una extensa antología, así que también pongo un enlace.

Y nada más. Si así consigo que la obra de Bartrina sea un poco más conocida, ya está bien el tiempo que he tardado en escribir esta entrada.