"Habeas Corpus". La primera participación de Amèlie Nothomb en la revista "Charlie Hebdo".
Siguiendo la habitual costumbre del "completismo", para quién ya haya leído la obra de la autora en español, añadir trabajos mínimos no traducidos todavía.
La revista "Charlie Hebdo", en ocasiones, es considerada algo parecido a "El jueves" en España. Pero, probablemente, la comparación, sin ser completamente errónea, tampoco sería exacta. Más bien, tendría más que ver con la ya extinta -hace muchos años, ya- "El papus", que era una publicación de humor y sátira básicamente política, con más chistes que historietas, pero con una carga crítica política muy fuerte. Junto a otras revistas, como "Sal y pimienta", sacaron punta en los 70 y 80 a la época que, hoy en día, se llama, y desde hace mucho, la Transición, pero que desaparecieron a medida que la democracia se fortalecía, pero, al mismo tiempo, se iba estancando y anquilosando, debido a que no se pudo desarrollar al completo, llegando aquel error, el no llegar hasta el final, como así quería y esperaba el pueblo, a la situación actual, donde la crisis económica y social se ha entremezclado con otras, política y territorial. En Francia, han seguido existiendo revistas parecidas aunque, internet aparte, se podría decir que el "Charlie" -como a veces se le llama- ha acabado quedando como la única de cierta entidad. Se critica a la publicación, donde también hay apartados para opiniones, artículos de personajes famosos y relatos completos o a capítulos, que se ha quedado un poco antigua, pero cuando, tras publicar las caricaturas de Mahoma, fue incendiada por integristas islámicos -más o menos lo mismo que le pasó a "El papús", que sufrió un ataque de bomba por parte de ultraderechistas; en el fondo, la misma purria-, se pudo comprobar que, guste o no, se les haga más o menos caso, también es necesario que incluso en sociedades aparentemente tranquilas -cuando la gente no sale a la calle, eso sí-, conviene que haya alguien que, hablando claro, toque un poco las pelotas.
Bien, pues en dicha revista, Amélie decidió publicar un relato a capítulos, "Los champiñones de París", del cual, por mucho que haya buscado, no he podido encontrar apenas información -por el momento, al menos- pero antes de ello, hizo una primera y modesta incursión con un pequeño artículo en la sección "Tribuna", donde daba a entender el por qué no le gustaba internet, y sobretodo -no lo dice claro, pero se comprende bien-, el por qué no tiene su propia web, o cuenta de twitter o facebook. Simplemente, cree que la red de redes da demasiadas posibilidades de hablar -y de insultar, de amenazar, etc.- con completo anonimato. Si tiene razón o no, eso es cosa de cada uno, pero ella lo expresó así. Y es de suponer, que mandaría a la redacción de la revista su pequeño artículo, como no, escrito a mano. Como todo lo demás.
El estado en que quedó el local donde se realizaba la revista, tras ser quemado por islamistas radicales.
Habeas Corpus.
por Amélie Nothomb.
Si la ley de 1679 fue una revolución en la historia del Derecho Inglés, sospecho que ayudó su llamativo título: "Habeas Corpus". Esto es tanto más intrigante al pensar que esta ley que limitaba la arbitrariedad real había sido llamada de manera tan extraña.
Pero, no hay duda de que no habría atraído la atención de los filósofos de no haber sido el nombre menos sublime.
Las libertades individuales tienen muchas formas de ser amenazadas. Internet puede ser una de las más peligrosas restricciones de nuestras modernas libertades. La ilusión habría consistido en creer que este campo infinito de la no-ley sería un vehículo para la emancipación. Sólo la ley garantiza la libertad.
El principal problema de los inmensos territorios aún sin regular de Internet es que resulta casi imposible de aplicar allí, si no la propia ley, sí al menos el título de dicha ley. Sería necesario que un abogado genial creara un interfaz entre el habeas corpus y la web.
El cuerpo puede existir por escrito: se trata de la firma. Firmar un documento, un mensaje de texto con su nombre, es la producción de un cuerpo como una garantía de lo que se escribe. Si no tenemos derecho a escribir cualquier cosa, es por la razón de que tenemos un nombre, y ese nombre es nuestro cuerpo.
En Internet, el cuerpo es el mayor de los ausentes. No hay potencial de impunidad más vertiginosa que la ausencia del cuerpo. El anonimato no es otra cosa que la representación verbal de la ausencia del cuerpo. Todo texto valiente y justo lo es sólo si incluye una firma. Recientemente he visto un contra-ejemplo de lo más extraordinario en el blog de una de las revistas de información más serias de Francia. Tener el menor motivo para aborrecer tal proceso no nos obliga a sentir empatía por su víctima.
No se trata aquí de todo Internet, pero sí en el mundo de los blogs y similares. Hasta que el abogado o el ingeniero informático encuentren una solución, no podemos hacer nada más que incitar a los exploradores de Internet a una mayor vigilancia vis-à-vis que permita dicho habeas corpus a escala léxica: la firma. Un mensaje que no tiene firma digna de ese nombre, debe considerarse que no existe.
París, 21/02/2008.
Pero, no hay duda de que no habría atraído la atención de los filósofos de no haber sido el nombre menos sublime.
Las libertades individuales tienen muchas formas de ser amenazadas. Internet puede ser una de las más peligrosas restricciones de nuestras modernas libertades. La ilusión habría consistido en creer que este campo infinito de la no-ley sería un vehículo para la emancipación. Sólo la ley garantiza la libertad.
El principal problema de los inmensos territorios aún sin regular de Internet es que resulta casi imposible de aplicar allí, si no la propia ley, sí al menos el título de dicha ley. Sería necesario que un abogado genial creara un interfaz entre el habeas corpus y la web.
El cuerpo puede existir por escrito: se trata de la firma. Firmar un documento, un mensaje de texto con su nombre, es la producción de un cuerpo como una garantía de lo que se escribe. Si no tenemos derecho a escribir cualquier cosa, es por la razón de que tenemos un nombre, y ese nombre es nuestro cuerpo.
En Internet, el cuerpo es el mayor de los ausentes. No hay potencial de impunidad más vertiginosa que la ausencia del cuerpo. El anonimato no es otra cosa que la representación verbal de la ausencia del cuerpo. Todo texto valiente y justo lo es sólo si incluye una firma. Recientemente he visto un contra-ejemplo de lo más extraordinario en el blog de una de las revistas de información más serias de Francia. Tener el menor motivo para aborrecer tal proceso no nos obliga a sentir empatía por su víctima.
No se trata aquí de todo Internet, pero sí en el mundo de los blogs y similares. Hasta que el abogado o el ingeniero informático encuentren una solución, no podemos hacer nada más que incitar a los exploradores de Internet a una mayor vigilancia vis-à-vis que permita dicho habeas corpus a escala léxica: la firma. Un mensaje que no tiene firma digna de ese nombre, debe considerarse que no existe.
París, 21/02/2008.
Una foto -de una sesión- en que Amélie fue entrevistada por la periodista de "Vogue" Mylène Farmer, en 1995 -hace casi veinte años ya; en aquella época, era todavía una casi desconocida veinteañera-.
Si la traducción deja un poco de desear, es porque mi nivel de francés tampoco es nada del otro mundo, aunque, con el paso del tiempo -repasar diccionarios, gramáticas básicas, y demás-, creo, o espero, que haya mejorado un poco. La próxima vez, un poco más, y más largo.
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