Un relato que me ha sobrado, y he decidido colgar aquí: "Los que viven en la oscuridad".
Aunque haya resultado largo para cualquier concurso, aquí encuentra su sitio -de eso me encargo yo-.
Unas cuantas líneas escritas en un momento libre.
Tenía ganas de escribir algo, y si ese algo pudiera ser enviado a un concurso literario -no porque piense que tenga posibilidad de ganar, sino por el gusto de escribir-, pues mejor todavía. Pero en los dos únicos concursos literarios de este año que encontré -aunque también es cierto que no busqué con muchas ganas, en seguida me cansé de hacerlo-, exigían un máximo de 200 palabras, y a mí me salían casi 300, y como no sabía por donde recortar... pues no recorté, pero como no me desagradó, pues lo cuelgo aquí.
Al fin y al cabo, para eso se tiene también un blog, ¿no? Colgar mis cosillas.
Y aquí va. Un relato de fantasía, o algo así:
LOS
QUE VIVEN EN LA OSCURIDAD.
La joven criatura se
movía entre aquella inmensidad oscura, donde la costumbre, más que los
sentidos, le indicaban donde se encontraban los siniestros y casi siempre
vacíos edificios, los resbaladizos caminos, que no calles, como embarrados y
pegajosos, o lo que aparentaban ser árboles, o algún tipo de ser vegetal. O de
otra naturaleza…
No era raro encontrarse
con otros hermanos y hermanas, que se movían con la misma mezcla de celeridad,
ansia y cansancio existencial. En ocasiones se saludaban de forma rápida, más
por solidaridad por compartir tan vacía, aburrida y, sin duda, demasiado larga
existencia, que por simple educación. No había mucho tiempo ni espacio para la
urbanidad y las buenas maneras, en la tierra sin nombre, sin luz, sin color,
sin nada…
La joven criatura… ni
nombre quizá tenía. Ni nombre, ni nacimiento, ni sentido de que algún día le
llegaría el fin. Lo único que podía
hacer, a lo único que parecía aspirar en su insípida existencia, era a
seguir las luces, las siluetas luminosas, que le daban, a ella y a los demás,
alimento, calor, y una mínima posibilidad de ver, de darse cuenta de lo que les
rodeaba. ¡Qué mísera y triste vida! ¡Si por lo menos hubiera algún tipo de luz
equivalente a lo que llamamos Sol, que les permitiera moverse por ese mundo de
una forma algo menos miserable…!
¡Qué calor hacía en
aquella pequeña ciudad de la meseta castellana! Difícil resultaba ver muchos
turistas extranjeros, allá. La joven alemana se secó el sudor con el dorso de
la mano, bebió otro trago de su botella de agua, ya casi vacía- ¡lo caro que
resultaba proveerse de ella en las tiendas o puestos, tan rápido se le
acababa!-, y siguió deambulando por aquellas viejas calles, tan cargadas de
historia como de silencio y soledad. Y detrás de ella, su sombra, que aparecía
y desaparecía. Y cuando así era ¿dónde marchaba? ¡En qué cosas se piensa cuando
uno pasea en solitario por una población desconocida! ¿Habría en algún lugar,
en una desconocida dimensión, un país de las sombras? ¿Y qué tipo de
existencia, si así podría llamarse a su eterno deambular, llevarían aquellas
oscuras criaturas?
Y ya está. Cortito, ¿no? La próxima vez, espero, más y más largo.