jueves, 24 de noviembre de 2016

Los prerrafaelitas (LI): Temas y personajes (3.-). La Dama de Shalott, de Alfred Tennyson.

Un solo personaje de un solo poeta, apenas una nota a pie de página del mito Artúrico, transformado en icono prerrafaelita.

La muerte de una dama de leyenda, que acabó siendo inmortal.

Ya se ha podido ver que los prerrafaelitas, y autores contemporáneos suyos, y culturalmente cercanos a ellos, compartían muchos y variados temas, pero al tiempo, algunos parecen abundar más que otros. Pero aparte de temas en sentido amplio -mitología griega, leyendas medievales, temática religiosa-, hay personajes, en particular, que se repiten una y otra vez. Tanto, que, a la larga, para la gente que, en la actualidad, se acercan a su vida y obra, les parecen como iconos, protagonistas de no pocas de sus pinturas más famosas.
Y uno de esos personajes, femenino, como casi todos los demás, aparte de la desdichada Ofelia, es la no menos desdichada Elena, la Dama de Shalott. 
El llamado Ciclo Artúrico es muy amplio, y lo mismo bebe de forma más o menos directa de la mitología tardo-céltica, que correspondería, más o menos, a los siglos IV al VI, en que la Bretaña romana es abandonada por las legiones del imperio, y donde los bretones, los celtas parcialmente romanizados y cristianizados -pero que no han perdido su identidad original- intentan formar varios reinos más o menos viables, al tiempo que se enfrentan tanto a las invasiones de pictos -desde la actual Escocia- o celtas de Hibernia -la isla de Irlanda, que como Escocia, o Caledonia, nunca fueron sometidas por Roma- como a las germanas del continente -anglos, jutos, sajones- que, finalmente, acabarían por triunfar, consiguiendo esos pueblos asentarse en territorio bretón, mezclándose con ellos, cristianizándose después, hasta dar a luz un nuevo pueblo: Inglaterra, como de otras fuentes. Por ejemplo, las historias del Santo Grial, del novelista francés Chretien de Troyes, o en la Inglaterra plenamente medieval -reconocible como tal-, la recopilación que realizó Geoffrey de Monmouth, a mayor gloria de los reyes ingleses contemporáneos suyos -y de paso, "unirlos" a los antiguos reyes bretones, que teoricamente gobernaron la isla de Gran Bretaña al completo, e incluso, parte de Francia, defendiendo así el derecho de los primeros a "recuperar" en el continente, como en la isla, todo lo que perdieron sus supuestos antepasados-. Sin embargo, el hecho de que la obra de Geoffrey tuviera tintes en parte políticos, no implica el no reconocer que hizo mucho por salvar unas leyendas celtas que, no por ser de las menos antiguas que dichos pueblos compusieron -y raramente pusieron por escrito-, estaban en menor peligro de ser totalmente olvidadas.
Pero dejando aparte todo ello, que hay para tratarlo como un tema aparte, dicha dama no deja de ser un personaje secundario, casi una pequeña historia formando parte de una mucho mayor, épica, grandiosa, supuestamente histórica. Se trata, realmente, de la triste vida, y la no menos triste muerte, de una joven obligada a permanecer toda la vida en una torre. No podía escapar de allá -no está demasiado claro el por qué, la verdad-, y tenía prohibido mirar hacia Camelot, el castillo y capital de aquel legendario, mítico, reino celta pre-anglosajón y post-romano. Pero un día ve pasar al caballero Lancelot, y se enamora perdidamente de él -tampoco tan extraño, en alguien que no ha podido tener contacto directo con el mundo en su vida-. Elena se ha pasado su corta vida viendo, pues, el mundo, desde una ventana, y Camelot a través de un espejo, mientras trabajaba en su telar, y veía como se le escapaba la vida sin vivirla.
Así que un día, decide abandonar la torre, sin hacer caso de un susurro que le avisa del peligro, que no le importa ya nada, embarca en un pequeño bote hacia aquella ciudad amurallada, donde los caballeros de la Mesa Redonda explicaban sus planes y sus hazañas, en busca de aquel joven amado con el que no había cruzado palabra porque, probablemente, ni sabía de su existencia o, a lo sumo, había oído hablar de ella, pero quizá pensaría que no era más que una leyenda. Como tantas otras.
Elena, la dama de Shalott, sabía que la maldición, fuera lo que fuese, caería sobre ella, pero bien pensado, ¿que sentido tienen vivir sin ilusión, una vida vacía, hueca? Mejor recibir un castigo inmerecido, por duro que fuese. La muerte  no podía ser tan terrible, porque ella siempre permaneció muerta en vida.
Alfred Tennyson, poeta romántico, posterior a Keats, Byron o Shelley, fue el que eligió a esa muchacha, oculta entre tantas páginas y leyendas de reyes, héroes y princesas, y le dio protagonismo en unos versos tan bellos como breves. Y de ellos harían pintores posteriores base para parte de sus mejores y más conocidos cuadros. Elena, como Ofelia, muertas jóvenes, desesperadas y solas, acabarían, años después de que escribieran sobre ellas, alcanzando la inmortalidad.

Waterhouse, más neo-clásico que muchos de los considerados como tales, por su fascinación por la mitología griega, y en particular por "La odisea" de Homero, fue también gran conocedor de las leyendas medievales, y defensor de lo que podría llamarse "Medievo fantástico", que no dejaba de ser un lejano antecesor, una especie de universo alternativo arcaico que se podría considerar la base en que otros se basaron, aunque sólo en parte -también en la mitología nórdica, por ejemplo- para crear obras que son la base de la literatura fantástica contemporánea, desde "El Señor de los Anillos", hasta los relatos de lord Dunsany.

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"La Dama de Shalott", de Waterhouse  (1888), es el cuadro que todo el mundo recuerda cuando se habla del personaje, aparte de la obra más conocida del pintor, y eso que pintó muchas dignas de ser recordadas. No sería la única que realizó sobre el personaje. Sólo hay que observar el rostro de la joven, donde se ve la mezcla de amor no correspondido, que sabe imposible, y de aceptación de la realidad, por cruda e injusta que esta sea.

"Mirando a Lancelot" (1894), fue la segunda pintura que realizó Waterhouse sobre Elena. La joven, observando a su amado por el espejo, que le servía para poder ver Camelot, pues tenía prohibido hacerlo de forma directa, con sus propios ojos.

"I am half sick of shadows, said the Lady of Shalott", que podría traducirse como "Estoy cansada de las sombras, dijo la Dama de Shalott". Sería el tercer cuadro de la serie (1915), y en ella, la joven, más que desesperada, se ve cansada de su vida, aburrida y vacía. Muy probablemente, aquí todavía no sabía de Lancelot.

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El pintor británico George Edward Robertson (1864-1926), fue posterior a los primeros prerrafaelitas. Más bien, fue contemporáneo de la segunda generación -falleció bien entrado el siglo XX-. Pero también él se interesó por el poema de Tennyson, y con toda seguridad, pudo recibir influencia de los primeros artistas de la corriente, como otros artistas de su época. Pero Robertson, considerado por algunos como prerrafaelita, y por otros como un academicista romántico influido por ellos, optó por hacer un retrato distinto: Elena ya está muerta, y su barca, sujetada por un hombre, está barada en un puerto fluvial, donde una multitud la observa y, quizá, se preguntan si es ella la que desde la torre cantaba cada día, como un hada invisible y misteriosa.

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Arthur Hughes también tuvo su "Dama de Shalott", y la pintó en 1873. Por tanto, fue anterior a la primera de las tres que realizó Waterhouse. ¿Por qué, entonces, es menos conocida, por no decir apenas, mientras Waterhouse es considerado el retratista de Elena por excelencia? Básicamente, y las pinturas de uno y otro lo demuestran, porque aunque Hughes era un gran pintor, Waterhouse fue un artista extraordinario. Además, Hughes no le dio gran protagonismo a la dama en cuestión, sino al bosque, y a los aldeanos que se toparon con su cadáver en la barca. Waterhouse, sin embargo, nos la presenta como protagonista única, poco antes de su muerte, enfrentándose a su triste suerte.

Y por último, una de las versiones más coloridas y abigarradas, obra de Holman Hunt, uno de los tres grandes de la Hermandad original. Con cierta influencia oriental -más que una dama celta, o medieval, parece una joven del antiguo Oriente Próximo, pero es que Hunt viajó a Siria y Egipto, y la influencia cultural oriental se acabó notando, en su pintura y en su carácter-, se puede ver tras ella el famoso espejo donde se veía reflejado Camelot. Quizá es el cuadro donde se le ve no sólo más harta de su suerte, sino también más deseosa de acabar con una vida sin sentido. Pura fuerza romántica, que en ocasiones sentía el mismo Hunt.


Y aquí, los versos de Tennyson, que a tantos inspiraron:

La dama de Shalott.

Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shalott.

Yaciendo, vestida con níveas telas
ondeando sueltas a los lados
-cayendo sobre ella las ligeras hojas-
a través de los susurros nocturnos
navegó río abajo hacia Camelot;
y yendo su proa a la deriva
entre campos y colinas de sauces
oyeron cantar su última canción
a la Dama de Shalott.

Escucharon una tuna lastimera, implorante,
tanto en alta voz como en voz baja,
hasta que su sangre se fue helando lentamente
y sus ojos se oscurecieron por completo,
vueltos hacia las torres de Camelot.
Y es que antes de que fuera llevada por la corriente
hacia la primera casa junto a la orilla
murió cantando su canción
la Dama de Shalott.




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