lunes, 7 de enero de 2013

La ciencia-ficción francesa -y en este caso, belga francófona-: la literatura ( I ); proto-historia y pioneros.

Siguiendo la serie sobre la CF gala, ahora toca el turno a su parte literaria.


Después de cuatro entregas sobre el cine de CF francés, ahora toca lo que, por lógica, primero tendría que haberse contado: la literatura; la novela y el relato corto -o no tan corto-. Sin embargo, dilucidar quién es un auténtico autor de CF y quién no, en el caso francés, más que, por ejemplo, el norteamericano, resulta un tanto difícil. Desde el siglo XIX, en Francia existió el folletín, lo que llamaríamos literatura popular. Y allá, no sólo existían casi todos los géneros, como el histórico, el de aventuras, el policíaco y el romántico, amén del terror, el misterio, ha historia o la fantasía, sino que, en no pocas ocasiones, todos esos estilos se entremezclan, hasta crear un género en sí mismo -el equivalente al norteamericano de "literatura pulp"-, donde resulta un tanto difícil tener claro de qué estamos hablando realmente.
En este caso, separo lo que sería literatura de fantasía y de terror, de la que, básicamente, sería ciencia-ficción, aunque en no pocas ocasiones tiene claras influencias -una auténtica "literatura bastarda", donde todo se aprovecha y todo sirve- de otros géneros. Y claro está, no pocos autores serán tratados, desde un punto de vista de su obra, sólo parcialmente. Caso, por ejemplo, de los hermanos Boex, que escribían bajo el seudónimo de "Rosny", y que no sólo escribieron auténtica ciencia-ficción, sino también novelas de lo que se podría llamar "literatura prehistórica", pues está ambientada en dicha época.
Otro detalle sería qué consideramos exactamente como "francés". En el caso del cómic, que se tratará más adelante, se habla siempre de cómic franco-belga, pues los belgas francófonos -bruselenses y valones- son muy numerosos -véase Hergé, el padre de Tintín, como ejemplo claro-, aunque tanto editoriales como autores -e, incluso, críticos y hasta consumidores- siempre consideraron a Francia y Bélgica -al completo o, al menos, la parte francónfona- como un sólo mercado. Y aquí, en el plano literario, sucede casi lo mismo. Igual que, cuando se habla de literatura negra en francés, el noir, se nombra siempre a Simenon, a pesar de haber sido realmente belga, en este caso sucedería lo mismo. Los ya nombrados hermanos Boex son un ejemplo, pues ambos nacieron en Bélgica, en Bruselas, aunque en no pocas ocasiones, son considerados como franceses.

En el mundo francófono, siempre se han buscado presentes y futuros alternativos (La imagen, de "Las aguas de Mortelune").


Proto-historia de la ciencia-ficción. Julio Verne, realmente, ¿escribió CF?

En ocasiones, resulta muy complicado diferenciar entre lo que sería una primeriza ciencia-ficción, y la pura fantasía. Esto ocurre no sólo en mitos o leyendas antiguas o medievales -donde, realmente, encontrar allá CF es más un juego que una realidad literaria-, pero en ocasiones, al releer obras que consideraríamos antiguas, pero que ya tratan de épocas posteriores -Renacimiento, Barroco, Siglo de las Luces-, las dudas afloran. Aún así, considerar la obra de Cyrano de Bergerac -sí, Cyrano existió, aunque hoy en día sea considerado como un personaje ficticio de una Francia en parte histórica, y en parte imaginaria- "El otro mundo" -también traducido por "Otros mundos", pues hace referencia a la Luna y al Sol-, como CF, puede resultar un tanto inconsistente. Cierto es que los franceses gustan de considerarse los precursores de casi todo, pero las dos partes -en realidad, dos novelas cortas independientes, que fueron publicadas en principio de forma separada y, más tarde, unidas en una obra recopilatoria con el título de "L'autre monde"- sería, más que otra cosa, pura fantasía. Estas dos partes responden por el nombre de "Historia cómica de los estados e imperios de la Luna" (1650, aunque publicada en 1657), y su equivalente del Sol (1962), y se trata de dos obras entre cómicas y de crítica política y social, con influencias de Descartes, el filósofo francés más importante de su siglo, que antecedía a la explosión intelectual y política que sobrevendría durante la siguiente centuria. Aunque inventa curiosas formas para viajar a otros astros -en el caso del viaje a la Luna, mediante rocío embotellado que, al evaporarse, lo hace levitar, pero al fallar, finalmente lo consigue mediante fuegos artificiales; en el caso del que realiza al Sol, consigue llegar al ardiente astro mediante rayos solares reflejados en espejos, que lo hacen levitar-; es en la crítica al autoritarismo, el fanatismo religioso -a veces, sus críticas acaban resultando más tediosas que divertidas, aunque puedan estar cargadas de razón- y, en general, a la estupidez e intolerancia humanas. Y eso, presentando criaturas -en el caso de los selenitas, bestias cuadrúpedas que desprecian a los bípedos terrestres; en el caso de los habitantes del Sol, seres polimorfos primero, aves inteligente después- más bien poco creíbles, pero inteligentes, aparentemente más avanzados y cultos que los humanos pero que, finalmente, acaban tratando al protagonista como una bestia descerebrada, lo juzgan, lo encarcelan y, si acaba escapando, es más por casualidad o astucia que por tolerancia de las supuestas "especies superiores". De todas formas, el tratamiento del viaje a otros astros, la posibilidad de que allá existen especies inteligentes con sus correspondientes civilizaciones -algo que ya defendía Descartes, aunque no en público, y el irlandés Swift, el "padre" de Gulliver, de forma más clara y "antisistema", que diríamos ahora-, estaba claramente en contra de  cualquier iglesia, y del mismo Aristóteles -Dircona, el protagonista, considera creíble que el Universo es infinito, y que existen allá multitud de planetas, muchos de ellos habitados-, resultan una base, un principio, del que muchos tomarían nota.
El protagonista de la obra de Cyrano, Dircona, elevándose infructuosamente con la ayuda del rocío matutino.

Una ilustración del "El otro mundo" de Cyrano. 

Sin embargo, habría que esperar más de dos siglos hasta que Francia tuviera un escritor al que se podría considerar, realmente, como un autor de auténtica ciencia-ficción. Al menos, en parte. Se trataría de Jules Verne -conocido en España, básicamente, como Julio, ante la, en mi opinión, muy molesta costumbre de traducir nombres tanto de autores como de personajes franceses, británicos, alemanes, etc. de su idioma original al español, como si ellos también lo fueran-. Una parte de su obra correspondería a aventura, sin CF por ninguna parte, aunque destacando los avances tecnológicos y, sobretodo, en los medios de comunicación, como es el caso de "La vuelta al mundo en 80 días", o "Cinco semanas en globo", donde se relatan viajes -uno, alrededor del mundo; el otro, sobre una África todavía en parte desconocida, y que en los mapas de la época, abundaba en espacios en blanco- que, aún siendo en aquella época posibles de hacer, nadie había todavía pensado en realizarlos.
En otros casos, sí que se puede hablar de auténtica CF. Claro está, hablar en una novela del submarino o del helicóptero, no nos parece, lo que se dice, demasiado futurista. Hay, por tanto, que ponerse en el lugar de un lector de, básicamente, el último tercio del siglo XIX, para comprender que no pocas de aquellas máquinas, aunque pudieran tener algún tipo de precedente técnico -en el caso algunas famosas, ideadas  por Leonardo da Vinci, puramente teóricas, ya que nunca se llegaron ni a probar, ni a construir; el genio italiano pensaba que, si él había demostrado su supuesta viabilidad sobre el papel, no era ya necesario hacerlo físicamente-, no dejaban de ser pura ficción, el poder leer su descripción, casi verlo en una realista fantasía, como algo factible, que, gracias a los continuos avances tecnológicos de la época, posibles en un breve plazo de tiempo.
Entre todas sus obras, y con toda seguridad olvidando algunas de sus novelas y relatos menos conocidos, o, directamente, sin traducción -o con ella, pero lejana y olvidada-, se podrían enumerar, entre las más populares, las dos que hacen referencia a un posible viaje a nuestro satélite: "Viaje a la Luna" (1865), y "Alrededor de la Luna" (1872, aparecida formando una sola obra con la primera), que, generalmente, se publican -y se consideran, de hecho- como si fueran una sola obra. Y en cierto modo es así, pues era común en la época el publicar una obra no especialmente larga por partes más o menos independientes pero que, leídas correlativamente -o publicándose juntas en un solo volumen- adoptan sin problemas la identidad de una sola. Sin más preámbulos, estaríamos hablando de la primera historia larga en que se trata de forma seria y científica sobre un viaje a la Luna, aunque el lanzamiento de la nave -en realidad, un proyectil hueco-, mediante un enorme cañón, hoy en día nos parezca algo casi de risa o, cuanto menos, completamente increíble. Sin embargo, hay que tener en cuenta los conocimientos tecnológicos -y físicos y astronómicos- de la época, y que, dentro de lo que cabe, Verne lo hace, al menos a ojos de su  tiempo, factible. Nos da todos los datos tanto del cañón -instalado en un valle de las Montañas Rocosas, y fabricado con tecnología norteamericana, ya considerada la gran potencia industrial de la época, por encima de Gran Bretaña y Alemania-, como del proyectil, la cantidad de pólvora utilizada, incluso del peso de sus tres protagonistas. Todo para llegar, de un solo disparo, a la Luna. El problema viene cuando uno de los viajeros engorda sin parar, y debido al  "soprepeso", la nave no llega a nuestro satélite, sino que acaba dando vueltas -como una luna de la Luna- alrededor suyo. En la segunda parte, después de orbitar alrededor del satélite, y descubrir la posibilidad de que en la cara oscura de éste hubiera existido vida, consiguen volver a la Tierra utilizando los cohetes que, en principio, tenían pensado usar para controlar el aterrizaje en suelo selenita, cosa que, finalmente, no consiguieron. La pregunta que me hice en su momento, cuando leí ambas obras -hace muchos años ya, cuando era niño- fue: en caso de haber aterrizado en la Luna, ¿cómo habrían vuelto a la Tierra, sin ayuda de cañón alguno? ¿Con los pequeños cohetes que habrían utilizado -y tal vez, haber dejado inservibles- para el alunizaje?

'Around the Moon' by Bayard and Neuville 36.jpg
El proyectil en que los héroes de Verne viajan a la Luna -o más bien, la rodean-.

Otro par de obras -en este caso, relacionadas entre sí, pero completamente independientes, y que como tal se pueden leer- son "Veinte mil leguas de viaje submarino" (1869), y "La isla misteriosa" (1874). El eslabón que las une es doble: el submarino Nautilus y su, incluso hoy en día, y después de tanto tiempo, archiconocido dueño, el capitán Nemo. La primera obra -publicada en España antes, incluso, que en la misma Francia, aunque con una tirada muy corta- tuvo problemas para salir a la luz, porque el editor Hertzel, amigo de Verne, consideraba que Nemo era un salvaje que, hundiendo barcos y matando cientos de inocentes, demostraba su odio hacia toda la humanidad. Y, claramente, no parecía demasiado ético considerar a alguien así como un héroe. Además, se veía claramente -como también en otras obras del francés- cierta filosofía positivista y racionalista que quiere sustituir la moral cristiana imperante en Occidente. Sin embargo, la descripción del Nautilus, además de las aventuras de los protagonistas que lo mismo exploran las ignotas profundidades -donde, en aquella época, resultaba tan difícil llegar como a la misma Luna-, luchaban contra enormes pulpos, encontraban tesoros hundidos o, incluso, se daban un paseo por la misma Atlántida, hacen de esta una de las obras más interesantes y de agradable lectura, y sin duda una de las que mejor ha envejecido, de la enorme producción de Verne.

Un grabado de la época de "Veinte mil leguas de viaje submarino".

Tardíamente, Verne también crearía con su genio otras obras claramente de CF: "Viaje a través de lo imposible" (1882), sobre la visita de unos astronautas terrestres a un mundo lejano, extrasolar; y "El viaje de un periodista norteamericano en 2889", donde, más que una historia en sí misma, se retrata un mundo futuro incluso para nosotros mismos, donde los medios de transporte son todos aéreos, y los actuales automóviles o autobuses han desaparecido, los edificios tienen trescientos metros de altura, y son estructuras inteligentes siempre a la misma temperatura, y los Estados Unidos han engullido Gran Bretaña -la gran potencia de su época y Canadá, mientras Rusia hace lo mismo con parte de Asia, siendo ambos las grandes superpotencias mundiales.

Félix Nadar 1820-1910 portraits Jules Verne.jpg
Un retrato clásico de Verne.

Se podrían nombrar otras muchas obras, y no pocos avances imaginados o profetizados, pero cabría destacar la llamada "novela perdida" de Verne, "París en el siglo XX", que no salió a la luz en francés hasta 1994, a pesar de que éste la envió a Hetzel, su editor habitual, poco después de la publicación de "Cinco semanas en globo". El editor pensó que aquello, más que una novela, era periodismo barato, demasiado crítico con los avances tecnológicos de su siglo, y, en resumidas cuentas, de nulo interés. La razón real podía ser, empero, que se criticaba el exceso de maquinismo y tecnicismo, la influencia de la lengua y cultura anglosajonas sobre Francia -donde existía una falsa y hueca alta cultura, pero que había perdido gran parte de su identidad natural- y en que la filosofía, la poesía y, en general la literatura en francés de todas las épocas, se han olvidado totalmente; la gente apenas sabe expresarse, excepto con gran número de anglicismos y una simpleza apabullante, los intelectuales y escritores no son más que funcionarios mantenidos por el estado, y la antigua ópera no es más que la bolsa, donde economía y sociedad se fusionan. En resumidas cuentas, una visión demasiado tétrica y siniestra -¿y realista, si transformamos 1960/1 en principios del siglo XXI?- no sólo de París o Francia, sino de todo Occidente y de gran parte del mundo.
Se podría hablar mucho más sobre Verne, pues muchas historias apenas se han tocado, por no corresponder al género aquí tratado, pero esta entrada no sólo está dedicada a él. Más adelante, probablemente, tenga una para él solo, pues realmente la merece. Sus obras, en ocasiones, pueden pecar de tener personajes un tanto planos, o parecidos entre sí, o de haber quedado su visión del mundo un poco anticuada o, en según que casos, hacerse un tanto pesado con prolijas explicaciones o exposiciones de datos científicos -que, al fin y al cabo, era lógico, si quería hacernos parecer verosímiles los inventos "futuristas" allá presentados-, pero la mayoría de sus historias no han envejecido mal -algunas, incluso, muy bien; mejor que la de otros contemporáneos suyos-, y valdría la pena recuperarlas. Eso sí, en el caso de España, donde gran parte de sus obras no se tradujeron -no al principio, pero sí a partir de la década de los 40 o 50 del siglo pasado- con exactitud y fidelidad, sino en forma de "adaptaciones"  para niños y jóvenes, como si una obra en sí misma no tuviera valor por su forma, sino sólo por su idea, lo que hizo que, en muchos casos, no se leyera al Verne verdadero, sino a la visión que tal o cual "adaptador" quiso hacer de sus novelas.
Existen muchas webs dedicadas al autor, pero esta es una que me llamó la atención: Julio Verne


J.H. Rosny ainé, de la prehistoria hasta Marte.

En este caso, habría que explicar que, en principio, por "J.H. Rosny", se entendía la colaboración de dos hermanos naturales de Bruselas, Joseph Henri Honoré Boex (1856-1940), y Justin Séraphin Franxois Boex (1859-1948). Juntos escribieron algunos relatos ambientados en la prehistoria, o de fantasía y ciencia ficción, pero a partir de 1909, cada uno tomó su propio camino literario -aunque siempre tuvieron buena relación personal y literaria-. En este caso, trataré solamente de J.H. Rosny el mayor, o "ainé", dejando aparte al menor, "jeune" -el joven, en su lengua-.
Rosny -así lo llamaremos a partir de ahora- fue reconocido por su imaginación y variedad de temas, influido e influyente por y entre los anglosajones, italianos, españoles, y escritores y aficionados de muchos otros países, si bien su nombre, con el paso de las décadas, ha ido diluyéndose, olvidándose, fuera de Francia y la Bélgica francófona -Flandes parece reacia a reconocer gran parte del acerbo cultural de sus compatriotas valones y bruselenses, si bien esa es otra historia-. Y eso, que ambos hermanos formaron parte del primer jurado del premio Goncourt, y de la academia del mismo nombre, creada por dicho escritor, para fomentar la aparición de nuevos escritores de lengua francesa, y apoyarles en cuanto consiguieran un primer éxito de público y ventas.
Dejando aparte estas pequeñas explicaciones -es preferible no extenderse en detalles biográficos, para no hacer esto demasiado largo ya- Rosny tenía varios temas preferidos: la visita a otros planetas; la posibilidad de mundos o dimensiones paralelas; la importancia del científico como individuo en la sociedad, y las posibilidades de llevar a cabo todo lo que pueda imaginar una mente genial, aunque a veces pueda estar enferma; la prehistoria -"La guerra del fuego" (1909), que más tarde daría paso a una adaptación cinematográfica: "En busca del fuego", "Vamirhe" (1892); "Eyrimah" (1893), "El felino gigante" (1918), "Helgvor del Río Azul" (1929)...-. Este último, por razones evidentes, lo dejaré aparte, aunque en un futuro, si se trata el tema de la prehistoria en la literatura, es evidente que Rosny ainé -y su hermano, que le ayudó a escribir la mayoría de obras de dicha temática- estará muy presente.

Cartel de la película -en su versión española" "En busca del fuego", de Jean-Jacques Annaud, realizado por el dibujante e ilustrador francés Philippe Druillet -hombre clave en la revista Metal Hurlan-.

Comentando sus obras claramente de CF, o al menos una parte de ella -no acostumbraba, ni solo ni en colaboración con su hermano, a escribir novelas largas, sino "novelettes" como se decía en la época, o novelas cortas; o en otras ocasiones, relatos relativamente largos-, pues la lista de títulos es muy extensa, es preferible destacar las más interesantes o llamativas, dejando aparte el mayor o menor éxito que pudieran tener en su momento, o el año en que salieron a la luz. Las más interesantes serían:
-La muerte de la Tierra (1910): Una novela corta pesimista en extremo, con un estilo que, hoy en día, quizá sería demasiado dramático -heredero del folletín francés, claramente-, pero lleno de buenas ideas, y un planteamiento tan claro como deprimente: la vida en la Tierra desaparece, se extingue. El agua, con el paso de los siglos, y sin haber hallado nunca ni explicación ni remedio, ha ido evaporándose hacia el espacio, hasta que el planeta se ha quedad seco. Tanto la fauna como la flora, así como la casi totalidad de la humanidad, han ido desapareciendo. Sólo quedan unos pocos miles de humanos, un puñado de vegetales que se cuidan y protegen como oro, y una especie de aves inteligentes que conviven con los humanos. Aparte de eso, sólo hay una especie de minerales vivos, que son capaces de reproducirse, crecer en número, conquistar porciones cada vez mayores de territorio, y eliminar la vida que encuentran a su paso. Son, en la práctica, los vencedores. Todo esto no ocurre de un día para otro. La humanidad al principio no hizo caso; después, intentó aprovechar a esos extraños minerales, los ferromagnetales, pero vieron que no sólo resultaban casi inútiles para la industria, sino que podían resultar mortales sólo con cualquier contacto con la vida. Finalmente, gran parte de los humanos supervivientes aceptan el fin de su especie, y que en su lugar, en lugar de una gran variedad de animales y vegetales, sólo quedan unos siniestros grupos de rocas que parecen crecer e intentar saltar las barreras que los humanos colocan entre su enorme imperio, y las minúsculas islas de vida. Y como es de imaginar, ante un panorama bien expuesto, pero tan fúnebre, el fin de la obra no puede ser muy halagüeño. Pero siempre es mejor leerlo, aunque nos pueda dejar un mal sabor de boca.
-Los navegantes del infinito (1925): Rosni ainé coge la idea de la lenta extinción de una raza inteligente que, a pesar de todo, y hasta el último momento, cuenta con individuos dispuestos a luchar, y que conservan, lo mejor que pueden, los últimos restos del orgullo y la virtud de su especie. Eso sí, todo ello inútilmente. En este caso, el planeta condenado a quedar reducido a un mundo muerto es Marte, en un futuro (para él y, todavía más, para nosotros) muy cercano. Los astronautas terrestres -resulta raro comprobar que son franceses, o al menos francófonos, y no los habituales norteamericanos anglosajones de todas las historias, hasta épocas bastante recientes- se encuentran con una especie, los trípodes, casi extinguida, pero muy avanzada. Eso no impide verse sustituidos -la naturaleza es cruel, pero tiene sus caminos muy claros- por seres -se supone que parte del reino animal- con extrañas apariencias, nula inteligencia, pero gran capacidad para adaptarse al nuevo mundo, seco y sin agua por ningún sitio. Estos deciden, finalmente, llevarse a dos ejemplares a la Tierra, los que consideran más nobles representantes de su condenada especie: un padre maduro y su joven hija, y el hecho de que ésta sea completamente diferente a los humanos -tres patas, seis ojos, una belleza sobrenaturas, subyugante, pero nada humana- no le impide enamorarse de uno de los astronautas -esta es la primera vez que se usa dicha palabra, por cierto; la astronáutica, y ciencias afines, han echado mano muchos veces de la CF para nuevos nombres o expresiones-, e, incluso, llegar a tener un hijo suyo. Un híbrido que, en teoría, debería haber heredado lo mejor de ambas especies pero que, evidentemente, contará con muchas dificultades para integrarse en su mundo de nacimiento.

El astronauta humano frente a una criatura completamente extraña a su entendimiento.

-La fuerza misteriosa (1913): Donde la vida en la Tierra parece -otra vez- condenada a extinguirse, pero de una forma mucho más rápida, debido a unos extraños cambios en los espectros de luz que recibe el planeta, tal vez de origen extraterrestre -mejor que no me pregunten en que consiste esto, pues no he llegado a aclararme- pero que da tiempo suficiente para que un científico, como una mezcla de nuevo sacerdote y líder social, decida construir un enorme refugio subterráneo, donde junto a cierto número de humanos elegidos, además de animales, máquinas, etc., crea el que será un germen de un nuevo mundo que nacerá años después de la muerte del viejo, cuando hayan despertado de un largo sueño inducido.  Al menos aquí, encontramos algo de esperanza.
-Otras obras: El enigma de Givreuse (1917) trata sobre la posibilidad de, a partir de un ser humano, poder crear dos idénticos, que se consideran, al tiempo, como el ser original, lo que provoca interrogantes de hasta donde puede llegar la ciencia a la hora de conocer los límites de la materia; en este caso, la materia orgánica. El joven vampiro (1920), al contrario de lo que podría parecer, no es una historia de terror. Trata sobre la posibilidad de que los vampiros no sean seres creados por razones "sobrenaturales" -por transformación tras la mordedura de otro vampiro, resurección después muerte violenta o suicidio, castigo de un demonio o el mismo Satanás, etc.-, sino por una mutación genética. O sea, por cuestiones puramente naturales, con la posibilidad de dar a ello una explicación totalmente científica. Otro mundo (1895, en colaboración con su hermano, Rosni jeune) explora la posibilidad de la existencia de seres inteligentes en dimensiones o universos paralelos, pero que ocuparían el mismo lugar físico que el nuestro, y que sólo un humano con poderes paranormales -debido, también, a una alteración genética de nacimiento- sea capaz de detectarlos y saber de ellos.
Hoy en día, es un poco difícil encontrar muchas de sus obras en castellano -o, directamente, imposible-. Se puede, más por pura suerte que por otra cosa, encontrar alguna de sus obras más conocidas -"La muerte de la Tierra", sobre todo- en algún mercadillo o tienda de segunda mano, pero el resto, sólo se pueden conseguir mediante editoriales muy pequeñas que, por haber tenido que comprar derechos y pagar traducciones, o porque intentan sobrevivir vendiendo a un público muy pequeño, selecto, pero dispuesto a pagar precios altos por auténticas rarezas, acostumbran a vender estas novelas cortas por un precio bastante elevado, además de tener un circuito de distribución escaso.
J.H. Rosny ainé quizá no sea muy recordado fuera del mundo francófono, pero su influencia sigue siendo, de forma directa o a partir otros que tomaron en cuenta sus ideas, considerable. H.G. Wells, o Conan Doyle, fueron dos de los que la recibieron directamente, y expresiones como "astronauta", o la idea de los mundos paralelos, o de dar explicación a extraños seres mediante la evolución del humano actual, o por mutación genética -¿a alguien le suenan los X-Men?- se las debemos a él.