viernes, 1 de agosto de 2014

Los prerrafaelitas: una visión preliminar.

Una introducción sobre uno de las escuelas pictóricas más conocidas del siglo XIX, pero recuperada para el gran público sólo en las últimas décadas.


De quiénes estamos hablando.

La Hermandad Prerrafaelita, así se hacían llamar, fue un grupo de pintores británicos de la segunda mitad del siglo XIX, que, en plena época victoriana, fueron, además de un revulsivo, una fábrica de escándalos encadenados. La Era Victoriana es considerada, y con razón, la de la transformación de Gran Bretaña en la primera potencia mundial sin duda ni parangón. Nunca ningún estado había gobernado sobre tanta gente, tan diversa, en tantos países. En el largo reinado de la reina Victoria (1837-1901), Gran Bretaña intervino en todos los continentes, se hizo con el poder de todo el Indostán, llegando a donde ni el gran Imperio Mogol llegó, al extremo sur de la India y la isla de Ceilán -luego, Sri Lanka-, acabó con la trata de esclavos en África, para después acabar gobernando casi medio continente, y se expandió por Extremo Oriente, el Caribe y Oriente Próximo.

 El tráfico en el centro de Londres, capital de un imperio mundial.


La reina Victoria de Gran Bretaña, y emperatriz de la India, en una foto coloreada.

A aquella época siguió la de su hijo, la Eduardiana -el gobierno de Eduardo VII, 1901-1910, donde las costumbres y modas se relajaron un poco-, que fueron los años que antecedieron a la destrucción y la hecatombe de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el interés, en este caso, de conocer el "victorianismo", no viene por la expansión colonial, ni la económica, ni el dominio casi completo de la marina británica -comercial o de guerra- en los océanos de todo el mundo, sino de las costumbres, la visión del mundo de los británicos -obsesivamente onanista, sobretodo en sus clases dirigentes-, en sus divisiones sociales... la razón por la que el prerrafaelismo fue un mazazo para una sociedad clasista -aunque existiera la posibilidad del ascenso social, era más raro de lo que podría pensarse en principio, y los recién admitidos en una "clase social superior", en no pocas ocasiones, olvidaban sus orígenes, para fusionarse con sus nuevos iguales-, en extremo puritana y pacata, donde el orden, la disciplina -quizá, por el peso y la buena imagen del ejército, donde resultaba, sobretodo para las clases elevadas, un orgullo y una obligación el servir-, la severidad, y la legendaria flema británica -que sí, existió, y todavía existe, aunque no tanto, a poco que cualquier extranjero quiera conocer la sociedad británica actual de forma profunda, y no sólo superficialmente- no miraban con demasiado buen ojo a aquel grupito de pintores que tanto parecían disfrutar pintando mujeres que no eran ni vírgenes o santas -para eso ya estuvieron en su momento, y siguieron estando en aquella época, y más allá, los españoles, que no se podían quitar la aplastante influencia de la iglesia católica de encima-, ni burguesas, nobles o reinas, sino diosas, brujas, odaliscas orientales, personajes femeninos de la mitología greco-latina -la cultura antigua fue re-descubierta en aquella época, pero los británicos no se tomaron tan en serio que todo lo pasado fue mejor como sí hicieron los italianos y los griegos que, al fin y al cabo, eran descendientes de aquella gente ya extinta hacía tanto-, brujas, magas y seres de raíz pagana, céltica -¡céltica, como esos bárbaros irlandeses y escoceses!- o germánica -vikinga... los británicos olvidaban que, en una pequeña parte, también ellos descendían de los vikingos, de los colonos que quedaron tras las sucesivas invasiones y saqueos de la Alta Edad Media-. Se les acusó, al tiempo, de viciosos y lidivinosos -aquí, no puedo evitar reconocer la ayuda de un artículo de Fátima Uribarri, de una revista semanal de un periódico de mi provincia, el "Diari de Tarragona"-, y, al tiempo, de afeminados. Más que eso, tal vez se les echaba en cara que no se dedicaran a "cosas de hombres", o a recrear el arte pictórico como harían hombres de verdad: decentes, respetuosos con la sociedad, la moral victoriana, y la iglesia -anglicana, claro, que no era mucho más liberal que la católica de entonces-. Y, realmente, aunque su arte es incuestionable, y su obra, más de cien años después, nos resulte todavía tan atractiva y fascinante, no dejaban de ser unos tipos que parecían pasar de todo, unos más y otros menos, y que, en algunos casos, tuvieron unas vidas más allá de los lienzos que dan para novelas. En realidad, por lo que pude leer hace poco, en Gran Bretaña se ha grabado una serie de televisión basada en sus vidas y obra conjunta: "Desperate romantics", osea, "Románticos desesperados".


Un cuadro sobre el Londres victoriano: multitudes en las calles, carruajes, junto a edificios que muestras un imperio anglosajón que también tiene -o busca tener- raíces greco-romanas.

(Id) Sam Crane como Fred Walters, Aidan Turner como Dante Gabriel Rossetti, Samuel Barnett como John Millais, Rafe Spall como William Holman Hunt
Una imagen de la serie "Desperate romantics". Aquí se pueden ver -aunque no sé en qué orden, pues en ninguna foto que encontré lo dejaba claro-, a Millais, Rossetti y Hunt. El cuarto, es una especie de "amigo-parásito-pero simpático", Fred Walters, que les consigue algo que buscaban, como no, desesperadamente: la modelo ideal, Lizzie Siddal, una bella y joven pelirroja que trabajaba en una tienda de sombreros.


Un grupo de genios, pero también de personalidades singulares.

Quizá, habría que tener en cuenta que el término "prerrafaelita" -o "prerrafaelista"- incluye, más bien,un estilo y una forma de pensar. Una escuela, si se quiere así, pero esto no significa que todos los pintores -que también, en no pocas ocasiones, eran, al mismo tiempo, poetas, críticos, etc.- que se incluyen como parte de ella, ni fueran amigos, ni trabajaran más o menos juntos. Sí que eran contemporáneos -aunque pudiera haber cierta diferencia de edad entre ellos-, y, evidentemente, tenían, además de talento y ganas de romper con el estilo realista imperante, basado sobretodo en retratos de personajes reales, de la burguesía, la nobleza o, directamente, de la monarquía y, sobretodo de paisajes. Como era el caso de Joseph M. W. Turner, artista a caballo entre los siglos XVIII y XIX y, posiblemente, el primer gran pintor británico de la historia, y, más en la época de dichos artistas, Joshua Reynolds, fundador de la Royal Academy of Arts, y que representaba el prototipo de retratista de las clases altas o de personajes históricos -principalmente, reyes y príncipes-, con un estilo muy depurado, pero también un tanto frío, seco. En resumidas, cuentas, muy académico, serio.
Todo esto viene porque, a la hora de nombrar a los creadores de la Hermandad, así como a los que se añadieron al poco, se echarían en falta algunos nombres que hemos oído o leído a la hora de buscar artistas de dicha escuela, en sentido amplio. Creo que sería justo nombrarlos a todos, pero dejando más o menos claro qué relación tenían unos con otros.
La creación de la Hermandad propiamente dicha fue en el ya lejano 1848, por tres amigos veinteañeros: John Millais, Dante Gabriel Rossetti, y William Holman Hunt. El primero y el tercero, además de amistad, eran compañeros de la Royal Academy of Arts, así que no eran simples aficionados al arte sin preparación, aunque tampoco auténticos profesionales, sino estudiantes adelantados y con ideas bastante claras.

     Elizabeth Siddal and Dante Gabriel Rossetti (gouache on paper) Wall Art & Canvas Prints by Paul Rainer
Elisabeth (Lizzie) Siddal, modelo y musa de los prerrafelitas. Millais y D. C. Rossetti competirían por su amor. Ganaría el segundo, para desgracia de la joven. Paul Rainer es el autor de la ilustración en la que Rossetti conocería a Siddal en la sombrerería donde ella trabajaba.

Tras ellos tres, hubo otros miembros algo más tardíos, que no siempre alcanzaron la misma fama, ni en su momento, ni en el futuro. El más conocido fue el hermano de Rossetti, William, además de Thomas Wasner, James Callison, y Frederic G. Stephens. Hubo otro personaje que, sin ser parte íntegra de la Hermandad, tuvo una temprana y estrecha relación con sus miembros: Ford Madox Brown, que además fue profesor de D. G. Rossetti -de ahí la relación; al menos, al principio-.
Es de suponer que se echen a faltar supuestos miembros cuya obra, con el paso de las décadas, fueron casi olvidados, pero recuperados en los últimos años, sobretodo por jóvenes -y no tan jóvenes, pero la edad de muchos de sus admiradores, por baja, no deja de ser curiosa; y sí que es cierto que no pocos de ellos son estudiantes de bellas artes,  historia del arte, etc., pero no es así en muchos casos-. Pero es que una cosa era la Hermandad propiamente dicha, y otra autores que se vieron reflejados en ella, que recibieron su influencia, y que influyeron en sus miembros, y que, incluso, tuvieran relación de amistad -o no, pero sí, al menos, relación y constancia unos de otros-. En resumidas cuentas, si se habla de "Hermandad Prerrafaelita", no incluiríamos a tantos pintores como se podría pintar, pero con la etiqueta -¡las etiquetas!, que aficionados, los anglosajones, a etiquetarlo todo; y más, en el mundo del arte y la cultura- "Prerrafaelita", sin más, hay otros muchos, y entre ellos, parte de los más interesantes. Uno de ellos sería Lawrence Alma-Tadema, que acabó siendo, según algunos el líder, y otros, algo así como cabeza visible y estandarte del movimiento. Parte de sus obras, como "Las flores de Heliogábalo", le significarían no pocas críticas, pero también mucha fama. Frederic Leighton, que también fue escultor -y barón-, consiguió que sus obras fueran expuestas en la Expo de París de 1900. así que consiguió un reconocimiento considerable. Un tercero sería William Clarke Wontner, que destacaría en retratar supuestas mujeres orientales, turcas, persas o árabes, pero con un aspecto, como mínimo, demasiado "anglosajón" -como las jóvenes que le hacían de modelos-. Evelyn de Morgan, la única mujer que compartió dicho estilo y que alcanzó fama, fue un ejemplo muy claro de la influencia tanto de la Antigüedad, como de cómo era  la representación de personajes de dicha época en la pintura posterior, medieval o renacentista.  Por último, Edward J. Poynter, gran amante de los mitos clásicos, y que dentro de lo que cabe, no sólo recibió menos puyas de los críticos de su época, sino que hasta se ganó el respeto de la sociedad y los críticos, aunque él también gustaba -¡terrible!- de pintar mujeres desnudas.

  

Arriba, la típica mujer victoriana -y en mayor o menor medida, europea- de clase media o media-alta. Elegante, pero tapada de pies a cabeza. Su atractivo debía incluir elegancia con decencia -sea lo que fuera, en la mente de cada cual, esa esa palabra-, aunque la comodidad ni había ni se le esperaba. Abajo, el tipo de mujer que ya se empezaba a vislumbrar a finales de dicha época, y que se haría más visible a principios del siglo XX: una mujer más independiente, que demandaba ser escuchada, y tener su sitio en una sociedad que cambiaba cada vez más rápido.

Y ahora bien, ¿en qué se basaba el prerrafaelismo? ¿Por qué era distinto? En pocas palabras, querían "revivir" el arte pictórico anterior a genios del Renacimiento como Rafael -de ahí el nombre- o Leonardo, de épocas como el Quatrocento o la Edad Media, pero con el estilo -y los avances a la hora de representar personas, edificios o fondos- de su época. Querían mucho más color, más luz -la pintura británica de la época era muy oscura, con poco brillo, se usaba, incluso, betún, para apagar los colores-. Se dejaba bastante apartado el representar tanto motivos religiosos cristianos, como a los monarcas, nobles o burgueses de la época, y se recuperaban leyendas y mitos de la antigüedad greco-romana, cuentos o historias legendarias de la Edad Media -eso también debería incluir, en principio, la mitilogía celta o germánica-, personajes como caballeros o princesas claramente idealizados, hechos de armas pero, sobretodo, escenas de amor, terror, desenfreno, violencia -que no tenía que ser simplemente física, sino menos explícita, aunque igualmente provocadora-, y, sobretodo, no temer el físico femenino. Y entiéndase con ello, que el pintar una mujer desnuda -personaje mitológico, ser imaginario, lo que fuera-, no sólo no debería tener nada de malo, sino que, por el contrario, era algo tan excitante a la hora de pintar, como bello de ser representado, y agradable de ver, de disfrutar viéndolo, más bien. Por último, el estudio de la luz, de la naturaleza, y de la forma en que cada autor siente una historia a la hora de querer representarla, serían parte de esa forma particular de querer romper con el presente. El cómo lo hiciera cada uno, es otra cosa.
Claro está, en una sociedad tan conservadora e hipócrita como la Victoriana -a pesar de sus avances o virtudes en otras cosas-, aquello sentó como un tiro. Una bomba de relojería que pondría en pie de guerra a críticos o a artistas "continuistas", por mucho que, con el tiempo, dichas criticas se atemperaran, algunos autores participaran en grandes exposiciones, o que en 1891 una de ellas, en Birmingham, y con el nombre de "Discurso sobre una muestra de la Escuela Prerrafaelita Inglesa", tuviera no poco éxito. Hubo, sin embargo, algunos de los llamados "nuevos ricos" -John Aird, constructor de grandes obras públicas y privadas-, algunos de ellos norteamericanos, que sí compraron aquellos cuadros, que con el paso del tiempo heredarían hijos y nietos, que venderían a galeristas y que acabaron el pequeños -o no tan pequeños- museos, pero que, con el paso del tiempo, fueron casi olvidados, como casi olvidada fue su influencia más allá de la pintura: ilustración, escultura, mobiliario, vidrieras... Sin embargo, la pintura del siglo XIX anterior a los impresionistas casi desapareció del recuerdo, más allá de los expertos, pero sólo en los últimos años volvería a ser recordada, y los libros de arte -sobretodo, los más baratos, que colecciona la gente que no puede permitirse gastarse un dineral en uno sólo de ellos- los tendrían como parte de sus -dentro de lo que cabe- super-ventas. Se dice, incluso, que algunos productores de cine y televisión se inspiraron en paisajes, ambientes y personajes para sus obras, y que eso singició sacar a la luz cuadros que, hoy en día, podrían resultar, si no revolucionarios -ha pasado mucho tiempo, ya-, sí llamativos, para la idea que se tiene de la pintura anterior al siglo XX.

La época que vivieron los prerrafaelitas incluía una sociedad conservadora y orgullosa de sus logros, que tenía grandes problemas para darse cuenta de sus debilidades e injusticias. A pesar del desarrollo económico y tecnológico, y la expansión colonial, las clases medias y altas no querían grandes cambios en su vida, más allá de los nuevos inventos. Y el arte, que ocupaba, con la literatura, un espacio grande en ésta, en ocasiones les sorprendía -y enfurecía-, con visiones e ideas alternativas.


¿Y si aquí, en teoría, se habla de los prerrafaelitas, por qué no se puede ver ninguno de sus cuadros? Simplemente, por tratarse de una introducción. En adelante -tendré que ver primero cómo hacerlo-, se irá viendo la obra de cada uno de ellos, en grupo o, en caso de los más conocidos -o cuya pintura me resulte más llamativa, atractiva o interesante- o por separado. Así que habrá prerrafaelitas para rato, imagino.

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