miércoles, 30 de marzo de 2016

Safo de Lesbos, la décima musa (II): La primera mujer de la literatura occidental.

La obra de la poeta, sus amores y a oscuridad de su fin.


"Si la muerte fuera un bien, los dioses no serían inmortales" (pero quién lo dijo, aún tras su muerte, sí que consiguió ser inmortal).



La fascinación de una mujer que brilló en un mundo de hombres.

La antigua Grecia, con todas sus luces -muchas- y sombras -bastantes, porque las hubo- fue, entre otras cosas, una sociedad de hombres, tremendamente patriarcal y misógina, y donde existía una auténtica separación de sexos, donde las mujeres, a lo largo de toda su vida, y sin importar su origen social, apenas podían tener relación con más hombres que los de su familia -padres, hermanos, hijos...-, sus novios y maridos, y a lo sumo, los esclavos de la casa -que, por lo demás, no eran considerados socialmente ni como seres completamente humanos, aunque eso no significa que no tuvieran, al menos en algunas ocasiones, algunos derechos-. En tiempos de Safo, al menos en algunas zonas -las islas, quizá, y las zonas de población doria, aunque en parte son conjeturas- parece que dicha separación de sexos no era tan acusada, de ahí que, tras la muerte de su padre, se transformara en la cabeza de familia. Bien es cierto que sus tres hermanos eran menores que ella -niños pequeños, si, tras morir él en la guerra, Safo tal vez tuviera no más de once o doce años, aunque parece que, tras su paso por el templo de Artemisa, salió lo suficientemente adulta, tal vez con quince o dieciséis años, para encargarse de dirigir el negocio familiar; con aquella edad, una mujer ya era considerada plenamente adulta para cualquier cosa-, pero igualmente, ella fue la líder natural cuando ellos se fueron haciendo adultos. El hecho de haber conseguido un buen matrimonio -corto con un anciano, pero con una gran herencia-, que supiera dirigir bien su negocio de vinos, y que se hiciera famosa como artista, y probablemente también, se ganara el respeto por participar en política -la oposición, y tal vez el intento de asesinato del tirano que gobernaba su isla-, debieron garantizarle un respeto que iba mucho más allá de su gente o su clase social.
Safo nació en lo que podría llamarse una época de transición. Los tiempos heroicos de la Guerra de Troya, de los reyes micénicos, que aparte de Ilión -el nombre real de Troya, por ser este un nombre romano-, también acabaron con la cultura minoica de Creta, de los guerreros de la Edad del Bronce, hacía siglos que habían quedado atrás, y la historia, la leyenda y la oscuridad se entremezclaban a la hora de recordarlos. Si Troya cayó, más o menos, en el 1300-1200 a.C., entonces Safo vivió y murió, aproximadamente, unos seis o siete siglos después; pero a muchos, más bien les debían parecer muchos más. Sin embargo, tampoco se había llegado todavía, aunque faltaba poco, a la época de las guerras contra los persas, de Maratón y Salamina, ni de Pericles y la liga Ático-délica, el imperio económico y cultural de Atenas, ni la desastrosa guerra del Peloponeso -en el fondo, una guerra civil griega, que los desangró hasta, finalmente, dejar vía libre al poderío macedonio-. Más bien, eran tiempos de monarquías que caían, bien para dejar paso a tiranos, a democracias todavía incipientes, a legisladores como Solón o Licurgo, que daban a ciudades con turbulencias políticas nuevas leyes, y a antiguas colonias en Asia, Sicilia e Italia que se estaban transformando en grandes ciudades. Ella fue, pues, parte del nacimiento de lo que luego se llamaría la Época Clásica. No formó parte real de esta, pero sí ayudó a alumbrarla, y si sabemos de ella, aunque no sea mucho, es porque en la Edad de Oro de la Hélade, todavía era recordada, pues no hacía tanto que había muerto.
Además, ella hablaba, escribía y recitaba en eolio, que no era un dialecto principal del griego, como el ático -el habla ateniense-, que sería el griego clásico del futuro, el de la filosofía, la política y la literatura, ni el dorio, el de los poderosos espartanos, o sus vecinos mesenios, de origen aqueo, transformados en esclavos del estado, y que hasta su lengua habían olvidado -aunque, probablemente, tenía más sangre doria de lo que los espartanos estaban dispuestos a reconocer-. Los eolios, que tenían un tercer dialecto, eran algo así como una tercera familia en importancia de comunidades griegas -no se les podía llamar "tribu", por su número  y dispersión, pero quizá lo fueran en un principio-, que vivían en la isla de Lesbos, en Tebas y su región -Beocia, aunque varias poblaciones de ella eran independientes, o lo intentaban-, y algunas colonias del centro de Jonia, en Asia Menor. Eso era estar sólo por encima, en importancia cultural, a los primitivos arcadios -Arcadia era una zona rural y feraz en el corazón del Peloponeso; si tenían un habla distinta, era por su aislamiento- y los etolios -una región entre Tesalia, doria, y Beocia, eolia, helénica pero un tanto primitiva, y emparentados por lengua con los epirotas, lo que hace pensar que la gente de Epiro eran menos ilirios y más griegos de lo que se pensaba en aquella época-. Y eso no era mucho decir, ciertamente. Por lo demás, los macedonios, como los epirotas, eran, en aquellos tiempos, considerados semi-bárbaros, pero no completamente griegos. A lo sumo, eran reinos, o pueblos, más o menos helenizados, pero eso no los hacía helenos. También lo estaban los lidios, y en menor medida los frigios y los carios, en Anatolia, y tampoco eran realmente griegos.

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Laurence Koe, y su "Safo". El inglés consideró a la poeta más como un personaje femenino con fuerte carga erótica, que como una artista en sí misma. Hay que tener en cuenta, también, el interés que la Antigüedad suscitaba en los victorianos, y las fantasías que despertaron en unos británicos que habían vivido un tanto de espaldas al mundo antiguo, y a unas mujeres que les parecían tan exóticas como fascinantes.


Bien, aquí, cierta explicación de dónde y cuando vivió. Volviendo a ella, Safo, aparte de aprovechar la herencia de su difunto marido Kérkilos para llevar una vida cómoda, aunque no excesiva -en aquellos tiempos, parece que la riqueza excesiva, y el presumir de ella, la molicie, estaba mal vista-, decidió crear "La casa de la servidora de las musas". Estaba claro que era ello. Dejando aparte lo poco claro que fue su paso por la "thiasos", donde no está claro si fue directora, profesora o alumna -pues para eso, habría que saber qué edad tenía, y si era ya viuda o no, y por tanto, si tenía necesidad de buscar un primer marido-, esta fue la sociedad cultural, artística y social donde se rodeó de todas aquellas jóvenes que acabaron siendo no sólo sus alumnas, sino también, en no pocos casos, sus favoritas, e incluso sus amantes. Evidentemente, aunque las tratara a todas con respeto, o tuviera cierta amistad con unas y otras, siempre hubo eso, favoritas, con las que congenió más, que demostraron mayor interés y cualidades, y que, en resumidas cuentas, no sólo buscaban un marido, o algo de compañía femenina o independencia de los hombres de la familia, sino que poseían un auténtico interés por la poesía, el canto -que vendría a ser el recitado de versos con acompañamiento musical-, y la música, sobretodo la lira -que es como se representa muchas veces a Safo-, aunque probablemente también sabía tocar otros instrumentos, como la cítara -una especie de guitarra, salvando las distancias-, o cualquier tipo de instrumento de viento.
Safo, ya viuda, libre e independiente, amó a mujeres y a hombres. El hecho de que ya en tiempos antiguos se diera por supuesto que, siendo ella joven pero ya adulta, tuviera varias amantes-alumnas de menor edad -algunas, probablemente de no más de catorce o quince años- era considerado como algo casi lógico, y no criticable en absoluto, pues muchos filósofos o poetas, algunos incluso ancianos, tenían amantes, o ex-amantes ya crecidos con los que seguían teniendo relación, mucho más jóvenes que ellos. En cierto modo, Safo, que es considerada prototipo de feminidad -o al menos, de una feminidad en particular- se comportaba, o se suponía que lo hacía, como un hombre: el sabio adulto con el adolescente que aprendía de su maestro, al que amaba profundamente igual que respetaba. Se han conservado muchos nombres de sus alumnas, que no siempre tuvieron que ser también amantes -se supone que eran sus favoritas pero, ¿tuvo tantas? ¿No sería quizás una maestra que también ocupaba el puesto de hermana mayor y consejera, que resultaba irresistible para muchas jovencitas que nunca habían tenido relación con una mujer de su edad que no fuera de la familia, y que las trataba de forma tan distinta, tan inusual? Algunos de sus nombres fueron Anágora, Eunica, Eranna, Telesipa, Andrómeda, Megara, Gongila, Gorgo... Pero se habla, sobretodo, de Atthis -o Atthi-. a quién Safo nombre en sus versos, y por la que sí debió sentir algo que no era simplemente cariño, ni un amor oculto, platónico -cuando todavía no podía llamarse así, pues Platón ni había nacido-, aunque difícil es decir hasta donde llegaría. Cuando su familia pensó que la muchacha ya tenía edad, y estaba preparada, para el matrimonio, la retiraron de su lado y enseñanzas, lo que resultó especialmente doloroso para Safo que, evidentemente, nada podía hacer para oponerse a ello. En realidad, su sociedad se dedicaba, al menos en teoría y de cara a los demás, a eso, a preparar a jóvenes para el matrimonio. De ahí, vendría una de sus más profundas y melancólicas de sus obras, o al menos, de las que se han conservado: "El adiós a Atthis".

Atthi no ha regresado.
En verdad, me gustaría estar muerta.
Al abandonarme, ella lloraba.
"¡Ah, Safo! Mi dolor es inmenso.
Me voy a pesar de ti..."
Y yo le respondí:
"Ve feliz, recuérdame.
¡Ah, tú sabes ben cuánto te quiero!"

No sería la única de la que se enamoraría. Sus amores, que entraban y salía de su vida demasiado deprisa, fueron muchos, y a muchas amó, de una forma profunda, sincera, mucho más igualitaria, también protectora, de cómo lo sentían no pocos hombres de su tiempo -aún siendo, el de estos, sincero y limpio-. Ella amaba y sentía de otra forma, y así lo expresaba.
Comenzó escribiendo poesía épica -lírica épica, se decía, pues lírica era sinónimo de poesía-, pero contar guerras o combates no iba con ella, eso está claro. Se pasó a la lírica subjetiva, entendiendo por ello que "subjetivo" significaba poesía en primera persona, íntima, casi desnudarse ante el lector, para hacer que sienta lo mismo que el autor. "Lírica", viene de" lira", pues igual que se expresa de forma escrita, también lo hace con el recitado y, sobretodo, acompañada de música, sobretodo del sonido de una lira. Sería, pues, música poética, y por ello un buen poeta, si además sabía cantar y tocar la lira o la cítara, mejor que mejor. Como era su caso. Según explicaba, no era necesario hablar solamente de batallas o luchas con armas o corazas, sino también de batallas interiores, contra el amor no correspondido, el miedo, la duda, la inseguridad... y cuando tenías cerca a alguien por quién se sentía algo especial, todos esos retos, esos combates aparentemente incruentos -o no tanto, pues el suicidio no era tan raro en aquella época, también por mal de amores- también había que enfrentarlos, vencerlos, o en caso de derrota, saber actuar en consecuencia. Este recitado musical, esta mezcla de música, canto y poesía, también podía acompañarse con danza -en realidad, en tiempos remotos, la danza y el canto y música tenían un origen básicamente religioso; era una forma más trabajada y atractiva de rezar o hacer ofrendas a los dioses y espíritus-, que también se enseñaba en aquel templo laico donde se servía y buscaba a las musas.
Todo ello hizo de Safo la primera poeta, creadora de llamado "verso Sáfico", pero también la primera compositora -de letra y música- de la historia. Al menos, la primera reconocida como artista con nombre propio y gran fama.

Safo, junto -quizá- Alceo, ya fue representada no sólo en pintura y escultura, sino también en cerámica.


Algo más de su obra. La influencia posterior, en artistas o no.

"Dicen que hay nueve musas. ¡Los desmemoriados! Han olvidado la décima: Safo de Lesbos" (Platón).


No sería Atthi la única amada. Este sería otro ejemplo: la segunda parte de "A una amada", con traducción del griego antiguo de Carlos García Gual:

(...)
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto, un sutil fuego me corre
bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban

me invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz.

Su poesía está dedicada principalmente a mujeres, también a sus hermanos -entre ellos Caraxo, o Caraxos, a quién se atribuye, de forma un tanto legendario, amores con una cortesana egipcia, que acabó por casarse con el faraón Psamético I, gobernante Saíta, dinastía que más adelante sería derrotada y eliminada por los persas-. En total, se supone que escribió nueve libros de odas -en aquellos tiempos "libro" más bien era un texto con identidad propia, escrito en papiros, y que, una vez impreso en hojas de un libro moderno, podían muy bien ser sólo unas docenas de páginas-, donde había odas, epitalamios -composición lírica escrita en honor de una boda, y que estaba realizada, evidentemente, para ser cantada-, elegías -composición lírica donde se lamente la muerte de una o más personas,, o alguna desgracia, y que no acostumbra a tener una métrica fija- e himnos -más bien serían poemas para ser recitados, con o sin música de acompañamiento, a mayor gloria de dioses o héroes-. Lamentablemente, se conserva muy poco. Si se compra un libro que incluya toda su obra conocida, y descontamos las páginas donde se narra su vida -o lo que se sabe de ella-, o se explica superficialmente su época y su tierra, o se realiza una crítica de sus versos, apenas nos quedan unas decenas de hojas. Con seguridad, escribió bastante más, pero es que Safo no fue una máquina a la hora de escribir. Lo hizo cuando le vino, le salió desde dentro. Incluso lo que podrían considerarse obras de encargo -como los epitalamios y algunos himnos religiosos, o no-, no dejaban de tener estilo propio, y todo hace pensar que se las tomó tan en serio como cualquier otra.
En pocas palabras: sencillez, intimismo, y culto a Afrodita -amor, sexo, cálida o ardiente, dulce o temible, como todos los dioses de su tiempo, tan humanos como eran-.
Aquí, un ejemplo de posible epitalamio -hay dudas-, donde se habla de un hombre considerado merecedor de ser amado por una mujer que sepa reconocer su valía. Precisamente, se llama "A una mujer", porque Safo le escribe a ella, una mujer en general, sin nombre propio, sobre la valía del hombre al que quiere, y el por qué la poeta piensa que merece el amor de esta joven desconocida:

Me parece igual a los dioses, ese
hombre que ahora está frente a ti sentado,
y tu dulce voz a tu lado escucha
mientras le hablas,
y tu amable risa; lo cual, te juro,
en mi pecho el alma saltar ha hecho:
pues te miro apenas, y mis palabras
ya no me salen.

Sin embargo, su obra más conocida sería su "Oda a Afrodita", donde se ve el mejor ejemplo de su visión del mundo: femenina, no contraria al varón, sino viéndolo desde un punto de vista distinto -y no sólo analizándolo, sino también juzgándolo-, con un punto de vista menos épico y más personal e íntimo. Aquí, le pide a la diosa de la belleza y e amor que le ayude a conseguir que su amor sea correspondido por sus jóvenes alumnas, que la admiraban, pero que no siempre debían sentirse tan enamoradas por su maestra, como ella por estas. El hecho de que Afrodita fuera diosa del amor, pero del amor heterosexual, quizá debió provocar en ella las dudas de que sus ruegos fueran finalmente escuchados.
Aquí, unos versos donde se dirige directamente a la diosa. No resultaba nada raro, el que un simple mortal se dirigiera a una deidad de una forma tan personal, tan directa:

Sentada en el trono del Arco Iris,
pérfida Reina de la Belleza,
te lo suplico,
no dispongas para mí las trampas
de tu decaimiento, de tu tormento.
Escucha, clemente, mi oración,
como lo hiciste aquella vez,
en la que, para atender mi súplica,
seguiste la ruta de los astros
sobre tu hermoso carro.

Su obra, o lo que se sabia de ella, sí que debió dejar huella desde un primer momento. Copiados en la Grecia independiente y en los estados helenísticos, en la época romana, y en la bizantina, se cuenta que, en 1073, el papa Gregorio VII las hizo quemar por considerarlos inmorales, aunque, evidentemente, siempre quedó algo a salvo. Por lo menos, en el Imperio Bizantino, y es de suponer, en Italia, Y de no ser así, volvería a ser recuperada, vía influencia bizantina, en tiempos del Renacimiento. Aún así, no se pudo conservar todo, y parte de lo por ella escrito, aunque vayan apareciendo versos desconocidos, se perdieron para siempre.
Para más ejemplos de su arte, lo más recomendable, teniendo en cuenta lo escaso que  nos queda de ella, todo reducido a un pequeño libro, es adquirir una edición moderna, a ser posible comentada, o con explicación de su vida, obra y tiempo, y disfrutar de su completa lectura. Que con toda seguridad, no será una sola.

"En los días de Safo", del neoclásico inglés, que influyó no poco en Alma-Tadema y otros prerrafaelitas, John William Godward. Siendo como fue, un artista que, básicamente, pintó inspirado en la Antigüedad, Safo debía ser, casi por obligación, protagonista de al menos alguna de sus obras.


El oscuro fin de la poeta. ¿Alguien como ella, se habría suicidado por amor?

Ya es fácil imaginar a la Safo poeta, maestra, admirada y querida. Tras su muerte, seguiría siendo recordada, en ocasiones vilipendiada y despreciada, en otras, su fama y la admiración que se le tenía en vida no desaparecería. Se acuñarían monedas con su rostro -no era muy común, que prestara su rostro alguien que no fuera rey, político o dios, sin importar su sexo-, y as estatuas a ella dedicadas no se limitaban a su isla de Lesbos. Las tendría en época arcaica -más o menos, al poco de su muerte-, clásica, helenística y romana. Los romanos, probablemente no resultaron muy buenos escultores, más allá de bustos o retratos de cuerpo entero de políticos, emperadores o patricios, pero no tuvieron problema en contratar a griegos para que representaran a, entre otros, a Safo, cuando no eran copias de originales más antiguos. Sin embargo, ¿cómo fue su muerte?
La leyenda, porque de leyenda habría que hablar, dice que murió suicidándose, lanzándose de un promontorio sobre la costa en la isla de Léucade, al no verse correspondida por el tan atractivo e irresistible como misterioso Faón. La verdad es que no es algo que cuadre mucho con la realidad, aunque esta no se nos aparezca muy clara. Su muerte, probablemente, se produjo alrededor del 580 a.C., donde la llamada Grecia Arcaica -la que salía de las tinieblas de la llamada "época oscura", auténtica Edad Media Griega de la que tan poco se sabe- dejaba paso a la Clásica, con sus filósofos, políticos y guerras a gran escala. Como mínimo, teniendo en cuenta la diversidad de posibles fechas de su nacimiento -630-612 aC., aprox.-, debía tener, al menos, más de treinta años, que en una mujer de la Antigüedad, incluso de clase alta -aunque ella no es que viviera entre grandes lujos- significaba haber vivido más de media vida, por lo menos. Posiblemente, podía incluso rondar los cincuenta años, que era prácticamente como decir que estaba cerca de la ancianidad. Cuesta creer que una mujer que siempre demostró autocontrol y serenidad, que era capaz de aceptar los malos tratos de los amores imposibles por sus queridas alumnas, que había pasado un poco por todo -exilio, viudedad, ser cabeza de familia...-, decidiera lanzarse desde un acantilado porque un jovenzuelo no quisiera haccer caso a la que, sin duda, era la mujer más famosa y extraordinaria de, por lo menos, Mitilene y la zona de Jonia -las colonias griegas en Asia Menor- poblada por gentes eolias.

Théodore Chassériau, era un pintor francés nacido en el Caribe, que lo mismo pintaba imágenes religiosas, de temática orientalista, histórica o mitológica. Para él, la visión mas cautivadora o representativa de Safo era lanzándose acantilado abajo, abrazada a su inseparable lira, enloquecida por un amor imposible. Una figura muy romántica, pero también, muy probablemente, lejana de la realidad.

Pintura de Safo
El también romántico y francés Antoine-Jean Gros, tratando el mismo tema.

¿Y este Faón, quién era, realmente? Como en toda otra civilización, aparte de los mitos cosmológicos -el origen del mundo y la humanidad- o teogónicos -el origen y aventuras de los dioses-, y mitos con protagonistas humanos de gran importancia social e histórica, que dieron paso a todo tipo de obras literarias o artísticas, también había mitos menores, leyendas, cuentos orales que acababan pasando al papel o el pergamino -a partir de la piel de ciertos animales-, bien en prosa o en verso, con mayor o menor calidad. Faón, o un Faón, es protagonista de una leyenda, un relato oral, en que este era un barquero que trasladó en su barca a la misma Afrodita de una orilla a otra, y que fue recompensado por esta con una gran belleza, capacidad de conquistar a casi cualquier mujer, pero también un considerable deseo sexual, que le impulsó a enamorarse locamente de la diosa. Afrodita, finalmente, acabó refugiándose en un campo de lechugas -porque los griegos consideraban que dicha hortaliza hacía disminuir el deseo sexual-, pero Faón acabó por resultar tan irresistible a las mujeres de Lesbos que, finalmente, y tal como Afrodita predijo, acabó muriendo cuando se le encontró en pleno acto con una mujer casada.
¿Y? Que no resultaba tan extraño que personajes reales, ficticios humanos y divinos se entremezclaran en historias, leyendas, o simples habladurías. Lo que sí se comentó en su momento, o al menos así lo dice en una de sus obras un tal Ateneo, es que en la isla vivía una segunda Safo, contemporánea de la primera, que era una cortesana, bella e irresistible, que se enamoró de un Faón de atractivo quizá divino, pero que nada tuvo que ver con Afrodita ni diosa alguna, y que, al no querer nada con la hermosa y orgullosa hetaira, acabó esta suicidándose, y que al tener el mismo nombre, y vivir en la misma época, la una fue confundida por la otra. Pero no hay ninguna otra fuente que defienda esta historia aunque, realmente, resulta más creíble que la defendida por todos los cronistas e historiadores posteriores.


Influencias en la literatura o el arte, y en la sociedad actual.

Sabido es que "lesbianismo" y "lesbiana" vienen de Lesbos, la isla donde ella nació, y la expresión "amor sáfico" viene directamente de su nombre. Realmente, son palabras modernas, porque en la antigüedad, ni en Grecia ni en Roma, no existían, ni las palabras "homosexual" -o "bisexual", o "heterosexual", y fueron creadas mucho más tarde -aunque no está demasiado claro cuando; tal vez en el siglo XIX, o en el XX. En este caso, no puedo dar datos claros, porque no hay demasiada claridad-. Que Safo mantuviera relaciones sexuales y, sobretodo, amorosas, con mujeres más jóvenes, como también con hombres -en realidad, lo que había eran relaciones homosexuales o lésbicas como algo habitual y aceptado, porque gran parte de los que las tenían eran, al menos en principio, bisexuales- fue en su tiempo visto como algo natural, aunque con el tiempo, sobretodo en el caso de las mujeres, criticado o considerado de mal gusto. En el caso de Roma, por ir más adelante en el tiempo, no estaba mal vista la homosexualidad masculina, sino el cómo y con quién se mantenían esas relaciones -tratándose de hombres romanos libres; los esclavos, extranjeros o provinciales no parecían importar en absoluto a los moralistas-. Y respecto a las mujeres, al ser consideradas mora y emocionalmente inferiores, menores de edad intelectuales, sus relaciones lésbicas, más que despreciadas o perseguidas -aunque muy mal vistas, y receptoras de todo tipo de burlas-, eran ninguneadas. "Sólo cosa de mujeres", se diría. Eso se vería también en otras épocas y países, por ejemplo, la Gran Bretaña Victoriana, donde los actos homosexuales eran castigados con cárcel y multas, pero el lesbianismo era despreciado, pero hasta cierto punto permitido.
Safo, pues, ha sido adoptada como símbolo del feminismo y de la lucha por los derechos de las lesbianas, al mismo tiempo, quizá incluso antes de ello, que completamente re-descubierta como poeta -y, aunque se olvide muchas veces, como cantante, música y en cierto modo, compositora musical-. Según como se mire, esto resulta lógico, pero se olvida quizá algo importante, no sólo en su caso, sino el de cualquier figura histórica o artística de cualquier época: que una persona, no importa edad, sexo, condición social, religión, raza u oficio, hay que analizarla dentro de su contexto histórico. Safo,en su época, pudo ser rupturista, llamar la atención, ser admirada o criticada por esto o lo otro, pero era una mujer griega, pagana, con una cultura y parte de una sociedad que existió hace veintiséis siglos. Si por un milagro, pudiera visitar nuestra época, se encontraría tremendamente fuera de lugar. En realidad, más que nosotros en la suya porque, por lo menos, tenemos cierta idea de cómo eran aquellos tiempos.
Respecto a su influencia, y resumiendo mucho, tal vez demasiado, habría que hablar, primero, de Alceo. Se trata de un poeta, también lírico, profundo e íntimo, de su misma ciudad y dialecto eólico. Fueron amigos, quizá amantes, camaradas en la política y el exilio, y se influyeron el uno al otro. Muy probablemente, la realidad fue como la pintó Alma-Tadema, donde uno se escuchaba al otro, tocando la lira y recitando sus versos. Uno y otro, se influyeron, y se disfrutaron, y resulta difícil hablar de ella sin acordarse de él, siendo ambos poetas líricos y, con toda seguridad, reconocidos intérpretes de su propia obra, a la hora de musicarla.
Tras Alceo, no resulta tan claro, por no quedar referencias escritas, de su influencia sobre otros poetas, pero debió ser importante, teniendo en cuenta que filósofos -los hombres sabios- que vivieron y murieron siglos después, dejaran constancia de su valía y reconocimiento, aunque de forma distinta. Si Platón fue el que la definió como "la décima musa" -o, probablemente, sólo dejó por escrito lo que hacía ya mucho se decía oralmente, Aristóteles, que era un misógino con una idea no ya negativa, sino casi destructiva, del intelecto de las mujeres -"las mujeres no son más que hombres incompletos", y joyas por el estilo que, por cierto, influyeron en el pensar de la Edad Media, donde Aristóteles fue el filósofo antiguo más estudiado y admirado-, tuvo que reconocer que, para ser mujer, resultó una gran artista.
Sin embargo, Safo no fue olvidada tras la conquista romana. Más bien, su recuerdo y su obra fueron tratados, como el resto del arte y saber griegos, como algo parecido a un botín espiritual por los nuevos conquistadores, que fueron cultural y espiritualmente conquistados por los sometidos helenos. Dejando aparte una más que posible influencia en Catulo, el gran poeta de la República Romana tardía -en tiempos de Mario y Sila, y de la juventud de César-, y de Horacio -uno de los protegidos de Octavio Augusto-, uno de los autores romanos que habló más y mejor de ella fue Ovidio, el autor de "El arte de amar", y padre de lo que podría llamarse la literatura erótica de aspecto más o menos moderno -teniendo en cuenta que hablamos de un romano de hace dos mil años-, y que le costó el exilio a la actual Crimea. Ovidio debió leer algunos versos de Safo, donde se insinuaba que, si una persona de cierta edad, como debía ser ella, no era capaz de soportar el desamor, quizá no le quedaba más remedio que el suicidio. En su caso, el tirarse de los acantilados de Léucade, elegido por no pocos amantes no correspondidos para acabar con su sinvivir. Pero, aunque con casi total seguridad, Safo hablara en sentido figurado, Ovidio, que tal vez no pudo encontrar más fuentes de fiar que ella misma, dio por sentado que sí que se suicidó -la tumba de la poeta, reverenciada durante mucho tiempo, tal vez ya  no existía; es posible que en su lápida o monumento funerario, de visitarla, se pudiera leer algo que aclarara un poco la verdad-, se lo tomó como algo literal, e hizo de Safo una de las protagonistas de su obra "Heroidas", o "Cartas de las heroínas", donde mujeres de la mitología y la literatura envían cartas imaginarias en verso a sus amados. Safo sería, de todas ellas, la única mujer real. Y de la obra de Ovidio, escritores, pintores y hasta historiadores posteriores tomarían la idea del suicidio de amor, que todavía se da por válido, aunque no hay gran cosa que lo atestigüe, más allá de la obra del romano.

Pintura de Safo
Este es uno de los mejores ejemplos de pintura romana -y de los pocos que han llegado a nuestros tiempos, realmente-, encontrado, como casi todos los demás, en Pompeya. En verdad, tampoco está tan claro que sea de Safo -yo tengo mis dudas, la verdad-, pero popularmente se le considera como tal, así que he preferido ponerlo aquí, entre otras cosas, por lo atractivo que me parece. Si no es de Safo, bien podría haberlo sido.

En el siglo XIX, los pintores románticos -sobretodo franceses-, así como, posteriormente, tanto los prerrafaelitas como los academicistas en Gran Bretaña, la redescubrirían al gran público. Pero claro, antes de eso, debían conocerla ellos mismos. Se puede ver en esta entrada y la anterior, la visión que tuvieron de ella, como lo representaron, pintores menores. Laurence Koe ve en ella todo sensualidad, como si, antes que artista, Safo fuera una amante experimentada que disfrutaba iniciando en los regalos de Afrodita -como a veces se llamaba al sexo- a muchachas virginales, y que resultaba irresistible en una sociedad tan conservadora y puritana como la Inglaterra Victoriana. Charles Mengin, un academicista francés menor, la retrata de una forma un tanto siniestra, y más bien parece una Sibila de Cumas, o una de las parcas. Mientras, Théodore Chasériau, un romántico francés, la pintó en 1840 lanzándose por el acantilado, loca de amor. El romanticismo era, entre otras cosas, emociones en estado puro, en ocasiones, tan descontroladas que asemejan locura, cuando no lo es. Y resultaba lógico ver a la pobre Safo, loca por el desamor, comportándose como una adolescente que apenas sabe de amor, correspondido o no. Y esta visión, que pasó de Ovidio a los románticos, ha seguido hasta, prácticamente, hoy en día.
Sin embargo, fue Lawrence Alma-Tadema, quién sería capaz de retratarla de forma más veraz y justa. Safo, la gran poeta -o poetisa, como se quiera decir-, escucha embelesada a su amigo Alceo, que sería maestro y alumno suyo al tiempo, como él de ella. Se querían, se influían, y se acompañaban. En aquella Grecia legendaria, en aquellos teatros y odeones de mármol blanco, que se volvía deslumbrante por el sol mediterráneo, dos almas gemelas, dos genios sencillos y sinceros, producen gozo no sólo uno en el otro, sino también en cualquier otra persona que quiera escucharles.
También un contemporáneo suyo -o casi-, John William Godward, trató acertadamente el tema de Safo, y de forma parecida, pero en solitario. Al fin y al cabo, el fue el pintor más o menos académico neoclásico por excelenia, y su Safo -su cuadro se puede ver más arriba-, la retrata con una belleza tranquila, serena, clásica.


"Safo y Alceo" (1881). Es, probablemente, el cuadro más bello, sincero y -dentro de lo que cabe-, realista, de la vida de Safo.

Otro prerrafaelita, Simeon Salomon, retrató a Safo. En realidad, algo normal, teniendo en cuenta que Salomon siempre tuvo preferencia y debilidad por personajes, masculinos o femeninos, homosexuales o bisexuales, o de aspecto sexual un tanto ambiguo. Aparte de pintarla, también la dibujó. Uno de sus retratos a lápiz más bellos, fue, precisamente, de Safo:

 Dibujo con el rostro de Safo
La Safo de Simeon Salomon.


"Safo y Erina en el jardín de Mitilene" (1864), donde Salomon retrata a Safo y a una de sus alumnas amantes en su particular estilo pictórico.

Pintura de Safo  en las rocas
El pintor simbolista francés Gustave Moreau -o más bien, pre-simbolista, o precursor de dicha corriente, debido a la época en que pintó-, realizó un par de obras sobrre Safo. Esta sería "Safo sobre las rocas de Léucade".

En el Museo del Prado de Madrid, también se puede encontrar una aportación española al mito, o más bien al misterio, de la muerte de Safo, obra del catalán Miquel Carbonell i Selva (1881).


En poesía, un ejemplo de autor que trató sobre ella fue el prerrafaelita Algernon Ch. Swinburne, con su "Anactoria", de la que ya se habló en la entrada dedicada a él y a Christina Rossetti. Sin embargo, tras leer a la Safo original, a nadie le entra en la cabeza que pudiera haber escrito, en verdad, unos versos bellos, sí, con fuerza y transpirando, literalmente, un salvaje desamor, pero también crueles, deseando a la amada tanto dolor y cruel fin. Para quien quera leerlo completo, y no esté interesado en visitar la entrada de Swinburne, dejo aquí un enlace.  
Realmente, aquí, el inglés se extiende en algunos de sus temas favoritos -lesbianismo, sadomasoquismo, emociones desencadenadas, atracción por el mundo antiguo, amores escabrosos- sin demostrar interés alguno en retratar a la Safo verdadera.

Y aquí, algunos de los versos de uno de sus poemas más conocidos, cuyo título no se conoce, o al menos no llo he encontrado:

De ella ver quisiera su andar amable,
y la clara luz de su rostro, antes
que a los carros lidios, o a mil guerreros llenos de armas...

La luna luminosa huyó con las Pléyades.
La noche silenciosa ya llega a la mitad.
La hora ya pasó, y en vela, sola, en mi lecho,
suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.

Imposible nombrar aquí todos los blogs, webs o incluso entradas de wikipedia que he visitado, y eso que tampoco es que las dos entradas dedicadas a Safo contengan demasiado texto. Se puede ver que, en la influencia de su obra y su persona en el arte y la literatura posteriores a su muerte, he acabado siendo un tanto parco, más de lo que ella merecería. Pero da una idea de que, como ella misma predijo...


"Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro" (Safo)





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