viernes, 23 de enero de 2015

Los prerrafaelitas (IX): John William Waterhouse. Damas oníricas, y escenas de un Medievo mitificado.

Quizá el último de los prerrafelitas que quedaba por comentar, y uno de los más conocidos, por la belleza de cuento de sus cuadros.


John William Waterhouse (1849-1917), nació en Roma, si bien su familia era de origen británico, y británica fue también su nacionalidad. Su padre era pintor, y eso hizo que bebiera el arte en su casa, en Inglaterra -la familia retornó cuando él apenas tenía un año-, y descubriera el arte italiano y medieval y renacentista en particular. Esta influencia y ayuda paternas le ayudaron mucho a ingresar, como tantos otros, en la Royal Academy, y en conseguir exposiciones cuando todavía era muy joven. Si en un principio se le podía considerar sin problemas en el llamado neoclasicismo victoriano -el "estilo imperio", que tan bien parecía casar con la Gran Bretaña que, bajo el reinado de la reina Victoria, se estaba adueñando de medio mundo-, más adelante sería, y es considerado como tal, como un prerrafaelita prototípico, aunque un poco tardío. Tanto, que cuando se recuerda a pintores de dicha corriente hoy en día, o más, bien, sus obras -aunque no se conozcan ni el nombre de éstas, ni de sus autores-, Waterhouse siempre saldrá, si no el primero, sí uno de los primeros a la hora de ser todavía reconocido por los amantes del arte del siglo XXI. Respecto a su estilo, apenas cambió con el paso del tiempo. Fueron sus temas -Antigüedad, temas literarios o legendarios, medievo e impresionismo- los que cambiaron, pero no el cómo los representó. Amante de los lienzos de gran tamaño, el color y la luz, y la representación fidedigna, a al tiempo exuberante, de la naturaleza, también supo transportar a sus cuadros la sensación de profundidad, de tridimensionalidad.

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Retratos fotográficos de medio cuerpo, o cuerpo entero y en pleno trabajo, donde el autor aparece en una época en que ya era todo un símbolo de la pintura de su país y su época.

"Hylas y las ninfas", donde la representación de unos seres mitológicos -griegos, pero con equivalentes celtas o germanos-, pasa del estilo prerrafaelita "clásico" al simbolismo, donde no estamos seguros de qué, o a quién representan unas ninfas que son en todo mujeres de carne  y hueso excepto, quizá, a su condición de inmortales, y a su poder de atracción y seducción.


Otra versión de la misma historia: "Hylas y la ninfa" (1893) -en singular-. Otra vez, el esclavo de Heracles, el Hércules romano, que va a buscar agua al río y se encuentra con las ninfas -o nereidas-, que al principio parecen asustarle -hasta pide ayuda, y eso que era esclavo...-, hasta que, cuando el discutible héroe de los doce trabajos va en su ayuda, no lo encuentra. Muy probablemente, las ninfas, que además le ofrecían la inmoralidad, acabaron por llevárselo, fuera por la fuerza, o convenciéndolo. Probablemente, esto último. 

 "La lamia y el soldado", de Waterhouse parece representar algo más que el personaje mitológico que espantaba a griegos y romanos: en realidad, aquí es a un caballero medieval, a quién parece conquistar, aunque no para beber su sangre, o devorarlo, sino más bien por la necesidad de hacer realidad un amor que no parece permitido a los inmortales, como ella.

Como otros muchos, su obra parecía dividirse en dos etapas no sólo estilísticas, sino también en cuestiones temáticas. En principio, se sintió atraído por la Antigüedad Clásica, por Grecia y Roma, tanto desde un punto histórico como, sobretodo, mitológico. Algo que resultaba tan habitual en los prerrafaelitas en general, que alguno de ellos, como Alma-Tadema -otro icono del movimiento- básicamente pintó cuadros sobre esa época y cultura. En su caso, además, era casi lógico: no sólo nació en Italia, sino que sabía italiano, conocía la historia y cultura del país y, finalmente, viajó por él en su juventud, lo que le influiría de por vida. Más adelante, se interesaría por el mundo medieval, sin olvidar la Antigüedad. Y aquí también, tanto desde un punto -más o menos, con sus leyendas de por medio- histórico, aunque fuera más la época en sí más que determinados hechos históricos los retratados, como leyendas y cuentos sin más base histórica que el marco espacio-temporal en el que transcurrían las escenas retratadas. En realidad, cuando no pocos británicos y europeos quieren imaginar una Edad Media legendaria, onírica, virtuosa, donde no parecen existir la guerra o la miseria -más allá que en un limpio retrato del bien contra el mal-, casi siempre acaban viniendo a la mente -o eligiéndose tras una búsqueda en libros o webs, entre multitud de pinturas e ilustraciones-, donde lo mítico y lo real se entremezclan, Waterhouse acaba siendo "su hombre". Porque no hay duda de que fue capaz de transformar el oscuro Medievo en una especie de Edad de Oro, tan improbable como falsa, aunque también fuera en parte -pequeña parte- cierta. Algo parecido a la Antigüedad greco-romana de Alma-Tadema. Y aunque sabemos que es dichos cuadros realidad y fantasía del artista se entremezclan, porque lo sabemos, no por ello dejamos de dejarnos conquistar por esas damas bellas e inalcanzables, paisajes de ensueño, y sociedades sencillas pero nobles. No sería extraño que, aunque no lo dijeran nunca de forma clara -al menos, que yo sepa-, que escritores de fantasía como Tolkien o Lord Dunsany se vieran influidos por los bosques impenetrables pero al tiempo irresistiblemente atractivos de los cuadros de Waterhouse y sus contemporáneos. Aún así, la mitología antigua nunca desapareció, más bien al contrario. Sólo que, en este caso, se podría hablar que, más que leyendas, eran obras literarias las que influyeron con mayor fuerza.

"La dama de Shalott". Probablemente, la obra más conocida y representativa de Waterhouse. La dama de una época histórica ambigüa -tal vez la Alta Edad Media, época de reinos germánicos y célticos-británicos en continua guerra entre sí-, que parece tan lejana que se nos asemeja fantasía.

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"Tristán e Isolda" (1916, casi al final de su vida). Ejemplo claro de su interés por la literatura medieval. Retratados como el prototipo de caballero  y dama del Medievo, y de amor imposible -si bien la historia transcurre, realmente, en una época imprecisa entre la retirada de las legiones romanas, y las invasiones de anglos y sajones, en unos tiempos menos románticos y más salvajes de lo que se ha ido representando en cuadros o ilustraciones en innumerables ocasiones-.

Influido también por los impresionistas franceses -en general, entre los autores británicos hubo algunos que pintaron "de fronteras para adentro", pero otros, como nuestro hombre, sentían interés por lo que se hacía en el continente, sobretodo en Francia y Bélgica; los viajes de británicos interesados por el arte y la historia a Francia, como también a Italia, siempre fueron constantes, y si bien el país itálico les atrajo en el siglo XVIII y principios del XIX, a partir de la segunda mitad de éste, fue Francia la que más les atrajo-, llegó a ser realmente famoso en su época. Y el hecho de que no se interesara tanto por los desnudos femeninos, también le ayudó a ser menos escandaloso que otros, como Leighton, por ejemplo. Aún así, y al contrario de éste, acabó siendo poco a poco olvidado al poco de su muerte, quizá incluso antes de ésta -a pesar de que fue un socio muy respetado de la Royal Academy, donde estudió-, y no fue siendo recuperado y reivindicado por nuevas generaciones. Posiblemente, la popularidad de los últimos años de la literatura fantástica, y posteriormente, del cine y del cómic del mismo género, también ayudó a su redescubrimiento entre gente joven, y no tan joven.

"Ofelia" (1910, una obra de su última etapa), se nos aparece como una mujer real, aunque quisiera representarla en una época muy probablemente medieval. Tal vez se pudiera encontrar una influencia de sus impresionistas franceses, que conocía bien.

"Mirando a la tempestad" (1916), donde la que parece ser una joven que observa extasiada al mar tragándose el navío -y con él, sin duda, también a su tripulación- bien podría ser una sirena responsable del desastre.

La vida privada de Waterhouse parecía más bien tranquila. Se casó en 1883 con Esther Kenworthy, y en 1891 conoció a la modelo Muriel Foster, que posó para no pocos de sus cuadros más célebres, aunque si hubo algo más entre ellos, tampoco queda nada claro. La sociedad Victoriana era muy puritana, y no poco hipócrita; la vida sexual dentro del matrimonio podía ser muy aburrida y abúlica, incluso cuando ambos miembros desearan lo contrario -el peso de la religión, la tradición, la opinión pública, una legislación restrictiva, nada invitaba a un disfrute sexual dentro de la pareja-, así que es posible que sólo hubiera una buena amistad, o un respeto mutuo, o tal vez no. Aunque esto, bien mirado, tampoco tendría que tener mayor importancia.
Fue, además, de los primeros pintores que tuvo un auténtico patrocinador, un mecenas que le compraba cuadros, Alexander Henderson, -es de suponer que, al menos algunos de ellos, a gusto de éste, pero es algo al fin y al cabo comprensible. "Quien paga, manda"-, lo que le ayudó a tener independencia económica, y con ella, también artística, para pintar, una vez realizados sus trabajos de encargo, lo que él quisiera.

                                                
En aquella época no eran raros los cuadros altos pero estrechos, que representaran, básicamente a una sola figura en pie -o dos, pero apareciendo una sobre otra-, como es el caso del la ninfa y el sático, o "Circe envidiosa" (1892).

   
"Circe ofreciendo su copa a Ulises". A pesar de que el Odiseo de los griegos -Ulises es su nombre romano, que es por el que es más conocido desde que decidieron "rebautizarlo"- es el protagonista indiscutible de "La Odisea", es la poderosa Circe, la que aquí tiene todo el protagonismo- a Odiseo, o Ulises, se le intuye en el espejo, a la derecha de éste-. La transparencia del vestido, sin duda, debió ser para el pintor algo bien difícil de representar, pero también, aún hoy en día, de lo que más llama la atención.

Entre sus obras más destacadas, "Sueño, y su hermanastra la Muerte" (1874), "La dama d Shalott" (1888), y "Ofelia" (1910), pero se podrían nombrar otras muchas, incluyendo las que, en su época, fueron menos conocidas, o reconocidas.

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