lunes, 7 de noviembre de 2016

Los prerrafaelitas (L): Temas y personajes, en ellos y sus contemporáneos (2.-). La huella de Shakespeare.

Resulta lógico la influencia del más importante escritor británico en sus contemporáneos del XIX: Ofelia, y Romeo y Julieta.


La mirada al propio pasado:  Ofelia, reinterpretada una y mil veces. Los amantes de Verona, amor y muerte antes, ahora y siempre.

Hace tiempo escribí una entrada sobre los temas o personajes que podrían verse con más asiduidad protagonizando obras de los prerrafaelitas, fueran o no miembros de la Hermandad. Evidentemente, hay tantos personajes, temáticas tan amplias -se podrían dividir y subdividir los temas en infinidad de capítulos o partes menores- que daría para todo un libro. Sin embargo, estas tres o cuatro entradas más bien serían ejemplos de lo que más parecía interesar a los miembros del movimiento en su conjunto, al menos, de forma no muy exhaustiva. A saber:

-La cultura greco-romana: Donde lo mismo se reproducen los mitos de la antigua Grecia, que los romanos tomarían sin apenas cambios -más allá de los nombres de los dioses, y algunos personajes como Heracles/Hércules, u Odiseo/Ulises-, como se intenta reconstruir su civilización, pintando de la forma lo más fiel posible -para la época, al menos- a personajes y hechos reales -los emperadores Caracalla y Honorio, por ejemplo-, o, simplemente, una visión de Roma, o alguna otra población de aquellos tiempos. A ello, también podría añadirse el interés por otras civilizaciones, como el Egipto faraónico, o la Palestina bíblica -pero de una forma o más veraz posible-. El reducir la Antigüedad a damas griegas o romanas posando, lánguidas, pensativas o con la mente en otro mundo, como si fueran jóvenes victorianas posando para artistas contemporáneos suyos, como pintaron tanto los neo-clásicos, ya no resultaba suficiente, ni para el gran público, ni para muchos artistas, que reclamaban algo nuevo.
Hay que tener en cuenta que, e el siglo XIX, las expediciones arqueológicas, el estudio de lenguas antiguas, o la salida al mercado -y no sólo para expertos, sino para cualquier persona mínimamente culta que se pudiera permitir comprarlas, o leerlas por cualquier otro medio- de gran cantidad de obras sobre los antiguos, a lo que habría que añadir el interés de periódicos y revistas por los sucesivos descubrimientos o hipótesis, hizo que los artistas pudieran contar con mucha más información para que sus obras fueran lo más fieles posibles, dentro de unos límites, a lo que fueron aquellos tiempos. Un historiador actual, con toda seguridad, encontraría en esos cuadros o dibujos muchos anacronismos o errores, pero por lo menos, son más realistas que las pinturas del Renacimiento o el Barroco, donde se ve, claramente, que llos genios de aquellos siglos no tenían idea de cómo eran las ciudades, o cómo vestían los monarcas, soldados o gente del pueblo de la Antigüedad.

-La Edad Media, o leyendas de origen medieval: Porque las princesas y los caballeros, sin duda, siempre resultaron fascinantes. Y como el Medievo no era, precisamente, una época muy atractiva, no había problema para dejar volar un poco la imaginación. Además, en la Edad Media es cuando, se suponía, aparecieron las naciones europeas modernas, así que no sólo había que recuperar y glorificar aquel pasado, sino también, si venía al caso, embellecerlo, o incluso, reinventarlo. Y las leyendas, sin duda, hacían que los orígenes de Inglaterra, o de Francia, Escocia, Alemania, etc., resultaran mucho más interesantes y fácil el identificarse con ellos. El romanticismo, ya a finales del XVIII, comenzó a dar forma a ese nacionalismo, aunque no tomó fuerza hasta bien entrado el siglo XIX, con sus revoluciones y levantamientos nacionales incluidos.

-La literatura, popular o de autores famosos: Aquí se mezclaba el orgullo patrio -sólo a veces-, con la fascinación, a veces casi veneración u obsesión, más que por los autores propiamente dichos -pues a veces eran desconocidos, o pasaban a segundo plano- de ciertos personajes o escenas de tal o cual novela, poema u obra teatral. Y Shakespeare, evidentemente, tenía que ser recordado por cualquier inglés culto. Hay que tener en cuenta que el bardo de Stratford-upon-Avon no fue tan extraordinariamente conocido y admirado, ni en su tiempo, ni en los años posteriores a su muerte, pero a partir de principios del XIX, incluso antes, la cosa cambió. Otro personaje que fascinó, e influyó y mucho en los prerrafaelitas, y en otros pintores británicos, hasta bien entrado el siglo XIX -hasta finales, más bien- fue el poeta John Keats, auténtico héroe del romanticismo británico -junto a Byron y Shelley, el que fue esposo de la creadora de Frankenstein-, y que la mayoría de los prerrafaelitas leyeron y releyeron, aunque fuera otro algo posterior, Tennyson, el que más les inspiró. Pero eso es otra historia, que vendrá después de esta entrada. Y ahora...


Shakespeare en tela: Ofelia, una y mil veces muerta, y sin embargo, inmortal; y Romeo y Julieta, el amor imposible tantas veces contado, y tantas dramáticamente interrumpido.

Ofelia es un personaje de la tragedia "Hamlet", una de las obras más populares de Shakespeare. Resumiendo mucho, esta es un personaje trágico, que se siente enamorada por Hamlet, principe heredero de Dinamarca, que, le recuerdan su padre y su hermano, por su condición de hijo del rey, no es libre de casarse con quien quiera, aparte de que tampoco está claro de que él se sienta atraído por Ofelia. En determinado momento de la obra, Hamlet mata a Polonio, padre de Ofelia, pensando que es otra persona -Claudio, rey de Dinamarca tras la muerte del padre de Hamlet, y que es tío y padrastro de éste-, y Ofelia, en parte destrozada por la muerte del padre, y en parte por el hecho de que sea su amado quién lo matara, se suicida, o al menos, eso es lo que se desprende de las palabras de la reina Gertrude, que cuenta que se ahoga en un río mientras caminaba -o se encontraba- en una rama de sauce, y que, al romperse y caer en él, no parece tener deseo alguno de salvarse, y que parecía estar emocionalmente destrozada y sin ganas de vivir.
Este personaje, tan trágico, prototipo de la doncella enamorada que acaba con el corazón roto, una vida sin salida, y sin interés en vivirla, tan romántica, a pesar de ser personaje de una obra de teatro escrita mucho antes del período romántico -data de entre 1599 y 1601, cuando el Renacimiento ha dado paso ya al Barroco-, llamó mucho la atención, primero de Millais, y más adelante, de casi todos los prerrafaelitas, pero también a pintores, grabadores o ilustradores de otros estilos y escuelas, de no sólo los mejores tiempos de la Hermandad -entre mediados de los 50 del XIX, y los 70, más o menos-, sino bastante más allá, y no sólo en Gran Bretaña, sino también en Francia y otros países. Sin duda, Shaespeare nunca imaginó que un personaje importante, pero claramente secundario de una de sus tragedias podría llegar a ser, más de dos siglos y medio después de que la escribiera, un símbolo de todo un movimiento artístico.


La Ofelia de Millais (1852) es la más famosa. Fue la primera, y también el cuadro más famoso para el que posó Siddal -que le costó una neumonía en una bañera de agua fría, que nunca llegó a curar del todo-. También fue, sin duda, una de las primeras obras, sino la primera, del movimiento prerrafaelita, en hacerse popular, hasta ser, en cualquier antología sobre dicha corriente artística, una de las principales y más representativas.

Esta Ofelia de Arthur Hughes, de 1851 -en realidad, anterior a la de Millais-, fue una de sus primeras obras, y con ella empezó a abrirse camino en el mundo artístico.

Hughes volvería al personaje de Ofelia años después, en 1863. Se puede ver cierto cambio de estilo, y su mejora en la técnica, si bien aquí Ofelia no parece tener, preccisamente, deseos de suicidarse. Aunque, realmente, en la obra tampoco queda completamente claro que pensara en quitarse la vida.

Años después, en 1889, Waterhouse piintó una Ofelia disfrutando de la naturaleza, dando por supuesto, con lógica, que la joven no estuvo siempre ni dolida por no tener a su lado a Hamlet, ni destrozada por saber que, precisamente él, había matado a su padre, aunque fuera confundiéndolo con otra persona -Claudio, rey de Dinamarca, sucesor del padre de Hamlet, en lugar de éste-.

"El primer brote de locura de Ofelia", es una acuarela -no un óleo- de Rossetti, que no podía faltar. Es una obra de sus primeros tiempos -no se sabe exactamente de cuando-, y uno de sus no muy comunes trabajos en que no lo protagoniza un único personaje femenino. 

Y como ejemplo de cómo Ofelia llegó a ser un personaje clásico de la pintura europea del XIX, también fuera de Gran Bretaña, este cuadro del pintor academicista francés Alexandre Cabanel,  que a pesar de no haber tenido -al menos, aparentemente-, influencias del prerrafaelismo, no pudo dejar de retratar, a su manera, a la pobre muchacha, aunque a primera vista, no parece que ésta esté desesperada. Más bien, es alguien que se deja morir, no haciendo nada para evitar ahogarse, pero con una especie de calma envuelta en locura, como si su mente ya no estuviera en este mundo.


Imagino que no es necesario explicar quienes son Romeo y Julieta, los amantes de Verona, y figuras universales del amor imposible con final trágico -¡de cuántos de estos amores habré escrito ya!-. En parte por ser "hijos" de Shakespeare, en aquellos tiempos, ya considerado gloria nacional de las letras británicas, y en parte por su misma naturaleza de amor y violencia entremezclados, no pocos prerrafaelitas, y autores de todas las épocas y nacionalidades -hasta hoy mismo, como quien dice, aunque ya no sea en la pintura, sino en el cine, la televisión, la ilustración, el cómic- decidieron inmortalizarlos, aunque, y al contrario que Ofelia, en general prefirieron hacerlo no retratándolos en el momento tráfico final, o muertos, o uno ya cadáver y el otro desesperado por morir, sino enamorados, pensando, ilusos, que a la larga, el amor acabará triunfando. Cruel, que es el destino.

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La obra de Frank Dicksee, un autor menos conocido a reivindicar, es muy literaria, y de haber vivido en otra época, tal vez  habría demostrado gran influencia cinematográfica. Realmente, la influencia habría sido por ambos lados, pues más de una película o serie, aunque sea de forma indirecta e involuntaria, debe haberse inspirado en alguno de sus cuadros. Como otros, él prefirió retratar el amor, y no la muerte.

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Ford Madox Brown no era prerrafaelita, pero tenía gran amistad con algunos de ellos, como Rossetti y Siddal, y también Millais, y nunca negó que sentía admiración y atracción por las obras de no pocos de ellos. Y aunque es considerado un autor academicista, mucho o poco, algo recibió de los prerrafaelitas. Al fin y al cabo, fue uno de los maestros de Marie Spartali Stillman, miembro principal de la llamada "segunda generación prerrafaelita".

5. La reconciliación entre los Montesco y los Capuleto tras la muerte de Romeo y Julieta, Frederic Leighton, 1855
"La reconciliación entre los Montesco y los Capuleto tras la muerte de Romeo y Julieta" (1855), de Frederic Leighton. Él sí que prefirió retratar a los amantes sin vida, y tras ellos, sus dos familias, separadas por razones políticas -y más adelante, por las muertes provocadas por unos y otros en la familia contraria-, que deciden firmar la paz tras darse cuenta del daño, aunque fuera indirecto, que su estupidez había provocado.


La próxima vez, más. En particular, la influencia no de un personaje de ficción en particular, sino de un autor sólo una generación anterior al prerrafaelismo: John Keats, figura clave de la poesía y del romanticismo británicos.

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