jueves, 25 de junio de 2015

Los mosuo, el último auténtico matriarcado del mundo.

Una sociedad alternativa en el interior de la provincia china de Yunan.


Hace ya bastante que apenas le puedo dedicar tiempo al blog, así que, cuando puedo, escribo una entrada, aunque sea sobre temas que me llamaron la atención hace ya tiempo. En este caso, es sobre un pueblo, los mosuo, que han logrado conservar hasta la actualidad un tipo de sociedad claramente diferente, más que alternativa, que en otra época no sólo debió existir en amplias zonas del sur de China, sino también en otros lugares del mundo, aunque es muy probable que, a falta de documentos que lo acrediten, de referencias de historiadores -antiguos o modernos- o de que las religiones, o el poder político y cultural de los grandes imperios -y sus sucesores políticos- hayan eliminado todo rastro de él. Se trata del matriarcado, de la sociedad donde el poder social, el sexo dominante, es el femenino. Y por lo que se puede comprobar, la situación del varón, en esta "república de las mujeres"; aunque sea secundaria, es sin duda mejor que la de las mujeres en la enorme mayoría de las sociedades de poder masculino. Y más todavía, cuando se analizan todas y cada una de las grandes culturas humanas -todas de poder masculino- desde la Antigüedad, hasta, prácticamente, unos treinta o cuarenta años atrás.

La región donde se encuentra el país mosuo: en la provincia de Yunnan, en el sur de China, fronterizo con Indochina -el norte de Birmania, Laos y Vietnam también están llenos de pequeñas comunidades con su cultura y lenguas propias, que lo mismo viven en zonas montañosas como selváticas. Y dentro de ella, en el noroeste, alrededor del lago Lugu.


El "reino de las mujeres" es mucho menos terrible de lo que los hombres extranjeros pensaban.

Realmente, más que un reino, se podría hablar de una república, de una sociedad diferente, alternativa, que todavía subsiste, en estos tiempos de homogeneización -con o sin globalización de por medio-, donde las culturas mayoritarias -Occidente en su versión anglosajona, el mundo islámico visto desde un punto de vista básicamente árabe, la civilización china en sentido amplio, la India vista como un estado diverso pero mayoritariamente hindú...- van asimilando, como un rodillo, todas las pequeñas culturas que se encontraban en el interior de los países que forman o han dado forma, a dichas culturas mayoritarias, pero también a otras de naciones secundarias, que también tienden a la homogeneidad.
Pero dejando aparte el peligro de desaparición de estos pequeños islotes étnicos, lingüísticos y religiosos, el caso de los mosuo, o tal vez de las mosuo, es distinto. Se trata de una auténtica sociedad matriarcal, pero no al estilo del que muchos hombres, a lo largo de la historia -desde los antiguos griegos, por lo menos- imaginaban: un estado sexista donde unas mujeres guerreras y autoritarias reducen a los pobres hombres a esclavos o siervos, o a lo sumo, a simples objetos sexuales; o, incluso, a lo más temido: una sociedad enteramente femenina, donde el varón ha desaparecido, y cuando se le busca para lo único que se le necesita, la reproducción, las mujeres marchan fuera de su tierra, para quedar encinta y volver, al poco, a lugar seguro, sin hombres a la vista. El matriarcado mosuo consiste, básicamente, en que el poder social y económico está en las mujeres, y los hombres ocupan un lugar claramente secundario. No es que vivan peor, ni tengan menos derechos -en el sentido legal del término, al menos-, ni se les maltrate de ninguna forma, ni tan siquiera trabajan más que las mujeres. En realidad, más bien se ha considerado que es mejor que la economía, la familia, el funcionamiento de la casa, esté en manos de mujeres, y que los hombres se dediquen a las labores más pesadas o físicas, o a algún otro trabajo al que se dediquen básicamente ellos. Realmente, tal como ha dejado escrito más de un viajero occidental o chino, las mujeres trabajan más que ellos, tienen más responsabilidad, y a no pocos hombres se les ve más de medio día jugando a las cartas o durmiendo. Eso sí, cuando una matriarca necesita de algún varón de la familia -o de otra, "prestado" temporalmente para alguna faena especializada o, simplemente, dura-, este acudirá al momento, y le obedecerá en lo que haga falta.


Los miembros adultos de una familia mosuo. En ocasiones, la matriarca puede ser una mujer muy moderna, al igual que la mujer más anciana, por su edad, puede dejar el cargo a una de sus hijas, que se encargará de cuidar de ella mientras viva. Como ex- matriarca, será una especie de consejera y figura de respeto no sólo para su familia, sino para todos los habitantes más jóvenes del pueblo.

Porque así funciona esta sociedad, una región rural, que, como se supone, vive de la agricultura y la ganadería, y en menor medida de la explotación de los bosques cercanos -de ahí, que en cada poblado se vea siempre, al menos, a un guardabosques; quizá los únicos uniformados de la región-. El país mosuo se extiende alrededor de lago Lugu, o como ellos lo llaman, "la Madre Lago", pues religiosamente hablando, los mosuo, como en realidad la mayoría de la población de china, es sincrética, o sea, que mezcla varios cultos, sin renegar de ninguno. Por un lado, son budistas lamaistas, y cuentan con algunos monjes que visitan de vez en cuando los pueblos. Por otro, son animistas, practicando una antigua fe basada en deidades, como no básicamente femeninas, y donde consideran que los mosuo -y muy probablemente, también muchos otros pueblos- descienden de un único humano salvado de un diluvio -tan recurrente, tan común, el tema del diluvio, en cualquier cultura, en cualquier país- por una hija de la Diosa del Cielo. Esta diosa secundaria -por llamarla así- ayudaría a este último humano a superar todo tipo de pruebas, y acabaría éste casándose con una segunda hija de la Diosa suprema. De esa pareja, mitad humana y mitad divina, nacerían, entre otros, los mosuo, que desarrollarían una religión panteísta claramente femenina, donde el mundo está lleno de diosas de las montañas, los ríos y lagos -como la Madre Lago-, o la Diosa Gamu, o de las montañas, y que da nombre a la principal condillera del territorio. ¿Y dónde se encuentra, ese curioso país? Básicamente, en la provincia de Yunnan, aunque llegando en sus límites orientales a la provincia de Sichuan. Yunnan, en su momento, formó un reino independiente, conquistado siglos atrás, y es una región con una enorme diversidad étnica y lingüística. La República Popular China reconoce la existencis de 56 etnias o pueblos, empezando por los han -o sea, los chinos propiamente dichos- y acabando con comunidades muy pequeñas, de unos cientos o decenas de miles de miembros, solamente. Los mosuo no son considerados un pueblo diferenciado, sino parte de uno más numeroso, los naxi. Sin embargo, ellos siempre se han visto -y se siguen viendo- como una comunidad claramente diferenciada, y piensan que, el hecho de que el poder chino no los quiera ver como una pequeña nación diferente, es para fomentar su asimilación. Y ese es uno de los problemas a los que se enfrentan, pero también con el que se encuentra el estado chino: si se fomenta su aislamiento, para que conserven su cultura e identidad, se puede hablar de discriminación; si por el contrario, se intenta que se integren lo máximo posible, es fácil caer en el deseo de asimilación, como, en su caso, que abandonen la familia matriarcal, para casarse de forma fija, con un padre y una madre reconocidos, como hacen los chinos y el resto de pueblos de la República. Realmente, este es un problema -asimilación, integración, aislamiento...- al que se enfrentan, no sólo los pueblos indígenas, sino también los gobiernos y pueblos mayoritarios donde estos existen.

Dos mujeres navegando por el lago Lugu. Una forma como otra cualquiera de poder hablar en privado, que es algo muy importante en la sociedad femenina mosuo: el poder hablar de lo que sea con amigas, que pasan a ser casi como hermanas. Y evidentemente, no necesitan de ningún "caballero" que reme por ellas, pues se las apañan muy bien solas.

Respecto a lo anterior, a la "familia matriarcal", consiste, básicamente, en que la mujer es la dueña y propietaria de la casa y las tierras, y del resto de bienes, y vive allá con sus hijos, habidos con uno o varios hombres, y con los hijos o hijas de las hijas -los nietos-. ¿Y los padres? Los padres, viven con sus madres, y cuando estas fallecen, con sus hermanas. Cuando hay varias hermanas, mucha gente en una casa, una de ellas se va a vivir sola, o con sus hijos, y a veces con un hermano para que le ayude en ciertos trabajos. Pero los padres no conviven con sus hijos, ni con las madres de estos, hacen vida separada, con su propia familia materna. En ocasiones, mucha gente no sabe ni quien es su padre biológico, pues no han podido averiguarlo, pues ni madre ni padre han tenido ni tan siquiera el interés o deseo de que lo sepan. Respecto a las relaciones que cada mujer, considerada adulta por la familia y toda la comunidad a partir de los trece años -la edad de llevar falda-, puede tenerlas con todos los hombres que quiera -en algunos casos, con casi todos los de su edad del pueblo; en otros casos, sin embargo, con apenas uno o dos-. Eso no significa que no pueda tener una relación larga, incluso de por vida, con un hombre, pero es muy raro que acaben viviendo juntos -acaso, si un hombre es muy mayor, o está enfermo, y no tienen quién le cuide, puede acabar en casa de su amante, para ser atendido por toda la familia-, pero aún así, cada uno vive separado: ella, en su propia casa, y él, con su madre o hermana. El gobierno chino, hace ya mucho, intentó acabar con estas costumbres, pero fue en vano. No hacían caso a la autoridad, e incluso más de un funcionario o militar o policía que debía cuidad del cumplimiento de la ley, acababa participando de aquella costumbre, pues las mujeres también pueden, si lo desearan, mantener relaciones sexuales o sentimentales, aunque sean cortas, con extranjeros, o residentes temporales.
Una cosa curiosa. El poder económico y social, como ya se ha dicho, es totalmente femenino. Sin embargo, los líderes políticos de cada pueblo o aldea, elegidos democráticamente por todas las matriarcas -dueñas de casas y tierras, y con sus propias familias dependientes a ellas, y a ellas obedientes también-, son siempre hombres. Según las mosuo, a los hombres se les da bien cierto tipo de trabajos o responsabilidades, y uno sería el de ocupar un cargo político -por lo demás, con un poder limitado-, que incluye, lo mismo hacer el papel de intermediario o de árbitro en disputas -el de juez, o jueces, sería más femenino, excepto en cuestión de crímenes o según tipo de delitos que, evidentemente, pasan a depender de autoridades judiciales superiores-, como el tener que dar la cara, recibir instrucciones pero también hacer saber quejas, ante el poder superior -la provincia, el ejército, incluso representantes del gobierno nacional-. Cuando se insiste en por qué, el hecho de que los hombres tengan este poder político, aunque sea limitado, a lo de "ellos lo hacen mejor", se añade algo tan curioso como: "Al fin y al cabo, tampoco se trata de un trabajo importante. Ellos son capaces de hacer eso".


Una vivienda familiar mosuo. Son casas grandes, normalmente de dos pisos, donde pueden vivir miembros de tres o hasta cuatro generaciones, donde además puede haber animales, almacén, porcho, etc.

Nadie tiene muy claro cuando llegaron a Yunnan los antepasados de los mosuo, o de los naxi. Parece que, en determinado momento, hace quizá unos dos mil años, algunas tribus tibetanas emigraron hacia el sudeste, y no pararon hasta instalarse en una región mucho más llana y cálida, donde, con el paso del tiempo, se mezclaron racialmente con los mongoles de Gengis Khan y sus sucesores, con los chinos han, y con sus vecinos, lo que hizo que su apariencia cambiara algo -la piel más clara, la altura algo mayor que los tibetanos originales, los que todavía viven en el Techo del Mundo-. Aunque no se recuerda que sufrieran persecuciones o exterminios, parece que siempre fueron pocos, y muchos se han ido asimilando. Probablemente, las sociedades matriarcales, que fueron útiles para la supervivencia de una sociedad organizada en tiempos de guerras, matanzas y migraciones, cuando, a falta de hombres que iban a la guerra, las mujeres mantenían relaciones temporales con cualquier trabajador temporal, soldado o monje para que siguiera habiendo descendencia -e integraban a cualquier hombre solo que buscara un lugar donde empezar de nuevo- poco a poco fueron siendo absorbidas, asimiladas, con las migraciones masivas de han -chinos- fomentadas por los emperadores a lo largo de los siglos, hasta quedar reducidas casi a la nada: una comunidad de entre 30.000 y 45.000 personas -incluidos algunos individuos que forman parte del ejército o la administración, estudian en la universidad fuera de su tierra, o comerciantes o trabajadores de ciudades cercanas-, que mantienen voluntaria y obstinadamente sus costumbres, aprovechando el aislamiento geográfico -su tierra está tan mal comunicada, que cuesta mucho llegar allá; y como tampoco hay mucha gente, excepto algunos turistas occidentales, interesados en culturas exóticas y únicas, en acercarse a tan aislada región, todo eso les ayuda a que el mundo, en su conjunto, les deje vivir en paz-, y que, para algunos, son una rareza, pero para otros, un tesoro antropológico a conservar. El problema es que ese tesoro no es un monumento o un bosque, sino un conjunto de gente, y no está claro ni cómo les afectará el futuro, ni tampoco qué futuro -valga la redundancia- quieren para ellos y para sus hijos, excepto, eso lo dejan muy claro a todo visitante, conservar su identidad cueste lo que cueste.

Cuando una mujer siente interés por un hombre, y comprueba que éste es mutuo, se lo puede hacer saber por medio de terceros, o dejando una señal en la ventana de su habitación. Como resulta fácil llegar a ella -las habitaciones están en el piso superior, y tienen su balcón, con su baranda de madera, y escaleras para subir o bajar directamente desde la calle, sin pasar por el piso de abajo-, el amante temporal no tiene más que subir y entrar por la ventana del dormitorio de su pareja de una noche. Y si la cosa funciona, puede haber más noches, incluso durante años. O no.

Respecto a cómo supe de los mosuo, fue gracias al libro "El reino de las mujeres: el último matriarcado", del viajero, periodista y escritor argentino Ricardo Coler. También leí sobre el tema en el blog Enchinadas, del que pongo, para el que le interese, un enlace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario