jueves, 24 de noviembre de 2016

Los prerrafaelitas (LI): Temas y personajes (3.-). La Dama de Shalott, de Alfred Tennyson.

Un solo personaje de un solo poeta, apenas una nota a pie de página del mito Artúrico, transformado en icono prerrafaelita.

La muerte de una dama de leyenda, que acabó siendo inmortal.

Ya se ha podido ver que los prerrafaelitas, y autores contemporáneos suyos, y culturalmente cercanos a ellos, compartían muchos y variados temas, pero al tiempo, algunos parecen abundar más que otros. Pero aparte de temas en sentido amplio -mitología griega, leyendas medievales, temática religiosa-, hay personajes, en particular, que se repiten una y otra vez. Tanto, que, a la larga, para la gente que, en la actualidad, se acercan a su vida y obra, les parecen como iconos, protagonistas de no pocas de sus pinturas más famosas.
Y uno de esos personajes, femenino, como casi todos los demás, aparte de la desdichada Ofelia, es la no menos desdichada Elena, la Dama de Shalott. 
El llamado Ciclo Artúrico es muy amplio, y lo mismo bebe de forma más o menos directa de la mitología tardo-céltica, que correspondería, más o menos, a los siglos IV al VI, en que la Bretaña romana es abandonada por las legiones del imperio, y donde los bretones, los celtas parcialmente romanizados y cristianizados -pero que no han perdido su identidad original- intentan formar varios reinos más o menos viables, al tiempo que se enfrentan tanto a las invasiones de pictos -desde la actual Escocia- o celtas de Hibernia -la isla de Irlanda, que como Escocia, o Caledonia, nunca fueron sometidas por Roma- como a las germanas del continente -anglos, jutos, sajones- que, finalmente, acabarían por triunfar, consiguiendo esos pueblos asentarse en territorio bretón, mezclándose con ellos, cristianizándose después, hasta dar a luz un nuevo pueblo: Inglaterra, como de otras fuentes. Por ejemplo, las historias del Santo Grial, del novelista francés Chretien de Troyes, o en la Inglaterra plenamente medieval -reconocible como tal-, la recopilación que realizó Geoffrey de Monmouth, a mayor gloria de los reyes ingleses contemporáneos suyos -y de paso, "unirlos" a los antiguos reyes bretones, que teoricamente gobernaron la isla de Gran Bretaña al completo, e incluso, parte de Francia, defendiendo así el derecho de los primeros a "recuperar" en el continente, como en la isla, todo lo que perdieron sus supuestos antepasados-. Sin embargo, el hecho de que la obra de Geoffrey tuviera tintes en parte políticos, no implica el no reconocer que hizo mucho por salvar unas leyendas celtas que, no por ser de las menos antiguas que dichos pueblos compusieron -y raramente pusieron por escrito-, estaban en menor peligro de ser totalmente olvidadas.
Pero dejando aparte todo ello, que hay para tratarlo como un tema aparte, dicha dama no deja de ser un personaje secundario, casi una pequeña historia formando parte de una mucho mayor, épica, grandiosa, supuestamente histórica. Se trata, realmente, de la triste vida, y la no menos triste muerte, de una joven obligada a permanecer toda la vida en una torre. No podía escapar de allá -no está demasiado claro el por qué, la verdad-, y tenía prohibido mirar hacia Camelot, el castillo y capital de aquel legendario, mítico, reino celta pre-anglosajón y post-romano. Pero un día ve pasar al caballero Lancelot, y se enamora perdidamente de él -tampoco tan extraño, en alguien que no ha podido tener contacto directo con el mundo en su vida-. Elena se ha pasado su corta vida viendo, pues, el mundo, desde una ventana, y Camelot a través de un espejo, mientras trabajaba en su telar, y veía como se le escapaba la vida sin vivirla.
Así que un día, decide abandonar la torre, sin hacer caso de un susurro que le avisa del peligro, que no le importa ya nada, embarca en un pequeño bote hacia aquella ciudad amurallada, donde los caballeros de la Mesa Redonda explicaban sus planes y sus hazañas, en busca de aquel joven amado con el que no había cruzado palabra porque, probablemente, ni sabía de su existencia o, a lo sumo, había oído hablar de ella, pero quizá pensaría que no era más que una leyenda. Como tantas otras.
Elena, la dama de Shalott, sabía que la maldición, fuera lo que fuese, caería sobre ella, pero bien pensado, ¿que sentido tienen vivir sin ilusión, una vida vacía, hueca? Mejor recibir un castigo inmerecido, por duro que fuese. La muerte  no podía ser tan terrible, porque ella siempre permaneció muerta en vida.
Alfred Tennyson, poeta romántico, posterior a Keats, Byron o Shelley, fue el que eligió a esa muchacha, oculta entre tantas páginas y leyendas de reyes, héroes y princesas, y le dio protagonismo en unos versos tan bellos como breves. Y de ellos harían pintores posteriores base para parte de sus mejores y más conocidos cuadros. Elena, como Ofelia, muertas jóvenes, desesperadas y solas, acabarían, años después de que escribieran sobre ellas, alcanzando la inmortalidad.

Waterhouse, más neo-clásico que muchos de los considerados como tales, por su fascinación por la mitología griega, y en particular por "La odisea" de Homero, fue también gran conocedor de las leyendas medievales, y defensor de lo que podría llamarse "Medievo fantástico", que no dejaba de ser un lejano antecesor, una especie de universo alternativo arcaico que se podría considerar la base en que otros se basaron, aunque sólo en parte -también en la mitología nórdica, por ejemplo- para crear obras que son la base de la literatura fantástica contemporánea, desde "El Señor de los Anillos", hasta los relatos de lord Dunsany.

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"La Dama de Shalott", de Waterhouse  (1888), es el cuadro que todo el mundo recuerda cuando se habla del personaje, aparte de la obra más conocida del pintor, y eso que pintó muchas dignas de ser recordadas. No sería la única que realizó sobre el personaje. Sólo hay que observar el rostro de la joven, donde se ve la mezcla de amor no correspondido, que sabe imposible, y de aceptación de la realidad, por cruda e injusta que esta sea.

"Mirando a Lancelot" (1894), fue la segunda pintura que realizó Waterhouse sobre Elena. La joven, observando a su amado por el espejo, que le servía para poder ver Camelot, pues tenía prohibido hacerlo de forma directa, con sus propios ojos.

"I am half sick of shadows, said the Lady of Shalott", que podría traducirse como "Estoy cansada de las sombras, dijo la Dama de Shalott". Sería el tercer cuadro de la serie (1915), y en ella, la joven, más que desesperada, se ve cansada de su vida, aburrida y vacía. Muy probablemente, aquí todavía no sabía de Lancelot.

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El pintor británico George Edward Robertson (1864-1926), fue posterior a los primeros prerrafaelitas. Más bien, fue contemporáneo de la segunda generación -falleció bien entrado el siglo XX-. Pero también él se interesó por el poema de Tennyson, y con toda seguridad, pudo recibir influencia de los primeros artistas de la corriente, como otros artistas de su época. Pero Robertson, considerado por algunos como prerrafaelita, y por otros como un academicista romántico influido por ellos, optó por hacer un retrato distinto: Elena ya está muerta, y su barca, sujetada por un hombre, está barada en un puerto fluvial, donde una multitud la observa y, quizá, se preguntan si es ella la que desde la torre cantaba cada día, como un hada invisible y misteriosa.

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Arthur Hughes también tuvo su "Dama de Shalott", y la pintó en 1873. Por tanto, fue anterior a la primera de las tres que realizó Waterhouse. ¿Por qué, entonces, es menos conocida, por no decir apenas, mientras Waterhouse es considerado el retratista de Elena por excelencia? Básicamente, y las pinturas de uno y otro lo demuestran, porque aunque Hughes era un gran pintor, Waterhouse fue un artista extraordinario. Además, Hughes no le dio gran protagonismo a la dama en cuestión, sino al bosque, y a los aldeanos que se toparon con su cadáver en la barca. Waterhouse, sin embargo, nos la presenta como protagonista única, poco antes de su muerte, enfrentándose a su triste suerte.

Y por último, una de las versiones más coloridas y abigarradas, obra de Holman Hunt, uno de los tres grandes de la Hermandad original. Con cierta influencia oriental -más que una dama celta, o medieval, parece una joven del antiguo Oriente Próximo, pero es que Hunt viajó a Siria y Egipto, y la influencia cultural oriental se acabó notando, en su pintura y en su carácter-, se puede ver tras ella el famoso espejo donde se veía reflejado Camelot. Quizá es el cuadro donde se le ve no sólo más harta de su suerte, sino también más deseosa de acabar con una vida sin sentido. Pura fuerza romántica, que en ocasiones sentía el mismo Hunt.


Y aquí, los versos de Tennyson, que a tantos inspiraron:

La dama de Shalott.

Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shalott.

Yaciendo, vestida con níveas telas
ondeando sueltas a los lados
-cayendo sobre ella las ligeras hojas-
a través de los susurros nocturnos
navegó río abajo hacia Camelot;
y yendo su proa a la deriva
entre campos y colinas de sauces
oyeron cantar su última canción
a la Dama de Shalott.

Escucharon una tuna lastimera, implorante,
tanto en alta voz como en voz baja,
hasta que su sangre se fue helando lentamente
y sus ojos se oscurecieron por completo,
vueltos hacia las torres de Camelot.
Y es que antes de que fuera llevada por la corriente
hacia la primera casa junto a la orilla
murió cantando su canción
la Dama de Shalott.




martes, 15 de noviembre de 2016

Aún más escultura contemporánea: Maravillas campando por las ciudades (III.-Europa continental).

En la Europa continental, no sólo en el Reino Unido, también existen ejemplos de nueva escultura.


Europa, occidental y oriental.

Después del mundo anglosajón, incluido el Reino Unido, faltaba Europa, destacando la importancia que la escultura moderna parece tener en la parte más oriental del viejo continente, pues sería erroneo creer que la escultura más contemporánea no ha tenido eco en países como Polonia, Rumanía o la República Checa. Más bien al contrario, pues para bien o para mal, los antiguos regímenes comunistas, y en ocasiones los gobiernos posteriores, deseosos de acercarse a la Europa occidental , y a lo que consideraban la modernidad cultural y artística, fueron, quizá, más abierto a las vanguardias que países como Francia o Alemania, donde, deseosos de conservar su pasado, se pensaban dos veces el añadir a su patrimonio cultural obras que, tal vez, en ocasiones eran consideradas demasiado atrevidas, o fiera de lugar.
Y nada más. Ahora, algunos ejemplos, tanto de la Europa occidental, como de la oriental:


"El fantasma negro", en Klaipeda (Lituania) de S. Jurkus y S. Plotnikovas.


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En el puerto de la ciudad de Klaipeda, en Lituania, existe esta curiosa y fantasmagórica estatua de bronce, que tanto llama la atención a cualquiera que la ve por primera vez, y todavía más, de noche. Hace referencia a una leyenda del país, en que se cuenta la aparición de un siniestro fantasma a un guardia del puerto, durante el siglo XVI.


"Monumento a un transeúnte anónimo", en Wroclaw (Polonia), de Jerzy Kalina.


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Este conjunto escultórico, pues son un buen número de figuras, representan una multitud de ciudadanos corrientes, que parecen nacer y crecer de la misma tierra, y sin que el embaldosado urbano pueda hacer nada para impedir que salgan a la luz.
Se encuentran en la ciudad polaca de Wroclaw,  en la calle Swidnicka, y no se puede valorar al completo el conjunto si no se observan, y admiran, escultura por escultura. La historia que se quiere contar, según el autor, era que un transeúnte no es más que una persona que pasa por la vida, y que, en la práctica, no está obligatoriamente atado a ningún lugar, ni a ningún momento histórico en particular.
Son obra del escultor y cineasta, también polaco, Jerzy Kalina, y se han transformado en una de las obras que mejor representan, también, la emigración y el exilio.


"Monumento a Mihai Eminescu", en Onesti (Rumanía).


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En la ciudad rumana de Onesti se encuentra esta ciudad, se encuentra este monumento al poeta romántico tardío Mihai Eminescu, uno de los artistas- más importantes y queridos del país. La única forma de poder ver el rostro del poeta es frontalmente, porque si se hiciera de lado, sólo podrían verse las ramas de los árboles que forman su rostro.


"Los viajeros", en Marsella (Francia), de Bruno Catalano.

Las 10 esculturas urbanas más fascinantes del mundo
Estas esculturas de bronce y corte surrealista, del francés Bruno Catalano, se encuentran en la costa marsellesa -no son las únicas-. Representan a unos trabajadores -emigrantes, trabajadores temporales buscando trabajo, entrando o saliendo, emigrando o inmigrando a la ciudad-, a los que faltan gran parte de sus cuerpos, y se encuentran allá desde 2013, año en que Marsella fue Capital Europea de la Cultura. 
El movimiento, muchas veces forzado, de la gente, y la fragilidad que es representada por la falta de gran parte de sus cuerpos.


"El hombre que cuelga", en Praga (República Checa), de David Cerny.

El artista checo David Cerny -tan misterioso, que apenas se sabe de él, pues no concede entrevistas, ni acostumbra a explicar el sentido de sus obras, en el caso de que realmente lo tengan- es el autor de una de las esculturas más llamativas, espectaculares y originales no sólo de su país, sino de toda Europa, razón por la cual se ha transformado en una de esas cosas que todo visitante de Praga debería ver. Pero para eso, habría que caminar por la calle Husova mirando al cielo, porque de no ser así, no sería nada raro que pasara desapercibida al visitante. ¿Quién iba a percatarse, sino se le informa antes, de que ahí cuelga de una viga una figura de más de dos metros, con una mano agarrándose, y la otra en el bolsillo?
Representa a Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y de la psicología como ciencia moderna, "colgado", literalmente, de sus fobias y miedos. Ni tan siquiera Viena, patria chica de Freud, cuenta con un monumento, como mínimo, tan curioso.


"Zapatos a la orilla del Danubio", en Budapest (Hungría), de Can Togay y Gyula Pauer.

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Gyula Pauer se ha dedicado sobretodo a perfomances, mientras que Can Togay lo mismo ha sido actor y director de cine, como diplomático cultural. Como se ve a primera vista, no se trata de un conjunto escultórico espectacular, pero sí muy emotivo. Hace referencia a los miles de personas, la enorme mayoría judíos, exterminados de forma directa, o enviados a campos de exterminio nazis, lo que sería un exterminio indirecto, perpetrados por el partido fascista de Partido de la Cruz Flechada, que gobernaron Hungría sólo unos meses -desde que los alemanes acabaron con el gobierno colaboracionista, aunque no nazi, del Gran Almirante Horty, para sustituirlos por unos fascistas puros y duros-, hasta que llegaron los soviéticos y liquidaron su régimen. Los zapatos en cuestión vienen a cuento porque, antes de asesinar por la espalda a miles de judíos al lado del Danubio -para que sus cuerpos sin vida cayeran al río, para que se los llevara lejos,  y no dejaran rastro de sus crímenes-, les obligaban a quitarse los zapatos. Y eso mismo, los zapatos de los asesinados, de los desaparecidos, es lo que los artistas desearon representar.


"Rinoceronte colgado", en Potsdam (Alemania), de Stefano Bambardieri.

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Ciertamente, este rinoceronte banco colgado, aparentemente de forma temporal, es un ejemplo de la nueva escultura que se puede encontrar en Alemania -sobretodo en Berlín, pero también en otras ciudades importantes- desde tiempos de la reunificación. En su caso, en Potsdam, frente a la puerta de Brandemburgo. No son pocos los que, al verlo, se acercan, sí, pero por si acaso, sin colocarse debajo de él. 
Su autor, el italiano Stefano Bambardieri, forma parte del grupo artístico "Arte y vida", que expone sus obras en cualquier parte, sobretodo al aire libre, y no sólo en museos.


Y por el momento, ya está. Dentro de poco -o no tan poco, no lo sé-, más. En Europa todavía hay mucho que ver.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Los prerrafaelitas (L): Temas y personajes, en ellos y sus contemporáneos (2.-). La huella de Shakespeare.

Resulta lógico la influencia del más importante escritor británico en sus contemporáneos del XIX: Ofelia, y Romeo y Julieta.


La mirada al propio pasado:  Ofelia, reinterpretada una y mil veces. Los amantes de Verona, amor y muerte antes, ahora y siempre.

Hace tiempo escribí una entrada sobre los temas o personajes que podrían verse con más asiduidad protagonizando obras de los prerrafaelitas, fueran o no miembros de la Hermandad. Evidentemente, hay tantos personajes, temáticas tan amplias -se podrían dividir y subdividir los temas en infinidad de capítulos o partes menores- que daría para todo un libro. Sin embargo, estas tres o cuatro entradas más bien serían ejemplos de lo que más parecía interesar a los miembros del movimiento en su conjunto, al menos, de forma no muy exhaustiva. A saber:

-La cultura greco-romana: Donde lo mismo se reproducen los mitos de la antigua Grecia, que los romanos tomarían sin apenas cambios -más allá de los nombres de los dioses, y algunos personajes como Heracles/Hércules, u Odiseo/Ulises-, como se intenta reconstruir su civilización, pintando de la forma lo más fiel posible -para la época, al menos- a personajes y hechos reales -los emperadores Caracalla y Honorio, por ejemplo-, o, simplemente, una visión de Roma, o alguna otra población de aquellos tiempos. A ello, también podría añadirse el interés por otras civilizaciones, como el Egipto faraónico, o la Palestina bíblica -pero de una forma o más veraz posible-. El reducir la Antigüedad a damas griegas o romanas posando, lánguidas, pensativas o con la mente en otro mundo, como si fueran jóvenes victorianas posando para artistas contemporáneos suyos, como pintaron tanto los neo-clásicos, ya no resultaba suficiente, ni para el gran público, ni para muchos artistas, que reclamaban algo nuevo.
Hay que tener en cuenta que, e el siglo XIX, las expediciones arqueológicas, el estudio de lenguas antiguas, o la salida al mercado -y no sólo para expertos, sino para cualquier persona mínimamente culta que se pudiera permitir comprarlas, o leerlas por cualquier otro medio- de gran cantidad de obras sobre los antiguos, a lo que habría que añadir el interés de periódicos y revistas por los sucesivos descubrimientos o hipótesis, hizo que los artistas pudieran contar con mucha más información para que sus obras fueran lo más fieles posibles, dentro de unos límites, a lo que fueron aquellos tiempos. Un historiador actual, con toda seguridad, encontraría en esos cuadros o dibujos muchos anacronismos o errores, pero por lo menos, son más realistas que las pinturas del Renacimiento o el Barroco, donde se ve, claramente, que llos genios de aquellos siglos no tenían idea de cómo eran las ciudades, o cómo vestían los monarcas, soldados o gente del pueblo de la Antigüedad.

-La Edad Media, o leyendas de origen medieval: Porque las princesas y los caballeros, sin duda, siempre resultaron fascinantes. Y como el Medievo no era, precisamente, una época muy atractiva, no había problema para dejar volar un poco la imaginación. Además, en la Edad Media es cuando, se suponía, aparecieron las naciones europeas modernas, así que no sólo había que recuperar y glorificar aquel pasado, sino también, si venía al caso, embellecerlo, o incluso, reinventarlo. Y las leyendas, sin duda, hacían que los orígenes de Inglaterra, o de Francia, Escocia, Alemania, etc., resultaran mucho más interesantes y fácil el identificarse con ellos. El romanticismo, ya a finales del XVIII, comenzó a dar forma a ese nacionalismo, aunque no tomó fuerza hasta bien entrado el siglo XIX, con sus revoluciones y levantamientos nacionales incluidos.

-La literatura, popular o de autores famosos: Aquí se mezclaba el orgullo patrio -sólo a veces-, con la fascinación, a veces casi veneración u obsesión, más que por los autores propiamente dichos -pues a veces eran desconocidos, o pasaban a segundo plano- de ciertos personajes o escenas de tal o cual novela, poema u obra teatral. Y Shakespeare, evidentemente, tenía que ser recordado por cualquier inglés culto. Hay que tener en cuenta que el bardo de Stratford-upon-Avon no fue tan extraordinariamente conocido y admirado, ni en su tiempo, ni en los años posteriores a su muerte, pero a partir de principios del XIX, incluso antes, la cosa cambió. Otro personaje que fascinó, e influyó y mucho en los prerrafaelitas, y en otros pintores británicos, hasta bien entrado el siglo XIX -hasta finales, más bien- fue el poeta John Keats, auténtico héroe del romanticismo británico -junto a Byron y Shelley, el que fue esposo de la creadora de Frankenstein-, y que la mayoría de los prerrafaelitas leyeron y releyeron, aunque fuera otro algo posterior, Tennyson, el que más les inspiró. Pero eso es otra historia, que vendrá después de esta entrada. Y ahora...


Shakespeare en tela: Ofelia, una y mil veces muerta, y sin embargo, inmortal; y Romeo y Julieta, el amor imposible tantas veces contado, y tantas dramáticamente interrumpido.

Ofelia es un personaje de la tragedia "Hamlet", una de las obras más populares de Shakespeare. Resumiendo mucho, esta es un personaje trágico, que se siente enamorada por Hamlet, principe heredero de Dinamarca, que, le recuerdan su padre y su hermano, por su condición de hijo del rey, no es libre de casarse con quien quiera, aparte de que tampoco está claro de que él se sienta atraído por Ofelia. En determinado momento de la obra, Hamlet mata a Polonio, padre de Ofelia, pensando que es otra persona -Claudio, rey de Dinamarca tras la muerte del padre de Hamlet, y que es tío y padrastro de éste-, y Ofelia, en parte destrozada por la muerte del padre, y en parte por el hecho de que sea su amado quién lo matara, se suicida, o al menos, eso es lo que se desprende de las palabras de la reina Gertrude, que cuenta que se ahoga en un río mientras caminaba -o se encontraba- en una rama de sauce, y que, al romperse y caer en él, no parece tener deseo alguno de salvarse, y que parecía estar emocionalmente destrozada y sin ganas de vivir.
Este personaje, tan trágico, prototipo de la doncella enamorada que acaba con el corazón roto, una vida sin salida, y sin interés en vivirla, tan romántica, a pesar de ser personaje de una obra de teatro escrita mucho antes del período romántico -data de entre 1599 y 1601, cuando el Renacimiento ha dado paso ya al Barroco-, llamó mucho la atención, primero de Millais, y más adelante, de casi todos los prerrafaelitas, pero también a pintores, grabadores o ilustradores de otros estilos y escuelas, de no sólo los mejores tiempos de la Hermandad -entre mediados de los 50 del XIX, y los 70, más o menos-, sino bastante más allá, y no sólo en Gran Bretaña, sino también en Francia y otros países. Sin duda, Shaespeare nunca imaginó que un personaje importante, pero claramente secundario de una de sus tragedias podría llegar a ser, más de dos siglos y medio después de que la escribiera, un símbolo de todo un movimiento artístico.


La Ofelia de Millais (1852) es la más famosa. Fue la primera, y también el cuadro más famoso para el que posó Siddal -que le costó una neumonía en una bañera de agua fría, que nunca llegó a curar del todo-. También fue, sin duda, una de las primeras obras, sino la primera, del movimiento prerrafaelita, en hacerse popular, hasta ser, en cualquier antología sobre dicha corriente artística, una de las principales y más representativas.

Esta Ofelia de Arthur Hughes, de 1851 -en realidad, anterior a la de Millais-, fue una de sus primeras obras, y con ella empezó a abrirse camino en el mundo artístico.

Hughes volvería al personaje de Ofelia años después, en 1863. Se puede ver cierto cambio de estilo, y su mejora en la técnica, si bien aquí Ofelia no parece tener, preccisamente, deseos de suicidarse. Aunque, realmente, en la obra tampoco queda completamente claro que pensara en quitarse la vida.

Años después, en 1889, Waterhouse piintó una Ofelia disfrutando de la naturaleza, dando por supuesto, con lógica, que la joven no estuvo siempre ni dolida por no tener a su lado a Hamlet, ni destrozada por saber que, precisamente él, había matado a su padre, aunque fuera confundiéndolo con otra persona -Claudio, rey de Dinamarca, sucesor del padre de Hamlet, en lugar de éste-.

"El primer brote de locura de Ofelia", es una acuarela -no un óleo- de Rossetti, que no podía faltar. Es una obra de sus primeros tiempos -no se sabe exactamente de cuando-, y uno de sus no muy comunes trabajos en que no lo protagoniza un único personaje femenino. 

Y como ejemplo de cómo Ofelia llegó a ser un personaje clásico de la pintura europea del XIX, también fuera de Gran Bretaña, este cuadro del pintor academicista francés Alexandre Cabanel,  que a pesar de no haber tenido -al menos, aparentemente-, influencias del prerrafaelismo, no pudo dejar de retratar, a su manera, a la pobre muchacha, aunque a primera vista, no parece que ésta esté desesperada. Más bien, es alguien que se deja morir, no haciendo nada para evitar ahogarse, pero con una especie de calma envuelta en locura, como si su mente ya no estuviera en este mundo.


Imagino que no es necesario explicar quienes son Romeo y Julieta, los amantes de Verona, y figuras universales del amor imposible con final trágico -¡de cuántos de estos amores habré escrito ya!-. En parte por ser "hijos" de Shakespeare, en aquellos tiempos, ya considerado gloria nacional de las letras británicas, y en parte por su misma naturaleza de amor y violencia entremezclados, no pocos prerrafaelitas, y autores de todas las épocas y nacionalidades -hasta hoy mismo, como quien dice, aunque ya no sea en la pintura, sino en el cine, la televisión, la ilustración, el cómic- decidieron inmortalizarlos, aunque, y al contrario que Ofelia, en general prefirieron hacerlo no retratándolos en el momento tráfico final, o muertos, o uno ya cadáver y el otro desesperado por morir, sino enamorados, pensando, ilusos, que a la larga, el amor acabará triunfando. Cruel, que es el destino.

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La obra de Frank Dicksee, un autor menos conocido a reivindicar, es muy literaria, y de haber vivido en otra época, tal vez  habría demostrado gran influencia cinematográfica. Realmente, la influencia habría sido por ambos lados, pues más de una película o serie, aunque sea de forma indirecta e involuntaria, debe haberse inspirado en alguno de sus cuadros. Como otros, él prefirió retratar el amor, y no la muerte.

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Ford Madox Brown no era prerrafaelita, pero tenía gran amistad con algunos de ellos, como Rossetti y Siddal, y también Millais, y nunca negó que sentía admiración y atracción por las obras de no pocos de ellos. Y aunque es considerado un autor academicista, mucho o poco, algo recibió de los prerrafaelitas. Al fin y al cabo, fue uno de los maestros de Marie Spartali Stillman, miembro principal de la llamada "segunda generación prerrafaelita".

5. La reconciliación entre los Montesco y los Capuleto tras la muerte de Romeo y Julieta, Frederic Leighton, 1855
"La reconciliación entre los Montesco y los Capuleto tras la muerte de Romeo y Julieta" (1855), de Frederic Leighton. Él sí que prefirió retratar a los amantes sin vida, y tras ellos, sus dos familias, separadas por razones políticas -y más adelante, por las muertes provocadas por unos y otros en la familia contraria-, que deciden firmar la paz tras darse cuenta del daño, aunque fuera indirecto, que su estupidez había provocado.


La próxima vez, más. En particular, la influencia no de un personaje de ficción en particular, sino de un autor sólo una generación anterior al prerrafaelismo: John Keats, figura clave de la poesía y del romanticismo británicos.