martes, 1 de marzo de 2016

Pioneras olvidadas: lo que deparó el futuro a las mujeres que cruzaron medio mundo para estudiar medicina.

En contestación a una entrada anterior: ¿qué fue de las estudiantes asiáticas de la sorprendente foto de 1885?


Respuestas a una anterior pregunta.

La penúltima entrada que escribí, aprovechando mi escaso tiempo libre -ahora no tan escaso, o eso imagino- consistía en comentar una curiosa foto de 1885, donde tres estudiantes asiática -una siria, una japonesa, y una india- posaban con vestidos tradicionales de sus respectivos países mientras recibían la felicitación del decano -o dean- por haber decidido estudiar en su escuela médica para poder conseguir título de doctora -aunque fuera como "mujeres médico para atender también a mujeres", o ginecólogas en sentido amplio. En principio, al buscar aquí y allá, parecía que la fotografía había sido descubierta hacía poco, y había dudas sobre qué estaban haciendo allá con el decano. Se suponía que estaban recibiendo su título de doctora, pero era algo distinto: éste decidió recibirlas cuando contaba en su escuela médica no con una o dos, sino con tres estudiantes de orígenes tan lejanos como, en aquella época, inverosímiles. 
Con toda seguridad, había más mujeres estudiando medicina, en tal o cual ciudad del mundo, pero eran pocas, extraordinariamente pocas. En Filadelfia, donde hacía apenas treinta años que había abierto sus puertas el Colegio Médico de Mujeres de Pensilvania, sin embargo, existía un centro donde las estudiantes serían todas mujeres, y una vez que las primeras hubieron conseguido su título, y adquirido algo de experiencia profesional, también un número cada vez mayor de profesores lo serían.
Sin embargo, las estudiantes eran, básicamente, estadounidenses blancas y cristianas, más algunas europeas occidentales o canadienses -básicamente, no expatriadas que marcharon a Filadelfia a estudiar, sino inmigrantes que habían emigrado hacía años a Estados Unidos-. A partir de 1880, fue cuando se permitió, o más bien se facilitó -porque tampoco estaba explicitamente prohibido- la entrada de féminas de países más lejanos, de distintas razas o religiones. Las afroamericanas entraron en cierto número a finales del siglo XIX, y en 1900, ya habían conseguido el título más de una docena, pero antes de ellas, hubo otras, de orígenes inimaginables. Y más, en aquella época tan lejana.

Una fue Kei Okami, y había nacido en Tokio, en Japón. Se afirma, aunque apenas queda ya información o documento alguno, que fue la segunda mujer japonesa que estudió medicina -la primera fue Ginko Ogino, que estudió en su país-, y la primera que lo hizo en el extranjero. Cuando finalizó sus estudios, en 1889, volvió a su ciudad, y consiguió trabajo en la sección de ginecología del hospital Jikei de Tokio, pero cuando el emperador visitó el centro médico, se negó a recibirla o dirigirle la palabra, por su condición de mujer. Simplemente, no fue capaz de considerarla como una auténtica profesional de la medicina sólo y únicamente por su sexo. Aquello le dolió y ofendió de tal manera, que dimitió de su puesto, y decidió abrir una pequeña clínica ginecológica privada que operaba desde su propia casa. Pero nunca tuvo grandes ingresos, hasta que, finalmente, acabó por cerrarla y retirarse de la medicina temporalmente, Tras ello, fue sub-directora en un instituto femenino, y más adelante, abriría un pequeño hospital para mujeres enfermas, donde también funcionaba una escuela de enfermería, hasta que también, en este caso, acabó cerrando, por falta de pacientes e ingresos. Pasó el resto de su vida como ama de casa y madre, compartiendola con su marido, también médico. Aún se conservan algunas fotografías suyas, ya muy anciana, y años depués de retirarse de la medicina. Siendo cristiana practicante, también ejerció de misionera en su país.

Una fotografía de Kei Okami, ya en la vejez, años después de haberse retirado de la medicina.

Anandabai Joshee, era de Seranysore, una pequeña población de la India, en aquella época, parte del Imperio Británico. Su historia nos ha llegado de forma más extensa que las de sus compañeras, e incluso, en su momento, inspiró hasta una novela. Se casó, o más bien la obligaron a casarse, a los nueve años, en uno de los tristemente habituales matrimonios concertados por las familias de los novios. Además, su marido tenía nada menos que veinte años más que ella. Por lo menos, aquel joven, que se vio casado con una niña -probablemente sin haberlo querido él tampoco-, decidió que lo mejor que podía hacer ella era estudiar, e incluso no dudaba en castigarla cuando ella se negaba a ello. Ya adulta, sufrió la pérdida de un hijo, debido, precisaente, a la lamentable situación sanitaria que sufría gran parte de la población de la India colonial, y eso, en una mujer que había conseguido el equivalente al bachillerato -más que casi toda la población, sin importar sexo, de su país-, fue el acicate para dedicarse a la medicina. Y si no podía conseguir un título en su patria, lo haría en el extranjero. Así que marchó a Estados Unidos. Pudo haber conseguido antes el dinero suficiente para pagarse el viaje, los gastos de su manutención -al menos, en un primer momento- y de la matrícula y el material escolar, pues un grupo de misiioneros protestantes norteamericanos estaba dispuesto a correr con semejante dispendio, pero le exigían que se convirtiera al cristianismo. Anandabai nunca fue una hindú practicante, pero aquello le fastidió, así que, fiinalmente, consiguió ayuda de norteamericanos adinerados, que consideraban que así, no sólo ayudaban a una persona de la lejana Asia a estudiar, sino que, siendo ella médico, podría ayudar en su país a mucha más gente. Finalmente, acabó sus estudios en 1886, y volvió a la India. Allá, comprobó antes de su partida que una de las razones por las que la mortalidad femenina e infantil eran tan grandes era porque mujeres y niños no aceptaban de buen grado -y muchas veces, tampoco de malo- ser tratadas por ginecólogos hombres, así que en cuanto retornó a su ciudad, no pensó más que empezar a trabajar, y de paso, a ser un ejemplo para otras jóvenes, para que también estudiaran, en Norteamérica, o donde fuera. Pero no pudo desarrollar su carrera profesional, porque falleció con sólo veintiún años, sin llegar a poner en práctica sus conocimientos, adquiridos en la otra punta del mundo. Sin embargo, su esfuerzo no fue inútil, pues fue ejemplo a seguir para otras futuras profesionales, que estudiarían medicina allá donde pudieron, fuera, y más tarde dentro, de la India.

Una fotografía de Anandabai Joshee -o Joshi-, probablemente en la India, tras retornar de Norteamérica.

Tabat M. Islambooly era siria, de Damasco, miembro -parece ser- de una familia árabe sunnita. Finalizó sus estudios en 1890, y tras ello, volvió a Damasco, su ciudad. Se cree que fue la primera mujer médico de Siria, pero en 1919, marchó junto a su familia a El Cairo, en Egipto, donde ejerció la medicina durante algunos años. Poco más se sabe de ella, pues el colegio perdió contacto con ella -al contrario de con sus compañeras-, aunque parece que falleció en 1941 -es de suponer, entonces, que a una edad avanzada-. Hoy en día, sus descendientes, o al menos parte de ellos, viven en Canadá.


La web donde más información he encontrado sería "The triangle", y aquí pongo un enlace, por si alguien quiere leer más sobre el tema. U otros temas tratados allá.

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