miércoles, 4 de febrero de 2015

Mucho más que la empresaria más importante de Afganistán: Roya Mahboob.

En el que muy probablemente sea el país más machista del mundo -aparte del Califato del EI-, Mahboob es una luz en medio de la oscura noche del islamismo y la guerra crónica.


Hace ya tiempo -más o menos un mes- leí en un semanario -el del Diari de Tarragona, creo recordar, el periódico más vendido de mi provincia- un artículo sobre una joven, de apenas 27 años -unos cuantos menos que yo, desde luego- que había fundado, en 2010 -con apenas 23 años-, una empresa informática, o más bien, que utiliza la tecnología para realizar distintos encargos. 
Citadel es la empresa que fundó, y donde ha decidido contratar mayoritariamente -siempre que se pueda, realmente- a mujeres; dieciocho de un total de veinticinco empleados -hasta la fecha-. No se trata de ninguna política sexista. Todo lo contrario. En el que probablemente sea el país más machista del mundo -como ya se ha dicho más arriba, dejando aparte ese agujero negro de la humanidad que es el Califato fundado por el Estado Islámico y no reconocido, que se sepa, por gobierno alguno en el mundo-, donde la vida de una mujer, incluso en familias de nivel de vida relativamente alto, y supuestamente más abiertas de mente que la mayoría, vale menos que la de cualquier animal de granja. Donde nacer siendo de sexo femenino es considerado una desgracia para la familia -incluidas las otras mujeres que la forman-, pero que es todavía más, si cabe, un infierno para esa niña a medida que vaya creciendo y haciéndose adulta, y más todavía, si tiene interés y deseos de ser algo más que propiedad del padre hasta que pasa a ser, también propiedad, del marido, además de esclava de la religión y la tradición -masculina, claro está-. En realidad, lo de "adulta" es una forma de hablar, pues Afganistán es una sociedad donde, en general, a las mujeres nunca se les considera como personas adultas. Siempre serán menores de edad, tanto mental como social o políticamente hablando. Nunca se les tendrá en cuenta; menos, incluso, que a un niño varón. Porque éste, por lo menos, si no muere antes de alguna enfermedad, o por la violencia endémica que sufre el país desde la invasión soviética, al menos llegará algún día a adulto. Una mujer, sin embargo, sólo por su sexo, no lo será jamás, así que, según los "señores de la casa y de la patria", no vale la pena ni permitirle trabajar, ni formarse, ni opinar, porque es tiempo perdido. Algo poco menos que ridículo.
Mahboob es natural de Herat, una ciudad de noroeste de Afganistán, poblada mayoritariamente por tayikos, aunque existan comunidades de todos los pueblos que forman este desgarrado país -hazaras, pasthunes, uzbekos...-, donde hablan un sub-dialecto del dari -que aunque aquí se le considera lengua propia y una de las oficiales de Afganistán, no deja de ser un dialecto oriental, un tanto arcaizante y elegante del farsi o persa, la lengua mayoritaria de Irán-, y, supuestamente, existe una sociedad algo más abierta de mente que en el resto de la nación. Lo que tampoco es mucho decir, ciertamente. A pesar de ello, no fue en Herat, sino en Irán, donde ésta creció y estudió, pues fue allá donde huyó su familia -a pesar de ser sunnitas, y no chiitas, como la mayoría de los iraníes, así como su gobierno-. Como el dari, su lengua, resultó ser tan parecida al farsi, pudo estudiar informática, y formarse como nunca habría podido hacer en Afganistán, en aquel momento, en gran parte sometido a la tiranía de los talibanes, de los que su familia -culta y moderna, dentro de lo que cabe, y con cierto nivel de vida-huyó en cuanto pudo. Tras la caída de dicho régimen, y tras la pseudo-democracia que trajo la invasión-liberación norteamericana -la verdad es que resulta un tanto difícil donde acaba el primero y empieza el segundo de dichos hechos históricos y político-militares-, los Mahboob decidieron retornar. Irán,a pesar de ser una teocracia autoritaria, machista, intolerante y corrupta, no dejaba de ser -y lo es todavía- un país mucho más avanzado y moderno que su vecino oriental, y su sociedad, principalmente la urbana y la población más joven y abierta al mundo, son más tolerantes de lo que se podría pensar en Occidente. Pero como popularmente se dice, la tierra tierra tira, y Roya decidió poner en práctica un proyecto aparentemente inverosímil: fundar su propia empresa. Más aún, que dicha empresa, con base en Herat, se basara en las nuevas tecnologías -desarrollaría software para otras empresas, públicas y privadas, administraciones, e incluso para la misma OTAN-, y que, mientras fuera posible, contrataría mujeres. No siempre podría hacerlo, claro está, pues al ser el nivel cultural de la población femenina tan bajo -sobretodo, entre las menores de cincuenta años, las que sólo han visto guerras, señores tribales, fanatismo y violencia de todo tipo, en medio de una destrucción y miseria inimaginables-, que, antes de contratarlas, habría primero que formarlas.
Y esa es otra de sus aportaciones a su machacado país. Siete de sus empleados son hombres, en general jóvenes y, sobretodo, formados, que tendrían la posibilidad de poner en práctica todo lo que saben sin necesidad de emigrar al extranjero. Las otras dieciocho son mujeres, varias de las cuales trabajan desde su propia casa. La empresa, Afghan Citadel Software Co., o más bien su propietaria y máxima ejecutiva, con la ayuda de su familia, forman a  mujeres -y no sólo posibles futuras empleadas- en once laboratorios informáticos -más bien serían una especie de academias- tanto en Herat como en la capital nacional, Kabul, aumentando el número de sus alumnas de año en año. Otra iniciativa, aparte de dichas academias de informática, es una fundación que da acceso a internet a cerca de 160.000 estudiantes en todo el país, en cuarenta clases habilitadas para ello. Pues algo que en otros países parece tan normal, tan común, como es poder tener acceso a la red -si no en la propia casa, por falta de recursos económicos o de otro tipo, sí, al menos, en universidades, en wifi en locales que lo ofrezcan, bibliotecas públicas-, en Afganistán es algo que puede resultar extremadamente difícil de encontrar. Gracias a esas clases, las mujeres jóvenes no tienen que depender de los cyber-cafés, escasos, caros, y donde cada dueño tiene derecho a decidir si se permite o no la entrada de mujeres y donde, en general, aunque éstos puedan ser tolerantes -el negocio es el negocio- pueden estar mal vistas -o peor- por parte de la clientela masculina.

One of the school's computer classroom in Afghanistan
Una de las clases donde las estudiantes de institutos o universidad aprender a navegar por internet, y a sacar el máximo partido a la red. Cuando se tienen pocas posibilidades de navegar por ella, es vital poder conseguir el máximo con lo mínimo.

Como es de imaginar, todo ello se ha tenido que hacer enfrentándose con la falta de complicidad, la antipatía, la suspicacia o, directamente, la completa hostilidad de una parte importante de la sociedad. Los padres piensan que sus hijas, más que trabajar, buscan novio en facebook o páginas parecidas; los maridos, que no tiene sentido, ni es decente ni conveniente, que sus mujeres trabajen fuera de casa, y menos todavía, en una rama laboral como la informática, que ven con desconfianza y, en muchos casos, no comprenden en absoluto; los líderes políticos, religiosos y tribales, porque tienen unas ideas tan arcaicas y machistas, como grande es su deseo de que el pueblo ni aprenda ni progrese, y las mujeres, menos que nadie. Pero el hecho de que tantas mujeres tengan la posibilidad de abrir una ventana a un mundo que, para ellas, más bien era otro mundo, un planeta distinto -pues así de distante resultaba- puede ser, de hecho es, un arma de enorme poder para facilitar su progreso y libertad. Algo que, en una tierra llena de liberticidas, no podía pasar inadvertido. Roya y su familia han recibido infinidad de críticas, e incluso amenazas de muerte, y la policía, la justicia o no pocos políticos -supuestos representantes del pueblo- no le hacen ni caso, cuando no se ríen en su cara, pues están del lado, como era de esperar, de los fanáticos.
En 2013, la revista Time la consideró una de las personas más influyentes del mundo. Quizá pueda parecer algo exagerado, pero en su país, su influencia y la de su empresa sí que pueden ser de una importancia capital. Los talibanes, a corto plazo, podrán hacerse con una parte importante del país una vez que se marchen la casi totalidad de las tropas aliadas -realmente, ya son dueños de varias provincias, o, al menos, impiden que nadie pueda moverse por ellas en paz-, pero ciertas cosas, a pesar de la guerra y las persecuciones, no pueden erradicarse. Una nueva generación femenina podrá, en el interior de Afganistán o en el exilio, en las catacumbas o en aisladas regiones no sometidas por los bárbaros, seguir luchando y desarrollando el germen de lo que será una sociedad nueva. Las cosas, en Oriente -no sólo en el Extremo Oriente, sino también en el Asia Central y el Indostán- van a un paso más lento, a distinta velocidad que en Occidente -aunque el crecimiento de algunas economías, como la china, hacen pensar lo contrario-, y quizá ciertas cosas sólo las lleguen a ver los que ahora son niños o muy jóvenes, pero las verán. Y cuando vuelvan la vista atrás, y se den cuenta de cómo ha cambiado todo, no dejarán de asombrarse, y de querer más, pues la sociedad del progreso ya no podrá parar.

Una foto -no muy abundantes, por cierto- de Roya Mahboob, probablemente posterior a su visita a Estados Unidos. En San Francisco dio una masterclass y aceptó hablar con el público invitado.

Cuando leí el artículo sobre Roya Mahboob y su empresa, no pude evitar recordar las dos primeras entradas de este blog, tras el prólogo que servía de simple introducción, donde traduje como pude el relato "El sueño de Sultana", que su autora escribió, más que como un cuento de proto-ciencia-ficción, como una fábula social y feminista, en una tierra asiática y mayoritariamente musulmana -la Bengala británica; actualmente, el Bangla-desh independiente, y el estado indio de Bengala Occidental-. Es evidente que una sociedad como la que describe, tal como la imaginó, no es posible, pero, en un futuro lejano, o no tanto desde un punto histórico -dentro de la historia de la humanidad, cincuenta, ochenta o cien años no es demasiado tiempo-, tal vez veamos cosas que ni imaginábamos, en lugares insospechados.
Y si no, al tiempo. Y un ejemplo, en estos tiempos convulsos que vivimos, lo podemos ver en el Kurdistán sirio -Rojava- y en parte del iraquí, donde las nuevas amazonas del YPJ, y sus compañeros del YPG, entre otros, lograron expulsar a los nuevos nazis, los bárbaros del Estado Islámico, de la ciudad de Kobane, batalla de cuatro meses donde el papel de las mujeres, como parte del pueblo en armas contra la barbarie, ha sido fundamental, tanto por su peso entre la tropa -la mitad o más de ella- como por sus jefes militares -al menos uno de ellos era una mujer, Meryem Kobani, aunque poco se sabe de la dirección de dichos grupos armados, ni tan siquiera el rostro de alguno de ellos/as-.
Aunque eso, ya es otra historia.

Y para quién quiera leer algo más, aquí un enlace en inglés, donde se le hace una entrevista.

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