jueves, 17 de julio de 2014

Yves Chaland, genio de la bandé dessinée de vida lamentablemente corta, pero de recuerdo perdurable.

Figura indiscutible del cómic franco-belga en los 80, todavía se ve reflejada su influencia y estilo en autores de diversos países.


Creo que, teniendo en cuenta lo que siempre me ha atraído y gustado el cómic europeo en general, resultaba como mínimo lógico -y agradable el hacerlo, todo hay que decirlo- el dedicarle algunas entradas a autores de los que he leído parte de su obra, sea por haberla comprado, o por haberlos encontrado en la biblioteca pública de mi ciudad -que, las cosas como son, en los últimos tiempos ha ido adquiriendo un fondo de historieta más que aceptable, e interesante-. Querría empezar con un autor fallecido hace ya tiempo y, lamentablemente, de forma muy temprana: Yves Chaland. Su nombre, a los que no sienten mucho interés por el cómic franco-belga -la también llamada bandé dessinée, si bien esta expresión, en francés, hace, o hacía referencia, al cómic en general, aunque en los últimos años ha ido adquiriendo singificado de "cómic autóctono, de autores propios", en contraposición al norteamericano, japonés (el famoso manga), etc-, quizá no diga mucho, por no decir nada. Lo mismo debe suceder con los que sólo conocen a autores de los últimos diez o quince años, pero hace un cuarto de siglo, más o menos -cuando yo era niño, o adolescente, y empecé a interesarme por autores más allá de la "Escuela Bruguera", o los superhéroes de la DC y la Marvel-, era un auténtico fenómeno para los aficionados a este medio de expresión, tuvo una enorme influencia en autores no sólo de su área cultural, sino también en Italia y España -Max, por ejemplo-, y no era raro, incluso resultaba habitual -yo lo he oído, al menos-, que alguien dijera que tal o cual autor "ha recibido una clara influencia de Chaland", y que otro respondiera: "Normal, todo el mundo quiere ser como Chaland". O quería, aunque yo todavía lo recuerdo, de cuando lo descubrí. Y todavía sigo descubriendo, gracias a internet, nuevos ejemplos de su trabajo, y de amigos y compañeros suyos, contemporáneos que también, aunque fuera en menor medida -pero también de forma encomiable- protagonizaron una pequeña revolución en el cómic de la época, los años 80, conocida como atoomstijl, y que sin duda merece capítulo aparte.


Una viñeta de una de las historias de "Freddy Lombard", el personaje al cual dedicó más tiempo.


Rupturistas en la época de "Métal Hurlant". Colores y alegría de vivir en tiempos de revolución rockera.

Chaland nació en 1957, en la ciudad de Lyon, en la parte sudoriental de Francia, y  que tenía, y sigue teniendo una identidad propia acusada. Allí llevará una vida tranquila -"de provincias", diría un parisino-, y a los diecisiete años publicaría por primera vez, en lo que era muy habitual en la época, en un fanzine: Biblipop. Entraría, entonces, en la escuela de Bellas Artes de Saint-Étienne, donde crearía su propio fanzine: L'Unite de Valeur.

Un autorretrato del dibujante.

En 1978, se topará con uno de los creadores de la revista de cómics Métal Hurtant, rupturista y contra-cultural -aunque su influencia en la cultura popular, dentro y fuera de Francia, sería enorme, incluso entre los que no eran fieles seguidores de gran parte de los artistas que en ella trabajaban-: Jean Pierre Dionnet. En esta revista, y en Ah Nana! publicará, con guión de Luc Cornillon, algunas historias cortas ambientadas en los años 50, en forma, más que paródica, puesta al día, y que se publicarían más adelante en forma de álbum, con el nombre de "Captivant" (1979), donde lo mismo trata historias de aventuras, de ambientación rockera o -como no- lovecraftianas, con sentido del humor, sin complejos, y experimentando con diferentes estilos de dibujo.
En Métal Hurlant, una vez que se ha consagrado -en realidad, muchos autores con los que compartía cartel, guionistas o dibujantes, eran casi tan jóvenes como él, así que cualquiera que demostrara su valía, sabía que tenía muchas posibilidades de que le dieran oportunidad de triunfar-, creó a Bob Fish (1980), a los que siguieron trabajos más "alimenticios", o con personajes no propios, pero que le dieron fama de dibujante ecléctico que se adaptaba a todo. En 1981 coloreará el primer álbum de "Las aventuras de John Difool" de Moebius y Jodorowsky; en 1982, tras crear al personaje del joven Albert, dibujará algunas páginas de Spirou, donde volverá, en cierto modo, al carácter y estilo gráfico del personaje originales, aunque con relatos con temáticas o líneas argumentales más modernas; en 1984 continuará, con tres historias cortas, las andanzas del personaje de Moebius Mayor Fatal.
Tras todo ello, tuvo la suficiente fama y reconocimiento para ser considerado, junto a autores de su generación, como Ted Benoît o Serge Clerc, creadores de un sub-estilo dentro del cómic franco-belga, o bandé dessinée, llamado atoomstijl. Escuela -por llamarla así- colorista, retro-futurista, con historias ambientadas en unos años 50 alternativos, imaginarios -se notaba que las historias transcurrían en aquella época, más bien, por la música, la moda, los coches... por todo lo que a Chaland y sus amigos les fascinaba de aquellos años, sin tener en cuenta los acontecimientos políticos o históricos; eran unos 50 "ahistóricos"-, y donde la expresión "línea clara", sin diversidad de anchuras en las diferentes líneas que delimitaban personajes y fondos tenía toda la razón para ser utilizada, la perspectiva no parecía tener demasiada importancia, y el realismo y la caricatura se daban la mano, y donde el atractivo del dibujo les hacía muy proclives a que sus viñetas y portadas fueran consideradas auténticos ejemplos de "nuevo arte". Pues el cómic, hacía ya tiempo, era llamado "noveno arte" con toda justicia. (Por cierto, si se supone que el cine es el séptimo arte, tras los seis "clásicos", ¿cuál es el octavo? ¿La televisión, el teatro?).


La visión de Chaland de Spirou, Fantasio, y su ardilla. Las historias que dibujó de tan legendario y longevo personaje del cómic franco-belga, aunque fueran pocas, resultan de las más llamativas.

"Bob Fish" (1981), primera historia larga, donde también era guionista, y publicada en MH, trata sobre un curioso detective del mismo nombre, donde también participa, como secundario importante, el gamberro joven Albert -que luego tendría historias propias-, que se enfrenta a extrañas sectas y delirantes personajes. No deja de ser, hasta cierto punto, una historia noir, policíaca, pero, al tiempo, adulta -aunque resultara muy atractiva a los jóvenes, que en aquella época consideraban las historietas que se creaban para ellos, paradójicamente, demasiado infantiles-, con mala leche, sorpresas, personajes realistas y en absoluto perfectos, y, en resumidas cuentas, una forma novedosa de vender una, valga la redundancia, nuevo tipo de personajes e ideas en el medio. Que yo sepa, se publicó, años ha, en España en los 80, cuando aquí se publicaban no uno, ni dos, sino multitud de revistas de cómic entre juvenil y adulto, pero desde aquellos añorados años -yo era todavía niño, así que no recuerdo bien, pero tampoco dejo de añorar, la verdad-, no se ha vuelto a reeditar. Y en estos momentos de crisis, no sé si alguien se atreverá. Pero nunca se sabe.

                  
Dos portadas con las aventuras del detective Bob Fish, y los enemigos con los que se las tenía.

En 1982 probaría con un personaje de ciencia-ficción, que tan bien iba a su detallista y enérgico estilo, con una carga crítica, paródica -en ocasiones, la cf se ha tomado demasiado en serio a sí misma-, con humor negro deshinibido, donde crea un personaje que le gusta vivir la vida, rodeado de naves, robots con personalidad propia -el desarrollo del robot como personaje atractivo y autónomo en el cómic de la época fue grande; dejó de ser un simple enemigo, o instrumento o herramienta de los protagonistas humanos de forma definitiva- y, evidentemente, mujeres atractivas, y todo tipo de influencias y referencias a la cultura popular. Algo, por lo demás, que se vio tanto anterior como posteriormente en toda su obra. Se trata de "Adolphus Claar" -los nombres no dejan de ser tan originales como fáciles de recordar; entran a la primera-. Como en el caso de Bob Fish, el material no daría más que para un álbum de cuatro historias cortas o medianas, pero fue un paso más en su camino a la fama.

    


  
Un par de imágenes de "Adolphus Claar", donde Chaland experimentaría dibujando robots, tecnología fascinante como imposible, y ciudades de un futuro incierto, lejano pero que, paradójicamente, nos parece muy cercano, pues los hombres y mujeres que lo habitan no difieren demasiado de nosotros mismos.

"John Bravo" (1983) fue una incursión en el relato del Oeste, para la revista Astrapi. El western, al contrario de lo que podría pensarse, está más presente en el cómic europeo -da igual si es francés, belga, italiano o español- que en el norteamericano de las últimas décadas, donde los super-héroes han ocupado gran parte del espacio, en revistas o álbumes -con permiso, en los años más recientes, de la novela gráfica, y que cada uno dé ese nombre a lo que quiera-. Así que no resultaba nada raro que Chaland creara a este "John Bravo, justiciero. Balada para un banjo y dos botas", que al poco abandonó, no sin dar su visión de lo que sería un pistolero que se coloca en el lado de la ley.

Una tira de una página de "John Bravo". La visión de un francés del salvaje Oeste, con un espacio, como no, para la música.

Pero, en 1981, casi al tiempo de "Bob Fish", crearía su personaje más famoso, el más trabajado y profundo, y también el único que le animó a seguir creando historias después de la primera: Freddy Lombard -otro nombre redondo-.  Chaland le dedicaría cinco álbumes, y si no siguió fue por su trágica muerte, con sólo treinta y tres años. Pero no adelantemos acontecimientos, aunque tengamos que llegar a tan funesto final. Lombard, y sus amigos, Sweep y Dina, son personajes a quienes las aventuras les pillan un poco sin querer, de sopetón. No son aventureros "profesionales", ni supuestos periodistas que no escriben ni una crónica, como el legendario Tintín -a quién Lombard le da un aire, aunque más adulto, y también más realista, y con mayores problemas para "buscarse la vida"-. Simplemente, las cosas les suceden porque sí, y ellos tienen que salir de las situaciones donde el destino les ha colocado, llegando a un desenlace donde ellos no siempre son responsables.
"El cementerio de elefantes", la más exótica de las aventuras de Lombard y compañía.

El primer álbum, "El testamento de Godofredo de Bouillon" (1981)  -un personaje real, un noble de la actual bélgica, que no sólo lideró la I Cruzada, sino que acabó como primer, y efímero, soberano del reino de Jerusalén-, es una aventura juvenil, con sueños, nobles encontrados en mesones de las Ardenas, y una sub-historia donde se cuenta la historia de Godofredo, su hijo y un siervo -un auténtico gigante- que sería la excusa para presentar a los personajes, y que acaban teniendo más peso en la historia que ellas mismos -tal vez, porque Chaland, que aquí denota influencias de otros autores anteriores y más "infantiles"; como el Peyo de los pitufos, tiene ganas de experimentar con una imaginaria Edad Media-. En "El cementerio de los elefantes" (1984), dividido en dos partes, Chaland se adentra en las aventuras exóticas, en plena selva africana, con mapas y guías de poca confianza, una tribu, los Bangobango, retratada de una forma un tanto discutible -¿influencias de "Tintín en el Congo"?-, y un final de la historia bastante redondo, aunque el relato a veces adolece un poco de "no sé por dónde continuar", debido, quizá, a que la historia estaba dividida en dos, y se alargó demasiado. 


La revolución húngara de 1956, y la posterior invasión soviética, en cómic.

En "El cometa de Cartago" (1986), Chaland pedirá ayuda, como guionista -tal vez no sabía que nueva aventura inventar para Lombart y compañía, posiblemente, porque no sabía bien como introducirlos en ella- a Lepennetier (Yann). Aquí, se mezcla la aparición del cuerpo sin vida de una joven en una playa, con un cometa que parece provocar algún tipo de histeria colectiva, y la relación entre un escultor y su modelo, y el averiguar la auténtica identidad de la mujer muerta del principio del relato. Yo lo leí hace muchos años, fue lo primero que conocí de Chaland, y aunque el final parecía dejar más de un cabo suelto -o más bien, no parecía todo lo redondo que cabría esperar-, la originalidad, el dibujo, el detalle, en su conjunto, lo hace interesante y absorbente. "Vacaciones en Budapest" (1988), trata sobre la invasión soviética de Hungría en 1956 -de forma que el lector puede hacerse una idea más exacta de en qué época viven los protagonistas-, aunque las relaciones entre personajes tal vez acaben teniendo una importancia sobre el hecho histórico en sí que no esperábamos. De todas formas, muchos críticos -como el blog de cómic "Zona negativa"- lo consideran un gran álbum, adulto. Pero para relatos adultos, un estilo como el de Chaland -al menos, para este personaje- quizá resulte un poco chocante, pero hay que tener en cuenta que empezó siendo una serie juvenil, y el cambio tal vez acabó siendo un poco brusco. El último álbum, "F-52" (1990; uno de sus últimos trabajos), puede resultar familiar: la desaparición de una niña en un avión en pleno vuelo. Sí, ya sé que cierta película norteamericana con Jodie Foster parece tener un parecido razonable, y tal vez no sea casualidad, pero este es un álbum encomiable y adictivo. Adulta, con unos personajes que con el tiempo se van haciendo más creíbles y queridos -lo de creíbles, porque tienen que buscarse trabajo para comer, nada de vivir no se sabe bien de qué, como se ve en no pocos cómics infantiles o juveniles-, siempre plantea la misma pregunta: ¿cómo habría seguido la serie Chaland de haber vivido más tiempo? Eso, nunca lo sabremos.


Freddy Lombard, con sus amigos, Dina y Sweep.

En 1985 se publicarían en forma de álbum "Las aventuras del joven Albert" -o Albertito, como también se tradujo al español-, donde el amigo y compañero del detective Fish aquí es protagonista principal. Albert es un joven gamberro, quejica, cobarde y un tanto cruel, pero que tampoco consigue salirse siempre con la suya -raramente, en realidad-, y que no deja de ser la visión personal de Chaland de cierto tipo de joven de barrio de los suburbios franceses -al menos, cuando los suburbios estaban poblados básicamente por población de origen francés y europeo, pues en las historiestas de Chaland, como en otras de no pocos autores, la diversidad étnica y cultural de Francia o Bélgica no es que esté muy representada, precisamente-. Precisamente, por sus defectos, lo vemos como más realista y, en la práctica, más cercano. Se trataban, en todo caso, de historias cortas, de aventuras, reales o imaginarias, de un joven de barrio, que iban más allá de su pequeño mundo.


El joven Albert, auténtico anti-héroe juvenil de barrio.

Por último, en 1990 aparecen los dos tomos de su última obra -la diferencia de años desde las historias del Joven Albert son debido a ello, que su obra final era mas larga de lo normal, y por tener tres historias de Freddy Lombard y compañía de por medio, además de otros trabajos menores, sobretodo publicitarios-. Se trata de un retorno al personaje de Spirou "Corazones de acero", que, por lo que sé, nunca se ha publicado en español. O más bien, al trabajo que él realizó a principios de los 80 con dicho personaje. El primer tomo consistía, en realidad, en la publicación de todas las tiras de las historias cortas e interconectadas del personaje, con el nuevo nombre de "Buscando Bocongo", formando, ahora sí, un solo relato. El segundo álbum sería una continuación de la historia, pero a todo color, y con un estilo y visión un tanto distintos. El relato, fantasía llena de viajes al África, robots y un sabio visionario belga, resultaría más adulto, pero también más cómico, y no poco crítico y ácido con la visión del mundo que se podía notar en los cómics -y en la novela, el cine...- de los años 50, sobretodo en cuestiones como la relación entre occidentales y africanos. Más adelante, la obra apareció como una sola, en un único álbum, y con los mismos colores.

Una tira, en blanco y negro, de la primera contribución de Chaland al "universo Spirou", a principios de los 80.
Spirou en color, en la edición definitiva de "Corazones de acero".

Como otros miembros del grupo -más que escuela- de atoomstejl, Chaland también se dedicó a la publicidad, y a la ilustración, tanto para portadas de revistas, como de discos -entiéndase por disco, vinilo, que por su tamaño y forma era ideal para cualquier artista plástico pudiera trabajar en él-. además de su influencia para la formación de la identidad, como revista, de Métal Hurland, que su momento, lo acogió no como fundador, sino como simple colaborador.
Sin embargo, toda aquella carrera, que auguraba que el joven de 33 años pudiera ser, a la corta o a la larga, uno de los grandes de la historia del cómic europeo, iba a verse truncada por un desgraciado accidente de coche, en el que fallecerían el autor y su hija.
Resulta un tanto egoísta, hasta cierto punto, sentir la muerte de un artista por todo lo que podría haber hecho, en caso de haber vivido más, y que nunca llegaremos a conocer, antes que por la desaparición de la persona en sí. Pero no deja de ser, también, algo lógico. Chaland, casi veinticinco años después de su muerte, es ya un clásico, que en absoluto a envejecido, a pesar de que su estilo corresponde, claramente, a una determinada época. y su influencia no ha desaparecido, si bien en Francia y Bélgica, por lógica, es mucho mayor, y en Norteamérica -algo, por lo demás, muy abitual-, sigue siendo un casi desconocido, como mínimo.
Además, hoy en día, no resulta demasiado fácil conseguir no pocas de sus obras en español. Más bien al contrario, pues algunas -"Corazones de acero", "Captivant", como mínimo-, no se llegaron a publicar nunca en España, y otras, como "Bob Fish", fue hace ya mucho tiempo, y no se han reeditado. Sí se hizo con las aventuras completas de Lombard, pero al no tener demasiado éxito de ventas, la editorial que las sacó al mercado, Glentat España -luego EDT, casi desaparecida por cuestiones económicas- prefirió dejar estar la publicación de la obra competa del autor. Pues bien, si alguien sabe francés, o tiene interés en aprenderlo, las obras de Chaland, como la de muchos otros autores que tenían dicha lengua como propia, son una gran excusa para ponerse a estudiarlo.

Una casa de Bruselas, decorada con una viñeta de Chaland, con el joven Albert a la izquierda.

"Los cibers  no son hombres", con guión de François Landon, y donde Chaland puso el arte gráfico. Los cibers del título son androides con aspecto humano, y, en este caso, no se trataba de un cómic, sino de un libro ilustrado de 1988, en tiempos de madurez del autor.


Y un par de enlaces:

Una página de admiradores, donde se habla sobre su vida y obra: AQUÍ

La página oficial: AQUÍ

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