martes, 17 de junio de 2014

La mujer de negro de las letras francesas: Amélie Nothomb ( I ).

La que es considerada una de las autoras contemporáneas más representativas de la literatura en francés, con una vida de lo más novelesca.


Bien, después de enredarme con entradas de poco texto, he decidido hacer una un poco más larga, aunque eso signifique, por tanto, que tarde más en finalizarla. Al fin y al cabo, una vez que has aprendido a hacerlo, copiar vídeos no es algo que te exija demasiado tiempo, la verdad.
He decidido dedicar este post, para variar, a una escritora actual, contemporánea, y por tanto, todavía viva, y además, bastante joven. Ya estaba empezando a resultarme un poco raro, esta afición un tanto fúnebre y tanatofílica por los ya fallecidos. Se trata de la escritora belga Amélie Nothomb, autora de una obra más que considerable en número de títulos, aún teniendo en cuenta que sus novelas, en general, son poco extensas, de entre 90 y 150 páginas cada una. Pero estaríamos hablando de una veintena, más o menos, además de teatro, relatos, y, por lo que ella misma ha contado en más de una ocasión, una auténtica "obra secreta" que ni ha publicado, ni se sabe bien que hará con ella cuanto tenga cierta edad o, simplemente, ya no esté en este mundo. No se sabe gran cosa de todo ello, excepto, según cuenta, que no es bien distinta a su obra pública y a la venta, pero que, simplemente, por la razón que sea, prefiere, al menos por el momento, ocultarla al público. Bueno, mientras no se le ocurra destruirla cuando se vea sin fuerzas, o le pida a un amigo que la destruya llegado el momento... pero bueno, también hizo lo mismo Kafka, y, por suerte, la persona que debía destruir "El castillo" y "El proceso" pensó, y con razón, que no le hacía ningún favor, ni al fallecido ni a los lectores de todo el mundo, destruyendo aquellas obras. No es que esté comparando a Nothomb con Kafka -en realidad, sobre gustos, colores-, pero creo que se me entiende.

La autora en una de sus poses más famosas, cuando empezaba a ser famosa.


Una vida de novela, que en novelas acabó reflejada.

Creo que, a la hora de relatar, aún sucintamente, la vida de Amélie -la llamaré así, al menos en ocasiones, aunque parezca, erróneamente, que me estoy refiriendo a la protagonista de la película del mismo nombre-, resulta difícil no hacer referencia directa a algunas de sus novelas, que son claramente autobiográficas. En realidad, en ocasiones lo son tanto, que es ella misma, con su nombre  apellidos, su familia y sus experiencias, la protagonista principal. Resulta, por tanto, difícil el hacer un listado cronológico de sus obras, pues tendría que saltar en el tiempo para hablar de la mayoría de ellas -autobiográficas, o no, aunque algunas la tengan también como protagonista secundario, y no por casualidad, ni de forma en absoluto arbitraria-. Así que dejémonos ya de explicaciones, y empecemos por el principio. 
Amélie es belga, y además una belga particular, poco común, porque cuando se le pregunta por su identidad, su nacionalidad, dice eso mismo: "soy belga". Lo que, al contrario de lo que podría pensarse, es algo bastante raro, pues un belga te dirá casi siempre: "soy valón", o "francófono"; "soy flamenco", o "soy de Bruselas", sea lo que sea, lo que eso pueda significar. Pero belga, así, a secas y con toda seguridad, pues como que no. Algún día quizá hable algo más de los belgas; por ahora, sólo decir que es un país donde casi nadie parece estar de acuerdo con compartir estado con el otro pueblo con el que se coexiste -de espaldas al vecino, pero eso sí, muy cortes y civilizadamente-, pero nadie se atreve a decir "hasta aquí hemos llegado", y cada uno se busca la vida por su cuenta. Otra cosa que la hace especial: Amélie no no nació en esa Bélgica que reclama y hace suya, sino que vino al mundo en Japón. Si el país europeo ya tiene cosas que lo hacen especial, Japón es el ejemplo no sólo de "nación archipiélago", sino también de "civilización isla", fascinante, único, pero también desconcertante, a veces de forma fascinante y en otras, simplemente desquiciante. 
Amélie era hija de una familia poco común, pues era mezcla de flamencos y valones, algo realmente raro, aunque la lengua y la cultura francesa eran las propias de todos sus miembros -en mayor o menor medida, al menos-. Su padre, de una familia acomodada y culta, y con algún ultraderechista simpatizante de los nazis durante la guerra mundial entre ellos, optó por la carrera diplomática, y siendo todavía joven y con dos hijos, fue enviado junto a su familia a ejercer de cónsul en Osaka, aunque sería en Kobe, donde nacería su hija pequeña, que vivió casi como una "japonesa de raza blanca" -dentro de lo que la cerrada sociedad nipona permite a un extranjero el integrarse, por mucho que éste lo desee; y en Japón, el término extranjero incluye a los hijos y nietos de inmigrantes nacidos en su suelo. El libro que habla de su nacimiento -que más bien parece la decisión de un espíritu con personalidad propia de instalarse en la Tierra, eligiendo, incluso, en qué momento y familia habría de nacer-, en "Metafísica de los tubos" (2000), donde cuenta sus primeros años, su odio a las carpas, esos feos peces tan queridos por los japoneses, protagonistas de no pocas de sus fiestas y relatos populares, sus relaciones con sus hermanos -el cierto desapego con su hermano, y el amor incondicional por su hermana-, sus días en la guardería, el deseo de su padre de integrarse más en la sociedad nipona aprendiendo canto para participar en el teatro no -un tipo de teatro que puede resultar un tanto difícil de seguir a un occidental cuando lo llevan a cabo, correctamente, japoneses; pero si se trata de otro occidental que, por mucho que lo intente, es un completo desastre... ya es de imaginar lo que pasa-. El fin de la novela nos da a entender que tiene continuación. En realidad, "Metafísica..." es posterior a otras historias autobiográficas. Es como si Nothomb nos fuera contando su vida de forma desordenada, pero comprensible, para, así, ir completando el puzzle de su existencia, que acaba absorbiendo de forma que también parece algo nuestro.

Una vista general de la ciudad de Kobe, donde nació Amélie, si bien su padre ejercía de cónsul en Osaka.

Aquí, un par de consideraciones. En primer lugar, como ya se ha dicho, sus obras son normalmente cortas, muy cortas. No hablo de sus cuentos -que por fuerza, tienen escasa extensión-, o de sus novelas cortas propiamente dichas, sino de la base de sus obras. Yo las he leído, normalmente, en dos o tres días -si el trabajo, estudios o lo que sea lo permiten, evidentemente-. Y si se trata de alguna obra más corta todavía, como "Cosmética del enemigo", que es de unas 80, la puedes leer de una sola vez, de una sentada, una tarde o una noche que no sepas que hacer. En el caso de la noche, eso sí, mejor no empezar demasiado tarde, porque una cosa es cierta, si la obra de Nothomb no te entra a la primera, ni insistiendo una segunda vez, difícilmente querrás entrar en su mundo, y pasarás de ella. Pero como te conquiste, se vuelve, como es mi caso, extremadamente adictiva. Cuando empiezas una de sus novelas, no paras hasta comértela, literalmente, sin importar a qué hora la acabes. La otra: los títulos. A veces, un título dice mucho de la obra a la que da nombre. Aquí, lo que indica es que la autora no es una persona ni vulgar, ni común. Resultan un tanto extraños, pero casi siempre redondos -y lo mismo cabe decir de alguna traducción, como la de "Ordeno y mando", que sería, en el original, algo así como "El cómo se hizo el príncipe, o cómo llegó a serlo": "Le fait du prince"-. Tal vez no los entendamos al empezar a leer, pero casi siempre les encontraremos un sentido cuando hayamos acabado.
Bien, volvamos a la historia principal, libres ya de digresiones. La familia Nothomb abandona Japón, y marcha a China, donde los nuevos aires pro-capitalistas -eso sí, capitalismo de partido único- todavía estaban por llegar. Allá, con seis o siete años, irá al colegio, con los hijos de otros embajadores o diplomáticos varios, y donde estallará una especie de "guerra fría en caliente infantil", donde los niños con padres originarios del bloque soviético, y comunista en general, se verán enfrentados -en el sentido de hacerse la puñeta, todo muy infantil, pero también con bastante mala leche- a los occidentales, intentando convencer a latinoamericanos y africanos para que se unan a uno u otro bando -en resumidas cuentas, una copia en miniatura de la política mundial adulta-. Pero Amélie estará más atenta a una distante y un tanto despreciativa, pero bellísima compañera suya, mientras disfruta del chocolate, de su hermana, y observa, un tanto confusa, los problemas de comunicación de sus padres con las autoridades y funcionarios chinos. Falta de comunicación que se debe mucho más a la política, que a razones puramente culturales. Esta etapa de su vida se vería reflejada en "El sabotaje amoroso" (1993), la segunda de sus obras, y que resulta un tanto difícil de comprender si se lee antes que la otra obra ya nombrada. 
Más tarde, visitarían otros países asiáticos, como Bangla-desh -donde la miseria y el hambre que sufría gran parte de la población hizo, extrañamente, que ambas hermanas se acercaran peligrosamente a la anorexia,aunque no supiera en qué consistía, realmente, dicha enfermedad-, y a la todavía más siniestra, por su gobierno -que no por su gente, ni su fascinante cultura- Birmania -actualmente, Myanmar, y donde la tiranía militar-budista parece, por fin, que está permitiendo una apertura democrática de verdad-. Finalmente, llegarían a Estados Unidos, donde los hijos Nothomb ya son adolescentes -o casi-, y donde Amélie acaba teniendo problemas tanto alimenticios, como con el alcohol, llegando al borde de una autodestrucción que parecía ver más con un bello final -que no tenía por qué llegar- que con el peligro que representaba su nueva vida. Allá, también, empezaría a leer todo tipo de libros, a conocer la música culta y el teatro. Todavía no había pensado en ser escritora, pero el gusanillo, el vicio no sólo de leer, sino también de escribir, de desear ser leída -aunque fuera por su hermana o alguna otra persona especial-, muy probablemente, empezó allá. De ahí saldrá el material de "Biografía del hambre" (2004), considerada una de sus obras más flojas, pero donde la autora se atreve a conversar, literalmente, con el lector, a principio del texto, para ir contándole poco a poco cosas de su vida: su hambre de cultura, de comer si parar -bulimia- después, precisamente, del hambre que se autoinfligió ella misma poco antes.
Finalmente, una Amelíe adolescente llegó a Bélgica, el país de su familia. Y allá, aún conociendo perfectamente la lengua francesa -que es la que siempre oyó en casa- tuvo problemas de integración en el instituto -los liceos del mundo francófono-, pues Bruselas le pareció una ciudad, hasta cierto punto, aburrida y llena de burócratas y funcionarios -esto es cierto, pues no sólo es la capital del país, sino también de la Unión Europea, y cuartel general de la OTAN-, y la Universidad Libre de Bruselas era un lugar donde la mayoría de estudiantes y profesores eran de idean liberales y progresistas, por no decir revolucionarias, y bastante politizados, y una joven miembro de una familia de origen alto-burgués, católica y conservadora, y que no parecía saber -ni le interesaba- qué es lo que pasaba en Bélgica y Europa no fue, lo que se dice, muy bien recibida. Al menos, al principio. De estos problemas de integración, y, probablemente, de alguna amistad femenina que resultó mucho menos fascinante y generosa de lo que podría pensarse -por no decir algo peor. La traición, o la suposición de que ésta ha existido, duele más cuando proviene de alguien que representa la única persona en la que creías que podías confiar sin reservas- hizo que pasara malos momentos que acabaron más o menos reflejados en una novela que, sin ser realmente autobiográfica, pues la protagonista no es ella, y su familia es bien distinta a la de Nothomb, sí que parece tener muchos puntos en común con su realidad: "Antichrista" (2003; una época bastante posterior a sus años de instituto, por lo que se supone que tardó en decidir ponerla por escrito), donde el nombre es un juego de palabras con el de la amiga de la protagonista, que se llama Christa -se supone que proviene de Cristina, pero no sabría decir-.
Acabada la carrera de filología románica, y sintiéndose extranjera en su propio país, y conociendo como conocía el japonés -hablado y escrito, que ya era decir- decide, por tanto, marchar a Tokio a trabajar, pues en el fondo, ella se sentía antes que nada japonesa, y ya no tenía su otra patria, la infancia, para refugiarse. Era hora, pues, ya adulta, con algo de dinero, estudios acabados y voluntad de buscar su destino lejos de aquella Bélgica que no acababa de sentir como suya, de cambiar de aires y marchar al País del Sol Naciente.

Japón, los japoneses, las japonesas, y "la nipona blanca". "No insistas, eres una gaijin, querida".

En Japón, gaijin significa, literalmente, "persona de fuera", mientras que extranjero, en el sentido de "nacido o llegado de otro país, de fuera del país", se llamaría gaikokujin. Realmente, no importa qué palabra se use. El hecho es que un japonés, por educación, ni te exigirá que te asimiles a tu cultura -"no intentes ser japonés si no has nacido japonés, sólo intenta integrarte y no fastidiar", en resumidas cuentas-, ni tampoco te verá, nunca -excepto excepciones, porque es ridículo pensar que en un país todo el mundo es igual- como un compatriota de adopción. Siempre serás extranjero, un extraño, aún habiendo nacido en el país. Es el caso de casi toda la población coreana, que es japonesa de nacimiento, y en la mayoría de los casos, también lo son -o lo fueron- sus padres y abuelos. Pero no tienen la sangre nipona, no están unidos a la tierra ancestral donde nació la nación, la cultura japonesa, así que, sin esa "unión telúrica", eres hasta cierto punto un extraño, sin los mismos derechos que un autóctono, y santas pascuas. ¿Cuándo se te tratará especialmente bien, o con cierto "cuidado", por ser un gaijin, cuando puedes resultar molesto, o hasta un poco ofensivo? ¿Qué se supone que debes hacer, o no hacer, para integrarte lo máximo posible, para que te vean, hasta cierto punto, como "uno de los suyos? Eso, tal vez, ni los mismos japoneses lo sabrían expresar con exactitud. Nuestra Amélie hablaba el japonés como pocos occidentales sin sangre japonesa, amaba aquella cultura, que consideraba más suya que la abúlica y dividida Bélgica -¡qué pesadez de peleas entre flamencos y valones, si, en el fondo, unos y otros son europeos del norte, si parecen, prácticamente, la misma gente!-. Así pues, resultaba lógico que pudiera integrarse entre "su gente", la del país donde nació y pasó sus mejores años. Pero no todo es tan fácil. Y enseguida se daría cuenta de ello.

La autora frente al espejo, el reflejo de unas memorias donde probablemente, ni ella misma es capaz de distinguir realidad o fantasía. O qué se podría entender por una cosa u otra.

Acabados sus estudios, marcha a Japón para trabajar en una gran compañía con central en Tokio, donde, parece, querían a alguna occidental para conocer la forma de trabajar de los europeos. Pero, a pesar de sus conocimientos de japonés, y de considerarse -o más bien, quererse considerar- como una más, lo que parecía el trabajo de su vida acabó en un estruendoso trabajo, donde era considerada no sólo una extraña, sino también un "ente desastibilizador", y en donde, de semana en semana, iba bajando puestos en la escala laboral hasta -según ella, pues al fin y al cabo, es Amélie quien cuenta la historia, aunque ella insista en que no es una novela completamente autobiográfica; eso sí, el personaje principal hasta tiene su propio nombre y nacionalidad, y su vida es muy parecida a la de la autora- acabar fregando suelos. No cuento más, porque, creo, es una de sus obras más redondas -aunque a veces, la inoperancia nipona parezca exagerada; ¿en serio esta gente, que tan mal trabaja, ha acabado haciendo de su país la, hasta hace bien poco, segunda economía mundial? Pues menos mal que no hacen bien las cosas, porque entonces, fijo que habrían acabado gobernando el mundo-, y no es cuestión de destripar demasiado la historia. Entre tanto malentendido cultural, ni tan siquiera el conocer a una compañera aparentemente ideal -bella, elegante, distante, pero también, como verá, fría, brutal y ajena a su comprensión, como si la misma diosa Amaterasu se tratara, llegada a la Tierra, vestida con traje de falda y chaqueta y unos buenos tacones, para hacer saber a la insolente "ojos redondos" que con los hijos de Nihon (日本; así, en kanji, que se recuerde bien) no se juega.

La bella pero fría y distante compañera de Amélie, la "diosa de mármol blanco", que tantos malos momentos, y tantas fantasías le produce a la protagonista.

De toda esta historia, nacería "Estupor y temblores" (1999), considerada en ocasiones, equivocadamente, como su primera obra, aunque ya llevaba siete años publicando. Esta novelita trajo cola, y aún recuerdo, leyendo hace muchos años el diario "El país", cómo se prohibió su publicación en Japón, e incluso en los periódicos de ambos países hubo cierta tensión por las "mentiras" -lo pongo entre comillas, porque imagino que algo de fantasía o exageración habría, pero tampoco tanto; realmente, nadie puede estar seguro, excepto la misma autora- de aquella joven francesa -¿belga?; ¿qué es eso de "una belga"? ¿No os gusta decir a los franceses que quién escribe en vuestra lengua es como si fuera francés? ¿No sois vosotros quienes publicáis sus historias? Pues ahora a tragar, listillos-, que no es que sufriera el racismo oriental, es que, simplemente, era una inútil trabajando. En 2003, Alain Corneau dirigió una película inspirada, bastante fielmente, en la novela, con Sylvie Testud como protagonista, y que, imagino, tampoco se estrenaría en Japón, aunque la cosa ya estuviera bastante olvidada -aunque, curiosamente, al menos en una pequeña parte, también era una producción japonesa-.

Una imagen de la versión cinematográfica de "Estupor y temblores", donde la protagonista, alter ego de Nothomb, acaba de mujer de la limpieza, en el pulcro y ordenado Imperio del Sol Naciente -aunque, todo hay que decirlo, fuera de las grandes empresas y las zonas turísticas, en Japón también se pueden encontrar lavabos públicos de los que echan para atrás-.

De aquella misma época vienen otros recuerdos más agradables. Amélie tuvo una relación con un chico. Para ser más exacto, con un chico japonés. Y toda la amargura del trabajo, aquí se vuelven días felices. Al menos, cuando no estaba dentro de la oficina. Todo parecía ir bien, porque Rinri, el nombre del muchacho, que hablaba francés y tenía cierto interés por la cultura occidental -evidentemente, si estaba dispuesto a tener novia extranjera, no podía ser muy xenófobo-, acabó mal, aunque, en este caso, debido a la parte femenina. Quizá Amélie siempre se consideró japonesa hasta que, finalmente, se instaló como adulta en aquel país, y después de su fracaso laboral, decidió salir por patas, y dejar al pobre chaval plantado como un cerezo en flor. En resumidas cuentas, la autora reconoce un miedo al compromiso, y a cambiar su vida. Tal vez su abandono de la empresa japonesa la marcara pero, al fin y al cabo, ¿qué culpa podía tener su novio? De ahí saldrá otra de sus obras autobiográficas, la penúltima de ellas: "Ni de Eva ni de Adán" (2007), aunque no tengo demasiado claro, después de haberla leído, a qué viene el título. ¿Ninguno de los dos miembros de la pareja, en realidad, es culpable de que no funcione lo que, simplemente, no puede funcionar? Quizá, pero leyendo el libro, no se nota que la autora estuviera pasando, precisamente, un mal momento de su vida con Rinri.

Amélie en una de sus sesiones de fotos. Casi todas las portadas de sus libros la tienen a ella de protagonista absoluta -o única-, a saber por qué razones -porque las habrá, sin duda-. EN Francia o Bélgica, es habitual que la gente de la cultura cultive una determinada imagen -y más, un escritor, que no es, ni de lejos, tan conocido por su aspecto como un actor o actriz, o una modelo-,  como los programas o las revistas que tratan total o parcialmente de la cultura y el arte son habituales, también lo son las sesiones de fotos de los protagonistas de éstos.

Al final de la obra la escritora explica que, en una gira para presentar uno de sus libros -no recuerdo cual- vuelve a ver a su antiguo novio, y que éste -pobre tonto, buena persona que es él- no le guarda rencor. Se cuentan su vida y esas cosas, pero por segunda vez, Amélie no es capaz de explicar de una forma clara el por qué un día cogió el avión y se marchó a Europa -a Bruselas, donde vive, o a París, donde tiene despacho y editorial, no sé-, y olvidándose de todo.
Por último, en esta lista de relatos más o menos autobiográficos, comentar el último de ellos, todavía no traducido al español -que yo sepa, la obra más reciente en castellano, al menos en España, es "Barbazul", aunque eso vendrá en otro post-.  Se trata de "La nostalgia feliz" (2013) -así, imagino, es como se llamará una vez que se traduzca-, que sería, más o menos, como se interpretaría la palabra japonesa natsukashi -no sé si, realmente, se transcribe así. La vi escrita de otra forma, pero las sílabas no me cuadraban con los sonidos de la lengua japonesa, que más o menos conozco, cuando la estudiaba en momentos tontos, pero muy agradables, eso sí-. En la que, más que contar una historia en sí misma, la autora habla de un viaje a Japón donde se encuentra con Nishio-san, la mujer que cuidó de ella cuando era niña, y con Rinsi, su antiguo novio. Aprovecha, además, por viajar por Tokio y el resto del país, reconociendo que, ahora sí, se considera allá una extranjera, una extraña en una sociedad que, en su infancia y juventud, pensó que era suya, por encima de Occidente. Hablará de lo ya contado en "Ni de Eva ni de Adán", pero desde cierta lejanía, visitará Fukushima y el área devastada por el tsunami, etc. El libro, quizá el más íntimo de la autora, tiene relación directa -más bien, uno y otro son complementarios- con un reportaje que la TF1 -la televisión pública francesa- le hace a la autora mientras realiza el viaje a partir del cual se hará el relato -no es una novela propiamente dicha-, aunque, por lo visto, los periodistas no tuvieron el detalle ni de dejarle hacer con cierta libertad, ni de intervenir en el guión de éste, lo cual demostró que, aparte de periodistas, como no pocos franceses de ciudad y carrera, debían ir un poco de intelectuales que sabían de la obra y el carácter de la escritora más que ella misma. De todas formas, por lo que he leído en algún blog, como "el-buscalibros.com", no es demasiado difícil de encontrar -en francés, no doblado, y creo que tampoco con subtítulos-, así que, quién sepa francés, puede animarse a buscarlo.

Una imagen reciente, en la presentación de "La nostalgia feliz", su -por ahora- último libro.

Y aquí un enlace con una entrevista sobre su novela "Ni de Eva ni de Adán", en el programa literario de la2 de TVE, hace ya unos años.

Así pues, para el que quiera leer la serie de libros más o menos autobiográficos, el orden sería este:

Metafísica de los tubos - El sabotaje amoroso - Biografía del hambre - Estupor y temblores - Ni de Eva ni de Adán. Y como complementarios: Antichrista (basada más o menos libremente en su etapa de estudiante de instituto) - La nostalgia feliz (descripción de un viaje de re-descubrimiento de su antigua patria).


En la próxima entrada dedicada a ella, sobre su retorno a Bélgica, y el resto de su obra.

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