miércoles, 27 de julio de 2016

"La escuela de Atenas": el homenaje del gran Rafael a la cultura clásica.

Los genios dell Renacimiento nunca negaron ni la influencia recibida de la Antigüedad, ni la admiración que sentían por ella.


Tanto, tanto, hablar de prerrafaelitas, y nada de quién, de forma indirecta -y evidentemente, involuntaria; básicamente, porque hacía siglos que había muerto- había ayudado a la Hermandad y a sus seguidores -o a los considerados como tales por los críticos- a tener dicho nombre. Se trata, claro está, del genial Rafael Sanzio (1483-1520; sí, vivió muy poco, para lo mucho, y bien, que pintó), o simplemente, Rafael.
Rafael, desde luego, merecería, como mínimo, una larga entrada, o incluso dos o tres. Si finalmente, se la dedico, este cuadro, "La escuela de Atenas", volverá a salir, porque no tendría sentido hablar de su vida, su obra y su saber, olvidándose de él. No sería justo, ni lógico. Pero en este momento, es este cuadro, en particular, el que tiene su propia entrada -o post, o como se diga, aunque "entrada" me gusta más-. He ido leyendo sobre él no sólo en wikipedia, sino también en otras webs, como hezkuntza, donde se habla de arte en general, y que expresa todo lo que siente y por qué le gusta tanto este cuadro.
Este cuadro, en particular, me ha atraído, como a tantos otros, casi desde niño. Pero claro está, a cierta edad no tienes idea clara -bueno, ni clara ni oscura- de quién debía ser toda aquella multitud. Para empezar, suponía que todos y cada uno de los personajes eran filósofos que realmente existieron, cuando no era exactamente así. Digámoslo así, había algunos "de relleno". O eso, o es que Rafael no se molestó en hacer un listado de cada uno de los representados -a lo sumo, se lo debió comentar a su mecenas, el papa Julio II, tan autoritario como fuerte era su personalidad, y grande su interés por la cultura y el arte, eso sí es cierto-, razón por la cual estudiosos y críticos, a lo largo de los siglos, se han devanado los sesos pensando quién debía ser tal o cual personaje, si un filósofo o sabio real, o un invento del genio.
Respecto a dónde se encuentra, he podido leer, mucho más adelante, se encuentra en el Vaticano, en una de las llamadas "estancias de Rafael", pero no porque el artista hubiera vivido o dormido nunca allá -no era papa o religioso, es bien sabido-, sino porque fue él, quién pintó los increíbles frescos que las adornan. Otras obras que se pueden encontrar allá serían "La disputa del Sacramento" (1509), o "La expulsión de Heliodoro" (1511-1512), pero no es de ello de lo que se habla aquí. Fue un encargo, como queda dicho más arriba, del papa Julio II, gran mecenas de los mejores artistas de su tiempo, que quería que Rafael adornara con sus frescos diversas habitaciones del edificio del Vaticano, que este papa hizo crecer en tamaño, monumentalidad y fastuosidad.
Aunque el boceto lo dibujó entre 1509-10, la pintura le ocupó entre 1510 y 1512. Parece mucho tiempo, pero su tamaño es de 7.70 metros de base -de largo- y unos 5 de alto. Además, quiso pintar de la forma más precisa y fiel -dentro de lo que fuera posible- a cada personaje, y algunos de ellos, debido a que de los filósofos griegos se tienen mil y un bustos, pinturas o dibujos, pero casi siempre distintos entre sí, en realidad son retratos de artistas que él admiraba, o personas que estimaba. Más adelante, se irá hablando de cada uno de ellos, de los filósofos, y de los que le dan rostro.
Intentó, y casi consiguió, dar imagen de una perspectiva realista, pero los muros laterales lo impidieron. La imagen es una fantasía, en una academia imaginaria, en la que los filósofos, científicos, geógrafos o matemáticos de la Grecia antigua se reúnen para discutir el cómo y el por qué de todas las cosas de este mundo.
Y ahora, sin añadir más teoría, responder a la pregunta más lógica: ¿quien es toda esta gente?

Resultado de imagen de cuadros en habutacion en roma
Esta es una reproducción del cuadro al completo. La Academia en cuetión parece un palacio del saber, un edificio fastuoso, cuando los edificios o lugares donde daban clase, o enseñaban a sus discípulos a base de una serie de preguntas y respuestas, acostumbraban a ser modestos.

Los personajes que han sido reconocidos -o eso se cree-, con números para diferenciarlos (wikipedia).

Comencemos por los principales, y no del uno al veintiuno -sí, es un poco más complicado, pero es a partir de los dos personajes principales, en el centro del cuadro, y alrededor suyo, que Rafael pintó a todos los demás-:

14.- Platón, sosteniendo el "Timeo": Fue, tras Sócrates -su maestro- y Aristóteles -su mejor alumno, con el que no tuvo siempre una buena relación- uno de los tres grandes de la filosofía griega. La escuela platónica, y el neo-platonismo -que llegó hasta las postrimerías del Imperio Romano, y mucho más allá, y que tuvo sus seguidores entre los árabes medievales-. Fue uno de los casos en que un filósofo fue retratado con el rostro de un personaje contemporáneo de Rafael: el extraordinario e inabarcable Leonardo da Vinci.


15.- Aristóteles, con la "Ética a Nicómaco": -más joen que Platón, dand a entender que sería una recreación del mayor de ellos, Platón, discutiendo con su alumno, que siempre le salió algo respondón-. Tras la muerte del maestro, fue el hombre más brillante de su tiempo, y maestro de Alejandro Magno, que, literalmente, llevó el helenismo hasta los confines del mundo. Fue también el sabio griego más seguido y respetado -sus ideas eran consideradas prácticamente intocables- en la Europa Medieval.

1.- Zenón de Citio, o de Elea: Fue, básicamente, el alumno de Parménides, también de la ciudad de Elea. No es que fuera muy original, porque básicamente se dedicó a defender las ideas de su maestro, como sus paradojas o extrañas ideas: la inexistencia del movimiento, o que el cosmos es una única unidad. Tanto él como Parménides conocieron a Sócrates de joven, con el que discutieron en no pocas ocasiones -eran filósofos pre-socráticos-.


2.- Epicuro: El fundador del epicureísmo, que más que una visión únicamente edonista de la vida, defendía el vivirla, saborearla y disfrutarla lo máximo y mejor posible. Quizá, por su importancia, merecía un espacio un poco mejor. Es el de la foto con una corona de hojas.

3.- Federico II Gonzaga: Marqués -y después duque- de Mantua, conocido por ser mecenas de varios artistas renacentistas, como Tiziano, aunque no -que se sepa- de Rafael. Sin enbargo, alguna razón debía haber -amistad, posibilidad de encargos, o el que sí ejerciera mecenazgo con él- para que lo retratara. No se sabe a qué filósofo o sabio debía personificar. Digamos que se ha averiguado quién era el modelo, pero no quién llevaba su rostro.

4.- Boecio/Anaximandro/ Empédocles: Aquí hay varias teorías. Unos creen que se trata de Boecio, uno de los pocos filósofos romanos, que vivió entre los últimos años del Imperio Romano de Occidente y el Reino Ostrogodo, que intentó traducir al latín las obras de Platón y Aristóteles, y que bebía del estoicismo -la vida es como es, y hay que aceptarlo. Otros, que era Anaximandro, un filósofo griego de la escuela de Mileto, que defendía que el principio de todo era lo indefinido, lo indeterminado. Por último, otros ven a Empédocles, que estableció la teoría de las cuatro raíces, más tarde llamadas elementos -tierra, agua, aire y fuego-.

5.- Averroes: El único musulmán -andalusí, de la España musulmana-. Fue filósofo, médico, legislador, matemático, astrónomo... sin duda, un sabio multidisciplinar que se anticipó al Renacimiento, y que, aunque no se le tenga en cuenta, debió influir en la creación de dicho movimiento cultura, espiritual y artístico.

6.- Pitágoras: Otro de los grandes. En realidad, habría que incluirlo como uno de los cuatro grandes sabios griegos, junto a Sócrates, Platón y Aristóteles. Filósofo y matemático, el primero que creó alrededor suyo una escuela de pensamiento, en la que hubo varias mujeres. Quizá fue el primer filósofo en intentar -y conseguir- que alumnos suyos gobernaran ciudades-estados, básicamente en la Magna Grecia -sur de Italia y Sicilia, cuyas costas fueron colonizadas por los griegos-.

7.- Alcibíades o Alejandro Magno: Sin duda, un militar, pero también un guerrero, pero mientras Alejandro conquistó el inmenso Imperio Persa, y extendió el helenismo por gran parte del mundo conocido -y parte del desconocido-, Alcibíades fue un ateniense demagogo, aunque con gran poder de seducción, que embarcó a su patria en una desastrosa expedición a la Siracusa siciliana.

8.- Antístenes o Jenofonte: Antístenes fue el creador de la corriente o escuela de los cínicos, desencantado del mundo y la filosofía en general, que parecía no tomarse demasiado en serio nada. Jenofonte fue un militar -en realidad, un jefe mercenario- que capitaneó "La Anábasis", o el retorno de un contingente de mercenarios griegos desde el corazón del Imperio Persa a la patria griega. Además, fue un buen escritor, pues además de guerrero, era culto.

9.- Hipatía: La única mujer filósofa conocida con relativa profundidad. Pero sólo desde hace muy poco. Rafael podría ser, realmente, quién nos la dio a conocer hace cinco siglos, aunque poco interés hubo en ello. Realmente, era Margherita Luti -conocida como "la panadera", pues ese era su oficio-, amante y modelo de Rafael. La posibilidad de que fuera Francesco Maria della Rovere, duque de Urbino y condottiero -señor de la guerra; en la práctica, un mercenario bien pagado-, es dudosa, porque tampoco era un hombre con un aspecto tan femenino. La teoría podría venir porque Rafael pintó un retrato suyo cuando el duque era muy joven.

10.- Esquines, o Jenofonte: Esquines no fue filósofo, sino político y orador, enemigo de Demóstenes, y simpatizante de Filipo II, rey de Macedonia. Respecto a Jenofonte, lo suponen en dos lugares distintos, y quizá no sea ninguno de los que se supone que lo representan.

11.- Parménides: El maestro de Zenón de Elea -eran de la misma ciudad-. Su obra escrita se reduce a un largo poema filosófico del que apenas se conserva una pequeña parte. Un pre-socrático complicado, con tan poca información, que lo mismo escribía de astronomía, como de lo que era "el ser".

12.- Sócrates: Uno de los tres grandes. Maestro de Platón, que se suicidó, pudiendo escapar de la cárcel, para dar ejemplo de cumplimiento de la ley -o eso se piensa-. No escribió ninguna obra, sino que enseñaba a sus discípulos -cualquiera que se le acercase- al aire libre. Famoso por sus frases, como "Sólo sé que no sé nada", o "Conócete a ti mismo" -¿las dijo él? Tampoco hay plena seguridad de ello, pero fue una persona tan influyente como temida, eso sí es cierto-.

13.- Heráclito: Pintado como otro de los genios contemporáneos de Rafael, Miguel Ángel. A Heráclito le llamaban "el oscuro", pues al escribir con aforismos, resulta complicado qué ess lo que realmente quería decir. Eso, y el hecho de que apenas se conserve una pequeña parte de su obra escrita, hace de él un personaje misterioso.

16.- Diógenes de Sinope: Conocido como el más radical de los cínicos. Vivía en plena calle, prácticamente como un vagabundo, por donde caminaba diariamente buscando "hombres justos". Conocido también por su anécdota con Alejandro Magno.

17.- Plotino: Griego de Alejandría, que vivió en tiempos romanos. Defensor de una vida humilde y solidaria, defendía una cosmogonía con un protagonista: el Uno, que era el centro de todo, algo más profundo de lo que podría pensarse y explicarse en pocas palabras. Era un neo-platónico.

18.- Euclides o Arquímedes: Uno y otro eran matemáticos, físicos y, en general, conocedores de la matemática y la materia -la geometría euclidiana, y el teorema de Arquímedes llevan sus nombres-. El personaje representado -sea quién sea- lleva el rostro del pintor Bramante, y está dando una clase a un grupo de estudiantes. 

19.- Estrabón o Zoroastro: Estrabón fue un gran viajero, geógrafo y cartógrafo. Respecto a Zoroastro, o Zaratustra, fue el fundador de la religión zoroastriana o mazdeísmo, la fe de persas y medos -luego, kurdos- y otros pueblos de Oriente, antes de la islamización. Es el único creador de una religión aquí representado, aunque quizá Rafael lo considerada, más bien, como un sabio y filósofo.

20.- Claudio Ptolomeo: Vivió en Alejandría, en tiempos romanos. Geógrafo, astrónomo y divulgador científico. Una eminencia de su época.

21.- Protógenes: Casi el único pintor, nacido en Asia Menor. Quizá, porque apenas se conoce ninguno más, pues no era habitual que los pintores firmaran sus obras. No se conserva ningún original suyo, aunque sí descripciones de alguna de sus pinturas. El tal "El Sodoma", era Giovanni Antonio Bazzi, un pintor que recibía ese apodo por no disimular su homosexualidad -conocida en aquellos tiempos como sodomía, por la ciudad bíblica-.

R.- Apeles: Representado por el mismo Rafael. O sea, un pequeño autorretrato. Apeles fue, junto a Protógenes -que casi vivió en su misma época- uno de los grandes de la pintura griega antigua. Y ambos son, tal vez, los únicos de los que sabemos bastante de su vida, y algo de su obra, aunque no podamos admirar ningún original suyo.


Así que, ahora que se sabe quién es quién en dicha obra maestra, será todavía más placentero el disfrutarla. Pues que aproveche.

domingo, 24 de julio de 2016

Los prerrafaelitas (anexo IX): Más fotografía actual inspirada en los maestros de la Hermandad.

La fotografía, artística o de moda, ha encontrado un filón en el redescubrimiento del prerrafaelismo.


En más de una ocasión he comentado la influencia del prerrafaelismo e la fotografía. En realidad, dicha influencia fue tan temprana, que los primeros fotógrafos, tanto aficionados pero reconocidos, como profesionales, que desaron ir más allá del puro retrato por encargo, o de las fotografías realizadas para periódicos, o de naturaleza histórica -más bien, serían históricas con el paso de los años- o antropológica o costumbrista, tomaron a los artistas de la Hermandad, o que recibieron influencia directa de ella como modelos a imitar, o al menos, tomar prestadas sus ideas y puntos de vista.
Hoy en día, en que la pintura en lienzo -al óleo, acuarela...- o al fresco -murales, aunque estos no acostumbran a ser pintados de esta forma, por lo mal que se conservan con el paso del tiempo- ha caído no ya en la decadencia, sino casi en el olvido -pocos son, los artistas de pintura figurativa, no abstracta, conocidos, más allá de un pequeño número de entendidos o fieles seguidores-, es la fotografía, otra vez, la que, volviendo la vista atrás, más que recibir influencia, más bien resucita, recuerda, reconoce la labor de aquellos hombres y mujeres y sus obras, tan olvidados, unos y otras, por este mundo moderno.
Aquí, algunos ejemplos. En parte, es fotografía artística, sin más, pero en la mayoría de los casos, se trataría de fotografía de moda, donde se aprovecha el buen hacer de los maestros del XIX para presentar ropa, joyas, o incluso peinados o maquillajes, que también beben de los de aquellos tiempos.

La "Venus Verticordia" de Rossetti, originalmente con Jane Burden/Morris de modelo. La fotografía es de John Knight.



La Circe de Waterhouse, que retrató en más de una ocasión, y con aspecto y vestimenta distintos, tal vez porque la visión que tuvo el autor del personaje fue variando. Sin duda, la hechicera de sangre divina debió fascinarlo, tanto como a otros artistas de la época (colección Bijoux; fotógrafo: Eih).


Pandora by John Knight
Pandora, según la mitología griega, la primera mujer, con el cofre -o caja, como se le llama popularmente- de la que saldrían todos los males. También de Rossetti (1869), y también con Jane Burden/Morris de modelo.

"La Ghindarlatta", también de Rossetti. Sin duda, en retratos de mujeres con raíces mitológicas o literarias, él se lleva la palma. Y también a la hora de ser homenajeado o, directamente, copiado. La fotografía es de Hannah Palmer, y en este caso, no he tenido ni que buscar el original.


sábado, 23 de julio de 2016

Las Pléyades: de la compañía de Artemisa, a tener su pequeño rincón en las inmensidades del espacio.

Entre los seres divinos de la mitología clásica, que no podían ser considerados auténticos dioses, había una auténtica multitud...


No es habitual que hable de mitología, y no es que no me interese -no sólo la greco-latina, sino en general-, sino que, si se estudia en profundidad, la fascinación o interés inicial puede en ocasiones llevar a equívocos, e incluso a cierta confusión, al darse uno cuenta de la enorme cantidad de personajes, hechos o lugares con los que nos encontramos. Además, también hay que tener en cuenta que la historia de dioses, humanos y seres, digamos, intermedios -divinos, pero sin llegar a divinidades, o sea, a dioses auténticos, a los que los humanos en general temían y querían al unísono- lo mismo tenían una o varias -más bien varias, o muchas- versiones orales, como escritas, tanto en la poesía o la canción -si bien en la Grecia antigua, la poesía muchas veces, más que recitarse, se cantaba, y la canción, el canto, no dejaba de ser considerada literatura oral acompañada de música-, como en el teatro. Además, esos mismos poetas, compositores, dramaturgos, así como proto-historiadores o cronistas, o escritores de primitivas novelas -en realidad, lo que en la Antigüedad llamaban "novelas griegas" no dejaban de ser pequeños relatos en prosa, en ocasiones con más narrativa descriptiva que acción propiamente dicha-, nos dan versiones distintas de cada historia o relato, añaden de su cosecha, dan puntos de vista distintos -según la época, las ideas filosófico-políticas del autor, el lugar donde éste nació, e incluso la influencia de culturas cercanas, como los lidios, frigios o tracios, muy helenizados, al menos los dos primeros pueblos-, por lo que llegar a entender lo que llamamos "mitología greco-romana", o más bien griega -los romanos no tenían mitos, sino leyendas, relatos donde les interesaba más la historia de su ciudad y su pueblo, y de las principales familias o personajes históricos, que la de dioses y héroes antiguos, que para eso estaban los escritos griegos, que no tenían problema en cambiar o "revisar" cuando les interesaba- puede llegar a ser una hazaña que podría, muy bien, ser digna del mismo Heracles, el Hércules romano.
Así pues, para el que tenga cierto interés en ella, pero sin llegar a profundizar, o a querer pasarse meses o años en comprender la auténtica nebulosa que resulta ser, finalmente, el mundo mítico helénico -eso sin contar las obras literarias propiamente dicha, donde los dioses también están presentes, caso de "La Ilíada" o "La Odisea"- lo mejor que puede hacer es acercarse a ella de dos formas distintas pero complementarias: tener una idea básica, muy básica, de quienes eran los dioses y diosas principales, y el parentesco que había entre ellos -la teogonía, que decían los antiguos-, y el interesarse por algunas historias o personajes en particular, que pueden ser conocidos sin necesidad de tener un conocimiento profundo de la mitología en particular. Casos así hay muchos: Heracles, las amazonas, las sirenas, o alguna historia con trasfondo histórico -en su momento comenté una: la cabellera de Berenice-. Aquí otro caso: las pléyades, que dieron un nombre a un grupo de estrellas que, al observarlas allá arriba, en el oscuro cielo nocturno, quizá nos hagan recordar a las jóvenes de origen divino -realmente divinas, por lo atractivas que resultaron a todos, por lo que se cuenta-, que, según los griegos de antaño, recorrieron los bosques de la Hélade en compañía de Artemisa la cazadora.


Las Pléyades, que cambiaron los senderos de Grecia por los del cosmos infinito.

Como otros muchos grupos de mujeres de la mitología -realmente, en la Grecia antigua casi todas las mujeres famosas, o eran de origen divino, y por tanto no humanas, o eran personajes ficticios literarios; tristemente, las mujeres reales, de carne y hueso, si destacan por algo, como mi querida Safo, de la que también hablé en su momento, es por su escasez-, las Pléyades son de origen divino, pero sin llegar a ser diosas, y además, ese mismo origen, como su naturaleza misma, acostumbra a ser un tanto oscuro, misterioso, casi perdido en el tiempo. Probablemente, no dejaron de ser, como las sirenas, las musas o las Hespérides, algún tipo de espíritu animista anterior a la religión organizada, que esta acabó absorbiendo y asimilando, transformándolos en figuras semi-divinas, o divinas pero sin llegar a ser auténticas diosas, sino una especie de seres intermedios, entre los dioses propiamente dichos, y los auténticos humanos, algunos de ellos, además, con sangre divina. como el ya nombrado Heracles, o Aquiles y Patroclo, personajes de "La Ilíada".
Si hemos de hacer caso a las -diversas y a veces contradictorias- fuentes antiguas, las Pléyades eran hijas de un titán -una especie de "dioses caídos", que fueron derrotados y encarcelados por los dioses griegos propiamente dichos, liderados por Zeus- llamado Atlas -o Atlante, como la isla sumergida de la que hablaba Platón-, el mismo Atlas a quién Zeus, victorioso y vengativo, condenó a sostener sobre sus hombros los pilares de la Tierra. Este Atlas parece que sí tuvo tiempo de tener una amplia familia, porque aparte de las siete Pléyades, también fue padre de las Hespérides, o de la hechicera Calipso, que se encontraría más adelante Odiseo, más conocido por Ulises -por lo visto, los romanos no hicieron mucho para ampliar la mitología de los sometidos griegos, más allá de cambiarle el nombre a los personajes que ellos inventaron, y que por cierto, son los que han llegado con más fuerza a la actualidad-. Respecto a su madre, porque era bastante habitual que los dioses tuvieran una reproducción, digamos, clásica -hombre con mujer, con sexo de por medio, por muy divinos que fueran, o quizá por eso mismo...-, fue la ninfa Pléyone -o Pleíone-, que era una oceánida. O sea, una ninfa del océano, del mar abierto -no de ríos o lagos, aunque en principio, los griegos más antiguos suponían que el océano, es de suponer que el Atlántico, no dejaba de ser un río, pero mucho más grande, o un mar no mucho mayor que el Mediterráneo, pero mucho menos conocido-, e hija de Océano, otro titán. Como se puede ver, los titanes, cuando eran todavía los dioses dominantes, o mientras luchaban contra los que acabarían por sustituirles -y antes de aquello, ¿los titanes fueron reconocidos por los humanos como sus divinidades, tan queridos y, a la vez, temidos como los posteriores dioses olímpicos? Nada claro se sabe de eso-, también tenían sus familias, que se emparentaban unas con otras. ¿Cómo si fueran un clan, un pueblo o tribu de seres inmortales, de enorme poder, pero necesitados de unión, de formar una sociedad unida y cerrada, como los humanos sobre los que, se supone, regían? Probablemente, Al fin y al cabo, los dioses no dejan nunca de parecerse a los humanos que los han creado.

"La caída de los Titanes", según el holandés Cornelis van Haarlem (1588). El pintor debió imaginar a los Titanes como una multitud de dioses primitivos y medio bárbaros, que fueron enviados de mala manera al Tártaro por Zeus y los suyos.

Bueno, pues la tras la derrota del clan -por llamarlo así- de los titanes, podría pensarse que las pléyades lo iban a tener un tanto difícil. Al fin y al cabo, tanto su padre como su abuelo paterno eran titanes -en la práctica, también su madre, o al menos, a medias-, así que, al menos en teoría, las siete jóvenes podrían sufrir lo mismo que las familias de los vencidos en las guerras de los mortales, y no sólo entre los griegos -en aquellos tiempos, aqueos micénicos, o cretenses de cultura minoica, o tal vez, incluso anteriores a los primeros-. Pero parece que no. Condenados la mayoría de los titanes a estar encerrados en el Tártaro -uno de los infiernos de la mitología griega-, ellas, que no habían participado en la lucha, acabaron siendo respetadas, como las Hespérides o Calipso, sus hermanas. 
Respecto a la naturaleza de las Pléyades, que no eran ni humanas, ni diosas, ni semi-diosas -hijas de un dios y una humana, o viceversa-, se podría pensar que eran una especie de divinidades menores, que no tenían un espacio claro en la mente y el alma de los humanos, y por tanto, tampoco un poder o influencia sobre ellos. Si los mortales no te temen o quieren, difícilmente puedes ser considerado su dios o diosa. Porque, ¿cuál sería la razón, para ser considerado como tal? Eran una especie de mujeres, pues tenían un aspecto precisamente de eso, de mujeres humanas, inmortales y que no envejecían con el paso del tiempo -al fin y al cabo, ¿qué gracia hay, en  ser inmortal, pero hacerse cada vez m´s viejo? ¿Cual acabaría siendo tu aspecto, pasados los siglos y los milenios?

Atlas cumpliendo su eterno castigo.

Una vez que su padre cayó en desgracia, y como en las guerras entre mortales, Pléyone y sus hijas acabaron sin un lugar donde vivir y manifestarse como seres divinos: ni tenían espacio en el Olimpo, ni entre los humanos, así que ejercieron -al menos, las hijas- de compañeras o sirvientas -por llamarlo así- del bando victorioso. Durante un tiempo, fueron las niñeras y maestras del dios Dioniso -el Baco romano- cuando era niño -era hijo de Hércules, y de una princesa tebana, también de origen mixto, mitad humana y mitad diosa-, porque, al tener sangre humana, este dios del vino y el desenfreno no sólo nació niño, sino que parece que no tuvo mucha prisa en hacerse adulto. Tras ello, y quedar, digámoslo así, desempleadas, acabaron siendo las compañeras de Artemisa -la Diana romana-, la irascible y solitaria diosa virgen que vagaba por los bosques griegos. Pero a un oscuro y extraño personaje, Orión el cazados -que, al no tener una obra o ciclo propio que nos cuente su historia al completo, y sin lagunas y contradicciones, no se sabe bien ni su origen, ni su naturaleza y aventuras al completo-, experto en cazar todo tipo de bestias, le dio por ir detrás de la madre y las hijas, quizá por su deseo por Artemisa -que naturalmente, no deseaba nada con él, y menos, perder su preciada virginidad; preciada no porque así, virgen, fuera más respetable, sino porque ella, sin influencia o consejo de nadie, deseaba conservarla-, y Zeus, en uno de sus días buenos -porque también, como dios de dioses, amo y señor y con un poder enorme, también tenía sus días malos, malísimos-, decidió que, para salvarlas, las transformó primero en palomas, y al proseguir Orión con su obstinada persecución -él, que había matado leones y jabalíes, ¿qué problema iba a tener en cazar palomas?- en estrellas -que es como poder habitar los cielos, y ser visto y admirado por ojos humanos para siempre; si son capaces de localizarte, claro-. La verdad es que no está demasiado claro por qué Zeus no eliminó, o castigó, o forzó a finalizar la persecución, al obseso de la caza de Orión, pero siendo como era un dios, resulta difícil para los humanos -y más, para los de esta época- el saber por qué obraba como obraba. Respecto a Pléyone, no se sabe bien qué fue de ella, porque sus hijas eran siete, y en el cielo, el cúmulo estelar de las Pléyades tiene precisamente eso, siete estrellas, y por tanto, poco claro está donde fue a parar ella. Otra cosa más: más adelante, y gracias a Artemisa -y debido a ella, pues fue también quién lo mató con una flecha-, subió a los cielos él mismo, transformado en otro cúmulo de estrellas con su mismo nombre, y que parece perseguir, eternamente -e inútilmente también, así que pueden ellas estar tranquilas- a las Pléyades.
Pero antes de hablar de la mezcla de astronomía con mitología, nombrar a cada una de ellas, pues durante el tiempo que cuidaban de Dioniso, o acompañaban a Artemisa, las Pléyades, hermosas y eternamente jóvenes -y con un atractivo considerable, por lo visto- tuvieron relaciones e hijos con dioses y no dioses. Aquí, quienes eran ellas, y qué es lo que hicieron en su tiempo libre, que por lo visto fue mucho, entre siglo y siglo:

Maya (o Maia), era la mayor de todas -por tanto, no nacieron al mismo tiempo. Zeus tuvo con ella a un hijo, que como Dioniso, nació después de la victoria de los Dioses Olímpicos contra los Titanes. Está claro que el padre de los dioses no sentía por las Pléyades, o al menos por algunas de ellas, un simple deseo de ayudar a las hijas de los vencidos. Se cree que el mes de mayo le debe su nombre, aunque no está claro. El ser madre de un dios, además de amante -temporal, como todas- de Zeus, no le sirvió de mucho, a la hora de ser protegida de forma más radical de Orión.

Elektra (o Electra), también tuvo una relación con Zeus, con quién tuvo dos hijo. Uno fue Dárdano, hermano del rey de Arcadia, expulsado de su tierra tras asesinarlo y no aceptar el pueblo su crimen, y que acabó por emigrar a Asia, donde fundó la que luego sería la ciudad de Troya -tal vez por ello Zeus, en "La Ilíada", muestra simpatía por los troyanos, llamados también dardánidas, si bien esta denominación parece hacer referencia más a los hermanos de sangre de los troyanos que vivían en la región dominada por Troya, que a éstos propiamente dichos, a los que se llama teucros, como otro rey legendario de la gente dardánida, y suegro de Dárdano-. El otro fue Yasón, que acabó bastante mal, por enamorarse de la diosa Deméter.

Táigete también fue amante, o pareja, de Zeus, que parece que le cogió gusto a yacer con una pléyade tras otra, y de su relación nació Lacedemón, que fue, por decirlo así, el padre del pueblo lacedemonio, que el nombre por el que se llamaban a sí mismos los espartanos. Teniendo en cuenta que los dorios -la rama griega de la que descendían, o formaban parte los espartanos- llegaron a Grecia más tarde que los demás, es posible que este Lacedemón fuera añadido a la larga lista de hijos de Zeus en época tardía. Todo con tal de sacar de algún sitio un origen divino.

Alcíone fue una de las Pléyades que tuvo relaciones con otro de los grandes dioses. En su caso, con Poseidón, dios y rey de los mares, con el que tuvo un hijo: Hirieo, del que no se conoce nada reseñable.

Celeno también tuvo una relación con Poseidón, con el que tuvo tres hijos: Lico, Nicteo y Eufemo. Tampoco es que tengan una importancia primordial en los mitos, así que mejor no alarguemos esto sin necesidad, ¿no?

Estérope parece que tenía gusto por los tipos duros y aguerridos, pues tuvo una relación con Ares, dios de la guerra, con quién también -como no, parece que las Pléyades, entre otras cosas, eran muy fértiles- un hijo: Enómao, que fue rey de una ciudad conocida como Pisa -como su homónima en Italia, aunque mucho más antigua-, en la región de Élade, en la parte más occidental del Peloponeso. De Enómao se tienen noticias tan confusas, que hay crónicas que consideran que Estérope no era su madre, sino su esposa, pero parece poco creíble que un ser divino acabara viviendo en la tierra como la esposa de un rey, por lo demás, un tanto segundón, en poder y riqueza. 

La última sería Mérope. Sería la única que no tendría -ni querría tener- una relación con una divinidad. Pero a la hora de elegir entre tantos hombres mortales que  había, la muchacha, quizá por aquello de que ni ella ni sus hermanas conocían realmente a los humanos, eligió a Sísifo, mortal, aunque parece que tenía algo de sangre divina por aquí o por allá -por lo visto, siglos de conquistas y relaciones sexuales de Zeus y otros dioses provocó que el número de humanos con su sangre fuera enorme-, y que se hizo rico con el comercio y la navegación, pero también robando y matando. Fue, dicen, el creador de los Juegos Ístmicos, en sus tiempos casi tan importantes como los Olímpicos, y fue capaz de atrapar -y casi matar- a un dios: Tanatos, que personificaba la muerte no violenta, y que se salvó de los grilletes gracias a que, en el último momento, le salvó el mismo Ares de morir de hambre y sed. Por todo ello, fue castigado a cargar con una enorme roca, que debía empujar hasta la cima de una montaña, y que caía cuando Sísifo estaba a punto de cumplir con su misión. Y así, día tras día, para siempre, cargando la maldita roca que nunca lograba llevar hasta su destino.

Las Pléyades, retratadas por el pintor simbolista norteamericano Elihu Vedder, en 1885. En este caso, no parecen uertas de pena, sino más bien habitando en algún espacio paralelo al mundo terrenal, donde bailas y se lo pasan, por lo visto, bastante bien. Quizá, el pintor pensó que, tras el brillo de las estrellas que vemos desde el cielo, hay un mundo aparte, donde conservan su aspecto y carácter humanos.

También se cuenta que, cuando se observa detenidamente, se observa que de las siete estrellas que representan a sendas hermanas, hay una que brilla menos. Una de los teorías, que se diría ahora, es que una corresponde a Mérope, que avergonzada por haberse casado con un humano, y más todavía con un personaje como Sísifo -por lo demás, un criminal y mentiroso, pero también considerado en su tiempo como uno de los más inteligentes de los hombres-, no brilla tanto como las demás. Otros piensan que es Elektra, que al contemplar la destrucción de Troya, no puede evitar la pena, y no se ve con fuerzas para brillar más. Teniendo en cuenta que no está claro en qué época sobrevino la transformación primero en palomas, y luego en estrellas, tampoco está claro si cuando Troya-Ilión fue destruida, Elektra era ya estrella, o todavía Pléyade con aspecto humano, aunque teniendo en cuenta que su hijo Dárdano fue el fundador de la ciudad -aunque con otro nombre- y que según se pensaba en la Antigüedad, Troya fue destruida después de varios siglos de existencia, es de suponer que Elektra yacía ya tiempo que encontró su lugar en los cielos.
También hay una explicación a dónde fue a parar a Pléyone: simplemente, está con seis de sus hijas en el cielo, mientras que Mérope, por vergüenza, o expulsada ¿por quién? acabó desapareciendo, o bajando a la Tierra, o no se sabe bien qué.

"La pléyade perdida -o caída". Así imaginó el francés William Adolphe Bouguereu (1825-1905) a Mérope, con sus brillantes hermanas al fondo.

Hay, incluso, más historias, aunque no parece que en su momento tuvieran mucho seguimiento, sino que más bien debió ser algún tipo de teoría de algún poeta o escritor: que murieron de pena, al saber la suerte de su padre Atlas -lo que significa que Orión o Artemisa no tienen espacio en su existencia-, o bien por la suerte de sus hermanas, las Híades -otro grupo de hermanas de origen divino, pero no diosas; en su caso, ninfas de la lluvia-, que también murieron de pena, en este caso, por un  hermano de todas ellas: Hiante. Sin embargo, este continuo goteo de muertes por pena parece algo posterior en el tiempo, y que, aunque ha llegado hasta nuestros tiempos, nunca tuvo muchos defensores. Como tampoco, el que fueran hijas de una reina de las Amazonas -ciertamente, para no acostumbrar a tener descendencia, ni demasiado interés por el sexo con hombres, que tuviera siete hijas demostraría que esta reina en particular era un tanto diferente a otras Amazonas-. Preferían imaginar a estos grupos de jóvenes retozando con dioses, y teniendo gran descendencia. Además, en su momento, todos los reyes y caudillos quisieron inventar un origen divino de su familia, así que, cuantas más divinidades con hijos hubiera, mejor.


Con el paso del tiempo, como se puede ver, los astrónomos -no se sabe bien desde cuando, tal vez desde la misma Antigüedad-, decidieron que Atlas debía estar al lado de sus hijas, y con todos ellos, Pléyone. Ya no habría necesidad de buscarla en ningún sitio: ni en el cielo, ni en la Tierra, ni en los mitos. De todas formas, se ha colocado el nombre de cada Pléyade un poco de cualquier manera, porque aquí, tanto Mérope como Elektra tienen una brillante estrella.

O una forma más de imaginarlas: habitando el cielo sin haber perdido su condición pseudo-humana, con aspecto de mujeres de la Tierra.


Respecto a un listado de estos "seres intermedios", en los que simplemente se les enumere y diferencie unos de otros, ya llegará. O eso espero.



domingo, 17 de julio de 2016

Los  prerrafaelitas (XLIII): Las modelos de la Hermandad -musas, amantes, esposas... y artistas- (1.-).

Consideradas como poco menos que personajes marginales de la historia de la Hermandad y el movimiento, también tuvieron su personalidad, influencia, y en ocasiones, su propio arte.


La parte femenina del movimiento prerrafaelita.

Cuando comencé a escribir sobre los prerrafaelitas, poco sabía realmente de ellos, por no decir casi nada, así que, poco a poco, fui conociendo no sólo a un número mayor de los miembros de dicha corriente, sino también sobre su estilo, su vida, y la gente con la que se relacionaron. También, y eso ocurre cuando se comienza algo sin una planificación demasiado acertada, empecé a conocer en profundidad a algunos de ellos, sobretodo a los principales, a los iniciadores de la Hermandad -Hunt, Millais y Rossetti, además de a Morris y Burne-Jones, que ingresarían en ella algo después-, cuando ya había hablado de ellos en sus correspondientes entradas. Por eso, siempre que pude, volví a unos y otros más adelante, en entradas posteriores, para escribir o explicar lo que, pensé, me dejé de decir sobre ellos.
Pero algo que no traté muy en profundidad, fue su vida sentimental, a no ser que tuviera una importancia destacable en sus vidas, y en la Hermandad en general. Caso de Elizabeth  Siddal, o de Effie Gray. Pero después de tanto tiempo, y tantas entradas, va siendo hora de no dejar a nadie fuera. 
Bueno, sin más preámbulos, que ya me estoy poniendo pesado, destacar que un pintor necesita de modelos, y los prerrafaelitas no fueron menos. Contaron con varias, que lo mismo fueron esposas, amantes, o amigas y alumnas. De algunas, ya se ha hablado mucho, pero no está de más recordarlas, aunque sólo fuera por encima. De otras, apenas han sido nombradas, así que tendrán un espacio algo mayor, aunque su importancia histórica, por llamarla así, sea menor.


Las que fueron artistas, además de modelos: Siddal y Spartali-Stilman -y esposo-.

Aquí, sin duda, habría que hablar de dos, que conocemos bien, pues fueron grandes pintoras, además de modelos, o más bien -en el caso, al menos, de una de ellas- musas.
Una de ellas fue Elizabeth Siddal. Es, sin duda, una de las modelos de pintura más famosas, no ya de Gran Bretaña, sino del arte universal. O al menos, del occidental. De origen social que llamaríamos de clase media -su familia, de un origen noble tan posible como discutible, no eran ricos, pero tampoco tan pobres o de clase baja como en ocasiones se ha insinuado o representado, en libros, series, etc.-, dependienta en una sombrerería, descubierta por el olvidado Walter Deverell, uno de los pintores más desconocidos del prerrafaelismo -murió tan joven, que no pudo ni formar parte de la segunda hornada de miembros de la Hermandad-, se sintió atraido por ella desde el primer momento, incluso fue el primero en retratarla, para acabar, tras presentársela a Rossetti, como auténtica musa y modelo compartida -hubo más en ese tiempo, pero fueron normalmente prostitutas que iban y venían-, del naciente movimiento artístico. Comenzó, primero, siendo deseada -infructuosamente- por Millais, que por poco la mata -no de forma voluntaria, evidentemente- en el famoso accidente de la bañera llena de agua fría, donde Siddal posaba -o algo así- para su cuadro de Ofelia, para ser, más adelante, algo más que una modelo para Hunt -un tipo un tanto brusco, pero enamoradizo, que lo mismo acababa peleándose con quién fuera, como cayendo en crisis existenciales, o, finalmente, acabando siendo un auténtico cristiano renacido, aunque nada fanático, eso sí-. Y finalmente, fue la modelo exclusiva de Rossetti, un hombre genial, pero también excesivo, celoso, que acabó considerándola, primero como novia, más tarde como esposa, como su propiedad. Siddal siempre tuvo buena relación con el resto de la Hermandad. Era una auténtica artista, tenía espíritu y dotes, y Rossetti se dio cuenta.

 "Venus verticordia", uno de los cuadros con los que Rossetti inmortalizó a "su" Lizzi Siddal.

Uno de los muchos dibujos que Rossetti hizo de su esposa.

Una versión coloreada de una fotografía suya en sus últimos años -expresión un tanto engañosa, pues cuando murió, aún no tenía treinta  y tres años-.

Fue pintora y dibujante, también poeta -y sus poemas, que durante mucho tiempo estuvieron prácticamente evaporados de la cultura viva, olvidados, han recobrado vida en los últimos años, y no sólo entre gente de edad avanzada, sino también entre no pocos jóvenes-, así que es un raro caso de modelo que, gracias a la ayuda de su genial pero obtuso marido, y del resto de pintores de la Hermandad -y también del crítico John Ruskin, que la tuvo como protegida, si bien su extraño carácter tal vez pudiera hacerle tanto mal como bien-. Sin embargo, la mezcla de mala salud física, trastornos mentales, la pérdida de su hijo, y el vivir enclaustrada en casa mientras su marido se iba a la cama con tal o cual modelo -o sin ser modelo, él no tenía manías con ello-, acabó abocándola al suicidio. Sería justo recordarla como artista, además de como modelo, y sobretodo, como parte -la parte más débil, más sufrida- de una historia de amor tan atractiva como, en ocasiones, sórdida, pero nadie puede elegir por qué razón acabará por pasar a la historia. Y menos, cuando ya estás muerto.

La famosa "Ofelia" de Millais, que le costó una neumonía, y casi la vida. Arrastraría problemas de salud desde ese momento hasta su muerte.

Un marcapáginas, recuerdo y publicidad de una charla realizada en Inglaterra, sobre la vida, obra y muerte de Elizbeth Siddal -de ahí el título de la ponencia: "Muerte temprana"-.

Una imagen de "Desperate romantics", donde se ve a Siddal con Rossetti. La Hermandad y sus miembros principales -y ella lo fue- se han ido transformando en una especie de mito moderno, donde realidad y ficción, suposiciones y exactitud histórica se entremezclan cada vez más.

El segundo caso claro de modelo, de pintores, pero también fotográfica -y en eso fue casi pionera, porque no se limitaba a posar, sabía bien cómo hacerlo, lo que significaba que era capaz de ponerse en los dos lados del modelaje: como modelo, y como artista- fue la greco-inglesa Marie Spartali Stillman. Miembro de una familia donde las dos ramas eran de origen griego, de clase media-alta o alta -según se mire; en aquellos tiempos, clase alta era, desde luego, muy alta. Otra cosa era hablar de burguesía, de nobleza rural o pequeña nobleza...-, llegó a la adolescencia casi veinte años después de que se creara la Hermandad, en 1848 -ella nació en 1844-, lo que significa que conoció a sus miembros cuando estos ya eran conocidos, y tenían a sus espaldas unas carreras artísticas de años. Fue modelo de Rossetti, como no, y este, con toda seguridad, se quedó prendado de aquella joven griega que hablaba perfecto inglés. También lo fue de Burne-Jones, que, al contrario que Rossetti, también fue no sólo alguien que le enseñó arte, sino que fue un auténtico maestro. Otro de los pintores con los que aprendió el arte pictórico, tal vez el que más hizo para que tuviera su propia carrera artística, fue Madox Brown, que si bien no fue nunca un prerrafaelita, tuvo una relación estrecha, artística y amistosa, con los miembros de la Hermandad. Spartali Stillman no sólo fue una de las grandes pintoras del prerrafaelismo, junto a Siddal y a de Morgan, y además, una artista extraordinariamente prolífica. Respecto a su segundo apellido, Stillman, lo "heredó" de su marido, el escritor y crítico William J. Stillman, que por cierto, también en ocasiones fue modelo, sobretodo de Burne-Jones, si bien la historia -casi "leyenda artística"- de que conoció a Spartali haciendo ambos de modelos del mismo cuadro no parece real, pues parece que ya se conocían de, al menos, una o dos reuniones o actos sociales. En aquellos tiempos, como hoy en día, la clase alta, y la gente de clase social inferior pero que tenía contacto directo con ella, no era muy numerosa, así que no resultaba tan extraño que antes o después, sus miembros se acabaran por conocer, en un momento o en otro. Stillman no era de familia rica, pero sí un periodista norteamericano que había recorrido Europa, y era conocido por mucha gente. Lo que se dice, un invitado interesante. Y resulta lógico pensar que la joven Spartali, que ya en aquellos tiempos era una artista conocida, se interesara por él.

Fotografía de Marie Spartali, obra de Julia Margaret Cameron, una de las pioneras de la fotografía del siglo XIX. En principio, a Spartali la fotografiaban por ser una joven de buena familia, origen exótico, gran belleza y clase, y que sabía posar muy bien. Llegado el tiempo, quizá la fotografiaron menos, pero había más razón para ello, pues resultó ser una gran pintora.

Un retrato -dibujado- de Spartali, obra de Rossetti, que la retrató en varias ocasiones, y despertó en ella el deseo de no ser sólo parte pasiva en el arte. Sin embargo, más que Rossetti, fueron Burne-Jones y Madox Brown, los que le enseñaron a sacar lo mejor de sí misma como pintora.

"Una visión de Fiametta", una de las grandes obras de Rossetti.

"El prado (de) Bower". Marie Spartali es la de la izquierda. La de la derecha -la pelirroja- es Alexa Wilding, de la que se hablará más adelante-. Rossetti estuvo fascinado, por aquella joven de origen heleno, pero a la vez tan inglesa. Pero Marie resultó ser mucho más que una musa: también fue, quizá, la mejor, y sin duda la más prolífica, de las pintoras prerrafaelitas. En realidad, es posible que ningún prerrafaelita llegara a pintar tanto como ella, pues se le atribuyen entre cien y ciento veinte obras.


Esposas que acabaron por tener su propia identidad: Jane Burden/Morris, y Effie Gray y familia.

Jane Burden, de casada Jane Morris, no era una joven de la esforzada y sólo en parte pudiente clase media. Tampoco tenía un origen sórdido o mísero, como las pobres prostitutas que pasaban por los talleres -y las camas- de Rossetti, y en ocasiones, de Hunt -Millais tenía ideas distintas de cómo disfrutar de la compañía de una mujer-. Era hija de la clase obrera, y era camarera. Para Rossetti, era el prototipo de modelo y, al tiempo, de mujer ideal: joven, de aspecto delicado, bonita, y que parecía querer ser protegida y, al tiempo, culturizada por un hombre. De uno como él, por ejemplo. Pero era la novia de Morris, que era cinco años mayor que ella -Rosetti le llevaba a ella unos quince-, aunque eso no impidió que el pintor llegara casi a obsesionarse con ella, aunque era bien distinta al prototipo de modelo victoriana, pues Jane Burden era alta y delgada, un poco desgarbada, y con el cabello oscuro, mientras la mujer considerada atractiva en la época -y más, para los artistas- normalmente era más curvilinea, rubia o pelirroja, con clase, elegante y piel muy clara. Siddal era más parecida a ese ideal, y ya sabemos como acabó. Burden, sin embargo, parecía tener más carácter, aparte de mejor salud física y mayor fortaleza mental. Se casó con Morris -que aunque no fue nunca pintor "en serio", se decidió a pintarla, y no del todo mal-, pero fue retratada por Rossetti una y otra vez, como también pintaría a su difunta esposa de forma incesante, como no lo había hecho cuando vivía. Pero el carácter y la mala vida de Rossetti, con sus crisis existenciales, su ir y venir de amantes y líos sexuales, su carácter cambiante, y sus eternos problemas económicos, hicieron que Jane optara por el bueno de Morris, que por lo demás, ni se ganaba mal la vida, ni era en absoluto ni mala persona, ni aburrido. Al menos, hasta pasados los años, en que Morris acabó perdiendo -temporalmente- la cabeza por la esposa de su amigo del alma, Burne-Jones, mientras ella, que finalmente reconoció, se reconoció, que no amaba a Morris, optaba por tener una relación con el poeta y activista político irlandés Scawen Blunt, que duró hasta la muerte de éste. 

"Proserpina" (1874), uno de los retratos más famosos realizados a Jane Morres por Rossetti, y que la transformó, junto a Siddal, en una de las mujeres que mejor representó el estilo -y el carácter- del pintor. Excesivo, pero genial.

"El sueño del día", donde Rossetti la retrata, como acostumbraba a hacer, como una mujer inalcanzable, casi divina, una musa más espiritual que de carne y hueso.

"Pia de Tolomei", otro retrato de Rossetti.

¿Y la relación con Rossetti, acabó, así, sin más? No. Jane Burden/Morris siempre tuvo buena opinión del pintor, pero consideraba que su carácter y su adicción a medicamentos que más bien eran drogas, hacían que una relación estable con él resultara imposible, además de destructiva. Muy probablemente, tuvieron una relación sentimental, amorosa, espiritual y, seguramente, física, pero no fueron una pareja de amantes, digamos, estable, si bien es cierto que Jane se escribió con Rossetti hasta la muerte de él, y siempre le tuvo estima y respeto. Aunque el fuego se apagara, siempre quedaron rescoldos.
 El caso de Jane Morris fue el de una persona de origen social modesto que, lejos de conformarse con ser la esposa de un hombre importante que se ganaba bien la vida -Morris- o la amante de otro todavía más famoso que el primero, aunque tuviera una forma de vida bastante más inadecuada y destructiva -Rossetti-, sin intentar superarse a sí misma, decidió aprender y estudiar. En su adolescencia, probablemente no sabía ni leer ni escribir, al menos, de forma correcta, pero a cierta edad, había aprendido francés e italiano -en aquellos tiempos, como en los actuales, un británico que hablara correctamente un idioma extranjero, y ya no digamos dos, era poco común-, tenía modales y la elegancia de una dama de alcurnia, aunque un carácter más sencillo y abierto que muchas de ellas, y había alcanzado unos conocimientos en arte y cultura no ya considerables, sino incluso muy elevados. Se relacionaba con artistas y escritores, y llegó a ser amiga y modelo de la otra dama del prerrafaelismo, junto a Siddal y Spartali -aunque, realmente, ella también podría ser considerada como tal-: Evelyn de Morgan, que la retrató siendo ya una mujer anciana y con cabellos blancos, bien distinta, y no sólo en el físico y la edad, de la joven alta y larguirucha, casi analfabeta y de mente ingenua, que un día conoció Rossetti, que tantas veces soñó con robarle a su amigo y alumno William Morris, que, curiosamente, lo admiraba tanto como su futura esposa.

"La belle Isault" (1858), quizá la única pintura completa y de calidad artística de William Morris, con su querida esposa Jane. Ella reconoció que nunca estuvo enamorada de él, aunque lo respetaba. Incluso, cuando tuvo una relación paralela, Jane guardó lo mejor posible las apariencias. Algo habitual, en la Época Victoriana.

Una fotografía de Jane Morris, donde se ve el parecido entre la mujer real y sus retratos. No deja de ser una fotografía artística, pero sin duda, Jane sabía posar. La persona y el personaje acabaron por entremezclarse, y por lo que muchos contaban de ella, resultaba una persona fascinante, y con una conversación y personalidad muy atractivas.

Retratada en 1904, por Evelyn de Morgan, e los últimos tiempos del prerrafaelismo -otra cosa fueron los neo-prerrafaelitas- retratada ya, no como una diosa inalcanzable, como hizo Rossetti -con ella y con otras- sino como una mujer mortal, con el cabello blanco, y el peso de los años encima.

Effie Gray -o Effie Ruskin, durante su primer matrimonio- fue caso distinto. Ya se ha contado su historia con Millais y Ruskin. O sea, con los dos hombres que fueron esposos suyos. Con Ruskin se casó siendo jovencísima -no él, que era un hombre bastante mayor que ella-, y descubrió, demasiado tarde, que por la razón que fuese, el crítico era incapaz de tener con ella una vida sexual -y a la larga, sentimental y doméstica- activa. En realidad, ni activa ni pasiva, así que, el hecho de que su esposa, que empezaba a ser para él poco menos que un estorbo, decidiera dejarlo por otro hombre, y así ahorrarse el escándalo de ser él quién rompiera el matrimonio, sin poder dar una explicación de el por qué de ello, no dejaba de ser una solución más que aceptable. Y muy victoriana, también. Gray parece que se enamoró de Millais en cuanto lo conoció, y aquello fue recíproco, porque el joven se olvidó de la ya inalcanzable Siddal, que era el amor de Rossetti -o más bien, Rossetti la había conquistado-. Rota la relación con Ruskin, que para ella era una auténtica pesadilla, el matrimonio con Millais vino ráido, y por lo que se ha contado siempre -no hay nada que demuestre lo contrario-, uno y otra se quisieron, respetaron e influyeron mientras vivieron, tuvieron hijos, y una vida en común sin sobresaltos. Murió en 1897, apenas un año después de su marido. Parece que hasta en eso estuvieron unidos, hasta el final. Al contrario que otras modelos, Gray no hizo de tal ni por dinero, ni por conquistar un hombre. La mayoría de los cuadros en los que posa, son de Millais, cuando este ya era su marido, y si hubo otros antes, se podría decir que ambos sabían que, antes o después, acabarían juntos. Solo era cuestión de tiempo. Sin embargo, uno de sus retratos más famosos de Gray lo realizó otro pintor: el casi olvidado Thomas Richmond, que era un artista de lo más ortodoxo y academicista.

"Effie en Glenfinlas" fue un croquis, un dibujo del que tendría que salir un cuadro al óleo, realizado por Millais con su esposa de modelo. También se sirvió de sus hijos, y pasados los años, de sus nietos, como modelos de sus cuadros, además de su cuñada Sophie.

Un retrato de Effie Gray, realizado también por su marido, cuando ya llevaban años casados, quizá en la cuarentena.

"La orden de libertad", donde Effie, todavía casada con Ruskin, posa como la esposa del liberado.

"Retrato de una joven", de Millais. En este caso, no fue Effie, sino su hermana pequeña, Sophie, la retratada.

El retrato que Thomas Richmond hizo de Effie Gray, cuando todavía era esposa de John Ruskin. Parece que lo encargó el padre de Ruskin, y al verlo, Effie dijo que era uno de los cuadros más hermosos que había visto, y que, incluso se veía retratada más guapa de lo que ella era realmente. A Richmond se le criticó a veces por pintar, sobretodo a las mujeres, de forma demasiado "azucarada", exageradamente bonita, artificiosa, pero ¿qué hay de malo en eso?


En la segunda parte: las amantes de Rossetti -o al menos, un par de ellas-, Hunt y Burne Jones.



lunes, 11 de julio de 2016

El electrófono y el teatrófono, o cómo escuchar conciertos y teatro a distancia: un invento de la Belle Époque.

El  electrófono, como la telegrafía óptica, fue un gran invento, pero la velocidad de los avances tecnológicos acabó con él.


Hay muchos casos en la historia de inventos que, por sí mismos, no eran malos, pero que fueron sobrepasados -en precios más bajos, en comodidad, en tecnología superior, en mayor atractivo para los posibles clientes y usuarios- por otros que llegaron muy poco después, y que los condenaron a un olvido tan rápido como, pasado el tiempo, completo.
Sin embargo, internet permite recuperar viejas fotos o ilustraciones, y siempre habrá alguien que nos explique qué son tal o cual cachivache que no sabríamos para qué servía realmente si no fuera por alguna web de historia o curiosidades, wikipedia -como no, pero sabiendo antes qué buscar-, o alguien dispuesto a desenterrarlos del polvo con el que el tiempo los ha cubierto, y no sólo en sentido figurado.


Radio antes de la radio. Cascos de música mucho más antiguos de lo que cabría esperar.

El electrófono -en inglés, "Electrophone". Imagino que esta sería la mejor traducción, porque no recuerdo haberlo visto escrito en castellano- era, en pocas palabras, un sistema que permitía escuchar sonidos -música de conciertos u óperas, o la voz de actores en obras de teatro- a larga distancia, y a un número determinado, y en teoría grande, de personas, que previamente se habían abonado para poder disfrutar de este servicio. Algo parecido a la telefonía, fija o móvil, de hoy en día: el teléfono es de tu propiedad, pero si quieres utilizarlo, tendrás que pagar a una compañía privada -en su momento, también pública- por el servicio.
Se usó, básicamente, en el Reino Unido de finales de la Época Victoriana, la Eduardiana, la I Guerra Mundial, hasta mediados de los locos veinte. Para ser más exacto, entre 1895 y 1925. Serían, pues, treinta años -que no es tan poco como se podría pensar-, que, siendo tres décadas completas, sólo fue utilizado de forma relativamente generalizada -nunca masiva- durante apenas la mitad de ese tiempo. Además, necesitaba contar con cierto número de clientes en una zora relativamente pequeña, de ahí que, básicamente, su uso estuviera circunscrito a Londres, si bien en Francia existió un precedente, en París, donde era llamado teatrófono -allá empezó a funcionar en 1890, pero desapareció al poco, al no saber desarrollarlo tecnológicamente tan bien como los ingleses-. El hecho de que no tuviera uso fuera de la capital británica hizo que fuese un invento prácticamente desconocido en el resto del mundo, de ahí su desconocimiento de su misma existencia no mucho después de que dejara de utilizarse.

El teatrófono, invento francés que existió en París en los últimos años del siglo XIX -la Belle Époque-, antecesor del electrófono -quizá comenzó a funcionar por 1890- y que parece que no era usado en viviendas privadas -exceptuando casos aislados-, sino lugares públicos, quizá clubs sociales, salones de baile, cafeterías para gente acaudalada, etc.

Esta imagen, de usuarios de teatrófono en París, hace pensar que, al menos durante un tiempo, debían existir locales o espacios donde la gente podía escuchar música o a actores en directo durante un tiempo ya estipulado y previo pago.

¿Cómo funcionaba? Teniendo en cuenta que ya existían gran número de líneas telefónicas convencionales, se utilizaron, también, para transmitir en vivo obras de teatro, óperas, conciertos de música, y cualquier espectáculo que contara con música, cante, actores -excepto mimos, claro está-, o una mezcla de todo ello. También tuvo otro uso menos lúdico: transmitir servicios religiosos dominicales. 
En principio, hubo gente de las clases alta y media-alta interesados en ello, pero a medida que se desarrolló el servicio de radio, y de que cada vez más gente -también de clase media u obrera, y todo tipo de organismos o asociaciones-, que permitía que cierto número de personas -familias, amigos, compañeros de trabajo, miembros de clubs o asociaciones- pudieran escuchar cualquier cosa, y no sólo espectáculos en directo, sino también noticiarios, obras de ficción radiofónicas, etc., todos juntos y a la vez, y sin necesidad de cascos ni nada parecido, hizo que el electrófono acabara perdiendo abonados a marchas forzadas, hasta que en los años veinte, resistió de forma casi heroica debido a un muy pequeño número de incondicionales, que no les parecía importar que aquello fuera ya una antigualla, porque simplemente, les gustaba. Pero no dejaba de ser, realmente, un servicio ofrecido por empresas privadas, y si aquello no daba dinero, pues se dio de baja, y en paz.

Soldados británicos, heridos en la I Guerra Mundial (1917), utilizando el invento, para así olvidar, aunque fuera temporalmente, el infierno del combate.

Había dos cosas que podrían llamar un poco la atención en el electrófono. Una, era el cómo se conseguía grabar los sonidos. Se realizaba de una forma sencilla, aunque un tanto trabajosa, pues consistía en llenar los teatros de grandes micrófonos, que estaban un poco por todas partes -y a ser posible, que no estuvieran muy a la vista de los espectadores que iban a ver, y a escuchar, la obra o el musical en directo, a los que el invento en cuestión les daba bastante igual-. En las iglesias, se hacía algo parecido, ocultando los micrófonos tras figuras o columnas, o incluso dentro de falsas -o no falsas- biblias.  La otra, es cómo llegaba el sonido a cada usuario. Se trataba de una especie de cascos, porque eso es lo que eran, que se colocaban, como no, en los oídos, y que estaban conectados a una especie de mango largo, fácil de agarrar, y que estaba conectado por un cable a un mueble que, al tiempo, conectaba, como un teléfono cualquiera, a las instalaciones de la "Electrophone Company", la empresa privada que ofrecía el servicio, y que trabajaba con las telefónicas. Era esta empresa la que tenía contacto con teatros e iglesias londinenses, e incluso ofrecía a sus clientes -llamados operadores, o conocidos también como oyentes- el listados de todos ellos, para que pudieran elegir.
El precio era un abono anual de 5 libras, que para finales del siglo XIX era realmente mucho, de ahí que siempre tuviera pocos usuarios, incluyendo, como no, a la misma reina Victoria. Se comenzó con unos cincuenta oyentes, para llegar al millar en 1919, y a 2000 en 1923 -una población con un nivel de vida algo más alto, y un servicio que resultaba, en proporción, algo menos caro-, pero un año después, aquella cifra se redujo a la mitad, y en 1925, dejó de funcionar. 
El electrófono también funcionó, aunque de fora muy limitada, y básicamente muy a principios de siglo, en algunos hospitales -privados y caros, se entiende, y hoteles, pero desaparecieron pronto, pues allá la radio lo barrió antes que en los hogares privados.
Después del triunfo del nuevo medio de comunicación, información y lúdico que fue -y es todavía- la radio, el electrófono no sólo desapareció físicamente, sino también en el recuerdo de la gente, incluso en el mismo Londres, que es donde básicamente existió, sobretodo, cuando fueron falleciendo los últimos de sus usuarios que quedaban vivos.
Pero siempre habrá alguien que se interese por esas antigüedades tecnológicas, porque también las hay. Y estoy seguro de que habría gente que estaría dispuesta a utilizarlos de forma eventual, no porque resultaran prácticos, sino por el deseo y curiosidad por conocer qué extraños artilugios resultaron, en su momento, auténtica tecnología punta.

Un equipo de recepción para usuarios del eletrófono. Los muebles, desde donde salía un cable hacia las instalaciones de la empresa que daba el servicio, la "Electrophone Company", también servían para colgar los cascos de, al menos, dos "escuchantes". 

Una usuaria, en 1901, cuando todavía los clientes se contaban por docenas, o a lo sumo pocos cientos, encantada con lo que, para la muchacha, tan contenta como se le ve, debía ser lo último de la tecnología de la época.

El escuchar una obra de teatro, ópera o incluso una misa, podía ser un acto social más para la clase alta británica, que se reunía en grupo para disfrutar del invento, aunque, después, cada uno de ellos tuviera que escuchar de forma individual, con sus audífonos.