miércoles, 18 de febrero de 2015

Raimon Loewy, el gran diseñador que dio forma  a los años 50.

Después de la gran Revolución Industrial y tecnológica norteamericana, faltaba algo más: diseñar sus productos de la forma más atractiva posible.


Probablemente, es la primera vez, que me tomo en serio hablar de un tema como el diseño, que nunca me ha interesado con gran fuerza, ni he sido -ni soy-  no ya un experto -que sería ridículo ni tan siquiera insinuarlo-, sino ni tan siquiera un entendido. Sin embargo, hará unos meses -como siempre, retraso, eterno retraso- vi que se recordaba, por el veinticinco aniversario de su muerte, al diseñador norteamericano de origen francés -en realidad, fue en Francia, donde nació- Raymond Loewy -más o menos se pronunciaría "Louee", aunque mi francés ha ido, con el paso de los años, de mal en peor-.
Nacido en 1893, fue uno de los diseñadores industriales más importantes y reconocidos de su época, y sus ideas, sus creaciones, han llegado, bien en el recuerdo de la generación que las vivió como novedades, bien en las posteriores -cada vez más, evidentemente, por razones simplemente temporales: los que en los 50 eran adultos, aún siendo jóvenes, se van muriendo poco a poco-, debido, más que otra cosa, por el cine, la televisión, la literatura y el cómic, el "regreso" de estilos de otra época -revival, lo llaman-, o, simplemente, por el interés de los más jóvenes por unas ideas de diseño que en absoluto han pasado de moda, y porque los 50, se diga lo que se diga, no parece que se hayan acabado de ir nunca. Es una época que, a medida que se vuelve más y más lejana en el tiempo, para no pocos jóvenes -y no tan jóvenes- se vuelve más fascinante. Tal vez, como he comentado en otras entradas, en su caso de pintura, no deja de ser otra "edad de oro", que, si bien en parte fue real, no deja de ser, sesenta años después, un recuerdo colectivo de algo que la mayoría no vivimos, y que no fue tan brillante y estiloso como pensamos. Y más, si nos alejamos de Estados Unidos y los países occidentales más adelantados en aquella época.

La portada que Time le dedicó en 1949, rodeado de sus creaciones.


La llegada a América, y su relación con el ferrocarril.

Aunque su obra habla por él, tampoco estaría de más conocer un poco al hombre. Loewy nació en París, en 1893, de padre judío -periodista- y madre católica -él también lo era, pues la condición de judío, a no ser que en edad adulta se decida convertirse, se hereda por parte de madre-. Desde muy joven se interesó por el diseño, y en 1908 ganó el premio Bennett Gordon por el diseño de un avión, el Ayrel, que tendría gran éxito de ventas.
Más adelante, serviría en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial, donde llegó a capitán, fue herido en combate, y condecorado por ello.
En cuanto pudo, sin embargo, marchó a Estados Unidos, huyendo de una Europa destruida, en busca de un futuro mejor en una nación nueva, expansiva, donde todo parecía posible. Vivió en Nueva York, donde llegó con apenas cuarenta dólares, y tras un tiempo de trabajo oscuro y deprimente, donde con toda seguridad se debió preguntar si fue buena idea cruzar el Atlántico, empezó a trabajar como diseñador de escaparates (Macy, Wanamaker, Saks), e ilustrador de moda para Vogue y Harpers Bazaar.  Siguió su trabajo diseñando casi cualquier cosa: una multicopista, el frigorífico Coldspot (Sears Roebuck), que le permitió hacerse un nombre en el diseño industrial y abrir oficina en Londres en la década de los 30, etc.

 
La nueva versión del paquete de tabaco Lucky-Strike. Anteriormente, era verde, y con el símbolo de la marca sólo en el anverso.

Sin embargo, habría una rama de la industria que le permitiría tanto ganar dinero y fama, como desarrollar todas sus ideas de diseño en una temática que le interesaba desde muy joven: los medios de transporte colectivos. Y para ser más exactos, el ferrocarril. En 1937, empezó a trabajar para la Pennsylvania Railroad (PRR), para la que realizó trabajos imaginando nuevas locomotoras y vagones, más estilizados y aerodinámicos, de un aspecto que, para aquella época, eran casi de película de ciencia-ficción. En resumidas cuentas, que no sólo la gente confiara en la tecnología y en la seguridad que prometía la empresa, sino que, simplemente, deseara ir en aquellos trenes por el placer, y no sólo la necesidad o conveniencia, de ir en ellos de un sitio a otro. El viajar por el placer de viajar dejaría de ser sólo cosa de ricos, o de gente con un nivel económico cuanto menos alto, que eran los que realizaban cruceros, o viajaban en avión, pues la clase media, ahora sí, podría viajar en trenes que eran bastante más que las locomotoras con incómodos vagones -al menos, para los viajeros de hoy en día- a los que estaba acostumbrada. Su joya sería la locomotora K4s Pacific, que encabezaría el tren expreso -también diseñado por él, en 1938- Broadway Limited. Otras locomotoras, estilizadas y experimentales, serían la S1, y la clase T1. También rediseñaría, para la PRR, la locomotora diésel eléctrica Baldwin, con una forma conocida como nariz de tiburón.

La S1, una de las futuristas locomotoras diseñadas para la Pennsylvania Railroad.

También diseñaría para la PRR vagones, estaciones, material impreso, y rediseñaría otras máquinas, recomendando soldaduras y pulidos, en lugar de remaches, y pintarlas a rayas, para resaltar sus formas, más suaves y redondeadas, y dejando olvidado el aspecto de caja cuadrada de trenes anteriores. Su estudio fue tan grande, que llegó a tener a 143 diseñadores, arquitectos y dibujantes en plantilla, pues tocaba todos los palos, desde la tecnología, hasta la cartelería y los diseños de empresa.


Su relación con la industria del automóvil: los Studebaker.

Aunque desde mediados de los años 30 ya trabajaba para la empresa automovilística Studebaker, fue a finales de esa década cuando los distintos modelos de dicha marca empezaron a mostrar un aspecto característico y diferenciado, llegando a trabajar codo con codo con el diseñador oficial de ésta, Virgil Exner. Además, fue él quién creo el nuevo logo, más moderno y sencillo, reemplazando el que existía desde principios de siglo. La Segunda Guerra Mundial provocó que muchos técnicos y diseñadores, por ley, tuvieran que trabajar para el ejército, dejando temporalmente sin ellos a las grandes empresas automovilísticas -Ford, General Motors, Chyrsler-, pero como Studebaker era la cuarta empresa del país -a distancia de las "tres grandes"- se libró de dichas restricciones, por lo que pudo crecer en el mercado como no pudo hacerlo nunca en época de paz.


Posando junto al modelo de Studebaker Starliner'53, uno de los coches más deseados de su época, y que fue la joya de la época dorada de la compañía automovilística.

Acabada la guerra, empezaron a verse cada vez más coches con líneas estilizadas y aerodinámicas, como las locomotoras que Loewy había diseñado años antes, con una ventanilla trasera de 180º, y morro puntiagudo. En parte, serían el prototipo de automóvil de finales de los 40 y, sobretodo, de toda la década de los 50, que todavía se siguen recordando. Modelos prototípicos de su estilo serían el Starliner y el Starligh -"luz estelar"; los nombres también empezaron a tener una importancia especial-. Uno de los modelos de esas dos gamas sería el Starliner'53, considerado uno de los automóviles más bellos de la historia, y en su momento, un éxito de ventas, que no pocos famosos condujeron y presumieron de él. A principios de los 60, el presidente de la empresa, Sherwood Egbert, le propuso que diseñara, en apenas cuarenta días, un nuevo automóvil que atrajera a los más jóvenes, que, gracias a unos salarios cada vez más altos, pudieron comprar coches con unas facilidades que, años antes, no se podían permitir más que la clase media acomodada o, a lo sumo, obreros de edad, con ahorros, que se conformaran con vehículos de poco atractivo. Así nació el Avanti, cuyo nombre italiano quería hacer recordar el diseño del país transalpino, en lo que ya destacaba en aquellos años.


Su vida personal y otros trabajos.

Loewy ya era todo un personaje en los años cuarenta. Había conseguido una portada para él solo en la revista Time -la biblia de la clase media norteamericana- en 1949, que no era cualquier cosa, y menos todavía para un diseñador, un trabajo que parecía demasiado técnico -incluso, aburrido- para el gran público.
Diseñó gran número de logotipos, como el ya nombrado de Studebaker, los de las compañías petroleras Shell, BP y Exxon, la compañía aérea TWA, el logotipo del servicio de correos de Estados Unidos, o el galgo que representa a la empresa de autobuses Scenicruiser. También fue responsable de dar nueva forma a las máquinas expendedoras de Coca-Cola, y de "adelgazar" a la botella de la legendaria bebida, dándole un aspecto más atractivo, y una forma más ergonómica, que apenas ha cambiado hasta hoy en día.


Botellas y lata de Coca-Cola, tal como las diseñó Loewy. Detrás, una máquina expendedora, de las que se encontraban en bares y cines. Destacando tanto el color como la forma redondeada y atrevida. En la segunda imagen, se compara la máquina del genial creador con la anterior, que más bien parecía una tostadora.

Otra ya clásica invención suya sería el paquete de tabaco de Lucky Strike. Decidió, aún a pesar de la desconfianza del dueño de la empresa -que estaba pasando por una situación económica como mínimo, "delicada", de que había que eliminar el fondo verde por uno blanco, y que el logo de Lucky se viera tanto en el anverso como en el reverso, pasando los textos de avisos legales a los lados, donde no "molestaran". Y dicho cambio en su imagen ayudó, y mucho, a su remontada en el mercado del tabaco.
 Por decirlo de alguna forma, pensó que los objetos de uso diario, y los logos que representaban a las empresas debían ser fáciles de recordar y reconocer, y agradables a la vista, transformándolos en atractivos en sí mismos, y no sólo por el servicio que realizaban. Según él, si el público debía elegir entre comprar uno y otro producto, de utilidad y precio parecidos, siempre elegiría el más bonito, el más atractivo. ¿Por qué, entonces, no darle al diseño la atención merecida.
Apodos que la prensa le dedicó: "El hombre que dio forma a América", "El padre de la racionalización", o "El padre del diseño industrial".


Loewy creó el galgo que simbolizaba a la empresa Scenicruiser, pero también las líneas laterales y, en general, modernizó el diseño original de los autobuses.

Pero no sólo el ferrocarril y el automóvil fueron tocados por su magia. Otro medio de transporte, mucho más caro y sofisticado, todavía en desarrollo -lo sigue estando, realmente, pues desde hace años apenas ha habido cambios sustanciales en su modernización y cambio-: se trata de la industria aeroespacial. La Nasa necesitaba alguien que diseñara un habitáculo espacial, que permitiera a los astronautas vivir sin demasiadas apreturas, y donde, al tiempo, pudieran tanto pasar su tiempo libre como, sobretodo, realizar los pertinentes experimentos científicos. Su respuesta sería el Skylab, lanzado al espacio en 1973, y que estaría en órbita entre 1974 y 1978. Con estética revolucionaria, y nuevos materiales e innovadora técnica, sería un paso importante para futuras naves y habitáculos espaciales que, en la mayoría de los casos, todavía están por venir. Quizá, la próxima llegada a Marte, que parece que ocurrirá antes o después, casi como si una fuerza histórica estuviera empujando a la humanidad a llegar a otros mundos, necesite de un nuevo Loewy, que no dude en desarrollar sus ideas a partir de las del Loewy original.

Un plano del interior del Skylab, visto por medio de un corte transversal.

Loewy se retiró a la edad de 87 años, en 1980, y regresó a Francia, donde falleció -en realidad, no en territorio francés, sino en Monte Carlo, en Mónaco- y se encuentra enterrado -en el cementerio  de Rochefort-en Yvelines; él quiso un entierro católico, pues siempre practicó dicha rama del cristianismo en los mayoritariamente protestantes Estados Unidos-. Para él, volver a Europa fue como un descanso, pero Estados Unidos, un país joven y en continuo crecimiento y cambio, era el único que podía darle la libertad y, sobretodo, las oportunidades que una mente prodigiosa como la suya necesitaba.
Su viuda y su hija crearon la Fundación Raymond Loewy, en Hamburgo (Alemania), donde promueven la disciplina del diseño industrial a nivel internacional, además de conservar y promover el recuerdo de la obra de Loewy. Su hija Laurence, por su parte, creó en 1998 un museo en Atlanta (Georgia), donde se conservan tanto ejemplos de su trabajo, como fotos y documentos personales.

También escribió tres libros: "La locomotora: su estética" (1937), "No dejes nunca las cosas como estaban" (1951; su autobiografía, publicada en 1955 en España con el título "Lo feo no vende"), y "Diseño industrial" (1979).

Y aquí, un corto documental donde se repasan algunas de sus ideas más afortunadas, mientras se da una idea de lo que los norteamericanos de los 50 pensaban sobre la época en la que estaban viviendo, que Loewy supo plasmar en todo lo que diseñaba.


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