miércoles, 22 de junio de 2016

Los prerrafaelitas (XLI): Robert Bateman, el llamado (actualmente) "prerrafaelita perdido".

Más olvidado que otros muchos contemporáneos suyos, a pesar de que no estuvo entre los prerrafaelitas de "obra menor".


Historia novelada para recordar al "prerrafaelita perdido".

Este podría ser, muy bien, casi -no me atrevo a afirmarlo, porque seguramente mentiría- el último pintor prerrafaelita del que escriba una entrada, y si he llegado a saber de él, ha sido casi por casualidad. Buscando todo tipo de información sobre la Hermandad y sus miembros, y sobre la corriente artística en general, y cualquier artista que tuviera algo que ver con ella,  así como ideas o datos aislados para anexos -que en adelante, una vez que acabe la serie, de la que quedan apenas un par de entradas, sera casi lo único que escribiré sobre el prerrafaelismo-, me encontré con un libro, escrito por un tal Nigel Daly, sobre un pintor, que en principio ni tan siquiera estaba seguro de que hubiera existido realmente, llamado Robert Bateman. Y ese pintor, aparte de resultar artísticamente interesante, era considerado, al menos por Daly, así como por varios críticos y aficionados entendidos de arte, un auténtico prerrafaelita, aunque, como otros muchos, con una identidad propia, y un camino desde el principio separado al que tomaron, juntos, los creadores de la Hermandad, y algunos artistas especialmente unidos a ellos.
Bien, ahora, tocaría hablar de nuestro hombre. Robert Bateman (1842-1922); sería, pues, un prerrafaelita de segunda generación, de tiempos de Spartali Stillman, para entendernos, cuando la corriente ya estaba empezando a dejar de ser "pintura rupturista", para ser aceptada, cada vez más, como parte íntegra, importante y reconocida de la pintura más o menos académica británica. Además de pintor, Bateman, como otros artistas de su país y su época,  no tenía suficiente con los pinceles, y también fue arquitecto y diseñador hortícola. Los victorianos, eso hay que reconocérselo, eran hombres y mujeres que, cuando tenían tiempo, dinero y cualidades, no tenían nunca suficientes campos donde desarrollar su habilidad, arte o intelecto, y siempre parecían querer más. Probablemente, esa es una de las razones por las que, tanto tiempo después, tanto ellos como sus obras nos resulten tan atractivos.

"Eloísa y Abelardo" (1879). Los amantes del Medievo -reales, no literarios- fueron protagonistas de no pocas pinturas del XIX.

El padre de Bateman, James Bateman, además de terrateniente, fue diseñador de jardines, y consumado horticultor, así que su amor por la naturaleza, y su afición y conocimiento para "domesticarla", se ve claro, le venía de familia, y pudo verlo con sus propios ojos desde niño. Su padre fue una gran influencia para él. 
Estudió en la universidad de Brighton, y de allá, pasó a ser alumno, como tantos otros, de la Royal Academy -creo que dicha institución merecería un capítulo aparte-, y allá acabó siendo el líder de un grupo de jóvenes artistas que se inspiraban en la obra de Edward Burne-Jones, que con Rossetti, nunca deseó "integrarse" en la corriente mayoritaria de la pintura más académica y conservadora. Probablemente, fue el miembro de la Hermandad que acabó teniendo más seguidores, imitadores, alumnos y simpatizantes -de nuevo, algo común con Spartali Stillman, aunque no parece que llegaran a conocerse, a no ser poco menos que un saludo o conversación en algún acto social o cultural, de los muchos a los que uno y otro debieron acudir-.  Llegó a fundar, incluso, una sociedad artística: la Sociedad de pintores al temple, en 1901.

"Tres mujeres arrancando mandrágoras", sería de temática medieval, y con influencia de Burne-Jones, aunque con personalidad propia.

"El estanque de Bethesda" (1877), otro de sus obras principales, donde se ve influencia de la pintura renacentista del siglo XV, pero mezclada con una rara modernidad.

"La muerte del caballero", donde apenas se vislumbra el cadáver del noble guerrero. El bosque que lo acoge, que le sirve de último hogar, es el auténtico protagonista (1870).

Bateman fue un gran pintor de exteriores naturales, algo no muy habitual en el prerrafaelismo. Se describe su obra como si fuera una versión fantástica, casi onírica, de cuento, de bosques, prados, lagos y arroyos, donde los personajes humanos son colocados casi como un adorno, como algo, claramente, secundario. Sin embargo, también demostró ser capaz de pintar obras con uno o varios protagonistas humanos retratados de forma excelente. Uno de sus cuadros más famosos, el que probablemente le hizo más famoso, y le describiría como artista, sería "El caballero muerto", o "Los tres cuervos" -es conocido por ambos nombres- (1870). Otros serían "La resurrección de Samuel" (1880) y "El lirio o la rosa" (1882).
También realizó grabados en madera, de inspiración religiosa -la Época Victoriana fue tremendamente religiosa, a pesar de sus avances en la ciencia y la tecnología-, además de como arquitecto, siendo responsable de los plano de la casa de Collyers, cerca del pueblo de Petersfield. 
Aparte, fue naturalista -cercano a las ideas revolucionarias, en su época, de Charles Darwin-, ilustrador botánico y de libros, escultor, estudioso del arte italiano... además, al ser tanto un estudioso, como un diseñador de jardines, fue responsables de los de su hogar, la mansión rural, construida en principio en el siglo XVI, aunque con cambios posteriores a lo largo de los años, de Benthall Hall (1890-1906). Parte importante de ellos todavía son mantenidos en perfecto estado por el National Trust, como parte de la propiedad de Benthall Hall. Allá viviría, como terrateniente, artista y filántropo, con su esposa Caroline, hasta su muerte.



Dos fotografías de la gran mansión rural de Benthall Hall, con los jardines diseñados por Bateman.

Portada del libro de Daly, donde explica su descubrimiento de Bateman, y cómo realizó la investigación de su vida y obra, para poder plasmarla en el libro "El prerrafaelita perdido".

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