Los prerrafaelitas (IV). Seguidores de la escuela no incluidos en la Hermandad: John Collier. Otros autores menores.
Una vez tratados los tres iniciadores de la Hermandad, vendrían a continuación sus seguidores "externos".
Nuevos ingresos en la Hermandad. Los autores externos, pero que perpetuaron la fama de prerrafaelismo.
Aunque, como ya se ha contado, la Hermanda, en principio, fue iniciada formalmente sólo por tres miembros -Rossetti, Holman Hunt i Millais-, al poco, entraron otros artistas, que, aunque estudiaban o formaban parte de la ya nombrada Royal Academy, decidieron mantener en secreto la existencia de ésta. Quizá, se veían a sí mismos como una especie de revolucionarios, de sociedad secreta -en aquella época, la masonería tenía una influencia social y política fuerte, y era, al tiempo, respetada, temida y, en ocasiones, también odiada-, así que el hecho de guardarse para sí la existencia de lo que habían creado -por lo demás, una unión de artistas de lo más inofensivo-, con toda seguridad, y más teniendo en cuenta la juventud de sus miembros, debió ser algo de lo más emocionante y atractivo. Entre los nuevos miembros, destacar al escultor THomas Woolner; al hermano pequeño de Rossetti, William Michel; a James Collinson -un buen retratista, que lo mismo pintaba escenas más o menos costumbristas y contemporáneas, como otras de ambientación religiosa-; o Frederic G. Stephens, que no tuvo una carrera especialmente conocida, pero no por ello dejaba de ser, él también, un rupturista en el color y en la forma de representar a "la gente común". Aunque ninguno de ellos llegó a tener tanta fama, tampoco está de más dejar constancia de ellos. Quizá, más adelante, pueda escribir un poco más sobre su obra y su vida. Como ellos, a lo largo de todo el siglo XIX, y bien entrado el XX, en Gran Bretaña -país que, hasta el siglo XVIII, con Reynolds, apenas destacó en pintura-, existieron una enormidad de grandes pintores, porque una cosa sí que tenían en común: pintaban sobre casi cualquier cosa -reyes, nobles, pobres; temas bíblicos; sobre la mitología griega, romana, celta o germánica, temas de ambientación medieval, de historia antigua, mujeres atractivas con o sin ropa; leyendas, medievales o no; lugares exóticos o no tanto, como Turquía, Grecia, Italia o España; el campo o las ciudades británicas; imágenes inspiradas en la literatura universal...-, y que, además, lo hacían muy bien. Si en su país nunca llegaron a ser del todo olvidados -aunque, evidentemente, con el paso de las décadas, sólo unos pocos resultan más o menos familiares a los aficionados a la pintura y el arte en general-, fuera de las fronteras británicas, lamentablemente, no pocos de ellos fueron conocidos ni en su época, ni menos todavía hoy en día. Pero, al fin y al cabo, para eso está también internet: para descubrir y conocer.
"Tentaciones" (1855), una de las obras de James Collinson, miembro de la "segunda oleada" de autores que ingresaron en la Hermandad, aunque con una fama e importancia artística menor a los tres iniciadores.
"Madre y niño" (1854), de F.G. Stephens, considerado un miembro "menor" de la Hermandad, aunque no fue en absoluto un mal pintor, y quizá el tiempo n lo ha tratado demasiado bien.
"El laboratorio", de 1895. La bella y el sabio.
Sin embargo, este tipo de pinturas, si bien demuestra que era un magnífico retratista, hoy en día, pueden dar la falsa imagen de un autor "aburrido", o, cuanto menos, repetitivo, y que, pudiendo hacer cosas más interesantes, se dedicaba, simplemente, a pintar lo que estaba socialmente mejor considerado o que, sencillamente, más a cuenta le salía desde un punto de vista económico. Pero no fue así. Su segunda temática era bien distinta, y se basaba, principalmente, en retratar a personajes femeninos basados en otros tantos de la mitología europea en general, fuera esta celta o germánica, lo que en Gran Bretaña -e Irlanda, británica al completo, en aquella época- era considerado, hasta cierto punto, como parte de la cultura popular de origen pre-cristiano, como de la greco-romana, o clásica. O bien, basándose en personajes de leyendas o cuentos no se sabe bien si históricos, totalmente fantásticos, o una mezcla de ambas cosas, caso, por ejemplo -ejemplo muy británico, por lo demás- del rey Arturo, la reina Ginebra y los caballeros de la Mesa Redonda, o de lady Godiva -o Godgifu, en su nombre anglosajón antiguo, y no latinizado-, que sí parece ser un personaje histórico, aunque no está demostrada al completo su historia de que decidiera pasearse desnuda y a caballo por la población que gobernaba su marido, después de que éste se negara a rebajar los impuestos a sus sufridos vasallos, y de que su esposa intentara convencerle de ello. Él, pensando que no se atrevería, le dijo que lo haría se se paseaba por Coventry, la ciudad y región que gobernaba, sin más ropa que sus cabellos, pero nunca se debió pensar que su esposa se decidiera a ello.
Menos gracia hizo en la sociedad de la época, que le gustara retratar a sacerdotisas de las antiguas religionas paganas, fueran célticas o la de griegos y romanos, o que pintara a jóvenes de distintas nacionalidades o razas con poca o menos que poca ropa, caso de las -supuestas- sirvientas de un faraón egipcio que, claramente, al no retratarlo, le interesaban menos que las esclavas que le servían.
Siendo como fue, uno de los pintores más prolíficos de su época -algo increíble, teniendo también en cuenta, la calidad de casi todo lo que salía de sus manos, y el hecho de que no se hayan descubierto a ningún "ayudante" o aprendiz que realizara parte de su trabajo-, también tuvo tiempo, tanto de formarse, como de intentar tener familia propia no en una, sino en dos ocasiones.
Aparte de formarse con Millais y Alma-Tadema -no fue, lo que se dice, exactamente su alumno, pero sí reconoció haber recibido influencia suya, y haber aprendido del artista, que, junto a Millais, ayudaron, y no poco, a que aquel futuro retratista también fuera figura importante del prerrafaelismo-, se casó con la hija del científico y pensador Thomas H. Huxley, abuelo del autor de "Un mundo feliz". Primero con su hija mayor, Marian -pintora y culta, como él-, que murió al poco de tener a su hija mayor -pero no al dar a luz, sino de una pulmonía, en una clínica francesa donde se recuperaba de una depresión post-parto-, y más adelante, con su cuñada, hermana menor de Marian, Ethel, si bien dicha boda no era legal en Gran Bretaña, por considerarse indecoroso el matrimonio entre cuñados -se tuvieron que casar en Noruega-. Por lo visto, al padre de ambas aquello no le pareció mal, y Collier no sólo retrató a su suegro, sino que, en general, tuvo buena relación con él. Al fin y al cabo, el pintor era hombre culto, hijo de un juez, y estudiante en Eton, que había viajado por la Europa continental, y sentía interés por las ideas e investigaciones de su suegro, una eminencia cultural de la época.
Aparte, también tuvo tiempo de escribir no uno, sino tres libros sobre técnicas pictóricas, que vendieron bastante, al ser considerado un maestro ejemplar -y por tanto, a imitar-: "La cartilla -o libro de aprendizaje- del arte" (1882), "Manual de pintura al óleo" (1888), y "El arte del retrato" (1905). Pasado el tiempo, estos retratos tal vez han sido cada vez más olvidados -aunque puedan verse en libros de historia, al nombrarse a tal o cual personaje por el retratado-, y las conocidas como "pinturas incómodas", fueron cada vez más reconocidas. Respecto a cuantas realizó, o cuales son las mejores, al ser tantas, en lugar de enumerarlas, creo que resulta mejor reproducir el mayor número de ellas, y poner títulos y, si se puede, el año en que fueron finalizadas y presentadas al público.
"El bebé terrestre" (1899), o la sorpresa de la sirena al ver una niña humana, un ser bípedo. Y "La ninfa del agua", representada no por un ser más o menos humanoide de aspecto acuático, sino por una mujer de origen desconocido y misterioso, que aparece y desaparece del mundo humano cuando ella lo decide.
"La confesión" (1902), un ejemplo genial de cómo utilizar un solo color, el rojo, para retratar una escena donde, al o poder ver claramente el rostro de la mujer, se puede imaginar que quién confiesa y quien escucha pueden ser cualquiera de los dos personajes.
"La bella durmiente" (1921), una de sus últimas obras, y también de las más románticas y fascinantes.
"El señuelo" (1897), dejado por la dama -una rosa roja en el suelo- para atraer al hombre en la sombras. El quién era él, y por qué deseaba atraerlo, se deja a la imaginación de cada uno.
John Collier, el hombre que retrató a Lady Godiva -y a otras muchas féminas, con gran escándalo de la época-.
En principio, al bueno del señor Collier no lo había incluido como pintor a tratar, por la sencilla razón de que ni siquiera sabía de su existencia. Aún así, poco a poco, se va descubriendo que el prerrafaelismo y ramas pictóricas afines debieron tener mucha influencia en los artistas de la época, porque siendo casi todos ellos británicos -de nacimiento o de adopción, caso de Alma-Tadema, que era belga-, y habiendo sido, en su vida y trabajo, casi contemporáneos -más o menos, la segunda mitad del siglo XIX, si bien alguno llegó a pintar también en las dos primeras décadas del XX, pero, básicamente, su obra va de 1850 a 1890, y más allá, no pintaron mucho más-, no hay duda de una cosa: que fueron muchos, muchos más de los que, a primera vista, se podría pensar.
John Maler Collier (1850-1934) fue un pintor de lo más prolífico, y su obra tuvo dos vertientes bien distintas, que le hicieron popular -o más bien, le han hecho, pes es todavía conocido, y reconocido, por los entendidos e aficionados a la pintura-: los retratos de hombres importantes contemporáneos suyos; y los de temática histórica -o más bien sobre leyendas o personajes históricos legendarios- y mitológica. En este segundo caso, son las mujeres las que protagonizan la casi totalidad de sus cuadros. Los de la primera clase fueron los que le dieron una gran fama, respeto y reconocimiento en su momento, pues retrató nada menos que al mismo rey Jorge V, además de a toda clase de lores y nobles, políticos, cargos sociales importantes -presidentes de cámaras de comercio, empresarios...-, y a hombres ilustres de la ciencia y la cultura, como a Charles Darwin, el escritor de relatos ambientados en la India Rudyard Kipling, o su suegro, Leonard Huxley, amigo y seguidor de Darwin, y defensor incondicional de la teoría de la evolución. Gracias a todos esos retratos -englobados, de forma bastante ajustada a la realidad, en lo que se llamaba "retratos de hombres mayores vestidos de oscuro"-, logró ganar mucho dinero, ser respetado, y tener un nombre entre los artistas de la época, llegando a ser uno de los miembros fundadores -y, en su momento, vicepresidente- de la Sociedad Real de Retratistas, en cuya sede llegó a exhibir nada menos que 165 obras, y otras 130 en la Royal Society, de pintura en sentido amplio.
John Maler Collier (1850-1934) fue un pintor de lo más prolífico, y su obra tuvo dos vertientes bien distintas, que le hicieron popular -o más bien, le han hecho, pes es todavía conocido, y reconocido, por los entendidos e aficionados a la pintura-: los retratos de hombres importantes contemporáneos suyos; y los de temática histórica -o más bien sobre leyendas o personajes históricos legendarios- y mitológica. En este segundo caso, son las mujeres las que protagonizan la casi totalidad de sus cuadros. Los de la primera clase fueron los que le dieron una gran fama, respeto y reconocimiento en su momento, pues retrató nada menos que al mismo rey Jorge V, además de a toda clase de lores y nobles, políticos, cargos sociales importantes -presidentes de cámaras de comercio, empresarios...-, y a hombres ilustres de la ciencia y la cultura, como a Charles Darwin, el escritor de relatos ambientados en la India Rudyard Kipling, o su suegro, Leonard Huxley, amigo y seguidor de Darwin, y defensor incondicional de la teoría de la evolución. Gracias a todos esos retratos -englobados, de forma bastante ajustada a la realidad, en lo que se llamaba "retratos de hombres mayores vestidos de oscuro"-, logró ganar mucho dinero, ser respetado, y tener un nombre entre los artistas de la época, llegando a ser uno de los miembros fundadores -y, en su momento, vicepresidente- de la Sociedad Real de Retratistas, en cuya sede llegó a exhibir nada menos que 165 obras, y otras 130 en la Royal Society, de pintura en sentido amplio.
Un retrato del científico Charles Darwin (1883). Por estos retratos de hombres ilustres se haría famoso en su época. Con el paso del tiempo, han sido desplazados en el imaginario popular por sus pinturas con referencias mitológicas o legendarias.
"Lady Godiva" (1898), paseando por las calles vacías de la ciudad de Coventry, gobernada por su marido, el noble anglosajón Leofric.
"La celebración de la reina Ginebra", donde el rey Arturo deja el protagonismo a su futura esposa, que en las sagas artúricas tiene siempre una importancia reseñable, pero secundaria.
"El laboratorio", de 1895. La bella y el sabio.
"La sacerdotisa de Delfos" -más bien parece una pitonisa, o adivina-, y "Lilith" (1892), considerada no sólo como la esposa de Caín, sino también -aunque no se sabe bien cual es el origen de la leyenda- madre de la raza de los vampiros, y primera de todos ellos.
"La hija pródiga", donde es una mujer, y no un hombre -como en la parábola bíblica-, la que regresa al hogar, si bien en el rostro de la joven no se ve signo alguno de arrepentimiento. aunque sí de sorpresa -más que de alegría- en los padres.
Siendo como fue, uno de los pintores más prolíficos de su época -algo increíble, teniendo también en cuenta, la calidad de casi todo lo que salía de sus manos, y el hecho de que no se hayan descubierto a ningún "ayudante" o aprendiz que realizara parte de su trabajo-, también tuvo tiempo, tanto de formarse, como de intentar tener familia propia no en una, sino en dos ocasiones.
Aparte de formarse con Millais y Alma-Tadema -no fue, lo que se dice, exactamente su alumno, pero sí reconoció haber recibido influencia suya, y haber aprendido del artista, que, junto a Millais, ayudaron, y no poco, a que aquel futuro retratista también fuera figura importante del prerrafaelismo-, se casó con la hija del científico y pensador Thomas H. Huxley, abuelo del autor de "Un mundo feliz". Primero con su hija mayor, Marian -pintora y culta, como él-, que murió al poco de tener a su hija mayor -pero no al dar a luz, sino de una pulmonía, en una clínica francesa donde se recuperaba de una depresión post-parto-, y más adelante, con su cuñada, hermana menor de Marian, Ethel, si bien dicha boda no era legal en Gran Bretaña, por considerarse indecoroso el matrimonio entre cuñados -se tuvieron que casar en Noruega-. Por lo visto, al padre de ambas aquello no le pareció mal, y Collier no sólo retrató a su suegro, sino que, en general, tuvo buena relación con él. Al fin y al cabo, el pintor era hombre culto, hijo de un juez, y estudiante en Eton, que había viajado por la Europa continental, y sentía interés por las ideas e investigaciones de su suegro, una eminencia cultural de la época.
"Las sirvientas del faraón", y "La sacerdotisa de Baco" -con cierta imaginación, a la hora de imaginarse la vestimenta de ésta-. El que el autor gustara tanto de retratar a exóticas jóvenes casi desnudas, o a mujeres de carácter, representantes de las religiones anteriores al cristianismo, no sentó demasiado bien en su momento, pero el hecho de que Collier fuera considerado un gran retratista, y fuera llamado a ejercer como tal por los hombres más poderosos de su tiempo -incluido el propio rey- hizo que, en cierto modo, se le perdonaran ciertas fantasías y experimentos pictóricos, como si estos no fueran, también, grandes obras de arte.
"Tannhäuser en el Venusberg -la montaña de Venus-" (1901), y "En el bosque de Arden" (1895). El primer cuadro, más adelante, sería considerado como referencia a la hora de pasar a escena la ópera de Wagner, basada en leyendas alemanas.
Aparte, también tuvo tiempo de escribir no uno, sino tres libros sobre técnicas pictóricas, que vendieron bastante, al ser considerado un maestro ejemplar -y por tanto, a imitar-: "La cartilla -o libro de aprendizaje- del arte" (1882), "Manual de pintura al óleo" (1888), y "El arte del retrato" (1905). Pasado el tiempo, estos retratos tal vez han sido cada vez más olvidados -aunque puedan verse en libros de historia, al nombrarse a tal o cual personaje por el retratado-, y las conocidas como "pinturas incómodas", fueron cada vez más reconocidas. Respecto a cuantas realizó, o cuales son las mejores, al ser tantas, en lugar de enumerarlas, creo que resulta mejor reproducir el mayor número de ellas, y poner títulos y, si se puede, el año en que fueron finalizadas y presentadas al público.
"Circe", la bruja o hechicera -o maga- de la Odisea, reina de la isla de Eea, donde los compañeros de Ulises -u Odiseo, su nombre griego original- fueron transformados en cerdos.
"La confesión" (1902), un ejemplo genial de cómo utilizar un solo color, el rojo, para retratar una escena donde, al o poder ver claramente el rostro de la mujer, se puede imaginar que quién confiesa y quien escucha pueden ser cualquiera de los dos personajes.
"La bella durmiente" (1921), una de sus últimas obras, y también de las más románticas y fascinantes.
"El señuelo" (1897), dejado por la dama -una rosa roja en el suelo- para atraer al hombre en la sombras. El quién era él, y por qué deseaba atraerlo, se deja a la imaginación de cada uno.
Como su obra es tan amplia, no sólo existen gran número de webs donde se habla de ella, sino que, incluso, están dedicadas sólo y únicamente a él, como es en este caso. Está en inglés, pero, de todas formas, al ser una web sobre pintura, el texto no tiene demasiada importancia.
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