jueves, 25 de diciembre de 2014


Un villancico alternativo y clásico al tiempo: Bing Crosby & David Bowie cantando "The little drummer boy".

"The little drummer boy", o "El pequeño tamborilero", como aquí diríamos. Se trata de un especial de 1977 de la cadena norteamericana CBS, donde cantaban a dúo el rey del glam rock, y estrella del rock en general y sin etiquetas, David Bowie, con el veteranísimo clooner  y clásico de la canción popular estadounidense Bing Crosby, que por cierto, fallecería sólo un mes después de la grabación, y que no lo vería en forma de disco. En teoría, parecía una mezcla que no podía funcionar demasiado bien, pero aún teniendo en cuenta el poquísimo tiempo que tuvieron para ensayar -sobretodo Bowie-, la cosa salió mucho mejor de lo que podría pensarse. En realidad, ha acabado transformándose en un clásico de los villacincos, incluso para los que -como yo- no son precisamente simpatizantes de este "subgénero" navideño.


Más adelante saldría en forma de single -o sea, de vinilo, algo que hoy en día nos parece tan lejano, y tan querido por no pocos coleccionistas-, y la canción se presentaría como "Peace on Earth/Little drummer boy", debido, sobretodo, porque Bowie adaptó algo la canción para que sonara mejor. Bueno, pues nada más, ahí queda el vídeo, y abajo, una foto del disco posterior, ahora tan buscado como casi inencontrable -al menos, fuera del mundo anglosajón.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Los prerrafaelitas (VII): Edward John Poynter, ilustrador de los mitos clásicos.

E.J. Poynter, quizá el pintor que mejor supo retratar los mitos de la cultura clásica greco-latina.



Sir Edward John Poynter (1836, en París-1919, en Londres; a la derecha, un retrato realizado por su cuñado Burne-Jones), nacido en París -de casualidad, pues sus padres y familia eran británicos-, fue otro ejemplo claro de lo que fueron los pintores prerrafaelitas, si bien muchos críticos e historiadores del arte lo consideran, básicamente, un "academicista" -o sea, un pintor poco dado al rupturismo-, que de una u otra forma, se acabó acercando al prerrafaelismo, aunque eso, realmente, sea lo de menos. Interesado desde siempre en la mitología greco-latina, o clásica, como también se le llamaba, no dudó en pintar no sólo a personajes o relatos concernientes a ésta, sino también escenas más "costumbristas" del mundo antiguo, incluyendo también el  Egipto faraónico -no sería el único, como ya se habrá visto-, así como a otros contemporáneos a su época. Aún así, la mitología griega -la romana no dejaba de ser, realmente, una reinvención de la primera- fue su tema favorito, aunque en ocasiones, también tuviera que hacer cuadros más conservadores. Y esta palabra, conservador, no es casual, pues a Poynter le agradaba pintar mujeres hermosas, sensuales y, en general, ligeras de ropa. Y no sólo en los personajes femeninos reflejaría su deseo re representar la belleza. No dudaría tampoco en fondos o escenas naturales, históricas, etc. Porque la búsqueda de eso mismo, la belleza, en color, la luz, es lo que todos los prerrafaelitas buscaban.

"La visita de la reina de Saba al rey Salomón" (1875), un clásico en muchos sentidos -de recreación más o menos histórica, como tema bíblico de lo más exótico, y también como cuadro reproducido en no pocas ocasiones en las sedes y templos de las logias masónicas de medio mundo-.

"Funchal", la capital de la isla portuguesa de Madeira, en el Atlántico. Una rareza en la carrera de Poynter, pues se trata de una pintura de una población vista desde lejos, sin personaje humano alguno, ni tan siquiera como detalle secundario.


"Moisés golpea la roca" (1865), es un ejemplo de grabado -también era ilustrador y dibujante, además de pintor- para una biblia ilustrada.


La vida y la obra de un pintor "alternativo", que llegó a ser orgullo de la Royal Academy.

Hijo de un arquitecto, nació, como ya se dijo, en París, pero en poco tiempo la familia regresó a Inglaterra, donde Poynter viviría gran parte de su vida. Estudió en la Universidad de Brighton, pero problemas de salud, tan habituales en un país húmedo y de continuas lluvias como la Gran Bretaña, en una época en que la medicina avanzaba con rapidez, pero que todavía tenía mucho que mejorar, hicieron que pasara temporadas en Italia y Madeira, en el Atlántico. 
Conoció entonces (1853) a Frederick Leighton en Roma -otro gran retratista de mitos antiguos y mujeres exuberantes; al menos, para la época-, que fue, con toda seguridad, la persona que más hizo para que se lanzara de lleno al mundo artístico, tanto -sobretodo- a la pintura, como también, de forma casi natural, al dibujo y al diseño. También tuvo relación con el norteamericano James McNeill Whistler -quizá, más original que cualquiera de los que luego serían prerrafaelitas, y del cual, seguramente, no recibiría ni de lejos la misma influencia-. Como otros muchos, estudió también en la Royal Academy, y tras ello partió a París, donde entró en el estudio del pintor clasicista Charles Greyredonde. Casado en 1866 y con tres hijos, no tuvo una vida familiar movida, aunque sus hermanas le emparentaron con personajes famosos de la época -una de ellas fue esposa del artista Edward Burne-Jones, que también es incluido en el grupo de los prerrafaelitas, aunque él tenía un estilo un tanto particular, más "medievalista" en algunos casos-; otra fue madre del escritor Rudyard Kipling -el "escritor del Imperio Británico" por antonomasia-; y una tercera, madre también, del que sería primer ministro de Gran Bretaña Stanley Baldwin -si bien no pudo conocer, debido a la diferencia de edad, la totalidad de los éxitos literarios o políticos de sus famosos sobrinos-.

"Andrómeda" (1869), una de las obras que han pasado con mayor éxito a la posteridad, y que, en aquella época y lugar -la Gran Bretaña Victoriana-, no dejó de ser un escándalo. Sin embargo, ello no impidio a Poynter hacerse un hueco importante entre los más destacados artistas de su tiempo.

"La cueva de las ninfas de la tormenta" (1903). En aquella época, el pintor ya era una celebridad que estaba un poco a vueltas de todo, así que podía podía permitirse pintar casi lo que le viniera en gana.

Ingresó en la Royal Academy en 1876 -desde 1869, era asociado, que venía a ser una especie de socio de segunda, o puesto a prueba-, y tras la muerte de John Millais, fue elegido en 1896 presidente de la misma.  También consiguió ser nombrado caballero, o sir, y en 1902, baronet, que sería el equivalente a la baja nobleza. Aquello significaba tener las puertas de la política abiertas, aunque él no se interesó por ello, aparte de poder recibir una pensión del gobierno. Fue uno de los primeros artistas, como también su amigo de adolescencia Leighton, en ser nombrado sir, lo que significó un reconocimiento social considerable para pintores, escultores, etc. A partir de ese momento, junto a arquitectos y escritores, todos ellos serían considerados orgullo del imperio, y parte de lo que no sólo los reyes y políticos, sino gran parte del pueblo británico -incluyendo no pocos ciudadanos considerados progresistas o casi revolucionarios- veían como las joyas -humanas, pero joyas al fin y al cabo- que más brillaban dentro de la que creían mejor y superior cultura entre todas las que había en el mundo en aquella época. Como en tiempos del Imperio Romano, la cultura se alió con el poder político y militar, y con el orgullo patrio, aún en el caso de que no pocos de los artistas que la creaban y de la que formaban parte fueses apolíticos, críticos con el gobierno o, como mínimo, de ideas nacionalistas moderadas.

"El rincón en la plaza del mercado" (1887). Aquí, la imagen es bien distinta y mas comedida: se trataría de un retrato más o menos "doméstico" -lleno de luz, de flores, jugando con los colores y brillos y sombras de los distintos mármoles, siempre relacionados con la antigua Roma- de una Antigüedad transformada en una Edad de Oro perdida para siempre.

Parte de sus obras históricas serían consideradas clásicas y representativas de toda una época, de ahí que, a pesar de ciertas temáticas un tanto "incómodas", llegara a ser presidente de la Royal Academy. Es el caso de "Israel en Egipto" (1867), o "San Jorge de Inglaterra" (1869) -que se encuentra en el vestíbulo principal del Palacio de Westmnster, y que representa al santo patrón de Inglaterra en su lucha contra el dragón-, o "La visita de la reina de Saba al rey Salomón" (1875) y "El rey Salomón" (1890). Respecto a lo que serían sus obras de tema claramente mitológico, "Orfeo y Eurídice", y "Andrómeda" (1869), serían dos de las más conocidas.
Se le supone masón, debido a los cuadros dedicados al rey Salomón y a su mesa -objeto, por lo demás, totalmente legendario, y que algunos supusieron tanto en la Roma de los césares, después del saqueo del templo de Jerusalén, como en la antigua España conquistada por los musulmanes, aunque eso ya sería otra historia-, y a su relación con su sobrino Kipling. En realidad, en no pocos templos de logias masónicas se pueden encontrar reproducciones de "La visita de la reina de Saba al rey Salomón".

"Una tarde en casa -o en el hogar, según como quiera traducirse-". Uno de los escasos ejemplos de un retrato contemporáneo -del pintor, se entiende-: una joven leyendo a la luz de una lámpara; una luz en medio de la penumbra de la habitación. Y además,como toque de modernidad, nada menos que una luz eléctrica. Una rareza, en aquella época.

"En el jardín" (1901), otro caso de "retrato contemporáneo". Aquí, sin embargo, el personaje femenino, humano, no deja de ser un detalle frente al protagonista real del cuadro: la naturaleza, en forma de inabarcable jardín.

"Israel en Egipto" (1867), sería un cuadro, al tiempo, de temática histórica -al menos, en aquella época nadie dudaba de que el Éxodo de los hebreos conocidos aquí como "Israel", era un hecho histórico irrefutable-, y, a la vez, una forma de retratar el Egipto faraónico, que seguramente es lo que más interesaba a Poynter. Lo que ahora se llamaría "reconstrucción histórica".




viernes, 12 de diciembre de 2014

Jacques Tardi (II): Los géneros y los personajes principales: el folletín.

En esta segunda parte, su visión del folletín en su doble vertiente: el fantástico durante la "Belle époque", y el histórico de "El grito del pueblo".


En la primera entrada dedicada a Tardi, básicamente se habló por encima sobre su vida, sus ideas políticas -o su visión del mundo, un tanto fuera de la política-, y se habla de obras que, en sí mismas, no forman parte clara de ningún tema o grupo que incluyera trabajos que contaran con los mismos personajes o temática. 
En esta segunda, se hablará de sus tres temas preferidos, aunque aquí pueda dividirlos en cuatro, por una razón que explicaré en este párrafo: la Primera Guerra Mundial, en la que participó su abuelo, y donde podría incluirse también su único álbum -por ahora, pues hay otro por salir, no se sabe todavía exactamente cuando- sobre la II; el género negro, tanto los álbumes protagonizados por Nestor Burma, como otros independientes y con un estilo más "moderno"; y por último, el folletín, que incluiría las aventuras de Adèle Blanc-Sec, de Brindavoine -finalmente, los caminos de una y otro acabarían por entrecruzarse-, y "El demonio de los mares". Aquí, también, en teoría, deberían ir los cuatro álbumes que forman la obra -quizá la más ambiciosa, y que ha sido finalmente publicada en forma de recopilatorio casi de obligada lectura para cualquier seguidor del autor- "El grito del pueblo", sobre la Comuna de París. Sin embargo, tratándose de un relato con características y origen distintos al resto, prefiero dejarlo para el final, como un cuarto tema tratado en más de una ocasión, aunque actualmente, como ya se ha dicho, se venda como un libro de los llamados "integral", y no en su forma original, de cuatro capítulos o partes.
Ahora, después del preámbulo, entremos en materia.


Adèle Blan-Sec, Brindavoine y compañía. La loca alegría del folletín de la "Belle époque".

En determinado momento, se le pidió a Tardi que creara algún tipo de "personaje referencial" o carismático. Alguien de quién pudiera hacerse algún tipo de serie de álbumes, que fuera reconocible por el gran público. En resumidas cuentas, que su nombre y el de su autor tuvieran una clara relación, como Tintin y Hergé, o Asterix con Uderzo y Goscinny.

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Una viñeta de "Adiós Brindavoine": El personaje en un lugar indefinido de Afganistán, o al menos, el Asia Central. El exotismo era algo habitual en la nueva historieta de la época. Y si aquellos lejanos países y ciudades eran retratados con realismo y fidelidad, mejor que mejor.

El "Palacio de hierro", pura arquitectura industrial,  donde el fotógrafo Brindavoine sería trasladado de forma misteriosa, y que finalmente sería asaltado y destruido por las tribus nómadas de las tierras afganas donde fue levantado, buscando, con seguridad, el pasar inadvertido por las potencias occidentales.

Ese personaje fue Brindavoine, y su primera historia -que debía haber sido el primero de varios álbumes-, publicada en 1974 por la belga Casterman -como gran parte de su obra- se llamaría "Adiós Brindavoine". Se trata de un relato bastante curioso, como mínimo, donde el protagonista, aparentemente un tipo debilucho y un poco cobarde, aunque buena persona, es literalmente arrancado de su cómoda vida parisina para ser arrastrado a un exótico Afganistán, donde se las tendrá que ver con un tirano anciano y enfermo, rodeado de siniestros personajes -unos, físicamente tan débiles como cobardes; los otros, matones y personajes nada recomendables-, que vive en un palacio metálico en medio del desierto, siempre en riesgo de ser conquistado por los salvajes habitantes del lugar. La historia no es que tuviera demasiado éxito en revista, y cuando Tardi inició una segunda historia de Brindavoine -ese personaje delgado, alto y desgarbado, con gafas y traje gastado y pasado de moda que parece irle siempre grande, y que, con diversos nombres y oficios, y sin apenas cambios físicos, parece repetirse en diversos trabajos del autor, bien distintos entre sí-, cuyas aventuras transcurrían en plena I Guerra Mundial, las escasa ventas del álbum -que, con el tiempo, ha seguido teniendo modestas pero continuas tiradas, transformado casi en una rareza buscada por coleccionistas y seguidores del autor-  fueron la causa de que se le "convenciera", o forzara, a dejarla inacabada.

Una portada -superpoblada de personajes", de "El misterio de la Salamandra", donde Adèle Blanc-Sec y Brindavoine se entrecruzarán para siempre.

Una página de "La rosa y el fusil", donde "la patria", en forma de estatua de su personificación en una guerrida y brutal Marianne, obliga al pobre soldado Brindavoine que vuelva a la lucha.

Esta sería "La rosa y el fusil" -también de 1974-, y debido a que sólo contaba diez páginas, desde ese momento, se publicaba siempre junto a "Adiós Brindavoine". Parece que, excepto la historia ambientada en la Gran Guerra, el personaje ha ido siendo poco a poco olvidado por Tardi, que incluso reconoció que "Adiós..." no deja de ser una especie de "pecado de juventud", un experimento en temática y dibujo, que, una vez revisado -al menos, en mi opinión de aficionado al trabajo de Tardi- no ha envejecido nada mal y que, además, muestra la ruptura del cómic franco-belga con la llamada "linea clara", y con temáticas y estilo que, hoy en día, podrían parecer -como le parecieron también en los 70 y 80 a no pocos autores- bastante pasados de moda. Brindavoine es un anti-héroe, y en "La flor y el fusil" no es más que un soldado que no sabe qué demonios está defendiendo -¿patria, religión, gobierno?-, lo que sirve de excusa al autor para atacar todo lo que considera "intocable", la sociedad burguesa e hipócrita que habla de patriotismo, mientras manda a millones de jóvenes a luchar, matar y morir en lo que fue -hasta la Guerra Mundial siguiente- el mayor matadero de la historia humana. Aunque Tardi no pudo acabar dicha historia, la primera sobre la guerra en la que intervino su abuelo paterno, sí que hizo aparecer, años más tarde, a Brindavoine en el mundo de Adèle Blanc-Sec. Para ser más exacto, en el álbum "El secreto de la Salamandra", donde la protagonista, realmente, sólo aparece en la historia final, resucitada de una muerte a la que esquiva gracias a la tecnología -fantástica, como cualquier máquina folletinesca-, despertando en un mundo nuevo, más moderno y cruel, arrasado por la guerra. Una guerra que ya no era la suya, habitante de una época ya perdida, la anterior al conflicto, donde todo el mundo era más inocente. Y tal vez, y por eso el desastre que arrasó a Europa se extendió con tanta facilidad, más fácil de engañar. Más adelante, Brindavoine aparecería en otras aventuras de la joven periodista y escritora -como no- de novelas por entregas -folletines, sí, al fin y al cabo-, haciendo que el mundo de Blanc-Sec, y el de Brindavoine, se fusionen en uno solo.
Pero, al tiempo, Tardi también publicaría, directamente en forma de álbum, uno de sus trabajos más originales, fantásticos y atractivos "El demonio de los hielos", también en el año 1974 -si bien, parece que llevaba ya tiempo enfrascado en su creación. Aquí, mezcla la novela de aventuras científicas con algo tan difícil de pasar al cómic como es el grabado, herencia mezclada, reconocible, tanto de Jules Verne -el creador, como decían erróneamente los británicos, del "romance científico", traduciendo como romance el francés "roman", que en realidad significa, simplemente, novela-, con el legendario arte de un Gustave Doré, el rey -sin duda- del grabado, cuyo trabajo a servido para ilustrar tantas y tantas obras, durante siglos. Aquí se puede observar tanto un ejemplo de lo que, años después, sería conocido como "steam-punk", con el pesimismo que siempre ha sentido Tardi a la hora de retratar a la sociedad humana en su sentido más amplio -y más todavía, a su patria, pues si bien él siempre se ha sentido francés, no duda en atizar con dureza a todo lo que le parece corrupto y falso-. Aquel optimismo cientifista que tenían Verne, Wells y otros muchos, en Tardi, hombre del siglo XX, que sabe bien lo que esa "maravillosa ciencia" puede hacer en los campos de batalla -él, hijo y nieto de soldados en dos guerras mundiales-, no tiene cabida. No es que no quiera aceptarlo. Muy probablemente, es que no puede. Aquí, vemos una extraña amenaza que, como Nautilus del capitán Nemo, hunde barcos en todos los océanos del mundo -sobretodo, en aguas del Norte-, pero, lejos de criminalizar o criticar con dureza a los que consideraríamos malvados, más bien los comprende, mientras que el protagonista -que, como no, tiene algo más que simple semejanza con Brindavoine- más bien parece un pobre tipo que sirve de excusa para que la historia avance, y se nos explique qué hay detrás de los misteriosos hundimientos. Podría explicar algo más, pero creo que este álbum, que es auto-conclusivo, es de los más interesantes para cualquiera que desee conocer la parte menos social de la obra de Tardi. Eso, y alucinar con las imágenes de un mundo que ya no existe, con grabados que parecen pura magia, con los protagonistas moviéndose por ellos como si fuera en un sueño de tinta china.

Dos ejemplos de la fusión entre grabado y cómic de "El demonio de los hielos", una obra neo-verniana, pero sin el optimismo de un siglo XIX lleno de maravillas tecnológicas.


En 1976 Tardi crearía al que sería -y sigue siendo- su personaje más popular, no sólo por el gran número de historias largas que protagonizaría, sino también por su éxito de ventas y crítica, por la forma en que ha perdurado su recuerdo -a pesar de que, en los últimos años, apenas ha salido al mercado un nuevo álbum- y por, dentro de lo que cabe, su originalidad, amén del carisma que detenta: Adèle Blanc-Sec, escritora y protagonista, al tiempo de folletines.
Su primera historia sería "Adèle y la bestia" (1976), donde se presenta al personaje, y el mundo en el que se mueve. Adèle es una mujer independiente, con fuerte personalidad, que se las ve y se las desea con su editor para publicar sus historias sobre monstruos, momias, brujos y sectas satánicas -más o menos, lo mismo que se encontrará en las calles, y bajo ellas, de la "Ciudad Luz"-, que vive sola -o no tan sola, pues tiene a una momia en el comedor, y la trata como si fuera, como quién dice, un amigo que no da mucha conversación, pero tampoco dolores de cabeza- y que, si no tiene ni novio, ni líos amatorios, ni sexo -algo curioso esto último, teniendo en cuenta que Tardi nunca tendría problema, ni antes ni después de esta primera historia de Adèle, en representar relaciones sexuales de todo tipo- básicamente, por una poderosa razón: no le da la real gana, pues ella prefiere mantenerse siempre independiente. No sufre la soledad, sino que la disfruta, aunque a lo largo de sus historias, se cruzarán en su camino todo tipo de personajes. Algo, por lo demás, muy habitual del folletín: toda una serie de personajes principales, secundarios o casi accesorios, que nunca se acaba de saber de donde salen ni que pintan realmente en la historia, pero que le dan más colorido, pero también algo de confusión, sobretodo, a la hora de intentar recordar todos los nombres -algo que a mí, personalmente, se me antoja un tanto complicado, si se trata de nombres o apellidos franceses-.

La portada de "Adèle y la bestia", que ha acabado siendo uno de los iconos de la serie.

Adèle en "El sabio loco", donde el resucitado pitecántropo no es, en absoluto, el más primitivo de todos los homínidos que pasan por la historia.

En esta primera aventura, repito lo de primera, la bestia en particular es un pterodáctilo que ha nacido de un huevo fosilizado que, debido a una ciencia que parece salida en lo que Maurice Renard -tanto tiempo hace, que se habló de él en este blog..., o ese me lo parece- llamaba "científico-maravilloso", donde la ciencia y la magia parecen ser dos caras de la misma moneda, pues una y otra son capaces del mayor de los prodigios. Adèle, que más que vivir aventuras, le caen encima, acaba averiguando el origen de la bestia prehistórica, culpable de varias muertes de ciudadanos parisinos, ante la completa incapacidad del comisario Caponi -otro personaje que será habitual en sus aventuras- que sirve a Tardi para criticar, de nuevo, a lo que llamamos "fuerzas de seguridad del estado", aunque aquí, al menos, el policía en cuestión sólo es un inútil y un vago, y no algo peor.
En el mismo año, vendría "El demonio de la torre Eiffel", donde aparece el monstruo -o demonio- Pazuzu, y Adèle se las verá -otro clásico de las novelas por entregas decimonónicas, francesas o británicas- con una misteriosa secta que aparentemente tiene influencia de la antigua religión egipcia, pero que pone de punta los pelos de la ciudadanía bienpensante, básicamente, por su más que criticable costumbre de realizar sacrificios humanos. Aquí también, Tardi demuestra que se lo pasa en grande dibujando a Adèle y compañía, inventando enemigos o peligros tan inverosímiles como carismáticos, dando vueltas de guión, riéndose de historias que no se pueden tomar en serio, y, en definitiva, haciendo disfrutar a cualquier amante del cómic franco-belga y europeo en particular, y del cómic en general. En 1977, llegará "El sabio loco", donde se las verá, como da a entender el título, con un "evil doctor", uno de esos científicos que juegan a ser Dios -desde el doctor Franckenstein, hasta el Lerne de Renard, pasando por no pocos doctores orientales de las películas de Gotzila y compañía que la compañía japonesa Tojo hacía como churros durante décadas- y que tiene la peregrina idea -o no- de resucitar a un homínido, un "hombre-mono", que resulta ser, contra todo pronóstico, un perfecto caballero, que si desentona en el París de un naciente siglo XX, no es por su barbarie sino, curiosamente, por ser demasiado buena persona. En 1978, "Momias enloquecidas", donde el vendado compañero de piso de Adèle -que resulta tener una hermana, que aparece de un día para otro- acaba teniendo su importancia, se asiste a una resurección de momias, y que sería parte del material usado para la película que, años después, se haría sobre el personaje.

Adèle en la portada de "El misterio de la salamandra". Nunca se vería tan acompañada en una sola viñeta. Otra cosa es que dichas compañías sean más o menos recomendables.

Habría que esperar hasta 1981 para poder leer una próxima aventura de la sinpar escritora -que no está demasiado claro cuando tiene tiempo de ejercer de tal-. En la historia anterior -espero no fastidiar a nadie con el spoiler-, Adèle, aparentmente, muere, pero permanece en estado de hibernación -o de criogénesis, según se mire-, por lo que en "El secreto de la salamandra", Adèle sólo aparecerá en la última página de la historia. Historia en la que aparecerá, por primera vez, el bueno de Brindavoine. Así, Tardi, que aún es capaz de hacer una buena y enrevesada historia -aparte de una de sus mejores y más superpobladas portadas-, introduce a un personaje por el que ha dicho en más de una ocasión que siente gran simpatía, pero que hacía mucho -desde la fallida "La flor y el fusil"- tenía abandonado, aunque, por lo que se vería, no olvidado. A partir de ahí, el ex-soldado, ahora manco por una herida que él mismo se provocó para librarse de la carnicería de la Gran Guerra, entraría a formar parte del mismo universo de Adèle. Universo del que también forma parte, aunque sea de forma modesta, "El demonio de los hielos"; y esto es así, porque en sus historias, dicho álbum es, en realidad, un libro de ciencia-ficción primigenia, al estilo de los de Verne, y un auténtico super-ventas.
"El ahogado de dos cabezas" (1985) significaría varios cambios: el primero, que Adèle, hija de la "Belle époque" y de la alegría de vivir en unos tiempos de bonanzas, adelantos científicos, y confianza en el futuro de la humanidad, y que murió en los estertores de dicha mitificada época, despertaría en un mundo nuevo, que ha sufrido un terrible conflicto militar que casi destruye Europa. El segundo, que Tardi demuestra haber perdido bastante interés en seguir con las aventuras de su heroína más famosa,  y sus historias se van espaciando en el tiempo cada vez más y más. Aún se puede ver el peligro de una ciencia que parece magia negra, según en qué manos esté; también, la corrupción de un estado asesino, que poco antes ha sacrificado innumerables vidas en nombre de la patria, la religión y una bandera que a Adèle le provoca asco y pavor al tiempo. Pero poco a poco, la joven, que tras despertarse en un nuevo tiempo, decide cortarse el pelo y cambiar de vestuario, empieza a cansar a Tardi, que le resulta una buena forma de ganar dinero, y le sirve para publicar historias más a su gusto, pero quizá también menos comerciales, es cierto, pero que también parece resultar un escollo para dedicarse a nuevos proyectos, pues el autor nunca se ha querido dedicar a un solo tema en particular. Aunque, incluso, nos parezca que Adèle puede llegar, si no a enamorarse, sí a interesarse por un hombre -al que intentará salvar de una ejecución por un crimen que no ha cometido-, y todavía presenta seres como unos extraños animales acuáticos que habitan las profundidades de las lóbregas alcantarillas parisinas, llega el momento en que se nota la desgana, y que Tardi ya no está por lo que tiene que estar.

En "El misterio de las prufundidades", Tardi aprovecha el interés de los europeos de hace un siglo o más, por la ciencia y el descubrimiento de nuevos animales o plantas. A pesar del cientifismo de la época, no poca gente -y gente culta, parte de ella- soñaba, incluso estaba segura, de que antes o después, se encontrarían terribles monstruos en las profundidades o selvas que poco a poco se iban explorando.

Una de las mejores páginas de "El ahogado de dos cabezas", donde un misterioso ente campa a sus anchas por París, aunque en no pocas ocasiones, pasando desapercibido. Y de paso, una excusa de Tardi para dibujar trenes, algo que hace siempre que puede -su padre trabajó para el ferrocarril, y se aficiono a ello siendo niño-.

En 1994 vendría "Todos monstruos", en 1998 "El misterio de las profundidades", y finalmente, o no, en 2007, "El laberinto infernal". Si en las dos primeras, aún vemos una historia propiamente dicha, la última es un tanto curiosa, y, para no pocos seguidores de la serie, un poco decepcionante, pues, en un dibujo un tanto más parecido al de las primeras historias, no parece suceder realmente nada. Explicándolo mejor: se ve a todo tipo de antiguos y nuevos enemigos de Adèle planeando como acabar con ella, se sabe de una extraña apidemia de gripe aparentemente incurable -y que parece transformarse en algo peor, si se consume cierta supuesta medicina-, y por ahí anda una mano misteriosa sin dueño, y una bestia que devora gente pero, finalmente, no parece haber forma de saber qué es lo que ha pasado. Y la razón es simple, tanto como que es la primera parte de un díptico. Pero cuando llegará la segunda parte al mercado... eso no se sabe. Han pasado ya siete años, pero como entre la penúltima historia y la última pasaron nueve, pues no hay forma de saber cuando Tardi volverá, se supone que, esta vez sí, por última vez, a dibujar a su amiga de media vida. Eso sí, si lo hace, será más porque la editorial Casterman, y sus muchos seguidores le fuercen a ello, que porque él quiera. En realidad la misma Blanc-Sec dice, al principio de su última obra que ella tampoco quiere estar ahí, y que no sabe realmente qué es lo que hace allá, en un tejado bajo un cielo lleno de humo. Algunos, incluso, hablan de "la aventura perdida de Adèle", pero no creemos que Tardi sea tan poco serio como para dejar el serial inconcluso. Y si no, tal vez, en un futuro, veamos a la escritora dibujada y guionizada por otros autores, como el mismísimo Asterix. Al tiempo.

"Todos monstruos", transformado en una especie de vodevil, con multitud de extraños y enloquecidos personajes que entran y salen a cada momento de la historia principal.

Parte de la primera página de "El laberinto infernal", donde una Adèle con nuevo look -el pelo más corto, y sin sombreros emplumados- nos dice, mirando cara a cara al lector, que ella tampoco sabe qué está haciendo ahí, entre chimeneas y columnas de humo, y que no es que se encuentre demasiado cómoda, precisamente.

Adèle Blanc-Sec ha sido llevada al cine en una ocasión, en 2010, nada menos que por Luc Besson, admirador de la obra de Tardi, y de las aventuras de tan curiosa y  carismática escritora. Sin embargo, parece que la película no tuvo el éxito esperado, ni dentro ni fuera de Francia. La actriz que encarna a Adèle, Louise Bourgoin, es sin duda una preciosidad, pero tal vez no se correspondería, exactamente, al tipo de mujer que imaginó Tardi a la hora de dibujar a su heroína. Además, la historia es una mezcla de "Adèle y la bestia" y "Momias enloquecidas", sin saber fusionar del todo ambos relatos, aparte de que, en ocasiones, incluye cierto humor muy francés, pero que, para otros públicos, puede parecer un poco tonto, o algo molesto. También -aunque esto no tiene por que ser una pega en sí mismo-, el director coloca a Adèle en Egipto, además de en Francia, cuando, quién haya leído sus aventuras, sabrá que todas ellas transcurren en París. Aún así, aunque sólo sea por curiosidad, y teniendo en cuenta que la ambientación está bastante cuidada -aunque alguna imagen del pterodáctilo deja un poco que desear- tampoco está de mas el verla.

El cartel en inglés de la película sobre las aventuras de Adèle Blanc-Sec.

Adèle, con su abrigo verde y su sombrero emplumado, tan característicos en todas sus aventuras anteriores a "El misterio de la salamandra", en un cartel en japonés.

No sé si es una de las mejores imágenes de la película, pero sí de las que mejor representa el carácter del personaje -bueno, y algo de morbo a la francesa, también tiene-.

Un cartel latinoamericano, con un título alternativo.

Existe también una web dedicada al personaje y sus aventuras. Está en francés, y no siempre se pueden ver bien todas las ilustraciones, pero para el que entienda la lengua gala, o consiga que su ordenador haga una traducción en condiciones, está llena de datos y curiosidades. Este es un enlace.


"El grito del pueblo": La otra cara del folletín, aquí transformado en crónica histórica y proclama social.

Entre 2001 y 2004, Tardi realizaría, junto al novelista y guionista de televisión y cómic Jean Vautrin, una de sus principales obras, dividida en cuatro álbumes que, en adelante, se acostumbrarían a publicar en forma de un integral de más de 300 páginas y tapa dura que, para cualquier seguidor del autor francés -y del cómic europeo adulto en general-, se ha transformado en un auténtico clásico: "El grito del pueblo". Los cuatro álbumes que conforman tal obra serían: "Los cañones del 18 de marzo" (2001), "La esperanza asesinada" (2002), "Las horas sangrientas" (2003), y "El testamento de las ruinas" (2004), cada uno de ellos con una portada de las que se hicieron clásicas en la obra de Tardi, pues fue una de las ocasiones en que pudo esforzarse más -y lo consiguió con creces- en realizar un trabajo que podría considerarse, más que historietístico, de ilustrador.

Una de las portadas de "El grito del pueblo", transformada ya en un clásico, y que ha acabado reflejando ideales revolucionarios y rupturistas más allá de la obra del su autor.

Ninguno de los cuatro álbumes es especialmente distinto a los otros tres. En realidad, se trata de un continuo, de un folletín pasado al dibujo, donde Vautrin, que en principio deseaba simplemente escribir una novela que contara con una portada y algunos dibujos interiores -ilustraciones que ocuparan toda una página- realizados por Tardi, acabó escuchando de éste algo que no se había atrevido a plantearle, debido no sólo por la dificultad, sino también por el tiempo y trabajo que tenía el proyecto: ¿por qué, en lugar de representar la historia de un episodio histórico tan poco tratado como fue la Comuna de París, sólo en forma de novela, no se hace también en formato de cómic? Evidentemente, aquello, si quería hacerse bien, necesitaría no meses, sino años de trabajo. Además, Tardi dejó claro que -no sólo por cuestiones económicas o contractuales, sino también por deseo de hacer otras cosas- compartiría dicho proyecto con otros -policíacos, bélicos...-. Aún así Vautrin, según reconoce él mismo, quedo encantado, así que, además de publicar su novela -sin ilustraciones entremezcladas con el texto-, realizaría el guión del cómic.
¿Qué debía, ser, "El grito del pueblo"? Trata, básicamente, de recrear el levantamiento popular de la Comuna, en París -de ahí que a los que participaron en ella les llamaran comuneros y, según dicen algunos, de ahí viene la palabra "comunismo"-, tras la derrota estrepitosa de los ejércitos imperiales de Napoleón III frente a los prusianos -o más bien, los alemanes, pues fue la unificación alemana, lo que favoreció la creación de un ejército alemán, de alma prusiana, que pasó como una apisonadora sobre los franceses en Sedan-. Los alemanes persiguieron al ejército francés hasta la capital, y finalmente, el emperador, sobrino del conquistador de Europa, acabó huyendo con el rabo entre las piernas. Mientras, los políticos "moderados" crearon un gobierno provisional, que acabaría por ser la llamada III República, capitaneada por Thiers, que en el cómic es llamado de todo menos guapo, y que es considerado un tipo débil con los poderosos que alegremente lanzaron a Francia a una guerra que, en teoría, ganaría de calle, y frente al ocupante alemán, pero al tiempo, usa puño de hierro para mantener a raya la indignación popular.
Y fue en ese momento, en que los más pobres de París -más de media población de la capital, en realidad- que decide, de forma espontanea, sin un auténtico líder -aunque muchos participaran en los primeros levantamientos, y no pocos intentaran alzar la voz, aquí no hubo una cabeza visible y claramente destacable- que decide hacerse con los cañones que vigila el ejército, y que no llegaron a usarse para defender la ciudad contra el invasor -en realidad, no llegó a haberla; antes hubo rendición-. Y tras ese primer golpe popular, masivo e inimaginable -una segunda Bastilla-, vendrían los revolucionarios, nuevos y viejos, que intentarían mantener un poco de orden en aquella minúscula República Libertaria, que sería mitificada tanto por comunistas como por anarquistas, por feministas y socialistas, sindicalistas o parlamentaristas varios. Y quizá, el hecho de que todos se acuerden de ella, es por lo poco estudiada -y enseñada, sobretodo en colegios e institutos- que ha sido. No dejaba de ser -bajo gobiernos conservadores, o simplemente "de orden"-, y lo es todavía, algo bastante incómodo. Cierto es que hubo, por parte de los revolucionarios, abusos, errores, ideales imposibles, y, como en cualquier momento en que la autoridad falla, crímenes. Pero si se les compara con la política de exterminio, de tierra quemada, que el ejército, la policía y el gobierno republicano, con el apoyo de todos los "bienpensantes" -y el apoyo moral de todos los gobiernos europeos, alemanes teoricamente enemigos incluidos, que ni quería hablar de otra Francia revolucionaria, aunque dicha revolución apenas traspasase los arrabales parisinos-, la verdad es que no se puede hablar de una igualdad, ni tan siquiera una aproximación, en cuestión de sangre derramada.

Uno de los prostíbulos de lujo -o casi- de la época del Segundo Imperio, que seguirían prosperando durante la República.

Tardi y Vautrin se harán servir de una enorme cantidad de personajes, principales o secundarios -algunos, incluso, simples extras, pero que servirán para describir a las distintas clases sociales, oficios, o participantes en la revolución- para retratar aquellas pocas semanas en que, en los barrios bajos de la Ciudad de la Luz, nació y creció, sin poder llegar a la edad adulta, un nuevo tipo de sociedad, en que el pueblo creía ser libre de cualquier autoridad, y donde políticos reformistas y revolucionarios, sindicalistas, periodistas e intelectuales, líderes sociales salidos desde los más profundo de las masas populares, o simples delincuentes o aprovechados que intentaban no sólo salir a flote, sino prosperar en tiempos tan convulsos, intentaban crear algo parecido a un nuevo tipo de autoridad, en que la libertad y la igualdad no tuvieran que convivir -o coexistir- con una opresión y desigualdad que acabara por ahogarlas. El autor tuvo no sólo que imaginar el aspecto de los distintos personajes, sino también que fueran fácilmente reconocibles -de ahí el trabajo que tuvo que hacer con cabellos, barbas, trajes, vestidos y uniformes, gafas, etc.-.  

La "pacificación" del ejército y del gobierno del presidente Thiers. La III República, que acabaría con la invasión y ocupación nazis, y que daría paso a la IV tras la guerra y el gobierno provisional de De Gaulle, tuvo unos inicios sangrientos y no precisamente ejemplares, que todos los políticos y militares, y en general los llamados "pilares de la sociedad" intentaron tapar, ocultar o tergiversar, durante generaciones. Hasta hace pocos años, la masacre de los comuneros, al igual que las críticas al pésimo trato dado a los soldados durante la I Guerra Mundial, o el colaboracionismo con los ocupantes durante la II, fueron tabúes en la sociedad francesa.

El inspector Grondin -tan temido por el hampa, como oscuro su pasado-, obsesionado con vengar la muerte de su sobrina e hija adoptiva; el también inspector Barthélemy, un hipócrita u egoísta servidor del estado; el capitán Tarpagnan, desertor del ejército, unido a los revolucionarios, más que por ideología, por amor a la prostituta Gabriella Pucci, alias la Caf' Conc' -la verdad es que nunca queda claro el por qué de dicho apodo-, controlada desde lejos por el matón Caracole, obediente servidor de su jefe... y así, se ve a delincuentes, sacerdotes, oficiales y soldados, chusma junto a trabajadores, burgueses atemorizados por lo que llaman "populacho inculto", pero que aplaude que éste sea aplastado a sangre y fuego, o jovencísimos revolucionarios como Ziquet y Lili, supervivientes y, aún a su pesar, cronistas de un sueño transformado en pesadilla, que no murió, por mucho que a algunos les pesara, entre las ruinas y las montañas de cadáveres que dejaron atrás las fuerzas regulares de la nueva y flamante III República.
Sin duda, la más ideológica de las obras de Tardi, a pesar de que el guión no fuera suyo. Aún así, colaboró en todo momento en la reconstrucción histórica y recreación de personajes, y dio ideas y nuevos puntos de vista al autor. Nadie negará que resulta muy claro, tal vez demasiado, de parte de quién se pone, pero lo hace de forma sincera, no lo oculta en ningún momento, que cada uno saque sus conclusiones. Algunos creen que una de las pocas pegas que puedan ponerse, aparte de la falta de objetividad -realmente, ¿es posible esta, cuando se traba tan a fondo un movimiento popular?-, el hecho de que los personajes hablan mucho, demasiado incluso. Pero en realidad, este supuesto defecto viene, y de él son responsables ambos autores, por el deseo de transmitirnos a nosotros, lectores del siglo XXI, la mayor cantidad de información posible, y así comprender algo mejor qué es lo que, de forma tan cruda, está pasando delante nuestro. Aunque sea sobre  un papel.

"Venceréis, pero no convenceréis". Las palabras que, más de setenta años después pronunciara Unamuno, no habrían sonado, en absoluto, fuera de lugar, tras el retorno de "la autoridad".

Y la en la próxima entrada -espero no tardar tanto para hacerla como con esta-, el género negro, y las guerras mundiales.