viernes, 10 de marzo de 2017

Wallada, hija del califa de Córdoba, y mítica poeta de Al-Andalus.

Casi un personaje legendario, más que real, hasta que fue redescubierta en el siglo XX.


De padre mediocre, hija carismática.

Durante siglos, el conocimiento que se tenía en España sobre los distintos estados musulmanes que existieron en su territorio fue muy escaso. Se podría decir que lo que en sentido amplio se entiende como Al-Andalus -la España musulmana, desde el comienzo de la conquista en 711, hasta la toma de Granada en 1492- sólo existió como contraposición de los reinos cristianos. Como una anti-España, contra la España -y los españoles- verdaderos. Aún cuando la identidad española no existiera, más allá de un sentido básicamente geográfico, como Escandinavia, o los Balcanes.
Pero a partir del siglo XX, o más bien de la segunda mitad de este siglo, se empezó a estudiar dicho período, a recuperar su historia, su cultura, el ver no sólo a sus monarcas, sino también a la gente común, sus pueblos -musulmanes o no- como parte de la historia española, como parte -aunque fuera escasa, teniendo en cuenta la expulsión de los moriscos- de los antepasados, de los antecesores, de los españoles y portugueses actuales.
Pero además de reyes taifas, caifas o emires, o "gente común" -como nosotros, en resumidas cuentas-, ¿hubo otra gente a destacar? Evidentemente, como en casi cualquier otra civilización, país o cultura, sí. Y entre la legión de filósofos, médicos, poetas, etc. -y entre los que habría que reconocer también a cristianos y a judíos, como Maimónides, "el más sabio de los judíos", como era conocido-, también destacó, al menos, una mujer. Y se trataría de Wallada, la poeta hija del califa Omeya -uno de los últimos- Mohamed III, y de una esclava cristiana -aunque conversa al cristianismo, se entiende-.

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Vida y obra de una princesa que no fue de "Las mil y una noches", pues fue bien real.

A Wallada ben al-Mustakfi (994-1091), como a sus contemporáneos, y en general, a los musulmanes de tiempos de Al-Andalus, se les conoce como andalusíes -cuando su territorio era conquistado por cristianos, y si seguían viviendo en tierra cristiana, entonces se les llamaba mudéjares, y más adelante, moriscos-. Digo esto porque, si no se conoces ciertas palabras, a la hora de leer -ya no digamos estudiar- este período histórico, puede llegar el mmomento en que uno acaba por haerse un lío. Su padre fue califa, con el nombre de Mohamed III, y subió al poder en los últimos tiempos del Califato de Córdoba, donde las rebeliones de tal o cual miembro de la familia real, movimientos separatistas, o levantamientos populares, estaban colocando al califato casi el el abismo. Él consiguió el poder, precisamente, aprovechando unos disturbios que lo proclamaron califa (1024-1025), y tras hacer ejecutar a su antecesor, su primo Abderramán V, gobernó de forma tan autoritaria y torpe, que al año tuvo que huir para que no lo pasaran por las armas el mismo pueblo que, inocentemente, lo aupó al trono. Intentó huir a zona cristiana -Aragón, para ser más exacto- pero fue descubierto antes de llegar a su destino, y fue asesinado.
Sin embargo, las crónicas dicen que Wallada, hija de dicho califa -una nulidad de gobernante, y en la práctica, no más que un nombre en una lista de reyes-, y de la esclava cristiana -más adelante, con toda probabilidad, libre, pero también conversa al islam- Amina, nació en 994, pero falleció en 1091. Por tanto, vivió casi un siglo. Algo increíble, en una época en que cualquiera, ricos incluidos, y aún más las mujeres, podría darse por satisfecho si vivía la mitad de esos años. Teniendo en cuenta su larga vida, no sólo vio la caída del califato, y la desintegración en su territorio en multitud de reinos de Taifas, sino también, antes de ello, la subida al poder de Almanzor, en la práctica, dictador militar del califato, tras aislar al insignificante Hixem III en palacio, rodeado de lujos y mujeres. La violencia, en forma de levantamientos, rebeliones populares y guerras civiles, que acabaron primero con la dictadura de Amanzor, y más tarde, en la desintegración política, fue algo que vivió desde la adolescencia, y según se cuenta, pudo asistir al fin de su mundo cuando entraron en Córdoba los almorávides, que vendrían a ser el Estado Islámico o la al-Qaeda de la Edad Media, sólo que en aquellos tiempos, las matanzas de civiles y prisioneros, la esclavitud de los vencidos, o la obligación de éstos a convertirse a la religión de los vencedores, eran cosa bastante habitual, y ciertas cosas, no llamaban demasiado la atención, a no ser que fueran brutales incluso para la época. El hecho de que muriera, precisamente, el mismo día en que su ciudad era conquistada por los integristas, ciertamente, no parece una casualidad, y no sería raro que decidiera suicidarse, o incluso, fuera asesinada.
Ahora bien, ¿cómo se ganó la vida, tras la violenta muerte de su padre, y quizá, sin tener contacto con su madre, de origen servil, si es que aún vivía? Al no haber tenido hermanos varones -reconocidos, al menos-, heredó la fortuna de su padre, así que decidió crear lo que podría llamarse un negocio. Uno, además, que parecía ideal para alguien como ella: una mujer culta, inteligente, artista, con dinero, fama y alto origen social, pero sin marido, ni interés o posibilidad -a menos qu ella la buscara- de tener un hombre a su lado que la mantuviera. Se trataba de lo que podría llamarse "una academia para jóvenes damas". O dicho de otra manera, un lugar donde las jóvenes de origen social y económico elevado podían formarse no sólo como buenas esposas y musulmanas, sino también obtener una cultura y conocimientos -desde vestuario hasta protocolo, poesía o música- que las hicieran especialmente atractivas, y de paso, hacer que ellas también estuvieran más orgullosas y conformes consigo mismas.
Pero Wallada, como hija de califa, no se conformó con una buena casa, y a su lado, o formando parte de ella, lo que sería un local para sus pupilas. Era todo un palacio, donde ella viviría, y enseñaría sus conocimientos a las jóvenes de todo Al-Andalus. Pero no estaba sola, y contó con poetas e intelectuales y artistas de todo tipo, que lo mismo iban a visitarla a ella en particular, y disfrutar de su compañía y conversación, como para dar clase, o iluminar y fascinar a las jóvenes con su arte y conocimientos, animándolas no sólo a disfrutar de ellos, sino también a aprender y a buscar en su interior sus inclinaciones artísticas o literarias. En resumidas cuentas, debían hacer lo que ahora se llaman una -o muchas- masterclass, lo que hacía realmente interesante el acudir a clase, sabiendo que cualquier día podían recibir -con o sin aviso- la visita de un poeta, un filósofo o un historiador. Así, cualquiera se hace buena fama de formadora. Realmente, me viene a la mente otra mujer con no poco en común con Wallada, por su condición de poeta en un mundo artístico -y no artístico también- de hombres, y con una academia de jóvenes damas: Safo de Lesbos. Mi Safo, porque después de leerla, y de buscar tanta información sobre ella, incluso de haber escrito un par de entradas sobre su vida y arte -así que no sé bien si añadir algo más sobre ella-, parece como si la hubiera conocido en persona, o casi.
Wallada, además, no sólo enseñaba conocimientos ajenos. Ella quiso, y consiguió, ser poeta por sí misma. Se conserva poco de ella -nueve poemas, aunque debió escribir más; tal vez no siempre tuvo interés real en conservar lo que escribía-, pero se sabe que participó en competiciones literarias, y de completar poemas inconclusos de otros artistas -algo no tan raro, en aquella época, donde muchos poemas, incluso cortos, eran obra de dos artistas que, normalmente, ni se habían conocido en persona-. Además, era conocida su costumbre de bordar sus versos en sus vestidos. Sobre ello, escribió un poema, que es este, y que incluye -algo también habitual en la poesía andalusí de la época- una especie de introducción, para que el lector comprenda mejor lo que sigue:


Wallada llevaba escrito estos versos en su manto:

Sobre el hombro derecho:

   Estoy hecha, por Dios, para la gloria,
   y camino, orgullosa, por mi propio camino.

Y sobre el izquierdo:

   Doy mi poder a mi amante sobre mi mejilla,
   y mis besos ofrezco a quién los desea.

Sólo con unos versos tan breves, resulta posible hacerse a la idea de qué tipo de persona fue Wallada. Entre otras cosas, alguien no sólo culta, hermosa y elegante, sino también noble, orgullosa, y muy segura de sí misma mujer de elevada estatura, de físico deslumbrante, de piel clara, ojos azules, y cabellos entre rubios y ligeramente rojizos -un aspecto no muy árabe precisamente, sino casi celta, o germánico; hay que tener en cuenta el origen de su madre, cristiana, quizá de sangre goda, o germana, y de que los musulmanes españoles, pasadas unas generaciones, y tras multitud de conversiones y mezcla racial, tenían un origen mucho más hispano-romano, godo, del norte de España, o de esclavos de otros orígenes, como eslavos o caucásicos, que árabe-semita o bereber-. Le gustaba llamar la atención, y no le importó nunca que la criticaran, o murmuraran a sus espaldas. Y no sólo a sus espaldas, sino delante de ella. La llamaban descarada por no llevar velo en la cara, y aunque su belleza y modales cautivaran, su independencia, como artista independiente, sus amistades masculinas, su deseo de independencia -no se casó nunca, ni parece que tuviera necesidad de hijos-, su forma de comportarse en público y e privado, sus deseos constantes, de contradecir y poner a prueba las normas sociales de la época, tuvieron, por fuerza, que hacerla, al tiempo, fascinante, deseable, pero también a veces endemoniadamente incómoda, e incluso criticada con dureza, por la parte más conservadora de la sociedad. Y sin duda, los religiosos -imanes, mulás, teólogos o ulemas- más conservadores, o abiertamente integristas, no podían ni verla. Y era mutuo. Aunque, por lo visto, Wallada optaba más por el dicho de que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio. Simplemente, los despreciaba, y les dejaba parlotear a sus espaldas, aunque no siempre debió resultarle fácil, aún a pesar de contar con la defensa de artistas influyentes, como el también poeta ben Hazam, autor de "El collar de la paloma".  Ella era hija de califa, pero muerto su padre, no tenía autentica influencia política. Para generaciones futuras, pasó a ser considerada una artista de poca monta, pero sobretodo, como un tanto libertina y descarada. Y con el paso de los siglos, directamente, olvidada, obviada. En realidad, fue una mujer independiente, que no quiso casarse, ni encerrarse en palacio, ni desinteresarse por el arte y la cultura por el hecho de ser mujer, y que disfrutó de la vida, de sus amantes, del arte -propio y ajeno-, y además, fue capaz no sólo de no dilapidar su fortuna, sino de conseguir ingresos extra haciendo lo que mejor se le daba: ser ella misma, y que cada cual dijera o pensara lo que quisiera, que a ella tanto le daba. Sin duda, fue una mujer adelantada a su tiempo.

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Este cuadro del prerrafaelita Franc Dicksee, aunque seguramente represente a una odalisca, más que a una princesa, podría dar una idea -aunque influida por el orientalismo del siglo XIX- de cómo sería la princesa. Con algo de imaginación, eso sí. 


Amores y desamores. El fuego del que nacía el arte.

Parte de su obra, que nadie es capaz de saber cuan de extensa sería realmente, no debió ser, al menos en un principio, de dominio público, debido a que era lo que se llamaría "poesía epistolar", que se cruzaba con uno de sus amantes -el más conocido de ellos, y al que más amó, y más adelante, más criticó y vilipendió, oralmente o, como sabemos por lo poco de su obra que nos ha llegado, por escrito-, el también poeta ben Zaydun -o Abenzaidún, en su forma castellanizada, popular en y desde la Edad Media; yo prefiero usar la más moderna y fiel al original árabe-. Ya se ha dicho que Wallada era mujer libre en todos los sentidos. Cierto que, por su origen familiar -era una Omeya, la principal familia musulmana ibérica- y económico, se lo podía permitir -difícilmente lo podrían haber hecho, la enorme mayoría de las mujeres contemporáneas suyas-, pero le habría resultado mucho más sencillo cumplir con las normas sociales y religiosas de la época, buscarse un marido -a ser posible, de un origen social parecido al de ella-, y desaparecer, literalmente, en las brumas de la historia. Pero hay mujeres que no aceptan el yugo de la sociedad machista -de cualquier sociedad, pues todas, en mayor o menor medida, lo son, aunque no todas por igual, también es cierto-, y Wallada, simplemente, no estaba por la labor.
Su gran amor, como ya se ha dicho, fue el también poeta, conocido en las diversas cortes de los reinos de Taifas, ben Zaydun. Se escribían cartas en versos, que muy probablemente, debieron acabando haciéndose públicas, pues si no, resulta difícil saber cómo han podido llegar hasta la actualidad.Cierto es que Zaydun estaba unido -tal vez por amistad o servidumbre más que por parentesco directo- con la también poderosa y rica familia de los Banu Yahwar, pero su relación secreta, a la larga, tuvo que ser conocida, aunque fuera por un pequeño número de personas de confianza, más allá del servicio -no pocas veces, indiscreto-.
Pero los amores intensos no son siempre garantía de fidelidad, y un día, o quizá más de uno, ben Zaydun fue infiel a Wallada, no se sabe bien con quién -ahora entraré en ese tema-, y la princesa, herida en su orgullo -y por lo visto, era muy orgullosa-, no dudó en escribirle a él, y seguramente también en recitar en público, unas rimas que eran auténticas puyas, donde lo trata de infiel, miserable y vicioso.

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Otra visión neocentista de la exótica belleza de la mujer musulmana, más que como mujer real, como personaje de cuentos y leyendas.

Respecto a con quién debió serle infiel, la tradición -casi la leyenda- habla de una esclava negra. En realidad, habría que hablar de eso, de tradición, pero literaria, el que el amante infiel se la pegue a su esposa, novia o amante con una esclava negra, que era, al tiempo, de origen servil, y de una raza considerada inferior, aunque en aquellos tiempos no existía lo que se llamaría un racismo moderno. Pero sí, racismo lo ha habido en muchas épocas, y en muchos lugares. No es que se considerase que todo africano de raza negra fuera inferior a cualquier árabe porque sí, pero casi. Otra versión, sin embargo, es bien distinta, e insinúa que, posiblemente, ben Zaydun fuera bisexual, y en ocasiones, le gustaba probar, digamos, otro tipo de relaciones, y que Wallada, o alguien de su confianza, atrapó al poeta y a su amante -aunque fuera amante de una sola noche- con las manos -o lo que fuera- en la masa. Y aquello, es de suponer, le sentó a la princesa como un tiro.

Y de ahí, este verso que ella le dedica, dando a entender el interés de Zaydun por aventuras con otros hombres:

Si hubiera visto falo en las palmeras,
sería pájaro carpintero.

Sin embargo, hay una tercera versión, y es que, además de tener alumnas de origen social elevado, pero que no siempre debieron mostrar interés por sus enseñanzas, o por las de sus amigos poetas, músicos y demás, contaba con otra, llamada Muhya ben al-Tayyani -imagino que hay otras versiones de su nombre-, hija de un vendedor de higos, a quién Wallada, dicen compró. En realidad, lo de compra sería un poco equivocado, porque, seguramente, ni ella ni su familia eran esclavos. Pero las diferencias sociales eran tan agudas, que no resultaba extraño que un noble pudiera, literalmente, hacerse con los servicios, o, en cierto modo, adoptar, al hijo o hija de una familia modesta pero libre, y tenerlo a su servicio, no como esclavo, pero sí como un sirviente. O en el caso de Muhya, como una especie de hija o hermana adoptiva, o sin llegar a tanto, como una protegida o ahijada. La "hermanita pequeña" de Wallada era, aparte de bonita, muy inteligente, imaginativa, y de lengua ágil. Lo malo es que, una vez que se acostumbró a la vida palaciega, no sólo demostró ser una buena poeta, sino también parecía gustarle el burlarse o pasarse de lista con la persona que la había sacado de la pobreza, y de paso, darle una educación realmente envidiable. Y gratuita.
Sin embargo, aquí también hay una explicación alternativa, mucho más moderna: no es que Muhya se marchara del lado de Wallada porque se cansara de ella, ni porque la joven tuviera relación alguna con Zaydun, sino todo lo contrario; sería la relación entre la princesa y el poeta, lo que haría que la protegida, con la que probablemente Wallada tuviera una relación amorosa, se sintiera desplazada y celosa, y furiosa, desapareciera de forma abrupta de la vida de la noble dama.

Este sería el poema en que Wallada se desahoga de la infidelidad de ben Zaydun. Es aquí, donde se habla de la esclava negra, aunque también es posible que sea, más que una mujer real, una alegoría, o un deseo de no dar demasiadas explicaciones a quién pudiera leerlo o escucharlo, sobre quién le robó el corazón, aunque fuera una sola vez, a la dolida princesa:

Si hubieses hecho justicia
   al amor que hay entre nosotros,
   no hubieses amado ni preferido a mi esclava,
   ni hubieses abandonado la belleza de la rama
   cargada de frutos
   ni te hubieses inclinado hacia la rama estéril,
   siendo así que tu sabe que yo soy
   la luna llena en el cielo.
Sin embargo, te has enamorado,
  por mi desgracia, de Júpiter.

Siendo la luna el astro que más brilla, y Júpiter, un planeta lejano -imposible, en aquellos tiempos, saber de su enorme tamaño-, pero sin brillo propio alguno.

Pero tras el dolor, la ira. Y Wallada, a pesar de ser toda una dama, también sabe castigar con epítetos no precisamente suaves, contra el hombre que la seguía amando, pero que también parecía estar entre dolido y molesto de que su amada no le perdonara:

Esta sátira lleva el nombre de "El hexágono", pues son seis insultos, como los seis lados de dicho polígono, los que le dedica.

Tu apodo es el hexágono,
  un epíteto que no se apartará de ti,
  ni siquiera después de que te abandone la vida.
  pederasta, puto, adúltero, cabrón, cornudo y ladrón.

Sorprende, dicho lenguaje, en una princesa. ¡Qué habría visto, y oído, para que le atacara de esa forma!

En determinado momento, Muhya desaparece de la vida de Wallada. Por lo visto, la joven optó por abandonar a su protectora y maestra, aunque también podría haber sido expulsada de su casa, o invitada a irse. Y una de las razones, por no decir la principal, por la que podría haberse marchado, habría sido el haber tenido una relación con ben Zaydun, o al menos, haber despertado en Wallada celos suficientes como para creerlo. Parece que también le dedicó a ella sátiras y críticas, pero no he podido encontrar nada de ello. Tal vez sólo son suposiciones, o simplemente, dichos versos se han perdido. De haber llegado a nuestro tiempo, se podría saber qué es lo que sucedió realmente entre ambas mujeres.
Pero una vez que Zaydun acabó desapareciendo de la vida, aunque no de la mente, de Wallada, esta no pareció tener suficiente. Zaydun acabó, incluso, pasando un tiempo en la cárcel, y perdiendo sus bienes, aunque es esta caída al abismo, parece que el auténtico responsable fue el gran visir ben Abdus, que deseaba hacerlo desaparecer de la vida de su amada. La gente comentaba en las calles y los zocos la caída en desgracia del conocido poeta -en las sociedades musulmanas, los poetas tienen una importancia enorme, incluso hoy en día-, al que se le veía deambular día y noche por la ciudad, pobre y solo, y que, tras escapar de la cárcel, logró rehacerse económicamente escapando a Sevilla, y pasando a ser hombre de confianza de su rey. La desintegración política del Califato de Córdoba trajo eso: en lugar de un solo monarca, con una sola corte, unos y otras se multiplicaron, y en cada una, se fomentaba el arte y la ciencia. Como en otras ocasiones, la decadencia y las divisiones políticas trajeron buenos tiempos para los artistas dispuestos a adaptarse.
Tras ben Zaydun, fue el visir ben Abdus, el que siempre la amó con locura, fielmente, aunque ella nunca quiso casarse con él, quién logró vivir a su lado, sustituyendo, aunque no de la misma forma, al poeta. Antes de depender para siempre y en todo momento de su amigo y amante no correspondido, prefirió, una vez que su fortuna fue disminuyendo, ir de corte en corte, asombrado a todos los que la conocían y escuchaban. Y cuando no, volvía con él, hasta la muerte de éste, cuando Wallada ya pasaba de los ochenta. Tras la pérdida de alguien a quién, posiblemente, ella nunca acabó de considerar su amante, pero sí su amigo, compañero y protector, la vida de Wallada todavía duraría unos años más -si son ciertas las fechas que se conservan, debió vivir noventa y siete años, que para la época, la debió hacer casi inmortal para sus contemporáneos-, y aunque algunos debieron pensar que ya estaba muerta, o no sabían de su lejana juventud, siguió dedicándose a vivir la vida hasta la entrada de su querida Córdoba de las tropas de los almorávides, que desde el norte de África, llegaron a España, se apoderaron de todos los estados Taifas musulmanes, y finalmente, vencieron a las tropas cristianas del rey de Castilla y León Alfonso VI, que años antes había conquistado Toledo y Madrid, entre otras poblaciones. Sin embargo, fue una victoria efímera, y ni ellos, ni los almohades, que también llegarían desde África para gobernar Al-Andalus, pero que, a pesar de su victoria frente a Alfonso VIII de Castilla, tampoco pudieron avanzar mucho más allá.
Pero eso, los relatos de batallas y combates, ya son otra historia.

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Monumento en Córdoba, que recuerda el amor entre Wallada y ben Zaydun.

Entre las webs donde he encontrado información, aparte, como no, de la wikipedia, destacar "De Al-Andalus a Sefarad", con un enlace aquí, y "Long Island al día", con otro enlace, aquí.

En 2000, se publicó la primera biografía del personaje: "Wallada, la última luna", de Matilde Cabello.

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