lunes, 15 de febrero de 2016

Los prerrafaelitas (XXXII): Elizabeth Siddal como artista, y más allá de su condición de modelo y musa.

Olvidada como artista en sí misma, transformada en sólo una parte más de la vida y obra de Dante G. Rossetti.


Cara y cruz de ser la musa de una rebelión artística.

He tardado mucho, quizá demasiado, en dedicar una entrada a un miembro, un personaje, y ante todo una persona, que tuvo más importancia en el movimiento prerrafaelita del que, en principio, se quiso ver. Y no es que no la nombrara, prácticamente, desde el primer momento -en la entrada dedicada a Millais, el primer miembro de la Hermandad en ser comentado-, pero reconozco que la consideré una parte importante, pero aún así muy secundaria, de, si no la revolución, sí la rebelión artística y cultural que fue aquel grupo de airados jóvenes pintores.
Eleanor Elizabhet Siddal (1829-1862), llamada Lizzy o Guggums por los que la conocieron, trataron, quisieron y retrataron, no fue sólo la primera y más conocida de las modelos prerrafaelitas -al menos, de las que protagonizaron no uno o dos, sino muchos cuadros, no pocos de ellos lo suficientemente importantes como para haber pasado a la posteridad-. Fue también musa, espíritu, y también, aunque hasta hace poco no se haya reconocido, pintora, dibujante y poeta. Realmente, debería, por justicia, haber ocupado un lugar mucho más importante no sólo como la bella y elegante joven que todos querían pintar, sino como miembro de pleno derecho de la Hermandad, que tanto le debía.
Elizabeth Eleanor Siddal era una joven que, cuando fue descubierta trabajando en una sombrerería por Walter H. Deverell en 1850, un pintor menor del grupo, aunque por lo visto -o por lo que se cuenta- no fue el único que, una vez que él la retratara en su cuadro "La doceava noche", se pasó por la tienda para poder conocerla y hablar con ella a solas. Uno, seguramente, fue Millais, que se enamoró perdidamente de ella. El otro fue Rossetti, que sintió desde el primer momento prácticamente lo mismo que su compañero, sólo que estuvo dispuesto a luchar hasta el final por conquistarla, cosa que, lamentablemente para ella, logró tras conseguir que ella rompiera con Millais, con quién ya tenía algo más que una amistad. De todas formas, al pintor no le duró demasiado la pena, pues al poco, se enamoró de la esposa del crítico John Ruskin -gran defensor de la obra de la Hermandad, por cierto-, con la que acabó casándose en 1856, aunque esa ya es otra historia.

Resultado de imagen de elizabeth siddal
En esta  fotografía  ya debía encontrarse algo delicada de salud -realmente, ya lo estaba antes de casarse-, pero todavía mucho antes de que se suicidara, o quizá, que muriera por accidente, si bien esto último pudo ser debido a que ya no tenía demasiado interés, o cuidado, en tomar la cantidad justa de láudano, un medicamento de la época que era un peligro si no se calculaban bien las dosis.

Dante Gabriel Rossetti ‘Elizabeth Siddall in a Chair’, date not known
Un retrato dibujado por Rossetti -"Elizabeth Siddal sentada, o en una silla"- de fecha desconocida.

La vida con Dante G. Rossetti,con quién se casó en 1860, debía, en principio, de resultar plena a una joven de clase media-baja, pero culta, distinguida aunque modesta, y -según se cuenta, porque tampoco es que sea algo seguro-, de origen noble, o al menos, de clase elevada venida a menos. De todas formas, Lizzy nunca se consideró socialmente superior a nadie, y el hecho de ser no ya modelo, sino musa, de todo un movimiento de renovación artística, para ella, que era persona que, cuando podía, leía y se instruía de forma autodidacta en todo lo que le interesaba, debió de ser poco menos que un sueño hecho realidad. El problema es que Rossetti la quería, sí, y mucho. Pero no la quería como a una igual, sino como si fuera una joya, una posesión. Más que alguien, era algo. Más que una artista, que fue desarrollando sus aptitudes con la ayuda y los consejos de Rossetti -porque él, al menos, fue capaz de verlos, y de pulirlos y hacerlos crecer-, la veía, la percibía, como un espíritu, una auténtica musa, que además, poseía él, y sólo él, y que no estaba dispuesto a compartir con nadie. Prohibió a Elizabeth posar para otros pintores, y prácticamente la forzó a vivir encerrada en casa, sin apenas contacto con el exterior. Parecía que, si se relacionaba con otra gente -y más aún, con otros pintores-, si tenía una vida más independiente, su belleza acabaría por marchitarse. Y en realidad, fue esa reclusión forzosa la que acabó por marchitar no sólo su aspecto físico, sino también su salud, tanto física como mental.
Mientras Rossetti aumentaba su fama, pintaba cuadro tras cuadro, y se hacía servir de otras modelos, con algunas de las cuales no tuvo problema en mantener relaciones sentimentales -o al menos, sexuales-, Lizzy acabó por cansarse de la vida. Además, había otras razonas que afectaron, todavía más y a peor, a su débil estado de salud, tanto físico como mental: uno fue cuando, al posar como modelo para la "Ophelia" de Millais -la obra más famosa sobre este personaje de Hamlet, y eso que hubo unas cuantas-, tuvo que hacerlo metida en una bañera llena de agua, con un vestido antiguo que tardaba en quitarse, cuando acababa de posar, durante horas y horas.  Millais parece que intentaba calentar el agua con algún tipo de hornillo, pero un día se olvidó de ello, y Siddal enfermó, no se sabe bien si de pulmonía o neumonía, lo que hizo que el padre de ella se enfureciera con el pintor, y hasta le exigiera compensación económica -no parece que la recibiera, por cierto-; todo eso hizo que Lizzy ya no trabajara más con Millais -y tal vez, no sólo se acabó su relación artístico-profesional, sino también personal, fuera la que fuese-, sino que, y eso fue lo peor para ella, nunca llegó a recuperarse del todo; su salud, desde ese momento, ya no fue la misma. La otra fue la muerte de su única hija, no se sabe bien si en el mismo momento del parto, o poco después. Fuera una cosa o la otra, es fácil entender que una persona que por un lado tenía una relacón tóxica de hombre que, por un lado, la quería y deseaba, pero por otro, la controlaba como si fuera de su propiedad, por otro, tenía problemas de salud, y finalmente, veía como ese mismo esposo que la guardaba -encerraba, más bien- en casa como una joya de su propiedad y uso exclusivo tenía romances con otras mujeres, al haber perdido a la hija que, al menos en teoría, podría haber alegrado un poco su existencia, acabara pensando seriamente en ponerle fin.


Siddal, tal como la veía, y la pintaba Rossetti. Tanto el primer cuadro, "Beata Beatrix", como el segundo "Venus Verticordia", los pintó después de su muerte.


Y este es un autorretrato de la misma Siddal, anterior a 1858, cuando ya dejó de pintar. Ella no se veía ya como una musa, sino como una persona consumida y cansada de la vida.

En 1858 estaba lo suficientemente débil como para dejar de pintar -parece que, aparte de las secuelas de la pulmonía, sufría anorexia, y se le recetó láudano, precisamente, para intentar curarla; el conocimiento de dicha enfermedad, en aquella época, era muy limitado-, y en 1861, tras perder a su hija, cayó en una depresión de la que nunca pudo o supo salir. Ya tomaba láudano, una hierba que en pequeñas dosis se utilizaba como tranquilizante, pero que, tomada en cantidades mayores podía ser un potente veneno, para sus males tanto físicos como, sobretodo, psicológicos. Pero en 1862, apenas un año después, decidió que ya no aguantaba más la vida que llevaba, o que le obligaban a llevar, y se suicidó con una sobredosis de dicho y peligroso medicamento. Aún así, su historia, al menos desde un punto artístico, y no estrictamente personal o histórico, todavía iba a durar algo más.


La obra de Siddal. Poemas que volvieron, literalmente, de ultratumba.

Rossetti, el día que murió Siddal, parece que se encontraba en compañía de su última amante, Fanny Cornforth, mujer de origen humilde, sin cultura, alta, fuerte y rotunda, sin apenas nada en común con Lizzy. Tal vez fuera eso, lo que más le gustaba al pintor, la diferencia que existía, el contraste, entre su esposa y su amante. Eso y, por lo visto, que era una pelirroja de armas tomar, y a Rossetti, por lo visto, le gustaba mucho las pelirrojas naturales -ambas mujeres lo eran-. Pero dejemos detalles insignificantes. La cuestión es que, cuando supo de su muerte, de su suicidio -porque de eso, ni él, ni sus amigos, ni los médicos, nadie, dudaba: se había suicidado-, se emborrachó, loco de dolor y arrepentimiento -¡a buenas horas...!-, y decidió enterrar junto al cuerpo de su esposa los manuscritos de todos los poemas que ella había escrito, y que nunca habían salido a la luz. Sus cuadros, si no todos sí la gran mayoría, fueron adquiridos por el crítico John Ruskin, que quizá no fuera el mejor de los maridos, y por ello su esposa acabó dejándolo -por lo visto, no por mala persona, sino por soso, incluso por asexual-, pero no hay duda de que pocos como él, a la hora de apoyar a todos y cada uno de los miembros del movimiento. Incluida la desdichada Siddal, en la que él, como Rossetti, también fue capaz de ver una auténtica artista. Y al menos, Ruskin nunca pensó en hacer de ella una cautiva, y había quien pensaba que, realmente, el crítico no tenía tan buena opinión de los cuadros de Lizzy, sino que, si los adquiría, era como excusa, para no dañar su orgullo -y el de Rossetti- para poder pagar, con el dinero que le pagaba, los medicamentos que la ex-modelo y pintora necesitaba. También el pintor Madox Ford la ayudó económicamente cuando pudo.
Sobre los poemas de Siddal, eran, son, más oscuros y dramáticos de lo que podría pensarse. Más bien parecen una mezcla de romanticismo y de lo que, años después, se llamaría decadentismo. Muestran a una persona sensible que sufre, y que tiene una idea bastante acertada de el por qué, pero que no ve salida ni solución a dichos sufrimientos. Ahora bien, si Rossetti enterró todos los manuscritos del poemario de su esposa con ella, ¿cómo han llegado hasta nuestros días? Existe una explicación a todo ello. Siete años después de la muerte de su mujer, Rossetti pudo comprobar en sus propias carnes cómo su carrera iba de mal en peor. Necesitaba dinero, así que aprovechó su antigua fama, y el recuerdo de la desdichada difunta, para hacer desenterrar el cuerpo de Siddal, por si existía la posibilidad de recuperar, al menos, parte de sus escritos. Y así fue. Casi por un milagro, la totalidad, o al menos eso contó él, de lo que ella escribió, se conservaba todavía en perfecto estado. Al menos, habría que decir que la macabra idea no partió de él, sino de su agente -su representante, se diría hoy en día-. debido a que el pintor estaba pasando por apuros económicos. Aunque también hay otra teoría: se cuenta que quizá no fuera cosa de éste último, sino de un grupo de amigos, que se lo insinuaron en una noche de borrachera, y que no fue por dinero que lo hizo, sino por no permitir que la obra literaria de su amada se perdiera para siempre. La exhumación se realizó, tras conseguir el necesario permiso -no se trataba de averiguar, por decir algo, el culpable de un crimen, sino de recuperar un objeto que, en principio, debía permanecer enterrado junto a la difunta-, y realizarlo por la noche, a la luz de las teas, y sin el viudo presente, que, finalmente, decidió no publicar lo rescatado. Si en algún momento pensó en ganar dinero con ello, desechó enseguida la idea. Así era, el carácter de Rossetti, impulsivo y ardiente.
No fue hasta 1906, mucho después de su recuperación, que el hermano de Rossetti, William Michael, consiguiera publicar los únicos quince poemas de su cuñada, pero de forma un tanto desordenada, sin introducción, explicaciones o datos biográficos -esto último, lógico, para no perjudicar a su hermano Dante-, y hasta 1978, y tras haber sido totalmente olvidados -o ignorados- no pudieron tener una reimpresión ordenada y comentada. En los últimos años, y más con la ayuda de las redes sociales, Lizzy Siddal se ha ido transformando en un símbolo trágico del prerrafaelismo, y de la historia del arte en general, y tal vez tenga tantas webs o páginas de facebook -y otras redes que no conozco más que de oídas, o ni eso, la verdad- que el mismo Rossetti. Quién lo diría. El nombre del libro que recoge su, lamentablemente, breve pero intensa, profunda obra: "La casa de la vida". Curioso título, teniendo en cuenta su trayectoria vital.
Respecto a su pintura, por acabar, sí que es, al menos en ocasiones, auténticamente prerrafaelita, y debe bastante a la de su marido: tiene un aspecto como tardo-medieval, italiana de finales del siglo XIV y el XV, pero con una técnica más moderna -algo normal, pues Siddal y Rossetti no dejaban de ser, por decirlo así, hijos de su tiempo, por mucho que mirasen al pasado-, aunque alguna de ella parece más oscura de lo que podría suponerse en un movimiento más "luminoso", y en ocasiones, como su poesía, bien podría ser, usando una expresión moderna, algo gótica.

Y aquí, un vídeo. de Aron Bothman, sobre su persona:



Unas cuantas de sus escasas obras pictóricas, compradas y conservadas por John Ruskin, en ocasiones sin un título reconocido. Es fácil pensar que el crítico las adquiría para así poder ayudar a Siddal -su orgulloso y posesivo marido no habría aceptado dinero en efectivo de Ruskin, a cambio de nada-, que, por su estado de salud, necesitaba constantemente dinero para médicos y medicamentos. Pero Ruskin era experto y amante del arte, además de mejor persona de lo que alguna película o libro posterior ha querido retratar, y es fácil que viera en los cuadros de Siddal lo que pocos reconocían, excepto, quizá, el mismo Rossetti: simplemente arte, y sinceridad. Una forma de poder explicar o, quizá, explicarse, darse a descubrir, ella misma:



"La búsqueda del Santo Grial".


"Clerk Saunders" -no he encontrado una traducción que considerase aceptable, la verdad-


"Después de la batalla"

"Lady Claire".


Y uno de sus poemas:

Agotada.

Tus fuertes brazos me rodean,
mi cabello se enamora de tus hombros;
lentas palabras de consuelo caen sobre mí.
Sin embargo, mi corazón no tiene descanso.

Porque sólo una cosa trémula queda de mí,
que jamás podrá ser algo,
salvo un pájaro de alas rotas
huyendo en vano de ti.

No puedo darte el amor
que ya no es mío.
El amor que me golpeó y derribó
sobre la nieve cegadora.

Sólo puedo darte un corazón herido
y unos ojos agotados por el dolor.
Una boca perdida no puede sonreír,
y tal vez ya nunca vuelva a reír.

Pero rodéame con tus brazos, amor,
hasta que el sueño me arrebate.
Entonces déjame, no digas adiós,
salvo si despierto, envuelta en llanto.


Y para quién quiera leer más poemas, de Siddal y otros, un enlace, en el blog "El espejo gótico", donde encontré este.

Y como ejemplo de la popularidad de Siddal en la red, aquí, una web -en inglés- dedicada enteramente a ella.

2 comentarios:

  1. Siento comunicarte que la fotografía que has puesto donde indicadas que era Elizabeth cuando comenzaba a modelar es en realidad una foto actual de una chica que se dedica a disfrazarse y a representar estos momentos, una chica que lo hace genial y que tiene una pagina en insta que recomiendo que visites ya que es una pasada, el nombre de esta pagina esta al pie de la foto que has usado. Un saludo

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    1. Es cierto, por eso la he borrado. En realidad, como he visto que mucha gente ha entrado en el post de Siddal, precisamente, por esa foto, estoy pensando en hablar de ella, y de cómo me ha engañado -como a otros tantos-.
      Gracias por la información.

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