martes, 21 de junio de 2016

Libros gigantes, o cómo el saber, en ocasiones, sí que ocupa lugar -y mucho-.

Una visión superficial de cuando el libro se transforma en obra de arte y objeto de asombro en sí mismo. Aunque se olvide su finalidad última.


Libros gigantes, ¿para egos gigantes?

Otra vez la falta de tiempo. Y otra vez, añado una entrada corta, más superficial, menos profunda, dentro de lo que cabe, de lo que me gustaría. Y más, si se trata de un tema que no tenía pensado, sino que he decidido tratar, aunque no sea de forma somera, tras encontrármelo en internet. Se trata de los libros gigantes. Y no me refiero a esos best-sellers de mil y pico páginas, que en no pocas ocasiones, quizá serían mejores con un par de cientos menos -el hecho de que no pocos de sus autores cobren, literalmente, por palabra o página, también ayuda a que acaben siendo libros con "ediciones de bolsillo" simplemente imposibles-, sino a tomos que son realmente enormes, como enorme, también, es su peso.
Respecto a cuándo se empezó, si no a poner de moda, sí a resultar bastante raro, pero tampoco extraordinariamente, el que auténticos artistas del arte de fabricar libros decidieran crear semejantes tomos, todo parece indicar que debió ser durante la Baja Edad Media, tal vez a partir de los siglos XII o XIII. Hay que tener en cuenta que, como tantas otras obras -originales, copias, versiones "especiales"-, también algunos de estos megalibros sucumbieron a incendios, guerras, o "desapariciones" a manos de ávidos coleccionistas. Pero algunos nos han llegado, y cabe preguntarse, ¿a qué venía, semejante tamaño? ¿Y quienes eran, los que encargaban -porque de encargos se trataba- obra tan cara y, al tiempo, de tan complicado uso y lectura?

Esta fotografía, según se indica en las pocas webs en las que aparece, correspondería a una colección de megalibros guardada en el legendario y misterioso Castillo de Praga, y parece que fueron imprimidos a lo largo del siglo XIV. Sin embargo, nada más he podido encontrar sobre su origen o naturaleza, ni cómo llegaron a Praga. Ciudad, por cierto, que parece unida a los libros gigantes.

Más que hablar sobre quienes eran los que pagaban por la creación de estos libros -pues de auténticas creaciones artísticas se trata-, habría que saber de qué tratan. Teniendo en cuenta el tamaño, la dificultad de fabricarlos, e incluso de escribirlos, así como de su uso y lectura, en realidad, más que para ser leídos, se hacían para ser admirados, enseñados, para presumir de ellos, pero también para "ofrecerlos a mayor gloria" de Dios, del centro del Universo, pero también de la sociedad medieval europea, que era, antes del Renacimiento -e incluso, cuando este ya empezaba a tomar forma en Italia-, una civilización tremendamente teocentrista, o sea, donde Dios, o más bien la iglesia, que en nombre de Dios hablaba y actuaba, eran el centro de casi todo. Así pues, igual que se construían a mayor gloria del Señor extraordinarios edificios, como fueron las catedrales, primero románicas, luego góticas, e incluso renacentistas, también resultaba lógico que se encargaran libros tan caros como hermosos -sin importar si, realmente, alguien se entretenía a leerlos o no- a su nombre. Y el hecho de que fueran obispos, arzobispos o cardenales los que así lo hicieran en no pocas ocasiones, era igualmente evidente. Eso sí, tras su adquisición, los megalibros acostumbraban a ir a las casas de dichos prebostes de la iglesia, que, más que como ejemplo de lo que el arte y la fe humanas eran capaces de lograr, los usaban para presumir de riqueza -desde luego, más material que espiritual-, y de las rarezas que poseían. ¿Qué otra razón, si no era esa mezcla de fe y avaricia, que también afectaba a no pocos nobles o señores urbanos, podía estar detrás de unos libros que, en ocasiones, hasta necesitaban de dos o tres personas para ser movidos y abiertos?
En el caso de los laicos -los nobles o proto-burgueses ya nombrados-, el presumir de riqueza y poder, de tener entre sus manos algo que era una rareza, resulta también evidente. Sobretodo, teniendo en cuenta que no pocos de ellos eran analfabetos o semi-analfabetos. Incluso los que estaban alfabetizados leían muy poco, y en caso de decidir leer, tan de vez en cuando como lo hacían, algún libro, ¿iban a decidir hacerlo con tomos casi tan altos y pesados como ellos, sino incluso más? También se sugiere que algunos de estos gigantes de papel y gruesas tapas eran tan grandes para facilitar el ser leídos en un atril -por ejemplo, en una iglesia-, pero no es una razón de peso. En aquellos tiempos, y posteriormente, había libros realmente pesados, de varios kilos, y muy gruesos, que, desde luego, estaban necesitados de algún soporte para ser leídos en público, pero no tenían tamaño tan desmesurado, y podían ser transportados -con esfuerzo, pero sin apenas problemas- por una sola persona. Aquello sería, a lo sumo, un problema de exageración, de puro exhibicionismo bibliófilo.

En la fotografía, el conocido como Codex Gigas, si no el mayor, sí uno de los manuscritos medievales más grades y pesados que se conservan.

Arriba se habla de Codex Gigas, o libro gigante, escrito, supuestamente, por un monje checo durante el siglo XIII, en un monasterio de Bohemia -lo que hoy en día correspondería, junto a Moravia, a la República Checa-. Conocido como "la Biblia de Diablo", no porque en él se encuentren supuestos saberes o ideas diabólicas, sino porque se pensó durante mucho tiempo que semejante obra magna, de cerca de setenta y cinco kilos de peso, más de seiscientas páginas, y casi un metro de alto -hay que tener en cuenta, además, que la gente de aquellos tiempos era mucho más baja que la actual, además de, normalmente, y más en un monje más bien pobre, muy delgada-, y que debía ser capaz de, literalmente, tragarse a su sufrido autor. no habría podido ser escrito, a no ser con ayuda del mismísimo demonio -y además, en una sola noche. Ya puestos a exagerar...-. Algo habitual, en aquellos tiempos oscuros, el atribuir al Diablo  cualquier cosa que resultara inexplicable o, simplemente, sorprendente o difícil de creer.
Pero no. Parece que el libro, con una caligrafía y estilo homogéneos y bien definidos, fueron obra de un solo hombre, un tal Heman, que debió pasarse décadas escribiéndolo, además de enriquecerlo y embellecerlo con todo tipo de ilustraciones y miniaturas. De ahí que, pasados los años, fuera considerado parte del patrimonio, primero, de los distintos gobernantes de Bohemia -el país checo, para entendernos-, y más adelante, del pueblo checo en su conjunto.

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El Codex Gigas, cerrado, donde se pueden ver unas tapas que más bien parecen puertas de una casa.

En el libro, además de una copia en latín de la Biblia -como era de imaginar- se encuentra casi de todo: desde las Etimologías de San Isidoro de Sevilla -o de Híspalis, que es como era conocida la ciudad en su tiempo, en el del reino visigodo-, hasta crónicas del historiador romano-judío Flavio Josefo -el que relató, entre otras cosas, la primera revuelta judía contra Roma, iniciada en tiempos de Nerón, y acabada gobernando Vespasiano-, además de anécdotas, temas médicos, etc. Realmente, una auténtica biblioteca, resumida en un solo y gigantesco volumen. Y teniendo en cuenta la oscura época en la que fue escrita, y que sí parece seguro que tuviera un solo autor,  no deja de ser una obra,  no sólo artística, sino intelectual, no ya encomiable, sino extraordinaria.
Actualmente se encuentra, a pesar de ser considerado parte de la cultura checa, en el Museo de Historia de Suecia, pues en el siglo XVII llegó a ese país nórdico como botín de la Guerra de los Treinta Años.

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Uno de los doce tomos gigantes de contenido religioso, escritos en México durante el siglo XVIII, durante su proceso de restauración.

Pero no sólo en la Europa Medieval se escribieron semejantes portentos de tamaño y riqueza. También los hubo, en la América colonial, y en época más reciente. Arriba se puede observar cómo se restaura uno de los doce libros gigantes escritos en 1715 -o a menos, pues parece un poco difícil que se hicieran todos el mismo años, de principios del siglo XVIII-, en el antiguo virreinato de la Nueva España, incluía el actual México, pero también parte de Estados Unidos, y casi toda Cenrtroamérica, además del Caribe hispano. Con casi un metro de alto cada uno, y con tapas de cuero sobre madera, contiene los guiones o textos para ceremonias religiosas de los conventos de la época. Donados en su momento a varias bibliotecas mexicanas a principios del siglo XX, actualmente se encuentran, todos juntos y a salvo -aunque un par están en bastante mal estado-, en la ciudad de México, donde son estudiados y restaurados, junto a otros muchos, más pequeños, pero igualmente antiguos y valiosos. En realidad, parece que eran trece, pero el último, por el momento, se encuentra desaparecido.

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Un Corán gigante iluminado. Otro libro sagrado transformado en obra de arte.

"Bhutan", un megalibro moderno, de Michael Hawley, sobre un viaje fotográfico y antropológico por el pequeño país del Himalaya. El libro original no está a la venta, pero el autor tuvo el detalle de sacar al mercado una "versión reducida", o sea, que no necesita de dos o más personas para poder abrirlo y leerlo sin problemas.

El mayor de los megalibros quizá está por escribir. Cabe preguntarse, también, cual sería la mejor forma de leerlos. Quizá sería, simplemente, entrando en ellos. Literalmente.


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